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Sin propósito de enmienda: Elogio de la mala hierba

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Sábado, 16 de mayo
VOLVER Y BULOS

Después de más de dos meses, por fin puedo volver a Avilés. Dejé de vivir allí de manera permanente en 1982, pero desde entonces raro es el fin de semana que no he vuelto. Los soportales de Rivero y de Galiana, el esplendor primaveral del parque de Ferrera, el paseo de la ría, un café en una de las terrazas frente al Ayuntamiento… Un paseo solitario en el que tengo la impresión de los rincones de siempre se alegran de volver a verme y me acarician sin importarles las normas para evitar los contagios. 
Tras estos dos meses que han durado mucho más de dos meses, sienta bien una bocanada de felicidad.
            Felicidad del reencuentro, a la que se añade el misterio de un encuentro. Conozco por fin a Coral, mi primera sobrina nieta, que ayer cumplió un mes. Los bebés siempre me han fascinado, tan frágiles, tan exigentes, parecen seres de otra especie mejor que la nuestra.
            “Quien no ha conocido el Antiguo Régimen no sabe lo que es la dulzura de vivir”, afirmó Talleyrand. A mí me dan ganas de parafrasear esa frase, pensando en Coral y en los niños que nacen ahora: “Quien solo ha conocido la nueva normalidad no sabe lo que es la dulzura de vivir”.
            ¿Te dejarán ir a la escuela, querida Coral? ¿Te dejarán jugar con los otros niños? ¿Te pondrán mascarilla en cuanto pises la calle?
            De momento, me entero que el jefe del gobierno ha decidido pedir una nueva prórroga del estado de alarma, esta vez por un mes. “No querías caldo, pues toma tres tazas”, parece decirles a los de la cacerolada    
            Me cuentan que, como todo depende de lo que decidan los independentistas catalanes, ya le ha dicho a Gabriel Rufián que para conseguir su abstención está dispuesto a todo, hasta a ir a Waterloo a llevarle al president huido un ramo de rosas. Sospecho que será un bulo, que no llegará a tanto, entre otras cosas porque a los de ERC no se les ocurriría pedir tal cosa.
            Un bulo parece también lo que me cuentan de Adrián Barbón y la mascarillas. Como está empeñado en dejarse de contemplaciones y, si es preciso, poner un policía en cada portal para que nadie salga a la calle sin ellas, le dijeron que, al menos, para poder consumir en las cafeterías la gente tendría que quitárselas, o ponérselas y quitárselas a cada sorbo de cerveza. 
            ---¡Ya he pensado en eso! --parece que respondió--. Estamos experimentando un prototipo que evitará que los ciudadanos cometan la imprudencia de quitarse la mascarilla para comer o beber en un lugar público. Son unas mascarillas con un tubo flexible de material muy ligero que termina en un pequeño embudo. Se vierte por ahí el café o el licor y ya se puede consumir con todas las garantías sanitarias.
            Sospecho que se trata solo de un bulo para poner en ridículo a nuestro presidente, como si el solo no se pusiera ya bastante. ¡La de miles de muerte que hemos evitado –se vanagloria, y esto es rigurosamente cierto-- impidiendo que el rebaño se inmunice!



Domingo, 17 de mayo
ALERTA, LIBROS

Soleado domingo. Subo hasta el Fontán, paseo por la plaza vacía, compro el periódico y me siendo a leerlo en la terraza del Dos de Azúcar. Por un momento, mientras leo, me parece que han vuelto los buenos días perdidos.
            Pero la realidad no deja que me olvide de que vivimos en el Reino de la Estupidez, como tituló Jorge de Sena uno de sus libros. Un noticia de media página nos informa de que los periódicos no transmiten el virus, que pueden compartirse con la familia, pasárselo un cliente a otro en la mesa del bar. La fuente parece ser la Organización Mundial de la Salud. Muy bien, por eso los periódicos, desde el comienzo del estado de alarma, se venden libremente no solo en los quioscos, también en los supermercados. ¡Ya podrían imprimirse los libros en papel de periódico!  Leo que, en las bibliotecas públicas, todavía cerradas pero abiertas ya para el servicio de préstamo, los libros devueltos han de pasar una cuarentena de dos semanas antes de poder volver a prestarse.
            No sé si es una ofensa al libro o un homenaje (bueno, de sobra sé que es una estupidez más de nuestras autoridades). Creo que fue Walt Whitman el que, a propósito de sus Hojas de hierba, dijo aquello de “quien toca este libro no toca un libro, toca un hombre”.   
            Nuestras beneméritas autoridades sanitarias –en qué manos estamos, Dios mío— parece que se lo han tomado al pie de la letra: quien toca un periódico toca tinta y papel, pero quien toca un libro toca a un ser humano, con el inmenso riesgo para la salud que eso implica.



Lunes, 18 de mayo
ME SUMO A LA PROTESTA

Al pasar por la plaza de Evaristo San Miguel, me encuentro a media docena de manifestantes envueltos en la bandera de España y a docena y media de policías en tres furgones rodeándolos a cierta distancia.
            No lo comento con nadie, para que no se enfaden mis amigos, pero lo que ellos hacen ahora, yo lo hago desde el principio, aunque mi cacerola sea de papel –pero papel del bueno, del que no contagia, no como el de los libros-- y se oiga poco.
            ----¡Estás con la extrema derecha!”, se escandaliza José Luis Piquero. 
----En este punto, en el de la defensa de las libertades conculcadas gratuita y caprichosamente por el estado de alarma, sí. Y me alegra mucho que al menos haya alguien que no baje sumisamente la cabeza ante cualquier ocurrencia de unos políticos a quienes la responsabilidad de gobernar parece que les ha venido demasiado grande.


Martes, 19 de mayo
CASTRATI

En el Parque de Invierno, rodeado de verdor y con las crestas del Aramo al fondo, tras un largo paseo iniciado puntualmente a las ocho de la tarde, charlo apaciblemente con un amigo que tiene la buena costumbre, que a mí tanto me cuesta adquirir, de hablar poco y escuchar mucho.
            ----La realidad acostumbra a confirmar nuestros prejuicios. También la prensa, sea la tradicional y presuntamente seria o esas noticias que se difunden por Facebook o WhatsApp sin saber muy bien de dónde provienen. Por eso yo me pongo alerta cuando un artículo me da la razón y lo reviso una y otra vez. ¿Se trata de una noticia o de una opinión que coincide con la mía? Leo esta mañana en El País un artículo con este titular: “La democracia es más eficaz que la autocracia ante el virus”. Como resulta demasiado frecuente, el artículo desmiente al titular, que es lo único que lee la mayoría. El artículo habla de un estudio de la Universidad de Oxford sobre las medidas de restricción de libertad que se han aplicado en los distintos países con motivo de la epidemia. Analizan las medidas sobre la restricción de movimiento creando un índice de severidad (España está en uno de los lugares más altos) y luego comprueban –según los índices de movilidad local que ha publicado Google en 111 países—la efectividad con que se han llevado a cabo esas medidas (España es también uno de los países donde mayor ha sido la efectividad). El propio artículo señala que los autores del estudio han tenido buen cuidado de subrayar que “revisa la eficacia política para frenar los movimientos, no los contagios”. Haría falta otro estudio riguroso que comparara el número de contagios y de muertes en relación con la población. Por lo que sabemos hasta ahora, España ocupa uno de los primeros lugares en Europa (por ejemplo, Francia, uno de los países más afectados por la pandemia, tiene 431 fallecidos por millón de habitantes y España 591). Llevo tiempo repitiendo que a los españoles se nos confinó de la manera más severa posible y se nos protegió de la enfermedad de la manera menos eficaz posible. Los hechos parece que me van dando la razón. Pero no me fío. Digo esto con mucha cautela, a la espera de nuevos estudios desapasionados y rigurosos.
            ----¿O sea que tú crees que el gobierno de Pedro Sánchez, apoyado en expertos como Fernando Simón, ha fracaso estrepitosamente?
            ----Creo que ha causado con sus medidas tanto o más daño que la propia enfermedad.
            ----¡Qué cosas dices, Martín! Pareces Isabel Díaz Ayuso.
            ----Son las paradojas de la situación. La derecha se ha portado mejor en esta crisis que la izquierda, que no se ha atrevido a alzar la voz contra medidas ineficaces y bárbaras (encerrar a los niños en casa durante mes y medio sin permitirles siquiera asomarse a la puerta, no dejar a la gente pasear sola durante breve tiempo por lugares solitarios si no iban acompañados de un perro), castrada Izquierda Única por Podemos y Podemos por su entrada en el gobierno.
            ----¿Y tú crees que Rajoy lo habría hecho mejor?
            ----No sé. Ahora estará dando gracias al cielo por el resultado d la moción de censura y pagando con gusto la multa que le pone Marlaska por haberse atrevido a hacer ejercicio a solas en los alrededores de su casa (por cierto, a este Marlaska ya se le ve menos, parece que lo han escondido avergonzados). Lo que sí sé es que, en esta crisis, la izquierda habría defendido mejor las libertades ciudadanas estando en la oposición.


Miércoles, 20 de mayo
NOS FALLARON

Se habla mucho de la imprevisión de los políticos en esta crisis. ¿Pero y la imprevisión de las autoridades sanitarias? El 18 de febrero hubo una reunión en el Centro Europeo para el Control y la Prevención de Enfermedades. Participan treinta especialistas, entre ellos nuestro Fernando Simó: “Ningún problema, todo está bajo control”. 
Leo el reportaje de Oriol Güell, tras haber podido consulta las actas: “El virus se está expandiendo por Europa, pero los sistemas sanitarios no lo detectan. La razón es que la definición del caso, los criterios que debe cumplir una persona para que le hagan pruebas, establecen que debe haber viajado a Wuhan. Esto hace que ninguna persona con síntomas sea sometida a pruebas. Tampoco los pacientes ingresados en las UCI con neumonías de origen desconocido”.
            No se puede culpar a los políticos de confiar en autoridades sanitarias que luego se comprobó que no eran nada fiables (la Organización Mundial de la Salud en primer lugar). Pero sí se puede culpar a Pedro Sánchez de haber mantenido al frente de la lucha contra la pandemia a un Fernando Simón que no fue capaz de verla venir (ni de verla cuando ya estaba aquí) y de no tomar a tiempo las medidas necesarias (que no eran, insisto, encerrar a la gente con un rigor que no se dio en ninguna otra democracia). Quizá el propio Fernando Simón debería haber dimitido avergonzado.



Jueves, 21 de mayo
VIAJES EN TREN

Todas las noches, antes de irme a la cama, acompaño a Michael Portillo en sus viajes en tren por el nuevo y el viejo mundo. Disfruto cuando ese viaje ya lo he hecho yo y cuando me lleva por lugares que estoy deseando recorrer. 
Yo también, como él con su guía Bradshaw, me he hecho acompañar a menudo con una guía de otro tiempo. Recuerdo que buena parte del norte de Italia lo recorrí con un Baedeker de 1932, contraponiendo la Italia fascista con la que yo veía. Me gusta viajar en el tiempo tanto como en el espacio.
            Los viajes en tren en la realidad son bastante menos divertidos que en los libros, en las películas o en las series de televisión. Pero hasta las tres horas son mi medio de transporte favorito. Recuerdo el último, en enero de este año, pero que ya me parece de hace siglos. Amanecí en Praga, un domingo soleado, paseé por la orillas del Moldaba, recordé a Vladimir Holan en la isla de Kampa, desayuné en el Slavia, tomé el tren en una estación como las de antes, con sus cariátides y sus alegorías y sus arabescos modernistas, y terminé el día en Viena.
 El tren tenía un vagón restaurante, donde uno podía sentarse y ser servido por camareros mientras por la ventanilla desfilaba el paisaje centroeuropeo. “Hacía años que no disfrutaba de un lujo así”, le dije a los amigos que me acompañaban. “Yo creo que desde que viajé en el Lusitania Express, aquel tren que unía París con Lisboa y en el que los portugueses, según cuenta Eça de Queirós, corrían la cortinilla al dejar Portugal y no la volvía a abrir hasta que no llegaban a Hendaya”.
            ¡Los viajes en tren! Venecia-Padua en poco más de media hora, Roma-Nápoles en dos horas, Florencia-Perugia en una hora… Esos son los que me vienen a la memoria. Cierro los ojos, mientras llega el sueño, y me bajo del tren en la caótica Piazza Garibaldi. Subo al metro y a los pocos minutos estoy en Via Toledo. ¿Hacia dónde voy ahora? ¿Hasta Piazza Dante para hojear los libros viejos de Port’Alba? ¿Hacia el Palazzo Reale y luego hasta el lungomare y el Castell dell’Ovo? Tengo un día entero para acariciar la ciudad, comer en la pizzería de siempre en Via dei Tribunali y luego volver a Roma en el último tren. 
En estas cosas me entretengo mientras llega plácidamente el sueño. 



Viernes, 22 de mayo
MALA HIERBA

Las malas hierbas tienen mala fama, como su propio nombre indica, pero yo me estoy aficionando cada vez más a ellas.
            El césped peinado y repeinado de Santullano, que es el que tengo al lado de casa, contrasta con el alboroto vegetal al otro lado de la alambrada que lo separa de la autopista. Allí las hierbas crecen libres, nadie se ocupa de ellas, y resulta fascinante su inagotable abigarramiento.
            Las malas hierbas no tienen nada que ver con la mala gente, son solo las que crecen libres, como a mí me gusta vivir, sin más amo que la voz de mi conciencia.

Sin propósito de enmienda: Resurrección

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Sábado, 23 de mayo
EN EL PARCHE

La felicidad es sentarse con dos amigos, esta mañana soleada, en una de las terrazas de la plaza del Ayuntamiento, que los avilesinos llamamos el Parche, muy cerca del palacio de Ferrera y de la calle porticada de San Francisco. Mis amigos, Edwin y Octavio, hablan de poesía y yo escucho, contra mi costumbre.
            ----En el acto de la creación  --dice Octavio—intervienen la tradición y la invención. Para hacer un poema son necesarios ciertos patrones como el metro, la rima, las figuras retóricas. Todo eso viene ya dado, la tradición se lo transmite al poeta. Pero, al mismo tiempo, hay que decir algo nuevo, personal. Al escribir un poema se inventa algo y a la vez se repiten cosas ya muy antiguas. Si se inventa demasiado, el texto es incomunicable. Si se inventa poco, también es un desastre; el texto no dice nada que pueda interesar a los demás.
            ----Leí en alguna parte que, según la Cábala, en el principio existía la palabra de Dios, un lenguaje universal, original, y que luego se perdió o se fragmentó. La poesía es el intento de recuperar ese texto perdido o ausente.
            ----La poesía es cosa de dos, un hablante y un oyente, como el lenguaje. Pero a veces son uno: cuando hablamos con nosotros mismo o con Dios. En la frontera entre Bolivia y Paraguay existe, según me han contado, una tribu nómada que se dedica a la caza y a la recolección de frutos. Acampan al anochecer y, tras cenar, los hombres salen a enfrentarse con la noche por cada uno de los cuatro puntos cardinales. Las mujeres y los niños se quedan en el campamento. Los hombres, separados unos de otros, componen poemas que recitan a los espíritus nocturnos. Es una especie de poesía épica que el cazador compone solo para la noche y sus presencias misteriosas.
            Edwin Honig, poeta norteamericano, traductor de Lorca y de Pessoa, conversa con Octavio Paz en Cambridge, Massachusetts, una mañana de octubre de 1975. Yo los escucho ahora en un número de la Revista de Occidente que acabo de encontrar en mi casa de la calle Rivero.
            Para mí el placer del café está ligado al de la buena conversación. Los amigos unas veces están en cuerpo y alma, otras en tinta y en papel, pero no por eso menos presentes.
            ----De aquella palabra primordial, de aquel perdido lenguaje originario del universo, nos llega un eco, solo un eco, en la palabra de los poetas –concluye Octavio.
            Y yo cierro la revista, me entretengo con el ir y venir de la gente, bebo un sorbo de café y trato de escuchar ese eco remoto: “Algunas noches, / al oído nos habla / el universo”..


Domingo, 24 de mayo
BUENA COSTUMBRE

En mi infancia, el sol de los domingos brillaba de otra manera que el resto de la semana. Había perdido esa buena costumbre, pero poco a poco está recuperándola.


Lunes, 25 de mayo
NO ME ARREPIENTO

Las personas que más queremos son las más capacitadas para hacernos daños. Me gusta presumir de ser un egoísta que no se preocupa por nadie, y lo finjo bien: engaño a bastante gente.
Mejor me hubiera ido si fuera cierto, pero a pesar de todo prefiero ser como soy y que me vaya como me va.


Martes, 26 de mayo
EN EL VETUSTA

El placer de recuperar las viejas costumbres. Ayer, a las siete y media, llegué al Vetusta cargado de papeles. Había gente en la terraza, pero nadie dentro. Yo me senté en mi mesa favorita y allí repasé la pruebas del habitual cuaderno de Valdediós (este año no sabemos si irá o no acompañado de recital) y luego viajé un rato con El plan es no tener plan, donde Fernando Castiñeiras, que asistió a mi charla sobre Matilde Ras en Lisboa y luego me acompañó a cenar, cuenta un “viaje sin rumbo por Sudamérica”, como se subtitula el volumen, uno de esos viajes que yo siempre he soñado y que jamás me atrevería a hacer.
            Hoy que quedado con uno de mis alumnos de este último curso, para comentar el relatado que me ha enviado. Se trata de una distopía que transcurre en 2030. Tras largo tiempo sin salir de casa, las autoridades sanitarias no lo recomiendan, un joven sale a comprar comida, cansada su madre de tener que ser ella quien se enfrenta al mundo exterior. Se encuentra con una realidad muy distinta de la que conocía. El relato me recuerda a alguna de las pesadillas que yo mismo he tenido en estos últimos tiempos.
            Hablamos de literatura y yo, que siempre estoy pensando en términos de la historia de la literatura,  me imagino un encuentro entre el joven Borges, nacido exactamente cien años antes que Mario, y Armando Palacio Valdés, nacido cien años antes que yo, allá por 1920. ¿Qué le parecerían al exitoso Palacio Valdés los primeros relatos de Borges?
            No sé si mi acompañante llegará a ser Borges, pero de lo que estoy seguro es de que yo no soy Palacio Valdés, todo lo más un pequeño Clarín, aunque Clarín había muerto muchos años antes y su amigo le recordaba como un escritor frustrado por su mordacidad. A Palacio Valdés le quedaban todavía muchos años por vivir –en eso sí que me gustaría parecerme a él-- y pronto publicaría la obra suya que más me gusta, La novela de un novelista, donde cuenta las peleas entre los rapaces de mi calle, la calle Rivero, y los de Galiana.
            Siempre pienso en términos de la historia de la literatura, ya digo, que es como la historia de mi familia. ¿Significa eso que pienso pasar a ella? Todos los escritores afirman que no les preocupa la posteridad. A mí sí. A fin de cuentas es el lugar donde voy a pasar la mayor parte del tiempo, cientos o miles de años.
            Mis amigos sonríen cuando hablo de estas cosas.
----Lo más probable es que nadie se acuerde de ti, que la posteridad te haga tanto caso como ahora te hacen Babelia o El Cultural, me dice Ángel.
----No hablan de mí, pero eso no quiere decir q no sepan quién soy.
            Con la historia de la literatura me pasa lo que con la historia a secas: ni la segunda ni la primera probablemente se acordarán de mí, pero yo procuro vivir como si dentro de cien años alguien fuera a escribir minuciosamente mi biografía y procuro que no haya en ella nada de lo que avergonzarme.


Miércoles, 27 de mayo
MI BIBLIOTECA FAVORITA

Vuelven las lecturas en las cafeterías, mi biblioteca favorita. Cerrados todavía Los Porches, el café de la mañana es ahora en Antares, frente a mi casa. Esta mañana me toca una vez más Borges, que nunca cansa. Leer Borges profesor es como asistir a uno de sus cursos de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires. Sonrío al leer la anécdota que cuenta de Chesterton. Resulta que le encargaron un libro sobre Robert Browning, un poeta al que conocía tan bien que todas las citas de sus poemas las hizo de memoria. El editor se escandalizó al comprobar que había errores y las hizo revisar. Borges piensa que fue una lástima que nos impidiera conocer cómo Chesterton había transfigurado los versos de Browning,
Mi memoria es tan buen o tan mala como la de Chesterton. Incurre a menudo en pequeños errores, o no tan pequeños, que amigos como José Cereijo, que tienen otro tipo de memoria menos creativa, se ocupan de señalarme. A veces les hago caso y a veces no. Hace poco cité unos versos de Baroja que me gustan mucho, pero me gustan cómo yo los recuerdo, no cómo los escribió Baroja. La memoria de los lectores fue durante siglo el colaborador más eficaz de los poetas. La mía, como en tiempos de Homero o de los romances, sigue colaborando.
            Por la tarde, en el Vetusta, termino Los motivos de Aurora de Erich Hackl. No me animó mucho a leerlo el que fuera una novela y el que, como cuenta en el epílogo, cuándo la escribió en 1987 todavía desconocía muchos datos sobre Aurora Rodríguez y su hija Hildegart..
            Me entero leyéndolo que Hildegart, la desdichada “virgen roja”, no fue el único prodigio que crio Aurora. A los dieciséis años, se ocupó del hijo que tuvo de soltera su hermana soltera. Ese niño, Pepito Arriola, el Mozart español, ya tocaba el piano a los tres años, y se paseó de triunfo en triunfo por la Europa de comienzos del siglo XX.
            La novela de Erich Hackl está escrita con la intensidad de una crónica. Aurora Rodríguez mata a su hija para salvarla de sí misma. O eso cree ella y nos hace creer a nosotros Erich Hackl, a quien sin embargo le interesan menos las razones psicológicos o patológicas del comportamiento de Aurora que su significación social, el fracaso en su intento de crear un hombre nuevo, en este caso una mujer nueva, en una sociedad corrupta de raíz.


