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Después y todavía: Café y compañía

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Sábado, 26  de septiembre
TORPÓN Y TABERNARIO


¿Afecta la consideración que tengamos a la persona de un escritor nuestra valoración  de su obra? Sí, siempre que esa consideración se desprenda de sus escritos y no de lo que sepamos de él por otros medios. Leo el Diario de mi sentimiento, de Alberto Hidalgo, recién reeditado con elogioso prólogo de Juan Bonilla, y se me atraganta ya en las primeras líneas; releo, no me canso de picotear acá y allá, el Diario íntimo de César González-Ruano, después de todas las fealdades que nos ha contado de él Marino Gómez-Santos (y de todas las que ya sabíamos) y me sigue admirando su malabarismo estilístico, su capacidad para hacer con nada –un comentario sobre el tiempo, otro sobre sus malestares físicos, la mañana en el Gijón, la tarde en algún cóctel-- una página llena de levedad y gracia. Alberto Hidalgo es torpón y tabernario. Su diario, nos dice, “achicará la importancia de todos los diarios que andan por el mundo y en particular el de Enrique Federico Amiel, al cual debe toda su gloria”. ¿Y por qué no vale nada el diario de Amiel?  Pues porque es “la obra de un pajero”, mientras que el suyo “es fruto de un hombre que sabe emplear sus medios genitales en el momento oportuno y que ante la vida reacciona mostrándoselos”.

            “Este tío es tonto”, pensamos de inmediato. Y más cuando nos aclara que él “también se ha masturbado, pero de eso hace más de veinticinco años y, en cambio, el poeta suizo perseveró hasta los últimos años de su existencia”.

            No es ya que la vida sexual de un escritor importe poco para la calidad de su escritura., sino que cierto tipo de afirmaciones resultan indemostrables (¿quién sabe lo que cada persona hace en su intimidad?) y por ello apoyar en ellas una afirmación demuestra poca o ninguna solidez intelectual.
            Sus consideraciones sobre escritoras son de igual brillantez: “La mujer termina siendo mujer, es decir, mandando a paseo la literatura y dedicándose a las cosas que le son propias, es decir, la cocina o las modas”. Por eso no le extraña que Colette cree un negocio de perfumería y se atreve a profetizar que “un día veremos a Alfonsina Storni con una tienda para sombreros de señora en Buenos Aires”, que “Gabriela Mistral terminará de florista de alto rango en Santiago de Chile” y Juana de Ibarbourou “fundando en Montevideo una academia de corte y confección, pues al fin y al cabo son mujeres”.

            Diario de mi sentimiento no se había reeditado desde 1937, en que apareció en edición privada. El gusto por los raros de Juan Bonilla le lleva a rescatar este bodrio que nos demuestra que no todos los escritores olvidados están injustamente olvidados.

            No solo parece Alberto Hidalgo un bruto ajeno a cualquier sutileza intelectual, también es una mala persona. No le gustan los ricos que escriben y por eso les desea lo peor: “Para Godoy aspiro a un cáncer; a Reyles le deseo una lepra; a Larreta solo le ansío un cretinismo agudo, lo cual es satisfacerle el gusto, pues es su ambición desde hace unos años, y a la Ocampo espero que le acontezca una salpingitis u otros trastornos ocasionados por su habituales fellatio o cunniligus”.

Domingo, 27 de septiembre
ACCIÓN

En el cine disfruto con disparates pretenciosos e inconsecuentes que no soportaría en un libro. De una novela con el argumento de Tenet, de Christopher Nolan, no pasaría del primer capitulo. Pero lo que menos importa de una película como esta es el MacGuffin o pretexto argumental (en este caso, una amenaza del futuro que podría borrar el pasado y el presente). A mí me divierte este saltar sin demasiados motivos de un escenario a otro, de Tiflis a Londres, de Bombay a la costa amalfitana (o eso me parece), con un malo muy malo (Kenneth Branagh es el ogro de los cuentos) y con el sufrido héroe (John David Washington) y el ayudante del héroe, que se las sabe todas (Robert Pattinson). Me dejo llevar y durante dos horas largas vuelvo a tener diez o doce años, me olvido de lo que nos pasa (de lo que no acabo de pasar) y sueño con una vida de aventuras que nunca seré capaz de vivir o que nunca he dejado de vivir en mis mejores sueños.

Lunes, 28 de septiembre
ENCUENTRO CASA


Es preciso que algo cambie para que todo siga igual. Cerrados Los Porches, me había quedado sin biblioteca-despacho para las mañanas. La terraza de la sidrería Mieres, frente al colegio Novo Mier y muy cerca del Milán, no pasaba de solución provisional; pronto llegará el mal tiempo y había que pensar en un interior cómodo donde se pueda estar solo en compañía. Lo he encontrado en la Avenida de Torrelavega, que siempre me pareció a trasmano, pero que está al lado de casa, nada más cruzar el parque y el puente sobre la autopista. Un lugar amplio, civilizado (hay un televisor sin sonido), donde venden periódicos a la entrada y es fácil aislarse en cualquier rincón, aunque a mí no me guste aislarme demasiad. Me concentro con facilidad en el libro o en el texto que estoy escribiendo y saco la cabeza de vez en cuando para observar el entorno. Hoy anduve por el norte de Marruecos más desolado de la mano de Umberto Pasti y su Perdido en el paraíso, un libro ásperamente hermoso, con cierto trasfondo homoerótico y colonialista, sobre la construcción de un jardín. También garabateé algún haiku: “La luz de otoño / entra por la ventana / se queda en casa”.
            Los sitios, como las personas, te caen bien o mal al primer golpe de vista. Esta cafetería de barrio, Noor Coffe & Co., me recuerda a otras de Brooklyn o de Cuenca, con clientes que se conocen todos, salvo a ese extraño que lee y escribe en un rincón.

Martes, 29 de septiembre
COMO EL PRESO

Al final del día, tacho con una cruz la fecha y respiro aliviado, como el preso en su cárcel. Pero yo no puedo ir contando los días que me restan porque esta condena, aunque no sea de cadena perpetua, es indefinidamente prorrogable.

Miércoles, 30 de septiembre
QUIJOTE DE LA RAZÓN

No soporto a quien en un debate sobre cualquier tema pierde los papeles en cuando se nota falto de argumentos, pero últimamente quien suele perderlos soy yo. Y no precisamente por falta de argumentos, sino por exceso. Me ha ocurrido esta tarde en el Vetusta y vuelvo a casa enfadado conmigo mismo. Soy un Quijote de la razón, creo que con ella en la mano se puede convencer a cualquiera. “¡Siempre quieres tener razón!”, me reprochan mis amigos. “Pues claro –les respondo—y cuando echo una partida con alguien al ajedrez siempre quiero ganar. Lo que no hago nunca son trampas, ni al debatir ni al jugar. Si me dan jaque mate, en la discusión o en la partida, no tiro el tablero ni pongo en cuestión las reglas del juego. Me fastidia, por supuesto, pero me aguanto. A fin de cuentas, el arte de perder se aprende pronto, como recuerda Elisabeth Bishop en un poema. No acabo de acostumbrarme a esas personas que, cuando no encuentran argumentos, se salen por peteneras y se empeñan en seguir en sus trece. Y eso que, desde que lo leí por primera vez a los catorce años (en el paraíso que fue para mi adolescencia la biblioteca Bances Candamo), tengo muy clara la distinción de Ortega entre ideas y creencias. Las ideas se tienen y se puede debatir sobre ellas y se pueden precisar y se pueden desechar cuando nos damos cuenta de que son erróneas. En las creencias se está, son el suelo bajo nuestros pies. Si se tambalean, es como si sobreviniera un terremoto. Yo puedo debatir racionalmente sobre religión, sobre Cataluña, sobre la monarquía, sobre la pandemia y sobre la tontemia que ha traído consigo. Otras personas también y es un placer charlar con ellas, aunque sus ideas sobre la cuestión sean radicalmente distintas de las mías. Pero para muchos se trata de creencias que resulta sacrílego poner en cuestión. Con estos últimos, mejor no perder el tiempo. O una vez, y no más. Tengo una lista con todos aquellos con los que no puedo tratar determinados temas. Pero a veces me olvido de ella. “¿Cómo una persona tan inteligente puede no darse cuenta de que una unidad impuesta es siempre peor que una separación amistosa?”, me pregunto. Y trato de razonar y acabo perdiendo los papeles ante la estolidez ajena. Y vuelvo a salir de la batalla dialéctica apaleado y maltrecho, como don Quijote.

Jueves, 1 de octubre
AÚN NO

“¿Es que no puede alguien pensar de distinta manera que tú y no estar equivocado?”, me pregunta un amigo. “Puede, pero esa discrepancia dura poco tiempo, porque en cuanto me doy cuenta de que tiene razón cambio y pienso como él?”. “¿Y ya has cambiado de opinión sobre tu admirado Felipe VI?”, “Todavía no, le tengo una cierta simpatía, le agradezco que haya sacado de casa la basura que nadie se atrevía a sacar, pero la verdad es que estoy a punto de cambiar de opinión”.

Viernes, 2 de octubre
SIN COMENTARIOS

“Y de Cataluña, ¿qué?”, me pregunta otro amigo. “Hace tiempo que no nos das las tabarra con el tema”. “No me gusta hablar por hablar. Si yo tuviera poder, convocaría de inmediato un referéndum para que los catalanes pudieran expresar alto y claro lo que los políticos y los medios de comunicación españoles nos repiten una y otra vez: que la inmensa mayoría quiere seguir siendo española. Así se acabaría el problema”.    


Después y todavía: La mejor solución

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Sábado, 3 de octubre
POR QUÉ SOY UN FRACASADO

 De vez en cuando sale el sol, pero en cuanto uno se confía vuelven la lluvia y las frías ráfagas de viento. Paseo por Avilés y a la memoria me vienen los versos de Borges: “la ciudad ahora es cómo un plano / de mis humillaciones y fracasos”. Habitualmente me acompañan familiares fantasmas, pero hoy han querido dejarme solo. Mientras camino bajo los soportales de Rivero, me entretengo pensando en mi fracaso mayor, ese que nunca le he contado ni le contaré a nadie, ese que más me avergonzaría revelar.

            No es un fracaso amoroso, de esos he tenido muchos y siempre he acabado sacándoles buen partido literario; soy de los que piensan que lo mejor que puede ocurrir en el amor es que acabe pronto, o sea bien. Me paso la vida quejándome de estar solo y nada me aterra más que la posibilidad de dejar de estarlo.

            Tampoco es un fracaso literario. En literatura, no soy precisamente un triunfador, pero estoy muy a gusto con el poco éxito que tengo. No escribo para guardar las cosas en un cajón, sino para que me lean y tengo la suerte de publicar todo lo que escribo. Los lectores no son multitud, ciertamente, pero eso afecta a los derechos de autor, que no nunca he tenido en cuenta. Insisto mucho en la gloria póstuma, pero solo es una manera elegante de decir que el mínimo éxito que tengo me basta y sobra, que no echo de menos homenajes ni limosnas institucionales, que el no haber obtenido ningún premio, el no haberse visto obligado por necesidad o vanidad a solicitar ninguno, lo considero el mayor premio.

            ¿Y por qué me considero entonces un fracasado? Suelo aludir a ello en broma, que es como yo suelo decir las cosas serias para decirlas sin decirlas del todo. He repetido más de una vez que no me he dedicado a la política porque el único cargo político que podría ejercer con algunas garantías de éxito, es el de dictador, y para ese puesto hay pocas vacantes. La verdad es que me gusta mandar, pero que nunca he tenido ocasión de darme ese gusto. Admiro a Pedro el Grande, al gran Ataturk, creo que habría sido un buen monarca en la época del despotismo ilustrado.

            Y si no puedo mandar me gustaría influir en los que mandan, que mis opiniones fueran tenidas en cuenta. Si yo le contara estas cosas a algún amigo, a Abelardo Linares, por ejemplo (nunca lo haré), me imagino cómo me tomaría el pelo.

            ----Claro, a ti lo que te gustaría, no es ya que Brines o Miguel d’Ors te pidieran siempre consejo antes de publicar, que también, sino que de pronto sonara tu teléfono y un tal Felipe te dijera que tiene un problema con Cataluña, que está preparando un discurso sobre el tema, pero que antes de leerlo en televisión quiere que le digas qué te parece.

            -----Exacto, y yo le habría sugerido tres o cuatro matizaciones y se habría evitado muchos de los problemas que ahora tiene. Y si otro político, de cuyo nombre no quiero acordarme, me llamara para preguntarme si lo está haciendo bien le diría: “No presumas tanto, y por favor no amenaces, no repitas una y otra vez a los sufridos ciudadanos –a los que te han votado y a los que no-- que como no se porten bien no te temblará el pulso a la hora del volver a encerrarlos”.

            Vuelve a salir el sol y yo vuelvo a Oviedo con una sonrisa. Si he podido soportar tan bien los fracasos amorosos y el fracaso literario, ¿cómo no voy a soportar mi fracaso como consejero áulico? Por lo menos he sido capaz de disimular y nadie se ha dado cuenta de que lo que a mí me gustaría es que las decisiones importantes, en Asturias, en España y quizá en el mundo (aunque esto ya sería pasarse un poco), se me consultaran previamente.

Domingo, 4 de octubre
ISLAS DE FELICIDAD
 

“He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer: no he sido feliz”. Lo versos de Borges siguen dándome vueltas en la cabeza. Yo, como todo el mundo, no he sido feliz en muchas ocasiones, pero siempre he tenido buen cuidado de que no fuera por culpa mía. Cada mañana me levanto en el propósito de ser feliz al menos durante media hora. Y raro es el día que no lo consigo. Bien es verdad que a mí, como a la mayoría de los niños, me distrae cualquier cosa. Los domingos, la recuperada costumbre del mercadillo de libros viejos y la lectura del periódico en el café habitual. Cierto que para volver a disfrutar con los periódicos impresos (mi placer matinal durante tantos años) he tenido que volver a aprender a leerlos, recordando cómo lo hacía en tiempos de Franco. Entonces me saltaba aquello que todos tenían en común –editoriales, inauguración de pantanos y cosas así-- para detenerme en lo que no estaba manchado por la ideología. Ahora dejo de lado todo lo que tiene que ver con la diaria dosis de miedina necesaria para tener controlado al rebaño --aunque a veces resulte difícil, parece impregnarlo todo--, y soy feliz, al menos durante media hora, con los lirismos de Xuan Bello y de Manuel Vicent, con la crónica internacional, con el rescate de alguna olvidada pintora o escritora, con el diario capítulo de esa novela interminable que es la historia del mundo.

           

Lunes, 5 de octubre
PEQUEÑAS VANIDADES SIN IMPORTANCIA

El nombre de uno, no creo que sea solo mi caso, siempre parece estar escrito en caracteres luminosos: siempre es lo primero que nos encontramos al hojear un libro o una revista. Claro que todavía brilla más cuando no está citado dónde creíamos que debería estar. Paso por Cervantes, abro un libro de conversaciones con José Carlos LLop y le escucho hablar de diarios: “En los años ochenta, Senosiáin, Puig y Sánchez-Ostiz dieron el pistoletazo de salida. O al menos los que ya escribíamos diarios decidimos publicarlos tras aparecer los suyos. Y en el 1990 aparece –por este orden, creo-- el mío, el de Trapiello, el de García Martín y el de Juan Manuel Bonet”. ¡Qué memoria la de Llop! Es capaz de recordar incluso en qué mes aparecieron unos libros publicados hace treinta y su subrayar que el suyo, La estación inmóvil, fue el primero. Pero se equivoca: el mío, Días de 1989, apareció precisamente en 1989. No es que se lo reproche. Esas pequeñas vanidades son las que humanizan a un escritor. Antes ha indicado que su novela El informe Stein es mejor que otra novela que también trata de la educación jesuítica: AMDG, de Ramón Pérez de Ayala. Hombre, Llop, esas cosas se piensan, pero no se dicen.

Martes, 6 de octubre
TRUMP Y PALOMITAS
 

----¿Has visto la última canallada de Donald Trump, ese impresentable? Resulta que se contagia de la Covid porque todavía hay justicia divina, y buenas oraciones que se hicieron para ello, y bien que lo celebraba en alguna entrevista otro presidente tuitero, y cuando todos los que nos preocupamos por la salud y estamos hartos de irresponsables que salgan a pasear por el monte sin mascarilla, como si no existieran aerosoles, esa gotículas que expulsamos al respiras y que viajan por el aire y que son capaces de alcanzarte aunque estés en la cumbre el Naranjo de Bulnes, cuanto todos, ya digo, estábamos exultantes, pues resulta que va y se cura y a los dos días ya está trabajando en la Casa Blanca. ¿Es que no se ha dado cuenta que un presidente de Estados Unidos debe, ante todo, dar ejemplo y hacerles comprender a los ciudadanos que más vale morirse con arreglo a las leyes de la medicina que vivir con vilipendio de ellas? ¡Pero qué se va a esperar de ese payaso, como le llamó Biden! Ahora la gente va a pensar que una enfermedad que no notan siquiera la mayoría de los que la padecen, que otros apenas si tienen síntomas leves y que solo es grave e incluso mortal para unos pocos perfectamente identificables por edad o patologías previas, que una enfermedad así no debería haberse tomado como pretexto para parar el mundo. ¡Y todavía habrá quien le vote! Es que hay gente que parece que piensa con los pies, Martín.

            ----Ni siquiera le asusta el nuevo descubrimiento de los aerosoles, esa amenaza invisible que te acecha en cualquier parte, esas gotículas malignas que parece que saben dónde y a quién atacar. Este domingo fui al cine, como de costumbre. Vi Rifkin’ Festival de Woody Allen, Lo pasé bien, entre otras cosas porque el protagonista me recordó mucho a mi amigo Víctor Botas.  Yo fui su confidente de más de uno de sus platónicos amoríos al estilo de los del feo Wallace Shawn por la guapa Elena Anaya. Pero qué triste tener que ver al bueno de Woody Allen, a su edad, teniendo que hacer publicidad turística de San Sebastián para que le financien la película. Pero no quería hablar de eso, sino de los consejos sobre seguridad que proyectan al comienzo. Este domingo había uno nuevo que recordaba a los espectadores que, después de terminar las palomitas, no deben olvidar ponerse la mascarilla. Y yo pensé: qué listos son estos aerosoles con los que nos atemorizan últimamente. Ven a un señor o señora con la boca abierta, masticando y salivando, y dicen a ese no, que está comiendo palomitas. Ven a otro con la boca cerrada, tan tranquilo, atento a la película, separado de los demás, y dicen: “Atención, gotículas, al ataque, que ahí tenemos un insolidario”. Y se apresuran a meterse por su nariz y ojos”.

            ----No te burles, que esto es muy serio.

----Si no me burlo, si esto es muy serio. O bien el riesgo de los aerosoles es un cuento (lo es, salvo en lugares cerrados, con mala ventilación y gente hacinada) o bien las autoridades sanitarias ponen en riesgo la salud de los espectadores por el importe de un cucurucho de palomitas.

Miércoles, 7 de octubre
ENSAYO Y ERROR
 

Me temo que los animales racionales –acabo de comprobarlo una vez más-- no son los mejores animales de compañía.

 

Jueves, 8 de octubre
OTRO RECUENTO
 

Me gusta hacer recuentos. A veces me entretengo contando a la gente que me quiere y otras veces a la que me detesta. Los primeros no son muchos, pero me sorprende comprobar que los segundos son todavía menos: solo ocho. Bueno, seguro que hay más, pero yo no los conozco. De esos ocho, a cinco que yo sepa les he dado motivo para no quererme demasiado bien: no he sido capaz de disimular que no creo que tengan ningún talento como escritor.

            Hoy me ha dado por pensar en la gente que quiero, en la que lamentaría dejar de ver si me largo de España (últimamente lo estoy considerando) y son exactamente treinta y siete. Puede parecer poco, pero no está mal para un solitario como yo.

            ¿Y cuánta gente me alegraría de no volver a ver? Pues no sé, los que me caen mal ya no los veo, o muy de tarde en tarde y de lejos. Es una suerte que para mí el amor no suela convertirse en odio sino en indiferencia o incluso en amistad. De no ser así, con lo enamoradizo que yo soy (y lo poco que me duran los amores eternos) acabaría odiando a media humanidad.

Viernes, 9 de octubre
OBSESIÓN

A veces, la mejor solución para un problema es dejarse de obsesionar con el problema.

 

Después y todavía: Malos tiempos para la inteligencia

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Sábado, 10 de octubre
VIDA SEXUAL SANA
 

Como cada mañana, después de escribir durante más o menos una hora (eso es siempre lo primero que hago), abro el correo. De inmediato me llama la atención uno que lleva el siguiente asunto: “Tu dispositivo fue hackeado por hackers. ¡Lee el manual ahora!”. Me imagino que será publicidad de algún antivirus, pero no. Es de un hacker que me escribe para chantajearme. Y nunca vi un chantajista tan bien educado. Empieza con un “Hola” y termina con un “¡Mis mejores deseos!” entre exclamaciones. Me da dos días de plazo para transferir mil dólares a su cartera de bitcoin. Y muy amablemente me explica que si no sé cómo hacerlo escriba en Google “comprar bitcoin”. ¿Y qué me ocurrirá si no efectúo el pago? Pues que mandará por correo a todos mis contactos un vídeo que ha grabado en el que se muestra cómo “me satisfago a mí mismo” en el lado izquierdo de la pantalla y en el derecho el vídeo que estaba viendo.

            ¿Pero en qué mundo vive este educado y didáctico hacker? ¿No sabe que las autoridades sanitarias españolas proponen ese método como el único seguro para que el rebaño satisfaga sus necesidades eróticas? ¿Que la vida sexual sana, si no tienes pareja estable con la que convivas, según los mayorales que nos apalean y mal gobiernan ha de reducirse por imperativo legal a la masturbación?  Sonrío y me imagino ese vídeo porno-cochambroso –que no existe, que no puede existir: yo no utilizo el ordenador para tales menesteres-- llegando a todos mis contactos. A lo mejor piensan que es un corto de vanguardia y acaban galardonándolo en algún festival o me dan el premio Reina Sofía, como a Raúl Zurita, porque lo consideran una atrevida acción transpoética.

            Yo me río, pero como ese correo llegará a miles de destinatarios seguro que asusta a algún pobre hombre, de esos que ahora se ven obligados a utilizar Internet y nunca se vieron en otra, y hasta es posible que acabe pagando, si es que se aclara con el embrollo ese de los bitcoin. En fin, que aunque sea colectivo y me llegue azarosamente ya puedo presumir de haber sido víctima de un chantaje sexual. Y hacerme la ilusión de que tengo vida sexual.

Domingo, 11 de octubre
NO ME GUSTA PRESUMIR
 

“Voy contra mi interés al confesarlo”. Me paso la vida repitiendo ese verso de Bécquer porque no hago otra cosa que decir lo que me sería mejor callar. Pero ya se sabe, o por lo menos mis amigos lo saben bien, que soy un bocazas incapaz de guardar un secreto.

            No debería decir que para mí el trabajo intelectual no es propiamente trabajo. Y sé de sobra que es un trabajo como otro cualquiera, que debe ser remunerado adecuadamente. Pero no puedo evitar que yo solo considere trabajo al de los camareros, cajeros de supermercado, limpiadoras, albañiles, oficinistas que tienen que estar horas y horas pegados a una silla y a una pantalla. El trabajo creativo no es trabajo: escribir poemas, enseñar literatura, comentar novedades literarias en el periódico, dirigir una revista, revisar un clásico para una nueva edición, no puedo considerarlo trabajo, aunque a veces cobre por ello. Para mí no es trabajo aquello que haría igual, y dedicándole el mismo tiempo y esfuerzo, si no tuviera necesidad de ganarme la vida. Una beca –dinero público, del que se descuenta del sueldo de los verdaderos trabajadores-- para escribir un libro de poemas es algo que yo nunca aceptaría, no me parecería del todo decente. Pero hablo por mí, no quiero aplicar esta norma a los demás. Supongo que eso se debe a que de niño pude comprobar en mi familia cuál era el verdadero trabajo. Pero yo procuro no referirme a mis humildes orígenes. No me gusta presumir.

Lunes, 12 de octubre
OTRO VÍDEO

Me pregunta un amigo si he visto un vídeo que circula por ahí y en el que “destacadas personalidades de la vida española” gritan enfervorizadas “¡Viva el rey!”. No lo he visto, ni pienso verlo, pero como soy un poco morboso le pregunto qué poetas aparecen. “No muchos”, me responde. “Están los esperables: Luis Alberto de Cuenca, Andrés Trapiello. También tu admirado Enrique García-Máiquez y José Cereijo con cara de susto”. Sonrío. ¡El bueno de Cereijo! Un poeta que admiro desde hace ya treinta años, un amigo que quiero y una mente cuyo peculiar funcionamiento –los lectores de este blog tienen perseverante constancia de ello-- nunca deja de sorprenderme!

            La derecha española hace tiempo que se apoderó de la bandera rojigualda. La han convertido en un motivo de amenaza para buena parte de los españoles. Yo estoy en una terraza charlando con un amigo de esto y de aquello y, si de pronto veo que al lado se sienta alguien con la banderita en la mascarilla y en la esfera del reloj, bajo la voz y cuido mucho lo que me digo. Ya he tenido algún mal encontronazo: cerca de mi casa hay una residencia de militares jubilados --vivo junto al antiguo cuartel del Milán-- y en las cafeterías de mi calle hay que andarse con tiento. Ahora pretenden quedarse con el rey y él me da la impresión de que se deja querer. No le arriendo la ganancia, para decirlo con una expresión añeja.

Martes, 13 de octubre
LOS QUE VIVIMOS SOLOS

Los que vivimos solos, aparte de cada mañana en el espejo del cuarto de baño, ya únicamente podemos contemplar un rostro humano, y agradecer una sonrisa con otra sonrisa, en las cafeterías. ¿Por cuánto tiempo?

Miércoles, 14 de octubre
CAGADITAS DE MOSCA
 

He contado muchas veces que el primer libro que compré con mi dinero, juntando peseta a peseta, fue uno de la colección Austral, las Poesías completas de Antonio Machado, que todavía conservo. Envío hoy al editor la antología del poeta que he preparado estos días y siento que al hacerlo pago una deuda de gratitud. Pocos poetas me han acompañado tanto. Para preparar mi selección he leído, o releído, las principales ediciones del poeta, por lo general bastante mejorables, comenzando por las suyas propias. No me parece que fuera afortunada la decisión de incluir en las Poesía completas los últimos poemas, los del “Cancionero apócrifo”, acompañados de las reflexiones en prosa con que aparecieron en Revista de Occidente. Deberían haber aparecido esos textos en un volumen independiente y los poemas incorporados sin ellas a su poesía completa.

            Mi venerada edición de la Austral compruebo ahora que es un desastre. No respetó la edición de 1936, la última preparada por Machado, y fue incorporando poemas que él dejó fuera donde le vino bien. Y además se añadieron notas, y qué notas. Un ejemplo: “Algo importa” dice uno de los versos del poema “Meditaciones rurales” y a pie de página se nos indica que, en la primera edición se leía “mucho importa”. ¿Y para eso nos ha interrumpido usted la lectura, señor editor? Un editor, por cierto, que no sabemos quién es. En otra nota reproduce uno de los “Proverbios y cantares” que Machado publicó en la primera edición y del que luego, con muy buen criterio, eliminó: “En esta España de los pantalones / lleva la voz el macho; / mas si un negocio importa / lo resuelven las faldas a escobazos”.

            No son mejores buena parte de las ediciones universitarias, esas ediciones que llaman “críticas” o “científicas” (y que suelen estar financiadas con dinero público y servir para la promoción profesional de sus autores). En 1988, después de incontables ediciones, Manuel Alvar trató de poner un poco de orden en la más popular de las ediciones de Machado: llevó al final, con otra numeración, todos los poemas o borradores de poemas que quiso dejar fuera o que escribió después de 1936. Pero mantuvo todas esas notas sobre variantes desechadas, que son como cagaditas de mosca, y añadió otras que dificultan igualmente la lectura de los poemas. Tengo la sospecha de que buena parte de los profesionales de los estudios literarios, o de la enseñanza de la literatura, carecen de competencia literaria, ignoran cómo se lee un poema.

