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Sin propósito de enmienda: Cumpleaños feliz

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Sábado, 13 de junio
ESCUCHAR A LOS DEMONIOS

Hojeo el último libro de Pascal Quignard, La vida no es una biografía, y me encuentro con esta frase: “Uno debe escuchar con mucha atención a sus demonios”.
            Yo a los mío los escucho distraídamente, nunca les he hecho demasiado caso.


Domingo, 14 de junio
POR UN PLATO DE LENTEJAS

Ahora que no se puede viajar, viajo más que nunca. Esta tarde, de la mano de Jesús Pardo, al Bucarest de Ceaucescu, al de Marta Bibesco y al de Paul Morand.
            Entre 1968 y 1989, Jesús Pardo viajó con frecuencia a Rumanía, primero como corresponsal de diversos periódicos, luego invitado por la embajada rumana para escribir un libro que finalmente apareció en 1988: Conversaciones con Transilvania.
            Bucarest se publicó en 1991; para entonces la opinión de Jesús Pardo sobre quienes le había pagado los viajes, alojado en los mejores hoteles, proporcionado todo tipo de facilidades para su investigación había cambiado radicalmente. Como en tantos casos, resulta curioso comparar lo que escribió sobre la Rumanía de Ceaucescu cuando este vivía con lo que escribió después.
            Clara Janés fue invitada a Rumanía en 1973 por el Instituto Nacional de Relaciones Culturales. El resultado fue un libro, Sendas de Rumanía, que no es posible leer sin sonrojo. Unos pocos poemas apenas disimulan lo que tiene de tosca propaganda: Clara Janés resume entusiasmada y sin el menor atisbo crítico todo lo que le cuentan los diversos organismos oficiales. Asiste a un desfile conmemorativo, a una recepción en la que brilla Ceaucescu con su inteligencia y su sencillez; conoce a la Pasionaria, que se sienta siempre a la derecha de Dios padre, quiero decir del Conducator; le presentan a Santiago Carrillo. Aquella Rumanía es lo más parecido al paraíso en la tierra. Nada le hace cambiar de opinión, ni siquiera la anécdota de una violenta detención o de la niña maltratada.
            También el Instituto Nacional de Relaciones Culturales invitó a Rumanía a Miguel Ángel Asturias. El libro que como pago escribió es el primero que Clara Janés cita en su bibliografía, aunque en su versión francesa: Roumanie d’aujourd’hui. Es un libro embadurnado de literatura, de chirriantes sonetos que no logran disimular lo que tiene de devolución de favores. Qué contrate entre la Rumanía de Ceaucescu y la grisura de la Europa capitalista: “La alegría de las calles de Bucarest seduce. Es una alegría andante”. Las grandes tiendas, de varios pisos, inmensos bazares en los que se encuentra de todo, están llenos siempre por masas de compradores, muchos de ellos campesinos, “lo que permite apreciar a simple vista la capacidad adquisitiva de la gente del pueblo”.
            Da un poco de vergüenza ver cómo tanta gente inteligente, o al menos dedicada a actividades intelectuales, se dejaba engañar por la más burda propaganda o se vendía por un plato de lentejas (aunque en el caso de los más ilustres –Neruda, Alberti-- era probablemente algo más que un plato).
            A Ceaucescu le lincharon los mismos que le aplaudían. Siempre se ha hablado de la represión que sostiene las dictaduras y no se ha solido mencionar que es la complicidad mayoritaria la que verdaderamente las mantiene en pie. No hay dictadura que no cuente con un apoyo social mayor que el habitual en los gobiernos democráticos. Ni siquiera el Felipe González de las mayoría absolutas tuvo a su favor tantos españoles como Franco.
¿Engañados por los medios de comunicación? Es posible, pero en todo caso muy gustosamente engañados. Y esto vale para la Rumanía de Ceaucescu, la Cuba del castrismo y del poscastrismo, la España de Franco y quizá la de ahora mismo.
            Hablemos claro: una dictadura amable con aquellos cuyos prejuicios representa y feroz con los pocos que no doblan la cerviz es el tipo de gobierno ideal para la mayoría, no la siempre chapucera democracia.


Lunes, 15 de junio
CERO A LA IZQUIERDA

Abro un libro de Antonio Espina, uno de los representantes de la nueva literatura de los años veinte, y me encuentro con este aforismo: “La mujer solo tiene valor, como el cero en matemáticas, cuando se coloca al lado de la unidad: a la derecha del hombre que ama y que comprende”.
            Hoy nadie sería capaz de escribir semejante barbaridad, pero no estoy yo tan seguro de que no siga habiendo quien lo piense.


Martes, 16 de junio
DESMIENTO A UNAMUNO

Al ver el desprecio con que un atildado politicastro se apartada de un campesino que volvía manchado de barro, Unamuno dijo aquello de que valía más un hombre sucio que un cerdo limpio.
            Eran otros tiempos. Dados los precios que ha alcanzado el jamón ibérico y lo baratos que se venden los hombres, sucios o limpios, parece claro que hoy no podría decir lo mismo.