Jueves, 28 de mayo
DEL TIEMPO DE LOS MEDICI

Si nadie te envidia, no eres nadie.
No utilices razones para convencer a un tonto.
Cuídate de aquellos a lo que has ayudado a alcanzar el poder.
En política no hay reglas, todo son excepciones.
Si eres consejero de un príncipe, ten la habilidad de aparentar que las buenas ideas se le ocurren siempre a él.
A veces, para gobernar bien, hay que hacer el mal.
Un canalla puede ser un excelente hombre de gobierno.
El éxito, cuando es inmerecido, sabe mejor. 
La verdad, en política, es solo lo que la mentira que todos creen.  
Aparenta debilidades que no tienes, para conseguir la benevolencia de los otros, y no le muestres a nadie las que tienes.


Viernes, 29 de mayo
EL REGRESO

Parque de San Julián, deslumbrante de sol y soledad a primera hora de la mañana. De detrás de la iglesia sale una mujer; del lado de Ventanielles, viene otra. Se reconocen, alzan la mano para saludarse, corren una hacia otra. Yo las veo abrazarse, besarse, recuerdo la fábula de Deméter, la diosa madre, y de su hija, secuestrada en el Hades. Cuando la hija vuelve a la tierra, el mundo vuelve a florecer.
            Estos días, me parece estar asistiendo a una resurrección. Con Perséfone regresa la vida a los parque y a las calles, y el murmullo que asciende de las terrazas es la banda sonora de la felicidad.




Sin propósito de enmienda: Arrojado a los tiburones

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Sábado, 30 de mayo
OTRA HERIDA EN MI VANIDAD

Los profesores universitarios, cuando les llega la jubilación, pueden solicitar la condición de eméritos, que permite seguir vinculado a la institución dos años más. Muchos lo consideran como un último entorchado en su carrera, así que suele ser un honor apetecido y disputado.
            No es mi caso: ni me interesa seguir “disfrutando” del despacho y de las fotocopias gratis ni cumplo los requisitos formales para ello, ya que he ido por libre en mis trabajos de investigación.
            Pero mi admirado cervantista Emilio Martínez Mata, en el último consejo del Departamento, pidió que se solicitara esa condición para mí. Nadie se manifestó en contra y la directora le dijo que, para iniciar los trámites, debería hacer llegar mi petición. Por no desairar a Martínez Mata, pensé en formalizar la solicitud. 
Luego lo pensé mejor y le escribí a la directora que preferiría seguir con mi intención inicial. Y ella me respondió escuetamente: “De acuerdo”. 
Y yo me sentí un poco herido en mi vanidad. Debería al menos haber fingido que pensaba que era un honor que yo, etc. Pero fue una herida muy superficial, un mínimo rasguño.


Domingo, 31 de mayo
CONSIDERACIONES

El tiempo que tiramos a la basura no se puede reciclar.

            Difícil hacer de la propia vida una obra de arte, intervienen demasiados guionistas y suele escasear el presupuesto.

            La mayor parte de los libros no son más que sucedáneos de libros.

            Tener poco tiempo es para mí tener todo el tiempo que necesito.

            Todos los días están por estrenar, ninguno ha sido usado antes.

            Poder vivir solo es un privilegio que a menudo no dura toda la vida.

            La realidad, como las malas películas, está llena de golpes de guion.

            A vivir se aprende demasiado tarde.

            De los mejores amigos salen los peores enemigos.

            Se profetiza para que no ocurra lo que profetizamos.

            A veces basta con sonreír al mundo para que el mundo te sonría.

            También a la última cita se puede llegar demasiado tarde.

            Hay cosas que no hemos perdido, pero no somos capaces de encontrar.

            (Invento rutinas. La de estos últimos meses es ir llenando de ocurrencias, al final del día, un cuaderno de páginas en blanco. Ya he llenado dos y llevo a medias un tercero. Los aciertos son impersonales; las ocurrencias inanes son enteramente mías. Me parece que esto es bastante común. Los buenos aforismos son de todos, deberían publicarse como anónimos.)



Lunes, 1 de junio
LO QUE A MÍ ME FALTA

El mes de junio, el de mi cumpleaños,  siempre ha sido un mes de recapitulación y celebraciones. Este año hay especial motivo para ello, pero yo noto un cierto desasosiego. Me tiendo en el diván y hablo con mi psicoanalista.
            ----Es curioso. Echo la vista atrás y creo que no me he equivocado en las decisiones fundamentales. He cometido infinidad de pequeños errores, como todo el mundo, pero me parece que en lo que importa he acertado. Nunca fui ambicioso, nunca quise ocupar el primer puesto en ningún escalafón, a lo único que aspiraba es a que me dejaran ir a mi aire. Y eso creo que lo he conseguido. Y sin embargo noto que algo me falta, que he fallado en algo importante. No sé bien en qué, pero empiezo a sospecharlo. He sido demasiado racional. Debería haber perdido de vez en cuando la cabeza. O al menos haberla perdido una vez. Vivir a solas ha sido para mí un motivo de felicidad. Compartir la vida me habría traído más disgustos que satisfacciones. Mis amores eternos solo duran mucho tiempo (a veces incluso hasta un año) si no son compartidos. En caso contrario, al tercer fin de semana ya me aburren. Pero me gustaría haber tenido hijos o, en su defecto, ser abuelo. 
            Mi psicoanalista imaginario sonríe y luego dice:
            ----Todavía está a tiempo. Cuando su hijo cumpliera veinte años, usted solo tendría noventa. A esa edad, si la salud acompaña, todavía se puede llevar una vida perfectamente activa.
            Sé que me toma el pelo, pero yo me lo estoy pensando. Ahora que me jubilo tendría todo el tiempo del mundo para cuidar del bebé. Y si fueran gemelos, mejor que mejor.


Martes, 2 de junio
EL BUEN DISCÍPULO

Mientras acompaño al pequeño Martín en sus correrías por el parque de Santullano y en su búsqueda de cochinillas mágicas que ahuyentan a los dragones, pienso en las palabras de un sabio judío que a Eugenio d’Ors le gustaba repetir: 
----Tres cosas aprenderás de un niño: a estar alegre sin motivo, a no estar ocioso ni un solo instante y a reclamar con energía lo que te hace falta.
En esas y en otras cosas igualmente esenciales tengo el mejor maestro y yo creo ser un buen discípulo.


Miércoles, 3 de junio
STEINER Y DIOS

El pasado viernes volvió la tertulia a su ser natural, sin intermediarios tecnológicos, pero la realidad tiene sus limitaciones y se quedaron sin poder asistir quienes habían vuelto a ella desde Nueva York, Oslo o Madrid. Para solucionarlo hemos recuperado la tertulia de los miércoles –la que durante muchos años se celebró en la cafetería San Remo-- de forma no presencial.
            Comenzamos siendo una especie de taller literario, antes de que se pusieran de moda. Ahora me gustaría que fueran un lugar de reflexión, un poco –soñemos alma, soñemos-- como la academia platónica o, mejor aún, como las charlas de Sócrates y sus amigos cuando paseaban por las calles de Atenas o admiraban los ejercicios atléticos desde una esquina del gimnasio.
            Hemos podido comprobar últimamente que los especialistas no dan pie con bola cuando se los saca de su especialidad. George Steiner, especialista en literatura comparada y en las vaguedades propias del humanismo tradicional, dedica su aclamado libro Presencias reales a argumentar la tesis de que “cualquier explicación coherente de la capacidad del hablar humana para comunicar significado y sentimiento está garantizada por el supuesto de la presencia de Dios”. 
            ---Esa afirmación –digo yo en la tertulia— es del mismo tipo que la que afirma que la Virgen María fue virgen “antes, durante y después del parto”, carece de cualquier justificación racional.
            Steiner dedica trescientas páginas presuntamente –en realidad solo vuelve a ella en las páginas finales-- a demostrar esa tesis. El próximo viernes yo me dedicaré a desmontar sus argumentos y desafío a cualquiera, lástima que Steiner no asista a nuestras tertulias, a sostenerlos. 
            En estas cosas nos entretenemos ahora.


Jueves, 4 de junio
MI DEPORTE FAVORITO

Ponerse en ridículo por vanidad es un deporte que todos hemos practicado alguna vez.


Viernes, 5 de junio
PARA UN HOMENAJE

Recibo un ejemplar de Alrededores de José Luis García Martín, el libro que con mucho sigilo ha preparado Hilario Barrero en Nueva York como especial regalo de cumpleaños. Colaboran treinta escritores más o menos conocidos y más o menos amigos. Me enteré del proyecto porque uno de los invitados, Andrés Trapiello, quiso que diera el visto bueno a lo que había escrito. Me pareció lleno de reproches sin fundamento, le vi más a él en esas páginas que a mí, pero por supuesto le di el visto bueno, faltaría más. Ya se sabe que los libros de homenaje no interesan más que al homenajeado, pero en este caso no será así.
            Me reprocha muchas cosas mi querido amigo Andrés. La más extravagante mi sumisión a las autoridades universitarias. El crítico feroz, viene a decir, se cambia en manso corderito cuando tiene que referirse a aquello de quienes depende su promoción en el trabajo: “Pero esa cruzada contra la impostura no es indiscriminada: sabe distinguir entre popes y popes, éxitos y éxitos, y me parece bien, no es un suicida, y calibra, como todo el mundo, pros y contras, beneficios y perjuicios (y así lo comprobé el día en que compartí una cena en Oviedo con una jefa suya de departamento, cargante y medio loca, cuyas extravagancias y ridiculeces quedaron reflejadas a los pocos días en su diario con un “la buena de Menganita”; ¿habría sido igual de piadoso con otra persona con la que no tuviera un trato laboral? Nadie puede saberlo)”.
            Si el resto de los colaboradores están a la altura de estas consideraciones (por cierto, yo nunca he cenado con ninguna jefa de departamento), no me cabe la menor duda que el libro se venderá mucho. Los que me detestan (que son unos pocos más de los que me aprecian) no dejarán de hacerse con él.
            Abro al azar el libro --no me atrevo a hincarle el diente-- y me encuentro con este prometedor comienzo de capítulo firmado por Lorenzo Oliván: “Lo primero que tengo que decir es que José Luis García Martín resulta un amigo puñetero, picajoso, punzante, fustigador, enredador, liante, discutidor hasta el más puro delirio, un amigo en definitiva que te obliga a estar con la espada de la inteligencia y del ingenio desenvainada, siempre dispuesta al abordaje, si no quieres dejarte arrancar la piel a tiras, ser colgado del palo mayor o arrojado a los tiburones”.


Sin propósito de enmienda: Cahn, Zweig, Geiger

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Sábado, 6 de junio
VIENA, 1918

Creo haber resuelto el enigma de Erich Sylvester, no el músico de ese nombre, sino el autor de dos recopilaciones sobre “la sabiduría de los pueblos antiguos” publicadas en la colección Austral con los poco atractivos títulos de Sobre la índole del hombre (1945) y Yo, tú y el mundo (1950). En ambas hay cuentos chinos, leyendas persas, fragmentos de papiros egipcios y parábolas más o menos budistas que yo no he vuelto a encontrar en ninguna otra parte. 
            Pronto adiviné que bastantes de ellos, si no todos, los había escrito el propio antólogo. Pero ¿quién era Erich Sylvester al que en la solapa se le calificaba de “versado escritor” y del que no aparecían datos en ninguna parte? 
La solución, como en el cuento de Poe, estaba a la vista: Alfredo Cahn, el supuesto traductor.
            La historia de Alfredo Cahn parece inventada. Nació en Zurich en 1902. Allí conoció a Stefan Zweig, un encuentro que marcaría su vida. A los dieciséis años comenzó a escribir una novela autobiográfica y, con los primeros capítulos, se presentó ante los críticos más afamados de la ciudad para pedirles su opinión. 
Tras leerlos, alguien le censuró que la novela comenzara con la conjunción “y”. Alfredo Cahn defendió su opción: quería indicar que a los protagonistas ya les habían ocurrido muchas cosas antes de comenzar la novela. Pero aquello les pareció, más que una audacia, una chiquillada.
Por aquel entonces estaba en la ciudad Zweig, que preparaba el estreno de su obra Jeremías. A alguien se le ocurrió la idea de enviarle el manuscrito y que él decidiera. Zweig lo leyó, resolvió a favor de Cahn y quiso conocerlo. Se asombró al ver que era apenas un adolescente. “Para enfrentarse a todos por una ‘y’ a esas edad hay que ser un escritor nato”, dijo.
            Unos días después, le invitó a reunirse con él en el café Odeón y allí Alfredo Cahn pudo conocer, entre otros, a Thomas Mann, Romain Rolland y Herman Hesse.
            Pero aquel primer momento de gloria como escritor fue también el último para Alfredo Cahn, que dejó de lado la creación por la traducción. En 1921 se fue a vivir a Barcelona. Allí se enamoró de María Costa y acompañó a la joven cuando emigró con su familia a la Argentina.
            Alfredo Cahn sería el traductor de Stefan Zweig al español y su amigo y confidente, aunque desde aquel primer encuentro en Zurich solo volviera a verle en dos ocasiones: en 1936 y en 1940, durante los viajes triunfales del escritor a Argentina.
            La obra de creación de aquel adolescente que en 1918 polemizó con la autoridades literarias de su ciudad y deslumbró al escritor más famoso de su tiempo solo ha sobrevivido camuflada entre fragmentos de la Biblia y del Talmud, de Platón y de Marco Aurelio. Algún día habrá que rescatar esos textos –en algún caso pequeñas obras maestras-- y publicarlos con el nombre del verdadero autor.



Domingo, 7 de junio
EXTRATERRESTRES

Cuanto más conozco a mis semejantes, más me doy cuenta de lo poco semejantes que somos. Lo que no tengo claro es si el extraterrestre soy yo o lo son ellos.



Lunes, 8 de junio
CÓMO NOS HUMILLAN

---Parece que por fin te hacen caso, Martín. La fiscalía del Supremo va a investigar al rey Juan Carlos.
            ----¿Me hacen caso? No, todavía dicen que solo por los delitos cometidos a partir de 2014 en que abdicó porque antes, según la Constitución, era “inviolable”. 
            ----Bueno, algo es algo.
            ----Cierto por algo se empieza. Pero además se da la paradoja que se le investiga por el blanqueo o la evasión de capitales procedentes de las comisiones ilegales recibidas cuando la construcción del famoso tren a la Meca. Se le juzga por lo que hizo con el botín, no por cómo obtuvo el botín. 
            ----La constitución impide juzgar sus actividades mientras fue jefe del Estado.
            ----Si se le condena, quedará acreditado, se le juzgue o no por esos hechos, que se enriqueció ilícitamente durante su reinado, cosa de la que ya nadie duda, ni siquiera su hijo. Y quedará acreditada también la esperpéntica situación de que la constitución española garantiza que el jefe del Estado puede robar, e incluso matar, impunemente.
            ----Bueno, yo no voté esa constitución; tú, sí.
            ----Yo sí y te aseguro que, digan lo que digan jueces, fiscales y expertos constitucionalistas, la constitución no afirma eso. El jefe del Estado solo es inviolable en sus actividades como jefe del Estado que han de ser refrendadas por el presidente del gobierno o por el ministro correspondiente, que serían los responsables. ¿Por qué se niega tan burdamente esta evidencia? ¿Por qué se empeña la clase política y los constitucionalistas en ser cómplices de presuntos latrocinios y en humillarnos a los españoles, el único país del mundo democrático que puede tener como jefe del Estado a un delincuente? No se me ocurre el motivo..
            ----Siempre empeñado en tener razón contra todos.
            ----La razón no se tiene contra nadie. Se tiene o no se tiene. Y en este caso para saber que la tengo yo basta con leer entero, no solo la frase que se cita como un mantra, el artículo correspondiente de la constitución. Claro que también cabe la reducción al absurdo. Vamos a suponer que los “especialistas” tienen razón. En ese caso, deberíamos dar las gracias si un jefe del Estado nos sale solo ladrón, porque si le da por ser asesino en serie no nos quedaría más remedio que mirar para otro lado hasta que se cansara de matar.

Martes, 9 de junio
CÓMO NOS ENGAÑAN

Leo en la portada de uno de los diarios de referencia, no en un anónimo panfleto digital: “El confinamiento ha salvado 450.000 vidas solo en España”. Voy a la página en que se desarrolla la noticia. Comentan un estudio del Imperial College de Londres e indican que los propios autores reconocen basarse en datos “poco fiables”. Concluyen con la opinión de Martínez Beneito, bioestadístico de la Universidad de Valencia: “Si en nuestro país la tasa de letalidad está en torno al 1%, esto quiere decir que el modelo del Imperial College calcularía casi unos 47 millones de infectados, que es la totalidad de la población española. Esto es imposible, pues la inmunidad del grupo se lograría si se contagia el 60 %”.
            O sea, que el periódico de referencia publica en la portada un noticia que sabe que es falsa y que él mismo desmiente en las páginas interiores, esas a las que la mayoría de los lectores no llega.
            Me abstengo de calificar, desde el punto de vista de la ética periodística, semejante comportamiento.



Miércoles, 10 de junio
REVELACIÓN DE SECRETOS

Unos libros llevan a otros, Alfredo Cahn, el secreto escritor de apócrifas miniaturas que no habría desdeñado firmar Borges, a Stefan Zweig, y de este a las memorias de Benno Geiger, que fue su amigo y que, como buen amigo, no se olvida de referir pormenores humillantes: “Zweig tenía su pequeña perversión y, para no chocar con la ley, había hecho que Freud le firmara un certificado donde constaba que era paciente suyo y estaba en tratamiento. Esto me lo contó el propio Zweig. Tenía la manía del exhibicionismo, padecía una irresistible manía a “mostrar las vergüenzas” (“Schauprangertum” era el nombre que él utilizaba) ante cualquier joven solitaria. Su lugar preferido eran los senderos más secretos del parque de Schönbrunn, especialmente los que rodeaban a la antigua Casa de los Monos, que estaba en el centro de un laberinto. Allí, mirando por encima de los setos, podía descubrir a tiempo a los gendarmes”. 
            No conforme con eso, también Geiger habla de la homosexualidad de Zweig, que habría dejado traslucir en un poema de 1923: “Lo que nunca me confesé despierto / ahora lo veo como en un espejo”. 
            Thomas Mann, que algo sabía de ocultamientos, no dudó en creerse esos rumores y en atribuir el suicidio de Zweig a otros motivos que al desánimo por la marcha de la guerra: “Yo sospecho que en ello ha intervenido el sexo y que era inminente algún escándalo. Él corría peligro en ese aspecto”.



Jueves, 11 de junio
PROVERBIOS TURKESTANOS

No caben dos pies en una bota ni dos mujeres en un corazón.

Una casa con niños es un jardín; una casa sin niños, un cementerio.

El hijo del pobre solo logra que se le tenga en cuenta a los treinta años, el hijo del rijo es señor ya a los catorce.

Solo el pájaro entiende el lenguaje de los pájaros.

Cuando le cubren a uno las aguas lo mismo da que tengan diez que diez mil metros de profundidad.

Al hombre sin preocupaciones hasta el agua sola le sabe a gloria.

Muere el valiente antes que el cobarde.

La verdad tiene siete vidas como los gatos.


Viernes, 12 de junio
CAMBIO DE PAREJA

Benno Geiger, el indiscreto amigo de Stefan Zweig, había nacido en Viena, pero pasó la mayor parte de su vida en Venecia. Sus recuerdos se titulan Memorias de un veneciano y sus papeles los guarda la Fundación Cini en la isla de San Giorgio. Siempre tuvo ciertos celos del éxito mundial que había obtenido su amigo de juventud y desde muy pronto comenzó a propagar maledicencias sobre él. Zweig nunca les dio importancia. En una de sus cartas, escrita a un amigo italiano que le alertó sobre lo que Geiger contaba, se lee una frase que a mí me gusta repetir: “No me molestan lo rumores sobre mi vida sexual. Así me hago la ilusión de que tengo vida sexual”.
            Poco después de escrita esa carta, a finales de 1934, Friderike, su mujer, fue al consulado a arreglar los pasaportes; Zweig se quedó en casa trabajando junto a Lotte, su secretaria. Al llegar al consulado, Friederike se dio cuenta de que le faltaban algún papel y volvió rápidamente a recogerlo: “Desde mi habitación entré en el cuarto de trabajo de Stefan; lo hice, por desgracia, en mal momento, Nunca he visto a una criatura tan consternada como a aquella joven ahuyentada de un profundo éxtasis. También Stefan se quedó espantado”.
            ¿Espantado? En una de sus cartas confidenciales, Zweig cuenta que se sintió aliviado. Ya no quería una mujer que le llevara de la mano, como Friderike hasta entonces, sino una mujer a la que llevar de la mano a un lugar del que no se vuelve.

Sin propósito de enmienda: Cumpleaños feliz

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Sábado, 13 de junio
ESCUCHAR A LOS DEMONIOS

Hojeo el último libro de Pascal Quignard, La vida no es una biografía, y me encuentro con esta frase: “Uno debe escuchar con mucha atención a sus demonios”.
            Yo a los mío los escucho distraídamente, nunca les he hecho demasiado caso.


