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Sosastris, Melquiades y el rey que rabió

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Esta historia que os voy a contar ocurrió hace mucho, mucho tiempo, en un país remoto de cuyo nombre no quiero acordarme.
            En ese país había un rey, un burro y un niño. El rey era viejo, muy viejo, y se pasaba el día contando las monedas de oro que tenía guardadas en una habitación y no se preocupaba para nada de sus súbditos, que pasaban hambre cuando las cosechas eran malas, pero que nunca echaban la culpa de sus desdichas al rey, sino a su primer ministro.
            El primer ministro se llamaba Sosastris y era listo, muy listo, pero era un burro. Un burro de los que rebuznan y tienen largas orejas y acarrean leña de un lado a otro.
            El tercer personaje de esta historia se llamaba Melquiades, tenía casi cuatro años y era un poco trasto, pero de buen corazón y todo lo suyo lo repartía con los otros niños..
            Un día el rey se quedó dormido mientras contaba sus monedas. Al despertar dio un grito y toda la servidumbre de palacio acudió a ver qué pasaba.
            ---¡He tenido una pesadilla! Que me traigan una silla.
            Le trajeron una silla muy incómoda, porque era toda de oro, pero es que un rey no puede sentarse en una silla cualquiera.
            ----Os diré lo que he soñado y que tanto me ha alterado.
            Todos los cortesanos le rodearon, aparentemente con mucho interés, pero solo aparentemente.
            ----Lo que sueñe el viejo loco nos importa más bien poco –pensaban.
            A aquel rey no le quería nadie porque no se preocupaba por nadie, solo por contar sus monedas de oro.
            ----Soñé que iba a ser destronado, que todos de mí se han cansado.
            ----Es un sueño, majestad, no es ninguna realidad.
            ----¿Quién ha dicho esa simpleza? ¡Que le corten la cabeza!
            Aquel rey no soportaba que le contradijeran. Se llevaron al que había hablado, pero no le cortaron la cabeza, porque en aquel reino el verdugo era también peluquero y prefería cortar el pelo.
            ----A cepillo o a tijera, como el cliente quiera.
            Sosastris, que estaba arreglando los asuntos de gobierno, vino al trote en cuanto se enteré del enfado real.
            ----¿Qué ocurre, mi señor? ¿Qué os causa tanto dolor?
            ----¡Sosastris, eres un burro! ¡Contigo siempre me aburro!
            ----¿Queréis que os cuente un cuento? ¿El del dragón y el jumento!
            ----¡Buen jumento estás tú hecho! ¡Así te caigas del techo!
            El rey se había caído una vez del techo del palacio, a donde había subido para recoger una moneda de oro que le había robado una urraca, y desde entonces esa era su maldición favorita.
            ----Perdón, perdón, majestad. Soy un pollino, en verdad.
            ----Mientras dormía como un leño, soñé que un niño pequeño, se acercaba a mi palacio caminando muy despacio. A un lado y a otro miraba. ¡Yo sé bien lo que buscaba! Buscaba mi gran tesoro, aquel que cagó el moro. A mi guardia quise llamar, pero no podía ni hablar. Desperté muy tembloroso, como quien ha visto un oso. En torno a mí no había nada, salvo granos de granada y un poco de la sandía que me comí el otro día.
            Sesostris, que aunque era un burro era un sabio, dijo:
            ----Calma, calma, majestad. Los sueños no son verdad. Por favor, yo os lo imploro, volvamos donde el tesoro.
            Fueron todos a la cámara del tesoro y la encontraron vacía.
            ----No era como tú me dices por tocarme las narices. Mi sueño era verdad. ¡Soy pobre de solemnidad!
            Sosastris, discretamente, llamó al jefe de la guardia.
            ----Ya sé que te gusta robar a este viejo carcamal, pero esta vez te has pasado. ¡Devuelve lo que has robado!
