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Sin propósito de enmienda: El arte de disentir

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Viernes, 27 de diciembre
EL RUEDO IBÉRICO

Hay quienes están hartos y no quieren ni oír hablar de política. Yo no soy uno de ellos. Veo el ir y decir de los políticos por el Ruedo Ibérico como un interminable culebrón, lleno de golpes de efectos, de tragedias para reír y comedias para llorar.
            Antes de las once o las doce, según haya ido la mañana, no quiero enterarme de nada de lo que pasa. A esa hora, me siento ante un café y hojeo la prensa.
            Mis personajes favoritos son, por este orden, Isabel Díaz Ayuso, los barones socialistas más o menos baturros y Cayetana Álvarez de Toledo. Esta última me fascina. Si es el malo el que hace inolvidable una buena película, Álvarez de Toledo (no tengo tanta confianza para llamarla en público por su nombre de pila, como en mis fantasías) lo tíene todo, salvo cualquier escrúpulo. Es la espía perfecta, la otra que apuñala a la santa esposa, la que lanza el misil nuclear contra Gotam sin un parpadeo.
            La gracia de Díaz Ayuso es diferente, más entrañable, más todo corazón y pizpireta. Con ella no tenemos que añorar aquel guiñol de Canal Plus que tantos buenos ratos nos hizo pasar. Es su propia y enternecedora caricatura.
            La figura del gracioso, tan esencial en nuestro teatro clásico, queda para los llamados “barones socialistas”. Con qué seriedad hacen su papel, lanzan su rebuzno, defienden a su casposa Españeta en cuanto alguien en su partido insinúa una medida medianamente progresista.
            Lo paso bien con la política, ya digo. La prosa de sus dramatis personae no suele estar a la altura de la de Valle-Inclán, pero la gracia del enredo no le anda a la zaga.
            Lo que me amarga el día, al hojear los diarios, es otra cosa. No hay fecha sin su correspondiente tragedia: mujeres asesinadas, accidentes, espantos varios.
            El único consuelo, pobre consuelo, es que no hayan ocurrido demasiado cerca. Ya se sabe que trescientos muertos en Birmania nos afectan bastante menos que tres en el barrio de al lado. Así somos. Así necesitados ser –corazones endurecidos, flaca memoria, mucha inconsciencia– para poder sobrevivir en este mundo que nos ha tocado en suerte –el único que hay– y que, según los creyentes (que Santa Lucía les conserve la vista) es obra de un Ser Supremo omnipotente y misericordioso.


Sábado, 28 de diciembre
MI PRIMER ADMIRADOR

En la casa de Avilés, me encuentro un recorte de periódico de la que quizá fue la primera entrevista que me hicieron. No tiene fecha, pero debe tratarse de 1971. Aún era estudiante y aún no había publicado mi primer libro. Acababa de ganar un premio literario, el primero y el único, y recuerdo bien que con su importe me pagué la matrícula en la Universidad y me compré una máquina de escribir (el libro lo había tenido que mecanografiar con una que me había prestado).
            El entrevistador firma JMP. Se trata de Juan Manuel Pendás, algo atrabiliario personaje que después de ser mi admirador durante largos años se enfadó conmigo para siempre, no sé yo bien por qué. Su género literario favorito eran las cartas al director, escribió cientos de ellas en los más variados periódicos.
            Apenas me reconozco en las respuestas, redactadas con el estilo del entrevistador, que quiere demostrar sus conocimientos literarios. “Antonio Machado, el más hondo y arraigado poeta contemporáneo, ¿es en realidad una superación de los suspirillos germánicos de Bécquer?”, me pregunta. Y yo sonrío al leer la respuesta: “Los ‘suspirillos germánicos’ de Bécquer son, literalmente, insuperables. Antonio Machado no supera al poeta de las Rimas, simplemente lo supera por otros caminos”.
            Enternecedora pedantería de los veinte años. Juan Manuel Pendás –al que hoy calificaríamos de freaky–, en su época de obsesión por mí, escribió un artículo en una publicación gratuita avilesina que titulaba simplemente “El genio de Rivero”, la calle en la que yo vivía, y lo terminaba con una pregunta: “¿Cómo un hombre tan inteligente puede ser socialista?”
            Con el tiempo, Juan Manuel Pendás, mi primer admirador, se convirtió en un furibundo detractor. Hoy le recuerdo con melancolía. Esté donde esté, seguro que sigue mandando cartas a los periódicos.


Domingo, 29 de diciembre
NUESTRO RIMBAUD

Alzo los ojos del periódico y me encuentro frente a mí, en el Dos de Azúcar, a Silvia Ugidos, que ha venido de Colombia para pasar aquí las Navidades y ni siquiera había avisado. Me trae como regalo un libro de Alberto Aguirre, El arte de disentir. “El título parece tuyo. En ese arte eres un maestro”.
            Silvia Ugidos anda ahora por Medellín, ciudad que cada vez le gusta más, y que nos describe con el ingenio, la capacidad de observación y la ironía de costumbre. Yo insisto para que vuelva a la literatura, pero no hay manera.
            Un caso perdido. Silvia Ugidos es nuestro Rimbaud, un Rimbaud que ha cambiado Etiopía por Colombia y que no trafica ni con marfil ni con esclavos ni con otras sustancias más o menos estimulantes.


Lunes, 30 de diciembre
APRENDIZAJE Y GENEROSIDAD

Todos aprendemos, hasta Pablo Iglesias. De dar una rueda de prensa, antes de que el rey encargara a nadie formar gobierno, en la que proclama urbi en orbe“Pedro, te hago presidente si yo soy vicepresidente”, a la discreción con que la que ha negociado estos días un muy sensato programa de gobierno, hay un abismo.
            Tampoco es que se haya dado mucha prisa en aprender. Tres o cuatro años ha necesitado para averiguar que es el parlamento el que elige al presidente del Gobierno y este quien nombra a sus ministros. Y que exigirle a un candidato que me nombre a mí y no a otro vicepresidente no es que sea feo es que es ilegal.
            Respiro casi aliviado al escuchar la rueda de prensa de Sánchez e Iglesias. Ya solo queda que Oriol Junqueras nos dé su bendición.
            Yo no sé si, en su caso, la daría. Nosotros –bueno, no yo: el Tribunal Supremo, y de aquella manera que no voy a calificar, que lo haga Luxemburgo o Estrasburgo– le endosamos unos años de cárcel y él nos facilita una España mejor.


