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Sin propósito de enmienda: Arrojado a los tiburones

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Sábado, 30 de mayo
OTRA HERIDA EN MI VANIDAD

Los profesores universitarios, cuando les llega la jubilación, pueden solicitar la condición de eméritos, que permite seguir vinculado a la institución dos años más. Muchos lo consideran como un último entorchado en su carrera, así que suele ser un honor apetecido y disputado.
            No es mi caso: ni me interesa seguir “disfrutando” del despacho y de las fotocopias gratis ni cumplo los requisitos formales para ello, ya que he ido por libre en mis trabajos de investigación.
            Pero mi admirado cervantista Emilio Martínez Mata, en el último consejo del Departamento, pidió que se solicitara esa condición para mí. Nadie se manifestó en contra y la directora le dijo que, para iniciar los trámites, debería hacer llegar mi petición. Por no desairar a Martínez Mata, pensé en formalizar la solicitud. 
Luego lo pensé mejor y le escribí a la directora que preferiría seguir con mi intención inicial. Y ella me respondió escuetamente: “De acuerdo”. 
Y yo me sentí un poco herido en mi vanidad. Debería al menos haber fingido que pensaba que era un honor que yo, etc. Pero fue una herida muy superficial, un mínimo rasguño.


Domingo, 31 de mayo
CONSIDERACIONES

El tiempo que tiramos a la basura no se puede reciclar.

            Difícil hacer de la propia vida una obra de arte, intervienen demasiados guionistas y suele escasear el presupuesto.

            La mayor parte de los libros no son más que sucedáneos de libros.

            Tener poco tiempo es para mí tener todo el tiempo que necesito.

            Todos los días están por estrenar, ninguno ha sido usado antes.

            Poder vivir solo es un privilegio que a menudo no dura toda la vida.

            La realidad, como las malas películas, está llena de golpes de guion.

            A vivir se aprende demasiado tarde.

            De los mejores amigos salen los peores enemigos.

            Se profetiza para que no ocurra lo que profetizamos.

            A veces basta con sonreír al mundo para que el mundo te sonría.

            También a la última cita se puede llegar demasiado tarde.

            Hay cosas que no hemos perdido, pero no somos capaces de encontrar.

            (Invento rutinas. La de estos últimos meses es ir llenando de ocurrencias, al final del día, un cuaderno de páginas en blanco. Ya he llenado dos y llevo a medias un tercero. Los aciertos son impersonales; las ocurrencias inanes son enteramente mías. Me parece que esto es bastante común. Los buenos aforismos son de todos, deberían publicarse como anónimos.)



Lunes, 1 de junio
LO QUE A MÍ ME FALTA

El mes de junio, el de mi cumpleaños,  siempre ha sido un mes de recapitulación y celebraciones. Este año hay especial motivo para ello, pero yo noto un cierto desasosiego. Me tiendo en el diván y hablo con mi psicoanalista.
            ----Es curioso. Echo la vista atrás y creo que no me he equivocado en las decisiones fundamentales. He cometido infinidad de pequeños errores, como todo el mundo, pero me parece que en lo que importa he acertado. Nunca fui ambicioso, nunca quise ocupar el primer puesto en ningún escalafón, a lo único que aspiraba es a que me dejaran ir a mi aire. Y eso creo que lo he conseguido. Y sin embargo noto que algo me falta, que he fallado en algo importante. No sé bien en qué, pero empiezo a sospecharlo. He sido demasiado racional. Debería haber perdido de vez en cuando la cabeza. O al menos haberla perdido una vez. Vivir a solas ha sido para mí un motivo de felicidad. Compartir la vida me habría traído más disgustos que satisfacciones. Mis amores eternos solo duran mucho tiempo (a veces incluso hasta un año) si no son compartidos. En caso contrario, al tercer fin de semana ya me aburren. Pero me gustaría haber tenido hijos o, en su defecto, ser abuelo. 
            Mi psicoanalista imaginario sonríe y luego dice:
            ----Todavía está a tiempo. Cuando su hijo cumpliera veinte años, usted solo tendría noventa. A esa edad, si la salud acompaña, todavía se puede llevar una vida perfectamente activa.
            Sé que me toma el pelo, pero yo me lo estoy pensando. Ahora que me jubilo tendría todo el tiempo del mundo para cuidar del bebé. Y si fueran gemelos, mejor que mejor.


Martes, 2 de junio
EL BUEN DISCÍPULO

Mientras acompaño al pequeño Martín en sus correrías por el parque de Santullano y en su búsqueda de cochinillas mágicas que ahuyentan a los dragones, pienso en las palabras de un sabio judío que a Eugenio d’Ors le gustaba repetir: 
----Tres cosas aprenderás de un niño: a estar alegre sin motivo, a no estar ocioso ni un solo instante y a reclamar con energía lo que te hace falta.
En esas y en otras cosas igualmente esenciales tengo el mejor maestro y yo creo ser un buen discípulo.