Jueves, 15 de octubre
LO QUE CREO QUE VALGO
 

Si he de hacer caso de mi experiencia, un escritor suele valer la mitad de lo que cree que vale y el doble de lo que sus amigos más cercanos piensan que vale. Claro que yo soy tan vanidoso que con valer la cuarta parte de lo que creo que valgo ya me conformaría.

Viernes, 16 de octubre
¿VIVA EL REY?

Siempre el buen tiempo –hoy luce un espléndido sol de otoño—acompañó a la entrega de los premios Príncipe, o Princesa, de Asturias, como si Graciano García, que plantó la semilla y la hizo crecer, tuviera poderes meteorológicos. Pero este año no alegrarán las calles de Oviedo las gaitas ni desfilarán las señoras con sus modelitos hacia el Campoamor. Será un día triste y yo, tan poco amigo de pompas y vanidades, tan cada día más republicano, lo siento especialmente por tres personas que admiro y aprecio: el entusiasta Graciano, que pone un toque de poesía en cuando hace; Teresa Sanjurjo, toda cordialidad e inteligencia, y también y a pesar de todo Felipe VI, siempre bienintencionado y esforzado, a quien le toca pagar culpas que no son del todo suyas.

Después y todavía: Sin miedo ni esperanza

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Sábado, 17 de octubre
INSTANTES FELICES


Hago colección de muchas cosas, como es bien sabido, pero mi colección favorita sigue siendo la de instantes felices. Y no pasa días sin que añada una nueva pieza, aunque sea solo una deliciosa miniatura. Antes de dormirme, repaso las últimas adquisiciones.
            Cuando con Cristian y Martín, me adentro en el castañar que hay junto a la urbanización Costa Verde, a dos pasos de casa, y enseguida desaparece el entorno urbano y en la orilla del riachuelo que lo atraviesa, me parece estar en medio de una selva inexplorada.
             Cuando tomo el café matinal en Noor, en un barrio al lado del mío, pero donde soy un perfecto desconocido, mientras hojeo los libros nuestros de cada día y me siento en el centro del mundo.
               Cuando regreso a casa atravesando el parque de San Julián, y en lugar de hacerlo por el camino, piso la hierba y me acerco a la hilera de abedules, respirando libremente y aunando la obligación de cuidar mi salud con la transgresión de la arbitraria imposición: doble felicidad.
                Cuando me siento ante el ordenador, nada más levantarme, y en lugar de escribir la reseña que tengo que enviar al periódico escribo un poema, como quien hace novillos.
                 Cuando antes de irme a la cama, tras atravesar sin daño el campo de minas de un nuevo día, busco en el televisor la cadena Viajar y me subo a un tren que atraviesa Australia o contemplo Alemania desde el aire o vuelvo a las calles y a los cafés de Estambul.

Domingo, 18 de octubre
UN BUEN AMIGO
 


Mientras veía Corpus Christi, la impactante película polaca de Jan Komasa, me he acordado de mi amigo José Manuel Feito, a quien tanto echo de menos todos los sábados. Discutíamos de teología --a mí me gusta discutir de todo-- como quien juega una partida de ajedrez. A veces, cuando estaba a punto de darle el jaque mate, con un inesperado quiebro dialéctico me lo daba él a mí. Cuánto le habría gustado esta película en la que un pobre impostor, escapado de un reformatorio, bebedor, follador, drogadicto, acaba representando mejor a Cristo que todos los funcionarios de la iglesia oficial. “¿Qué importa que no creas en Dios si crees en Jesús?”, me dijo una vez. “Hombre, creer, creer, pero no te queda duda de que siempre le he considerado un buen amigo y un maestro, como Sócrates o Montaigne”. O como José Manuel Feito, añado ahora.


Lunes, 19 de octubre
INSUMISOS


Hojeo 17 segundos, el reciente libro de poemas de Kirmen Uribe, un escritor vasco que se hizo famoso por ganar el Premio Nacional de Narrativa con su primera novela (nada que ver, ni de lejos, con el genial Bernardo Atxaga), y me sorprenden, como un inesperado puñetazo, sus “Haikus de la cárcel”.
            “¿Un escritor vasco que estuvo en la cárcel?”, nos preguntamos sin extrañarnos demasiado. “Seguro que es un terrorista o un amigo de terroristas o un independentista o alguien que pasaba por allí en el momento más inadecuado”.
            Pues no, Kirmen Uribe estuvo en la cárcel, como otros muchos jóvenes, y entre 1995 y 1996, en la democrática España socialista de Felipe González, por negarse a hacer el servicio militar. Hoy nos parece que eso es como encarcelar a alguien por no querer ser policía o bombero.
            Conviene recordar cómo fue el final de una barbarie que entonces a mucha gente les parecía normal. Resulta que en 1996 ganó las elecciones José María Aznar. Como no tenía mayoría absoluta, para formar gobierno necesitaba los votos del partido de Jordi Pujol. Este puso como condición para pactar la desaparición del servicio militar obligatorio, algo que llevaba en su programa. Y de un plumazo desapareció esa condena feudal sobre los jóvenes españoles conocida familiarmente como “mili”. Felipe González lo tenía como un objetivo a medio o largo plazo: lo primero no era la dignidad de los españoles, sino garantizar la defensa de la patria.
            Kirmen Uribe estuvo en la cárcel de Basauri. Leo sus haikus y recuerdo cosas que recordar no quiero: “Por la mirilla / me susurran los presos: / ¿de dónde eres?”, “Sin faltar nunca, / cada tarde correo: / carta de madre”, “Entre barrotes, / nadie se hace mejor. / No es el propósito”, “Da puñetazos / a la puerta metálica. / Un preso ha muerto”, “Cruzan el patio / los presos caminando. / Como un ciempiés”, “Contra la tapia, / sol en la cara. Paz / por un momento”.

Martes, 20 de octubre
DESMENTIDOS


Puedo desmentir y desmiento que el presidente del Principado tenga intención de protagonizar un programa diario en la televisión autonómica con el título de “Os vais a enterar”. Con meter miedo un día a la semana, parece que ya tiene bastante.
            Puedo desmentir y desmiento que se vaya a obligar a las parejas que conviven a dormir en distinta habitación. Podrán seguir utilizando el mismo dormitorio, pero eso sí en distintas camas y con la mascarilla puesta.
            Puedo desmentir y desmiento que el presidente del Principado quiera encerrarnos a todos en nuestras casas y esta vez no dejarnos salir ni para pasear al perro. Es una decisión que aún no tiene tomada, depende de cómo evolucionen la estadísticas.

Miércoles, 21 de octubre
LOS PORCHES


Está semana han vuelto a abrir Los Porches, mi despacho y biblioteca en Las Salesas desde 1982 --año en que se inauguró el centro comercial-- hasta que un mal viento, ayudado por políticos pirómanos, lo desbarató todo. Los camareros son los mismos y cuando yo recupero mi sitio en la gran mesa redonda y oigo decir “¿lo de siempre?”, al aroma del café se añade el de la felicidad.

Jueves, 22 de octubre
POR QUÉ ESTO VA A DURAR AÑOS
 


¿Qué político puede resistirse a la tentación de ser como King Jong-un o Fidel Castro? ¿Quién, por muy democrático que parezca, puede resistirse al placer de aplicar cualquier medida que crea conveniente o que se le antoje sin tener que dar cuentas a nadie, con la ley, sin la ley o contra ella? Y que las víctimas –hipnotizadas por la propaganda, estupidizadas por el miedo-- aplaudan fervorosas e incluso griten: “Más duro, más duro: Cierra nuestros negocios, desbarata nuestros centros de salud, maltrátanos más, todavía más”.
            ¿Cómo van a querer los líderes políticos, aunque finjan lo contrario, que desaparezca una pandemia que les da un poder absoluto y convierte a los ciudadanos en rehenes con síndrome de Estocolmo?



Viernes, 23 de octubre
SI YO FUERA PRESIDENTE
 


Si yo fuera presidente de Francia o de Estados Unidos, si yo tuviera algún poder político, el mensaje que transmitiría sería el siguiente: “Tranquilos, ciudadanos, esta enfermedad que aterra al mundo es muy contagiosa, pero muy poco letal. No os dejéis engañar por las cifras: hay más muertos cada año por hambre, por cáncer, por accidentes laborales, solo que no asustan porque los periódicos no nos los recuerdan día a día. Hemos tenido suerte con esta peste, tan poco parecida a las del medievo: la mayoría de los que la padecen o no lo notan o tienen síntomas muy leves. ¿De qué enfermedad puede decirse otro tanto? Sabemos quiénes están en riesgo al contagiarse: personas deterioradas por la edad o por otras enfermedades. Las protegeremos especialmente y con nuestros reforzados medios sanitarios –que no dejarán de atender a todos los enfermos con la atención de siempre, que no se centrarán solo en la pandemia-- podéis estar seguro que se hará todo lo posible y lo imposible por salvarlas. Los demás, queridos conciudadanos, continuad con vuestras vidas, no os encerréis en casa, pero evitad las aglomeraciones, y usad las mascarillas adecuadas (y adecuadamente) solo cuando son necesarias, cuando no lo son, perjudican vuestra salud y las relaciones sociales”.

Después y todavía: No me resigno

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Sábado, 24 de octubre
TRES DESEOS
 


Revisando viejos papeles que había guardado no se sabe bien por qué para qué, me encuentro con un cuaderno con casi todas las hojas en blanco. “Cosas que me gustaría hacer antes de morir” se titula una de las escasas anotaciones, sin fecha. Son tres las cosas que por entonces, finales de los setenta me imagino, no me gustaría morir sin haber hecho. La primera es dar la vuelta al mundo. Ni la he dado ni me apetecería nada darla. Los años le vuelven a uno más cómodo y menos fantasioso a lo Julio Verne. Ahora me conformaría con poder pasar de vez en cuando un fin de semana en París o Palermo, en Londres o Lisboa, y dos semanas al año en Nueva York. Lo segundo es dirigir una gran editorial. Escribí eso: una gran editorial, no una editorial a secas. Supongo que por aquellas fechas me imaginaba alguna como Seix Barral, no como Planeta (ahora son la misma cosa). También en este aspecto me he vuelto más comodón: me gusta escribir libros, comentar libros, editar libros (en el sentido anglosajón), pero no me interesa nada que tenga que ver con el mercado del libro; esos dolores de cabeza se los dejo para otros más sacrificados, como Abelardo Linares o mis amigos de Impronta. La tercera cosa que yo no quisiera morir sin haber hecho era tener un hijo. Quizá entonces bromeara, pero ahora me lo estoy pensando. Todavía estoy a tiempo. Un hijo o una hija, claro. Habría cumplido treinta años, o estaría a punto de cumplirlos, cuando se celebrara mi centenario, podría hacer en esos fastos un buen papel.
            Lo del centenario sí que es una broma, lo del hijo no. Yo creo que habría sido, y todavía podría ser, un buen padre soltero.

Domingo, 25 de octubre
OTRO DESEO
 

Cambiar de ciudad, cambiar de país, pero sin cambiar de casa.

Lunes, 26 de octubre
ELOGIO DE LA WIKIPEDIA
 


“La capa española, habitual en él, no le impidió fundar en 1933 la Asociación de Amigos de la Unión Soviética con, entre otros, don Jacinto Benavente, Lorca, Díaz Fernández, Arderíus y Ricardo Baroja (no don Pío, como viene en la Wikipedia)”, leo en un libro sobre Madrid a propósito de Pedro de Répide.
            Señalar los errores de Wikipedia se ha convertido ya casi en un género literario. ¿Cuántos artículos habrán dedicado ilustres colaboradores periodísticos –de Marías a Millás-- a reírse de esos errores? Pero son errores, y no más que los de cualquier enciclopedia, que pueden corregirse al instante: basta pulsar la tecla de editar y seguir las instrucciones.
            No se puede decir lo mismo de los que aparecen en el elegante volumen –ejemplo de buen hacer tipográfico, y que merece un comentario detenido al margen de estas minucias--  en que se señala el error de hablar de Pío cuando se debía hablar de Ricardo Baroja. A don Juan Prim se le llama “el general bonito”, apelativo que páginas antes se ha aplicado –en este caso correctamente-- al general Serrano. De Larra se dice que tuvo una hija (“inventora del primer timo piramidal”) y un hijo “también escritor”, olvidándose de la otra hija, Adela, que fue amante de Amadeo de Saboya y aparece en los Episodios Nacionales. A Bécquer se le hace morir unos meses antes que su hermano Valeriano (fue exactamente al revés). Se da por cierta la leyenda de que Cadalso desenterró el cadáver de su amante para darle un último abrazo (leyenda surgida a partir de sus Noches lúgubres) y se da como lugar del suceso la iglesia de San Sebastián, como si una actriz pudiera enterrarse en una iglesia. ¿Vale la pena seguir? A la primera república se le añade un año más de duración, 1873-1874, como indica la Wikipedia, aunque durante la dictadura de Serrano era tan república España como monarquía durante la de Franco.
            A diferencia de los errores de la Wikipedia, corregibles en cuando se detectan, los de este libro, como los muchos más que aparecen en la premiada biografía de Galdós que firma Yolanda Arencibia, perduran aunque se corrijan en otra edición, porque siempre quedarán ejemplares de la primera.
            Lo curioso es que si uno tiene la curiosidad de comprobar la lista de firmantes del Texto Fundacional de la Asociación de amigos de la Unión Soviética encontramos en ella no solo a Ricardo Baroja, pintor, sino también a Pío Baroja, novelista. O sea que no había tal error ajeno, sino unos cuantos errores propios.


Miércoles, 28 de octubre
DEBERÍA SER MÁS AMABLE


“No hay por qué mostrar desabrimiento; no es preciso decir que las cartas que se reciben , algunas cartas, son impertinentes”, leo en uno de esos descabalados libros últimos de Azorín a los que vuelvo de vez en cuando. “Cada cual tiene derecho a escribir a quien se le antoje; no se puede negar tal prerrogativa a ningún ciudadano. Y en su derecho está también el que recibe esas cartas a contestarlas o no contestarlas; pero no cabe esparcir a los cuatro vientos, que fastidian. Con recibirlas y no contestar, todo en silencio, discretamente, es como se cumple con humanidad y con delicadeza”.
            Ahora las cartas han sido en buena medida sustituidas por comentarios en Internet. Yo recibo bastantes, muchos de ellos anónimos, y me temo que no utilizo en la respuesta la “humanidad y delicadeza” que pedía Azorín. Tengo poca paciencia para las anónimas tonterías. Hago mal, lo sé. ¿A qué ofender? ¿A qué herir gratuitamente susceptibilidades? Si yo mismo defendía ayer a capa y espada a un político defenestrado por sus correligionarios y hoy me parece que juega a ser el ogro filantrópico, del que hablaba Octavio Paz, ayudado en su labor por los diecisiete enanitos autonómicos, ¿cómo no respetar a quien piensa hoy de manera distinta? ¿Cómo voy a negar a los demás el ejercicio de un derecho, el de equivocarse, del que yo he usado y abusado tanto? Claro que yo soy de los que llaman al pan pan y al memo memo sin por eso dejar de respetar al pan y al memo.
            En 1967 o 1968, Dámaso Alonso, a quien admiraba mucho, fue a dar una conferencia a Avilés. Al final, me acerqué a pedirle que me firmara su libro Poesía española. Ensayo de métodos y límites estilísticos, en el que yo había aprendido a leer de verdad la poesía clásica española (todavía recuerdo sus ejemplos: “Infame turba de nocturnas aves / gimiendo tristes y volando graves”). Me puso mala cara, estaría cansado (tenía por entonces la edad que yo tengo ahora) y me lo firmó, apresuradamente y sin mirar, con un garabato. Muchos años después publicó su último libro de poemas, Duda y afirmación sobre el ser supremo, una nadería –ya estaba enfermo-- que los reseñistas habituales de los suplementos de referencia pusieron por las nubes como si se tratara de un nuevo Hijos de la ira. Yo me ensañé un poco con aquellos malos versos. Ya publicado mi comentario, y algo arrepentido, me acordé de aquel mal gesto de Avilés y pensé que, sin darme cuenta, tantos años después, me estaba vengando.
            ¿Cuántos estarán deseando vengarse de alguna impertinencia mía? Debería hacer más caso a Azorín.

Jueves, 29 de octubre
NO CONVIENE ACOSTUMBRARSE
 

“El uso de la mascarilla afecta a nuestro rostro, ya que provoca falta de oxigenación, sudor y roces en las zonas de más presión. Además, si la prenda en cuestión tiene un acabado rugoso, facilita la aparición de acné, rojeces, sequedad e incluso dermatitis y descamación”.
            ¿Por fin los dermatólogos, y las autoridades sanitarias, nos advierten de los riesgos del uso excesivo de las mascarillas? En absoluto, siguen con su culposo desinterés por la salud de los ciudadanos. De ningún medicamento se puede autorizar la venta, sin la indicación de las contraindicaciones y los riesgos de aumentar la dosis. Esa norma ha dejado de tener efecto. Lo que importa es que no aumenten ciertas confusas estadísticas; para evitarlo, vale todo, incluso encerrar a los ciudadanos en una jaula.
            ----Algo de razón tienes, Martín: a mi mujer y a mi hija se les está llenando la cara de granos. ¿De has sacado esa información? En el centro de salud ni les dan cita por esa nimiedad. Como no tengas un infarto, te atienden en la calle y por teléfono. Y aún con infarto, no sé yo.
            ----De un anuncio de cosméticos adaptados a la nueva normalidad.
            -----Desengáñate, Martín, has perdido la partida. Estamos jodidos para mucho tiempo. Tendrás que acostumbrarte a la barbarie institucionalizada. A todo se acostumbre uno.
            ----Sí, pero hay cosas a las que no conviene acostumbrarse.

 

Viernes, 30 de octubre
DEL IMPOSIBLE REGRESO
 

En el paraíso, todas las puertas son de salida.

Sábado, 31 de octubre
LA DICTADURA PERFECTA
 


Para Octavio Paz, la dictadura perfecta era la del PRImexicano, un partido surgido de la Revolución que se había institucionalizado y controlada todos los resortes del poder y de la corrupción. Lo cuenta en su libro El ogro filantrópico, que yo recuerdo mucho estos días. Se equivocaba, por supuesto. Ninguna dictadura es perfecta, pero quizá la más perfecta de todas es la dictadura sanitaria que ahora comenzamos a disfrutar en nuestra querida España.
            ----¿España una dictadura? No te pases, Martín, que pareces de Vox.
            ----Bueno, ya se sabe que la verdad es la verdad, la diga Agamenón, que vota a Vox, o su porquero, que es de Podemos. ¿Cómo llamarías tú a un régimen en el que quienes gobiernan pueden cumplir impunemente la constitución y las leyes?
            ----¡No me volverás a venir ahora otra vez con el rey Juan Carlos!
            ----No, no, dejemos esa suciedad, que ha pringado a tantos, para otro momento. Vayamos a ejemplos más recientes. El sábado pasado no pude ir a Avilés porque me lo impidió una orden del presidente del Principado de Asturias. Pero resulta que limitar la movilidad de los ciudadanos, reconocida por la constitución (no vivimos en la Unión Soviética de Stalin), solo es posible si se declara previamente el estado de alarma, y este no se declaró hasta el domingo. O sea que Adrián Barbón incumplió una ley que no podía desconocer porque todos los periódicos hablaron de ella y hasta el propio presidente del gobierno afirmó que declaraba el estado de alarma para que las autonomías pudieran tomar determinadas medidas. Y a mí me parece que quien incumple la ley, y a sabiendas, y con tanta publicidad, es un delincuente que no merece el paliativo de presunto: su incumplimiento está recogido en el BOPA.
            ----Sería, en todo caso, el delincuente honrado del que habla Jovellanos; lo que hizo lo hizo por necesidad y para bien de todos.
            ----Di más bien el delincuente chapucero. A los ciudadanos de Oviedo, Gijón y Avilés nos encerró en nuestras localidades, con nocturnidad y alevosía, sin tomarse antes la molestia de fijar entre qué límites nos encerraba. El municipio, no –afirmó en un principio--, el casco urbano. ¿Pero dónde empieza y donde acaba el casco urbano de una ciudad? El sábado tuvieron que reunirse precipitadamente los alcaldes de las tres localidades para determinar dónde estaban los límites. El buen hombre que nos preside nos encerró sin saber exactamente en qué limites. El sábado pasado fue un día de traca. Un amigo de Gijón me llamó para contarme que el salía  todos los sábados a dar una vuelta en bicicleta y que, temeroso de las multas, no buscó las zonas verdes de costumbre y se acercó como todos al paseo de la playa, que estaba abarrotado. El buen hombre que nos preside considera que, para acabar con la propagación de la epidemia, lo mejor es impedir que los gijoneses paseen a solas por los alrededores y que se amonten en las calles. Así nos va.
            ----No te metas tanto con Barbón, Martín, que lo está pasando mal. Es un hipocondriaco de libro y está obsesionado con encerrarnos, y lo hará un día de estos (ya la gente comienza a acaparar papel higiénico como en marzo), no tanto para proteger nuestra salud, que también, sino la suya propia. El miedo le impide razonar adecuadamente, como a la mayoría de nosotros. Hay que ser comprensivos con él.

Después y todavía: El crimen fue en Oviedo

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Domingo, 1 de noviembre
UN AUDIO DE WHASTAPP


Fui al cine con el tomo de Obras escogidas de Jean Cocteau publicado por Aguilar con espléndido prólogo de Gil-Albert. No quería releer “La voz humana” antes de ver la adaptación de Almodóvar. Claro que ya la había leído, pero hace tiempo, y no la recordaba más que en líneas generales. La releo luego, sentado en el McDonald’s con un café, aprovechando que esta película dura poquito.
            No cabe duda de que Almodóvar sabe decorar, escoger y vestir a las actrices, encargar la música a un buen compositor y los títulos de crédito al mejor. Algo queda de la fuerza del texto de Cocteau en su adaptación, pero sus pegotes son un poco ridículos. ¡Ese hacha para partir por la mitad un traje, ese bidón de gasolina para incendiar un apartamento sin pensar en los vecinos! Y lo más divertido, ese perro que añora a su amo (el amante de la mujer) y que de pronto, en la última secuencia, se vuelve feminista como su dueña y se larga con ella a vivir una nueva vida después de tanta desesperación.
            Me divierte ver la diferencia entre los teléfonos de antes y de ahora. En la obra de Cocteau, hay continuas interferencias de otras conversaciones: una mujer que quiere hablar con su médico, otra que escucha la conversación y recrimina al amante. Son el elemento cómico, que desaparece como el cable que la mujer , mientras habla, se enreda premonitoriamente al cuello. Tilda Swinton utiliza unos elegantes auriculares inalámbricos que le permiten moverse a su aire por el decorado como si el teléfono, abandonado en una mesa, no existiese..
            Pero hay algo de inverosímil, ya en el texto de Cocteau: esa larga conversación que el amante desertor escucha estoicamente. Corre el riesgo de sentirse conmovido, como nos sentimos nosotros los espectadores a poco talento que tenga la actriz (y Tilda Swinton tiene mucho). De haber adaptado yo la obra, habría hecho que el hombre colgara de inmediato el teléfono y luego todo lo que viene fuera un audio de WhatsApp. Lo descubrimos porque, en las últimas imágenes, un hombre sentado de espaldas en un restaurante, frente a una hermosa joven, mira su teléfono y borra el audio sin escucharlo.
            La mujer ha hablado al vacío. Eso me parece más impactante que el bidón y el hacha. Pero quién soy yo para enmendarle la plana a Almodóvar.

 


Lunes, 2 de noviembre
SALVADOS POR LA CAMPANA


Cuando todos los asturianos no despedíamos ya de familiares y amigos, de parques y saludables paseos al aire libre, cuando nos resignábamos como mansos corderitos a ser encerrados de nuevo por el mayoral que nos tiene a su cargo, resulta que de pronto comienza a circular la noticia de que un mandamás superior se lo ha impedido. Puedo confirmar el rumor de que en muchas casas se brindó con champán, como cuando la muerte de Franco, pero estoy en condiciones de desmentir y desmiento que la siguiente transcripción de una conversación telefónica responda, palabra por palabra, a la realidad.
            ----Presidente, Presidente, que tu ministro no me deja encerrar a los asturianos, que dice no sé qué de la purga de Benito.
            ----Tranquilo, Adrianín, tranquilo, que aquí está como siempre papá Sánchez para echarte una mano. Habla despacito, para que te entienda, y dime qué te pasa.
            ----Pues lo que pasa, Presidente, es que a esta gente no hay manera de meterla en cintura. Como me están fastidiando las estadísticas, con lo bonitas que me habían quedado este verano, que éramos la envidia de España, voy a encerrarlos en casita un mes o dos o tres a ver si aprenden. Y va el ministro y me dice que si he creído que las medidas contra la Covid son la purga de Benito. ¿Qué es la purga de Benito, Presidente?
            ----Te lo voy a explicar, Adrianín, que tú eres muy joven para conocer estas expresiones viejunas. La purga de Benito era un laxante que se decía que hacía efecto ya antes de tomarse.
            ----¡Como mis tuiters! ¡Como mis ruedas de prensa! Que es hablar yo y se agota el papel higiénico en todos los supermercados. ¡Voy a llamar así a ese programa diario que estoy preparando “La purga de Benito”! Arrasaré en audiencia.
            ----No te pases, Adrianín, que la gente es muy mala y luego pone motes. Probablemente lo que quería decir mi ministro, es que si acabas de tomar unas medidas, como impedir que la gente salga de Oviedo, de Gijón, de Avilés y no sé cuántas medidas restrictivas más (creo que incluso has cerrado la ópera, aunque hasta los cantantes llevaban mascarilla y se hacían  pruebas de PCR hasta a las ratas que alguna vez aparecían en el sótano), pues entonces debes esperar un tiempo prudencial, al menos quince días, antes de tomar otras.
            ----Pero la curva sigue subiendo, Presidente. ¡Déjame que los encierre desde ya! Presi, por fa, déjame que los meta en cintura.
            ----Calma, chiquillo, calma. El próximo lunes volvemos a evaluar la situación y decidimos.
            ----¡Y hasta entonces tendré que soportar ver a la gente caminar tranquilamente por la calle, sentarse en un banco del parque, subir al Naranco a respirar aire puro! Me pone frenético cuando me asomo a las ventanas de la Presidencia y veo atravesar tranquilamente el Campo de San Francisco! ¡Irresponsables!, me dan ganas de gritarles. ¿Pero es que no leéis los periódicos? ¿Es que no veis los telediarios? La curva sube y vosotros tan tranquilos. Menos mal que los hospitales me hacen caso y centran todos sus esfuerzos en que baje la curva. Si la gente enferma, allá ellos, que son unos irresponsables, y se mueren que se mueran, pero no de la Covid, que me arruinan las estadísticas.
            ---Calma, Adrianín, calma. A ver si el próximo lunes estamos en situación de darte ese caramelito.
            ---Por fa, Presi, por fa, que me muero de ganas.

 


Martes, 3 de noviembre
SIN CANSARSE NUNCA
 


Detesto la despedidas, por eso procuro que hoy sea un día como los otros y no pensar en el mañana. Me levanto, escribo hasta las diez y luego atravesando el parque desierto me acerco hasta la cafetería Noor. Allí, en la mesa de costumbre, leo La rama verde, de Eloy Sánchez Rosillo. Me envió ya dedicado su primer libro, Maneras de estar solo, de 1978. Desde entonces me ha hecho llegar todos los suyos y yo los he ido comentando puntualmente. De vez en cuando, le ponía algún reparo, como hago siempre (si no, no sería yo), y es el único poeta, de los muchos que he tratado, que jamás se lo ha tomado a mal, que ha mantenido sin altas y sin bajas su amistad desde entonces. Yo leo cada nuevo libro suyo con algún recelo. Lleva insistiendo en los mismos temas y en la misma manera de hacer desde hace más de cuarenta años; pocos poetas menos amigos de novedades y de buscar nuevos caminos. Comienzo, ya digo, sin demasiadas expectativas, dispuesto a encontrarme con lo mismo de siempre. Y poco a poco me va ganando la emoción. En dos o tres momentos, he de dejar la lectura con los ojos llenos de lágrimas. Pero la impresión final es de serenidad y aceptación y asombro ante la maravilla del mundo, porque por mucho que nos robe el tiempo es más lo que de nuevo nos entrega cada día sin cansarse nunca.