Domingo, 14 de junio
POR UN PLATO DE LENTEJAS

Ahora que no se puede viajar, viajo más que nunca. Esta tarde, de la mano de Jesús Pardo, al Bucarest de Ceaucescu, al de Marta Bibesco y al de Paul Morand.
            Entre 1968 y 1989, Jesús Pardo viajó con frecuencia a Rumanía, primero como corresponsal de diversos periódicos, luego invitado por la embajada rumana para escribir un libro que finalmente apareció en 1988: Conversaciones con Transilvania.
            Bucarest se publicó en 1991; para entonces la opinión de Jesús Pardo sobre quienes le había pagado los viajes, alojado en los mejores hoteles, proporcionado todo tipo de facilidades para su investigación había cambiado radicalmente. Como en tantos casos, resulta curioso comparar lo que escribió sobre la Rumanía de Ceaucescu cuando este vivía con lo que escribió después.
            Clara Janés fue invitada a Rumanía en 1973 por el Instituto Nacional de Relaciones Culturales. El resultado fue un libro, Sendas de Rumanía, que no es posible leer sin sonrojo. Unos pocos poemas apenas disimulan lo que tiene de tosca propaganda: Clara Janés resume entusiasmada y sin el menor atisbo crítico todo lo que le cuentan los diversos organismos oficiales. Asiste a un desfile conmemorativo, a una recepción en la que brilla Ceaucescu con su inteligencia y su sencillez; conoce a la Pasionaria, que se sienta siempre a la derecha de Dios padre, quiero decir del Conducator; le presentan a Santiago Carrillo. Aquella Rumanía es lo más parecido al paraíso en la tierra. Nada le hace cambiar de opinión, ni siquiera la anécdota de una violenta detención o de la niña maltratada.
            También el Instituto Nacional de Relaciones Culturales invitó a Rumanía a Miguel Ángel Asturias. El libro que como pago escribió es el primero que Clara Janés cita en su bibliografía, aunque en su versión francesa: Roumanie d’aujourd’hui. Es un libro embadurnado de literatura, de chirriantes sonetos que no logran disimular lo que tiene de devolución de favores. Qué contrate entre la Rumanía de Ceaucescu y la grisura de la Europa capitalista: “La alegría de las calles de Bucarest seduce. Es una alegría andante”. Las grandes tiendas, de varios pisos, inmensos bazares en los que se encuentra de todo, están llenos siempre por masas de compradores, muchos de ellos campesinos, “lo que permite apreciar a simple vista la capacidad adquisitiva de la gente del pueblo”.
            Da un poco de vergüenza ver cómo tanta gente inteligente, o al menos dedicada a actividades intelectuales, se dejaba engañar por la más burda propaganda o se vendía por un plato de lentejas (aunque en el caso de los más ilustres –Neruda, Alberti-- era probablemente algo más que un plato).
            A Ceaucescu le lincharon los mismos que le aplaudían. Siempre se ha hablado de la represión que sostiene las dictaduras y no se ha solido mencionar que es la complicidad mayoritaria la que verdaderamente las mantiene en pie. No hay dictadura que no cuente con un apoyo social mayor que el habitual en los gobiernos democráticos. Ni siquiera el Felipe González de las mayoría absolutas tuvo a su favor tantos españoles como Franco.
¿Engañados por los medios de comunicación? Es posible, pero en todo caso muy gustosamente engañados. Y esto vale para la Rumanía de Ceaucescu, la Cuba del castrismo y del poscastrismo, la España de Franco y quizá la de ahora mismo.
            Hablemos claro: una dictadura amable con aquellos cuyos prejuicios representa y feroz con los pocos que no doblan la cerviz es el tipo de gobierno ideal para la mayoría, no la siempre chapucera democracia.


Lunes, 15 de junio
CERO A LA IZQUIERDA

Abro un libro de Antonio Espina, uno de los representantes de la nueva literatura de los años veinte, y me encuentro con este aforismo: “La mujer solo tiene valor, como el cero en matemáticas, cuando se coloca al lado de la unidad: a la derecha del hombre que ama y que comprende”.
            Hoy nadie sería capaz de escribir semejante barbaridad, pero no estoy yo tan seguro de que no siga habiendo quien lo piense.


Martes, 16 de junio
DESMIENTO A UNAMUNO

Al ver el desprecio con que un atildado politicastro se apartada de un campesino que volvía manchado de barro, Unamuno dijo aquello de que valía más un hombre sucio que un cerdo limpio.
            Eran otros tiempos. Dados los precios que ha alcanzado el jamón ibérico y lo baratos que se venden los hombres, sucios o limpios, parece claro que hoy no podría decir lo mismo.


Miércoles, 17 de junio
HAGO LO QUE PUEDO

Me gusta repetir un aforismo de Antonio Porchia: “Era tan ingenuo que hasta se creía las dedicatorias”.
            Las dedicatorias, como las palabras de elogio, son parte de la buena educación, nada tienen que ver con el análisis crítico.
            Pero hay elogios que nos agradan más que otros y eso dice mucho de nosotros mismos, no tanto de lo que somos como de lo que nos gustaría ser.
            Mi elogio preferido aparece en una entrada de Facebook donde doy cuenta de la aparición, en la fecha prevista, ni un minuto más tarde, del nuevo número de Clarín: “Martín, todas las cosas que van de tu mano siempre salen para adelante”. No es cierto, Paulina, pero se hace lo que se puede.
           

Jueves, 18 de junio
PRESUMO EN VANO

Siempre me ha gustado presumir de enemigos, pero la realidad es que tengo más amigos de verdad que enemigos. Nunca he disputado una herencia, intrigado por un cargo, aspirado a un premio; nunca me he metido en pleitos; nunca me he divorciado. Mis enemigos, o los que yo llamo tales, son enemigos de papel. A la mayoría ni los conozco personalmente; simplemente me guardan rencor por lo que dije de alguno de sus libros. Muchos pasan de una semana a otra de enemigos a amigos: basta que publiquen una obra que valga la pena y que yo hable bien de ella.
            También están los que se sienten ofendidos por alguna cosa que dije en mi diario. He publicado, en libro, veinte tomos; en el periódico, sin que todavía se hayan reunido en volumen, otros tres más. En total, una diez mil páginas. ¿De cuántas gentes habré hablado en estas páginas que gozan fama de indiscretas? De algunos miles.
Pero solo dos que eran buenos amigos, o eso creía yo, dejaron de serlo por alguna alusión en el diario: José Bento y Miguel d’Ors. Y me parece que también solo dos amigos me dejaron de lado por una reseña: José Luis Morante y Ricardo Labra. Por cosas que dije en una conversación –suelo ser un polemista algo punzante-- solo una: el librero José Manuel Valdés. Todos los otros enfados fueron pasajeros. No me parecen excesivas rupturas irreversibles para medio siglo de vida literaria sin demasiados miramientos a la hora de decir lo que uno piensa.


Viernes, 19 de junio
LO QUE ME HABRÍA GUSTADO SER

Da un poco de vergüenza decirlo, pero cada día estoy más convencido de que mi mayor aspiración es ser un robot. Razonarlo todo, hacer siempre lo más razonable, no condescender con la falacia sentimental,
            Durante un tiempo creí ser capaz de conseguirlo. Escribía poemas, ciertamente, algo que no suelen hacer los robots (y hacen bien), pero todos mis sentimientos eran fingidos: no me enamoraba, jugaba a que estaba enamorado. O eso creía yo, porque siempre me daba cuenta demasiado tarde de que estaba jugando con fuego y terminaba abrasado.
            Si yo fuera un robot, el día de mi cumpleaños no me habría dejado tanta resaca emocional, no me habría quitado el sueño, no me habría llevado a ese ejercicio inútil de repasar lo vivido y entrever, con temor y temblor, lo que queda por vivir.
A un robot, que es lo que yo siempre he aspirado a ser, no le habría afectado especialmente cumplir un año más, sobre todo si todavía no se nota ni en la salud ni en el entusiasmo con que arremeto contra gigantes que no son más que molinos de viento. Ni siquiera el que anticipe mi jubilación, el 31 de agosto, debería ponerme especialmente triste. Es una jubilación más simbólica que otra cosa, sin apenas repercusión, salvo una disminución en el sueldo que puedo perfectamente asumir; me libraré de papeleos y burocracia, pero las actividades que me interesan seguirán a pleno rendimiento.
Comí en familia y luego por la tarde me encontré con la otra familia, la de la tertulia, que acudió a charlar de literatura y vida desde los más diversos lugares (la tertulia internacional de los miércoles coincidió felizmente con mi cumpleaños). Y cuando estábamos hablando de la poesía en el cine y de frases memorables (la mía: ”Soy pobre, no puedo permitirme el lujo de no ser inteligente”), sonó el timbre de la puerta y apareció mágicamente una tarta, como en las películas.
Pero no soy un robot y llevo varias noches mal durmiendo. “Mira toda esta felicidad, mírala bien”, me repite uno de mis demonios. “ Pronto te lo irán quitando todo, quizá poquito a poco para que sufras más. O de un manotazo, que no se sabe qué es peor”.
Un robot no dejaría de disfrutar del presente por temor al futuro. Los robots no lloran.
Pero yo no soy un robot. Y bien que lo siento.



Sin propósito de enmienda: Autónomos y asalariados

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Sábado, 20 de junio
SI YO FUERA DIOS

No sé cómo a Dios, con ser Dios, no se le ocurre la manera de mejorar el mundo. Bastarían tres o cuatro medidas muy sencillas.
La primera, eliminar enfermedades y accidentes. Todo el mundo se moriría por riguroso orden cronológico, a partir de los noventa años, y previa petición.
Las penas de amor las dejaría, que si todos los amores fueran de inmediato correspondidos reinaría el aburrimiento.
Borraría de un plumazo, de un divino decreto-ley, la maldad, pero dejaría la malicia, que es la sal de la vida.
Claro que si yo fuera Dios estaría tan avergonzado con la que he armado con la creación del mundo que me escondería en el más remoto rincón del universo y no me atrevería ni a asomar la cabeza.


Domingo, 21 de junio
FUERA DE LA LEY

Al comienzo de un extenso reportaje sobre ciertos documentos desclasificados de la CIA que hablan de su infiltración en la guerrilla asturiana, una líneas aluden que otro documento, fechado en 1984 y ahora también desclasificado, se refiere a la relación de Felipe González con el terrorismo de Estado.
Busco la ampliación de esa noticia y no la encuentro por ninguna parte. Tampoco ha aparecido, según creo, en el periódico que yo suelo leer diariamente.
Indago en Internet y veo que primero la dio La Razón y luego fue publicada por unos pocos medios más. “González ha acordado la formación de un grupo de mercenarios, controlado por el Ejército, para combatir fuera de la ley a los terroristas”, afirma el informe de la CIA
Al igual que con el anterior jefe del Estado, parece que algunos quieren proteger a González con un manto de impunidad. Yo viví esos días, yo me creí que Felipe González estaba al margen de la infame chapuza de los Gal. Yo le creí.
Sospecho ahora que fui engañado, que el político al que yo voté hasta el último momento ya era entonces, aunque yo no lo supiera, quien después ha demostrado ser.


Lunes, 22 de junio
UN SONETO AJENO Y MÍO

En un antiguo suplemento de La Voz de Galicia que me pasa Antonio Insuela, encuentro un soneto que podría haber escrito yo. Aparece al final de un artículo sobre Borges y Lorenzo Varela. Los dos coincidieron en el amor por Estela Canto. El primero no fue correspondido; el segundo, sí. Pero es difícil saber quién fue más desdichado.
            Estela Canto, tras romper con Borges, o quizá antes, inició su relación con el escritor gallego Lorenzo Varela. Convivieron tres años tormentos, desde el 47 hasta el 49, entre Montevideo y la casa que les prestó Alberti en Punta del Este.
“Estela y Lorenzo forman un cóctel explosivo que no tardará en estallar”, escribe Fernando Salgado en el reportaje de La Voz de Galicia. Aquellas batallas de amor no tuvieron un campo de plumas, como en el poema de Góngora. Alberti se quejó de los destrozos que causan en su vivienda unos enamorados que acabaron teniendo solo en común la afición por el alcohol. Hasta las máquinas de escribir –cada uno tenía la suya-- volaron alguna vez buscando la cabeza del otro y estrellándose contra la pared.
Como epílogo de aquel amor –quizá de cualquier amor—Lorenzo Varela escribió un soneto, que no quiso publicar, y que podría haber escrito yo.

¿Y le llamáis amor a esta amargura,
a esta pobre afición, a esta mudanza,
a este ir de sepultura en sepultura
sin vivir ni morir, sin esperanza?

¿Y le llamáis amor a este alimento
del hastío y del odio y del olvido,
a este cielo fingido, a este tormento
de unir dos soledades sin sentido?

Andan ausentes penas y alegrías,
y todos los trabajos son forzados
en este sucederse de los días

perdidos sin saberlo, envenenados.
¿Y le llamáis amor a estas vacías
horas de corazones enterrados?


Martes, 23 de junio
ESOS ERRORES

“Vivir es cometer esos errores / que humanamente nunca se reparan”. No puedo quitarme de la cabeza estos versos y, como no recuerdo el autor (¿Luis Rosales quizá?) los busco en Google. Y lo primero que encuentro es un texto mío en que aparecen citados.
            Me temo que no hago más que repetirme. Como la vida misma. ¿Cuántas veces habré sentido esta desesperanza, estos remordimientos, esta sensación de que en la encrucijada crucial tomé el camino equivocado?
            Pero también se repite la felicidad. Solo hay que tener un poco de paciencia.


Miércoles, 24 de junio
EL CASARSE TARDE Y MAL

Si hubiera conocido la famosa nadería de Monterroso, seguro que a Borges le habría venido a la cabeza cada mañana durante sus tres años de matrimonio: “Cuando se despertó, el dinosaurio seguía allí”.
            Leo, una vez más, el Borges de Bioy Casares. Estamos en 1967, Borges se ha comprometido de nuevo y esta vez parece que va en serio. ¿Se ha comprometido o lo han comprometido? Bioy Casares nos hace saber lo que la madre del novio, bastante más entusiasmada que él con el enlace, dice de la novia: “No es intelectual… Bueno, eso tal vez resulta una ventaja. No se parece a las que él nos tiene acostumbrados. Yo me quedo tranquila: creo que lo va a cuidar. Ya no es joven. Fue linda. Ahora, ya la verás. Pero él no ve. Para él sigue siendo la de antes”.
            Pero Bioy Casares sí la ve: una vieja de piel grisácea, inculta pero muy segura en su ignorancia, proclive a ofenderse y ofuscarse por celos. Ya la mención del anglosajón es motivo de desconfianza: ella no está dispuesta a consentir que a su marido le rodee un ramillete de discípulas.
            Tras el matrimonio, siete meses en Estados Unidos. A la vuelta, ya en 1968, doña Leonor telefonea a Bioy: “Llegó flaco, pero bien y contento. Está muy contento, lo que para mí es una sorpresa agradable. No se fue contento; ahora lo está. Yo me siento vieja; tanto he oído que me dijeran ‘A sus años’ que me han dado el complejo, que no tenía. Ahora me siento vieja, y así ha de ser. Cumplo noventa y dos años, mi hijo. Me siento sola. Ahora que volvió Georgie, más que mientras estaba allá: vino a casa, almorzó, se bañó, durmió la siesta, tomó el té y a las siete me dijo: ‘Madre, me voy a casa’. Entonces sentí que se iba, que me quedaba sola. Ya me acostumbraré”.
            Pero ni ella ni Georgie se acostumbraron. El final de la historia nos lo cuenta Norman Thomas de Giovanni, el amigo americano que le ayudó a escribir su autobiografía y los cuentos de El informe de Brodie: “El día D fue el 7 de julio de 1970. Esa mañana gris y fría de invierno, siguiendo nuestro minucioso plan, esperé a Borges en la puerta de la Biblioteca Nacional y en cuanto llegó subí a su taxi y partimos raudamente hacia el aeropuerto. Borges, temblando como una hoja y exhausto después de una noche sin dormir, confesó que lo que más había temido era llegar a soltarle todo a Elsa en cualquier momento. Hugo Santiago, el director de cine, que estaba en el complot, y mi mujer esperaban junto al mostrador de embarque con dos pasajes para Córdoba; allí, el abogado nos había reservado un hotel del que solo él y yo sabíamos el nombre. Como buenos conspiradores, no comunicamos a nadie nuestro plan. Así no hacía falta mentir, y no se revelaba nada. Doña Leonor, que tenía una puntillosa rectitud, temía que Elsa la llamara para pedirle enseguida información, y aunque no quería mentir si decía no saber dónde estaba su hijo, también deseaba poder comunicarse con él en caso de necesidad. Eso era fácil. Le di un número de teléfono en un papel dentro de un sobre cerrado e hice que mirara mientras lo ocultaba en un cajón de su escritorio”.


Jueves, 25 de junio
PREJUICIOS

Estoy lleno de prejuicios. Me llega el libro de una poeta que, apenas cumplidos los treinta años, ha publicado cinco poemarios –palabreja que detesto-- y ganado media docena de premios y, sin necesidad de hojearlo, ya sé que no merece la pena leerlo.


Viernes, 26 de junio
ELOGIO DE LAS CAFETERÍAS

¿Qué es lo que ha impedido la quiebra física y moral de España en estos meses en que las autoridades sanitarias y no sanitarias parecieron perder toda relación con el pensamiento racional? No exagero mucho si respondo que las cafeterías. Alguna vez dije que los centros comerciales eran la versión actual de la plaza mayor de cada pueblo, del foro y del ágora. Ahora parecen la sección de infecciosos de un hospital. Deprime entrar en ellos. Solo en las cafeterías, en las terrazas que han devuelto la vida a las calles, es posible charlar cara a cara, sonreír y que te devuelvan la sonrisa, desplegar sobre la mesa el periódico, leer plácidamente un libro.
            Tardaré en volver a pisar una biblioteca, a las que se trata como almacén de peligroso material en cuarenta, tardaré en entrar en un centro comercial, antes mi lugar favorito de trabajo (¡cuánto habré leído y escrito en Las Salesas!), pero en mi calle, una calle corta, tengo, en las dos esquinas que dan al Milán, otras tantas cafeterías; al otro lado, el del parque y el prerrománico Santullano, está Tres Tejos, Y muy cerca, el cordialísimo Titánic, donde esta mañana he leído y anotado los trabajos fin de grado que debo juzgar el próximo viernes (en mi despacho no puedo trabajar: soy alérgico al apestoso desinfectante con que lo higienizan cada día, aunque solo lo use yo). Lo trabajos son de materias de las que sé poco –filosofías y patologías del lenguaje--, así que más a juzgarlos me dedico a estudiarlos. Termino mi labor docente no enseñando, sino aprendiendo, mi actividad favorita.
            Últimamente, cuando pago en la caja del supermercado, cuando doy las gracias mientras me ponen en la mesa el café y el vaso de agua, a la memoria me vienen unos versos de Housman: “Estos, el día en que se derrumbaban / el cielo y los cimientos de la tierra, / sostuvieron el cielo con sus hombros, / los cimientos de la tierra aguantaron”.
            Qué paradoja. Cuando la función pública dejó de funcionar, o se puso a teletrabajar y a televaguear, nos salvaron –intentan salvarnos-- quienes, al no ser funcionarios, tenían que trabajar para comer: autónomos y asalariados.

El bazar de las sorpresas: Secretos y voces

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LO QUE NUNCA DIJE A NADIE

Todos tenemos secretos que nos avergüenzan y que más pronto o más tarde acaban saliendo a la luz. Mi problema, si puede llamarse así, comenzó allá por 1971 o 1972. Yo había comenzado entonces a estudiar Filosofía y Letras y tenía una compañera guineana que se llamaba Juanita Johny Lele. Siempre debía insistir con los profesores en que su nombre era Juanita y no Juana. “Tiene usted por nombre un hipocorístico”, le dijo Carlos Clavería y recuerdo que esa fue la primera vez que oí tan curiosa palabra para aplicarse a un diminutivo familiar.
Fue Juanita quien me llevó a aquella reunión en un piso de Pumarín, al lado mismo del desapareció cine Paladium, tan escandalosamente famoso entonces por sus atrevimientos de arte y ensayo. Allí conocí a una médium, que me pareció una farsante (tendría pronto problemas con la policía), y allí me ocurrió por primera vez el extraño fenómeno del que nunca he hablado con nadie, salvo con mi psiquiatra: mientras aquella mujer ponía los ojos en blanco y fingía entrar en trance, yo sentí una especie de mareo y luego empecé a pronunciar palabras con una voz que no era la mía.
No recordaba luego lo que dije, pero Juanita tomó notas. Hablaba en portugués, lengua que yo entonces no sabía –ella sí--, y lo que Juanita apuntó poco después descubriría que eran versos de Álvaro de Campos, el heterónimo de Fernando Pessoa.
Por entonces preparaba yo para Gustavo Bueno un trabajo sobre Estanislao Sánchez Calvo, el filósofo avilesino amigo de Clarín, y me parecía que lo que me había ocurrido tenía que ver con los fenómenos analizados en su libro Filosofía de lo maravilloso positivo. Traté de comentar con Bueno lo que me había ocurrido, pero él no me hizo ningún caso. Yo tampoco le di mayor importancia, pero el fenómeno se repitió pocos años después.
Oía voces, diferentes voces, que me dictaban lo que parecían unas veces versos y otros relatos de alguna minuciosa peripecia personal. Dudé entre visitar a un psiquiatra o limitarme a escribir lo que escuchaba con miedo y con asombro.
No solo lo transcribí, sino que también lo publiqué en una revista a la que di el nombre de Jugar con fuego. El fuego con el que jugaba era el de la locura.
Por entonces comenzó a ponerse de moda en España la figura de Fernando Pessoa y todo el mundo pensó que yo era un imitador suyo. Me aterraba pensar que podía tratarse de un tipo de esquizofrenia. Pero, si lo era, nada tenía que ver con la que escindía al doctor Jekyll de mister Hyde. Todo pasaba en mi cabeza y de la cabeza al papel, sin  repercusión en la vida cotidiana. Solo podía notar aquel extraño fenómeno quien estuviera muy cerca de mí y yo siempre he procurado que nadie esté demasiado cerca. Juanita, con la que entonces me veía a menudo y que conocía el secreto, me dijo una vez. “Eres el bazar de las sorpresas”, recordando el título en español de una maravillosa película de Erst Lubitsch, The Shop around the Corner.
            La mitad de lo que he escrito no lo he escrito yo, lo han escrito otros a través de mí. Quizá soy menos un escritor que un caso clínico. Este es uno de esos secretos que hasta ahora no había contado a nadie. Hay otros, que más pronto o más tarde acabarán saliendo a la luz para llenarme de vergüenza: “Tras el vecino cortés / y el educado tendero, / tras la señora que reza / y el hombre que bebe obseso, / hay siempre una clave privada, / hay siempre un secreto perverso”.
            Mejor descubrir esos secretos más o menos perversos uno mismo antes de que lo hagan otros para escándalo del hipócrita lector, mon semblable, mon frere, como dirían Baudelaire y Gil de Biedma.