Miércoles, 3 de junio
STEINER Y DIOS

El pasado viernes volvió la tertulia a su ser natural, sin intermediarios tecnológicos, pero la realidad tiene sus limitaciones y se quedaron sin poder asistir quienes habían vuelto a ella desde Nueva York, Oslo o Madrid. Para solucionarlo hemos recuperado la tertulia de los miércoles –la que durante muchos años se celebró en la cafetería San Remo-- de forma no presencial.
            Comenzamos siendo una especie de taller literario, antes de que se pusieran de moda. Ahora me gustaría que fueran un lugar de reflexión, un poco –soñemos alma, soñemos-- como la academia platónica o, mejor aún, como las charlas de Sócrates y sus amigos cuando paseaban por las calles de Atenas o admiraban los ejercicios atléticos desde una esquina del gimnasio.
            Hemos podido comprobar últimamente que los especialistas no dan pie con bola cuando se los saca de su especialidad. George Steiner, especialista en literatura comparada y en las vaguedades propias del humanismo tradicional, dedica su aclamado libro Presencias reales a argumentar la tesis de que “cualquier explicación coherente de la capacidad del hablar humana para comunicar significado y sentimiento está garantizada por el supuesto de la presencia de Dios”. 
            ---Esa afirmación –digo yo en la tertulia— es del mismo tipo que la que afirma que la Virgen María fue virgen “antes, durante y después del parto”, carece de cualquier justificación racional.
            Steiner dedica trescientas páginas presuntamente –en realidad solo vuelve a ella en las páginas finales-- a demostrar esa tesis. El próximo viernes yo me dedicaré a desmontar sus argumentos y desafío a cualquiera, lástima que Steiner no asista a nuestras tertulias, a sostenerlos. 
            En estas cosas nos entretenemos ahora.


Jueves, 4 de junio
MI DEPORTE FAVORITO

Ponerse en ridículo por vanidad es un deporte que todos hemos practicado alguna vez.


Viernes, 5 de junio
PARA UN HOMENAJE

Recibo un ejemplar de Alrededores de José Luis García Martín, el libro que con mucho sigilo ha preparado Hilario Barrero en Nueva York como especial regalo de cumpleaños. Colaboran treinta escritores más o menos conocidos y más o menos amigos. Me enteré del proyecto porque uno de los invitados, Andrés Trapiello, quiso que diera el visto bueno a lo que había escrito. Me pareció lleno de reproches sin fundamento, le vi más a él en esas páginas que a mí, pero por supuesto le di el visto bueno, faltaría más. Ya se sabe que los libros de homenaje no interesan más que al homenajeado, pero en este caso no será así.
            Me reprocha muchas cosas mi querido amigo Andrés. La más extravagante mi sumisión a las autoridades universitarias. El crítico feroz, viene a decir, se cambia en manso corderito cuando tiene que referirse a aquello de quienes depende su promoción en el trabajo: “Pero esa cruzada contra la impostura no es indiscriminada: sabe distinguir entre popes y popes, éxitos y éxitos, y me parece bien, no es un suicida, y calibra, como todo el mundo, pros y contras, beneficios y perjuicios (y así lo comprobé el día en que compartí una cena en Oviedo con una jefa suya de departamento, cargante y medio loca, cuyas extravagancias y ridiculeces quedaron reflejadas a los pocos días en su diario con un “la buena de Menganita”; ¿habría sido igual de piadoso con otra persona con la que no tuviera un trato laboral? Nadie puede saberlo)”.
            Si el resto de los colaboradores están a la altura de estas consideraciones (por cierto, yo nunca he cenado con ninguna jefa de departamento), no me cabe la menor duda que el libro se venderá mucho. Los que me detestan (que son unos pocos más de los que me aprecian) no dejarán de hacerse con él.
            Abro al azar el libro --no me atrevo a hincarle el diente-- y me encuentro con este prometedor comienzo de capítulo firmado por Lorenzo Oliván: “Lo primero que tengo que decir es que José Luis García Martín resulta un amigo puñetero, picajoso, punzante, fustigador, enredador, liante, discutidor hasta el más puro delirio, un amigo en definitiva que te obliga a estar con la espada de la inteligencia y del ingenio desenvainada, siempre dispuesta al abordaje, si no quieres dejarte arrancar la piel a tiras, ser colgado del palo mayor o arrojado a los tiburones”.



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