 


Miércoles, 4 de noviembre
CERCANÍAS
 


Siempre creí yo que la naturaleza era una cosa un poco bárbara, lejos de la civilización, a la que había que acercarse en automóvil. Descubro ahora –no hay mal que por bien no venga-- que la Asturias rural está a dos pasos del centro de Oviedo. La cafetería Noor, como vende periódicos y pan, cierra solo a medias. Compro un café para llevar y lo voy bebiendo mientras salgo al campo (el primer sorbo lo doy, y con qué placer me quito la mascarilla, frente a un acechante vehículo de la policía nacional). La avenida de Torrelavega termina bruscamente en el campo. Sigo por un camino en cuesta y llego hasta una ermita que no había visto nunca dedicada a Santa Ana de Abuli. Hay un cruce de caminos: una flecha indica Cerdeño, otra Mercadín. En sentido contrario, están Nonín, Monterrey y San Cipriano de Pando. Salvo Cerdeño, nunca había oído ninguno de estos nombres, pero muy cerca, sobre los árboles, veo dibujarse el skyline de Oviedo. En un alto prado, pastan caballos; cerca del camino filosóficas vacas. Muy de tarde en tarde, me cruzo con un caminante. Se escucha el silencio.
            Si no puedo recorrer las callejuelas de Estambul, esas que todavía guardan un eco de Pierre Loti (qué digo las callejuelas de Estambul, ni siquiera puedo pisar el parque de Ferrera en Avilés), pues descubro Mercadín y Nonín y San Cipriano de Pando. El mundo es más hondo que extenso, como dijo Pessoa o le hice yo decir  yo en algún texto apócrifo, que ya no sé bien.



Jueves, 5 de noviembre
HISTORIA DE TERROR


Abelardo Linares me encarga la edición de Huellas de las Constituyentes, el único libro editado por Luis de Sirval. Quiere añadirle como apéndice el recurso de casación que Eduardo Ortega y Gasset interpuso contra la sentencia que condenó a su asesino a unos pocos meses de cárcel.
            Luis de Sirval era un periodista valenciano que vino a Asturias para informar de la Revolución de Octubre y de la represión posterior. Le dio tiempo a enviar dos crónicas. Iba a mandar la tercera cuando le detuvieron. Tras su asesinato, se la devolvieron a sus familiares con algunas páginas arrancadas. Sirval se alojaba en la Fonda de Flora, donde estaban también algunos huéspedes del Hotel Covadonga, incendiado por los revolucionarios. En la mesa comunal, intervino alguna vez para negar que ciertas atrocidades que se contaban de los mineros fueran ciertas: curas descuartizados y puestos en venta, hijos de guardias civiles con los ojos arrancados. El dudar de esas patrañas fue bastante para que uno de los contertulios le denunciara. Había cometido además otra imprudencia: en el café Peñalba dio a entender que unos legionarios le habían contado cómo habían muerto Aida La Fuente y otros revolucionarios en San Pedro de Los Arcos y que él lo referiría en su próxima crónica. Le detuvieron y cuando estaba en la comisaría de Oviedo, tres legionarios –Dimitri Ivanoff, Ramón Pando Caballero y Rafael Florit de Tagores-- fueron a buscarle sin orden judicial alguna, le sacaron al estrecho patio de la comisaria, le golpearon para que les dijera con qué legionarios había hablado y luego le acribillaron a tiros. A aquel patio daban varias ventanas de otros edificios, hubo testigos presenciales, pero ninguno fue aceptado en el juicio. Abelardo me envía también la sentencia contra la que se efectúa el recurso de casación. La firman los señores don Cayetano Álvarez Osorio, don Francisco García Ruiz y don José Fernández Ruiz. Queden aquí sus nombres para oprobio eterno. Su relato de los hechos es que el preso quiso huir, que los tres legionarios le siguieron, que uno de ellos –el búlgaro Dimitri Ivanoff-- disparó al aire para que se detuviera con el resultado imprevisto de que ocho balas impactaran en el cuerpo de Sirval –una en el corazón, otra en la frente, también es mala suerte-- y le causaran una muerte instantánea. Se le condenó por imprudencia temeraria (aunque con varios atenuantes) a seis meses y un día de cárcel. También al pago de quince mil pesetas a los herederos de la víctima, pago que no se llegaría a hacer por declararse el condenado insolvente.
            Hubo un gran escándalo con esa sentencia, acentuado cuando el tribunal supremo rechazó el recurso y la confirmó en todos sus términos. Luego llegó la guerra y aquella barbarie fue olvidada.
            Llamo a Abelardo para decirle que ya tengo el libro ¡Acusamos!, que se publicó en 1935 con textos de, entre otros, Manuel Azaña, Antonio Espina, Indalecio Prieto, Ramon J. Sender (me lo ha pasado, con su generosidad habitual, Antonio Insuela, que sigue trabajando en su despacho del Milán), y hablamos luego de la situación político-sanitaria de Asturias, que podrá ser grave, pero no es seria (como diría Karl Kraus), y de que yo soy casi la única voz que protesta públicamente ante el disparate generalizado.
            ---Pues cuidado con lo que dices, no te vaya a ocurrir lo que a Sirval.
            Y esa noche tengo una pesadilla. Sueño que me caigo, que tienen que llevarme al hospital y que una enfermera me reconoce y hace correr la voz: “Aquí está el negacionista ese que se burla de los esfuerzos de nuestro presidente para contener la pandemia impidiendo que los ovetenses vean el mar o pongan el pie en la calle después de las diez de la noche”. Un doctor con la cara tapada, al que todos miran con reverencia (se rumorea que es el más estrecho asesor sanitario del presidente), se acerca entonces empuñando una larga jeringuilla y dice: “Dejádmelo a mí”.

 


Viernes, 6 de noviembre
LA LECCIÓN DE GOEBBELS


“El virus no piensa, tú sí”, leo en los carteles que la propaganda oficial del Principado ha colocado por las calles. Ganas me dan de denunciarla por publicidad engañosa.
            Más adecuado sería que dijeran: “El virus no piensa, nosotros tampoco”. Y luego la firma: Gobierno del Principado de Asturias.
            También se podría personalizar el eslogan: “El virus no piensa, haz tú como él y deja que Adrián Barbón piense por ti”.

Después y todavía: El síndrome de Calígula

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Sábado, 7 de noviembre
POR QUÉ SOY MONÁRQUICO
 

Siempre he tenido simpatía por los que defienden causas perdidas. Sergio Vila-Sanjuán, director del suplemento cultural de La Vanguardia, publica un libro de desafiante título: ¿Por qué soy monárquico? Lo leo de un tirón y puedo adelantar que no da pie para ningún debate intelectual de cierta altura sobre las formas de gobierno. Sergio Vila-Sanjuán es monárquico porque lo fue su abuelo, porque lo fue su padre y porque él trabaja desde 1987 en un diario monárquico y es invitado habitual a los eventos culturales que tienen relación con la casa real e incluso ha conversado más de una vez con Felipe VI y doña Letizia solo le debe gratitud: cuando algún ejecutivo cuestionaba Cultura/s, dijo que era lo que más le interesaba del periódico.

            El libro vale poco, ya digo, es como un artículo cortesano muy estirado. Pero en la primera parte, donde nos cuenta la historia de su abuelo, gentilhombre de Alfonso XIII y partidario de Eduardo Dato, no deja de haber alguna anécdota de interés.

            Se rumoreaba que cierta cantante francesa, que actuaba en el Teatro Real representando primero Salomé y luego Manon, tenía amores con el rey. Y un día, como para confirmarlos, salió a cantar con “un enorme medallón de brillantes sujeto al lindo cuello con cadena de oro” –la frase textual es del abuelo, no de Vila-Sanjuán-- que llevaba en su centro la efigie del rey. Ante el escándalo consiguiente, Eduardo Dato le pidió al abuelo del autor que se encargase de conducir “a la célebre diva a la frontera”, ya que él “no la podía expulsar, ni mucho menos detener oficialmente, pero que dado el escándalo producido por su impertinencia y los comentarios de la prensa, no podía permanecer ni un día más en Madrid”.

            La amante orgullosa no tenía intención de desaparecer y le dio una bofetada al emisario oficioso gritando: “Pour votre patron”. A pesar de ello, según cuenta en un artículo de 1971 que su nieto reproduce, pudo dejar “a la preciosa francesa en Irún y desaparecieron rumores y chismes”. Lo que no nos cuenta este gentilhombre, tan devoto de Dato, es cómo lo consiguió si carecía de autoridad para ello. ¿Ofreciendo dinero a la gentil dama? ¿Apuntándola con una pistola? Tampoco nos cuenta que le pareció al rey aquella expulsión. Lo que sí nos dice es que “el amor no se cancela con un viaje obligado” y que pronto supo que “el idilio clandestino había seguido en Biarritz y Arcachon”.

            La anécdota, como indica Sergio Vila Sanjuán, tiene todo el encanto de la belle époque y no le falta un melodramático final, como de libreto de ópera: arruinada, casi convertida en mendiga, la un tiempo famosa cantante conserva entres sus escasas pertenencias el medallón, pero ya sin brillantes y sin cadena de esmeraldas. Pablo Vila San-Juan, el servicial gentilhombre, se hace con él –iba “imprudentemente firmado al dorso”-- y lo envía “a un hotel de Roma”.

            Hubo un tiempo en que estas anécdotas tenían gracia, eran como una versión veraz de “Un escándalo en Bohemia” y otras historias de Conan Doyle, pero nunca tuvieron tanta como para incluirlas en un alegato en favor de la monarquía.

            ¿Y quién pagó el importe de ese lujoso medallón? Quizá Alfonso XIII de su fortuna privada (se lucraba con los barcos que llevaba  a los españoles a luchar a Marruecos y con las minas del Rif que defendían). Pero su nieto parece que tiene otras costumbres: la fortuna propia es sagrada y ni se toca. A las Bárbaras y a las Corinas de su biografía, que les ponga pisos patrimonio nacional y escoltas el gobierno, y si hay que evitar chantajes, o chantajear para evitar que ciertas cosas salgan a la luz, pues que se ocupe de el CNI, que para eso está. Pero no vamos a entrar ahora en esa cuestión. Ni en si esa ahorrativa costumbre la tenían los otros miembros de la familia real (parece que la esposa del anterior jefe del Estado, que trabajaba en España pero vivía en Londres, pagaba sus viajes privados con una tarjeta que no estaba a su nombre, aunque cobre un nada despreciable sueldo por sus labores representativas). Termina el volumen con un capítulo titulado “Mis razones para ser monárquicos”. Y una de ellas es de índole económica: “La aportación del rey al Estado es muy superior a lo que cuesta al contribuyente”.

            Cuando lo leí me puse a reír y todavía me estoy riendo. Creía que me iba a encontrar con un debate intelectual sobre las formas de gobierno y resulta que resulta que se trata de un libro de humor.

 


Domingo, 8 de noviembre
SIN COMENTARIOS
 

“Perdona que te moleste a estas horas, Martín. Ya sé qué estarás escribiendo, pero es que necesito contarle a alguien lo que me ha pasado. Salía yo de casa esta mañana, a primera hora, cuando no había nadie en la calle y, a dos pasos de la puerta, apenas llego a la esquina, de un coche negro salen varios individuos que me rodean y me increpan: ‘¿Por qué no lleva usted mascarilla?’. Me dicen que son policías, aunque no llevan uniforme. Yo les respondo: ‘Porque acabo de salir de casa, no hay nadie en la calle, voy al trabajo y en el trabajo he de llevarla durante ocho horas seguidas y tengo la piel irritada y dañada, como pueden ver’. ‘No es excusa. A ver, documentación. ¿Dónde nació usted? Porque usted no nació en España. ¿verdad?’. Y me estuvieron haciendo preguntas, algunas bastante molestas, durante bastante rato. Llegué tarde al trabajo. A lo mejor ellos querían que me fuera de allí llorando asustada, pero me fui indignada. ¿Tú crees que hay derecho a tratar así a una trabajadora que va a casa de una persona que vive sola y que necesita su asistencia para levantarse y que le obliguen a llegar tarde?”

 


Lunes, 9 de noviembre
NO TE FÍES DE LOS ERUDITOS

Siempre me ha gustado la novela de la erudición, hacer de Sherlock Holmes entre viejos papeles. Leo Sangre de octubre: UHP, una novela sobre la revolución del 34 que acaba de reeditar Renacimiento y enseguida me doy cuenta de que el autor que figura en la cubierta, Manuel Navarro Ballesteros, no puede ser su autor. Navarro Ballesteros fue un militante del partido comunista, periodista autodidacta, que llegó a dirigir Mundo Obrero. Al final de la guerra civil fue detenido, condenado a muerte y fusilado en 1940. Antonio Plaza –doctor en Historia-- reconstruye en el prólogo lo poco que se sabe de su vida. Sangre de octubre apareció en 1936 firmada por Maximiliano Álvarez Suárez y fue saludada como ejemplo de novela proletaria. En la nota editorial a la primera edición, se incluye una autobiografía de Álvarez Suárez escrita a pedido de los editores. Pero nunca más se supo de este minero que antes había tenido otros muchos oficios y que decidió contarnos su experiencia de la revolución para exaltar la postura de los comunistas y denigrar a los socialistas. Probablemente se trataba de un autor ficticio creado por un escritor o varios próximos al partido comunista. Al parecer Víctor Alba, en una obra de 1979, señala que el verdadero autor es Manuel Navarro Ballesteros y eso le basta a Antonio Plaza, sin más averiguaciones, para atribuírsela y contarnos en el prólogo todo lo que ha averiguado sobre ese autor. Pero la primera parte de la novela se titula “Avilés” y en Avilés transcurre: se habla de la plaza del Ayuntamiento, denominada el Parche, del muelle, del barrio de Sabugo, de la carretera de San Juan, del chalet de Pedregal, de San Cristóbal, de Miranda. Con informaciones de segunda mano (Navarro Ballesteros, por lo que de él sabemos, nunca estuvo en Asturias), no se podría tener un conocimiento tan preciso de la toponimia urbana. El autor, si no es de Avilés, ha vivido en la ciudad. Y es asturiano. “Picamos a la puerta y nos colocamos con precaución alrededor de ella”, escribe. Ese “picamos”, por “llamamos”, es característico del castellano de Asturias. El autor conoce Avilés, pero no es de Avilés. En la segunda parte, cuando dejan la villa camino de Trubia, habla del Gorfolí, el monte totémico de Avilés, como si fueran los picos de Europa: “Llegamos a la cordillera del Gorfolí, donde no hay un mal camino de herradura, y al adentrarnos en ella comienza la tragedia de la jornada. Se suceden los tropezones; las caídas menudean con inminente peligro de rodar al precipicio. Del fondo del barranco, a nuestra derecha,  surge un sordo rumor, según doblamos una loma de la cordillera, en medio de la oscuridad, en las entrañas del abismo”.

            No sabemos quién es el verdadero autor de esta obra que firma Maximiliano Álvarez Suárez –quizá intervinieran varios--, pero si podemos afirmar que no hay ninguna razón de peso para atribuírsela a Manuel Navarro Ballesteros, un esforzado personaje, de trágico final, pero cuya obra no parece presentar mayor interés.

 


Martes, 10 de noviembre
PASEOS DE OTOÑO

Aprovecho estos hermosos días de otoño para tomar mi café sentado en un banco frente a la iglesia de la Tenderina y luego subir tranquilamente hasta Santa Ana de Abuli. Allí me gusta sentarme en uno de los poyos de piedra del caserón que hay frente a la ermita y seguir leyendo o fantasear con historias ocurridas en aquellos lugares. Por aquí cerca estaban las trincheras mandadas construir por Javier Bueno y Jesús Ibáñez, según cuenta José Antonio Cabezas, tan cercanas a las de los sublevados, que por las noches se hablaban de trinchera a trinchera y llegaban a cambiarse cigarrillos, pan y periódicos: “A los soldados de una y otra parte les hacía gracia leer las propagandas exageradas de los contrarios. Algunos se conocían como vecinos del mismo barrio. Los  de fueran preguntaban el estado de sus familias encerradas en Oviedo y les enviaban recuerdos. Nos decían que al amanecer cada uno se retiraba a su puesto en las respectivas trincheras y comenzaba el fuego de posición a posición”.

            Mientras doy un paseo por estos bucólicos lugares, la silueta de Oviedo al fondo, pienso en aquellas trágicas historias de otro tiempo para no pensar en las de este tiempo cada vez más sombrío, aunque luce el sol, trinan los pájaros y en la verde hierba pastan mansas las vacas como en tiempos de Clarín o de Virgilio.

 



Miércoles, 11 de noviembre
GRACIAS, RECTOR

Me hace ilusión recibir, por correo e inesperadamente, la insignia de oro de la Universidad de Oviedo, como reconocimiento a la labor realizada durante casi medio siglo. No es nada personal: se otorga a todos los profesores que se jubilan tras más de treinta y cinco años en la institución. Pero yo, que hice mis estudios trabajando, que preparé mi tesis doctoral mientras trabajaba, no estaba destinado a ser profesor universitario. La Universidad es un mundo muy jerarquizado, lleno de reglas no siempre explícitas. Y yo nunca fui capaz de respetar las falsas jerarquías ni la burocracia descerebrada. Pero tuve suerte y resistí hasta el final y nunca tuve que doblegarme ni dejé de ir a mi aire. Por eso sonrío al recibir esta insignia de oro. Claro que el mejor premio es que se me permita seguir yendo todos los días, incluidos sábados y domingos, a mi despacho del Milán. ¿Cómo podría sobrellevar si no estos tristes tiempos en que parece haberse declarado la guerra a la inteligencia?

 


Jueves, 12 de noviembre
LOS PELIGROSOS ZAPATOS

Aumentan los contagios en las residencias de ancianos y, como consecuencia, yo no me puedo comprar zapatos: cerrar zapaterías (de las que venden zapatos, no de las que ponen medias suelas, que esas siguen abiertas) y tiendas de ropa es una de las medidas estrella del gobierno de Adrián Barbón para frenar la pandemia. Y así nos va.

No sé si el mundo se ha vuelto loco, pero quien manda  por estos lares parece que sí. Es lo que los expertos llaman el síndrome de Calígula. A Adrián Barbón no le han concedido, como a Calígula, el poder absoluto (hay un ministro que puede frenar algunos de sus desvaríos), pero sí el suficiente para hacerle perder la cabeza: por la mañana se le ocurre un disparate (que los avilesinos pueden aglomerarse en el paseo de la ría, pero que no puedan pasear junto al mar en Salinas, por ejemplo), por la tarde lo anuncia en un tuit y por la noche aparece en el BOPA y es de obligado cumplimiento. Pero lo más triste no son las ocurrencias del jefe, sino que haya gente –gente como tú y como yo, lector, gente de apariencia totalmente normal, honestos padres de familia, profesores, incluso amigos míos-- que las aplauda. “¡Es que muere mucha gente!”, me dicen. “¿Y va a dejar de morir porque uno pueda ir a comprar al Carrefour y no, unos minutos de coche más allá, al parque Principado? ¿Una arbitraria división administrativa, que lo sitúa en otro concejo, hace que aumente allí la posibilidad de contagio?”. El miedo inducido ha deteriorado por completo la capacidad de razonar de ciertas personas, una capacidad que, a juzgar por lo que estoy viendo, no parece haber sido nunca excesiva.

   


        

Viernes, 13 de noviembre
MÁS DE LO MISMO

La calle Murillo, en la que vivo, terminar en un parque. En el final, junto a la hierba bajo los árboles, ponía su terraza Tres Tejos. Yo me sentaba allí cada mañana a tomar café y leer un libro. Me sentaba solo en una mesa lejos de las otras, respiraba el aire puro, era feliz. Ahora es imposible porque todas las cafeterías se han cerrado. La razón: aumentan los contagiados de Covid en las residencias de ancianos (las otras enfermedades, ni el maltrato que reciben, no cuentan). Subrayo el absurdo de tal comportamiento y una amiga –profesora, por cierto—me replica:

            ----Es que las normas tienen que ser generales, Martín. Tú cumples, pero hay bares donde se amontona la gente y hacen fiestas ilegales.

            ----¿Y no pueden cerrar esos bares y multar a sus dueños y dejar abiertos todos los demás, la inmensa mayoría?

            ----La policía no puede estar en todo.

            ----Claro, la policía no puede vigilar que no haya fiestas ilegales, está muy ocupada acechando a quien sale de madrugada para ir a su trabajo y camina unos pasos por la calle vacía sin llevar la mascarilla puesta.

 

Después y todavía: Los malhechores del bien

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Sábado, 14 de noviembre
SOMBRAS EN MI PASADO
 

“O paga usted quinientos euros o difundo la información que obra en mi poder”, leo en el correo electrónico. ¿Una broma o un nuevo intento de chantaje? Si es lo primero, no tiene gracia; si es lo segundo, me hace ilusión. Como he vivido una vida roma y rutinaria, aburridamente gris, nada me molestaría que de pronto comenzaran a descubrirse zonas de sombra en mi pasado, algo así como que fui espía de la Unión Soviética, agente de la CIAo que me dediqué al tráfico de obras de arte falsificadas.
            Pregunto de qué va esa información que tanto me podría perjudicar. Al parecer se trata de mi pasado falangista. “Bueno --le respondo a mi anónimo comunicante--, eso no vale quinientos euros, a fin de cuentas muchos ilustres demócratas del franquismo y del posfranquismo fueron antes falangistas, comenzando por quien da nombre al aeropuerto de Barajas”.
            Al final, resulta que todo se basaba en que en una librería de viejo había encontrado el libro Poemas falangistas, de Alfonso López Gradolí, con esta dedicatoria: “a José Luis García Martín con la cordialidad de varios años con preocupaciones comunes”. El libro, cuando lo hojeé al recibirlo, me pareció que no valía nada y por eso salió de casa, como tantos otros, dedicados o no.
            A Alfonso López Gradolí le conocí en Burgos allá por 1971, cuando fui a recoger el premio de la revista Artesa a Marineros perdidos en los puertos. Era un premio para poetas jóvenes; había otro, no para libros sino para poemas, que había ganado López Gradolí. El director de la revista, Antonio L. Bouza, un militar ilustrado que había sido compañero del rey Juan Carlos en la Academia, me lo enseñó. “¿Qué te parece?”, “Me parece muy bien. Pero no cumple las bases, no es un poema inédito. Se ha publicado en la revista Papeles de son Armadans”. “¿De veras? Pues calla, calla, no digas nada”.
            Alfonso López Gradolí no era mal poeta, al menos en sus primeros libros, prologados muy elogiosamente por José Hierro y Claudio Rodríguez. En los años setenta ganaba todos los premios y estaba en todas las revistas. Luego se fue difuminando, aunque tuvo un cierto reconocimiento en el campo de la poesía experimental. Uno de sus libros-collage, Quizá Brigitte Bardot venga a tomar una copa esta noche, sigue teniendo cierta gracia. Yo no supe de su trasnochada militancia hasta que recibí este libro, no tan desdeñable como me pareció al principio.
            “Quinientos euros me parece demasiado; te doy diez. De sobra, teniendo en cuenta que a ti no te costaría más que tres o cuatro”. Después de regatear un tiempo, me lo dejó en cincuenta. Hay algún poema que no está mal, como el titulado “Rafael de León, poeta”.
            ¿Yo falangista? ¡Qué cosas! Aunque tampoco sería tan disparatado: a fin de cuentas en la escuela me hicieron cantar el “Cara al sol” y gritar “Arriba España” y levantar el brazo (yo a menudo me equivocaba y levantaba el izquierdo y el maestro tenía que llamarme la atención). También recuerdo el amarillo queso de bola y la leche en polvo, regalo de los americanos, que nos daban en el recreo.

 


Domingo, 15 de noviembre
ELOGIO DE LA CODICIA


Un amigo, que sabe de estas cosas, me pide que invierta en bolsa, que compre acciones de no sé industria farmacéutica. “Están subiendo como la espuma y van a subir más, mucho más. Las farmacéuticas son el nuevo el dorado, más que Google o Amazon. Los que saben –te asombrarías de los nombres-- ya están poniendo ahí todo su dinero. Un negocio redondo el de las vacunas. Durante años será mayor la demanda que la oferta. Ni siquiera será necesario hacerla obligatoria: no habrá vacunas para todos los que quieran ponérsela. Se incluirá en la Seguridad Social, pero las esperas serán de meses. Los que puedan acudirán a la medicina privada donde los precios serán libres, o incluso al mercado negro. Un negocio redondo, ya te digo. La industria farmacéutica será la dueña del mundo. ¿Dónde crees que irán a dar tantos políticos que ahora solo son eficaces en propagar el miedo y hundir la economía? Las puertas giratorias los colocarán como consejeros de alguna gran empresa productora de vacunas en agradecimiento a los servicios prestados.”
           “Eso son teorías conspiratorias”, le respondo.
           “Fáciles de comprobar a muy corto plazo. No como las afirmaciones de nuestro presidente autonómico que dice que si no hubiera tomado las medidas que ha tomado (permitir comprar sartenes, pero no zapatos, por ejemplo, o impedir que la gente se beba un café sentada en una terraza, pero no que se lo beba de pie) han impedido miles de muertes. Pensamiento mágico se llama esa figura”.
            “Negocio o no, ¿tú crees que las vacunas nos permitirán volver a la vida normal, evitarán que Garzón consiga su propósito de encerrarnos en casa y cerrar las escuelas?”
            “Sin duda. Para unos pocos serán el negocio del siglo, pero beneficiarán a la mayoría. La codicia de unos cuantos va a salvarnos de la estulticia de nuestros politiquillos. La economía tiene que volver a ponerse en marcha.. Si quiebra la Seguridad Social, el negocio de la industria farmacéutica se tambalea, aunque la gente se arruine para comprar vacunas a cualquier precio como ahora lo hace para comprar droga. Así que la consigna es clara: vacúnate y haz lo que quieras y, si esta vacuna falla, no te preocupes que periódicos no le darán importancia, por la cuenta que les tiene (sobrevivirán gracias a nuestra publicidad) y además ya inventaremos otra”.


Lunes, 16 de noviembre
A TI, FIEL CAMARADA
 

Pues va a resultar que el anónimo chantajista estaba en lo cierto y que yo tengo un pasado falangista. Me vuelve a la memoria al leer Capital de tercer orden, de Ángel María Pascual, un libro esperpéntico, feísta, una sucesión de estampas solanescas de las que se despega por su tono el soneto final. Comienzo a leerlo e imágenes olvidadas se levantan en mi memoria: “A ti, fiel camarada, que padeces / el cerco del olvido atormentado. / A ti que gimes sin oír al lado / aquella voz segura de otras veces…”
            Tenía yo dieciocho años, estudiaba Magisterio y para obtener el título debíamos hacer durante el verano un curso de monitores de aire libre, o algo así, organizado por el Frente de Juventudes. Tiendas de campaña, fuegos de campamento, izado de banderas, consignas y gritos de rigor, toda la parafernalia del falangismo o del fascismo un tanto diluido. Una de las canciones que allí cantábamos era precisamente “A ti, fiel camarada, que padeces / el cerco del olvido atormentado”. La vuelvo a escuchar ahora en una página de Internet. Tenía yo dieciocho años y ese coro de voces viriles, con su lento empaque tan arriba España, fue la banda sonora de una historia que prefiero no recordar.
            Recuerdo otra, de muy distinto tono. Habíamos regresado ya del campamento y nos alojábamos en un colegio mayor. Recibíamos las clases, más bien charlas doctrinales, en el salón de actos. Estábamos allí unos cien alumnos cuando de pronto entro el profesor gritando “Franco, hijoputa”. Quedamos todos aterrados. Tambaleándose y farfullando se subió a la tarima y allí le oímos incrédulos seguir despotricando: “¡Vuelven otra vez los reyes felones! ¡De nuevo tendremos el Conde de la Real Bacinilla y el Marqués del Besapiés! ¡Nos has traicionado, cabrón!”
            Pasaron unos inmensos minutos hasta que otros profesores entraron en el salón y se lo llevaron de allí a empellones mientras seguía farfullando incoherencias. Aquel día se había dado la noticia de que Franco había nombrado a Juan Carlos de Borbón sucesor a título de rey. Parece que a algunos viejos falangistas no les había sentado muy bien.
            No volvimos a ver a aquel profesor de Formación del Espíritu Nacional. No volvimos a saber nada de él. Entre nosotros corrió el rumor de que lo habían fusilado.