VIVÍ SIN HABER VIVIDO

Viví sin haber vivido
y ahora que el sueño se acaba
no tendré sorpresa alguna
al encontrarme la nada.

El que despierta de un sueño
lamenta lo que ha perdido
ignora que todo es sueño
y que nunca lo ha tenido.

No me dejes tú también
ausencia que me acompaña,
contigo estoy menos solo,
tú sabes lo que me pasa.

Los amores que yo tuve
y los que nunca he tenido
ahora son la misma cosa
que se resiste al olvido.

La verdad de lo que siento
ni a mí mismo me la digo,
que no sé guardar secretos
y en seguida los repito.

De noche, muy lentamente,
subí por una escalera,
y cuando llegaba al cielo
tan solo el infierno era.

Me dices que me comprendes
y yo te comprendo a ti.
No has dejado de quererme:
te has cansado de mentir.

Está la noche tan clara
que si te miro a los ojos
puede leer lo que guardas
bien escondido en el fondo.

Mírame, mírame bien,
soy el que tanto te quiere,
el mismo que marcha lejos
tan solo para no verte.

En la mitad del camino
tropecé con una piedra
y al levantarme del suelo
no había camino ni piedra.

Existe lo que no existe
como existe esa mirada
que me deja sin aliento
aunque no me dice nada.

Vuelvo a casa por la noche
y nadie me espera en ella,
salgo todas las mañanas
y nadie me aguarda fuera.



LA ARITMÉTICA DEL CORAZÓN

Uno y uno no son dos,
que son nadie y son ninguno
si se trata de tú y yo.

Mil amores no son nada,
mucho mejor mil y uno,
ese que siempre me falta.

Tu soledad y la mía
hacen dos soledades
y ninguna compañía.



PARA UN EPITAFIO
1934-2020

Nos dejó, como todos, para siempre,
pero nunca se fue de nuestro lado.
Sonríe con la luz de cada día,
con cada corazón enamorado
y sigue respondiendo a quien le llama
porque nunca se muere quien nos ama.

El bazar de las sorpresas: Toda la vida huyendo

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EN EL MONASTERIO

Durante un tiempo creí que encontraría la felicidad lejos del mundo, refugiándome en una celda. Me habría gustado hacerlo en un monasterio de aire medieval, situado en una alta colina que dominara el horizonte. No creo en ningún Dios, pero me gustan los ritos. Los rezos que se repiten cada cierto tiempo, las comidas frugales a la misma hora, las largas horas en la biblioteca o en el huerto. Y las relaciones humanas reducidas al mínimo no me asustan, me hacen sentirme seguro.
            Nunca se lo he contado a nadie, pero mi búsqueda fallida de la felicidad me llevó a fingir la fe, a encerrarme en un claustro, a comprobar lo cerca que están infierno y paraíso.
Fue hace mucho tiempo y el monasterio era un lugar perdido en un secarral de la meseta castellana. Cuando escapé de allí, solo llevé conmigo la ropa que llevaba puesta y un cuaderno rojo que creía haber destruido. Lo encuentro ahora y al hojearlo no veo ni profesiones de fe ni dudas razonables, salvo en un poema, “El eremita arrepentido”, que no parece escrito con mi letra. Yo no buscaba a Dios, buscaba alejarme del mundo. Pero no ya en un monasterio, donde toda pequeña miseria tiene su asiento, sino en la más apartada cabaña, encuentra uno lo peor del mundo porque lo lleva consigo.



EL CUADERNO ROJO

Conmigo mantengo una relación intermitente: unas veces estoy completamente enamorado y otras no me gusto nada.

Después de conseguido, todo importa un poco menos.

Hay cabezas en las que solo cabe una idea, pero apretadita y de costado.

La razón se impone con razones.

No hay buena memoria sin mala memoria.

¿Quién puede presumir de no haber perdido nunca el tiempo leyendo un libro?

Una historia con final feliz es siempre una historia a la que le falta el final.

El pensamiento mágico es consustancial al ser humano; el pensamiento lógico, una rareza que se da en algunas épocas de la historia y solo en algunos individuos.

También pueden defraudar los amigos imaginarios.

Pensar por cuenta propia es una costumbre que no suele tener la gente.

Los únicos problemas verdaderos son los que no tienen solución; los otros no pasan de un entretenimiento más o menos complicado.

Un hombre afortunado tiene muchos amores, pero no se enamora nunca.

Hay gentes a las que no les importa ser infelices siempre que los demás también lo sean.

También el pasado puede darnos sorpresas.

El odio es tan vivificante como el amor.

Lo que no se ha conocido no se echa de menos.

Nada tan fértil como el aburrimiento.

No hay certeza que no sea provisional.

Ser joven a los veinte años es muy fácil, lo difícil es serlo a los setenta.



EN LAS CALDAS

Nunca he necesitado aislarme para escribir. Rodeado de gente se me ocurren las mejores ideas. O se me ocurrían. Ahora tengo pesadillas y en ellas todo el año es carnaval y la gente sale a la calle con la cara tapada y dispuesta a cometer las mayores fechorías, segura de su impunidad.
            Pero un amigo me ofreció su casa en Las Caldas y yo acepté encantado. Acababa de salir de una mala relación, no tenía dinero para irme lejos y me pareció la mejor manera de no tropezar por la calle con quien no quería volver a verme.
            La casa era espaciosa y agradable, con un gran jardín y muy cerca de la carretera y el balneario. Desayunaba y comía en un bar cercano, subía hasta la iglesia de Priorio, daba largos paseos por la orilla del Nalón, salía al jardín a contemplar las estrellas durante las largas noches.
            No había pasado una semana y ocurrieron los primeros incidentes. La casa tenía planta baja, que daba al jardín; el piso principal, al que se entraba desde la calle, y otra planta bajo cubierta, llena de libros y con un cómodo despacho abuhardillado. Entre sueños, me pareció comenzar a oír conversaciones, pasos en la escalera.
            Al principio, no me preocupé. “Serán fantasmas”, me dije. Siempre me han gustado las historias de fantasmas y yo mismo he fantaseado algunas. Pero una cosa es contarlas, o que te las cuenten, y otra vivirlas.
            Una noche entreabrí los ojos en sueños y me pareció ver otros ojos fijos en mí. Encendí la luz asustado y naturalmente no había nadie. Me levanté para ir al baño y comprobar que puertas y ventanas estaban bien cerradas. Luego ya no pude dormir y al día siguiente me levanté de mal humor.
            Dos o tres días después, llamaron a la puerta. Preguntaron por el dueño y yo expliqué que estaba de viaje y que me había dejado la casa por un tiempo.  Al marcharse, ya un poco alejada de la casa, se dio la vuelta y me dijo adiós pronunciando mi nombre. “¿Me conoce?”, pregunté, pero no me oyó, o no quiso oírme, y siguió su camino. Era una mujer, de unos sesenta años, con el pelo blanco y aspecto apacible. No sé por qué pensé en la peregrina que aparece en la más famosa comedia de Casona. Pero esa peregrina era la muerte y por un momento tuve algo de miedo.
            Siguieron las conversaciones de media noche, pero ya casi en un susurro, tenía que aguzar el oído para escucharlas; los pasos sigilosos en la escalera y ocurrió algún otro fenómeno extraño: de vez en cuando me encontraba en el fregadero con platos o vasos que no recordaba haber usado.
            Debería haber vuelto de inmediato, puesto que ya no me encontraba a gusto. Los paseos por la orilla del río había dejado de tener su encanto y me pareció –sin duda, paranoia mía-- que la gente del pueblo con la que me cruzaba me miraba con poca simpatía.
            Una noche de inmensa luna llena me asomé a la gran cristalera del salón y me creí ver, al fondo del jardín, a un hombre cavando. Traté de tranquilizarme. “Será una sombra”, me dije. Cogí un farol como los de los barcos, a modo de linterna, y salí a ver qué pasaba. Había un hombre, que me saludó sin sorpresa alguna, y que estaba cavando una especie de fosa. Yo debería haberme asustado, pero no lo hice. Se trataba de un anciano de aspecto poco amenazador, como el abuelo de los cuentos. “¿Qué hace usted aquí?”, le pregunté. Sonrió, se encogió de hombros y siguió cavando.  Me pareció que la luna nos miraba, que se oía el ulular de una lechuza y que todo tenía el aire irreal de la ilustración de un viejo libro. Después de un rato de silencio, le oí decir: “Duerma tranquilo, la tumba no es para usted”.
            A la mañana siguiente, el rectángulo excavado seguía allí. Llamé al dueño de la casa –médico psiquiatra--, que me escuchó atento y lo único que se le ocurrió decirme fue: “Cuando vuelva, pasas por mi consulta”.
            No pasé, por supuesto, pero me volví de inmediato a mi piso de Oviedo sin haber escrito una línea que mereciera la pena. Ya no sé --¡ha pasado tanto tiempo!—si aquellas cosas fueron realidad o alucinación. Tampoco importa demasiado. A fin de cuentas, la realidad no es más que una alucinación compartida.



EL EREMITA ARREPENTIDO

Toda la vida huyendo
de mí, de lo que quiero,
de la felicidad que a traición me asaltaba
en una esquina del camino,
toda la vida a tu servicio,
tirano siempre insatisfecho.
Si allá me tratas como aquí me tratas,
oh Dios omnipotente,
ningún infierno podrá ser peor
que el paraíso.



El bazar de las sorpresas: El miedo guarda la viña

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AMAR LA VIDA

En el mercado de Arcachon, encuentro un vendedor de aforismos grabados en decorativos trozos de madera. Muchos son anónimos y parecen más bien banales frases de autoayuda, pero otros los firman Baudelaire, Nietzsche, Borges. Miro a ver si encuentro mi nombre, uno es así de vanidoso, y lo que encuentro son dos o tres frases que podría haber escrito yo: “Nunca hablo de mis humildes orígenes porque no me gusta presumir”, “Era tan inteligente que ni se le notaba”, “El poder entontece y a algunos les hace falta muy poco poder para entontecer completamente”. Este último me hace sonreír, porque un amigo me ha hecho llegar un amenazador tuit del mayoral de mi comunidad autónoma.
            Pero yo ahora estoy lejos de casa, en un lugar en el que no me importaría quedarme a vivir: la bahía de Arcachon. Vine siguiendo las huellas de Rafael Barrett, que aquí murió hace ciento diez años. Se alojó en el hotel Regina Foret. ¿Será el mismo que la Residencia Villa Régina que encuentro en la Ville d’Hiver? Quizá sí. En la publicidad, se indica que lleva abierta desde hace más de un siglo.
            Se me ocurre mirar, por curiosidad, los precios de los apartamentos en esta zona. Prohibitivos, incluso lo más baratos. Pero eso no impide que, mientras paseo a lo largo de la inmenso arenal, temprano en la mañana, sueño con llevar aquí una vida feliz de jubilado. A media hora de tren, está Burdeos y allí la librería Mollat, una de mis sucursales favoritas del paraíso. Pero cada vez me interesa más otro libro, el de la naturaleza, que por esta zona despliega algunos de sus capítulos más hermosos: la mágica Île aux Oiseaux en el centro de la bahía, la gran duna de Pilat a un lado, los bosques de pinos con sus ciervos volantes. Pasaría las horas pescando en Aiguillon o navegando a mi aire por la bahía o incluso atreviéndome alguna vez con el Atlántico.
            Debería haber ahorrado, pero el ahorro no es lo mío. A la memoria me viene un aforismo que leí no se dónde (o que acabo de inventar, como suelo tener por costumbre): “Un caballero ha administrado bien su fortuna cuando a su muerte no deja más dinero que el necesario para pagar sus funerales”.
            Me gusta la luz del paseo marítimo, sentarme en una terraza a ver pasar el tiempo, pero no me gusta menos perderme en la colina de la Ville d’Hiver con sus caserones de fantasiosa arquitectura escondidos entre los árboles. Y ascender al observatorio del parque Mauresque, esa torre metálica con escalera de caracol que termina en una plataforma de madera, para avistar las aves y los colores de las landas y los navíos lejanos y sentirme el rey del mundo. Lo construyó, empleando materiales sobrantes del ferrocarril, un ingeniero cuyo nombre no recuerdo, pero sí el de su jovencísimo ayudante: Gustave Eiffel.
            En Arcachon murió Barrett, pero en pocos lugares resulta más fácil amar la vida.



EN QUÉ MANOS ESTAMOS

----¿Y qué vas a hacer ahora se nos obliga a los asturianos a usar siempre mascarilla, tanto si es necesaria como si no? --me preguntan quienes conocen lo indignado que estoy por los atentados contra nuestra salud que se llevan a cabo precisamente con el pretexto de proteger nuestra salud--. ¿No habías dicho que pensabas redactar un manifiesto, pasarlo a la firma de profesionales de prestigio, recaudar dinero y luego publicarlo en los periódicos? ¿Un manifestó que afirmara que obligar a llegar mascarilla cuando se puede mantener la distancia de seguridad tiene tanto efecto a la hora de contener el virus como encenderle velas a la virgen de Covadonga?
----Con la diferencia de que las velas a la virgen al menos no dañan la salud mientras que las mascarillas sí. Es como si nos encerraran en una habitación obligándonos a respirar una y otra vez el aire viciado que sale de nuestro pulmones. Profesionales tiene la sanidad asturiana que deberían redactar ese manifiesto y otro indicando el daño para la salud que supone lavarse las manos cuanto más mejor. Lavarse continuamente las manos por miedo al contagio es una patología muy estudiada. La tuvo Manuel de Falla. Consigue lo contrario de lo que pretende: deteriora la piel, una protección natural, y aumenta el riesgo de infección.
----¿Y no decías que pensabas presentar una demanda contra esa medida que no tiene ninguna justificación sanitaria?           
----Ni justificación sanitaria ni justificación jurídica. He leído tres o cuatro veces, con incredulidad creciente, la resolución de 14 de julio de 2020 de la Consejería de Salud. Entre los “fundamentos de derecho” se citan varias leyes que permiten a las comunidades autónomas adoptar medidas “sanitariamente justificadas”, cuando existan “indicios racionales que permitan suponer la existencia de peligro para la salud de la población”, “un riesgo inminente”; cuando lo requieran “motivos de extraordinaria gravedad o urgencia” podrán adoptar “cuantas medidas sean necesarias para asegurar el cumplimiento de la Ley”.
Y los motivos “de extraordinaria gravedad o urgencia” que se señalan en la resolución son los siguientes: 1/ “el carácter de los brotes surgidos en otras Comunidades Autónomas”, 2/ “la relajación en el uso de las mascarillas por parte de la población, incluidas las personas que visitan el Principado de Asturias en el presente período estival, 3/ “la alternativa entre uso de mascarilla o distancia de seguridad da lugar a frecuentes manipulaciones de aquella cuando se pone o se quita en función de esa distancia, incluso a un uso inadecuado al colocarla, por ejemplo, debajo de la barbilla, todo ello en el supuesto de que realmente se atienda a esa distancia, lo que puede pasar inadvertido más fácilmente cuando cada vez más personas circulan sin mascarilla”.
El punto primero sobra: no es competencia de Asturias resolver los problemas de otras comunidades. El punto segundo, la supuesta relajación, se soluciona aumentando el control policial. El punto tercero es el más alucinante: ponerse la mascarilla cuando es necesaria y quitársela cuando no es necesaria (algo que todo el mundo hace muchas veces al día: para tomar un café, para comer, para fumar, para sonarse) se convierte en peligroso cuando se hace porque caminamos por un lugar en el que no hay “aglomeración de personas” y es posible mantener la distancia de seguridad. Y para prevenir estos motivos supuestamente “de extraordinaria gravedad o urgencia” –colocarse, por ejemplo, la mascarilla por debajo de la barbilla--, al Consejero de Salud, Pablo Ignacio Fernández Muñiz, no se le ocurre otra cosa que declarar obligatorio el uso de mascarillas, aunque pueda garantizarse el mantenimiento de una distancia de seguridad interpersonal, “en las vía públicas de los núcleos urbanos” (en las vías públicas, no en los parques ni en las playas: ahí parece que no hay peligro, al menos de momento) y en las vías públicas de las zonas rurales “cuando se produzca una aglomeración de personas” (de donde se deduce que las personas pueden aglomerarse en el campo asturiano siempre que vayan provistos de mascarilla). No sigo. La resolución está llena de perlas que harán las delicias de cualquier lector al que el miedo no le haya privado de la capacidad de razonar. Y ningún jurista dejará de llevarse las manos a la cabeza.
Hay dos meses para presentar recurso contra esta resolución. Motivos no faltan. Me imagino que ya se estará trabajando en ello. Pocas veces se ha argumentado menos una resolución con graves efectos punitivos.


UN POEMA DE MARILYN MONROE

Me dicen que estoy viva,
que debo dar gracias a Dios
por estar viva.
Me dicen que estoy viva.
y debe ser verdad,
solo en la vida caben
este dolor,
este vacío,
este no ser nadie
en las manos de todos,
solo en vida se puede
desear con tanta fuerza,
como al mayor amor,
la muerte.