Martes, 31 de diciembre
PACÍFICA Y DEMOCRÁTICA

La situación de España, con ser complicada, me preocupa menos que ciertos fantasmas personales que me impiden dormir.
            Aunque procuro disimularlo para no molestar, en el fondo siempre me he considerado más inteligente que los demás o por lo menos que la media.
            Empiezo a tener mis dudas. Hay muchas formas de inteligencia y la que a mí me ha tocado en suerte, o la que yo creo que me ha tocado en suerte, no es la principal.
            De mis angustias privadas, me distraigo con el entretenido circo de la política. ¡Mira que si, después de todo (y a pesar de esos continuos metematas que son el Constitucional, el Supremo y Josep Borrell), el “problema catalán”, una de las preocupaciones de nuestro monarca en su discurso de Navidad, tuviera pacífica y democrática solución!
            En eso estamos, con paciencia e inteligencia, mal que le pese a los susodichos.


Lunes, 1 de enero
PARA EMPEZAR EL AÑO

Yo soy tan malo como parezco, pero no peor. No todos pueden decir lo mismo.
            La realidad no tiene imaginación. Por eso, en cuanto nos descuidamos, se dedica a plagiar nuestras peores pesadillas.
            No me gusta la gente que se me parece demasiado. Ya tengo bastante con aguantarme a mí. No soportaría aguantar a alguien como yo.
            A ser feliz se aprende, como a cocinar. Con los mejores ingredientes se puede preparar una comida indigesta.
            Querer es una necesidad; que te quieran, un lujo.
            La soledad solo se soporta en buena compañía.
            Envejecer es ir estando de más y que todos se den cuenta menos uno.
            Eso que tú no quieres que nadie sepa es lo primero que todos saben de ti.
            La vida da muchas vueltas, pero yo tengo la suerte de que acabe dejándome siempre en el mismo sitio.
            Pensar por cuenta propia es tan fácil como aprender a montar el bicicleta, Solo hay que perder el miedo y no temer algún golpe.
            A veces uno tiene la impresión de que el gris es el verdadero color de la vida y que el arco iris no es más que una ilusión óptica.
            Éxito en su dosis justa, que el poco amarga y el mucho entontece.
            Pasa el tiempo y descubrimos que a veces no haber tenido suerte fue realmente una verdadera suerte.
            La vida en ocasiones esconde sus mejores regalos en los rincones más insospechados.
            Era egoísta, caprichoso, quisquilloso, infantil, a menudo insoportable; era, en resumen, un ser humano.


Sin propósito de enmienda: De Praga a Viena

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Jueves, 2 de enero
MI TERROR FAVORITO

Nada me aterra más que llegar de noche a una ciudad desconocida en la que no conozco a nadie, pero ha ocurrido con  frecuencia. Solo anduve por Ciudad de México, por Buenos Aires, por Tánger, por Nápoles, por Catania. Solo llegué por primera vez a Palermo, a Roma, a Turín, a tantas otras ciudades. Y muchas veces de noche. Y nunca por obligación.
            No soporto las alteraciones en la rutina. Para ser feliz necesito que los días se repitan, mi paraíso se llama monotonía.
            Y sin embargo… Debe de ser que me gusta ponerme a prueba. Porque de vez en cuando, me echo la mochila al hombro, me subo al tren o al avión y a ver qué pasa.
            Claro que me hago trampas. Voy a ciudades desconocidas, pero muy leídas. El primer día estoy perdido en la jungla, me dan ganas de volverme de inmediato. Al segundo, ya he comenzado a establecer mis rutinas: un café donde sentarme a leer, una librería en la que aprovisionarme (en Italia muchas veces coinciden y se llaman Feltrineli), un lugar donde comer (me gustan las franquicias que los exquisitos detestan porque puedo encontrarlas en cualquier barrio en que me encuentre), un lugar donde... (pero según uno va cumpliendo años necesita cada vez menos ese donde).
            En Praga solo estuve una vez, y muy poco días, pero tras dejar las cosas en el alojamiento, me pongo a caminar por la orilla de río en la fría noche, cruzo un puente y de inmediato encuentro refugio: el café Slavia, frente al historiado Teatro Nacional.
            Ni siquiera pensé a dónde iba, mis pasos pensaron por mí. Hay muchos cafés hermosos en Praga –como en cualquier capital de Centroeuropa–, pero a mí me escogió el Slavia, con sus ventanales sobre el Moldava y el Castillo, por un lado, y sobre el Teatro, por otro; con su guardarropa a la entrada para dejar abrigo, paraguas y sombrero (me imagino a aquellos caballeros de finales del XIX), con sus varios ambientes, unos para ver, otros para ser vistos, con su servicio eficaz. Puede parecer lleno, pero siempre hay sitio.
            En el Slavia me encuentro en casa. Si estoy en Oviedo, a las doce que me busquen en Las Salesas; si en Praga, que me busquen en el Slavia.
            Me traen mi café con el vaso de agua y antes de probarlo, antes de ponerme a debatir con mis amigos, Pablo Núñez y José Cereijo, como si estuviera en la tertulia, abro el cuaderno rojo editado por la Biblioteca Jaime Gil de Biedma, de Alejandría, y escribo: “Soy un conformista. La edad que me gustaría tener es siempre la edad que tengo”.
            Y el lugar en el que estoy –en Oviedo o en Praga–, el lugar en el que me gustaría estar.
           

Viernes, 3 de enero
SI DIOS EXISTE

En la plaza de la Ciudad Vieja, el aparatoso monumento a Jan Hus –el hereje achicharrado por los piadosos católicos– rodeado de puestos de Navidad. A la memoria me viene un aforismo de Arthur Schitzler: “Si Dios existe, vuestra manera de celebrarlo es blasfema”.
            Y no se trata solo de que no haya creencia religiosa que no esté manchada de sangre inocente –el cristianismo, el islam, el hinduismo–, sino que la mayoría de sus ritos y de las obligaciones que imponen a sus fieles resultan ridículas y a menudo ofensivas a los ojos de un Dios que, si existiera, sería todo inteligencia y misericordia.


Sábado, 4 de enero
CUIDADO CON LOS HÉROES

Desde lo alto de la Casa Danzante, ese edificio espectáculo de Frank Gehry, busco la iglesia en la que se refugiaron los paracaidistas que atentaron contra Reinhard Heydrich, el jerarca nazi “protector” de Bohemia y Moldavia (mi hermano Florentino les dedicó una novela, Praga 1942, la verdadera historia).
            Poco antes estuve en la cripta donde pasaron agónicos días mientras los alemanes trataban de dar con ellos y ejecutaban como represalia a cientos de personas.
            ¿Sirvió para algo su heroica acción? Solo para traer más dolor y muerte.