 


Martes, 17 de noviembre
AMARGA NAVIDAD
 


----Martín, ya te veo pasando la Nochebuena solo en casa. Parece que Barbón ha dicho que no le temblará la mano si tenemos que pasar la Nochebuena y la Nochevieja con toque de queda y confinamientos perimetrales y todo lo que se ocurra de aquí a entonces. No podrás desplazarte hasta Avilés como todos los años. ¿Por qué no te vienes a mi casa y la pasas con nosotros? Eso sí, tendrás que quedarte a dormir porque aunque vivamos a dos calles ya ha advertido que será especialmente riguroso y no le temblará la mano con quienes se atrevan a asomar la nariz después de las diez.
            ----No creo que ocurra, Xuan, pero si ocurriera sería mi segunda Nochebuena solitaria. Una fue allá por 1974, en las postrimerías de la dictadura militar; esta otra tendría lugar en los primeros meses de la dictadura sanitaria.

 


Miércoles, 18 de noviembre
LA MANO AL CUELLO


Benavente tituló una de sus comedias Los malhechores del bien y yo pienso que se adecúa perfectamente a las autoridades político-sanitarias que nos han puesto la mano al cuello y aprietan y aprietan y no tienen intención de soltarla. “Al menos hasta que baje la curva”, farfullan. Sin duda –es un decir--, quieren hacer el bien, librarnos de la enfermedad con mayúscula, la estrella de los telediarios, aunque para ello nos hagan la pascua y nos vuelvan más vulnerables a ella y a otras enfermedades bastante peores.

 


Jueves, 19 de noviembre
NUEVAS COSTUMBRES


Tengo ahora, cerradas las cafeterías en Asturias por capricho caligulesco y sin esperanza de que vuelvan a abrir pronto, una nueva costumbre para las tardes. El café lo tomo en una máquina cercana al antiguo colegio Hispania, frente al Campillín. Hay soportales para cuando llueve y una repisa en que apoyar el vaso y los libros que siempre llevo conmigo. Suelo coincidir con la salida de clase de la academia de inglés. Me alegran las voces infantiles y las correrías antes de que los padres consigan poner un poco de orden. “Disfrutad, disfrutad, pequeños, que Calígula no duerme en su palacio maquinando la manera de encerraros en casa. Cerró la Universidad, pero no le han dejado cerrar las escuelas y le entran temblores de rabia cuando ve por la mañana a los niños de la mano de sus padres camino del colegio. Si yo lo cierro todo –se dice--, de las zapaterías a las salas de conciertos, ¿cómo es que no puedo cerrar las aulas? Y no me digan que toman todas las medidas de seguridad que yo he visto como durante el recreo en el patio del colegio los niños corretean y se empujan unos a otros. Eso no puede ser, no puede ser, que me fastidian las estadísticas. Todos a casita con el bozal bien puesto y la puerta bien trancada”.
            Yo escucho abajo las risas de los niños, tomo un trago de café, respiro el aire libre de la noche –esto es salud-- sin trapo interpuesto, sonrío y tarareo una canción de Hombres G. Con qué placer alzo la voz en el estribillo: “¡Sufre, Barbón!”
            Paronomasia in absentia
se llama esa figura.

 


Viernes, 20 de noviembre
PODÍA SER PEOR


Como no hay mal que por bien no venga, disfruto esta soleada mañana de otoño en mi nuevo rincón de lectura, en los altos de Santa Ana de Abuli, sentado junto a la ermita o ante el palaciego caserón, rodeado de verdes campos y con el perfil de la ciudad a lo lejos. Leo el nuevo número de la revista El Ciervo, que cumple setenta años y yo sigo desde hace ya medio siglo, desde que la hojeaba cada mes en la biblioteca Bances Candamo. Una buena parte la dedica a la poesía y a mí me sorprende el escaso interés que suelen tener los poetas cuando hablan de poesía: solo se salvan Guillermo Carnero, que acierta a subrayar la importancia que “el pensamiento reflexivo” tiene en la práctica poética (como en todas las actividades humanas) y Olga Novo con “La pequeña poeta y el papagayo de Humbolt” donde cuenta una historia que vale como parábola y hace autobiografía: “Yo fui una niña sin libros criada en una casa humilde de labriegos del fin del mundo, con el quejido lanar de siete ovejas debajo de mi cuarto y el bramido de una baca a punto de parir”.
            De regreso a la ciudad por el solitario y sombreado camino, se me ocurre pensar que si puedo disfrutar de este rincón de paz es porque alguien –el alcalde de esta ciudad-- fue capaz de hacerle torcer el brazo a Calígula. Cuando se le ocurrió confinarnos perimetral e ilegalmente (solo dos días después el estado de alarma le permitía hacerlo), decidió que el límite debería estar en el casco urbano, sin posibilidad de salir a pasear o a correr, a respirar aire puro por los alrededores; vetado incluso, con retenes policiales en los accesos, el monte Naranco, el llamado “pulmón de Oviedo”.
Alguien fue capaz de parar semejante disparate, tan contrario a nuestra salud, y yo por eso puedo respirar y leer libremente en Santa María de Abuli. Pero nadie parece capaz de impedir que Calígula siga haciendo de las suyas. El miedo que difunden todos los medios de comunicación es como el veneno que ciertas arañas inoculan a sus víctimas para dejarlas inermes. Ahora me dicen que un partido político va a presentar una demanda contra el cierre de los bares por carecer de justificación sanitaria. ¿Pero hay alguna ocurrencia de Adrián Barbón que tenga justificación sanitaria? Cuando nos obligó a usar la mascarilla incluso cuando no servía para nada, al aire libre y con distancia de seguridad, lo justificó diciendo que es que alguna gente la llevaba “en la barbilla”. Yo me reí públicamente de semejante estupidez y me imaginaba que esa disposición de la consejería de Sanidad del gobierno de Asturias –menudo papelón están haciendo-- sería recurrida de inmediato. Pero nadie lo hizo. Y así estamos, con la barbarie al cuello, sin posibilidad de escapatoria. Seguiremos por mucho tiempo a merced de los caprichos de Calígula. Y encima habrá quien le de las gracias por lo bien que nos maltrata.  

 

 


Después y todavía: Reír por no llorar

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Sábado, 21 de noviembre
COMPARTO
 

Si el mayor de los pecados que un hombre puede cometer es no haber sido feliz, según afirma Borges en un famoso soneto (pero no hay que hacer demasiado caso a lo que dicen los poetas), yo no he cometido ese pecado. Habré cometido otros muchos, pero otros no. He sido feliz y apenas hay día que no lo sea, al menos durante un rato, incluso en estos tristes tiempos.

            Soy feliz cuando salgo a pasear, solo o en buena compañía, y me entretengo en saludar y fotografiar a las florecillas del campo y a las nubes que pasan. Nunca me imaginé que un árbol, con el ramaje traspasado por el sol otoñal, pudiera ser más hermoso que los poemas que lo cantan. Yo era el príncipe que todo lo aprendió en los libros, para decirlo con el título de Benavente, Ahora mi libro favorito es el libro de la naturaleza.

            Mi libro favorito, pero no el único que leo. Solo he cambiado de rincón en esta inmensa biblioteca que es para mí el vario mundo. Antes leía un libro recién llegado en Los Porches, ahora lo hago –mientras el tiempo lo permite-- sentado en un banco ante la iglesia de la Tenderina (el café para llevar lo compro en Noor) o junto a la ermita de Santa Ana de Abuli. ¿Qué mejor lugar para leer los versos de Nietzsche o de Eloy Sánchez Rosillo, los aforismos de Ramón Eder o las cartas de Elena Fortún a su amiga Inés Field?

            También tomo nota de las casas en venta, muchas de ellas en ruinas, y me entretengo pensando en cómo restaurarlas. Mi favorita, pero no sé si está en venta, es el caserón, rodeado de un alto muro, frente a la ermita de Abuli. Muchas noches, mientras llega el sueño, me entretengo trazando los planos de su interior, arreglando el jardín. Habilitaría como vivienda uno de los lados y en el otro pondría una biblioteca de uso público, con cafetería, como la de Avilés, y con vistas al jardín. Sería un lugar de reunión para toda la gente dispersa de los alrededores que así no tendría, para socializar un poco, que coger el coche e irse al parque Principado (ahora no pueden ir, cosas de Barbón, porque está al lado, pero en otro municipio).

            De los malos momentos, prefiero no hablar. ¿A qué amargar a los demás con secretas amarguras para las que ellos no tienen remedio? Mejor tratar de compartir felicidad.

 

Domingo, 22 de noviembre
RENTABLE VICTIMISMO
 

¿Cuántos insultos y amenazas habré recibido yo en las redes sociales? Y eso que no soy famoso ni he ocupado nunca cargos políticos que me permitieran llevar a la ruina con mis descerebradas o interesadas decisiones a docenas y docenas de familias. Únicamente he arañado la vanidad de algunos poetillas o he dicho lo que pensaba sobre esto y aquello. ¿Qué hice en esos casos? Hasta un cierto límite, si eran comentarios a mi blog, los daba de paso y aparecían publicados para vergüenza de sus cobardones autores. Si contenían insultos para terceras personas, los borraba. Nunca les di tanta importancia como para denunciarlos a la policía, que por muy anónimos que fueran siempre podría encontrar al autor. Ni siquiera me preocupé cuando un anciano (más o menos de mi edad), se entrometió en la charla que mantenía con una amiga en una terraza y comenzó a insultarme y amenazarme, ante el asombro de todos, por las obviedades que me oía sobre las dañinas ridiculeces que Adrián Barbón dice y hace con el pretexto de combatir la pandemia. Simplemente, nos levantamos y nos fuimos mientras el camarero recriminaba a ese pobre hombre envenenado por la propaganda oficial, como en otros tiempos de triste memoria,

            Pero Adrián Barbón tiene la piel más fina o está bien aconsejado sobre lo que le conviene políticamente. Al parecer, según cuenta hoy en la prensa (no sigo su actividad tuitera ni sus intervenciones –Alló, presidente-- en la televisión autonómica), recibió un mensaje amenazante para su familia y en lugar de denunciarlo a la policía, como sería lo lógico si le pareció que iba en serio y no era el desahogo de un desequilibrado, lo publicó, dando a conocer datos privados de sus familiares, y se hizo la víctima. La jugada le resultó rentable. Todo el mundo se solidarizó con él, incluso sus rivales políticos. Un momento de gloria. Su partido, que casualmente es el mío (quién lo iba a decir), aprovechó para echarle la culpa “a las estrategias de acoso y derribo, los tsunamis de fake news y las operaciones de desinformación que son el caldo de cultivo que acaba de desembocar en odio y acoso, algo intolerable ante la lucha contra la mayor pandemia de los últimos años”.

            Vaya por Dios. Ahora va a resultar de que de esas amenazas privadas en la red (que el afectado hace públicas, con el riesgo del efecto contagio), tengo yo la culpa –y no sé si también Donald Trump-- por reírme públicamente, y me seguiré carcajeando mientras la democracia no naufrague del todo, de un dirigente que para combatir la pandemia permite que compremos sartenes, pero no calcetines, charlemos con un café en la mano frente a una cafetería pero no sentados en una terraza, se junten en un aula los alumnos de primaria, pero no los universitarios. Y no sigo con sus disparates, que sería el cuento de nunca acabar.

             

Lunes, 23 de noviembre
RIVERSIDE CHURCH

En mi rincón soleado de costumbre, leo Trascender, una antología de poemas de Gonzalo Sobejano. No sabia que el gran estudioso de la literatura española era poeta. Creo que pocos lo sabían. Le conocí en enero de 2002, en un Nueva York traumatizado por la caída de la Torres Gemelas. Desde la ventana de mi hotel, el Roger Smith, veía Lexington Avenue como ocupada militarmente, con sacos terreros en las aceras, grupos de policías cada pocos pasos y vehículos blindados. Gonzalo Sobejano, al final de mi conferencia, me regaló una separata en la que comentaba un poema de Cernuda. Ahora leo, entre el asombro y la emoción, sus propios poemas. No son una dedicación ocasional al margen del trabajo de profesor y estudioso. A mi entender, no desmerece junto a los otros poetas de su generación, la del cincuenta, pero dudo que le hagan un sitio en los manuales. Los poemas abarcan toda una vida, están escritos a lo largo de más de medio siglo, en la Alemania donde tuvo sus primeros destinos de profesor, en los Estados Unidos donde desarrolló la mayor parte de su vida laboral, en la España recuperada de las vacaciones; son varios los que evocan su infancia en Murcia. No faltan los juegos de ingenio, pero son más aquellos en los que la emoción borra lo que pueda haber de ejercicio retórico. A mí me llama la atención, por mi maniática devoción neoyorquina, el poema que dedica a la iglesia neogótica que se alza en Columbia, frente al Hudson; él la tenía enfrente de su casa y la observa “con la torva torre como el cuello tenso, / con las orejas cortas, / de un caballo que ve la muerte vasta. / El caballo de Troya”. Yo recuerdo una tarde de paseo por Riverside Park en que la doraba el sol y aquel templo ecuménico no me pareció entonces una “pétrea colmena de órbitas vacías” ni un “templo abismal, poblado de vacío”, sino una hoguera que ardía en honor de este Dios que en ella se venera, un Dios que es todos los dioses, cristianos o no, y que solo se nos descubre como ausencia.

 

Martes, 24 de noviembre
EN LAS PELAYAS

“El domingo pasado fui a misa”, le digo a mi amiga Eugenia, que sigue con su buena costumbre de llamar de vez en cuando a los ancianos que vivimos solos para interesarse por su salud y estado de ánimo. “¡No me digas! Qué alegría me das”. “Como no podía ir al cine, que es lo que hago los domingos por la tarde, salí a dar una vuelta por el centro, aunque deprime bastante ver las calles tan sin vida. Al pasar por delante de las Pelayas me sorprendió, en el silencio del atardecer, un distante canto de sirenas. Sin pensar, subí la escalinata de piedra y entré en la iglesia. Apenas había media docena de personas. Me senté tímidamente en uno de los bancos últimos pensando quedarme solo un momento, pero me quedé hasta el final, fascinado por la música, el olor del incienso y el ir y venir fantasmal de las monjas tras las rejas. Recordé Ángel Guerra, la novela de Galdós, y también alguna página de las leyendas de Bécquer. Fui feliz. Marañón decía que era un trapero del tiempo, que aprovechaba cualquier instante. Yo soy un trapero de la felicidad, un bien cada vez más escaso, pero del que yo no dejo escapar ni una brizna”.

 

Miércoles, 25 de noviembre
SI LOS VIRUS HABLARAN

Hoy vuelven a dejar abrir a las tiendas “no esenciales” y las razones para abrirlas son las mismas que hubo para cerrarlas: ninguna. Paseo por el centro de Oviedo y compruebo lo poco que se nota esa medida en las calles, que siguen tan tristonas como de costumbre. Las tiendas que de nuevo pueden abrir están vacías y algunas, ahora que pueden, no han abierto, quizá han cerrado para siempre. Ante algunos bares hay grupos que toman café o un pincho de pie o apoyándose donde pueden. Me detengo ante uno de esos carteles de la propaganda oficial en los que se lee “el virus no piensa, tú sí”. Cierto, yo sí pienso, al contrario que el Gobierno de Asturias, y solo me vale para deprimirme y que me entren ganas de llorar al ver lo que están haciendo con nosotros (y eso que no es nada comparado con el infierno de las residencias). Para no deprimirme del todo, me imagino el diálogo entre un virus experto y otro que está empezando a andar por el mundo. El experto ha seguido un cursillo sobre cómo actúan los virus y trata de educar al segundo.

            ----Hay que actuar de acuerdo con las normas de la Consejería de Sanidad, jovencito, no de cualquier manera. Vamos a suponer que tú andas por el aire, recién salido de un asintomático,  y ves a una persona que se pone a tiro, ¿la infectarías?

            ----Hombre, claro, es mi naturaleza.

            ----Pues no, no, y no. Primero tienes que ver si el recinto cerrado en que está es una tienda esencial o no esencial. Si es esencial, por ejemplo, una administración de lotería o un estanco, ni se te ocurra, aunque en ellas se apelotone la gente; ahora si es no esencial, como una zapatería, pues a ello, aunque lo tengas difícil porque los clientes entran de uno en uno. Ahora, eso sí, si en medio de un parque, lejos de todo el mundo, ves a una persona que se quita la mascarilla, raudo a por ella, como si fueras de la policía. Ya sé, que si no hay nadie cerca, lo vas a tener difícil, pero es lo que manda la Consejería de Sanidad. Y si entras en un local con varias personas, sentadas bien separadas unas de otras, fíjate bien si están en una iglesia o en una sala de conciertos. Si es lo primero, como se trata de una actividad esencial, ni se te ocurra contagiar a nadie; si es lo segundo, como se trata de una actividad no esencial, puedes hacer de las tuyas.

            ---¿Y qué actividades son esenciales y cuáles no, maestro?

            ---No intentes entenderlo porque ni Kant ni Zubiri serían capaces de hacerlo. Tú limítate a leer el BOPA.

            ----¿De veras es así como me dices, maestro?

            ----De veras. Hay que ser formales y comportarse con arreglo a las normas de la consejería de Sanidad. Si te paseas por Oviedo, no puedes infectar a nadie que sea de Oviedo, ahora si ves a alguno que ha venido aquí desde Gijón o Avilés, a por él sin compasión, que se ha saltado los límites perimetrales..

            ----O sea que para comportarme como Barbón manda debo estar pendiente de esos requisitos administrativos, de si esta tienda es esencial o no, de si este individuo está domiciliado en Avilés y sin embargo anda por Oviedo, de si este establecimiento comercial tiene más de trescientos metros cuadrados y por lo tanto puedo infectar a quien entre en él y sin embargo este otro tiene menos de trescientos y por eso no hay peligro.

            ---Exacto, exacto. Eres un virus, no pienses, deja que Adrián Barbón piense por ti.

           

Jueves, 26 de noviembre
LA PEOR DE LAS ALERGIAS

La alergia a la estupidez es la peor de las alergias. No se libra uno de ella en ningún sitio ni en ninguna de las época del año.

Viernes, 27 de noviembre
LO QUE YO HARÍA

“Siempre criticando, Martín, siempre criticando. A ti te querría ver yo en el puesto de Adrián Barbón, a ver qué harías”.

“En primer lugar, procuraría no hacer el ridículo. Y me esforzaría mucho, si no soy capaz de arreglar la situación, por lo menos en no empeorarla”.



 

Después y todavía: Basta ya

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Sábado, 28 de noviembre
BECARIO EN ROMA

Soy un poco sádico, no lo voy a negar. Pero solo un poco, que nadie piense que quiero competir con algún presidente autonómico de cuyo nombre no quiero acordarme. Yo disfruto solo destrozando un mal libro, riéndome de algún poetastro académico y multipremiado.

Roma, de Manuel Vilas, me ha salvado esta tarde de sábado en que, una vez más, no puedo desplazarme hasta Avilés dicen que para combatir la pandemia (así nos va). Desde los primeros versos –lo de versos es un decir-- no tiene desperdicio: “Vine a la ciudad de Roma / en un vuelo comercial, / sentado en mi asiento / como uno más en este mundo”. Nunca nos lo habríamos imaginado: fue a Roma en un vuelo comercial y sentado en su asiento. Un poeta tan excelso a lo mejor pensaba alguien podría creer que llegó transportado por ángeles.

Una nota nos indica que para escribir ese libro disfrutó de la beca Valle-Inclán, que incluye una larga estancia en Roma alojándose en un apartamento de la Academia de España, en el Gianicolo, al lado de San Pietro in Montorio, dominando toda la ciudad. Y no es ya que el libro resultante, escrito con financiación pública, sea malo, que lo es, sino que el autor se hace el tonto y parece tomarnos a los lectores por tontos. En el poema “500 kilómetros”, escribe: “son tantas clases de gafas / las que necesito, / que cierro los ojos y maldigo mi vista cansada”. ¿Tantas clases de gafas? Sí, para ver de cerca y para ver de lejos (dan ganas de llamarle para decirle que existen las lentes progresivas). En el mismo poema, sueña con comprar un coche para ir “de Roma a Venecia, / de Venecia a Palermo, / de Palermo a Génova, / de Génova a Nápoles, / de Nápoles a Turín, / de Turín de nuevo a Roma”. Convendría aconsejarle que se comprara un mapa de carreteras y así vería con sorpresa que para ir de Venecia a Palermo y de Palermo a Génova ya tiene que pasar por Nápoles.

De sobra sé que no hay que confundir el personaje que habla en el poema con el autor. Pero ciertos deslices solo se pueden atribuir al autor. Decirnos, por ejemplo, que el restaurante en que come “es minúsculo, pero siempre está lleno” (¿a qué viene ese “pero”?) o que cualquiera de las septuagenarias u octogenarias romanas “tuvo un pasado erótico lleno de placer, de amores confusos, de desengaños, de pasiones enormes”, mientras que eso no ocurre en los hombres (serían entonces todas lesbianas o solo se relacionaban con gente de fuera), o que pasa la noche “al lado del claustro / del Bramante” cuando quiere decir que la pasa al lado deltempieto de Bramante, que casi forma parte de la Academia de España. Tampoco es que Manuel Vilas, que juega a la autoficción, ponga mucho esmero en separar autor y personaje. Como un turista más visita la iglesia de Monserrat y se sorprende de que los sacerdotes que se la enseñan le sonrían y le traten con cariño: “Sonreír a un desconocido siempre es un esfuerzo”. Pero es que no solo le sonríen, es que además le invitan a cenar y le presentan al cocinero, “un hombre joven lleno de ilusión en los ojos”. Quien visita la iglesia de Monserrat en Roma no es el algo patoso personaje que roba cucharillas en los cafés y hace alarde de su vulgaridad, sino el escritor conocido, finalista del Planeta, becario en la Academia.

            En fin, que lo paso bien riéndome de Manuel Vilas y de quienes lo consideran un gran poeta (mi amigo José Luis Piquero sin ir más lejos). Y disfruto doblemente cuando cierro los ojos y me pongo a pasear por Roma tras los pasos de este becario, como antes acompañé a Xuan Bello y a Martín López-Vega, a Bruno Mesa y a Javier Rodríguez Marcos. Vuelvo a oír los cañonazos del medio día junto a la estatua de Garibaldi y a recordar allí en lo alto, con la ciudad a nuestros pies, los versos del poema “Roma”, de Víctor Botas, y algunas personales dichas y desdichas que la tuvieron por inagotable escenario.


Domingo, 29 de noviembre
ADIÓS, MERCEDES

Llevaba veinte o treinta años pasando intermitentemente por la tertulia y no se perdía ninguna de las presentaciones que tenían lugar en Gijón. No le hacíamos mucho caso, la verdad, y a  mí me exasperaba un poco su costumbre de llamar por teléfono y hablar y hablar sin interrupción hasta que no tenías más remedio que colgar. Publicó por su cuenta varios libros de poesía, que nos regalaba y hojeábamos distraídamente. Últimamente venía a la tertulia en un taxi que se quedaba a esperarla. Luego dejó de venir, le aconsejaron no salir de casa y me contaba, en las últimas llamadas telefónicas, lo deprimida que estaba al no poder siquiera dar unos pasos por el paseo de Begoña, que veía desde su ventana. Su única ilusión era el nuevo libro que estaba preparando.

Hoy me entero de que ha muerto. Tenía ochenta y siete años. Se llamaba Mercedes Cavestany. Siempre, en estos casos, recuerdo a Guillén: el muro cano ha impuesto su ley, no su accidente. Aunque sus libros los leía con poca atención, lo mismo que los poemas manuscritos que me enviaba por correo, ahora que la notica de su muerte pone un crespón negro sobre la tibia luz dominical me vienen a la memoria unos versos suyos que recuerdo gracias a la rima y que pueden servir de epitafio: “El amor es una llamarada. / Si ahora eres ceniza, / es porque fuiste muy amada”.

            No sé si Mercedes Cavestany fue muy amada; sé que amó como nadie la poesía. Y que nos tuvo –a mí y a la tertulia-- una fidelidad que no supimos agradecer.



Lunes, 30 de noviembre
LOS DÍAS CONTADOS

“No hay mal que cien años dure”, nos consuela la sabiduría popular. No estoy yo tan seguro. Hoy he escrito un cuento futurista. Transcurre allá por el 2120. Unos niños, en clase de historia, se asombran de que, a comienzos del siglo anterior, la gente anduviera por la calle con la cara descubierta. “¿Y no les daba vergüenza?”, preguntaron asombrados.

            Contra el consuelo del refrán, el mal puede durar incluso un siglo o dos. Es la felicidad la que siempre tiene los días contados.

 


Martes, 1 de diciembre
LO QUE A MÍ ME PASA

No poder prescindir del pensamiento racional es una grave condena. Afortunadamente, afecta a muy pocos seres humanos.

 


Miércoles, 2 de diciembre
ALREDEDOR DEL CUELLO

Durante mi paseo matinal, mientras leo y tomo, en los altos de Abuli, el poco sol que nos va quedando, me llaman para una entrevista sobre El lector impertinente, mi último libro. Pero yo, en cuanto la periodista se descuida, dejo de hablar del libro para hablar de Calígula y los cobarbones que todavía le apoyan. “Dejemos el tema, que ya estamos todos cansados de darle vueltas. Sigamos con tu libro”, me interrumpe más de una vez Marifé Antuña. Pero yo, en cuanto se descuida, vuelvo a repetir exasperado que lo peor de la pandemia ha sido la tontemia con que se le ha intentado combatir.

            ----¡No sabes hablar de otra cosa!

            ----Bueno, cuando uno tiene alrededor del cuello dos manos que aprietan cada vez más, es difícil hablar de otra cosa.

  


Jueves, 3 de diciembre
CUANDO LA DICTADURA ES UN HECHO

No sé por qué me ha venido estos días a la memoria el homenaje a la operación Vagô que se encuentra en el cementerio lisboeta de Prazeres. El 10 de noviembre de 1961 tuvo lugar el primer secuestro de un aéreo de la historia. El avión de la TAP que hacía la ruta Casablanca-Lisboa fue obligado a sobrevolar la ciudad y otras localidades mientras se arrojaban miles de panfletos exigiendo elecciones libres. Al frente del grupo de antifascistas estaba Hermínio da Palma Inácio, que se escaparía dos veces de las prisiones de la Pide con fugas que tienen mucho de legendarias. El avión regresó a Casablanca. Los cazas militares que intentaron detenerlo no se decidieron a abatirlo en pleno vuelo, a pesar de la orden expresa. Palma Inácio pidió disculpas a los pasajeros y a las mujeres les fue regalando personalmente una rosa. Cuando abandonaron el avión, los secuestradores fueron aplaudidos. Marruecos se negó a extraditarlos. Marcharían a Brasil y luego a Francia para continuar su lucha contra Salazar.

            La inscripción colocada en el cementerio de Prazeres dice así: “Cuando la dictadura es un hecho, / la rebelión es un derecho”.


Viernes, 4 de diciembre
LOS BUEYES DOBLAN LA FRENTE

----Barbón aprieta, pero no ahoga, Martín. Este sábado podrás volver a pasar por tu casa de Avilés, como has hecho desde siempre.