El bazar de las sorpresas: El huevo de la serpiente

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INCIDENTE EN SEVILLA

Más que el miedo a los locos, que también, el miedo a volverse loco es uno de los terrores ancestrales de la humanidad. Lo sintió Pessoa, lo siento yo, quizá todo el mundo lo ha sentido alguna vez. A volverse loco o a que nos vuelvan locos, como en la película Luz de gas.
            Ahora, con la generalización de las consultas psiquiátricas, ese temor ha disminuido un tanto, pero aún hay personas que no se atreven a hablar claramente de sus experiencia extrañas por temor a que los tomen por locos. Yo soy una de ellas, pero tengo la ventaja de poder contarlo por escrito y todo el mundo piensa (bueno, lo de todo el mundo es una exageración: los tres o cuatro lectores habituales) que se trata de otro convencional cuento de fantasmas. Mi amigo el psiquiatra y escritor José Luis Mediavilla alguna vez entrevió otra cosa y me animó a que pasara por su consulta. Naturalmente, no hice ningún caso.
            Yo creo que ese no atreverse a contar ciertas experiencias que carecen de explicación racional por temor a que nos tomen por locos empobrece el mundo. No todo tiene explicación, al menos de momento. Pero la honestidad intelectual nos obliga a aceptarlo, no a esconderlo.
            Había ido yo a Sevilla para presentar una traducción –no demasiado buena, por cierto-- de la poesía completa de Mário de Sá-Carneiro. El acto se celebró en el consulado de Portugal, un pabellón orientalizante que había sido construido para la exposición del 29. Me alojaron en el hotel Doña María, creo que se llama así, un hotel muy cercano a la catedral con piscina en la azotea. Como soy algo mitómano, me hizo ilusión hospedarme allí porque recordaba una famosa foto de Borges en esa azotea, apoyado en su bastón y con la Giralda al fondo.
            De Borges estuve hablando con Abelardo Linares antes de la conferencia. El escritor había llegado a Sevilla, fue su última visita a una ciudad que conoció de joven, para participar en un curso sobre literatura fantástica organizado por la Universidad Menéndez Pelayo. Otros participantes eran Torrente Ballester (hay también una foto suya con Borges en la terraza del hotel) e Italo Calvino.
            “En ese mismo lugar donde tú ahora te sientas se sentó Borges hace treinta años”, me dijo Abelardo. “Estuvimos hablando casi dos horas. Bueno, estuvo hablando él, como siempre hacía”.
            Yo le animé a que escribiera esa conversación, a la que se había referido más de una vez y me indicó su intención de hacerlo, aunque supongo que se quedará en intención. Me contó una anécdota del Borges ultraísta que yo no he visto en ninguna parte y eso me hace dudar de que fuera cierta, porque a Borges, como a todo el mundo, le gustaba repetir las mismas anécdotas.
            Una tarde Borges se encontró con Guillermo de Torre, que entonces era un pedantuelo adolescente que presumía de haberlo leído todo, y otro poeta jovencito al que no conocía. “Tenemos una cita con Juan Ramón Jiménez. ¿Por qué no te apuntas, Georgie?”. Y Borges se dejó arrastrar sin mucho entusiasmo. El maestro se mostró muy amable, les preguntó sobre lo que estaban escribiendo,  habló mal de Cansinos y de Ramón Gómez de la Serna y luego se despidió largamente de la poesía que estaba escribiendo y de los libros que tenía inéditos. Se levantó para despedirlos y, de pronto, cuando ya estaban cerca de la puerta, se le cambió la expresión del rostro y dio un grito. “¡No los dejes marchar!”, le dijo a la doncella de uniforme y cofia que acudía a abrirles la puerta. En el bolsillo de la americana de Borges, asomaba un papel. Se lo arrebató y dijo: “Márchense antes de que llame a la guardia civil”. Mientras bajaban la escalera, Borges iba mudo de vergüenza, pero Guillermo de Torre cambiaba guiños de complicidad con el otro acompañante y, ya en la calle, se puso a reír a carcajadas: “¡Casi lo consigo!”. En un momento de distracción del poeta, se había hecho con uno de sus manuscritos y lo había ocultado en el bolsillo de la americana, o del saco, como dicen ellos, del distraído Borges. Y ese es al parecer el origen del odio que le tuvo siempre a quien poco después se convertiría en su cuñado.
            Pero no esta anécdota lo que quería contar, sino una serie de hechos que nunca he referido por temor a que me tomen por loco. Regresé tarde al hotel, tras la conferencia, la cena posterior y la velada con copas que se prolongó más de lo que en mí suele ser habitual. Al entrar en la habitación, me di cuenta de que se oía el agua de la ducha en el cuarto de baño. “La habré dejado abierta”, me dije. Me acerqué para cerrarla y entreví asustado que alguien se estaba duchando. Salí rápido de la habitación pensando que me había confundido. Pero no, ese era el número correcto. Bajé a recepción. El encargado escuchó mi explicación y subió conmigo a ver qué pasaba. No pasaba nada. La habitación estaba en orden y el cuarto de baño sin señales de haber sido usado recientemente, tal como lo habían dejado las encargadas de la limpieza. Me disculpé confuso y lo atribuí todo al cansancio. Esa noche tuve un sueño erótico especialmente intenso y especialmente vivido. Tardé en convencerme de que había sido solo un sueño. Me desperté tarde, casi sin tiempo para coger el avión. Me arreglé rápidamente, ya tenía listo el breve equipaje y me habían avisado de que el taxi me esperaba en la puerta. Al salir del cuarto de baño vi sobre la repisa del lavabo unas gafas que no eran las mías. Las cogí maquinalmente y las puse en el bolsillo de la camisa para entregarlas en recepción. Me olvidé de hacerlo y no volví a pensar más en ellas. A mi lado, en el breve vuelo directo de Sevilla a Asturias, se sentó una ancianita de cabellos blancos que de inmediato me recordó a la Miss Marple de Agatha Christie tal como aparece en alguna vieja película. Me saludó muy amablemente y trato de entablar conversación, pero a mí se me cerraban los ojos de sueño. De pronto dijo: “Ah, muchas gracias, las había recogido usted”. Yo abrí los ojos y vi que en las manos tenía un libro y que había cogido mis gafas del bolsillo para leerlo. “Las dejo en cualquier parte, soy muy despistada, seguramente las olvidé en el cuarto de baño”. En el cuarto de baño de mi habitación las encontré yo, pero puedo asegurar que aquella ancianita encantadora no había sido la protagonista de mi vívido sueño erótico.



LA PARADOJA ESPAÑOLA

Impone España el confinamiento más brutal, irracional y despiadado de la Unión Europea y consigue a cambio ocupar, si no el primero, uno de los primeros puestos en el número de muertos en relación con su población.
Imponen las comunidades autonómicas el uso obligatorio de mascarillas tanto cuando son necesarias como cuando no lo son y consiguen a cambio ocupar uno de los primeros puestos en contagios de la Unión Europea.
El maltrato a la población es evidente; la eficacia, algo dudosa.


ESCRIBO DE NOCHE

Estoy perdido sin ti
y estoy perdido contigo,
de tanto quererte tanto
ya ni sé lo que me digo.

Las cosas que el viento lleva
son cosas de poco peso,
salvo que sea un huracán
como el amor que te tengo.

Detrás de esta realidad
hay otra más verdadera
pero no hay puerta ninguna
por la que se llegue a ella.

El querer y el no querer
apenas se diferencian,
que son la cara y la cruz
de una maldita moneda.

El rocío en la mañana
dormido sobre la hierba
es la misma maravilla
que en el cielo nos espera.

Nadie sabe lo que tiene
hasta que lo pierde un día
pero yo antes de perderte
ya muy bien que lo sabía

Al despertar de mi sueño
tú ya no estabas conmigo,
pero no me abandonaste
y bien sé lo que me digo.

Cruzan las nubes el cielo,
cruzan las sombras mi frente.
En el día que termina
todo fluye y nada vuelve.

La realidad que se esconde
debajo de las palabras
grita y grita su secreto,
pero no se escucha nada.

Amarte es amar la vida
y a mí me tienta la muerte,
no nos veremos jamás
y no dejaré de verte.

¿Qué camino seguiré.
qué camino de los dos,
si al final de ambos caminos
me estaré esperando yo?

El amor que me tenías
y has dejado de tenerme
guárdalo bien guardadito,
no lo pierdas para siempre.

Cuando estaba más solo
la soledad vino a verme
y se sentó junto a mí
y me dio un beso en la frente.

¿Pero qué me estás diciendo?
¿Que no me has querido nunca?
Pues mira cómo me río
con una verdad tan chusca.

Ya no quiero lo que quise
ni me quiere lo que quiero
y no sé si estoy dormido
o si por fin me despierto.

La noche llena de estrellas
y mi corazón de llamas
aguardan en el jardín
que llegue la madrugada.

En el silencio del mundo
oí cómo Dios lloraba
y yo dije “no estés triste”,
pero él no se consolaba.


INCIDENTE EN TRES TEJOS

Estoy pensando seriamente en dejar España –le dio a mi amigo Ángel Alonso, que se ha brindado a hacer de chófer en una excursión fotográfica por la costa asturiana.
El ambiente se me está volviendo irrespirable, tanto en sentido literal como figurado. Hay muchos lugares en los que me gusta pasar unos días, pero vivir, vivir, es otra cosa. Por razones de idioma, solo me encontraría a gusto en dos países: Portugal o Italia. Como soy muy hiperactivo, ya he estado mirando posibles alquileres. De Italia, me inclino por Nápoles, donde siempre me he encontrado como en casa, a pesar de su fama de caótica y violenta. He mirado los alquileres en el Vomero, cerca de la estación del funicular, en una de esas calles que llevan nombre de algún compositor. Es un barrio más apacible que el resto de la ciudad y con buenas vistas sobre el golfo. En Portugal, he encontrado algo que me podría convenir entre Oporto y Matosinhos.
Me costará dejar este país, la tertulia, los amigos. Pero no me gusta nada lo que veo y mucho menos lo que se avecina, la serpiente que se está incubando con el pretexto de la pandemia. Estaba mañana, charlaba yo en la terraza de los Tres Tejos, en la esquina en que mi calle Murillo se convierte en parque, con una compañera de la Facultad. Será la encargada de dar dos de las asignaturas que yo dejo y le comentaba cómo las explicaba yo. Al final, comentamos un poco lo confuso que se presenta el próximo curso. Yo le comenté un artículo de un profesor de Derecho Constitucional, aparecido hoy en El País, en el que afirmaba lo mismo que yo la semana pasada, que “es una aberración –cito textualmente-- limitar derechos fundamentales mediante disposiciones reglamentarias autonómicas”.
Un anciano que tomaba cerveza en una mesa vecina nos interrumpió a gritos y comenzó a insultarme: “Váyase con Trump si no le gusta a esto. Franquista de mierda. ¿No es cierto que la gente se muere? ¡Yo voy a denunciar a quien salga a la calle sin mascarilla para que le den su merecido y, si no, ya me encargaré yo!”.
No quise responder nada, no era más que un pobre energúmeno envenenado por la televisión. Nos levantamos, pagamos y nos fuimos. Luis, el dueño del bar, recriminó al cliente desaforado y nos pidió disculpas.
Lo malo no son las delaciones, la poco fundamentada Resolución de la Consejería de Sanidad no puede imponer multas por no lleva mascarillas donde no son necesarias las mascarillas, aunque las declare obligatorias, sino que se puede pasar a linchamientos.
Yo no estoy dispuesto a vivir en un país en el que, como en tiempos de Franco, haya de cuidarse mucho de lo que se dice en público, o hablar susurrando, para evitar que alguien te agreda por discrepar.
Pero irse fuera es duro. La verdad es que me gusta España, en eso soy más nacionalista que nadie, pero lo cierto es que cada vez me gusta menos su gente, a la que un miedo irracional, azuzado por claros intereses políticos, les lleva ya a atentar contra su salud y la de sus hijos –renunciando a respirar el aire libre, incluso en los parques solitarios-- y pronto puede llevarles a agredir a los discrepantes. Yo no estoy dispuesto a hacer de Quijote para acabar apaleado por los mismos que intento defender.

El bazar de las sorpresas: El amor y otras amenazas

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EL MIEDO ES LIBRE

Por mi profesión, o afición, o como quiera que se llame, estoy acostumbrado a las amenazas. Más o menos desde 1975, desde que comencé a publicar Jugar con fuego, me he dedicado a comentar los libros de mis contemporáneos. ¿De cuántos habré hablado? De algunos miles, y bastantes de ellos, la mayoría, firmados por poetas.
            Durante bastantes años, además de los libros que comentaba en letra impresa, me refería a muchos otros en carta particular. Tardé en aprender el arte de la mentira cortés, que ahora manejo tan bien como cualquiera. Quien haya tenido algún trato con poetas, o con alguna otra clase de escritores, sabrá la poca gracia que les hace el menor reparo. Y mi especialidad fue siempre poner el dedo en la llaga.
            O sea, que estoy acostumbrado a los anónimos amenazadores. Pero a nada más. Nunca un poeta maltratado se acercó a agredirme físicamente, como a Umbral aquel día en el café Gijón.
            Hasta hoy. Paseaba yo, a solas, por una de esas sendas perdidas que abundan en los alrededores de Oviedo. A pesar del empeño de las autoridades por impedirlo, sigo haciendo todo lo posible por cuidar mi salud.
Todos los días camino unas dos horas al aire libre. Es entonces cuando el cerebro me funciona mejor, y no solo la parte racional del cerebro: casi todos mis poemas han comenzado en esas caminatas. Antes me gustaban los barrios de las afueras, solitarios, con la melancolía del atardecer. Ahora me los han prohibido a no ser que me cubra la cara con un trapo que me dificulta la respiración. Antes también me gustaban los parques recién amanecidos o cuando se van quedando solos en las primeras horas del anochecer. Ahora están rigurosamente prohibidos a no ser que le ponga trabas a la llegada del oxígeno a mis pulmones. Están prohibidos aunque no esté legalmente prohibidos: el veto de la Consejería de Sanidad (¡de Sanidad, qué paradoja!) afecta solo a las vías públicas, pero la policía la aplica a cualquier espacio público.
Solo me quedan las sendas rurales para poder caminar a mi aire. Pero he de andar con cien ojos. En cuando veo de lejos a alguien, aunque sea solo una persona, tomo por un sendero lateral o me adentro en el prado: podría considerarse una “aglomeración”, que ya no significa lo que indica el diccionario sino –cito la Resolución del 14 de julio-- lo que determinen “las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y los órganos autonómicos y locales competentes”. Es la teoría de Alicia en el país de las maravillas: las palabras no tienen significado, significan lo que quien manda quiere que signifiquen.
            Caminaba yo, aspirando libremente el aroma de la naturaleza, pensando vagamente en mis cosas, dejando que el ritmo se fuera llenando de palabras en mi cabeza, cuando en una especie de pradera, bajo un árbol, vi a un enmascarado haciendo flexiones. De inmediato me puse en guardia, y aunque estaba a cierta distancia, busqué un senda alternativa para no pasar a menos de cincuenta o cien metros. Daba miedo, la verdad: una máscara negra le cubría el rostro hasta el borde mismo de los ojos, que llevaba cubiertos con unas gafas negras.
Me vio y antes de que pudiera hacer nada vino corriendo hacia mí y me dio un empujón. Eché a correr sin presentar batalla. No me alcanzó: el miedo, no Red Bull, es quien te da alas. Pude comprobar además que, aunque estaba haciendo flexiones, era gordito y fofo, con más pinta de poeta que de deportista. Y vagamente creí reconocer en esa silueta a la de un poetastro al que yo había maltratado reiteradamente con mi silencio sobre su obra. Pero, si intenta darme una paliza, o me rompe la cabeza con una piedra, ¿cómo iba yo a describírselo después a la policía o señalarlo en una rueda de reconocimiento?
            Pasear al aire libre, cuidar de la salud, se ha convertido en una actividad de alto riesgo. Uno de los episodios de Galdós se titula El terror de 1824. Yo voy tomando notas para un episodio nacional, que algún día se publicará, El terror de 2020. A unos, la mayoría, les aterra una enfermedad que va perdiendo virulencia; a otros, los pocos lúcidos, les aterran unas medidas de carácter político, no sanitario, presuntamente contra esa enfermedad, que van aumentando en virulencia y que no llevan trazas de desaparecer.


OTRO POEMA DE AMOR

Qué tardíamente llegas a mi vida,
amor, que ya ni en sueños esperaba.
Todo tiembla después de tu venida
y se derrumba lo que firme estaba.

Vuelvo a ser infeliz, vuelvo a estar triste,
a caminar por una selva oscura.
A tu embate tenaz nada resiste,
qué amarga se me torna esta dulzura.

Dulzura inagotable del ocaso,
de amigos libros y de ajeno mar
cuya orilla recorro paso a paso,
ya sin gana ninguna de embarcar.

¿A qué esta inquietud, este desvelo,
este infierno mejor que cualquier cielo?



EXILIO

Preguntado Sócrates sobre en qué momento un ciudadano debería pensar en abandonar su país, respondió:
----Cuando el gobernante toma medidas que ofenden a la inteligencia y la mayoría de los gobernados no se sienten ofendidos


VANIDAD

Preguntado Nietzsche sobre si no consideraba un acto de vanidad proclamarse la persona más inteligente del mundo, respondió:
----Eso no quiere decir que valore en mucho mi inteligencia, sino que valoro en bastante menos la de mis contemporáneos.


LIBERTAD

Preguntado Manuel Azaña sobre la libertad, respondió:
-----La libertad es como el aire, apenas si se repara en ella cuando se tiene; se echa de menos cuando empieza a faltar.
----¿Y entonces por qué tan pocos la echan hoy en falta?
-----Porque la mayoría respira por branquias.
  
HIJO

Preguntado Jesús de Nazaret sobre si en verdad era el hijo de Dios, respondió
----Yo solo sé que soy el hijo de María.

AMOR

Preguntado don Giovanni, tras vanagloriarse una vez más de sus “mille e tre” amantes, sobre qué era el amor, respondió:
----Aún no lo he probado.
  
SED

Preguntado San Juan de la Cruz por el amor, respondió:
----Es una sed que no se sacia por mucho que bebas.


SHAKESPEARE

Preguntado Shakespeare sobre si había escrito o no sus obras, respondió con otra pregunta:
----¿Ha escrito Dios la Biblia?


FELICIDAD

Preguntado Montaigne por lo que necesitaba para ser feliz, respondió:
            ----Un ángulo me basta entre mis lares, un libro y un amigo, un sueño breve que no perturben deudas ni pesares.


AMISTAD

Preguntado Ramón Gómez de la Serna por la amistad, respondió:
            ----Los amigos son como los paraguas, muy útiles cuando llueve y un engorro cuando no los necesitas.


ESCRIBIR

Preguntado Azorín por el arte de escribir, respondió:
----Ni una palabra de más ni una idea de menos.


ÉXITO

Preguntado Camilo José Cela por el éxito, respondió:
----Por mucho que se tenga, siempre sabe a poco.


FAMA

Preguntada Marilyn Monroe por la fama, respondió:
---Un rentable engorro.


LÁZARO

Preguntado Lázaro sobre si era mejor estar vivo o estar muerto, respondió:
----Lo mejor es no estar.


MUERTE

Preguntado Ángel González sobre si no le tenía miedo a lo que hay después de la muerte, respondió:
            ----Le temo a lo que hay antes.






Sosastris, Melquiades y el rey que rabió

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Esta historia que os voy a contar ocurrió hace mucho, mucho tiempo, en un país remoto de cuyo nombre no quiero acordarme.
            En ese país había un rey, un burro y un niño. El rey era viejo, muy viejo, y se pasaba el día contando las monedas de oro que tenía guardadas en una habitación y no se preocupaba para nada de sus súbditos, que pasaban hambre cuando las cosechas eran malas, pero que nunca echaban la culpa de sus desdichas al rey, sino a su primer ministro.
            El primer ministro se llamaba Sosastris y era listo, muy listo, pero era un burro. Un burro de los que rebuznan y tienen largas orejas y acarrean leña de un lado a otro.
            El tercer personaje de esta historia se llamaba Melquiades, tenía casi cuatro años y era un poco trasto, pero de buen corazón y todo lo suyo lo repartía con los otros niños..
            Un día el rey se quedó dormido mientras contaba sus monedas. Al despertar dio un grito y toda la servidumbre de palacio acudió a ver qué pasaba.
            ---¡He tenido una pesadilla! Que me traigan una silla.
            Le trajeron una silla muy incómoda, porque era toda de oro, pero es que un rey no puede sentarse en una silla cualquiera.
            ----Os diré lo que he soñado y que tanto me ha alterado.
            Todos los cortesanos le rodearon, aparentemente con mucho interés, pero solo aparentemente.
            ----Lo que sueñe el viejo loco nos importa más bien poco –pensaban.
            A aquel rey no le quería nadie porque no se preocupaba por nadie, solo por contar sus monedas de oro.
            ----Soñé que iba a ser destronado, que todos de mí se han cansado.
            ----Es un sueño, majestad, no es ninguna realidad.
            ----¿Quién ha dicho esa simpleza? ¡Que le corten la cabeza!
            Aquel rey no soportaba que le contradijeran. Se llevaron al que había hablado, pero no le cortaron la cabeza, porque en aquel reino el verdugo era también peluquero y prefería cortar el pelo.
            ----A cepillo o a tijera, como el cliente quiera.
            Sosastris, que estaba arreglando los asuntos de gobierno, vino al trote en cuanto se enteré del enfado real.
            ----¿Qué ocurre, mi señor? ¿Qué os causa tanto dolor?
            ----¡Sosastris, eres un burro! ¡Contigo siempre me aburro!
            ----¿Queréis que os cuente un cuento? ¿El del dragón y el jumento!
            ----¡Buen jumento estás tú hecho! ¡Así te caigas del techo!
            El rey se había caído una vez del techo del palacio, a donde había subido para recoger una moneda de oro que le había robado una urraca, y desde entonces esa era su maldición favorita.
            ----Perdón, perdón, majestad. Soy un pollino, en verdad.
            ----Mientras dormía como un leño, soñé que un niño pequeño, se acercaba a mi palacio caminando muy despacio. A un lado y a otro miraba. ¡Yo sé bien lo que buscaba! Buscaba mi gran tesoro, aquel que cagó el moro. A mi guardia quise llamar, pero no podía ni hablar. Desperté muy tembloroso, como quien ha visto un oso. En torno a mí no había nada, salvo granos de granada y un poco de la sandía que me comí el otro día.
            Sesostris, que aunque era un burro era un sabio, dijo:
            ----Calma, calma, majestad. Los sueños no son verdad. Por favor, yo os lo imploro, volvamos donde el tesoro.
            Fueron todos a la cámara del tesoro y la encontraron vacía.
            ----No era como tú me dices por tocarme las narices. Mi sueño era verdad. ¡Soy pobre de solemnidad!
            Sosastris, discretamente, llamó al jefe de la guardia.
            ----Ya sé que te gusta robar a este viejo carcamal, pero esta vez te has pasado. ¡Devuelve lo que has robado!
            ----Robar, yo no robo nada, salvo a veces la soldada. Y es que este viejo loco nos paga nada o muy poco. Os juro que no fui yo el que todo se llevó.
            En la plaza que había delante del palacio comenzó a oírse un gran alboroto.
            ---¿Pero qué tumulto es ese? ¿Es que ahora quieren mi cese?
            Sosastris se asomó al gran balcón desde el que rey daba sus discursos, que siempre eran muy aplaudidos, y volvió extrañado.
            ----No comprendo lo que pasa, pero todos ríen sin tasa, como si en este día les tocara la lotería.
            ----¡Imposible, imposible! Tal cosa es increíble. Siempre es a mí a quien toca aquí. Por algo yo soy el rey, no la mula ni el buey.
            Un cortesano, que había salido a ver qué pasaba, volvió muy alborotado.
            ----Hay un niño pequeño que con gesto risueño a todo el que lo necesita le da una monedita. “Para que compres pan”, le dice a cualquier patán. “Para que compres vino”, le dice al peregrino. “Cómprate una baldeadora”, le dice al bebé que llora.
            ---¿Y cómo logró reunir lo que intenta repartir? El padre ¿a qué se dedica? ¿Tiene acaso una botica?  ¿Convierte el oro en plomo? ¡Pues ya me dirá cómo!
            ----El padre, señor, es poeta. Hacer versos es su meta.
            ----¿Y cómo es rico con eso? ¡Que no me la dé con queso! ¡Que me traigan al instante, a ese padre y a su infante!
            ----Señor, ¿qué queréis de mí? Solo soy un infeliz.
            ----Quiero, quiero, mi dinero.
            ---Pues yo, señor, soy poeta y no tengo una peseta.
            ----Vuestro hijo lo reparte a todos con mucho arte.
            Se oyó entonces un gran alboroto. La muchedumbre rompió las puertas del palacio y los guardia y los cortesanos huyeron aterrados, salvo Sosastris, que no tenía miedo a nada y se escondió tras una cortina a ver en qué paraba aquello. El rey se quedó solo. Al frente de la multitud iba un niño pequeño.
            ----Tú mi tesoro has robado. ¡Eres ladrón consumado!
            ----Yo soy un niño decente y no le robo a la gente.
            ----¿Y de dónde sacas, monicaco, lo que das si no eres caco?
            ----De un sueño que he tenido cuando estaba más dormido. Y al despertar de mi sueño se me quedaba pequeño mi cuarto con tanto oro.
            ----Ese era mi tesoro, que yo perdí en otro sueño. Devuélvelo, pequeño. No me hagas enfadar.
            ---No tengo nada que dar, que todo lo he repartido. El dinero que has perdido no era tuyo mi señor, os lo juro por mi honor, era de toda la gente que ya estaba impaciente por no tener que comer.
            ---¡Y yo que tengo que ver!
            ---Era vuestra obligación que tuvieran su ración. Hacer a todos felices y no tocarles las narices.
            De detrás de las cortinas salió entonces Sasostris, el primer ministro, que aunque era un burro era un sabio.
            ---Qué razón tiene este niño --dijo haciendo un guiño a los guardias armados.
            ----¿Por qué estáis tan callados? ¿No veis que miente? ¡Detened a esta gente!
            “Viva el rey, viva el rey”, comenzó a gritar la multitud. El rey cerró los ojos complacido.
            ----Sigo siendo el rey, siempre triunfa la ley.
            Pero cuando abrió los ojos, vio que la multitud alzaba en hombros al pequeño Melquiades y lo llevaba hasta el trono.
            “¡Soy el rey, soy el rey!”, gritaba el antiguo rey. Y un mendigo que pasaba sonrió mientras miraba.
---¡Y yo soy Napoleón!
            ---Te concedo mi perdón --le dijo el niño pequeño siempre, siempre tan risueño--. Mala cosa es la avaricia y el que con ella se envicia, no puede ser rey, señor, os lo juro por mi honor. Idos a las islas griegas a que os den algunas friegas. O quizá a Santo Domingo para que os pongan el mingo, que es cosa bastante fea que en una cárcel se os vea.
            Y aquí se acaba la historia, guardadla en vuestra memoria.