Domingo, 5 de enero
VIENA SHOPPING

Si la primera impresión es la que vale, la que me deja Viena este anochecer –tras la despedida de Praga con un paseo solitario por Malá Strana– no puede ser más deprimente.
            Me sentí como en el aeropuerto de Lisboa. Luego me he ido acostumbrando, pero qué sorpresa la mía cuando al ir hacia la salida, me encontré en un laberinto de tiendas comerciales sin indicación ninguna de hacia dónde ir. Tuve que preguntar, aunque, escondidos entre los carteles publicitarios (y a mucho menor tamaño) había indicaciones de por dónde había que dar vueltas y revueltas para lograr escapar de aquella trampa. Ahora ya casi todos los aeropuertos son así y  nadie protesta. Es el capitalismo descerebrado que ocupa los espacios públicos tras sobornar, de una manera u otra, a las autoridades. Descerebrado, porque no creo que sean un buen negocio los locales de Gucci o de Prada, las joyerías de lujo en esos lugares, más propios para cafeterías y tiendas de recuerdos.
            Qué difícil orientarse en las calles del centro de Viena, entre la catedral y los museos palaciegos. Todas son iguales, todos los bajos están ocupados por franquicias –Zara, Emidio Tucci, Humanic, etc, etc– que se repetían y repetían, impidiendo orientarse. Aquello no era una ciudad, era un centro comercial al aire libre, una versión corregida y aumentada de Las Rozas Village.
            Habrá otra Viena, me imagino –la de los cafés o la casa Hundertwasser, que parece dibujada por un niño–, pero sospecho que la Viena que fue cabeza intelectual de Europa hace tiempo que ha dejado de existir. Muy poca cabeza hay que tener para convertir las calles del centro en un despersonalizado centro comercial a la intemperie.



Lunes, 6 de enero
CON GARCILASO

“Con un manso ruido / de agua corriente y clara / cerca el Danubio una isla que pudiera / ser lugar escogido / para que descansara / quien como yo ahora no estuviera” .
            A la memoria me vienen los versos de Garcilaso –su Canción III– mientras paseo por esta isla alargada y desolada, en el centro del río. No es aquella en la que estuvo el poeta “preso y forzado y solo en tierra ajena”, pero se le parece bastante.
            Y yo, desterrado también, como tú, como todos, me siento en un banco y escribo: “Nunca está lejos la patria / para el que carece de ella. / Todo el mundo es esta isla, / todo el mundo es tierra ajena”.


Martes, 7 de enero
GAUDEAMUS IGITUR

En estos días primeros de año, a la felicidad de volver a una de las ciudades más hermosas del mundo y a la de descubrir otra que tantas veces he paseado en letra impresa, se le añade un suspense como de película de Hitchcock: ¿Conseguirá la Triple Alianza –el Constitucional, el Supremo, la Junta Electoral– evitar que Pedro Sánchez sea investido Presidente? Cada mañana, en los titulares de los periódicos, una nueva zancadilla. Esta noche soñé que los tres guardianes de la ley se reunían de urgencia para ver si lograban encontrar algún fallo en la inscripción de Teruel como provincia y declaraban triunfalmente que  no podía ser considerada provincia y que por tanto su diputado dejaba de serlo.
            Una pesadilla, lo sé. Pero en la España en que la Junta Electoral Central puede tratar de dejar sin efecto los votos de millones de ciudadanos por un lazo amarillo colgado en un balcón –proporcionalidad se llama esa figura–, todo es posible.
            Me encontraba en la Prunksaal de la Biblioteca Nacional de Austria, en la biblioteca más hermosa del mundo, cuando leo en el teléfono que la conjura ha fallado, que ya ha sido investido el presidente. Casi doy un grito de alegría en aquel silencio majestuoso. Miré en torno mío y pensé que no podía haberse encontrado un lugar más hermoso para la celebración.
            España todavía no es Brasil, aquí los jueces aún no quitan y ponen presidentes. Lo seguirán intentando, ya lo sé. Pero hoy es un día para la celebración.


Miércoles, 8 de enero
SOLO UN DECORADO

Desayuno en el café Jelinek, muy cerca de dónde me alojo. Lo he convertido en mi café vienés favorito. La ciudad me mostró su cara peor en el momento de la llegada, pero poco a poco se fue volviendo más amable. Los barrios de emigrantes, la zona que va desde el Prater (la noria estaba en revisión) hasta el Danubio resulta menos deshumanizada que el centro, que a veces da la impresión de un decorado para el turismo. En buena medida, eso es lo que son los cafés más afamados, con largas colas a la entrada. En el Sacher, un portero uniformado salía de vez en cuando para ofrecer una bebida caliente a los que esperaban en la heladora intemperie.
            Los cafés famosos poco tienen que ver con aquellos de que habla Stefan Zweig, en los que podía pasarte la mañana o la tarde leyendo  todos los periódicos del mundo, charlando o escribiendo versos. Ahora entras, consumes tu trozo de tarta y si te entretienes conversando en seguida los camareros te miran mal.
            Mejor que esos cafés ilustres, ya solo un decorado, conservan el espíritu de los viejos cafés los nuevos Starbucks. En uno de la larga y comercial Mariahilfer Strasse, donde paraba a veces, siempre había alguien leyendo el periódico –allí los periódicos estaban sobre una repisa, no sujeto a incómodas perchas de madera–, trabajando en el ordenador, conversando en voz baja. El piso superior, amplio, con las mesas muy separadas, tenía algo de claustral y del club Diógenes de las historias de Sherlock.
            También algún McDonald’s puede guardar mejor el espíritu de los viejos cafés que el Central o el Mozart. A partir de las diez, no había ningún local abierto cerca del piso en que nos alojábamos. Pero el McDonald’s de un hermoso edificio cercano brillaba acogedor. Allí nos quedábamos charlando hasta las once. Había pocos clientes, pero no resultada desolador ni hopperiano. Varios eran habituales. En una mesa redonda, un grupo jugaba a las cartas todas las noches. Acabamos conociendo a los empleados. Uno era sordomudo y a veces venían a visitarle otros sordomudos. Yo me entretenía observando a unos y a otros mientras José Cereijo le contaba a Pablo Núñez, muy parsimoniosamente, pasajes de su vida literaria, como una visita a Jaime Gil de Biedma que duró toda la noche. Yo, que me sabía aquellas historias de memoria, miraba y fantaseaba. Si alguien quisiera escribir una novela como La colmena que reflejara la Viena de hoy, mejor que en el Café Central la situaría en un McDonald’s.  