            ----Robar, yo no robo nada, salvo a veces la soldada. Y es que este viejo loco nos paga nada o muy poco. Os juro que no fui yo el que todo se llevó.
            En la plaza que había delante del palacio comenzó a oírse un gran alboroto.
            ---¿Pero qué tumulto es ese? ¿Es que ahora quieren mi cese?
            Sosastris se asomó al gran balcón desde el que rey daba sus discursos, que siempre eran muy aplaudidos, y volvió extrañado.
            ----No comprendo lo que pasa, pero todos ríen sin tasa, como si en este día les tocara la lotería.
            ----¡Imposible, imposible! Tal cosa es increíble. Siempre es a mí a quien toca aquí. Por algo yo soy el rey, no la mula ni el buey.
            Un cortesano, que había salido a ver qué pasaba, volvió muy alborotado.
            ----Hay un niño pequeño que con gesto risueño a todo el que lo necesita le da una monedita. “Para que compres pan”, le dice a cualquier patán. “Para que compres vino”, le dice al peregrino. “Cómprate una baldeadora”, le dice al bebé que llora.
            ---¿Y cómo logró reunir lo que intenta repartir? El padre ¿a qué se dedica? ¿Tiene acaso una botica?  ¿Convierte el oro en plomo? ¡Pues ya me dirá cómo!
            ----El padre, señor, es poeta. Hacer versos es su meta.
            ----¿Y cómo es rico con eso? ¡Que no me la dé con queso! ¡Que me traigan al instante, a ese padre y a su infante!
            ----Señor, ¿qué queréis de mí? Solo soy un infeliz.
            ----Quiero, quiero, mi dinero.
            ---Pues yo, señor, soy poeta y no tengo una peseta.
            ----Vuestro hijo lo reparte a todos con mucho arte.
            Se oyó entonces un gran alboroto. La muchedumbre rompió las puertas del palacio y los guardia y los cortesanos huyeron aterrados, salvo Sosastris, que no tenía miedo a nada y se escondió tras una cortina a ver en qué paraba aquello. El rey se quedó solo. Al frente de la multitud iba un niño pequeño.
            ----Tú mi tesoro has robado. ¡Eres ladrón consumado!
            ----Yo soy un niño decente y no le robo a la gente.
            ----¿Y de dónde sacas, monicaco, lo que das si no eres caco?
            ----De un sueño que he tenido cuando estaba más dormido. Y al despertar de mi sueño se me quedaba pequeño mi cuarto con tanto oro.
            ----Ese era mi tesoro, que yo perdí en otro sueño. Devuélvelo, pequeño. No me hagas enfadar.
            ---No tengo nada que dar, que todo lo he repartido. El dinero que has perdido no era tuyo mi señor, os lo juro por mi honor, era de toda la gente que ya estaba impaciente por no tener que comer.
            ---¡Y yo que tengo que ver!
            ---Era vuestra obligación que tuvieran su ración. Hacer a todos felices y no tocarles las narices.
            De detrás de las cortinas salió entonces Sasostris, el primer ministro, que aunque era un burro era un sabio.
            ---Qué razón tiene este niño --dijo haciendo un guiño a los guardias armados.
            ----¿Por qué estáis tan callados? ¿No veis que miente? ¡Detened a esta gente!
            “Viva el rey, viva el rey”, comenzó a gritar la multitud. El rey cerró los ojos complacido.
            ----Sigo siendo el rey, siempre triunfa la ley.
            Pero cuando abrió los ojos, vio que la multitud alzaba en hombros al pequeño Melquiades y lo llevaba hasta el trono.
            “¡Soy el rey, soy el rey!”, gritaba el antiguo rey. Y un mendigo que pasaba sonrió mientras miraba.
---¡Y yo soy Napoleón!
            ---Te concedo mi perdón --le dijo el niño pequeño siempre, siempre tan risueño--. Mala cosa es la avaricia y el que con ella se envicia, no puede ser rey, señor, os lo juro por mi honor. Idos a las islas griegas a que os den algunas friegas. O quizá a Santo Domingo para que os pongan el mingo, que es cosa bastante fea que en una cárcel se os vea.
            Y aquí se acaba la historia, guardadla en vuestra memoria.


           


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