           

Unas traducciones inéditas de Víctor Botas

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En una librería de viejo de Bayona, cuyo nombre no puedo recordar ahora, pero sí que estaba muy cerca de la neoclásica sinagoga, encontré hace años una colección de epigramas, Saecli incommoda, en versión francesa firmada por Gustave Vallotton, un amigo de Paul Verlaine. El hecho de que no se incluyeran los originales latinos y el no encontrar ninguna referencia a esa colección en los manuales de literatura clásica, me hizo sospechar que se trataba de una miscelánea apócrifa.
                Los epigramas no me entusiasmaron demasiado. Me parecieron de una excesiva tosquedad, más cerca de los Carmina priapea que de las malicias de Catulo o de Marcial. Bien sabido es que Verlaine, tan gran poeta como poco ejemplar ciudadano, escribía obscenidades por encargo, pero estos poemas no parecían obra suya: carecían de esa música verbal de la que le resultaba imposible desprenderse.
                Llevé el ejemplar a una de nuestras tertulias de los viernes y Víctor Botas se mostró de inmediato entusiasmado. Andaba entonces enredado con las escatologías de Aguas mayores y menores, de las que yo traté de desanimarle sin éxito, y se comprometió a traducir este libro –del francés, por supuesto-- en cuanto terminara de hacer Aguas. Había acudido aquel día a la tertulia Álvaro Díaz Huici, que aún no había fundado Trea pero ya era el director de Deva, y se comprometió a editarlo e incluso le ofreció un anticipo, que Víctor Botas aceptó encantado.
                No sé si llegaría a terminar, o siquiera a empezar, la traducción. Entre sus papeles no apareció ni el volumen que yo le había pasado ni muestra alguna de estas traducciones. La verdad es que no me preocupó ni poco ni mucho el asunto. No creía yo que las versiones, caso de existir, añadieran demasiado a su gloria.
                Y de pronto, tantos años después,  el incansable Mario Vega me comunica que los mecanuscritos de Víctor Botas han aparecido en un puesto del Rastro y me pide que escriba un prólogo para darlos a conocer. No sé si creerle, no sé si será un juego más de aquellos a los que estábamos acostumbrados en la tertulia Óliver.
                Pero sean o no textos traducidos del latín o del francés, los haya traducido Víctor Botas o el propio Mario Vega y otros poetas del círculo de la revista Maremágnum, como Lorenzo Roal o Dalia Alonso, lo cierto es que por fin se publican en español esos poemas, poco aptos para espíritus delicados, como buena parte de la literatura clásica.
                Dejo el análisis y la glosa para los especialistas. A mí los epigramas de Saecli incommoda, que siguen sin entusiasmarme, me llevan a una librería oscura y sofocante y a una de tantas tertulias en el viejo Óliver, ya tan remoto –aquel local de la Avenida de Galicia, las tertulias continúan—“como el paso de Aquiles por los Alpes”, para decirlo con una expresión borgiana que a Víctor Botas le gustaba repetir.



El bazar de las sorpresas: Los papeles de la abadía

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UNAS CARTAS DE AMOR

Hace algunos años participé en un encuentro de poetas franceses, portugueses y españoles en la abadía de Royaumont, en los alrededores de París. Un encuentro reducido, poco más de media docena de personas en total.
El primer día tuvo lugar una experiencia curiosa. Al llegar, tras saludar al resto de los participantes, me entretuve danto una vuelta por el parque y el claustro. Hice algunas fotos, una de ellas, la del desgajado campanile, sirvió de portada a un viejo número de la revista Clarín. Casi se oía el silencio, interrumpido por mis pasos, el susurro de las hojas y el canto disperso de algún pájaro. Cuando quise volver a encontrarme con los demás, me di cuenta de que me habían dejado solo. No había nadie en el salón de recepción, en ninguna parte. Di vueltas y más vueltas en vano.
Comenzaba a asustarme cuando de pronto oí un grito celebratorio. Fui en la dirección en que había sonado y en una pequeña estancia me encontré, frente al televisor, a los poetas –recuerdo a Nuno Júdice, a Jesús Munárriz, a Ada Salas, a Eduardo Pitta--, acompañados de los empleados de la Fundación que nos habían recibido. Al parecer, se jugaba un partido de fútbol entre las selecciones de Francia y Portugal y no querían perdérselo.
            La abadía cisterciense de Royaumont había sido fundada en el siglo XIII por San Luis y su madre, Blanca de Castilla. Desamortizada tras la Revolución, pasó por distintos avatares y estuvo a punto de ser destruida. La compró la familia Goin, que en 1964 la convirtió en un centro cultural.
            Salvo el incidente del gol, recuerdo poco de los días que pasé allí. El organizador era hijo de Pierre Hourcade, uno de los amigos de Pessoa y su primer traductor al francés. Las reuniones no duraban demasiado, aunque a mí se me hacían eternas (siempre me han aburrido los poetas leyendo y comentando sus versos, prefiero hacerlo a mí aire) y yo pasaba el tiempo paseando solitario por el parque o explorando la biblioteca. Allí me encontré una carpeta rotulada con un nombre, Ruth Morell, que entonces no me decía nada. Contenía, entre otros papeles de menor interés, cartas de amor y poemas, o quizá borradores de poemas. Las cartas, todas con la misma letra, iban firmadas con lo que parecían pseudónimos humorísticos: Ojirris, Señó Juan, Don Ujo de Orozco-Patenoy.
            Las notas que tomé entonces, y que pronto olvidé, reaparecieron mientras ordenaba papeles en el trastero una de las aburridas tardes de este extraño verano. Tras esas cartas, había una novela. ¡Y qué novela! Releo uno de los fragmentos: “Mocosa, rependonazo, borrica. ¿No te acuerdas ya de la fecha de hoy? Estamos a 22 de junio, el aniversario del papelito. Tal día como hoy coqueteaste de lo lindo conmigo, a lo largo del tranvía. Paréceme que te estoy mirando con tu velito, y tu trajecito color de aburrimiento. De aquel coqueteo han salido tantas cosas…”
La última carta, o al menos la última de las conservadas, tampoco tenía fecha y su tono era muy distinto: “Te he mandado, te he suplicado que no me des latas, y todo es inútil. Ni súplicas, ni órdenes valen nada contigo. En una forma u otra, no hay día en que no tenga lata, y así no puedo vivir. Soy muy desgraciado. Con tus males un día, y otro con tus celos, me tienes loco, y yo no sé ya qué hacer contigo. Ya ves, hoy podría ir un momento a verte; pero francamente, no me atrevo. Hoy estoy de muy mal talante. Cualquier cosa me hace estallar. Prefiero no ir”.
            El misterio de entonces ahora no es ningún misterio. Estas cartas aparecen en el volumen de la correspondencia completa de Galdós, publicado en 2016. La destinataria es Concepción Morell Nicolau, una de las amantes del escritor, la que le inspiró la novela Tristana, aunque la novela se escribió a los pocos meses de conocerse. Más que convertir en literatura la tortuosa relación que mantuvieron parece anticipar, profetizar, el fracaso de esa relación.
            La desdichada Concepción Morell Nicolau es bastante más interesante que la protagonista de la frustrada novela, un quiero y no puedo galdosiano, como bien supo ver Emilia Pardo Bazán.
            Concha Morell, como era conocida, intentó ser actriz bajo el patrocinio de su amante (tuvo un papel secundario en el estreno de Realidad). En 1897, se convirtió al judaísmo y cambió su nombre por el de Ruth.
            De una de las cartas parece deducirse que ella cree estar embarazada. Luego no se habla más del asunto. ¿Lo estaba de veras? Estas cosas se llevaban entonces muy en secreto y más cuando andaba por medio alguien tan dado a la doble moral como Galdós, quien sin embargo nunca se desentendió de la hija que tuvo con otra de sus amantes, la asturiana Lorenza Cobián.
            ¿Cómo llegaron lo papeles de Concha Morell a la Fundación Royaumont? En el pueblo cercano, Asnières-sur-Oise, vivió Luis Bonafoux, un periodista al que sus enemigos conocían como “la víbora de Asnières”. Con Clarín tuvo una sonada polémica, al acusarle de plagiario, y raro es el personaje o personajillo de su tiempo con el que no acabó enfrentado.
En abril de 1902, publica en El heraldo de París un virulento artículo contra Galdós, entonces en la cima de su popularidad. Le acusaba de haber seducido a una joven, de haberla dejado embarazada y de haberla abandonado. Esa joven era Concha o Ruth Morell. Cuando ella le agradeció su defensa, Bonafoux respondió: “Debo decir a usted que, más que mi deseo de favorecerla, en el citado artículo guio mi pluma el deseo, irresistible en mí, de demoler, deseo que es una necesidad de mi temperamento anárquico. Ahí tiene usted la psicología de mi artículo: desinfectar, vengar la desgracia de una mujer y, de paso, demoler. ¡Oh, demoler antes que nada!”
Lo que no he visto publicados, ni mencionados en ninguna parte, son los poemas encontrados durante aquella estancia en Royaumont. Eran sonetos tan torpes métricamente como apasionados. Únicamente anoté algunos versos sueltos, que reproduzco ahora.


VERSOS DE RUTH MORELL

En este solitario atardecer
cuando todo me falta pues me faltas
y el sol se va para no volver.
·
¿Por qué soy tan oscura, por qué pago
con ceniza el oro que me das?
·
Cuando voy por la calle y pienso en ti,
temo que todos descubran mi secreto.
Me diste todo y yo nada te di.
·
Si pudiera no sentir, no pensar
al menos un momento de mi vida…
Qué dulce es en la nada naufragar.
·
Yo te quería antes de conocerte.
Tú ni antes ni después ni quizá ahora.
Por eso río cuando el alma llora

Adiós, adiós, que nunca nos veremos
y nunca más he de dejar de verte.


BARUCH MORELL (1894-1914)

Entremezclados con los papeles de Ruth Morell, había otros que hacían referencia a un joven del mismo apellido, muerto a los veinte años en los primeros días de la Gran Guerra. ¿Era el resultado de aquel embarazo del que se habla en la correspondencia con Galdós? No me atrevería a asegurarlo --en ninguna biografía del escritor se le menciona--, pero tampoco a desmentirlo. Ruth Morell había muerte en 2006, reconvertida en maestra de la escuela laica y en militante anarquista, quizá por influencia del justiciero Bonafoux..
            Recuerdo una conmovedora carta escrita por Baruch Morell al partir hacia el frente y un epitafio, que me entretuve en traducir, firmado por Yves Bérimont, un poeta que no parece haber dejado huella en la historia de la literatura.

Ni las bombas te impedían dormir.
Alegrabas el mundo con tu risa.
Tu enorme corazón era de todas
las que en él querían refugiarse.
Fuiste de los primeros en partir.
Esa suerte tuviste, amigo mío.
No conociste el odio ni el rencor.
Para ti esta gran escabechina
era solo una cuestión de honor.



           

El bazar de las sorpresas: Este placer de alejarse

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CUESTIÓN DE HIGIENE

En el escaparate de El escribano, una singular tienda leonesa dedicada al arte de la escritura medieval, veo un grabado en el que un escribiente le pregunta a otro: “Escribano, emérito ¿es con hache o sin hache?”. Y la respuesta: “Mejor con ch de chorizo”.
            Qué pronto cambian las connotaciones de las palabras. Basta el caso de un personaje que encima ni siquiera es emérito (aunque así le llamen los periodistas), sino “rey a título honorífico”, para que los que los profesores universitarios que sí lo son tengan que aguantar sonrisitas y chistes cuando mencionan esa condición.
            Ese señor –por llamarlo de alguna manera-- ha manchado algo más: el nombre del cargo que detentó durante cerca de cuarenta años y el de su país.
            Hermosas palabras a desinfectar: emérito, rey, España.



Plaza del Grano.
La lluvia cae ahora
en otro siglo.

Decimonónica
la lluvia silenciosa
en esta plaza.

Habla en romance
y en sílabas contadas
la lluvia hoy.

Cómo te odiaba
en las tarde de infancia,
amiga lluvia.

Gente que pasa
por mi vida un instante
como esta lluvia.

Calla conmigo.
Deja que el agua diga
lo que no pasa.

La lluvia y tú
que me miras tan triste
desde tan lejos.


MISÁNTROPO EN EL BIERZO

El sigiloso murmullo del río Oza no interrumpe el silencio en el Valle del Silencio, sino que lo acentúa. Peregrino, en una fresca mañana de sol, hasta la cueva de San Genadio, un presunto eremita, hijo o pariente de reyes, que fue obispo de Astorga, fundó varios monasterios, tenía una gran biblioteca y gustaba de jugar al ajedrez.
Ni era un eremita ni oficialmente es santo. aunque se le atribuyan muchos milagros y también el nombre de este valle. Por unos momentos, yo también sueño con hacer vida de eremita. No vivir en una amplia cueva como esta, a la que hoy no le concederían la cédula de habitabilidad, pero sí construirme una diminuta cabaña, camuflada con el paisaje, en las alturas del monte Aquilano, y retirarme allí sin más compañía que la aves y los árboles y el sucederse de las estaciones.
            No me vendría a estas hermosas soledades, al contrario que San Genadio, para estar más cerca de Dios, sino para estar más lejos de mis semejantes. Cada día que pasa los siento menos semejantes. Mis compatriotas –hay excepciones, claro-- me han defraudado ahora tanto como cuando fueron complacidos cómplices de las trapacerías del anterior jefe del Estado.



RETRATOS AL MINUTO

En una librería de viejo, entre saldos sin interés, encuentro un libro de Manuel del Arco, 101 interviús por las buenas, de 1963, y quedo fascinado por esta especie de comedia humana en la que alternan escritores y toreros, actrices y niños prodigios, curas y visitantes ilustres de la España franquista.
Retratos al minuto que acostumbran a dar en el clavo: Montgomery Clift le da la impresión de ser “un mortal cansado de todo”. “¿Ha conocido muchas artistas inteligentes?”, le pregunta. Responde con solo un nombre: Marilyn Monroe. Acababan de rodar Vidas rebeldes, la actriz se suicidaría poco después, el actor cansado de sí mismo llevaba años suicidándose en diferido.
Un libro lleno de gente y de pequeños detalles exactos para reconstruir una época. “¿Qué es lo que ha aprendido en estos dos meses?”, le pregunta a la mallorquina Maruja García Nicolau, reciente Miss Europa. “A saber comportarme como una señorita; antes no estaba en ambiente”.
También aparecen por el libro algunos de los golpistas argelinos, como el capitán Roger de Saivre, diputado de Orán, ex jefe del Gabinete del mariscal Petain. Su respuesta cuando le preguntan por la solución del problema argelino me recuerda a la que muchos daban a finales de 1981: “Mi opinión es la misma que la de toda la población de Argelia, musulmana y cristiana. El pueblo quiere ser francés y no quiere un gobierno sin autoridad. La cuestión de Argelia no es una rebelión contra las instituciones republicanas, pero sí un gesto desesperado contra la idea de separar la patria. La solución es un gobierno de salud pública del general De Gaulle, o de otro, que mantenga la unión definitiva de Argelia y Francia, que permita el progreso social y político”.
Ya sabemos cómo acabó lo de Argelia y cómo acabó la solución Armada contra un gobierno sin autoridad –el de Suárez-- y para mantener la unidad de España. A pesar del impulso soberano, la sobreactuación de Tejero salvó la democracia, o algo que se parecía.



FLORES DE SOLEDAD

Paseo, temprano en la mañana, por el parque Gil y Carrasco de Ponferrada y a la memoria me vienen de inmediato unos versos: “Yo te buscaba orillas de la fuente, / yo te adoraba tímida y gentil, / porque eras melancólica y perdida  /y era perdido y lúgubre mi amor; / y en ti miré el emblema de mi vida / y mi destino, solitaria flor”.
            El encanto y el aroma de una de esas florecillas escondidas a la orilla de un camino tienen la breve obra y la breve vida de Enrique Gil y Carrasco, muerto en Berlín a los treinta años tras haber sido uno de los jóvenes románticos fascinados por la figura de Espronceda. No recuerdo entero ni un solo poema suyo, pero si versos sueltos que hablan de que “hay belleza en los pesares” y de que a las mentiras de la gloria prefería “las verdades del no ser”.
            Su amigo González Bravo –también protector de Bécquer-- le dio un puesto diplomático en Berlín. Siguió el consejo de Cavafis y antes de llegar a Ítaca se entretuvo todo lo que pudo por el camino. Tardó cuatro meses y paseó sus melancolías por Marsella, Lyon, París, Lille, Bruselas, Gante, Brujas, Ostende, Amberes, Roterdam, La Haya, Ámsterdam, Frankfurt, Hannover, Magdeburgo y Potsdam. Y en Berlín Alexander von Humbolt, el mayor sabio de Europa, le tomó bajo su protección y el rey de Prusia, Federico Guillermo, leyó su novela El señor de Bembibre y le otorgó una condecoración. Muere joven aquel a quien los dioses aman, como decían los clásicos.
            En este parque solitario, a primera hora de la mañana, siento junto a los míos otros pasos amigos.  Y yo le susurro al querido fantasma que ha venido a acompañarme los versos que él le dedicó a Espronceda: “Gloria, entusiasmo, juventud, belleza, / ¿cómo no defendieron tu cabeza / de la guadaña impía? / ¿Qué tengo yo para adornar tu losa, / flores de soledad, llanto del alma, / hiedra que sube oscura y silenciosa / por el gallardo tronco de la palma”.