Sin propósito de enmienda: Matizar y atizar

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Sábado, 11 de enero
POR ALUSIONES

Mentiría si dijera que me molesta que hablen de mí. Encontrarme con mi nombre donde menos me lo espero es uno de mis placeres favoritos.
            Reseña Anna Caballé, en el Babelia de hoy, una novela de Carlos Pardo “que evoca los años dedicados a ser poeta y a vivir confusamente entre poetas a la búsqueda de un espacio propio”. No pienso leerla: yo creo que tres folios le habrían bastado para contar lo que cuenta en cerca de quinientas páginas. Continúa la reseñista: “Poetas con sus escisiones y hostilidades. Luis García Montero y la escuela granadina contra José Luis García Martín y los poetas ovetenses”.
            No sé si cuenta eso la novela, más bien me parecen deducciones de quien ha oído campanas y no sabe dónde. Luis García Montero y yo nunca militamos en bandos contrarios. A los dos (más a él que a mí) nos atacaba una hueste encabezada por Antonio Jiménez Rodríguez (hoy desaparecido en México) y autodenominada “poetas no clónicos”. Luego cambiarían el nombre por el de “poetas de la diferencia”, que hizo cierta fortuna entre periodistas y estudiosos desinformados. Bajo ese banderín de enganche se agrupó, en antologías y recitales, todos la mediocridad poética habida y por haber. A García Montero le odiaban, aparte de por tener talento, y no solo poético, por encabezar jurados que solían premiar a poetas amigos, muy a menudo buenos poetas; a mí, por ser un crítico de los que llaman al pan pan y al memo memo.
            No pienso leer la novela de Carlos Pardo, pero sí he leído –mea culpa, mea culpa– el último tomo de las memorias de Luis Antonio de Villena. Me pudo el morbo. Supuse que estaría escrito a vuela pluma, como todo lo suyo desde hace años, y que no tendría mayor interés literario, pero que abundaría en nombres y chismes, a menudo eróticos, sobre este y aquel. Me pudo el morbo, ya dije. Y me divertí con muchos detalles, como ver a Antonio Gamoneda aprovechar la colección Provincia, que dirigía, para promocionarse: le pide a Colinas y Villena, que le devuelvan el favor de haberles publicado un libro intercediendo para que Lápidas aparezca en Visor.
            Cuando empiezan a aparecer amigos y conocidos comunes, cuando se habla de algún congreso en el que coincidimos, temo que Villena se acuerde del santo de mi nombre y refiera anécdotas que yo prefiero olvidar, como aquella vez en que hizo de Virgilio para Víctor Botas y yo y nos mostró los locales que frecuentaba en Madrid. Entonces, recién salidos del franquismo, las discotecas y los bares de ambiente, como se decía púdicamente, nos parecían un símbolo de libertad. A saber cómo contaría él esa visita. Pero, afortunadamente, me odia tanto que no cuenta nada. Ni menciona mi nombre, pero no por explicable olvido –hace siglos que hemos perdido el contacto–, sino para tratar de maltratarme mejor. Habla de Juan Bonilla, al que conoció en un congreso literario en Valencia, y comenta que “entonces iba de la mano –espero que la haya soltado– de un bilioso y renegrido soi disantcrítico, por las brumas del septentrión. Tan nada interesante que ni lo nombra”.
            Me divierte que no me nombre (¡de buena me he librado!), pero me entristece que no se ría de viejas polémicas a propósito de esta o aquella antología de jóvenes poetas (yo siempre pensé que las suyas carecían de cualquier rigor porque lo que más le interesaba de los jóvenes poetas no era la poesía: estas memoria me lo confirman)) y siga resentido y dolido. Siento de veras haberle hecho tanto daño. En mi caso, las peleas literarias tienen siempre algo de juego para mantenerse en forma. Nunca pretenden herir a la persona. Pero no todos tienen la misma suerte que yo, que siendo más vanidoso que nadie –cualquiera que me conozca puede certificarlo– tengo tan buen sistema inmunológico que las heridas en mi vanidad –todos los días recibo algún rasguño– cicatrizan a las veinticuatro horas, como mucho.


Domingo, 12 de enero
ESPAÑOL, ESPAÑOL

Está uno tan obsesionado con su país que cada vez que aparece Alfred Dreyfus en la impactante película de Roman Polanski J’accuse, aquí titulada El oficial y el espía, yo no veo al militar francés injustamente condenado, sino a Oriol Junqueras. Y cuando aparece el tribunal que le condenó y que recurrió a todas las triquiñuelas posibles para seguir manteniéndolo en la Isla del Diablo, aun siendo conscientes de su inocencia, no diré a quien veo, aunque resulta fácil de imaginar.
            Como a Unamuno, me duele España; y como José Antonio, amo a España porque no me gusta (aclaro: a pesar de que hay en ellas muchas cosas que no me gustan).
            Soy un nacionalista español, ya lo sé. Y, por supuesto, no me avergüenzo de ello. Me avergüenzo de los que creen incompatible el amor a España con el amor a la verdad, a la justicia (que no hay que confundir con torticeros legalismos) y a la democracia. Me avergüenzo de los que utilizan a España y sus símbolos para arremeter contra los que no piensan o sienten de la misma manera.
            Yo también soy español, español, pero de la mejor España, no de la de Fernando VII y Queipo de Llano.


Lunes, 13 de enero
COSAS QUE NO HARÍA NUNCA

Tres o cuatro cosas que no haría nunca, salvo por razones de fuerza mayor: trasnochar, opinar de política, enamorarme, envejecer.



Martes, 14 de enero
EN CONTRA Y A FAVOR

Hablar de política es como hablar de fútbol. Todos tenemos una opinión formada y somos capaces de defenderla apasionadamente, pero sin convencer jamás a nadie salvo a los ya convencidos.
            Por eso yo no hablo nunca de política, sino de historia. Nunca comentaría, por ejemplo, que Manuel Marraco Ramón fue ministro de Hacienda en los años de la República y que le sucedió, si la memoria no me falla, Alfredo de Zavala y Lafora. Hablaría del estallido y de las consecuencias de la revolución de Octubre. O de los preparativos del golpe del 36.
            Ahora tampoco hablo de política, sino de las páginas de la historia que se están escribiendo delante de mí: la ruptura catalana con el Estado español, que ya parece haberse producido de hecho, aunque no de derecho; la operación a la brasileña de ciertos sectores de la judicatura que siguen viendo la democracia como algo peligroso y ajeno.
            No me gusta el fútbol, tampoco la política, pero me apasiona la historia. Especialmente esa parte que se desarrolla ante mis ojos y en la que me hago ingenuamente la ilusión de que puedo intervenir porque voto y doy gritos desde el patio de butacas de mi diario a favor de unos y en contra de otros.


Miércoles, 15 de enero
EL ARTE DE PONTIFICAR

“Ser padre es criar cuervos disfrazados de angelicales criaturas a las que preparamos, renunciando a tantas cosas, para que sean capaces de enfrentarse con el mundo y que siempre, siempre, comienzan probando su fuerza con quien más los quiere”.
            Parece la frase de un padre experimentado y desengañado, pero al parecer la he escrito yo, que no he tenido hijos. Encuentro la cita en un libro, Estaciones de paso, de Ricardo Álamo, profesor de filosofía y escritor tímido y muy dado a la admiración de sus contemporáneos, cosa poco frecuente.
            No recuerdo haber escrito esa frase, podía ser una cita apócrifa, pero me parece muy mía: yo soy de esas personas capaces de darle lecciones de albañilería a un albañil, de arquitectura a un arquitecto, de justicia a un juez y de cómo educar a los hijos a cualquier padre.
            Menos mal que ni mis amigos ni yo nos tomamos muy en serio esta manía mía de estar siempre pontificando, como buen español y como buen contertulio.