            ----Lágrimas de gratitud vierto ante tanta generosidad. Lo que yo pienso de ese señor, que a lo mejor en su vida privada es una excelente persona --no tengo el gusto de conocerle--, resulta bien sabido, no voy a aburrirte repitiéndolo. Solo aventuraré una profecía: pasará a la historia, a la pequeña historia del Principado, con el apelativo de Presidente Calamidad. Pero dejemos en paz quien tanto daño nos está haciendo, quizá con la mejor de las intenciones, no tengo por qué dudarlo. A mí lo que me gustaría es entrevistar en la televisión pública al comité que lo asesora en cuestiones de Sanidad. Les preguntaría por las razones “sanitarias” que obligaron a impedir que el desplazamiento entre Avilés y Oviedo (o entre Avilés y Salinas, Oviedo y Pola de Siero), salvo por razones de trabajo, y por las razones “sanitarias” que un mes después les han llevado a levantar esa prohibición. Disfrutaría viéndoles hacer públicamente el ridículo. En qué manos estamos, Dios mío. Han conseguido el dudoso honor de ser la comunidad española menos eficaz en combatir la pandemia y la más eficaz en combatir a la población.

            ----Parece que estás perdiendo el humor.

            ----Este buen hombre, con la mejores intenciones, nos ha colocado a un paso del abismo y no le temblará la mano si tiene que obligarnos a dar un paso más.

            ----¿Piensas estar este lunes en la manifestación de los hosteleros?

            ----Por supuesto. Y me alegra que en una Asturias donde tantos bajan la frente ante el castigo alguien sea capaz de levantar la cabeza y decir “¡basta ya!”





Después y todavía: La barbarie continúa

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Sábado, 5 de diciembre
CUANDO LAS BARBAS

Un amigo me pasa un enlace del Jornal de Notícias con las últimas peripecias de la Fundación Eugénio de Andrade. “Cuando las barbas de tu vecino veas pelar…”, me dice.

            A la Fundación Eugénio de Andrade, en 1997 le cedió el Ayuntamiento de Oporto la llamada Casa de Serrúbia, un hermoso edificio al final del Passeio da Alegria, en la Foz del Douro. El piso bajo estaba acondicionado para actos culturales, en el primero vivía el poeta y en el segundo la familia de su ahijado y heredero Miguel, el niño al que había dedicado tantos versos. En esa casa, le visitamos a comienzos de siglo Martín López-Vega y yo. Le recuerdo enseñándome los libros que más apreciaba de su biblioteca, entre ellos la primera edición de La realidad y el deseo de Luis Cernuda, con quien se había carteado. Los grandes ventanales del salón daban sobre la desembocadura del río y a ellos se asomaban las palmeras del paseo, “esbeltas como los marineros de Ulises”, según afirmó en un poema. Parecía el mejor lugar para aguardar la eternidad. Pero el poeta murió en 2006 y en 2011 se disolvió la fundación ya que los gestores, con poca experiencia en esos asuntos, no supieron llevar bien las cuentas y acumulaba deudas. Era la única manera de que no tuvieran que responder de ellas con su patrimonio personal. El ayuntamiento, al hacerse de nuevo cargo del edificio, lo primero que hizo fue tratar de desalojar a la familia del poeta. Pero el piso se les había cedido por setenta años así que se resistieron al desalojo y ganaron el pleito. En 2019, y esa es la información del Jornal de Notícias, llegaron a un acuerdo con el ayuntamiento y se trasladaron a otra vivienda de propiedad municipal. Los libros y papeles del poeta ya había sido transferidos hace tiempo para la biblioteca municipal de Oporto.

            Un bonito sueño con un mal final. ¿Qué problemas había para que la fundación privada pasara a ser pública y la Casa de Serrúbia se convirtiera en un lugar de visita para los admiradores del poeta y en un centro de investigación sobre poesía? Pero todo lo que depende de la buena voluntad de un político desaparece con la mala voluntad o la desidia de otro.

            ¿Tengo yo que poner las barbas de mi fundación a remojar? No me parece. No ser importante también tiene sus ventajas. La sede de la fundación no será ningún palaciego caserón cedido por el ayuntamiento, sino un modesto piso comprado con mi dinero. Unos papeles y libros estarán, están ya, catalogados y a disposición de todos en la biblioteca del Fontán; otros revueltos y a disposición de quien se interese por ellos, se quedarán aquí. Los gastos de mantenimiento serán mínimos. La fundación Eugénio de Andrade solo sobrevivió cinco años al poeta; la mía espero que me sobreviva algunos más, aunque esas cosas nadie las sabe. Todavía no ha sido aprobada definitivamente. Los trámites burocráticos que, antes iban despacio, ahora en estos tiempos de teletrabajo  y cita previa (¿hay alguna cita que no sea previa?) parecen haberse ralentizado hasta la inmovilidad.

            Cuanto menos llamativo sea un proyecto, más fácil es que pase inadvertido y sobreviva. De momento, ya la Fundación JLGM lleva un tiempo publicando la revista Anáfora. ¿Poca cosa? Sin duda. Pero más de lo que han hecho por la literatura algunas administraciones.

Domingo, 6 de diciembre
LAVAR Y DESINFECTAR

“¿Cree usted que habría que reformar la Constitución?”, me preguntaron de no sé que medio digital. “Lo que habría que hacer, antes de pensar en otra cosa, es darle un buen lavado y desinfectarla bien. Lleva demasiado años siendo utilizada para tapar la porquería de cierto señor. Tampoco le vendrían mal algunos remiendos ya que, de tanto dar un tirón cuando asomaba ese señor la patita –hoy en un banco suizo, mañana haciendo regalitos a su amante con dinero negro, pasado mañana desapareciendo de francachela sin que el gobierno supiera por donde andaba--, está hecha unos zorros”.

Lunes, 7 de diciembre
EL MEJOR REGALO

Paso estos días de lluvia y de tontemia, trabajando en mi despacho del Milán. Soy de esas personas que necesitan salir de casa, ver gente, actividad continua. Ahora, me sobra tiempo por todos lados. Gasto parte de mi energía trotando por los alrededores de Oviedo durante dos o tres horas. Luego hago la compra, subo al despacho, leo, escribo, contesto correos, ordeno los libros, doy una vuelta por el centro al anochecer, cuando las calles se quedan vacías, pero siempre acaba sobrándome tiempo. Las cafeterías eran mi mejor despacho y el rincón preferido de mi biblioteca. Ahora que me las han cerrado, agradezco como el mejor regalo que la universidad no me haya cerrado del todo sus puertas y me permitan seguir utilizándola incluso domingos y festivos. No cambiaría este nombramiento de profesor emérito, que no tenía previsto, por ningún doctorado honoris causa.

Miércoles, 9 de diciembre
SI YO FUERA RICO

“¿Qué?, ¿abriréis por fin mañana?"–le pregunto al dueño de Noor. “Los periódicos no lo dejan claro, dicen que las autoridades lo están considerando”.

            “Yo ya no me atreve a profetizar, me siento como el cordero en la mesa del sacrificio esperando que caiga de un momento a otro sobre mi cabeza el golpe mortal”.

            Al volver a casa, veo a Luis, de Tres Tejos, que está apilando fuera del local las mesas de la terraza. “¿Se sabe ya algo?", le pregunto. “¿Abriréis mañana?”, “Parece que están decidiendo ahora. Yo no las tengo todas conmigo”.

Yo me atrevo a aventurar algo, aunque soy un pésimo profeta: “Abrirán, pero solo las terrazas. Como va a llover, pueden matar dos pájaros de un tiro: seguir hundiendo la hostelería y parecer razonables”.

            Por la tarde me entero que ni siquiera terrazas, que hasta el día 14 no hay nada que hacer, como si un juez le dijera al encarcelado: “Ya sé que no hay razón para que usted siga en la cárcel, pero le dejo dentro unos días más, no vaya a ser que el fin de semana se emborrache”. Terrazas no, pero el Campoamor abre mañana. Al aire libre, la gente no puede sentarse a tomar un café en mesas convenientemente separadas (puede, eso sí, juntarse a tomarlo de pie), pero en un recinto cerrado sí se puede cantar, bailar y acumularse la gente del coro sobre el escenario. Pero ¿a qué seguir señalando incongruencias?

            Pocas veces he sentido la necesidad de ser rico. Si ahora lo fuera, pondría mi dinero en una buena causa: contrataría al mejor equipo de abogados para preparar una demanda contra el presidente del Principado de Asturias. No creo que les fuera difícil argumentarla. Como creen que, aterrados por la pandemia, nadie va a decir nada, no cuidan de los fundamentos jurídicos de sus decisiones. Yo me leí la disposición  de la Consejería de Sanidad que hacía obligatorio el uso de mascarillas incluso cuando no eran necesarias (en espacios abiertos y respetando la distancia de seguridad) y daban un poco de risa las razones en las que se fundamentaba. Y para el cierre perimetral de varios concejos días antes de declararse el estado de Alarma ni siquiera se buscó fundamento alguno. Todo fue “ordeno y mando”, aunque no se tuviera capacidad para ello, y nadie se atrevió a rechistar, solo los alcaldes de Oviedo y Gijón consiguieron que se matizaran los aspectos más chuscos y contrarios a la salud pública (no poder salir del casco urbano) de la orden. Investido de poderes absolutos –pero relativos, que si se pasa pueden darle sus correligionarios de Madrid un tirón de orejas--, Adrián Barbón decidió cerrar la hostelería, los cines, las zapaterías, todo lo que pudo porque aumentaban los contagios. ¿Había algún estudio previo que le indicara que los contagios se producían en esos locales y no en los supermercados, las iglesias o las librerías, que no se cerraron? Si lo hay, debería darlo a conocer.

            Creo que sería fácil, si bajo el estado de Alarma la justicia sigue siendo un poder independiente, ganarle una demanda al Principado, que se vería condenado a pagar cientos de miles de euros en indemnizaciones a los negocios obligados arbitrariamente a cerrar.

            A ver si los hosteleros se animan a exigir que se les enseñen las razones científicas, o al menos los estudios serios, que tuvieron para cerrarlos  y lo que ha cambiado, dejando a un lado sus manifestaciones y sus protestas, para que dentro de unos días, y no mañana mismo, les dejen abrir.

            Yo contra quien tanto daño ha hecho a tanta gente iría jurídicamente a por todas. Le haría pagar las consecuencias –jurídica y políticamente-- de no ser capaz de entender que antes de restringir los derechos de los ciudadanos, que antes de atentar contra su salud física y mental, que antes de cerrar negocios y condenar a la ruina a sus propietarios, debería tener razones muy fundadas, pensármelo dos veces, que no basta con decir “se muere gente en los hospitales, impedir que alguien se muera por la Covid –que no por otras enfermedades.-- está antes que la economía (de los demás, por supuesto, que a mí no me ponen un ERTE ni me despiden por inepto)”.

Hay que fundamentarlo muy bien, encontrar un vínculo claro entre las discotecas abiertas y el aumento de contagios y muertes en las residencias, por ejemplo. No se puede, como el burro de la fábula, toquetear la flauta de las restricciones a ver si suena por casualidad.

            Pero yo soy pobre. No tengo dineros para pleitear contra los poderes públicos. Solo me queda el derecho al pataleo y apelar al tribunal de la historia.

            Cuando se escriba la historia de este tiempo, no quisiera estar ni en el lugar de Adrián Barbón ni el de quienes le aconsejan en materia sanitaria.

Jueves, 10 de diciembre
MÁS CHAPUZAS

Mi desdén por los premios literarios es perfectamente conocido. No solo por los premiecillos de poesía que se organizan acá y allá y que por lo general publica Visor. También por los más prestigiosos, como el Cervantes o el Nobel. En el primero, es frecuente que se conceda a un escritor valetudinario –es un premio prepóstumo-- al que buena parte del jurado ni siquiera ha leído; en el segundo, sospecho que ocurre lo mismo.

Las peripecias del fallo, lleno de fallos (valga el chiste fácil), del premio Alarcos deberían haberme dado ocasión para una regocijante caricatura. Se celebró gracias al empeño de Josefina Martínez, toda una fuerza de la naturaleza. Los organizadores, la consejería de Cultura del Principado de Asturias, querían que se transformara por completo o desapareciera. Para ello, sabiendo que Josefina no aceptaría, decidieron prescindir del jurado habitual y sustituirlo por otro de solo mujeres. Ella consiguió que volviera al jurado de siempre, el que primero presidió Ángel González, luego Luis García Montero, y ahora Luis Alberto de Cuenca. Cedieron, pero con la condición de que García Martín fuera sustituido por Laura Casielles. “De ninguna manera”, dijo Josefina. Yo estaba encantado de dejarlo, pero no fui capaz –mea culpa, mea culpa-- de resistir a su empeño. Aceptaron que me quedara junto a Casielles. Pero a Josefina no le convencía este último nombre (“¡se dedica más a la política que a la poesía!"). Y consiguió cambiarlo por el de Olvido García-Valdés.

            ¿Y tanto trabajo para qué? Convocaron el premio tarde, no divulgaron las bases, dieron poco tiempo para presentarse y, al final, los doscientos o trescientos participantes habituales quedaron reducidos a veintiuno. Y tres de los libros eran claramente de la misma persona y otros dos también parecían del mismo autor y cinco de los participantes estaban más o menos relacionados con nuestra tertulia de los viernes, con lo que yo (sin decir nada, por supuesto) no podía ni defenderlos ni votarlos (tampoco lo hice con los primeros ganadores, López-Vega y Almuzara, aunque ellos no lo saben). Pero había un buen libro, que obtuvo cuatro de los seis votos. Al abrir la plica, la primera sorpresa: su autor era Antonio Rodríguez Jiménez. Se oyó un alarido: ¡No es posible! Antonio Rodríguez Jiménez, dirigió el suplemento cultural del diario Córdoba y desde él encabezó la cruzada contra los llamados poetas clónicos: todos los que estábamos en el jurado (menos Olvido García-Valdés) y todos los poetas de algún interés. Eran los años ochenta y primeros noventa, yo participé muy activamente en esa guerra literaria y me divertí lo mío. Pero el Rodríguez Jiménez que yo conocía, y del que me había reído bastante, no podía haber escrito esos poemas. Y no los había escrito: se trataba de otro poeta del mismo nombre, un excelente poeta casi secreto. Le llama el presidente del jurado para darle la buena noticia y ahí estalla la primera bomba: “Estoy muy agradecido, pero ese libro ya ha sido premiado y publicado, ganó el premio González de Lama, de León, y apareció en Eolas. Les mandé un correo retirándole del premio. ¿No lo han recibido?”

O no lo había recibido o se había perdido en el marasmo de la administración telemática. “¿Y qué hacemos ahora?”. Se decide votar entre los otros dos libros que había llegado a la final. El resultado es tres votos para uno y tres para otro. Nuevo problema. El presidente tiene voto de calidad, pero prefiere no aplicarlo. Se decide dar el premio ex aequo. Llamada a uno de los ganadores y, escaldados, el presidente pregunta: “¿Este libro no habrá sido premiado en ningún concurso?”, “ No, no. Pero algún poema está incluido en un libro que ha sido premiado con el Jorge Manrique y que se publicará pronto”. “Yo estaba de jurado en ese premio”, dice Luis Alberto de Cuenca, que no parece tener muy buena memoria. “¿Y cuántos poetas se repiten?”, “No sé, no me acuerdo, tendría que mirarlo”, “¿Uno o dos?”, pregunta el presidente esperanzado. “Mas o menos, quizá cuatro o cinco o alguno más, no lo sé, tendría que mirarlo”.

En fin, que se le retira el premio obtenido de rebote y el ex aequo del otro finalista, que no había obtenido ningún voto en la votación en que ganó Antonio Rodríguez Jiménez,  se convierte en premio único. El libro ganador, Cuerpos de Cristo, ya me lo había enviado antes el autor, Antonio Praena, para que le diera mi opinión. Me pareció un Cristo con demasiada sangre y jeringuillas hipodérmicas.

            Todos salimos con mal sabor de boca de la reunión, telemática y llena de incidencias (“¿se me ve?”, “¿se me oye?”). Y yo lo sentí por el entusiasmo que había puesto Josefina Martínez, que incluso tuvo que visitar al presidente del Principado –que no tenía ninguna gana de recibirla, pero no le valieron excusas-- para conseguir que las cosas, en lo que de ella dependía fueran de la mejor manera posible.

Cuanta energía, cuánto talento, cuánto dinero público desperdiciado. “El hacer las cosas bien / importa más que el hacerlas”, decía Antonio Machado.


 

 

Después y todavía: La broma infinita

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Sábado, 12 de diciembre
PARLAMENTARISMO ESPAÑOL
 

El azar –estoy preparando una reedición de Huellas de las constituyentes, el único libro publicado por Luis de Sirval--, me ha llevado a releer las crónicas parlamentarias de Azorín, el primero que las convirtió en un género literario con entidad propia. Me sorprende esta vez un capítulo, “El confort de la cámara”, que había olvidado o en el que no había reparado. Creo que el pulcro Azorín es la única vez que habla de estas cuestiones. 

“¿No podrá darse el caso de que, aquí en el Congreso, sintamos una necesidad inaplazable?”, se pregunta. Nos apresuraremos entonces a buscar una de las “camarillas excusadas”. Esas camarillas no tienen más aireación que la que puede prestarles el pasillo que circunda la Cámara y donde los diputados se reúnen. Hay días en que, desde que se penetra en el edificio, “ se tiene la prueba patente –el olfato nos la proporciona—de esta falta de aireación”. Ocurre además “que, para agravar tamaño atentado contra la higiene, hay muchos señores (no sabemos si diputados o no) que se olvidan de tirar de una sutil cadena que existe en tales camarillas, y que no son pocos los días en que en tan repetidos lugares es absoluta la falta de la indispensable agua corriente”.

Resulta que lavarse las manos –no en sentido metafórico-- es una de las empresas más difíciles en el Congreso: “Existen unos lavabos, pero están reservados exclusivamente a los diputados. Y como es mucha la gente que concurre al Congreso y que no representa al país, resulta que se ven en el trance de no poder lavarse las manos, y resulta también que como los indicados lavabos están lejos de las camarillas los diputados que salgan de estas para dirigirse a aquellos tienen que recorrer un gran trecho de camino y se ven expuestos al riesgo de encontrarse en su carrera a amigos y conocidos que les tienden la mano con objeto de saludarles”.

Por supuesto, no hay “camarillas” ni lavabos para las señoras que asisten como invitadas a las sesiones. Otra sorprendente ausencia anota Azorín: la falta de escupideras. “Una tan solo hemos visto –señala-- en lugar tan frecuentado como el pasillo circular. Y aprovechamos la ocasión para dejar sentada la costumbre general que hemos observado en el Congreso de escupir en la alfombra”.

Así era el Congreso a comienzos del siglo XX. Yo veo en esa pestilencia y en falta de higiene el mejor símbolo –no sé si buscado por Azorín-- de la corrupta restauración canovista, aquella democracia caciquil del amaño y del compadreo.

Domingo, 13 de diciembre
VUELVO A MISA

Una ciudad sin lugares en los que sentarse a tomar un café, hojear un libro, descansar del paseo, charlar con un amigo es una ciudad fosca y malhumorada. Oviedo lleva así mucho tiempo. Salgo a pasear cuando todavía hay luz, pero pronto se hace de noche. Es la hora en que habitualmente voy al cine, pero ahora están cerrados. No me apetece volver tan pronto a casa. Y sin darme cuenta, llevado por mis pasos que todos lo convierten rápidamente en rutina, vuelvo a dar en Las Pelayas. Me siento en el último banco, cerca de la puerta, como un intruso no invitado, y me dejo acariciar por el monótono canto que surge tras las rejas. Somos media docena escasa de sigilosas sombras, menos que las monjas que siguen su ordenada vida al otro lado. Quizá no me conviene decirlo, pero lo digo: a solas con mis pensamientos, paso media hora de felicidad. No sé si ese Dios que no existe –pero al que se debe mucho de lo mejor y de lo peor de este mundo-- tiene algo que ver son esto. Me imagino que no.

Lunes, 14 de diciembre
UN DÍA FELIZ

La felicidad de levantarse, desayunar, revisar la reseña de esta semana, enviarla al periódico, cruzar el parque de San Julián, atravesar el puente sobre la autopista, entrar en Noor, sentarse en la mesa favorita, al fondo, bajo la lámpara, abrir un libro, que el camarero me traiga, sin pedirlo, el café y el vaso de agua, pasar una hora leyendo, tomando alguna nota, distraerse de vez en cuando con el ir y venir de los clientes, casi todos habituales, para los que el dueño y camarero tiene siempre una palabra amable.

            “¡Con qué poco se conformaba este buen hombre!”, dirán los lectores de dentro de algún tiempo. Y no se podrán creer que ese poco, hasta ayer mismo, estaba rigurosamente prohibido.

Pero la felicidad continúa. Paso por casa y por mi despacho del Milán y luego me voy a otra sesión de trabajo gustoso en las Salesas, a mi rincón de encuentros y lecturas desde 1982. Me siento en el lugar habitual, la gran mesa redonda, y abro el libro que el correo ha dejado esta misma mañana en el despacho: El vaso medio lleno, de Enrique García-Máiquez, con su hermosa cubierta blanca en la que destacan unos coloreados trazos de Ramón Gaya. Son aforismos, el género mejor para picotear en un café. Lo abro al azar y el azar (siempre generoso conmigo) hace que el primero que lea resume lo que yo le diría a ese señor, don Cerrojazo y Tente Tieso, al que le basta soltar un tuit para arruinar a una familia o a un ciento: “Piensa más y acertarás”. Aunque yo creo simplemente con que pensara antes de actuar ya tendríamos mucho camino andado.

            Y aún no ha acabado todo. La ciudad vuelve a tener alma. En el Dos de Azúcar, leo un rato –otro libro distinto, por supuesto-- y charlo con un par de amigos. Hasta ahora tenía que hacerlo a la intemperie, como un sin techo, calentándome las manos con el vaso de plástico del café.

            Un día feliz, con harto pesar de las autoridades político-sanitarias, que aún no se han enterado de que el no maltratar a las personas es lo primero que hay que hacer para preservar su salud. Nadie más vulnerable a cualquier virus que quien ha perdido las ganas de vivir, como buena parte de los internos en las residencias de ancianos.

Martes, 15 de diciembre
LA REBELIÓN FEMENINA

Antonio Insuela, que ya está pensando en que al final del curso habrá de abandonar su despacho, me pasa un buen puñado de viejas revistas, el mejor regalo que puede hacérseme. Me llevo a las Salesas un tomo de Por esos mundos. Es de 1913. Colaboran Emilia Pardo Bazán, Manuel Machado, Rubén Darío y tantos otros nombres admirados. Pero a mí me interesan más las noticias de entonces. Siempre he creído que el periodismo noticioso, no el opinativo, no resiste menos el paso del tiempo que la literatura.

Una “Crónica mundial” inicia cada número. De “La revolución femenina” habla la primera: “En Inglaterra y en los Estados Unidos las mujeres luchan en pro del sufragio femenino. El objeto real de la contienda es el de compartir con los hombres el gobierno de los pueblos”. Da cuenta a continuación de su éxito en Estados Unidos, donde van de triunfo en triunfo, y de su fracaso en Inglaterra, donde habían obtenido del gobierno la promesa de que se consideraría el sufragio parlamentario de las mujeres, pero el presidente de la Cámara dijo que no se podía discutir esa ley electoral por no cumplir ciertos requisitos (más o menos lo que hacen en España los letrados de las cortes cuando se trata de investigar al anterior jefe del Estado). Las sufragistas británicas no se tomaron demasiado bien la decisión: “en los buzones de correos vierten ácido sulfúrico y fósforo; los cristales de los escaparates caen hechos añicos bajo los golpes o las pedradas; ni siquiera las flores encuentran piedad ante la furia de las sufragistas y así han destruido las famosísimas orquídeas de los jardines de Kew, en las cercanías de Londres”. Y no para ahí la cosa: “Los miembros del gobierno reciben diariamente cartas que contienen amenazas de muerte y no son pocas las precauciones que la policía toma para evitar un atentado”.

            Pero el comentarista, al contrario de lo que podría pensarse, no da muestras de asustarse demasiado: “¿Qué de sorprendente tiene el que las sufragistas londinenses rompan cristales y destruyan jardines? Procediendo así no hacen sino seguir los caminos trazados en la historia y probar, sin ningún género de duda, su actitud para las tareas políticas, ya que igualan a los hombres en el arte de perturbar el orden injusto y de conquistar el progreso con jornadas de barbarie”.

            Parece que en la España de 1913, al contrario que en la actual, había algún atisbo de vida inteligente.

Miércoles, 16 de diciembre
TENGO MIS DUDAS

Dicen que no se puede hacer una tortilla de patatas sin romper los huevos. ¿Seguro? Yo, desde que me invitaron a probar una tortilla de patatas vegana, tengo mis dudas.

Jueves, 17 de diciembre
LA NUEVA RACIONALIDAD

Salgo de casa, temprano en la mañana, y el cielo es tan azul, tan de verde transparente y oro las hojas de los árboles, tan brillante del rocío la hierba, que de inmediato siento una bocanada de felicidad. “No me podrán quitar el gozo de vivir”, me digo.

            Pero me lo quitan en cuanto echo una mirada distraída a las portadas de los periódicos: “El gobierno pide a las comunidades que aumenten las restricciones para Navidad”. Al parecer, esas estadísticas llenas de distingos y de las que nadie controla su fiabilidad han vuelto a subir. Y yo me digo que son fiables, y las medidas tardan al menos diez días en hacer efecto, la causa de la subida está en el cierre de cafeterías y zapaterías, no en su apertura el lunes pasado.

            Eso es lo que se pensaría si uno se atiene a la vieja normalidad, pero en la nueva se razona de manera distinta. ¿Suben las estadísticas? Pues en Navidad en lugar de diez personas a cenar que se reúnan cinco y en lugar del toque de queda a las doce (como en el cenicienta) lo ponemos a las ocho para que la gente tenga más tiempo para desesperar y pensar en el suicidio. La causa de lo que ocurre en el presente no es lo que hemos hecho en el pasado –las medidas absurdas--, sino lo que haremos en el futuro. ¡Viva la lógica!

            Unos parecen haberse vuelto locos y a otros nos quieren volver locos. Y lo están consiguiendo. Se me acerca (pero no a menos de dos metros y con mascarilla, que no suelte otro tuit amenazador Barbón) una amiga muy asustada: “¡Tengo un tío con Covid, Martín! ¡Y su hija también es positiva!”, “¿Cuántos años tiene tu tío?”, “No sé, hace mucho que no le veo, cerca de noventa o más, es mi tío abuelo”,  “¿Y tenía alguna enfermedad?”, “Creo que sí, no sé qué, pero le ingresaban cada poco”, “¿Y su hija también está en el hospital?”, “No, su hija no, no tiene ningún síntoma, pero es positiva. Estoy desesperada. ¡Y la gente llenando la calle Uría! ¡Son unos inconscientes!”.

Hace unas semanas a un amigo se le murió la madre, en pocas horas, de un derrame cerebral y, cuando le di el pésame, me dijo algo aliviado en medio del dolor: “¡Pero no tenía Covid!”

            La situación podrá ser desesperada, pero no es seria.

Viernes, 18 de diciembre
MALTRÁTANOS, BARBÓN

Cuando comenzó la Gran Guerra, en agosto de 1914, entre enfervorizados aplausos de los ciudadanos a sus sabios gobernantes, todo el mundo pensaba que los soldados iban a volver a casa por Navidad.

            ¿Cuándo podremos nosotros volver a celebrar como Dios manda, y nunca mejor dicho, la Navidad? La guerra del catorce duró cinco años, pero también antes hubo la guerra de los treinta años. Conviene no ser demasiado optimistas.

            ----Nos toman el pelo y encima quieren que les demos las gracias.

----¿Nos toman el pelo? No. Nos lo arrancan a tirones y muchos les dan las gracias mientras se arrodillan y gritan: “Maltrátanos, Barbón (o Ximo Puig o quien sea, tanto monta, monta tanto) que hemos sido malos, que hemos salido de compras, que queremos visitar a nuestros familiares, que nos lo merecemos”.