El bazar de las sorpresas: El desengaño en un sueño

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Paso estos últimos días del verano en una cabaña encaramada en la ladera de una montaña, cerca del parque nacional de Redes. Estaba abandonada y tuvimos que acondicionarla en lo posible. Un mínimo espacio único, con cuatro camastros, un ventanuco, una mesa y fuera, no dentro, un rincón donde encender fuego.
Me acompañan dos amigos, al menos durante la noche. Durante el día andan por ahí, cada uno a su aire. Al contrario que ellos, yo soy un misántropo sobrevenido. Siempre me creí un urbanita irredimible. Me gustaba estar entre la gente. Podía concentrarme perfectamente y escribir o leer entre el bullicio de las conversaciones en cualquier café. Ahora la ciudad –las ciudades españolas: en julio estuve en Burdeos y era otra cosa-- me aterra. Salgo a la calle y me da la impresión de encontrarme en un nosocomio: todo el mundo se tapa la cara, este con un trapo negro hasta los ojos que cubre con unas gafas también negras, aquel con la siniestra sonrisa del Joker, el de más allá con la rojigualda; también los hay, claro, que llevan mascarillas más o menos sanitarias, que se bajan y se suben continuamente para sonarse, rascarse o ir dando sorbos al café o a la cocacola en alguna terraza. Ni en los alrededores me libraba de tan triste espectáculo: caminaba solo, a mi aire, por un camino rural, y de pronto venía venir a lo lejos a un enmascarado. Al principio ,me hacía a un lado para dejarle pasar, pero pronto tuve que huir por otros caminos. Una vez uno de ellos me gritó desde cien o doscientos metros: “¡La gente muere en Madrid y tú sin mascarilla! ¡Irresponsable!”
            Se está bien aquí, con dos buenos amigos, lejos de las locuras del tiempo presente. Solo coincidimos al anochecer, en un rato de charla antes de ir a dormir. Por la mañana cada uno se levanta cuando le apetece,  se prepara en silencio el desayuno y algo para comer a mediodía y no vuelve hasta que se hace de noche. Yo a veces me quedo escribiendo o leyendo bajo un árbol cercano.
Esta noche hemos encendido el fuego, ya comienza a hacer frío, y el pacífico ajetreo de las llamas, que me recuerdan a las noches de invierno en Aldeanueva, en casa de mi abuela  escuchando cuentos de lobos, me ha vuelto extrañamente confidencial.
            ----Anoche soñé que al despertarme tenía veinte años, que toda mi vida en este último medio siglo había sido un sueño. Ya sé que no es algo muy original, que se trata de uno de los tópicos de la literatura, que es el tema del mago de Toledo que contó don Juan Manuel y recreó Borges, y por supuesto también de La vida es sueño y de una obra poco conocida obra del duque de Rivas, El desengaño en un sueño. Desperté, dentro del sueño, y tenía veinte años y recordaba todos los errores que había cometido y había aprendido a evitarlos.
Nunca se lo he dicho a nadie, os lo digo ahora a vosotros, seguro de que no lo repetiréis: vivo lleno de remordimientos. Y creo que en parte se debe a que tengo una idea de mí mismo demasiado alta. La verdad es que, aunque lo disimule bien y nadie se dé cuenta, soy de esas personas encantadas de haberse conocido. Me considero bastante más listo que la mayoría, aunque también procure disimularlo para no ofender.
¿Y teniendo tan buena idea de mí por qué vivo tan atribulado, por qué quiero cambiar?, os preguntaréis. Pues precisamente por eso. Seguro que he hecho algunas cosas meritorias, que he ayudado a alguna gente, pero no suelo recordarlo. Hacer las cosas bien, hacer lo correcto, me parece tan natural como respirar. Ni reparo en ello ni creo que tenga ningún mérito. Pero los errores, las meteduras de pata, no soy capaz de olvidarlos. Me pasa como al corrector de erratas que en un libro encuentra dos o tres por página y las elimina casi todas, más de doscientas, pero se le escapa una y nadie se percata de las que ha corregido, pero le reprocha la que se le ha escapado.
¿Y cuáles fueron mis errores? En el amor, las pocas veces que me enamoré de veras, no más de una docena, casi siempre fui yo el que lo pasó peor. Pero todo eso hace tiempo que está olvidado, no me queda ningún rencor, más bien gratitud: sin el daño, a ratos casi insoportable,  no habría escrito ni la mitad de los poemas que he escrito. Lo que no olvido son las veces que yo hice sufrir. Fueron al menos tres, y daría cualquier cosa por poder reparar el daño. Por eso fui tan feliz al despertar de mi último sueño: podía evitar esos errores. Pero solo fue un despertar dentro del sueño.
He sido una buena persona en general, pero no me siento especialmente orgulloso de ello; lo he sido sin esfuerzo alguno porque esa era mi naturaleza; pero he sido una mala persona con alguna gente que me quiso y a la que quise y ya no tiene arreglo, me moriré con esa culpa.
En literatura, en cambio, estoy donde quiero estar, no me cambiaría por nadie, a no ser por Virgilio. No importa que objetivamente pueda considerárseme un fracasado: vendo poco o nada, no tengo ningún premio. ¿Sería un triunfador si en lugar de escribir reseñas en suplementos de provincia, como se decía antes, lo hiciera en los suplementos de referencia? Me río de quien piense así. Dejé El Cultural porque, cuando me tocaba hablar del libro de la semana, el más destacado, eran otros quienes lo seleccionaban –sin haberlo leído-- y daban por supuesto que el tono debía ser elogioso. Por supuesto, podía no serlo, pero la reseña no se publicaba o no había más encargos. Y no creo que sea muy diferente la situación en otros lugares, tan dependientes de los lanzamientos editoriales de los dos únicos grupos que cuentan y de los compromisos. En cuando a los premios… La verdad es que estoy muy contento de no haber concurrido a ninguno, salvo al primero, cuando no conocía a nadie, que me vino muy bien para comprarme una máquina de escribir y pagar la matrícula en la Universidad. De lo que si me arrepiento es de haber sido jurado de algunos premios. Debería haber dicho que no, aunque en el Príncipe de Asturias aprendí muchas cosas sobre la condición humana. No me negué, cuando me invitaron amablemente, porque creía que era parte de mi trabajo como escritor. Ahora andan en líos con el premio Emilio Alarcos, que al parecer la consejera de Cultura quiere eliminar o convertir en otra cosa más asturianista y feminista. Como ya estuve desde el principio, querían prescindir de mí y la impulsora del premio me contó que les dijo: “¿Pero cómo vais a dejarle fuera ahora que el pobre se jubila?”
Sonreí al otro lado del teléfono. “Qué bien me conoce”, pensé. Pero eso son tonterías, lo mismo que el que reseñen o no mis libros, con amabilidad o con saña. La vanidad suele ser hemofílica: las heridas de la vanidad sangran y sangran y no cicatrizan nunca. No es mi caso: por muy mala intención que pongan, solo son capaces de hacerme rasguños que desaparecen antes de las veinticuatro horas. ¿Que me gustaría vender más? Por supuesto. Pero no por mí. Cuatro lectores atentos me valen lo mismo que cuatrocientos o cuatro mil o cuatro millones. Me gustaría por mis editores habituales, me gustaría que recuperaran lo que sospecho invierten a fondo perdido.
Otras son las razones por las que quisiera que todo hubiera sido un sueño. El daño que me hicieron lo he perdonado hace tiempo, el daño que hice no soy capaz de perdonármelo.
Pero no sé por qué cuento estas cosas, espero que no salgan de aquí. Cambiemos de tema. ¿Os ha llegado el rumor que circula estos días por las redes sociales? Me imagino que no.
Parece que nuestro más ilustre tuitero –“Aló, presidente”-- anda buscando nuevas ocasiones en que obligar a la gente a usar mascarilla, sirva para algo o no, que en eso no ha tenido tiempo de pensar.
“¿Ya todo el mundo en Asturias se la pone nada más salir de casa?”
“Ya todo el mundo, presidente”.
”¿Y se la ponen en las terrazas entre sorbo y sorbo?”
“Se la ponen, presidente. Los coches de la policía andan a todas horas rondando por las calles”
“¿Y se la ponen cuando van al baño?”
“Se la ponen, presidente”
“¿Y se la ponen cuando se sientan en la taza a hacer sus necesidades?
 “ Eso no podemos saberlo, presidente”.
“¡Pues a partir de ahora, obligatorio! Que me redacten el próximo tuit. Y que retiren todos los cerrojos de los baños para que en cualquier momento pueda entrar la policía a ver si cumplen o no con la medida. ¡Ya le enseñaré yo a esta gente a ser solidaria! Son como niños, solo aprenden a golpes de multa. Y si aún así no bajan los contagios, los encierro a todos otra vez sin que me tiemble el pulso”.

Después y todavía: Para qué caemos

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Martes, 1 de septiembre
UN AMOR CORRESPONDIDO

Hay tres maneras de enamorarse. Existe el amor a primera vista, el que va apareciendo con el trato y el que llamaban los trovadores “amor de lejos”: enamorarse por un retrato, por referencias.
            Mi amor por Nápoles es de este último tipo. Antes de poner por primera vez el pie en el caos de Piazza Garibaldi, ya me había seducido: era la capital del siglo de Oro español, más que Sevilla, era del héroe trágico Masaniello, de los mármoles prodigiosos de Winckelmann y de Pompeya, era la ciudad del Grand Tour.
            Mientras ando a vueltas con la idea de irme a vivir allí si España sigue volviéndose irrespirable, un amigo me habla de la serie televisiva Los bastardos de Pizzofalcone.        
            Conozco el barrio, muy cerca de la plaza del Plebiscito, sobre una colina en la que estuvo la primitiva ciudad griega, Parténope o Paleópolis, con un gran cuartel y una iglesia de alta y esbelta cúpula, Santa Maria degli Angeli.
            Veo un episodio de la serie y quedo fascinado por el Nápoles que me muestra, que es el que me sedujo, con sus patios de monumentales escaleras, su palacios entre la cochambre, sus callejones, sus pasadizos subterráneos y el azul prodigioso del golfo sonriendo, allá al fondo, desde cualquier esquina.
            La trama me interesa menos, pero tampoco está mal, al menos en el único episodio que he visto, Misericordia, de titulo galdosiano y con un cura como protagonista que algo recuerda a Nazarín.
            El Nápoles de Gomorra es verdad, pero también lo es este otro, donde se superponen las capas de la historia y bulle en toda su grandeza y su miseria la comedia humana, el Nápoles del que yo me enamoré desde antes de conocerlo y para siempre.



Miércoles, 2 de septiembre
PESADILLA EN MURILLO STREET

Me senté cerca de la puerta abierta en la cafetería. De la mañana a la tarde había bajado la temperatura, yo iba muy veranego y pille un buen resfriado. Pasé la noche tosiendo, estornudando y creo que con fiebre. Tardé en dormirme y, cuando lo hice, tuve pesadillas.
Un vecino, cansado de oírme toser, llama avisando que hay un sospechoso de Covid. Llega una ambulancia, salen enfermeros disfrazados de extraterrestres, ponen en cuarentena el edificio y me llevan al hospital. Al día siguiente –en mis sueños soy famoso-- informan los periódicos y arden la redes: “Cae el Miguel Bosé de Aldenueva”, “Negacionista contagiado”.
“Una vez, desde mi ventana, le vi pasear sin mascarilla al amanecer, cuando todavía no había ni un alma en la calle, por el parque de Santullano”, comenta una vecina en las noticas de la TPA.
 “Lleva siempre libros consigo libros que probablemente no habían pasado en cuarenta los catorce días preceptivos”, dice Rosario N., funcionaria de la biblioteca municipal.
“Una vez le vi pedir una servilleta de papel en una cafetería, algo rigurosamente prohibido, es un insolidario, podía limpiarse con el dorso de la mano si no tenía pañuelos, por gente así mueren los ancianos en las residencias”.
Como era un sueño, en el sueño pude oír a Don No me Temblarán el Pulso, el presidente tuitero, mientras se paseaba por su despacho: “Je, je, je. Ríe mejor quien ríe el último”.
            Me desperté aterrado, pero bastante mejorado. Mis defensas funcionaron y el cielo era de transparente azul.
Desperté del sueño, pero no salí de la pesadilla. Don No me Temblará el Pulso retrasa el inicio del curos escolar hasta final de mes. Y parece que, si siguen aumentando los contagios, no le temblará el pulso para retrasarlo otro mes. Y gracias que no lo anula entero de un plumazo, que también lo está pensando: “Si la salud está antes que la economía, ¿cómo no va a estar antes que la educación?”, tuitea. (Él llama “salud” a que desaparezca la famosa Covid, que da y quita votos, por lo demás la gente puede enfermar y morir desatendida o mal atendida de cualquier otra cosa.)
            A Don No me Temblará el Pulso no se le puede caricaturizar, es su propia caricatura. Se dice que está pensando en entregarle a cada recién nacido, como regalo de bienvenida, un juego de mascarillas: “Siempre serán más útiles que ese libro que la alcaldesa de Gijón regalaba. Conviene que se vayan acostumbrando a un salvavidas que les acompañará toda la vida”.
Es solo un rumor ridiculizante, pero como llegue a sus oídos seguro que le parece una excelente idea y de inmediato ordena que se disponga la partida presupuestaria correspondiente.
           

Jueves, 3 de septiembre
SANTO ADRIANO

Aunque no soy especialmente aventurero, más bien todo lo contrario, he viajado solo, y sen conocer allí a nadie, a México DF y a Buenos Aires, y con cierta frecuencia a Nápoles, pero para ir a Santo Adriano, a pocos kilómetros de Oviedo, necesito la benevolencia de algún amigo. Son los inconvenientes de no tener coche: todas las ciudades del mundo están a mi alcance, pero la vida rural me está vedada. La naturaleza requiere de mucho artificio.
            Santo Adriano es el concejo más pequeño de Asturias, según creo, y Villanueva, su capital, la villa más pequeña del mundo, de eso estoy seguro. Paseo por la orilla del río y me encuentro con un castaño de inmenso tronco, seguramente habitado por algún personaje de cuento, y luego, tras el lavadero, un puente romano que me recuerda al puente sobre charco del río en el que yo me bañaba cuando niño. Al otro lado, está la iglesia de San Román, tan diminuta como el cementerio que se acurruca cerca. Sentado en junto a un umbroso remanso, olvidadas por un momento las locuras del mundo, jugué a tirar piedras al agua.
            Recuerdo a menudo la frase de Baudelaire, o de quien sea, que afirma que el genio es la infancia recobrada a voluntad. Yo vuelvo a ser niño cada vez con más frecuencia, pero eso no sé yo si indica que soy un genio o que ya soy un viejo.
            Al entrever algo antes a la osa Paca, indiferente a la expectación que despierta, me acordé del otro oso con el que tuve el honor de encontrarme. Ocurrió en Rumanía, en un hotel de alta montaña. Un cartel colocado en el ascensor avisaba de los riesgos de salir a pasear después de anochecer porque era frecuente tropezarse con osos. Como soy algo temerario, salí a pasear y me encontré con uno, pero en actitud poco gallarda y eso debió de humillarle algo. Estaba rebuscando en la basura y alzó la cabeza para mirarme, como avergonzado. “Que yo, el gran señor de los bosques, tenga que alimentarme de esta manera”, parecía pensar. Nos miramos un rato, a debida distancia por supuesto y, aunque yo quería decirle que no importa, que todos sabemos a dónde conduce la necesidad, él se dio la vuelta y se perdió en la oscura arboleda con paso lento y triste.
            Por Proaza y Santo Adriano descubrí hontanares, vadeé arroyos (a punto estuve de darme un baño involuntario en uno de ellos), observe la pequeña fauna en la que nadie se fija, salvo el pequeño Martín, mi inagotable guía, dejé que a árboles y plantas les prestara su voz Google para que me dijeran su nombre, vi planear majestuosa una solitaria ave de presa en el azul del cielo. Y escuché al silencio, al maravilloso silencio, perfumado y fresco.
            Y todo gracias a la generosidad de unos amigos. Da un poco de vergüenza confesarlo, pero yo, si me sacan de mis libros, dependo por completo de la benevolencia de los demás.



Viernes, 4 de septiembre
PRESIDENTA

Fantaseábamos en la tertulia con esa república que podría venir, podrida desde la mismísima raíz la monarquía que la dictadura nos dejó en herencia, y que no vendrá.
            ----¿Tú crees que se salvará de la quema tu admirado Felipe, Martín?
            ----Se salvará, y quizá sea lo mejor. Si se hace justicia, más de uno debería acompañar al anterior al rey perjuro –nada de emérito-- ante los tribunales.
            ----Pero vamos a suponer –soñemos, alma, soñemos-- que se hace justicia, que nos deshacemos de todo lo podrido, que hay referéndum, que el pueblo español vota mayoritariamente República. ¿Tú qué candidatura defenderías para la presidencia?
            ----Yo lo tengo muy claro, la de Amelia Valcárcel, que tiene empaque, carácter e inteligencia más que suficientes. Ha desempeñado cargos públicos, es una pensadora excepcional y, además, catedrática de Ética, algo que, visto lo visto, no nos vendría mal en la jefatura del Estado. Sería una primera presidenta de la Tercera República realmente excepcional.



Sábado, 5 de septiembre
TODAVÍA APRENDO

Siempre, en los malos momentos, recuerdo aquella sabia respuesta del padre al niño que luego sería  Batman: “¿Para qué caemos? Para aprender a levantarnos”.




Después y todavía: El ruedo ibérico

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Domingo, 6 de septiembre
CRIMEN PERFECTO

“Estamos en Madrid y en septiembre de 1971. Los obreros de la construcción han decidido iniciar una huelga pidiendo mejoras económicas y laborales. Un hombre joven y dos muchachos salen de un edificio en construcción llevando en la mano unas octavillas. Un piquete de la guardia civil ve salir a los tres amigos y les da el alto. Ellos, en vez de detenerse, intentan escapar, y los bien entrenados y eficacísimos defensores del orden público, sin más advertencias, hacen fuego de repetición. El hombre cae acribillado con seis tiros en la espalda, los muchachos también resultan heridos. La calzada se cubre de octavillas –algunas manchadas de sangre-- en las que se pide seguridad en el puesto del trabajo, mejoras en las condiciones laborales. La gente acelera el paso al llegar a la altura de los cuerpos. A los que tienen intención de detenerse, el cabo les dice agitando el cañón del fusil ametrallador: circulen, circulen. Diez minutos después, una camioneta de la guardia civil se lleva discretamente a las fuerzas del orden y a sus víctimas. Pedro Patiño, casado, dos hijos, obrero de la construcción, ha muerto. Antes del mediodía un carrito de la limpieza ha recogido las octavillas y barrido la acera y la calzada. Ya no hay huellas ni rastro. El asesinato ha sido perfecto.”
            Inicia esta estremecedora viñeta el número triple de Cuadernos de Ruedo Ibérico correspondiente a octubre de 1971 y marzo de 1972, fechas que para mí son historia personal: en marzo de 1972, comencé el trabajo que acabo de dejar por estas fechas. Mis amigos más jóvenes se imaginan esos años como si España fuera una especie de cárcel vigilada por el ejército y las fuerzas del orden. Mi recuerdo es muy diferente: la inmensa mayoría aplaudía la situación y se indignaba con los cuatro revoltosos que intentaban alterarla.
            En 1971, como en 1823, 1923 o 2020, la mayoría de los españoles acatan sumisos lo que deciden las autoridades con razón, sin razón o contra ella: educados desde siempre por la Santa Madre Iglesia, sienten alergia a “la funesta manía de pensar”.



Lunes, 7 de septiembre
UNA SENTADA

Cuando la cabecera de la manifestación llegó al Palacio Regional, hicimos una sentada. No me imaginaba yo que acabaría sentado en medio de la calle Uría, muy cerca de donde los grises me dieron palos por primera vez allá por 1968, alzando las dos manos, aplaudiendo luego y gritando “basta ya”.
            Lo malo es que ya no tengo los años que tenía en 1968, que el amigo que me había acompañado a la manifestación había tenido que dejarla, que soy un aprensivo. “¿Y si no soy capaz de levantarme por mí solo? ¿Y si tengo que pedir que me ayude un desconocido dándome la mano?”, me dio por pensar. “Eso va contra todas las normas, ahora solo se puede dar el codo, me arriesgo a que me multen por insolidario y me acusen del aumento de positivos en Madrid o en Peñamellera?”
            Afortunadamente, aún puedo levantarme sin necesidad de un punto de apoyo.
“¿Y qué haces tú defendiendo el ocio nocturno si en tu vida has estado fuera de casa más allá de las once de la noche, y eso cuando asistías a la ópera?”, me pregunta un amigo tras disolverse la manifestación en la plaza de la catedral,
            “Yo defiendo a los ciudadanos de la arbitrariedad de las autoridades que, como no saben qué hacer para que la pandemia no les reste votos, cierran locales al buen tuntún a ver si hay suerte y los cifras bajan. Y me divertirá leer mañana, si los periódicos hablan de la protesta, que los que estábamos aquí éramos antivacunas, de extrema derecha y hasta terraplanistas, que es lo último que se les ha ocurrido para desprestigiar a quienes piden más racionalidad y menos palos de ciego”.
           


Martes, 8 de septiembre
UN DESGRACIADO

“Mi mayor éxito forense ocurrió cuando defendí de oficio a un desgraciado que había asesinado a su mujer. Un crimen por celos. En la conducta de la mujer existían ciertas zonas oscuras que se prestaban al equívoco. Con gran asombro del jurado, yo dirigí toda mi prueba a demostrar que aquella mujer era absolutamente intachable. Dediqué toda la primera parte de mi discurso a cantar las excelencias de aquella admirable esposa. Ya estaban los jurados en el colmo de su asombro cuando yo les hice ver que matar a una mujer por celos verdaderos era una bárbara acción, pero, precisamente, matarla por celos imaginarios era un acto de ceguera irresponsable”.
            Quien habla es José María Pemán, el admirado escritor, dueño y señor de los escenarios españoles y de la Tercera del ABC durante largas décadas, entrevistado por César González-Ruano. Todo su orgullo como abogado está en haber conseguido que “un pobre desgraciado” saliera sin mayor pena de “un acto de ceguera irresponsable” en que le dio por matar a su mujer, una mujer por cierto “en cuya conducta existían ciertas zonas oscuras que se prestaban al equívoco”. El desgraciado que la asesinó seguro que era un ciudadano ejemplar.
            De ahí venimos. En esas estamos.