Jueves, 16 de enero
MINISTRABLE

Álvaro Sánchez León, periodista de investigación, colaborador de El confidencial y de otros medios, me envía el siguiente mensaje: “Muy buenas. Estoy preparando un reportaje sobre la intrahistoria de los nombramientos ministeriales. Tengo entendido que a usted le ofrecieron ser ministro de Cultura en esta última hornada y dijo que no. Me gustaría contrastar esa información y saber, si es posible, sus motivos. Muchas gracias”.
            La noticia no tiene ningún fundamento, por supuesto (quizá confundieron mi nombre con el de Luis García Montero), pero a mí me alegra el día.
            Soy un hombre tan modesto que con nada disfruta más que rechazando premios, cargos y honores. Lo malo es que hasta la fecha no había tenido ocasión de hacerlo. Según Álvaro Sánchez León, mejor informado que yo, he rechazado nada menos que un ministerio. Ahora solo me faltaría rechazar el Nobel para que mi felicidad fuera completa.


Viernes, 17 de enero
DE LA QUE ME LIBRADO

Cuanto en la tertulia los rumores sobre mi rechazo de un ministerio y nos reímos mucho.
            ––¿Te imaginas lo que ocurriría si fuera verdad y hubieras aceptado? Ya sé que tú no dejarías tus clases por nada del mundo, pero no te preocupes que no durarías ni un día en el cargo. En seguida se pondrían a rebuscar en lo que has escrito –mira lo que pasó con los artículos de Quim Torra– y aparecerían tus opiniones sobre esto y aquello en los medios digitales y hasta en el portada de El Mundo: el ministro de Cultura votó a Puigdemont en las últimas elecciones europeas, el ministro de Cultura piensa que se ha intentado un golpe a la brasileña contra el gobierno de Sánchez… No sigo, te quemarían en la plaza pública, aunque por lo menos tendrías el consuelo de que todo el mundo te leyera.
            ––Prefiero que no me lean y no reparen en mí. Solo así podré seguir hablando en libertad sin que de inmediato me llame al orden, como a Pablo Iglesias, el caducado Consejo General del Poder Judicial.

Sin propósito de enmienda: Juguete roto

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Sábado, 18 de enero
ENSEÑANZAS DE LA EDAD

No perder de vista las estrellas mientras se camina al borde del abismo. No dejar de amar cuando se deja de estar enamorado. Que la meta final de todo viaje sea siempre la misma: el punto de partida.


Domingo, 19 de enero
OTROS TIEMPOS

De vez en cuando me gusta agitar la charca en que pululan los malos poetas, sacarles de sus casillas. Pero ya casi nadie entra al trapo. Echo de menos los años ochenta, en que lanzaban andanadas contra mí una semana sí y otra también desde sus suplementos provinciales. ¿Dónde está aquel maravilloso panfleto de La fiera literaria, que no dejaba libre de insulto a nadie que tuviera talento o éxito? ¿Dónde  los enemigos feroces de la poesía de la experiencia, los García Pérez y los Rodríguez? Desaparecieron como verdura de las eras. Resultaban más divertidas las guerras poéticas de antes que las escaramuzas políticas de ahora.


Lunes, 20 de enero
EN LOS COMIENZOS

El próximo lunes, en el Ateneo Jovellanos de Gijón, he de dar una conferencia sobre medio siglo de vida literaria.
            Hace exactamente cincuenta años, en 1970, me dirigía yo a clase cuando en el escaparate de una librería, me llamó la atención un libro titulado Nueve novísimos y con una faja publicitaria (no la he vuelto a ver) en la que se leía: “¿La futura poesía española?”
            Lo compré y lo devoré de inmediato. Me interesaron más las poéticas que la mayoría de los poemas –se salvó Gimferrer, de quien pocos días después compré Poemas 1963-1969– y fue como encontrar de pronto a mis contemporáneos. Seguí de cerca el revuelo que causó una antología denostada por todos, por los poetas sociales y por los oficiales.
            Alguna influencia de esa lectura hay en los poemas de Marineros perdidos en los puertos, un libro que a finales de diciembre de ese mismo año envié a un concurso en Burgos. Recogí el premio el verano del año siguiente --en un acto en el que la estrella invitada era Félix Grande--, pero no se publicó hasta 1972, cuando ya mis intereses comenzaban a ir por otro camino.
            Mejor o peor, nunca tuve vocación de poeta local. Nadie había leído mi primer libro cuando se publicó. El primer lector –aparte de los miembros del jurado– fue Vicente Aleixandre o al menos el primero que me escribió comentándomelo. Y el primer poema que publiqué apareció en septiembre de 1971 en la malagueña Caracola, una revista en la que habían colaborado Juan Ramón Jiménez y Luis Cernuda.
            ¿Cómo entraba entonces un joven aprendiz de poeta, poco sociable y aislado en  Avilés, con la literatura de su tiempo? No existía Internet, no era tan fácil como ahora estar en contacto con lo que se publicaba en cualquier lugar del mundo.
En la librería Santa Teresa recibían Poesía española, que dirigía José García Nieto, y una de sus secciones consistía en dar cuenta de las otras revistas poéticas que se publicaban en España. Por ella me enteré yo de la existencia de Caracola, de la existencia en Salamanca de Álamo, que dirigía Juan Ruiz Peña, el autor del manual de literatura que yo había estudiado en el bachillerato, o de la existencia de Artesa en Burgos y del premio que convocaba para autores nuevos.
            Ahora, y supongo que entonces, hay poetas que envían sus versos a cualquier revista de la que tienen noticia, sin haberla hojeado siquiera, pidiendo que los publiquen. A Clarín me llegan muchas vaguedades poéticas por “si publicamos versos”. Yo, antes de mandar ninguna colaboración, pedía contra reembolso el último número de la revista que me interesaba. Luego, si me gustaba, me suscribía. Y solo más tarde, si me parecía que encajaba, enviaba una posible colaboración.
            En 1975 creé mi propia revista, Jugar con fuego, que llené de heterónimos antes de conocer a Pessoa. Como no tenía con quien hablar de literatura, me inventé un grupo literario. Siempre he sido un hombre de recursos. Les envié un ejemplar de muestra a los escritores que admiraba. ¿Cómo sabía su dirección? Muy fácil, leía en la biblioteca Bances Candamo Cuadernos Hispanoamericanos, que tenía la costumbre de poner, junto a la firma de los colaboradores, su dirección postal, como hoy en algunos casos se informa del correo electrónico.
            Uno de mis heterónimos le gustó a Juan Gil-Albert, un escritor que entonces se había puesto de moda, y cuando dos jóvenes poetas de Sevilla, Fernando Ortiz y Abelardo Linares, proyectaron dedicarle un volumen de homenaje como primer número de la revista Calle del Aire, les pidió que se pusieran en contacto con Alfonso Sanz Echevarría y le pidieran colaboración. Y ese fue el origen de mi relación con dos poetas que pronto incluiría en Las voces y los ecos, ya en reacción contra la estética novísima, y de mi relación editorial con Renacimiento, que todavía dura.
            ¡Cuántas cosas han pasado en este medio siglo! Pero yo tengo la impresión de que sigo siendo el mismo de entonces, alguien antipáticamente seguro, no tanto de lo que le interesaba en literatura y de lo que no, sino de lo que valía y de lo que no.
            Siempre tuve claro de lo que era en literatura la primera, la segunda y la tercera división, que nada tenía que ver con la mayor o menor fama, con vender mucho o poco. Yo siempre aspiré a jugar en primera y en la selección nacional. Y siempre supe quiénes no pasaban ni pasarían de la tercera, aunque coleccionaran premios (o por eso mismo). Si el poeta es amigo mío, procuro disimularlo. Pero siempre se me nota y no tarda en dejar de ser amigo.