Miércoles, 17 de junio
HAGO LO QUE PUEDO

Me gusta repetir un aforismo de Antonio Porchia: “Era tan ingenuo que hasta se creía las dedicatorias”.
            Las dedicatorias, como las palabras de elogio, son parte de la buena educación, nada tienen que ver con el análisis crítico.
            Pero hay elogios que nos agradan más que otros y eso dice mucho de nosotros mismos, no tanto de lo que somos como de lo que nos gustaría ser.
            Mi elogio preferido aparece en una entrada de Facebook donde doy cuenta de la aparición, en la fecha prevista, ni un minuto más tarde, del nuevo número de Clarín: “Martín, todas las cosas que van de tu mano siempre salen para adelante”. No es cierto, Paulina, pero se hace lo que se puede.
           

Jueves, 18 de junio
PRESUMO EN VANO

Siempre me ha gustado presumir de enemigos, pero la realidad es que tengo más amigos de verdad que enemigos. Nunca he disputado una herencia, intrigado por un cargo, aspirado a un premio; nunca me he metido en pleitos; nunca me he divorciado. Mis enemigos, o los que yo llamo tales, son enemigos de papel. A la mayoría ni los conozco personalmente; simplemente me guardan rencor por lo que dije de alguno de sus libros. Muchos pasan de una semana a otra de enemigos a amigos: basta que publiquen una obra que valga la pena y que yo hable bien de ella.
            También están los que se sienten ofendidos por alguna cosa que dije en mi diario. He publicado, en libro, veinte tomos; en el periódico, sin que todavía se hayan reunido en volumen, otros tres más. En total, una diez mil páginas. ¿De cuántas gentes habré hablado en estas páginas que gozan fama de indiscretas? De algunos miles.
Pero solo dos que eran buenos amigos, o eso creía yo, dejaron de serlo por alguna alusión en el diario: José Bento y Miguel d’Ors. Y me parece que también solo dos amigos me dejaron de lado por una reseña: José Luis Morante y Ricardo Labra. Por cosas que dije en una conversación –suelo ser un polemista algo punzante-- solo una: el librero José Manuel Valdés. Todos los otros enfados fueron pasajeros. No me parecen excesivas rupturas irreversibles para medio siglo de vida literaria sin demasiados miramientos a la hora de decir lo que uno piensa.


Viernes, 19 de junio
LO QUE ME HABRÍA GUSTADO SER

Da un poco de vergüenza decirlo, pero cada día estoy más convencido de que mi mayor aspiración es ser un robot. Razonarlo todo, hacer siempre lo más razonable, no condescender con la falacia sentimental,
            Durante un tiempo creí ser capaz de conseguirlo. Escribía poemas, ciertamente, algo que no suelen hacer los robots (y hacen bien), pero todos mis sentimientos eran fingidos: no me enamoraba, jugaba a que estaba enamorado. O eso creía yo, porque siempre me daba cuenta demasiado tarde de que estaba jugando con fuego y terminaba abrasado.
            Si yo fuera un robot, el día de mi cumpleaños no me habría dejado tanta resaca emocional, no me habría quitado el sueño, no me habría llevado a ese ejercicio inútil de repasar lo vivido y entrever, con temor y temblor, lo que queda por vivir.
A un robot, que es lo que yo siempre he aspirado a ser, no le habría afectado especialmente cumplir un año más, sobre todo si todavía no se nota ni en la salud ni en el entusiasmo con que arremeto contra gigantes que no son más que molinos de viento. Ni siquiera el que anticipe mi jubilación, el 31 de agosto, debería ponerme especialmente triste. Es una jubilación más simbólica que otra cosa, sin apenas repercusión, salvo una disminución en el sueldo que puedo perfectamente asumir; me libraré de papeleos y burocracia, pero las actividades que me interesan seguirán a pleno rendimiento.
Comí en familia y luego por la tarde me encontré con la otra familia, la de la tertulia, que acudió a charlar de literatura y vida desde los más diversos lugares (la tertulia internacional de los miércoles coincidió felizmente con mi cumpleaños). Y cuando estábamos hablando de la poesía en el cine y de frases memorables (la mía: ”Soy pobre, no puedo permitirme el lujo de no ser inteligente”), sonó el timbre de la puerta y apareció mágicamente una tarta, como en las películas.
Pero no soy un robot y llevo varias noches mal durmiendo. “Mira toda esta felicidad, mírala bien”, me repite uno de mis demonios. “ Pronto te lo irán quitando todo, quizá poquito a poco para que sufras más. O de un manotazo, que no se sabe qué es peor”.
Un robot no dejaría de disfrutar del presente por temor al futuro. Los robots no lloran.
Pero yo no soy un robot. Y bien que lo siento.




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