Miércoles, 9 de septiembre
ADULA QUE ALGO QUEDA

Algo bueno tiene la anómala situación en que vivimos, las tertulias de los miércoles a través de la plataforma Zoom. Ya no necesitamos estar todos juntos en una cafetería de Oviedo para charlar, podemos hacerlo desde Nueva York y Buenos Aires, Oslo y Barcelona, Cádiz o León.
Hoy hemos hablado de los consejos que habría que darle a un joven que se adentra en el camino de la literatura. El talento se le supone, el gusto por la lectura también, aunque todo ello sea mucho suponer. A la hora de promocionarse y de buscar un sitio, hay cosas que han cambiado desde los tiempos en que Marino Gómez-Santos o Francisco Umbral llegaron al Café Gijón, pero otras no.
Lo primero que necesita es buscar afines de la misma edad, alguien con quien compartir admiraciones y rechazos, a quien comentarle minuciosamente sus poemas y que nos comente los nuestros. De ese grupo inicial, saldrán amigos y enemigos para toda la vida.
Luego acercarse a los autores ya consolidados que admira. Unos son más cercanos que otros, pero todos tienen la misma puerta de acceso: la que utilizó la zorra para hacerse con el queso que el cuervo posado en una alta rama tenia en el pico. La adulación abre todas las puertas, aunque puede cerrarlas de golpe si el afán de  promocionarse asoma la patita demasiado pronto.


Jueves, 10 de septiembre
COSAS QUE NUNCA CAMBIAN

El número de Cuadernos de Ruedo Ibérico encontrado en un mercadillo lleva la firma de Turiel, sin duda Gerardo Turiel, bien conocido abogado y catedrático. Pasó de ser profesor de Formación del Espíritu Nacional a militante del Partido Comunista. Al final se hizo famoso por defender a uno de los participantes en los atentados del 11-M. Cuando estuve abonado a la temporada de ópera en el Campoamor me senté en la butaca que había sido la suya y charlé muchas veces con su viuda.
            En este número de Cuadernos, hay un cómic, “Una saga del príncipe Bormanus y de la princesa Creuteboba o el carísmático Francoráculo”, sospecho que impublicable también en la España de hoy. Las cosas han cambiado mucho para que todo siga igual.


Viernes, 11 de septiembre
EL JUEGO DEL ESCONDITE

Un amigo, que pasará este curso de Erasmus en Italia, me escribe desde Catania: “Aquí no se usa la mascarilla por la calle ni en espacios abiertos, de hecho, cuando entras con la mascarilla en algún local te miran con extrañeza, incluso muchos de los camareros no la lleva puesta. Abundan las librería de viejo”. Otro rincón en el que podría exiliarme.
            “¡Siempre queriendo tener la razón contra todos!”, me dice un amigo.
            “También se pasaron décadas diciendo que si Luis Roldán, en lugar de ser director de la Guardia Civil, hubiera sido jefe del Estado habría podido robar todo lo que quisiera protegido por la Constitución. Ya están empezando a pensar lo contrario y, de momento y por si acaso, el rey honorífico ha tenido que esconderse, si no en Lagos, en los Emiratos Árabes”.

Después y todavía: El mercader de vísceras

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Sábado, 12 de septiembre MEJOR ME CALLO

             En toda vida, incluso en una vida tan aburridamente previsible como la mía, hay algún secreto que no avergüenza y que daríamos cualquier cosa porque no saliera a la luz. Hace unos días celebraba el cumpleaños de una amiga en una terraza cuando uno de los transeúntes se detuvo ante mí, blandió un dedo amenazador y gritó: “García Martín, como vuelvas a mencionar mi nombre, te rompo la cara a hostias. Ni Graciano ni nada, como vuelvas a mencionar mi nombre, te rompo la cara a hostias”. Los ocupantes de las mesas vecinas comenzaron a mirar extrañados, la camarera cogió el teléfono, quizá para llamar a la policía. Yo me limité a decir: “No se preocupe usted que eso ni ha ocurrido ni ocurrirá”. A poco el exaltado siguió su camino. Los cuatro ocupantes de la mesa nos miramos extrañados sin saber si había sido realidad o una pintoresca alucinación compartida. "¿No has tenido miedo, Martín?", me dijo Marcos. "Mira cómo tiemblo", le respondí. Y levanté la taza, llena hasta el borde, y bebí un trago sin derramar ni una gota. Solo una vez tuve una pelea a puñetazos, como en las películas. Fue hace bastantes años y esa tarde recordé de pronto todos los detalles. Por un momento, pensé contarlo a mis amigos, pero finalmente no dije nada. Lo que uno no quiere que nadie sepa mejor no decírselo a nadie. Ocurrió allá por 1974, en una de los agujeros negros de mi monótona biografía. Tras el recuento en el patio, subíamos por las estrechas escaleras de la séptima galería, en fila india, cada uno a su chamizo. Un tipo mal encarado, que venía tras de mí, me dio un empujón y dijo: “Quítate de delante, comunista de mierda”. Me di la vuelta y a punto estuvimos de llegar a las manos. “Aquí no, si no queréis pasaros quince días en celdas, mañana en el tigre a primera hora”, dijeron los buenos samaritanos que nos separaron.  Pasé la noche como el personaje de “El sur”, el cuento de Borges, sabiendo que llevaba todas las de perder en aquel enfrentamiento, pero que no podía echarme atrás si quería seguir siendo respetado en aquella jungla regida por sus propias leyes. Un alma caritativa me habló del individuo al que debería enfrentarme: “Está medio loco, dicen que en un atraco mató a un guardia civil”. No podía echarme atrás, aunque estaba muerto de miedo. Lo disimulé como pude. Cuando, tras el desayuno, nos desparramamos por el patio me dirige hacia el corredor de la muerte, quiero decir hacia el “tigre”, hacia los servicios, el único lugar donde nunca asomaba ningún funcionario, seguido de unos cuantos curiosos. Mi contrincante llegó poco después, solo. Yo le esperaba aparentemente tranquilo (siempre he sabido disimular bien mis emociones). Se formó un corro alrededor. Un amigo de los que en pocos días se hacen en situaciones extremas me pidió que le pasara las gafas. Iba a quitármelas, pero no llegué a hacerlo. Un tremendo puñetazo, que afortunadamente acerté en gran parte a esquivar (siempre he tenido buenos reflejos, contra lo que pudiera parecer) las arrojó por los aires. Afortunadamente, alguien las recogió antes de que llegaran al suelo y se rompieran. Yo me lancé contra el agresor, pero ni siquiera llegué a tocarle. Entre nosotros se interpusieron varios de los presos. Al parecer en aquella jungla que era la séptima galería de Carabanchel también regían ciertas normas. Y una de ellas era que, en una pelea acordada para resolver ciertas diferencias, había que aguardar a que se diera la señal del comienzo y, además, no se podía golpear a alguien con gafas. Debía esperarse a que se las quitara. El caso es que, tras aquel combate, en el que yo podía haber acabado bastante maltrecho, aumentó el prestigio que ya tenía –mi acusación era la más grave de todas-- y siempre paseaba acompañado de algunos voluntarios guardaespaldas, a los que invitaba cuando tratábamos de completar la pobre dieta alimenticia en la cantina, por si el loco insultante, que alguna vez me amenazó de lejos, tenía tentación del volver a intentarlo. Pero estas son viejas y aburridas batallitas que mejor no contarle a nadie.

 Domingo, 13 de septiembre LA VERDAD DE LAS MENTIRAS

Compro Sucedió en la URSSen el mercadillo del Campillín. Me llaman la atención los dos nombres que figuran en primer lugar y en letra destacada entre los autores: André Gide y Ángel Pestaña. ¿Qué tendrán en común el escritor francés y el anarquista español? En seguida lo adivino: los dos viajaron a la Unión Soviética y a ninguno le gustó lo que pudo ver o entrever. Otros testimonios (“Un danés en la URSS”, “Una rumana en la URSS”, “Un norteamericano en la URSS”) completan el volumen, editado en 1945 y al que pone epílogo un delirante alegato anticomunista de Mauricio Karl. Cuando apareció, muchos lo considerarían un panfleto. Hace años que sabemos de sobra que en la propaganda anticomunista –por mucho de detrás anduviera la CIA-- había más verdad que en la comunista, al menos en lo que se refiere a las condiciones de vida en la Unión Soviética y países allegados. Mentiría si dijera que yo nunca fui engañado, pero mi paraíso en los años de la dictadura nunca fue la Rusia de Brézhnev, sino Francia, donde todavía en 1976 o 1977 se compraban libros que debían entrar clandestinamente en España, o Italia, que cambiaba de gobierno casi cada mes, con todas sus luces y sus sombras.

Lunes, 14 de septiembre ANOTACIONES

No sé si nunca he sido niño o si nunca he dejado de serlo.

            No soporto vivir solo y no sé vivir de otra manera.

            Si hablas bien del amor, es que lo has probado poco.

Martes, 15 de septiembre IRSE PREPARANDO 

Los admiradores tienen fecha de caducidad, como los yogures, y con frecuencia mucho más próxima. ¿A cuánta gente, que ahora me interesa poco o nada, admiré yo un tiempo? De las devociones juveniles, Aleixandre fue el primero en dejar de interesarme. Varias veces he intentado volver a él, pero me sigue pareciendo palabrero y falso. Curiosamente, me sigo sabiendo de memoria uno de los pocos sonetos que escribió: “Pensamiento apagado, alma sombría, / ¿quién aquí tú que largamente beso. / alma o bulto sin luz o letal hueso / que inmóvil consumió la fiebre mía?”.  Poco después de Aleixandre, cayó Bousoño, primero el de las vacuas elucubraciones teóricas que siguieron a Teoría de la expresión poética y luego el poeta de Las monedas contra la losa, un libro que leía con entusiasmo en años setenta. A veces, para mantener la admiración por un poeta, lo mejor es no releerlo. Es lo que me pasa con Francisco Brines. Si así me comporto yo, con total irreverencia, ¿cómo va a sorprenderme que otros hagan lo mismo conmigo? Lo malo es cuando los admiradores que se pierden, como los cabellos que se caen, no son sustituidos por otros. Conviene irse preparando.

Miércoles, 16 de septiembre MALA COSA

Mala cosa que no te queden amigos, pero peor todavía que no te queden enemigos. Es entonces cuando te das cuenta de que ya es como si no estuvieras sobre la tierra.

Viernes, 18 de septiembre DE FERIA EN FERIA

Más de una vez, y no siempre involuntariamente, he sido cruel. Recuerdo siempre con pesar que llamé “mercader de vísceras” a un excelente poeta. Había coincidido con él en una lectura. Se levantó de la mesa y, adelantándose como si estuviera en un escenario, recitó sin ahorrar efectos patéticos algunos de los poemas que hablaban de un penoso asunto familiar. Arrancó lágrimas y muchos aplausos. El dolor personal se hace poesía, confidencia susurrada a los lectores, pero no puede convertirse en espectáculo. Ángel González decía sus poemas más íntimos era incapaz de leerlos en voz alta. A mí me pasa lo mismo. Pero a veces, incluso al dejar solo sugerido mi dolor sobre el papel, al alcance solo de un puñado de confidenciales lectores, me siento como el mendigo que muestra sus llagas para obtener más limosnas. O como quien convierte en oficio exhibir su monstruosidad –vean, vean al hombre elefante-- de feria en feria, o de libro en libro.

 

 

Después y todavía: Por qué soy tan insoportable

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Sábado, 19  de septiembre. FELICIDADES

 Soy muy celoso de mi privacidad, pero comparto gustoso mi intimidad. La distinción entre ambas –en el lenguaje común suelen considerarse sinónimos-- la tomo de Castilla del Pino. Lo privado puede hacerse público sin nuestro consentimiento: fotos robadas, audios de Villarejo, una exnovia o exnovio que cuenta nuestro comportamiento en la cama; pero en la intimidad, en el secreto de la conciencia, no entra nadie. De mis sueños solo se sabe lo que yo quiero contar, de las secretas fantasías eróticas lo que no nos avergüenza referir (son los “malos pensamientos” que el catecismo obligaba a confesar). De mi vida privada como padre, hijo, amante o amigo, participan otras personas; de mi vida íntima, solo yo: nadie puede desmentir lo que cuento –los fantasmas de mi cerebro-- ni saber más de lo que yo le cuento. Pero las reglas están para incumplirlas y, con los años, uno se siente cada vez más tentado a mostrar parte de su intimidad, a hablar de algo más que de desastres públicos e ilusiones perdidas.

“Cuéntame un cuento, padrino”, me dice Martín cuando se cansa de corretear en bici, jugar con los colegas del colegio o a solas con el agua de la fuente, de buscar caracoles o saltamontes, coger moras o arrancar ramitas de hierbabuena que crecen cerca de las ortigas. “¿De dragones o de dinosaurios?”, le pregunto. “¡De la rata vieja!”, suele responder. La rata vieja es un personaje que él ha inventado, que asoma la nariz por las alcantarillas y que le fascina desde que era pequeñito. “Ya soy grande”, proclama esta mañana orgulloso mientras desenvuelve impaciente los regalos que encuentra en mi casa: un microscopio y un telescopio. “Para ver los bichitos que andan dentro de una gota de agua y los dragones de la luna”, me dice. Hoy Martín cumple cuatro años. Y ya sé que estas cosas no deberían decirse en público, pero yo soy feliz viéndole cada día más listo. También la abuelidad se inventa, que diría Antonio Machado.

Domingo, 20 de septiembre. SOFÍA Y TÚNEZ

 Poco antes de entrar en el cine a ver Un diván en Túnez, de Manèle Labidi, termino de leer (en mi recuperado rincón del McDonald’s de Los Prados), Una calle sin nombre, de Kapka Kassabova. La película se ve con una sonrisa, los recuerdos búlgaros de Kassabova con un creciente desasosiego. Ambas autoras hablan de su país de origen con algún menosprecio y como quien se avergüenza de él. El tono de Manèle Labidi es más amable porque el imposible Túnez es el país de sus padres, no el suyo: ella nació en Francia, al contrario que el personaje que protagoniza su película. Por eso puede mirarlo todo con una condescendiente superioridad, por eso se burla sin rencor ninguno. Kappa Kassabova nació y creció en Sofía. Cuando el régimen comunista se derrumbó, tenía dieciséis años. Vivió luego en Nueva Zelanda y en otros países hasta recalar en Escocia. “Infancia y otras desventuras búlgaras” se subtitula su libro. Pocas veces una infancia ha sido recreada con más verdad y menos concesiones a la nostalgia. No recarga las tintas, no es necesario, para que esta precisa recreación de una época nos duela como un puñetazo. Vuelve luego la autora, ya adulta, a recorrer un país que es y no es el suyo. Al comunismo le ha sucedido la más despiadada versión del capitalismo. El libro de memorias se convierte en un libro de viajes, en el que hay lugar para el encuentro con personajes inolvidables y para recrear los mitos nacionales de un país que desde su tardía independencia a finales del XIXha ido de desastre en desastre.

            Qué distinta la dolorosa Bulgaria de Kapka Kasabova, que ella odia y ama (ama a su pesar) de la que yo he entrevisto en mis estancias allí. La primera en 2005, con Luis Alberto de Cuenca y Paulina Cervero, para hablar de Cervantes y de Víctor Botas. Desde ese viaje inicial me enamoré de Plovdiv (iba a decir en Plovdiv, pero esa es otra historia) y ahora el Maritsa es uno de mis ríos y las empinadas callejuelas de la ciudad antigua uno de mis escenarios favoritos para estar solo o en buena compañía. Qué distinto un país, para los que lo llevan dentro como una herida que no acaba de cicatrizar y para los que no tienen allí raíces, están siempre de paso y lo convierten en inagotable escenario de sus mejores sueños.

Martes, 22 de septiembre. TAMPOCO ES PARA TANTO

 ¿Soy una mala persona? Muchos así lo creen y yo estoy comenzando a pensarlo. Paso por la librería Cervantes y en la mesa de novedades me encuentro con un libro de atrayente título: Para un teoría del aforismo. Cuando me fijo en el nombre del autor, Javier Sánchez Menéndez, sé que no debería ni siquiera hojearlo. Y no porque tenga alguna animadversión al poeta y editor Sánchez Menéndez. Todo lo contrario: ha editado tres o cuatro libros míos, me ha invitado a Sevilla a presentar alguno, he charlado cordialmente con él más de una vez. El problema es que he tenido la debilidad de leerle y que es el rey del sinsentido y del pretencioso disparate. Me imagino cómo serán sus elucubraciones sobre el aforismo, género del que es cultivador asiduo y uno de los más prolíficos editores. Mejor no hojear siquiera el volumen, que luego acabaré comentándolo y para qué quiero un enemigo más. Pero lo compro y me entretiene durante el café en la terraza de la sidrería Mieres que, cerrado Los Porches de siempre, se ha convertido en el rincón favorito de mi biblioteca al aire libre. No me defrauda el bueno de Sánchez Menéndez. Los disparates comienzan en el primer párrafo y siguen in crescendo hasta el final. Hasta cita mal el célebre apotegma de Gracián. “Lo breve, si bueno, dos veces bueno”, escribe. ¿Y si malo? Entonces será también bueno, aunque solo una vez. ¡Cuántas maravillas para una antología del humor involuntario! “El futuro del aforismo” titula una de las partes del prólogo. Comienza así: “El verdadero aforista siempre ha sido un ángel, un ángel que desprende lucidez, inteligencia y logos, y que realiza su transmisión con la destreza de la brevedad. El aforista debe ser un ángel con la habilidad suficiente para transmitir el conocimiento”.

            ¿Soy una mala persona? Probablemente sí, pero cuando alguien hace el ridículo en público no soy capaz de reírme solo en privado. Paso revista a mis malas acciones, esas que han hecho que me odie tanta buena gente: lamenté en unas líneas de mi diario la separación de un poeta que había hecho del canto a la esposa y a la vida familiar uno de sus temas principales; dije “no seas facha”, en una charla que yo creía amical, a un librero cuando hablábamos no sé ya si de Cataluña o de la emigración; en la reseña a una antología de los aforismos de Juan Ramón Jiménez señalé errores de principiante; discrepé de algunos puntos, muy razonadamente por supuesto, cuando se publicó una tesis doctoral sobre Ángel González, a la que un apreciado amigo había dedicado muchos años… Busco y rebusco y todas las maldades que encuentro son del mismo tipo: haber herido los sentimientos de alguien, sin ser consciente de ello (a veces, siéndolo), o no haber admirado lo suficiente a algún colega escritor que decía admirarme (y no era verdad: solo un préstamo que debía ser devuelto con intereses).

            ¿Soy una mala persona? Es posible. Quien lo dude que pida informes sobre mí a Miguel d’Ors, José Manuel Valdés, José Luis Morante, Ricardo Labra y tantos otros damnificados. Pero seguro que hay peores personas que yo. El mundo sería bastante mejor si no fuera así.

Miércoles, 23 de septiembre. SE ME OCURRE PENSAR 

Paso de una cadena de televisión a otra, para desconectar antes de ir a la cama, y siempre acabo deteniéndome en algún programa sobre platillos volantes y extraterrestres. Mi favorito es Ancient Aliens. Me gusta cómo salta de un lugar arqueológico a otro, siempre con seductoras imágenes, y me fascinan los “expertos” que aparecen, capaces de defender sin sonrojo los mayores disparates. Mi favorito es Giorgio Tsoukalos. ¿Habrá gente que se crea que los dioses griegos eran en realidad alienígenas, que la virgen de Fátima no era la virgen María, sino un alienígena? Claro que, bien mirado, tan absurdo como creer que era un alienígena es creer que era una buena mujer que vivió hace muchos siglos en Galilea y que, como en el cielo no tiene cosa mejor que hacer, de tarde en tarde se aparece a algún pastorcillo para convertir un lugar cualquiera en un concurrido lugar turístico.

            Nos reímos de los que creen en platillos volantes y no nos reímos –por la cuenta que nos tiene-- de quienes creen en resurrecciones y dioses extraterrestres, cada uno de ellos el único Dios verdadero. ¿Qué tienen en común el archimandrita de Jerusalén, el papa Francisco y el infatigable perseguido de alienígenas ancestrales Giorgio Tsoukalos? Que todos ellos viven, y en algún caso muy bien, de la credulidad ajena. Baja la audiencia, desciende el número de creyentes, y comienza a peligrar el negocio.

 

Jueves, 24 de septiembre. EN EL SUEÑO

 No podía dormir y salí a dar una vuelta por el parque de San Julián, al lado mismo de mi casa. Lo hago con cierta frecuencia. Unas cuantas vueltas a buen paso y luego duermo como un bebé. No suelo encontrarme con nadie a esas horas y tengo todo el parque para mí solo. Ayer ocurrió algo extraño. Había estado viendo unos minutos mi programa sobre ovnis favorito y elucubraba sobre que la creencia en esos fenómenos no es sino otra forma, la más divertida y menos dañina, del pensamiento religioso, cuando de pronto se apagaron las luces y las estrellas brillaron en todo su esplendor. “Si esto fuera una película, ahora es el momento en que se me aparezca una nave y yo sea abducido”, pensé burlón. Pero no era una película y no se me apareció ninguna platillo volante y  las farolas se volvieron a encender tras lo que había sido una eternidad y solo unos minutos de reloj. Volví a casa asustado y con extraños temblores. “A ver si ahora me voy a poner enfermo”, pensé. Había sentido junto a mí, durante esa fugaz eternidad, una presencia, no sé si humana o divina. “Tonterías”, me dije. Pero tardé en dormirme y cuando me dormí soñé con ella y en el sueño tenía rostro y me había querido mucho.

 

Viernes, 25 de septiembre. LA ZORRA Y LAS UVAS

 Cuanto tengo algo, pienso en las ventajas de tenerlo; cuando no lo tengo, en las ventajas de no tenerlo. Estar enamorado, me pone alas, como Red Bull; no estarlo, me quita una losa de encima.

            En eso me comporto como si fuera tan inteligente como me gusta creer que soy. En eso y en pocas cosas más.

 

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