Martes, 21 de enero
VIVIR SIN ESTAR VIVIENDO

¿Qué es de Antonio Gala? ¿Vive todavía?, me preguntan. Y yo pienso con tristeza en esos casos en que, cuando el telón desciende, ya hace mucho tiempo que la función ha terminado.


Miércoles, 22 de enero
UN ENCUENTRO

De pronto, ordenando papeles en mi despacho del Milán, aparece un número de Plural, la revista cultural del diario mexicano Excelsior que fue dirigida un tiempo por Octavio Paz (la abandonó para fundar Vuelta). Es un monográfico de noviembre de 1987, “70 años de cultura”, dedicado a la Unión Soviética: “70 años cumple la revolución que cambió, no solo un país, sino el mundo entero. 70 años con errores y aciertos, en los que son los aciertos los que han ido quedando, a veces penosa, pero siempre progresivamente. 70 años también de críticas justas y calumnias torrenciales, y 70 años de cambios que además han determinado una nueva cultura, nuevas maneras de interpretar la vida, diferentes lenguajes, hasta llegar a una nueva efervescencia en nuestros días”.
            ¿Quién iba a decir entonces que, dos años después, toda aquella fortaleza se desmoronaría como un castillo de arena? Ni los partidarios ni los detractores podían imaginárselo.
            Buena parte del número está dedicado “a los más grandes poetas del país soviético, desde Alexander Blok hasta Evgeni Evtushenko”. A ellos se les añade “la traducción de algunos poemas de una sorprendente niña que, por la profunda conciencia humana y la calidad de su palabra, es claro que no se trata de un precoz fuego de artificio”.
            Esa niña es Nika Turbiná, que tenía trece años en 1987 y que ya había publicado un libro y participado en multitudinarios recitales. Leo un poema suyo, escrito a los seis años: “La lluvia, la noche, la ventana rota. / Los trozos de vidrio / se ciernen en el aire / como hojas / que no se lleva el viento. / De pronto, un crujido. / De la misma forma / se quiebra la vida del hombre”. Otro poema, que no acabo de creerme que fuera escrito a los ocho: “Tú y yo hablamos / en idiomas distintos  / con las mismas palabras. / Tú y yo vivimos / en diferentes islas, / aunque en la misma casa”.
            En 1983, ya famosa, declaró: “Comencé a hacer versos de palabra, cuando tenía tres años… Golpeaba con los puños las teclas del piano y los componía… Los versos vinieron a mí como algo increíble que le sucede a la gente y luego se va… Pero mientras no se ha ido es como un sueño que no desaparece. Mientras escribo, siento que lo puedo todo, solo con que lo desee mucho, mucho… Hay tantas palabras dentro que hasta me pierdo en ellas”.
            ¿Qué habrá sido de esta niña prodigio, que ahora tendrá cuarenta y seis años?, me pregunto. Por unos momentos, mientras tomo un café, fantaseo sobre su vida. De pronto, me doy cuenta de que la respuesta la tengo en el teléfono. No fue larga esa vida: murió a los 27 años. De una caída, dicen en la Wikipedia. Otras páginas lo aclaran: tras una fiesta con unos amigos, en un quinto piso, estos la dejaron sola para ir a comprar más bebida y comida; ella se sentó en la ventana, con las piernas hacia fuera, y se cayó o se tiró o simplemente se dejó caer. No era la primera vez: ya había quedado malherida al caerse de un balcón, necesitó doce intervenciones quirúrgicas.
            Fue breve la vida de esta poeta precoz, pero inmensamente desdichada. Conoció en su infancia una fama prodigiosa: fue traducida a más de una docena de lenguas, Evtushenko la llevó de gira por Estados Unidos y la protegió hasta que temió que le hiciera demasiada sombra.
A los trece años comenzó a ser olvidada, como un juguete roto, nunca mejor dicho. A los dieciséis se casó en Suiza con el director de un hospital psiquiátrico sesenta años mayor. Le abandonó para volver a Moscú. Alcohólica, de precaria salud mental, la muerte fue para ella una liberación.
            Hace una hora yo no sabía siquiera de su existencia y ya he podido leer muchos poemas suyos en distintas páginas de Internet y encargado su libro La infancia huyó de mí, traducido por Natalia Litvinova y publicado en 2018 en Buenos Aires.
            También la he visto, con el cigarrillo en la mano y el vaso sobre la mesa, y la he escuchado recitar sus poemas. Ya forma para siempre parte de mi colección de fantasmas.


Jueves, 23 de enero
FRUSTRADO Y PERDIDO

Respiro aliviado: desde México, el adalid de los vates no clónicos responde a mis alusiones. Poeta frustrado y perdido en mi Vetusta mugrienta, me llama. Y lacayo del poder y limpiabotas de García Montero y unas cuantas lindezas más.
            Mientras se metan con uno, uno es alguien. Pero la edad nos vuelve tan insignificantes que cada vez resulta más difícil conseguirlo.




Sin propósito de enmienda: Mi descanso es pelear

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Sábado, 25 de enero
SENTAR CÁTEDRA

Parece que hablo siempre sentando cátedra, pero soy de esas personas que, en cuanto están seguras de una cosa, comienzan a dudar de ella.