Después y todavía: Pero el mañana es mío

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Sábado, 19 de diciembre
EL ENTERO UNIVERSO

El entero universo no es más misterioso que el cerebro del anónimo viandante con el que te cruzas en cualquier esquina.

Domingo, 20 de diciembre
QUÉ POCO ME VA QUEDANDO
 

Vuelvo al cine, ahora con nuevas medidas de seguridad: no se venden comidas ni bebidas (¡una sala de cine sin palomitas!), las entradas hay que comprarlas tecleando en la pantalla y pagarlas con tarjeta. ¿El resultado de tanta seguridad? Que si antes del cierre éramos ocho espectadores en la inmensa sala ahora seamos cuatro. Había más gente el domingo pasado en Las Pelayas, éramos media docena, que hoy viendo Nieva en Benidorm y las iglesias, por vacías que estén, no corren el riesgo de desaparecer.

            En la sala de cine, en cuanto se apagan las luces, soy como un niño al que le cuentan un cuento. Dejo fuera mi espíritu hipercrítico y me dejo llevar. ¿Que el protagonista es un inglés que, poco antes de venir a España, no sabe nada de nuestro país y que al día siguiente de poner los pies en España ya habla perfectamente español? Pues qué bien, son cosas que ocurren en los cuentos. ¿Que un carnicero que quiere entrevistarse con el hermano de su socio desaparecido, en lugar de llamarle por teléfono y pedirle que se pase por la tienda, prefiere secuestrarle y encerrarle en una cámara frigorífica? Nada que objetar, son cosas de los cuentos. Isabel Coixet nos cuenta una historia de amor que no me resulta ajena. Yo soy ese inglés pasmado al que acaban de prejubilar y que ha de cambiar todas sus costumbres. Ganas me dan, mientras dura el cuento, de irme a Benidorm a ver si yo también encuentro a una Sarita Choudhury que me saque de mis demasiado confortables casillas.

            Salgo del cine con ese toque habitual de mágica irrealidad. Todavía recuerdo la primera vez que entré en un cine, el que había en la plaza del Mercado, en Aldeanueva del Camino. No recuerdo de qué iba la película, pero sí que aparecía en ella el mar y un barco. Cuando salí del cine, le di la vuelta al edificio para ver dónde estaban escondidos, que a mí no se me engañaba fácilmente. Debía yo de tener cinco o seis años. Todavía la televisión no había llegado a España.

            ¿Cuántos domingos de cine, en las salas de cine, me quedan? Me temo que se pueden contar con los dedos de una mano. En casa, hace tiempo que no veo películas. Duran demasiado, en seguida cambio de canal o abro un libro. Pero la mayoría de la gente, que hace tiempo que no las frecuenta, ni lo notará. Quedarán, como los teatros, solo en las grandes ciudades. “Qué poco me va quedando / de lo poco que tenía. / Todo se me acabando / menos la melancolía”.

Lunes, 21 de diciembre
JUGAR CON FUEGO

Siempre he sido un buen lector de periódicos. Ahora lo soy cada vez menos. Hojeo, en papel, tres o cuatro todos los días, pero procuro taparme la nariz para no intoxicarme y me fijo sobre todo en la letra pequeña y en el final de los artículos, que es donde suele refugiarse la verdad. De las opiniones, sean o no de especialistas, huyo como de la peste. Datos, datos, que ya los interpretaré yo.

            Cada día me gustan menos los diarios de hoy, cada vez me gusta más la prensa de ayer, mi manera de viajar en el tiempo y ver con ojos más lúcidos el presente.

            Entretengo el café de la mañana con un número del semanario Crónica, el del 12 de abril de 1936. En la portada, la foto de una guapa señorita y el siguiente texto: “Una belleza española. Maruja Sanchiz, que obtuvo el segundo premio de Crónica el verano último en el concurso de la bañista más bella y que ha sido proclamada ahora ‘Mis Teatro 1936’ en Barcelona”. En la contraportada, dos fotografías, una de Alcalá Zamora y otra de Martínez Barrio. Sobre ellas, “El Presidente de la República, destituido por las Cortes”, y en la parte baja: “En este número, amplia información de esta emocionante jornada política que puede marcar nueva orientación al rumbo de la República”.

            Vamos pasando páginas y se tarda en llegar a esa “amplia información” de solo dos páginas, menos de las que se dedican a un concurso de mises o al proceso de las envenenadoras de Granja de Escarpe. Antes que sobre esa “emocionante jornada política,” nos enteramos de que se va a rodar una película sobre las novias de Luis Candelas, de la información teatral, de la historia de los dos almirantes ingleses que sucedieron a Nelson, de la ejecución en la silla eléctrica de Bruno Richard Hauptmann, el raptor y asesino del hijo de Lindbergh, de la respuesta que varios escritores –Wenceslao Fernández Flórez, Alejandro Casona, María Martínez Sierra y los hermanos Quintero-- dan a una encuesta acerca de “cuándo se empieza a ser viejo”. Por fin llegamos a la información política. Tras la constitución definitiva del Parlamento surgido de las elecciones de 1936, se nombra a Diego Martínez Barrio presidente de las Cortes. Estas son las palabras de su primer discurso: “Estamos ante la coyuntura favorable para el país de que grandes masas de opinión aparecen confiadas en que la República atenderá sus peticiones y abrirá el cauce legal que les permita realizar los designio históricos a que estas clases están llamadas. Frustrar esta esperanza sería un tremendo error”. El primer acto que realizan las nuevas Cortes, inmediatamente después de constituidas, es analizar si la disolución de las anteriores se ajusta o no a lo dispuesto en el artículo 81 de la Constitución. Un primera proposición socialista afirma que sí, pero al poco tiempo presentan otras en la que afirman que no fue legal la disolución y que hay que destituir a Alcalá Zamora. “La sorpresa que produce esta proposición en la Cámara no es para descrita”, escribe el cronista. Un diputado, Joan Ventosa, de la minoría catalana, suscita una cuestión de procedimiento, considera que para tramitar la proposición que acaba de presentarse es necesario crear una comisión especial: “¿Es que vamos a seguir menos trámites para destituir al más alto Poder de la República que para resolver sobre una carretera o un ferrocarril”.

            Se siguieron menos trámites. Intervinieron varios diputados y luego se pasó a la votación. Votaron los diputados del Frente Popular, la oposición se negó a hacerlo. Y por 238 votos a favor y 5 en contra (la cámara estaba formada por 417 diputados) se decidió que Alcalá Zamora dejara de ser presidente de la República. Cuando fueron a comunicárselo a su domicilio particular, se negó a recibir a la Mesa de la Cámara alegando que estaba descansando y ningún precepto constitucional le obligaba a hacerlo. Se conformaron con entregar el acta a su secretario en el Palacio Nacional.

            No sé si con este sainete comenzó a arder la mecha que muy pronto  iba a hacer saltar a la República por los aires, pero desde luego no contribuyó precisamente a afianzarla.

Martes, 22 de diciembre
CUANDO SE TIENE SED
 

Todos los días, antes de ir a la cama, abro el gran cuaderno de páginas en blanco que me regaló Ana Vega y anoto unas cuantas reflexiones.

            Cuando se tiene sed, el mejor regalo es un vaso de agua.

            Si no tienes tiempo para aburrirte, es que no aprovechas bien el tiempo.

            Hay muchas cosas que mejoran con el olvido.

            Hay cosas a la vista de todos que nadie ve.

            A veces lo innecesario es lo que más falta nos hace.

            Una buena persona nunca está segura de serlo.

            Quien nunca se equivoca mucho yerra.

            El amor, si se cura a tiempo, no deja secuelas.

            Qué engañosas son con frecuencia las evidencias.

            Siempre nos enamoramos de seres imaginarios.

            Si se trata de desvariar, al menos desvariar con gracia.

Miércoles, 23 de diciembre
UN BUEN CONSEJO
 

“Lo que me atrevo a aconsejarle es que lea poesía con parsimonia –le escribe Unamuno a Gabriel y Galán-- y en cambio lea libros de ciencia, de filosofía (esto sobre todo), de historia, etc. Mediano dramaturgo es el que apenas lee más que dramas”.

            Y pésimo especialista el que solo lee libros de su especialidad, añado yo. Y así nos va, asesorados los políticos por epidemiólogos que nos tratan como a ratas de laboratorio.

Jueves, 24 de diciembre
CUENTO DE NAVIDAD

El tren sale de Madrid, la tarde noche del 24 de diciembre de 1974, vacío o casi vacío. Un joven va solo en su departamento. Por toda cena, un bocadillo de pan reseco, lo único que ha encontrado en la estación. A mitad del viaje, el tren se detiene. “Lo que faltaba, una avería”. De pronto, reaparece el revisor. “¿Quiere venir conmigo? Estaremos parados poco tiempo, creo”. Le acompaña hasta la cabecera del tren. Allí saca una botella de champán, tres copas y una bandeja de dulces. “Brinde con nosotros, no es bueno pasar la Nochebuena solo”. Un paisaje nevado, el cielo muy claro y lleno de estrellas. El revisor le señaló unas huellas cerca de la vía. “Son de lobo”, dijo. Una estrella fugaz se deslizó sobre las montañas. “Es la estrella de los magos”, dije yo sonriente. Esa misma mañana, cuando ya no lo esperaba, había visto cómo se había abierto la puerta de la celda y oí mi nombre y la frase mágica: “¡Con todo!”

Viernes, 25 de diciembre
BENDITOS BARES
 

----¿Qué te ha parecido el discurso de rey, Martín?

----Bien, pero podía haber sido mejor. Mi informante de la Moncloa, ya sabes que yo tengo espías en todas partes, me ha contado que al cepillarlo allí, eliminaron un párrafo en que citaba a Machado. “¡Los versitos para los premios Princesa, que aquí no estamos para florituras!”, dicen que dijo la vicepresidenta. “¡Y si por lo menos citara a Luis, que es de la casa, y no a un republicanote!”. El párrafo de marras no estaba mal, y a Felipe parece que le gustaba, pero quien manda manda. Te lo leo: “En estos días que tantos sacrificios nos exigen a todos, me gustaría recordáramos, en especial a los más jóvenes, los versos de Antonio Machado: ‘el hoy es malo, pero el mañana es mío’. No vivimos, por causas ajenas a nuestra voluntad, en el mejor de los tiempos, pero de nosotros depende construir un futuro de cercanía y abrazos, de prosperidad y confianza, un mañana enteramente nuestro que ya –gracias al esfuerzo de todos-- está al alcance de la mano”.  Por lo menos le dejaron defender los cines y los bares y darles así un tirón de orejas a esos politicastros, como el que en Asturias padecemos, que es lo primero que cierran en cuanto se levantan con el pie cambiado. Podía haber añadido una cita de Vargas Llosa: “Europa es ante todo un café repleto de gentes y palabras, donde se escribe poesía, se filosofa y practica la civilizada tertulia, ese café que de Madrid a Viena, de San Petersburgo a París, de Berlín a Roma y de Praga a Lisboa es inseparable de las grandes empresas culturales, artísticas y políticas de Occidente, en cuyas mesas de madera y paredes tiznadas de humo nacieron todos los grandes sistemas filosóficos, los experimentos formales, las revoluciones ideológicas y estéticas”.

 

Después y todavía: Espero lo mejor

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Sábado, 26 de diciembre
LA NARIZ DE CLEOPATRA
 

Un elogio a destiempo puede cambiar el rumbo de la historia. En 1931, recién estrenada la República, Indalecio Prieto ofrece un almuerzo al resto de los componentes del gobierno provisional en el palacio de la Zarzuela. ¿El motivo? Que conozcan los terrenos en que se va a construir el nuevo hipódromo y comprueben que no perjudicará al arbolado y la mutilación del parque natural sería insignificante. Un día espléndido, la mesa para el almuerzo se dispuso fuera del palacio, a la sombra de un inmenso cedro secular. Presidían la reunión Niceto Alcalá Zamora y Alejandro Lerroux. A los postres, se habló de las recién elegidas Cortes Constituyentes, que comenzarían a reunirse en breve. Se pasó revista a los mejores oradores del anterior momento revolucionario y de la restauración borbónica. Se aventuró el nombre de quienes podrían brillar en las nuevas cortes. Varios coincidieron en Alcalá Zamora, que sonrió satisfecho. Lerroux, sin desdeñar al presidente del gobierno provisional ni mucho menos, como se apresuró a indicar, mencionó a Melquiades Álvarez. Y entonces ocurrió el hecho de apariencia insignificante que cambiaría la historia de España. Prieto tomó la palabra: “Quedan pocos oradores parlamentarios. Yo no conozco más que uno que merezca el título de gran orador”. Hizo una pausa y todos quedaron expectantes. “A la muda y breve interrogación general –cedo la palabra a uno de los protagonistas-- contestó avanzando el dorso sobre la mesa, extendiendo el macizo brazo izquierdo, señalándome con el índice de su mano episcopal que por la postura en que se hallaba se retorció como un tirabuzón y, sin mirarme, dijo: Don Alejandro”.

            Cuando, pocos meses después, Alcalá Zamora, ya presidente de la República, tuvo que formar gobierno, desdeñó al candidato natural, Alejandro Lerroux, que llevaba más de treinta años al servicio de las ideas republicanas y cuyo Partido Radical era la minoría mayoritaria en las Cortes y se inclinó por un republicano de ayer mismo, Manuel Azaña, y cuyo partido era de los que tenían menor representación. Alcalá Zamora no había sido capaz de olvidar aquel almuerzo en la Zarzuela y no quería dar alas al único político que podía hacerle sombra.

            ¿Fracasó la república por los celos que Alcalá Zamora tenía de Lerroux? Eso es lo que este pensaba y así lo cuenta en La pequeña historia, su libro de memorias escrito en Portugal cuando habían pasado poco más de cinco años de los anteriores acontecimientos y parecía que pasado cinco siglos.

 

Domingo, 27 de diciembre
EL PRECIO DEL DESEO
 

Una cita apócrifa de Santa Teresa, la que Truman Capone pone al frente de su novela Plegarias atendidas, y uno de los cuentos de terror más impactantes que yo haya leído nunca, “La pata de mono”, están detrás de la historia que nos cuenta Wonder Woman 1984, una de esas películas nacidas para arrasar las taquillas y que yo veo en una sala desoladoramente vacía.

            “Se derraman más lágrimas por plegarias atendidas que por la no atendidas”, la cita de Capote, es una variante de un dictum clásico: “Cuando los dioses quieren perder a un hombre, le conceden todos sus deseos”.

            “La pata de mono”, el cuento de W.W. Jacobs, lo leí por primera vez en la Antología de la literatura fantástica de Borges. Todavía vuelve de vez en cuando a mis pesadillas.

            Y me ha dejado secuelas: cuando algo me sale bien, demasiado bien, siempre me aterra pensar en el precio que me veré obligado a pagar por ello.

Lunes, 28 de diciembre
ESO ME BASTA

Soy de los que se conforman con poco. Para ser feliz me basta con tener un gran amor imposible y algún que otro pequeño amor posible.

Martes, 29 de diciembre
NO SIEMPRE

No siempre tengo razón, por supuesto. Solo casi siempre.

Miércoles, 30 de diciembre
A PENSAR Y A VIVIR
 

“Escribes demasiado”, me repiten a menudo los amigos que tienen la buena costumbre de no leerme.

            “¿Demasiado? Una hora al día. Ahora, eso sí, todos los días y dedicando las veintitrés horas restantes a pensar y vivir lo que escribo.

Jueves, 31 de diciembre
HE SIDO FELIZ

Me entretengo, antes de ir a la cama, en hacer recuento del año que acaba. Para el mundo en general, no hace falta repetirlo, ha sido nefasto, pero ¿y para a mí en particular? La verdad es que he salido bastante bien parado, casi tanto como el gobierno central, al que parece que le tocó la lotería con la pandemia. Apenas he salido del país –antes, anduve por Praga y Viena; durante el verano, por Burdeos, Biarritz, Bayona--, pero apenas he parado en casa. Soy un hombre de buen conformar: si no puedo viajar en avión, pues lo hago a pie y así he descubierto cercanos paraísos. He añadido nuevos rincones a mi biblioteca: la ermita de Santa Ana de Abuli, por ejemplo, en cuyo muro me sentaba al sol de otoño con un libro de poesía en las manos y las lejanas cumbres y el perfil de Oviedo al fondo. Soy un hombre tan de costumbres que si me quitan mis costumbres a los dos días ya tengo otras que me gustan tanto como las primeras. He cuidado, como siempre, de mi salud: no he pasado el día lavándome las manos, no me he encerrado en casa, he caminado mucho, no he escuchado las noticias de la televisión, no he interrumpido ni una sola semana la tertulia de los viernes –presencial cuando era posible, virtual cuando no--, no he dejado de pasar un solo día por mi despacho del Milán ni interrumpido otras actividades –que no voy a enumerar aquí—imprescindibles para el equilibro físico y mental. He tenido suerte, ya lo sé: mis ingresos –como los de los ministros y los funcionarios que nos teledesatienden-- han seguido llegando con puntualidad y no se han visto mermados por la situación. Podía haber sido tan feliz como de costumbre, y todos los días he sido durante algún rato, a veces durante un buen rato, feliz. También muy desdichado. Ha habido noches en los que no podía dormir de indignación y rabia. No era capaz de comprender que se permitiera a los perros salir a dar una vuelta y no a los niños, aunque fueran solos y de la mano de un progenitor. Luché por acabar con ese estúpido, dañino, presuntamente delictivo encierro, compartí peticiones al gobierno y nada me dolió más que algunas queridas amigas –ganas me dan de escribir sus nombres para eterna vergüenza--  se negaran a firmar esas peticiones porque los niños “contagiaban cinco veces más que los adultos”. ¿También se creía tal bulo el ministro de Sanidad, que ahora parece que se marcha a Cataluña despidiéndose con un “ahí queda eso”? Mi confianza en la racionalidad del ser humano cayó entonces por los suelos y me espantó el nivel de aturdida crueldad a la que pueden llegar las buenas personas. A los niños, finalmente los liberaron de su encierro (previo el sainete, que habría causado la rechifla y la dimisión de cualquier gobierno en un país serio, de dejarlos salir solo al supermercado), pero el maltrato institucional de los ancianos ahí sigue. Y la desatención a los enfermos.

            A veces me avergüenzo de ser tan egoísta. A pesar de tanto dolor, debido menos a una catástrofe natural –aunque también, por supuesto-- que a decisiones tomadas por irresponsables con nombre y apellidos, a pesar de ello ha habido momentos –y no escasos-- en que he sido feliz. Sé lo que me espera, pero el tiempo inhóspito de la decrepitud aún no ha llamado a la puerta, aunque puede hacerlo de un momento a otro: siento su aliento cada vez más cerca.

Solo una cosa le pido al nuevo año: que para todo el mundo, no solo para mí, sea tan benévolo como el que acaba de pasar.

Viernes, 1 de enero
ENCANTADO DE CONOCERME

Mis amigos, más de los que merezco, y mis enemigos, ganados a pulso, coinciden en que soy una de esas personas encantadas de haberse conocido. No seré yo quien les lleve la contraria.

            Al nacer, reparten cartas para que juguemos la partida de la vida. No podemos cambiar las que nos tocan, no nos queda más remedio que jugar con ellas. Las que me tocaron a mí quizá no fueron de las mejores, pero podían haber sido peores- En lugar de quejarme, como tantos otros, he procurado sacarles siempre el mayor partido posible.

            No seré el hombre más inteligente del mundo, como dicen que estoy continuamente dando a entender, pero siempre me he esforzado por mantener ágil, bien lustrada, ejercitada de continuo, la poca o mucha inteligencia que me ha tocado en suerte.

            No seré el mejor economista del mundo, pero desde que empecé a trabajar a los veintiún años nunca he necesitado un préstamo y he llegado a los setenta sin dejar de trabajar un solo día, sin despilfarrar un euro, sin un euro ahorrado y sin más propiedades que el pequeño piso en que vivo.

            No seré el escritor más exitoso del mundo, pero siempre he podido escribir a mi aire, llamar al pan pan y al barbón barbón, publicar todo lo que escribo, no rebajarme a premios, no callar por miedo, no mendigar alabanzas.

            En fin, que amigos y enemigos tienen razón: estoy encantado de haberme conocido y creo que he jugado de la mejor manera las cartas que me tocaron en suerte.

            Y todavía disfruto como un niño con el regalo que me encuentro, al despertar, cada primero de enero: nada menos que un año nuevecito y por estrenar.

Siempre optimista, espero lo mejor del 2021, pero por si acaso me preparo para lo peor, que sé de sobra en qué manos estamos.

             

Después y todavía: Ahí queda eso

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Sábado, 2 de enero
INVITACIÓN AL VIAJE
 

Abro un libro viajero del olvidado Pierre Loti. La pátina del tiempo, tras volverle un poco ridículo, le ha llenado de encanto. De su mano visito el Marruecos de 1889, el año de la exposición universal de París que nos dejó como herencia, y símbolo de modernidad, la torre Eiffel. Comienza con versión del carpe diem: “Vivamos en un vago sueño de eternidad, sin la ansiedad del mañana, y dejemos que las viejas paredes se agrieten bajo el peso del sol de los estíos; que las hierbas crezcan sobre el techo, que se pudran las bestias en el lugar mismo en que sucumbieron. Desdeñémoslo todo y gocemos solamente del desfile de las cosas que no engañan, de las criaturas hermosas, de los bellos corceles, de los frescos jardines, del perfume de las horas”.

            Viaja con abundante escolta, como un invitado especial del sultán. La tarde misma de su llegada a Tánger visita el campamento ambulante que habrá de acompañarle, dispuesto fuera de las murallas en un altozano que domina la ciudad: “Es una verdadera aldea nómada, montado ya y habitado por nuestra escolta de árabes. En torno a él, pastan caballos, camellos, acémilas de carga, trabados con cuerdas, despuntando una hierbecilla corta muy aromática. Podría tomárselo por una tribu cualquiera, por un aduar del que brota ya un fuerte hedor a beduino; y tristes canturreos en falsete y débiles tañidos de laúd se escapan de la tienda de nuestros camelleros”.

            El lugar de partida es el zoco: “Hoy es día de mercado, docenas de camellos yacen arrodillados en tierra y la masa de campesinos y mendigos, con grises chilabas de lana oscura, se agita confundida entre este montón de bestias tumbadas. El tono neutro y apagado del conjunto hace resplandecer más, en la lejanía, la blanca ciudad coronada de verdes minaretes y la mancha azul del Mediterráneo, y a un lado, dispuestos para partir, el colorido oriental de los jinetes de nuestro séquito, los caftanes rosas, los caftanes anaranjados, los caftanes amarillos y las rojas sillas de velludo”.

            Quienes transportan el campamento se adelantan en cada jornada y, al caer la noche, lo encuentran montado en una hondonada, los caballos relinchan de placer al reconocerlo. “Al llegar, cada uno de nosotros se dirige sin vacilación a su alojamiento, que no ha cambiado de lugar con relación a los demás. Allí está su cama, su impedimenta y en el suelo sobre el natural tapiz de hierba otro tapiz marroquí. Viajamos con todas las comodidades posibles; no tenemos que ocuparnos de nada, ni pensar en nada más que en disfrutar del aire puro, del cambio de lugar, del espacio”. Las tiendas de los viajeros forman un círculo perfecto en cuyo centro pastan los caballos. En torno a ellas, en un segundo círculo envolvente, se alzan las de los acemileros y las de los guardas, más pequeñas, puntiagudas y sin adornos, dispuestas con no tanto orden, formando un barrio beduino invadido por las bestias de carga y del que por la noche brotan extrañas melodías. Los alimentos los reciben cada atardecer, proporcionados por las tribus de los lugares por los que transcurren, como un impuesto al que tienen derecho al ser invitados del sultán. Siempre en abundancia, como para alimentar diez caravanas como la suya, pero sería una gran descortesía rechazarlos: “Los diez primeros hombres traen grandes orzas de barro, llena de manteca de oveja; vienen después las jarras de leche, los cestos de huevos; jaulas redondas de caña, llenas de pollos atados por las patas; cuatro mulas cargadas de panes, de limones, de naranjas; y finalmente doce carneros sujetos por los cuernos, que penetran a la fuerza, los pobres, en este campo extranjero, desconfiados ya”.

            Me duermo y sigo viajando camino de Fez, olvidado de toda la miseria del presente, como en unas Mil y una noches ilustradas por Fortuny.

Domingo, 3 de enero
AQUELLOS OJOS VERDES

Vuelvo a ver Deseando amar, la película de Wong Kar Wai, veinte años después, y vuelvo a sentir la misma fascinación hipnótica. No me importa el final deshilachado, los agujeros del argumento (si las parejas de los protagonistas los engañan, ¿a qué ese temor a que descubran que ellos hacen lo mismo?), solo el ir y venir de los dos amantes por las escaleras empinadas, los estrechos pasillos, los callejones bajo la lluvia, siempre tan absurdamente elegantes, tan repeinados, tan corteses. ¿Quién no tiene una señora Chow o un señor Li en su pasado? “Es el amor, tendré que esconderme o que huir”, como en el verso de Borges, como yo me he dicho tantas veces. A veces cierro los ojos ante el rostro que llena la pantalla durante incontables minutos, como otro rostro llena mi insomnio durante horas, pero no puedo cerrar los oídos a la música de Michael Galasso ni a la voz de Nat King Cole cantando en español: “Aquellos ojos verdes / que yo nunca besaré”.

Lunes, 4 de enero
CARA Y CRUZ

Cómo me veo: la voz de la cordura que clama en el desierto de la inteligencia.

Cómo me ven: el espíritu de la contradicción que gritaba “el rey está desnudo” cuando todos aplaudían lo mucho que hizo por traer la democracia a España y llevarse cuanto pudo apañar al extranjero.

Martes, 5 de enero
EL INFIERNO TAN QUERIDO

El amor puede convertir tu vida en un infierno (o eso me han contado, porque yo lo he probado poco), pero sin amor la vida no sabe a nada.

Miércoles, 6 de enero
SECRETOS INCONFESABLES

Antes de comenzar la tertulia virtual de los miércoles, mientras se van incorporando los participantes, Enrique Bueres me pregunta si aparecerá pronto el libro colectivo que en Nueva York prepara Hilario Barrero sobre mis diarios.

----Ya están corrigiendo pruebas, creo que saldrá dentro de unos quince días. Yo no lo he leído y estoy deseando y temiendo hacerlo; me temo que a algún colaborador le haya dado por el capítulo de las indiscreciones.

----O sea, que tú no respetas la vida privada de nadie, pero no soportas que alguien se inmiscuya lo más mínimo en la tuya.

----Exacto, pero no creo que nadie lo haga con fundamento. Soy bastante bueno guardando los secretos propios, aunque sea un desastre con los ajenos.

Jueves, 7 de enero
CUÁNTOS REGALOS

Qué hermoso el día de ayer, en el que los Reyes me dejaron, como el regalo mejor, un resplandeciente cielo azul. Qué hermoso el día de hoy, de un azul no menos resplandeciente. No cambiaría por nada este placer de pasear, con buen paso para entrar en calor, entre castaños y robles, subrayado el silencio por la esquila de alguna vaca o un tímido trino. Y luego, a la noche, sigo acompañando a Pierre Loti en su fascinante cabalgada por Marruecos: “En todo el campo, no se oye el menor ruido, el más débil rumor humano. Y mientras saboreo esta calma, este silencio, estos frescos aromas, este aire vivificante, paseo mi mirada por una revista traída casualmente y me fijo en un artículo de Huysmans, que se queja de las incomodidades de su sleeping-car: densas humaredas, promiscuidad, hedores de las cabinas demasiado estrechas. Y en mi alegría, al verme libre de compartir espacio con viajeros adiposos, catarrosos, de puro en la boca, experimento un impulso de gratitud hacia el sultán por no querer trenes en su imperio y por dejar en él las salvajes sendas por las que se puede galopar a caballo, hendiendo el viento…”

            Colonialismo puro, lo sé. Millones de súbditos del sultán en la miseria para que unos pocos puedan vivir en la opulencia e invitar al escritor de moda que cantará su gloria. Con algo de mala conciencia, que aumenta la voluptuosidad, acompaño a Pierre Loti en sus cabalgadas rodeado de hermosos guerreros, mientras poco a poco me va llegando el sueño.

