CUESTIÓN DE HIGIENE
En el escaparate de El escribano, una singular tienda leonesa dedicada al arte de la escritura medieval, veo un grabado en el que un escribiente le pregunta a otro: “Escribano, emérito ¿es con hache o sin hache?”. Y la respuesta: “Mejor con ch de chorizo”.
Qué pronto cambian las connotaciones de las palabras. Basta el caso de un personaje que encima ni siquiera es emérito (aunque así le llamen los periodistas), sino “rey a título honorífico”, para que los que los profesores universitarios que sí lo son tengan que aguantar sonrisitas y chistes cuando mencionan esa condición.
Ese señor –por llamarlo de alguna manera-- ha manchado algo más: el nombre del cargo que detentó durante cerca de cuarenta años y el de su país.
Hermosas palabras a desinfectar: emérito, rey, España.
Plaza del Grano.
La lluvia cae ahora
en otro siglo.
Decimonónica
la lluvia silenciosa
en esta plaza.
Habla en romance
y en sílabas contadas
la lluvia hoy.
Cómo te odiaba
en las tarde de infancia,
amiga lluvia.
Gente que pasa
por mi vida un instante
como esta lluvia.
Calla conmigo.
Deja que el agua diga
lo que no pasa.
La lluvia y tú
que me miras tan triste
desde tan lejos.
MISÁNTROPO EN EL BIERZO
El sigiloso murmullo del río Oza no interrumpe el silencio en el Valle del Silencio, sino que lo acentúa. Peregrino, en una fresca mañana de sol, hasta la cueva de San Genadio, un presunto eremita, hijo o pariente de reyes, que fue obispo de Astorga, fundó varios monasterios, tenía una gran biblioteca y gustaba de jugar al ajedrez.
Ni era un eremita ni oficialmente es santo. aunque se le atribuyan muchos milagros y también el nombre de este valle. Por unos momentos, yo también sueño con hacer vida de eremita. No vivir en una amplia cueva como esta, a la que hoy no le concederían la cédula de habitabilidad, pero sí construirme una diminuta cabaña, camuflada con el paisaje, en las alturas del monte Aquilano, y retirarme allí sin más compañía que la aves y los árboles y el sucederse de las estaciones.
No me vendría a estas hermosas soledades, al contrario que San Genadio, para estar más cerca de Dios, sino para estar más lejos de mis semejantes. Cada día que pasa los siento menos semejantes. Mis compatriotas –hay excepciones, claro-- me han defraudado ahora tanto como cuando fueron complacidos cómplices de las trapacerías del anterior jefe del Estado.
RETRATOS AL MINUTO
En una librería de viejo, entre saldos sin interés, encuentro un libro de Manuel del Arco, 101 interviús por las buenas, de 1963, y quedo fascinado por esta especie de comedia humana en la que alternan escritores y toreros, actrices y niños prodigios, curas y visitantes ilustres de la España franquista.
Retratos al minuto que acostumbran a dar en el clavo: Montgomery Clift le da la impresión de ser “un mortal cansado de todo”. “¿Ha conocido muchas artistas inteligentes?”, le pregunta. Responde con solo un nombre: Marilyn Monroe. Acababan de rodar Vidas rebeldes, la actriz se suicidaría poco después, el actor cansado de sí mismo llevaba años suicidándose en diferido.
Un libro lleno de gente y de pequeños detalles exactos para reconstruir una época. “¿Qué es lo que ha aprendido en estos dos meses?”, le pregunta a la mallorquina Maruja García Nicolau, reciente Miss Europa. “A saber comportarme como una señorita; antes no estaba en ambiente”.
También aparecen por el libro algunos de los golpistas argelinos, como el capitán Roger de Saivre, diputado de Orán, ex jefe del Gabinete del mariscal Petain. Su respuesta cuando le preguntan por la solución del problema argelino me recuerda a la que muchos daban a finales de 1981: “Mi opinión es la misma que la de toda la población de Argelia, musulmana y cristiana. El pueblo quiere ser francés y no quiere un gobierno sin autoridad. La cuestión de Argelia no es una rebelión contra las instituciones republicanas, pero sí un gesto desesperado contra la idea de separar la patria. La solución es un gobierno de salud pública del general De Gaulle, o de otro, que mantenga la unión definitiva de Argelia y Francia, que permita el progreso social y político”.
Ya sabemos cómo acabó lo de Argelia y cómo acabó la solución Armada contra un gobierno sin autoridad –el de Suárez-- y para mantener la unidad de España. A pesar del impulso soberano, la sobreactuación de Tejero salvó la democracia, o algo que se parecía.
FLORES DE SOLEDAD
Paseo, temprano en la mañana, por el parque Gil y Carrasco de Ponferrada y a la memoria me vienen de inmediato unos versos: “Yo te buscaba orillas de la fuente, / yo te adoraba tímida y gentil, / porque eras melancólica y perdida /y era perdido y lúgubre mi amor; / y en ti miré el emblema de mi vida / y mi destino, solitaria flor”.
El encanto y el aroma de una de esas florecillas escondidas a la orilla de un camino tienen la breve obra y la breve vida de Enrique Gil y Carrasco, muerto en Berlín a los treinta años tras haber sido uno de los jóvenes románticos fascinados por la figura de Espronceda. No recuerdo entero ni un solo poema suyo, pero si versos sueltos que hablan de que “hay belleza en los pesares” y de que a las mentiras de la gloria prefería “las verdades del no ser”.
Su amigo González Bravo –también protector de Bécquer-- le dio un puesto diplomático en Berlín. Siguió el consejo de Cavafis y antes de llegar a Ítaca se entretuvo todo lo que pudo por el camino. Tardó cuatro meses y paseó sus melancolías por Marsella, Lyon, París, Lille, Bruselas, Gante, Brujas, Ostende, Amberes, Roterdam, La Haya, Ámsterdam, Frankfurt, Hannover, Magdeburgo y Potsdam. Y en Berlín Alexander von Humbolt, el mayor sabio de Europa, le tomó bajo su protección y el rey de Prusia, Federico Guillermo, leyó su novela El señor de Bembibre y le otorgó una condecoración. Muere joven aquel a quien los dioses aman, como decían los clásicos.
En este parque solitario, a primera hora de la mañana, siento junto a los míos otros pasos amigos. Y yo le susurro al querido fantasma que ha venido a acompañarme los versos que él le dedicó a Espronceda: “Gloria, entusiasmo, juventud, belleza, / ¿cómo no defendieron tu cabeza / de la guadaña impía? / ¿Qué tengo yo para adornar tu losa, / flores de soledad, llanto del alma, / hiedra que sube oscura y silenciosa / por el gallardo tronco de la palma”.