Domingo, 26 de enero
DOS AMIGOS

Admiré a los dos, aprendí mucho de ambos, pero yo solo fui amigo de uno de ellos. Leo la correspondencia entre Eugénio de Andrade y Jorge de Sena como una fascinante novela epistolar, tediosa a ratos (¿qué novela no lo es?), pero abundante en lecciones sobre la vida, y con un protagonista tan inverosímil que parece de novela: un ingeniero que emigra a Brasil desde el Portugal salazarista y allí se doctora a los cuarenta y cinco años y se convierte en catedrático de literatura y en uno de  los máximos especialistas en la literatura clásica portuguesa y española, y en Fernando Pessoa, y en tantas otras cosas.
            Con Eugénio de Andrade me encontré en Coimbra en el verano de 1980. En una librería cercana al Arco da Almedina, compré el libro nuevo de un poeta que desconocía, Matéria solar. Lo leí de un tirón --era solo un puñado de poemas breves-- en el Café Arcadia, de la Rúa Ferreira Borges, al lado de uno de los ventanales cuyos cristales temblaban con paso cercano del tranvía. Pocos días después, el azar me regaló los dos elegantes tomos de Poesia e Prosa, la primera edición de su obra completa, aparecida el mismo año. Me deslumbraron esos mínimos textos, casi toda la página en blanco, a la vez sensoriales y meditativos, herederos de la poesía oriental y de la lírica arcaica griega, siempre tentados por el silencio.
            De Jorge de Sena, lo primero que conocí fueron los dos tomos de su Poesia de 26 séculos, la mejor antología de poesía universal que me ha sido dado encontrar. En ella aprendí yo, y en ella aprendieron algunos poetas cercanos, como Víctor Botas o Xuan Bello.
            Con Eugénio de Andrade me encontraría luego personalmente en tres ocasiones, una en Asturias y dos en Oporto. No olvidaré que en la última, tras enseñarme los libros más destacados de la sección preferente de su biblioteca (La realidad y el deseo dedicado por Cernuda, uno de Marguerite Yourcenar con poemas autógrafos en las guardas, entre otros), me mostró mi Poesía reunida, que guardaba en lugar destacado y en la mejor compañía.
            A Jorge de Sena no le conocí personalmente, pero casi. En un viaje a la Universidad de California en Santa Bárbara visité a su viuda, Mécia de Sena, quien me enseñó su biblioteca, la máquina en que escribía, sus papeles. Al Departamento de Estudios Hispano-Portugueses, que Sena había dirigido, le habían dado a su muerte el nombre del poeta, pero por desavenencias con Mécia habían tenido que quitarlo.
            No debía ser fácil el trato con Jorge de Sena, cuya ciclópea labor creativa e investigadora resulta casi increíble. Era un hombre demasiado grande para un país demasiado pequeño, pensaba él. Y quizá tenía razón. A Eugénio de Andrade lo tenía como secretario, no hay carta en que no le haga algún encargo a propósito de sus libros, que siempre se retrasan, que siempre tienen problemas con los editores y la imprenta.
            Cada obra que publica recibe los correspondientes elogios por parte de Andrade, pero a Sena nunca le parecen suficientes. “Estoy de acuerdo con que esos están entre los mejores poemas del libro, entre los más audaces y profundos que se han escrito en lengua portuguesa, pero también habría que señalar otros que no les van a la zaga”, le suele responder, y luego enumera casi todos los demás.
            Cuando se trasladó de Madison a Santa Bárbara, tardó en encontrar domicilio adecuado, así que con su mujer y dos de sus hijos tuvo que “acampar” en un motel, en dos pequeños cuartos donde se amontonaba el equipaje. “Los otros hijos –añade– vendrán de Madison, donde quedaron distribuidos por casas de amigos, cuando podamos ocupar nuestra propia casa”.
            Cuando yo visité esa casa, al pasar al salón, nos encontramos con un bebé de pocos meses en el sofá. “Disculpad”, dijo Mécia, “es mi nuevo nieto. Ahora viene su madre”. La familia de Jorge de Sena siempre fue una familia numerosa, como numerosa –inabarcable– fue su labor creativa.
            La admiración por Eugénio de Andrade ha resistido el paso del tiempo; la de Jorge de Sena –antipático titán– ha mermado un tanto, quizá injustamente. En algún libro mío, o quizá solo en las páginas dominicales de El Comercio, entre otros epigramas a escritores portugueses, aparece el que le dediqué: “¡Tan fanfarrón! / No parecía portugués, / sino español”.
           

Lunes, 27 de enero
LENGUA Y DEMOCRACIA

Ando estos días debatiendo con los anónimos comentaristas de mi blog “Café Arcadia” sobre la corrección sintáctica de tal o cual frase.
            No les entra en la cabeza que, en el lenguaje, los errores son siempre individuales, nunca colectivos.
            El español no se habla mejor en Valladolid que en Murcia, en Madrid que en Asunción: simplemente, se habla de otra manera.
            El lenguaje es la democracia perfecta: la mayoría siempre tiene razón.


Martes, 28 de enero
DORMITA HOMERO

Mi memoria para los versos no se limita a los especialmente memorables. También recuerdo otros más o menos risibles de autores destacados, desde el “que me voy, que me voy, que me fui”, de Juan Ramón Jiménez, hasta el Pocholo que rima con gladiolo en un poema de amor de Gimferrer, pasando por varios de los proverbios y cantares de Antonio Machado: “En esta España de los pantalones / lleva la voz el macho, / mas si un negocio importa, / lo resuelven las faldas a escobazos”.
            Creo que él lo eliminó, y con razón, de su poesía completa, pero los editores nos lo siguen recordando a pie de página. Me viene a la memoria al leer la segunda entrega de Mediodía, en la que se recupera un artículo desconocido de Machado, “España y la guerra”. Apareció el año 1916 en la revista La Nota que se publicaba en Buenos Aires en apoyo de los Aliados. La dirigía Emín Arslan, druso de origen libanés que ejercía el cargo de cónsul general de Turquía. O al menos eso es lo que nos dice la investigadora que ha descubierto el texto, Elisabeth Delrue, aunque a mí me extraña mucho que el imperio otomano, aliado de Alemania, financiara una publicación aliadófila.
            Pero no se trata de comentar ahora un desliz erudito, sino de tomar nota de la misoginia de Machado. Una de las causas del atraso español se debe a que “la mentalidad rural y femenina no ha sido aún superada plenamente por el elemento varonil y ciudadano”. Un poco más adelante, anticipa o glosa la coplilla que con muy buen criterio haría desaparecer después: “Si el hombre no eleva a la mujer, la mujer degrada al hombre; si el varón no tira hacia arriba, la mujer tira hacia abajo. Donde el hombre no pretende otro privilegio  –digámoslo en frase vulgar– que el de los pantalones, se da esta cómica paradoja social: toda cuestión de alguna trascendencia la resuelven las faldas a escobazos”.
            No sé si a Antonio Machado le haría mucha gracia el rescate de este artículo, que termina con un elogio de “nuestro rey Alfonso, cuyas tendencias marcadamente liberales no son ya un secreto para nadie”.