Viernes, 8 de enero
PUNTO FINAL

No pasa día sin que me adviertan de que hace meses que solo me dedico a criticar las decisiones de las autoridades político-sanitarias para tratar de contener el virus que nos trae a maltraer.

            ----Como sigas así, vamos a dejarte de leerte. Ya aburres, ¿lo sabías? Eres un negacionista, eres peor que Miguel Bosé.

            ----Cierto, Piquero, soy un negacionista. Desde el gran cerrojazo de marzo llevo desgañitándome para denunciar medidas contraproducentes o dañinas. Nadie me ha hecho caso. Los medios de comunicación siguen acríticamente difundiendo el miedo con sus estadísticas carentes del más mínimo rigor. Pero no soy un Quijote, estoy cansado de recibir palos, aunque sean dialécticos, de aquellos a los que quiero ayudar. Renuncio a hablar más del tema. Don Adrián Barbón puede tuitear lo que quiera y encerrarnos y desencerrarnos cuando se le antoje (y se lo permita papá) que yo no volveré a amargarle el desayuno los domingos con mis jeremiadas.

            ----No creo que se lo amargaras. Tus ironías le entran por un oído y le salen por el otro.

            ----Ya sé que es invulnerable a cualquier atisbo de racionalidad. Pero yo debo cuidar mi reputación y voy a resumir el fundamento de mi negacionismo, que no niego pero que no se refiere a la existencia de la enfermedad, sino a eficacia de las medidas que se han tomado para protegernos de ella. Dentro de dos, cinco o veinticinco años, cuando esto pase y el mundo recobre la cordura, quiero que a nuestros hijos o a nuestros nietos les quede constancia de que alguien no la había perdido.

            ----¿Así que tú lo habrías hecho mejor que Barbón?

            ----Mejor que él, cualquiera. Te repito lo que yo habría hecho. Las medidas que se han tomado para contener la extensión del virus –confinamientos duros o blandos, lavado de manos a todas horas, mascarillas de la mañana a la noche, etc., etc.-- han sido inútiles, ha continuado a su aire. Y es que impedir su expansión es tan difícil como guardar agua en una cesta. Pero resulta que ese virus que se cuela por cualquier resquicio (como el de la gripe) es un huésped nada gravoso para el noventa por ciento de los individuos en que se aloja; el anfitrión ni siquiera nota su presencia. Causa algún daño al diez por ciento (son cifras aproximadas, claro), bastante daño al cinco por ciento y la muerte a casi el uno por ciento de los afectados. Pero no lo hace al azar. Sabemos con bastante precisión (aunque haya las inevitables excepciones: menos de un uno por cien mil afectados), cuáles son los grupos de riesgo. El esfuerzo que hemos dedicado a supuestamente proteger a toda la población, causando daños graves, no ya a la economía, sino a su salud, estaría mejor empleado protegiendo a aquellas personas para las que contagiarse resulte verdaderamente un riesgo. A los jóvenes dejémosle a su aire, bailar y toquetearse y besarse. Y también a los no tan jóvenes, pero sin patologías que supongan un peligro.

            ----¡Tú quieres un holocausto de ancianos, diabéticos y silicosos!

Tú lo que eres es tonto (pienso, pero no digo). Y continúo en voz alta: “Deja en paz al holocausto. Yo lo que quiero es que se proteja mejor a los ancianos en las residencias, donde han ocurrido la mayoría de las muertes, y se deje en paz a la mayoría de la población para la que esta epidemia no ha supuesto nunca ningún riesgo, aunque su salud haya sido muy perjudicada por las medidas que se tomaron supuestamente para proteger la salud. Algún día habrá estadísticas del exceso de mortalidad provocado, no por la Covid (ese ya lo sabemos), sino por la desatención a la salud pública que provocó el que se dejaran de lado, o muy en segundo lugar, el resto de las patologías, por graves que fueran. Pero no espero que me entiendas, Piquero. Y no te preocupes, que no voy a hablar más de ello. Hice lo que pude. Mi conciencia está tranquila. Ahora me dedicaré a cultivar mi jardín y a contar amenas historias para entretener al personal en los años que nos quedan de encierro, desencierro y vuelta a empezar. Pero me vas a permitir que me despida del activismo antidisparate poniendo voz grave, a lo Fernando Fernán Gómez, y citando al Tenorio: “Razoné y no me oyó, / y pues su oído me cierra / del virus en esta tierra / Barbón responda y no yo”.




Después y todavía: Sin miedo ni esperanza

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Sábado, 9 de enero
ARRECIA EL TEMPORAL

Mientras media España se muere de frío, yo paseo bien abrigadito por la orilla de la ría de Avilés y se me ocurre pensar que del frío del cuerpo puede uno resguardarse mejor que del frío del alma.

            Alguna vez lo he sentido, pero ahora no. Me protege el amor que tengo y el amor que me tienen. El primero es real, el segundo no sé si imaginario. Pero, imaginario o no, qué bien arropa ahora que arrecia el temporal.

Domingo, 10 de enero
PERO SOLO

¡Qué hermosa la nieve! Pero solo en los documentales de National Geografic y en los recuerdos de infancia.

Lunes, 11 de enero
LA GRAN FAMILIA

Me gusta estar solo, pero entre la gente. Por eso prefiero leer o escribir en las cafeterías, no en casa. Nunca me molesta el runrún de la vida. No soy de los que cuentan su vida a los camareros, aunque lleve frecuentando el local años y años, pero siento su compañía, valoro los pequeños gestos amables. Me acerco al McDonald’s de los Prados y, nada más verme, comienzan a preparar mi café con leche y me lo entregan sin tener que aguardar la cola. Suelo sentarme siempre en el mismo lugar, salvo cuando está ocupado, claro. A veces me avisan en cuanto queda libre, como hoy en Las Salesas, por si quiero cambiar. Esos pequeños detalles son los que me hacen estar a gusto. E ir conociendo, sin hablar nunca con ellos (no suelo hablar con desconocidos), a los otros habituales. Del cliente solo, nadie sabe nada, pero en cuanto se sienta junto a él un conocido y se ponen a hablar no tardamos en saberlo todo, comenzando por sus simpatías políticas. Hoy, al ir a dejar Noor, mientras pagaba, me dijo el camarero y dueño: “¿Recuerda a la señora que servía antes de que nos cerraran?”. Claro que la recordaba, más de una vez había querido preguntar por ella. El último día antes del (por ahora) último cierre de las cafeterías se acercó a mi mesa y me dejó, metido en una bolsa de papel, que abrió un momento para mostrármelo, un dulce recién salido del horno. “Para la merienda”, dijo. Luego la oí decir que el primer día sin trabajo lo iba a dedicar a descansar y al siguiente se iría a caminar por el monte, a respirar aire libre, sus anchas. “Murió el sábado. Era mi suegra, era como mi madre. Le apareció un cáncer y no duró ni un mes. Nunca había estado enferma, era incansable, fumaba mucho, hasta el último día, pero el cáncer no tuvo que ver con ello”. No pude evitar que al salir se me llenaran los ojos de lágrimas, como si fuera alguien de la familia. Y lo era, aunque ni siquiera sé su nombre. Nada más verme entrar, se apresuraba a traerme el vaso de agua, para que pudiera descubrirme la cara y leer con libertad, y luego iba a preparar el café. Y el último día, adivinando que soy más bien goloso, me dejó un dulce recuerdo.

            Soy un solitario, pero no puedo vivir sin la gente. Si me dejan sin esos lugares fuera de casa en que me siento como en casa (Los Porches, Noor, Vetusta, el Savanna, Dos de Azúcar, Chelsea), me empobrecen la vida, le quitan buena parte de su color y de su sabor, me enferman de melancolía.

Martes, 12 de enero
CALLO, PERO NO OTORGO

----¿Pero de verdad no vas a comentar las nuevas medidas de Loquillo para fingir que hace algo y protege nuestra salud cuando de sobra ha demostrado no ser capaz de hacer nada? ¿De verdad no vas a ironizar con esos estudios científicos que le permiten afirmar que el virus en los bares solo comienza a ser peligroso a partir de las ocho de la tarde? ¡No me lo puedo creer! ¿Y no te vas a carcajear de que el gran peligro de contagiarte si salías de casa a partir de las once de la noche a pasear por una calle solitaria ahora se ha anticipado a las diez, como castigo por los excesos durante las descafeinadas navidades, que el virus es muy moralista y no le gusta que trasnochemos? ¿Y ni siquiera vas a comentar ese rumor que corre por ahí de que, en la remodelación del gobierno que se avecina, se va a crear un nuevo ministerio, el Ministerio del Miedo (así lo llaman en privado, pero creo que su nombre oficial será Ministerio de la Verdad), que gestionará las redes sociales y los medios de comunicación y a cuyo cargo estará el todavía hoy presidente del Principado? ¿Y no vas a seguir descalificando a quienes apoyan cualquier medida de nuestras autoridades, por ridícula que sea, como tus amigos los poetas Piquero y Cereijo? ¿Ni siquiera vas a salir en defensa de los hosteleros, el chivo expiatorio favorito de los descerebrados mandamases?

----Ni siquiera. Esto va para largo. Unos pocos, con el aplauso de muchos, nos han metido en un laberinto sin salida. Sarna con gusto no pica. ¿A qué combatir caprichosas e ineficaces restricciones si una mayoría aplaude agradecida? Yo, a partir de ahora, me limitaré a capear privadamente la pandemia y la tontemia –que no parece que vaya a tener fin, al menos en una generación-- de la mejor manera posible.

Miércoles, 13 de enero
DE SOBRA LO SÉ

Los que no parecemos cambiar, también cambiamos. Ahora la poesía joven me interesa más bien poco, al contrario que cuando me dedicaba a antologarla reiteradamente. Quiero decir, lo que se llama poesía joven: ejercicios, desahogos, borradores de gente que de mayor se va a dedicar a otra cosa (los más valiosos) o se va a convertir en un correcto poetilla multipremiado. Salvo raras excepciones, los poetas jóvenes no comienzan a escribir poesía a secas, ni joven ni vieja, hasta que están más cerca de los cuarenta que de los treinta. ¡Y cómo envejece la literatura! Cualquier ejemplar de un periódico de hace cien años me interesa más que una novela o una revista literaria de entonces. La literatura, salvo que sea gran literatura, tiene rápida fecha de caducidad, al contrario que el periodismo, esa huella dactilar del tiempo que pasa.

            Y también he perdido interés por escribir poesía, aunque de vez en cuando siga escribiendo, sin querer y como a pesar mío, variaciones del mismo poema. Esta mañana el cielo era de un azul espléndido, como de echarse la mochila al hombro y ponerse a recorrer el mundo. Pero antes de salir abrí el ordenador y escribí unas líneas que podían ser versos, al azar, sin saber tras cada una lo que iba a decir en el siguiente: “Toda la noche el viento en las ventanas / de la casa vacía, queriendo entrar en ella, / arrancando las tejas, golpeando la puerta, / repitiendo un nombre que fue mío. / En la casa vacía solo yo estoy con vida / aunque parezca muerto como todos los otros, / aunque no escuche a quien insiste y llama, / y en un rincón se pudra todo el amor que tuve. / ¡Si el viento pudiera llevarme consigo / lejos, muy lejos, a un lugar que no existe, / donde vivir no duele y no se pone el sol! / Hay noches que duran muchas noches, / instantes que no se acaban nunca / y tu mano en mi mano todavía”.

            Lo releo y pienso que esa historia ya la he contado, y mejor, infinitas veces. ¿De quién esa mano que en mi mano sigue todavía? De sobra lo sé, pero no me apetece hablar de ello. Por eso prefiero no escribir poesía: en los poemas no hablo de otra cosa.

Jueves, 14 de enero
NO HAY SALIDA

El miedo que nos inoculan, un día sí y otro también, las autoridades político-sanitarias abre grietas en el cuerpo y en el alma por las que entran todas las enfermedades. Y la primera de todas, esa que sirve de pretexto para asustarnos y ante la que nos dejan cada vez más indefensos.

            A mí no han conseguido meterme miedo, pero sí quitarme la esperanza de que algún día podamos salir de esta.

 

Viernes, 15 de enero
YO, NEGACIONISTA
 

Me cuenta un amigo psiquiatra que las enfermedades mentales no solo pueden afectar a un individuo, sino también a una familia o a una colectividad. En este último caso, únicamente se considera enfermo –y se le maltrata como a tal y se le llama “antivacunas”, “neganionista”, “trumpista” o cosas peores--  a quien conserva la lucidez.


 


Después y todavía: ¡Indignaos!

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Sábado, 16 de enero
ADIÓS, MAR
 

El azar, que todavía tiene la costumbre de jugar en mi equipo, me lleva esta soleada mañana de invierno hasta la desembocadura de la ría de Avilés y las dunas de San Juan de Nieva, Nadie esperaría, tras la desolada zona industrial, encontrarse con este paraíso. Respiro hondo, dejo que me acaricie el fresco olor atlántico y a la memoria me viene aquel día tan remoto en el que, en este mismo rincón del mundo, descubrí el mar.

            Me sigue asombrando como en aquel remoto entonces. Qué ganas de embarcarme, de irme lejos, de subirme a esa galera que en el romance del infante Arnaldos “a tierra quiere llegar”.

            De embarcarme, sí, de dar la vuelta al mundo, pero para desembarcar aquí, en estos mismos arenales, convencido de que, al menos mientras dura la luz de esta mañana, no hay lugar más hermoso.

            Como luego, igual que cada sábado, en el Atrio. Al terminar, Denis, el camarero, me dice: “Parece que tardaremos en vernos. La camarera acaba de oír que el lunes nos cierran”.

            Yo no podré volver a Avilés, pero los de Avilés tampoco podrán asomarse al mar. Lo tienen a dos pasos, a media hora de camino, pero por azares de la división administrativa (cosas del caciquil siglo XIX), está ya en otro concejo. ¡Qué paradoja! Avilés es el único puerto de mar del mundo cuyos habitantes no pueden ver el mar.

            Las autoridades sanitarias –lo de sanitarias es un decir: nunca nadie se preocupó menos por la salud integral del los ciudadanos-- les prohíben pasear a solas, como yo esta mañana, por la playa de San Juan mientras. Tendrán que amontonarse en el paseo de la ría.

            Y hay quien aplaude tan sabia decisión. Somos como las mujeres maltratadas que, tras cada paliza del marido, se niegan a denunciar –en este caso a exigir la dimisión entre abucheos de don Ordeno y Mando-- y afirman entre sollozos: “Lo hace por mi bien; en el fondo, me quiere”.

Domingo, 17 de enero
EN EL FONTÁN

Menos mal que de momento todavía nuestro maltratador nos deja el mercadillo del Fontán. Compro las Cartas trascendentales a un amigo de confianza de José de Castro y Serrano. No había oído hablar ni del libro ni del autor, pero en seguida me entero de que es un bienhumorado periodista del siglo XIX y uno de nuestros primeros gastrónomos. El libro se editó en 1871 en la imprenta de T. Fortanet, la misma en la que ese año se editaron las obras de Bécquer. Esas cartas que aparecieron antes en un periódico, La América, el año 1862, en pleno reinado isabelino. Las tres partes del libro plantean otros tantos problemas: “¿Por qué razón vivía yo en Madrid hace quince años como un potentado con veinte mil reales de renta y ahora que tengo treinta y cinco mil vivo como un pordiosero?”, “¿Tenemos obligación los españoles de hacer algo en favor de nuestras mujeres?”, “ El hombre del siglo XIX, ¿debe casarse?”

El mundo que retrata Castro y Serrano es el de las novelas de Galdós La de Bringas o Lo prohibido. ¡Cuántos prodigiosos detalles exactos, que faltan en los libros de historia, en este libro! Lo que dice sobre el trabajo de las guanteras y bordadoras, por ejemplo. La obsesión por el lujo que caracterizó a la clase media española durante el reinado de Isabel II queda aquí caracterizada de primera mano. Incluso se alude al origen de ciertas riquezas, a esos comerciantes que declaraban embarcar emigrantes en Galicia, pero desembarcaban negros bozales en Cuba (entonces la esclavitud seguía siendo legal en España –lo sería bastantes años más--, pero ya estaba prohibido el tráfico de esclavos).

            Compruebo que este raro libro se puede comprar en una librería americana por quinientos dólares más gastos de envío, mientras que yo lo he comprado por quince euros. Eso, naturalmente, acrecienta el placer de la lectura.

Lunes, 18 de enero
PLAZA DE LA POESÍA

Junto al cartel con el nombre de Oviedo, en el Gran Bulevar del Vasco, se abre un nuevo supermercado y es como si de pronto el hosco ceño de estos días se hubiera iluminado con una sonrisa. Recuerdo el deslumbramiento que sentían ante los centros comerciales quienes llegaba de la Europa del Este o de la Cuba desabastecida. El llamado mundo libre mostraba en ellos su mejor rostro, su más seductor canto de sirenas.

            En estos malos meses últimos, han sido el hilo que nos ha mantenido siempre unidos a la normalidad. Prohibieron los paseos solitarios por el campo, cerraron los cafés, los abrieron, los volvieron a abrir, nos encerraron en casa a las once de la noche, luego a las diez, toda una prolongada sesión de ducha escocesa capaz de acabar con el equilibrio de cualquiera. En cuanto uno se adaptaba a las nuevas normas (tan inútiles como las anteriores), las cambiaban por otras. No me he vuelto loco (ni me volveré, cabrón, no te hagas ilusiones), porque cada día iba a hacer la compra al Carrefour o a Hipercor o a Alimerka o a Mercadona y mientras paseaba entre las estanterías coloreadas e iluminadas, mientras escogía la fruta, mientras me cruzaba con los demás compradores –nunca escasos, por suerte--, me hacía la ilusión de que el mundo no se había derrumbado del todo y de que, más pronto o más tarde (parece que más tarde que pronto), se iba a volver a poner en pie.

            Tras el derribo de la estación del Vasco, un inmenso socavón recibía a quienes llegaba a Oviedo. Luego hubo proyectos y proyectos para llenarlo, incluso anduvo por allí Calatrava con uno de sus llamativos disparates. Por fin se construyeron los blancos edificios, la ancha terraza superior, el ascensor junto al nombre de la ciudad, pero todo seguía esperando una voz que le dijera, como en la rima de Bécquer, “levántate y anda”..

            Y hoy abren un acristalado Mercadona que ha puesto una sonrisa al ceño fruncido del día. Nunca me imaginé que me iba a alegrar tanto la apertura de un supermercado. Frente a él, como un símbolo, la Plaza de la Poesía a pleno sol. Mientras espero mi turno en una de las cajas, yo imagino los versos que se grabarán pronto junto a su nombre: “La palabra amor no abraza, / la palabra mar no tiene olas, / la palabra fuego no quema. / Salvo en el poema”.

Martes, 19 de enero
PERMANECE Y DURA

María Victoria Atencia, que este año cumple noventa años, me hace llegar su último libro, Semilla del Antiguo Testamento, y de pronto me viene a la memoria la vez que estuvo en mi casa. Fue en 1988. Yo acababa de mudarme a esta casa de la calle Murillo en la que vivo desde entonces. Había venido la poeta a Oviedo a una de las lecturas que organizaba en la biblioteca del Fontán el infortunado Eduardo Errasti. Por la mañana, la acompañó a visitar San Julián de los Prados. Y luego se le ocurrió hacerme una visita. Todavía casi nada estaba en su sitio y recuerdo a María Victoria sentada en una silla en medio de aquel desorden con la elegancia de una reina en una recepción palaciega. “Huele a nuevo, a vida por estrenar”, dijo. Treinta y tres años han pasado desde entonces y ella sigue acordándose de mí y me envía su último libro dedicado con su letra puntiaguda. Cuando tengo la sensación de caminar sobre arenas movedizas, me alegrar comprobar que algo permanece, que aún puedo evitar hundirme sujetándome a las ramas de la admiración y la amistad.

Miércoles, 20 de enero
HISTORIA VIVA

Para no pensar en lo que está pasando, en lo que nos están haciendo –dicen que por nuestro bien--, abro un tomo de Mundo gráfico y doy un salto a la España de 1915. Son los tiempos de la Gran Guerra y las imágenes de las ciudades europeas devastadas alternan con las de Alfonso XIII yendo de cacería. Galdós, con la cabeza caída, escucha la lectura de sus palabras en un homenaje al semanario La Esfera, de la misma empresa que Mundo gráfico y el gran éxito de entonces. Muere Francisco Giner de los Ríos y yo busco a Antonio Machado entre los asistentes a su funeral. La escuadra aliada no ha logrado atravesar el estrecho de los Dardanelos. No mencionan a quien luego recibiría el nombre de Ataturk, el artífice de la victoria. Luego intentarían llegar a Estambul por tierra y la consecuencia sería la hecatombe de Galípoli (recuerdo bien los miles de tumbas alineadas).

Ataturk volvió del revés lo que quedaba del imperio otomano para crear la nación turca, que quiso europea y laica. Concedió el voto a la mujer por los mismos años que la España republicana. Ahora Erdogan vuelve del revés la Turquía de Ataturk. Pero yo todavía pude ver, paseando por la orilla de los Dardanelos –Asia a un lado, al otro Europa--, en la luminosa Çanakkale, a dos amigas cogidas de la mano e intercambiando miradas amorosas como en un poema de Safo.

 

Jueves, 21 de enero
HUMILLADOS Y OFENDIDOS

El tiempo está tan cambiante e irritable como estamos todos. Por la mañana, temperatura agradable, lluvia y sol, grandes claros que yo aprovecho para pasear por mi ruta favorita hasta Santa Ana de Abuli. Caballos que pastan; las esquilas de las vacas, que siempre me recuerdan unos versos de Juan Ramón Jiménez; incluso una oronda mamá cerdo seguida de dos juguetones cerditos.

            Por la tarde, el día frunce el ceño. Ráfagas de viento agitan y en algunos casos derriban peligrosamente los toldos de las terrazas. Las cafeterías están abiertas, iluminadas, sonríen acogedoras, pero nadie puede penetrar en ellas. Como náufragos, unos pocos valientes se sientan bien arropaditos en las terrazas. Una señora anciana no se acaba de creer que no pueda entrar y se enfada con la camarera, como si ella tuviera la culpa. Parece una escena de El ángel exterminador, de Luis Buñuel, pero vuelta del revés. Me llegan frases sueltas: “Primero nos prohíben las terrazas, ahora solo podemos servir en las terrazas. Que me expliquen por qué”. La camarera por un momento se deja llevar por la ira: “¡Ese hijoputa!”, la oigo decir. Una clienta trata de calmarla: “En todas partes es lo mismo”.

            Sí, en todas partes es lo mismo o peor. Una o dos bofetadas de vez en cuando tampoco es para tanto. “Mi marido me pega lo normal, no puedo quejarme”, decían las mujeres hasta hace pocos años.

            Ahora las mujeres han dicho basta ya, pero los ciudadanos maltratados aún no se deciden a decirlo y plantar cara. Se conforman con agachar la cabeza ante cada nuevo bastonazo y consolarse diciendo: “En la Rioja están peor, no me puedo quejar, mi Presidente me maltrata lo normal”.


Después y todavía: La conquista de la felicidad

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Sábado, 23 de enero
EL VIAJE DEFINITIVO
 

Philippe Daudet, hijo de Léon Daudet, nieto de Alphonse Daudet, salió de su casa de París un 20 de noviembre de 1924 y cinco días después lo encontraron dentro de un taxi con un tiro en la cabeza.

            Tenía solo catorce años, pero ya era escritor, como su padre, el novelista y crítico literario y activo militante de la extrema derecha, y como su abuelo, el famoso autor de Tartarín de Tarascón. Philippe Daudet era un pequeño Rimbaud. A los doce años se había escapado por primera vez de casa y lo encontraron deambulando por Marsella. “La partida” se titula uno de sus poemas en prosa: “Mi alma tiembla de gozo solo con imaginarse lo que de un momento a otro va a encontrar. Veo el sol de la Provenza, las hermosas muchachas de piel tostada, los hombres atrevidos y audaces, y también los cielos oscuros y la nieve y la eterna tristeza del Norte. La vida me aguarda ahí fuera. Únicamente tengo que soltar amarras para ser feliz. ¡Adiós, mi vieja casa! ¡Adiós, padres queridos! Nadie sospechará los motivos que me han impulsado a partir. Dos días más y como el pájaro que se lanza a su primer vuelo, así volaré yo hacia lejanos países, hacia la aventura”.

            Con el dinero que ha ido sustrayendo a su familia, toma el tren hacia El Havre. Quiere embarcar hacia Canadá, empezar allí una nueva vida de cazador y explorador, de lobo solitario. Pero el dinero que lleva –niño bien, no conoce el valor del dinero-- es insuficiente para comprar el pasaje. El día 22 decide regresar a París, aunque no a su casa. Se presenta en la redacción de la revista anarquistaLe Libertaire. Dice llamarse Pierre Bonchamps, ser un ferviente libertario y estar dispuesto a cometer un atentado contra el presidente del gobierno, Raymond Poincaré, el presidente de la República, Alexandre Millerand, o incluso contra Léon Daudet, el gran enemigo del anarquismo. Unos le tienen por loco, otros por un agente provocador. Pasa la noche en casa de uno de los militantes, que se compadece de aquel adolescente afiebrado, casi un niño. Según diría después, le contó que su padre le golpeaba, le castigaba duro, le odiaba y que él también le odiaba como a toda la burguesía y que quería vengarse del mundo cometiendo un crimen ejemplar. Trataron de disuadirle- No lo conseguirlo y acabaron enviándole a la librería Le Flaouter, en el Boulevard Beaumarchais, para que el librero, simpatizante del anarquismo, le proporcionara un revólver. La consigna era que pidiera un libro de Baudelaire. El librero, que es un infiltrado, como en la novela de Chesterton, ha avisado a la policía. La librería está rodeada. Fhilippe, sin embargo, sale de ella con el arma. Los policías, a cuyo frente está el comisario Colombo (toda la historia parece inventada), le dejan marchar, sin que se sepa por qué. Philippe sube tranquilamente a un taxi. Cuando el taxista se detiene en la dirección indicada, en el Boulevard Magenta, nadie baja del vehículo: Philippe está tumbado en un charco de sangre y la pistola en el suelo, cerca de su mano.

            Léon Daudet, el padre, nunca se creyó la teoría del suicidio, que fue la oficialmente aceptada. Siempre creyó que los anarquistas habían asesinado a su hijo para vengarse de él. Así lo declaró en numerosos artículos de L’Action Française. El taxista, acusado de cómplice, lo denunció por difamación, y Daudet fue condenado y tuvo que exiliarse para evitar la cárcel.

            De Philippe Daudet, que no se sentía querido por sus padres (y que quizá no lo era, tardaron en preocuparse por su desaparición, no la denunciaron), nos quedan los cinco días enigmáticos y trepidantes que vivió como Pierre Bonchamps y un puñado de poemas en prosa escritos a la manera de Baudelaire: “Bailamos en un tugurio de Montmartre y desde entonces la he visto con frecuencia. No es más que una cualquiera, pero ella lo sabe; no es hermosa, pero ella lo sabe. Dice que es hermana de un antiguo ministro ruso y cuando está ebria de baile, de cócteles y de amor, canta mejor que las sirena”.

Lunes, 25 de enero
CONTROL Y DESCONTROL
 

Leo los titulares de los diarios al echar una distraída mirada al teléfono: “El virus fuera de control en esta tercera oleada”. Irónicamente, me ajusto bien la mascarilla, no vaya a ser que me haga daño el olor de los eucaliptos que me rodean, y pienso: “Los ciudadanos, en cambio, estamos cada vez más controlados”. Váyase una cosa por la otra.


Miércoles, 27 de enero
PRESERVAR LA MEMORIA

Me entero de que cierran las salas de cine de Los Prados, dicen que “temporalmente”. ¿Temporalmente? Donde nuestro Atila autonómico pone los pies del BOPA, ya no vuelve a crecer la hierba. La última película que vi fue El profesor de persa, otra vuelta de tuerca al nazismo y los campos de concentración en tono de tragicomedia. La emocionante escena final, cuando el protagonista recuerda uno por uno los nombres de los compañeros de cautiverio exterminados, me trajo a la memoria aquella sala abovedaba y oscura de Yad Vashem, el museo del holocausto, donde se van repitiendo una y otra vez, interminablemente, los nombres de los que murieron en los hornos crematorios.

 

Jueves, 28 de enero
POLI BUENO, POLI MALO

--¿Cuánto tiempo hace que no hablas de los independentistas catalanes, Martín? ¿Ya te han defraudado, como a todos, y te avergüenza recocerlo?

            ---Me han defraudado, sí, pero eso no quiere decir que, en lo que al referéndum de autodeterminación se refiere, no siga creyendo que la razón estaba por completo de su parte. Que fue legítimo y que si fue ilegal y trajo tanta cárcel y tanto exilio fue solo porque el gobierno de España lo decidió así: había vías –dentro de la actual Constitución española-- para que pudiera celebrarse dentro de la legalidad, como una fiesta de la democracia. Así podríamos saber, por fin, y sin ninguna duda, que la mayoría de los catalanes quieren seguir siendo españoles, según se nos repite una y otra vez en los medios de comunicación.

            ----¿O sea que a ti no te ofendió que Pablo Iglesias comparara a Puigdemont con los exiliados republicanos?

            ----Me ofendió la réplica airada de la “izquierda” española. Yo no voy a comparar nada. Solo decir que Puigdemont es un exiliado político. ¿Cómo no lo va a ser si se presentó a unas elecciones legales en España, si le votaron miles de españoles (entre ellos, yo), si obtuvo acta de diputado, si es mi representante en el parlamento europeo, si goza de la inviolabilidad de todos los diputados y a pesar de ello no puede volver a su país sin riesgo de ser encarcelado? Pero eso no implica que el Govern, en su tratamiento de la pandemia, no me haya parecido tan inepto, o más, que el de Castilla-La Mancha, Asturias o La Rioja. Todo lo han fiado en maltratar a la población, sin tener en cuenta si las medidas son eficaces o no: con que hagan daño a la salud y a la economía les parece suficiente.

            ----¡Para ti todo el mundo lo hace mal! ¡Tendrían que haberte puesto a ti al frente de la situación!

            ----Peor que el anterior ministro de Sanidad no creo que lo hubiera hecho.

            ----¡Pero si está más valorado que nadie! ¡Si los socialistas confían en su prestigio para acabar de una vez por todas con el independentismo!

            ----El truco del poli bueno y el poli malo siempre fue eficaz. Pero para ser creíble conviene que los representen distintos policías. Illa, durante los meses de bárbaro e irracional confinamiento, que algunos no olvidamos, fue el poli malo. Yo le vi sacar pecho en una comparecencia televisiva presumiendo de que en España teníamos el confinamiento más duro de Europa (se calló que también el más ineficaz). Eran meses en que los niños –esos niños que ahora van a clase y juegan en los parques infantiles sin que pase nada-- no podía ni poner un pie en la calle, aunque fuera de uno en uno y de la mano de un progenitor. No solo la policía, el ejército se ocupaba de mantener a raya a tan peligrosos individuos. El ejército, los soldados que yo vi patrullar de dos en dos y de tres en tres y amontonarse en furgonetas sin llevar en ningún caso mascarilla. Por entonces el ministro de Sanidad, y un tal Fernando Simón, que inexplicablemente a un sigue ocupando su cargo, decían que las mascarillas no eran recomendables para la población en general. Pero muy lerdo había que ser para no saber que sí lo eran para quienes se amontonaban en un vehículo y pretendían “protegernos” de los contagios. Ahora el mismo poli malo de entonces va de poli bueno e impide a quienes tanto lo desean, como nuestro presidente autonómico, confinar a la población, aunque sea de manera más racional que entonces. Insisten e insisten, pero él (sin pedir perdón por la barbarie de antes, sin que se le caiga la cara de vergüenza) repite una y otra vez que el gobierno no va a autorizar otro confinamiento. Solo le falta añadir: “Al menos hasta el 14 de febrero, que luego ya veremos”.

            ----¿Tú crees que va a arrasar en Cataluña?

            ----Todo es posible. Yo ya he perdido toda fe en la racionalidad de los seres humanos. Se habla mucho de la inmunidad de rebaño, se habla menos de lo fácil que es manipular a un rebaño cuando se le mete el miedo en el cuerpo. ¡Que viene el lobo!, gritan diarios y telediarios y todos se apretujan alrededor del pastor sin importarles que pueda estar llevándoles al matadero.

Viernes, 29 de enero
CARPE DIEM

Recuerdo a menudo los versos de Horacio traducidos por Fray Luis de León: “La vida es tan incierta y tan medido / su término, que debe el que es prudente / enfrenar el deseo y la esperanza / de cosas cuyo fin tarde se alcanza”.

            Visto lo visto, en qué manos estamos, he perdido toda esperanza de que podamos escapar de esta, al menos en los próximos veinte, treinta o cuarenta años. Vivo al día, disfruto de cada instante de sol, del café de la mañana, de los libros nuevos, de la alegría de los niños al salir de la escuela, de la charla casual con un amigo, de los largos paseos por el monte.

            Esquivo como puedo cada nuevo golpe de las autoridades y no desperdicio ni la más mínima ocasión de ser feliz. Si no lo soy, que no sea por culpa mía.

Después y todavía: Leer la vida

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Sábado, 30 de enero
¡TODOS A CASA!
 

Iris Murdoch, como me ocurre a mí, tenía en más aprecio a la imaginación que a la fantasía: “La imaginación es una herramienta para comprender el mundo mientras que la fantasía es una forma de fabular el mundo para concebirlo tal como nos gustaría que fuese”.

            La imaginación es el guionista de la vida. Yo siempre, antes de dormirme, le hago preparar al menos dos guiones para el día siguiente. En lo que depende solo de mí, el plan A no suele fallar; cuando hay otros coprotagonistas, lo más frecuente es que tenga que echar mano de opciones alternativas.

            La fantasía cura las heridas de la realidad. De noche, para propiciar el sueño, y ya bien precisado el guion del día siguiente, abro la puerta de la fantasía y encuentro, en un sótano de Estambul, muy cerca del Gran Bazar, en una de las callejuelas que bajan de Santa Sofía hasta el Cuerno de Oro, un revuelto montón de manuscritos salvados de la biblioteca de Alejandría por un ayudante del general árabe Amr Ibn al-As, al parecer siguiendo instrucciones del propio general. Como es sabido, el conquistador de Alejandría le preguntó al sultán Omar qué tenía que hacer con los miles y miles de libros de la biblioteca. El sultán, muy creyente, le respondió: “Si están de acuerdo con el Corán, son inútiles; si no están de acuerdo, son perjudiciales, así que mejor la destrucción, el fuego”. El general cumplió la orden, aunque con gran dolor de su alma porque era aficionado a la lectura. Pero volvió la vista hacia otro lado, cuando uno de sus ayudantes, salvó y escondió todo lo que pudo, parte de lo cual aparece ahora en el sótano de una vulgar tienda de alfombras. Lo primero que leo, desempolvando el griego que aprendí en los cursos comunes de la Facultad, son poemas de Safo que me parecen desconocidos. Con el teléfono, fotografío alguno y se lo envío a Aurora Luque, quien enseguida me responde deslumbrada y segura de su autenticidad.

            Otras veces, recibo en herencia trescientos o cuatrocientos millones de euros y me dedico a disponer de ese dinero de la mejor manera posible. Últimamente, me ha dado por financiar un movimiento político transversal en el que caben personas de las más diversas ideologías políticas. Su lema  sería “¡Todos a casa!”,  y su finalidad retirar de la política a quienes han gestionado el mundo en los últimos meses. ¿Emmanuel Macron? ¡A casita a leer a Montaigne y a cultivar orquídeas con su señora! ¿Pedro Sánchez? ¡A escribir libros de autoayuda!

            Naturalmente, como se trata de una fantasía, no falta el momento en que los lideres mundiales –preocupados por la desafección creciente de sus electores-- se acercan a mi despacho y me ruegan que, por favor, dado que golpear cada vez más duro a la población ya no sirve para nada, les dé yo alguna solución para acabar con la epidemia.

            ---Soluciones mágicas no tengo, señores mío, y si no las tengo yo es que no las hay. Solo les voy a dar un consejo que aprendí de mi maestro Sancho Panza: “Cuando las cosas están mal, si no puedes mejorarlas, por lo menos procura no empeorarlas”.

            Con estas y con otras fantasías (en las que no voy a entrar aquí porque un caballero nunca habla de esas cosas), me entretengo mientras llega plácidamente el sueño.

Domingo, 31 de enero
TIRARSE DE UN PUENTE
 

“Da la impresión de que te burlas de la enfermedad”, me reprocha mi amigo José Luis Piquero, excelente poeta que para mí se ha convertido, quizá algo injustamente, en el símbolo de la España más sumisa y ajena a cualquier atisbo de pensamiento racional. “No me burlo de la Enfermedad con mayúscula ni deja de preocuparme cualquier otra enfermedad, al contario que a las autoridades político-sanitarias; me burlo, me carcajeo, ridiculizo todo lo que puedo algunas de las medidas que se quitan y se ponen (claro que, si son lo suficientemente dañinas, se ponen pero no quitan) para “protegernos” de la Enfermedad. Y eso de que son medidas sin ninguna justificación sanitaria no lo digo yo, lo dicen los jueces. Rara es la vez que no tumban una de esas medidas si se pone un recurso contra ellas. Adrián Barbón prohibió los exámenes presenciales en la universidad (no en los institutos). El rector recurrió la medida y un juez la anuló porque no estaba justificada sanitariamente. Lo mismo pasó con las elecciones catalanas cuando se quisieron posponer a mayo. ¿Por qué tenemos que andar por las calles vacías con la cara cubierta con un trapo? Pues porque nadie recurrió la disposición del BOPA que obligaba a ello. La justificación que se daba para tomar esa medida era de risa y ahí está (la fecha es el 14 de julio) para quien quiera comprobarlo. ¡Y ningún partido político, ninguna asociación de médicos, que algo deberían saber del asunto, recurrió! Y así estamos, cada vez con más contagios, y echándole la culpa al verano hasta que llega la Navidad y a la Navidad hasta que llega Semana Santa y dando palos y más palos en la espalda de la ciudadanía y especialmente en la de los hosteleros, los chivos expiatorios favoritos de quienes ordenan y mandan”. “En todas partes pasa lo mismo, Martín, pero tú la has tomado con Barbón”. “Y si todos los niños se tiran de un puente, ¿tú también te tirarías?, le preguntan las madres a los niños que justificaban cualquier mal comportamiento escudándose en que los otros niños también lo hacían. Espero que a nadie se le ocurra hacer a nuestro presidente autonómico la pregunta de si él se tiraría de un puente si Feijoo también lo hace. ¡Adrián Barbón se tiraría de cabeza sin dudarlo un instante y llevando de la mano a su consejero de Salud!”

Lunes, 1 de febrero
EL MEJOR REGALO

Ya conocía la anécdota. Se la había oído contar en alguna entrevista. César Antonio Molina habla de su biblioteca en el último número de la revista El Ciervo: “Tendría doce años cuando un día mi padre me llevó a la librería Arenas. El librero era muy amigo suyo. Yo a veces me había colado en ese establecimiento a husmear entre los estantes. Cogiéndome del hombro, mi padre le dijo al dueño: ‘A partir de hoy mi hijo se puede llevar todos los libros que quiera’. Esas palabras determinaron mi futuro”.

Martes, 2 de febrero
LAS COSAS COMO FUERON

Nunca me canso de elogiar el periodismo, la huella dactilar del tiempo que pasa. De las páginas del diario La Nación se rescata Eclipse de Francia, la serie de artículos que Fernando Ortiz Echagüe escribió, de junio a septiembre de 1940, en Burdeos y Vichy. No los pudo enviar hasta octubre de ese año, cuando se trasladó a Lisboa. Mucho se ha escrito --de Maurois a Chaves Nogales, pasando por la obra de teatro Morir por cerrar los ojos, de Max Aub-- sobre inesperada y vergonzosa derrota de Francia. Pero solo Ortiz Echagüe estaba allí y fue dejando constancia de lo que pasaba día a día. El 15 de junio, en Burdeos, firma la primera crónica. Pétain se hacer cargo del poder y los plenipotenciarios franceses marchan a Compiègne para firmar el armisticio. Al día siguiente, un barco, el Massilia, se hace a la mar rumbo a Casablanca, llevando a los que no querían aceptar la situación y “rompían voluntariamente todo vínculo con la patria vencida para intentar la quimera de defenderla bien o mal. La historia nos dirá si hicieron bien o mal”.

            Hoy sabemos lo que dijo la historia, pero entonces no se sabía y Ortiz Echagüe nos presenta a un Pétain aplaudido y querido por la mayoría de los franceses. Y nos da muy precisos detalles para reconstruir aquel tiempo sombrío. El ministro de Asuntos Exteriores le recibe en su dormitorio, ya que en la sede del gobierno de Vichy, el Hotel du Parc, “solo tienen salón para recibir el mariscal Pétain y M. Laval. Los demás ministros reciben en el cuarto que les sirve además de dormitorio y suele ser frecuente ver interrumpida la conversación por la entrada de la planchadora, que trae en un canasto la ropa de Su Excelencia”. Sabemos, por una carta de Marañón, la admiración que sentía el ilustre liberal, coincidente en esto con la mayor parte de los franceses, por los ocupantes: “Los alemanes son de una corrección ejemplar, absoluta, y, a veces, emocionante. Sin duda es táctica política; pero hay que reconocer que un pueblo capaz d esta disciplina, que llega a todos los actos de la vida y no solo en las formaciones, sino en la vida individual de cada soldado, es digno de respeto”.

            Antes de que el gobierno alemán exija al de la zona ocupada la adopción de medidas antisemitas, ya los periodistas franceses –a sueldo del vencedor o simplemente para congraciarse con él-- “firman furibundos artículos antisemitas, piden una política de radical y violenta depuración racial”. Son los mismos periódicos, y a veces los mismos firmantes, que cinco años después pedían una radical y violenta depuración de los colaboracionistas.

            El periodismo, el buen periodismo, nos permite viajar en el tiempo, regresar a una época para contemplarla tal como fue para los que la vivieron, sin las manipulaciones de la historia y la memoria que juegan con las cartas marcadas de conocer el desenlace.

Miércoles, 3 de febrero
LO QUE SE AVECINA
 

Hace unos días vacunaron a una amiga –trabaja en una empresa que cuida de personas mayores-- y desde entonces está baldada, con dolores en el brazo y en la espalda y sin poder dormir. “Mi hermana lo pasó peor, tuvo que ir a urgencias y pedir la baja una semana”, se consuela. “Afirma que esto no es nada, que ya veré con la segunda dosis. Yo por mí no me vacunaría, pero me dijeron en la empresa que solo renovarían el contrato a quienes estén vacunadas”.

            Yo saco mis conclusiones, pero cuido muy bien de exponerlas en público, no vaya a ser que empiecen a lapidarme acusándome de insolidario y antivacunas.

Jueves, 4 de febrero
SIGUEN LAS TERRAZAS
 

El lunes cerraron al parecer las terrazas en Avilés, hoy nada más levantarme me asomo con miedo a la ventana para ver si han hecho aquí lo mismo. Sonrío al verlas dispuestas como siempre en el bar de la esquina. No sé qué razones “sanitarias” habrán dado para permitirnos a nosotros sentarnos a tomar un café al aire libre a la vez que se lo niegan a otros. Me imagino que el que el alcalde de Oviedo, al contrario de lo que ocurre con la alcaldesa de Avilés, sea de un partido político diferente al del presidente del Principado, y por tanto capaz de dar un puñetazo en la mesa cuando la arbitrariedad se pasa de la raya, algo habrá tenido que ver.

Viernes, 5 de febrero
NUESTRAS MISERIAS
 

Cuenta Zenobia Camprubí, en una de las cartas a Gabriela Mistral que se acaban de publicar en el volumen De mujer a mujer, que cuando un escritor italiano, al que el poeta admiraba mucho, quiso visitar en Puerto Rico a Juan Ramón Jiménez, este, que no pasaba por un buen momento, se negó a recibirle. “Todos tenemos derecho a ocultar nuestras miserias”, fue la razón que le dio a Zenobia.

            Ayer me llegó el volumen Leer la vida en el que una treintena de escritores comentan mis diarios, desde el primero, de 1989, hasta el más reciente, este que todavía está en marcha en las páginas de El Comercio. Los colaboradores son, por lo general, muy generosos, pero yo lo he pasado mal con la lectura. Las citas continuas me han hecho recordar al que fui. Y no siempre me he sentido orgulloso. Todos tenemos derecho a ocultar nuestras miserias, y yo tengo bastante habilidad para ocultárselas a los demás, pero no a mí mismo.


Después y todavía: No quiero privilegios

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Sábado, 6 de febrero
LA CARTA ROBADA

Todavía hay quien discute la posible implicación del entonces jefe del Estado en el 23-F y yo comprendo que, tras tantos años de propaganda oficial, quede aún alguna buena gente a la que le cueste caer del guindo al que muy interesadamente la subieron. Pero los hechos son los hechos y además  particularmente tozudos. Leo El 23-F y los otros golpes de la transición, de Roberto Muñoz Bolaños, y, como en el cuento de Poe, la carta robada, esto es, la evidencia de participación real resulta que estaba a la vista de todos, tan a la vista que éramos incapaces de verla. El bando del general Milán del Bosch, que fue quien puso en marcha el golpe aprovechando la ocupación del congreso, comenzaba de la siguiente manera: “Ante los acontecimientos que están desarrollando en estos momentos en la capital de España y el consiguiente vacío de poder, es mi deber garantizar el orden en la Región de mi Mando en tanto se reciban las correspondientes instrucciones que dicte S. M. el Rey”. Pero el rey no dijo ni mu durante las largas horas que restaban del día 23. Espero al día siguiente para dar un mensaje a la nación. Y todavía esperó una hora más para enviarle a Milán del Bosch las instrucciones que esperaba desde que proclamó el bando militar, aunque había conversado con él más de una vez. Esas instrucciones son las del famoso télex enviado a las 2 horas y 23 minutos del día 24. El primer punto dice así: “Afirmo mi rotunda decisión de mantener el orden constitucional dentro de la legalidad vigente. Después de este mensaje ya no puedo volverme atrás”. Naturalmente, Milán del Bosch, que siempre fue fiel al rey, retiró su bando. La pregunta ingenua que a cualquiera se le ocurre es la siguiente: “Majestad, ¿qué le impedía enviar ese télex, manifestando rotundamente su rechazo del golpe, en cuanto se enteró de los acontecimientos de Valencia? ¿Estaba secuestrado como los parlamentarios? ¿Le habían cortado las comunicaciones?”.  Pero no ocurría  nada de eso, estaba a la espera de si la “solución Armada” triunfaba o no. No triunfó porque Tejero se negó a que el general Alfonso Armada, “a título personal”, pero con autorización de sus superiores, entrara en el hemiciclo y propusiera a los diputados un gobierno de concentración nacional del que él sería presidente y en el que participarían todas las fuerzas políticas.

            Fue el bruto de Tejero, al que el listísimo Armada había creído poder manipular, el que salvó la democracia (¡yo no he dado un golpe para que los socialistas y los comunistas entren en el gobierno!), no el anterior jefe del Estado (ahora escondido por ahí), que había puesto a su antojo al primer presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, y quiso librarse de él en cuanto comenzó a no dejarse manipular.

            ¿Salvó la democracia? La democracia se habría salvado de cualquier manera. Ya se encargarían los medios de comunicación de hacernos creer que el gobierno de Armada, un gobierno fuerte apoyado por la mayoría absoluta del congreso de los diputados (había hablado con todos los partidos, tenía un gobierno previsto hasta en sus cargos de segundo nivel), era perfectamente constitucional y el mejor para acabar con la lacra del terrorismo y lograr la recuperación económica.

            Del libro de Muñoz Bolaños se pueden sacar otras conclusiones más o menos discutibles (si Luis María Anson fue o no uno de los ideólogos del “golpe de timón”, si la reina intervino o no), pero hay algunas que solo se pueden negar refutando los datos. Y el volumen, bien documentado, lo pone difícil.

            Tejero salvó la democracia que tenemos, como antes la había salvado Suárez. La operación Armada parece que tuvo una primera fase mucho más elegante y sin violencia alguna. A Suárez se le descabalgaría del gobierno, de manera rápida e indolora, como años después ocurriría con Mariano Rajoy. La moción de censura es un mecanismo perfectamente constitucional. Alfonso Armada, después de minuciosos preparativos, ya tenía la mayoría suficiente para ser investido presidente del gobierno (Felipe González sería vicepresidente). Frustró la operación la inesperada dimisión de Suárez. ¿Cómo nos habría ido con un gobierno en el que Felipe González hiciera el papel chisgarabís y presuntamente radical que ahora hace Pablo Iglesias en el de Pedro Sánchez. Esa es historia ficción. Lo que es historia a secas es el papel decisivo y contrapuesto de Juan Carlos y Tejero en el golpe de hace cuarenta años. El impulso soberano de uno fue frustrado por la cabezonería del otro.

 

Domingo, 7 de febrero
EL AMIGO CATEDRÁTICO

El éxito de un escritor a quien peor sienta es a sus viejos amigos. Recuerdo que, cuando se intentaba que Ángel González regresara a España como catedrático de la Universidad de Oviedo, fueron los catedráticos de literatura los que frustraron el empeño. Uno, rector entonces, extravió los papeles de la solicitud; a otro, también poeta en su juventud, le escuché decir: “Si quiere ser catedrático, que haga oposiciones como todos”. Un maravilloso libro de Rafael Montesinos, La semana pasada murió Bécquer, que encuentro hoy en el Fontán, me recuerda una historia semejante y otras historias relacionadas con Bécquer.

            Narciso Campillo, el mejor amigo de infancia y juventud de Bécquer, quien le acompañó a conquistar Madrid sin más equipaje que su ilusión y un puñado de versos, hizo oposiciones. Catedrático de Retórica, autor de doctos tratados, también escribió versos. Desde aquella aventura inicial, que él abandonó pronto, no volvió a ver a Bécquer hasta 1869. Fue uno de los amigos que, a la muerte de Gustavo Adolfo, pocos meses después de la de Valeriano, socorrieron a las dos viudas y juntaron la obra dispersa del poeta para con su edición procurarles algún dinero. Una obra de caridad con el infortunado compañero de andanzas juveniles. Pero los versos del docto Campillo no despertaron el menor interés mientras que los de Bécquer de inmediato se hicieron famosos. Nunca fue capaz de comprender tal cosa. ¡Pero si Bécquer, que no tenía estudios, no valía nada al lado suyo! Y si algo valía era gracias a sus correcciones. En 1895, en una polémica del Diario de Cádiz a propósito de si las obras de Bécquer eran o no fieles a los originales y si quedaban textos por publicar, llegó a escribir: “Y ya que de correcciones se trata, declaro que en los artículos y Rimas de Bécquer, principalmente en estas, hay muchas cosas mías, y también algunos versos que no conoce ni conocerá el señor Camúñez, a pesar de su perspicacia. Hice las tales correcciones y variantes de las Rimas, a ruegos del autor, que en noviembre de 1869 me las trajo manuscritas todas para que las cepillase y diese barniz (según sus palabras) y le enmendase la ortografía y también otras cosas; pues Gustavo decía y escribía haiga, diferiencia, etc.”

            Si algo valía Bécquer, que hasta escribía con faltas de ortografía, se lo debía a la ayuda de su amigo catedrático. Y la posteridad sin enterarse.

Lunes, 8 de febrero
EL MUNDO AL REVÉS

La verdad, en cuanto choca con nuestros prejuicios, se convierte en “fake news”, en teoría de la conspiración, en tuit de Trump.

Martes, 9 de febrero
QUÉ SOLOS

A Marian Suárez la conocí a finales de los setenta, en casa de Ana de Valle, la poeta que entonces comenzaba a salir de su ostracismo (había publicado un libro antes de la guerra y luego conocido el exilio y el silencio), junto a José Manuel Feito, Eugenio Bueno, Herme G. Donis y otros poetas. De aquellas tertulias, surgió una página literaria en La Voz de Avilés y un premio. El primer poeta premiado fue Felipe Benítez Reyes y con motivo del fallo hubo una mesa redonda sobre poesía en la que participaron José Hierro, Enrique Molina Campos y Luis Antonio de Villena, miembros del jurado, y que yo moderé. Anda por ahí publicada en un libro. Recuerdo que no funcionó la grabadora y que yo la inventé con bastante fidelidad, ya que nadie se quejó. A aquellas reuniones solía ir con Víctor Botas y acostumbrábamos a tomarles un poco el pelo a los que considerábamos poetas locales. Cuando el premio era para poemas, luego fue para libro, y se seleccionaba un poema cada semana, enviamos un soneto de Shakespeare (traducido por Botas), un poema de Eugénio de Andrade (traducido por mí), un poema de Borges… Ninguno fue seleccionado y, como la selección se hacia en una reunión a la que asistíamos, sin voz ni voto, nos reíamos mucho comentando las razones que daban para ello. Éramos entonces un poco gamberros como bien de manifiesto queda en los cuadernos de Óliver. Luego pasaron los años, el tiempo fue llevándose muchas cosas por delante, y aquellos contertulios a los que mirábamos un poco por encima del hombro fueron convirtiéndose en fieles amigos. Yo vivía en Oviedo, pero todos los sábados iba a Avilés y me encontraba con ellos. Sigo siendo un poco irritante y, en las comidas que organizaba Marian (siempre tan buena anfitriona), aprovechaba para reavivar viejas rivalidades entre ella y José Manuel Feito, las dos estrellas de “Jueves Literarios”. O para discutir con ambos de cualquier cosa, que es mi deporte favorito. No me lo llevaron nunca a mal y eso que siempre ponía peros a la poesía de una, por irracional, y de otro, por tradicional, algo que no suelen soportar los poetas. Uno no se da cuenta de lo que necesita a alguien hasta que falta. Primero se fue Feito, mi amigo Feito, el cura de Miranda, a quien le llevé la contraria en tantas cosas y con quien tanto en común tenía y tengo (algunas veces, cuando comíamos juntos, a mí también me tomaron por cura), y hoy abandona el banquillo Marian, con quien la vida fue cruel en los últimos años, y siento un desgarro que no me habría imaginado en aquellos tiempos de vino y rosas en que Víctor Botas y yo hacíamos de burlones abogados del diablo. Habría que parafrasear a Bécquer: “Dios mío, qué solos / se quedan los vivos”. 

 

Miércoles, 10 de febrero
EL NEGOCIO DEL SIGLO

Medio en broma, medio en serio, repito a menudo que no hay mal que cien años dure y que, muy probablemente, dentro de treinta años, en 2050, cuando cumpla cien años, podré celebrarlo sin restricciones, con un banquete y un acto literario al que pienso invitar al presidente de la República. “¡Qué optimista eres, Martín! Para entonces, si hay suerte, es posible que haya presidente de la República, a fin de cuentas ya tenemos vicepresidente republicano, pero lo que no habrá acabado será el desastre sanitario. Políticamente es muy rentable y económicamente ha propiciado el negocio del siglo. ¿Tú crees que importa algo la salud y el bienestar de la gente comparado con eso?”

Viernes, 12 de febrero
USTEDES PRIMERO

“¿Te vacunarás, Martín?”, “¡Por supuesto! Pero uno es un caballero, y como el capitán que no abandona el barco hasta que no lo hayan hecho todos los pasajeros, yo no me vacunaré hasta que ni uno solo de los aproximadamente seis mil millones de habitantes del planeta hayan recibido su doble dosis. No quiero privilegios”.



 

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