Miércoles, 29 de enero
CADA VEZ PEOR

No soy yo de los que se quejan por ir cumpliendo años. Más bien me parecen un regalo. Lo que me preocupa es lo que va haciendo con uno la edad. Yo, optimista siempre, creo que, por lo general, mejoro.
            Pero a veces saltan las alarmas: de pronto me noto más impaciente con los tontos, más intolerante, más autoritario. Siempre me ha gustado mandar, para qué vamos a negarlo. Esa es mi secreta vocación. Frustrada, porque nunca he tenido a quien mandar, salvo a mí mismo.
            No me preocupa cumplir años, me preocupa irme volviendo más insoportable. Menos mal que he tomado la precaución de vivir solo y así nadie tiene que soportarme por obligación, salvo yo mismo.


Jueves, 30 de enero
SOY MEJOR

Qué mala es la gente, me digo con una sonrisa (en ese sentido, yo soy más gente que nadie). Me gusta comprobar las lecturas en Internet que tienen las reseñas que publico cada semana desde hace años. Resultan muy similares, entre novecientas y mil (no soy yo de audiencias multitudinarias), pero de vez en cuando hay alguna que se dispara, que recibe el doble o el triple de la habitual. La última, el comentario de las memorias de un coetáneo al que admiré mucho en mis comienzos (y eso que piadosamente me contuve todo lo que pude ante tal acumulación de patéticos disparates); la penúltima, el libro sobre Ángel González de Ricardo Labra, aunque en este caso, más que mis ponderados puntos sobre las íes, lo que creo divierte al personal es su irritada respuesta.
            No sé yo si, como Mae West, cuando soy bueno soy muy bueno, pero de lo que estoy seguro es de que, cuando soy malo, soy mejor.


Viernes, 31 de enero
NO ME QUEJO

Somos desagradecidos por naturaleza. Si yo soy el primero en serlo, ¿a qué quejarme de que lo sean conmigo los demás? Me molesta un poco, por supuesto, pero se me pasa pronto.
            Yo, tan machadiano, discrepo de mi maestro en un punto, como he indicado más de una vez, en aquello de “y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito”.
            Como él, como tantos,  yo también “a mi trabajo acudo, con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que habito/ el pan que me alimenta y el lecho en donde yago”. Pero nadie me debe nada de lo que he escrito. Todo lo contrario: mis lectores, solo por serlo, me hacen el mayor de los regalos. Incluso los que se indignan con lo que escribo, o sobre todo ellos: puedo vivir sin admiradores, estoy acostumbrado, pero me moriría de aburrimiento sin detractores.


Sin propósito de enmienda: Declaro mi amor

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Sábado, 1 de febrero
PEROGRULLADAS

Lloriquean los periódicos porque el Reino Unido abandona por fin la Unión Europea. Puede servirles de consuelo que hicieron todo lo posible por impedirlo.
            ––¿Y a ti no te parece un día triste?, me pregunta Abelardo Linares.
            ––A mí me parece un triunfo de la democracia frente a la estupidez.
            ––Vaya, resulta que ahora te has vuelto euroescéptico como la ultraderecha.
            ––Ni euroescéptico ni todo lo contrario. Pero yo nunca pensé que la Unión Europea tuviera, como el Infierno de Dante, el lema “lasciate ogni speranza, voi che’entrate”. Un país, para abandonarla, no debería necesitar más que expresar su voluntad de hacerlo. A continuación, se negocia discretamente lo que haya que negociar y santas pascuas. Pero hay que ver la que armaron, contando con la minoría de dentro, para lograr revertir el resultado del referéndum. Afortunadamente, los ciudadanos británicos, en las últimas elecciones, les dieron con el voto en las narices.
            ––¡Tú es que hasta eres capaz de defender a la Venezuela de Maduro!
            ––Lo que no voy a hacer es ponerme del  lado de quienes estrangulan económicamente a Venezuela mientras aplauden, y hacen buenos negocios con ella, a la Arabia del Príncipe Descuartizador.
––Y de Cataluña ni hablamos, que ya sabemos lo que piensas.
                        ––En eso soy de la escuela de Pero Grullo, pienso lo que pensaría cualquiera que  se tomara el trabajo de pensar. Que en democracia Cataluña debe ser lo que decidan los catalanes. Exactamente lo mismo que pienso de Galicia o de Andalucía.
            ––Eres de lo que no hay.
            ––Ya decía Oscar Wilde que el sentido común es el menos común de los sentidos.


Domingo, 2 de febrero
PELÍCULAS

Veo Río Grande, la película de John Ford, en el Teatro Filarmónica y, como siempre ocurre, veo a la vez otras películas que yo me invento. Han pasado setenta años desde que se estrenó, los mismos que yo tengo. ¿Qué habrá sido de los actores? De algunos –John Wayne, Maureen O’Hara– conozco el final; de otros he de imaginármelo. Un libro que contara los encuentros y desencuentros de estas vidas sería apasionante y triste.
            Solo uno tiene posibilidades de seguir con vida: Claude Jarman, el adolescente Jeff Yorke que busca al padre en el militar que lo abandonó de pequeño.
            El móvil –ese prodigio que cabe en el bolsillo– me indica que nació en 1934, que ahora tendría 86 años, o quizá 85, los mismos que mi amigo José Manuel Feito, con quien suelo comer los sábados y debatir de teología. Su carrera como actor fue corta, diez años, desde 1946, con un premiado papel, hasta 1956. ¿Qué fue de él los más de sesenta años transcurridos desde entonces? La Wiquipedia solo me informa que se casó tres veces, la última, que parece la definitiva, en 1985.
            Cualquier vida es un enigma. ¿Es también un fracaso? Quizás, pero todas ellas, bien contadas, resultan apasionantes.
En estas cosas pienso yo mientras contemplo en el blanco y negro de la pantalla el ir y venir de la caballería y su lucha contra los apaches que me devuelve al cine de los domingos de mi infancia y al cine de los sábados de Antonio Martínez Sarrión: “maravillas del cine galerías / de luz parpadeante entre silbidos / luego la cena desabrida y fría / y los ojos ardiendo como faros”.


Lunes, 3 de febrero
BRUMOSO AYER

En una novela de José Carlos Llop, El mensajero de Argel, con hermosa cubierta de Dis Berlin,  encuentro dos borrosas fotografías en las que aparezco en el claustro de una catedral, junto a él, su mujer y Andrés Trapiello.
            No recuerdo si leí o no en su momento la novela, no recuerdo tampoco cuándo fueron hechas las fotografías. Me pongo a releerla y, aunque me desilusiona pronto, llego hasta el final. Como en todas las suyas, lo que importa es la atmósfera, no la trama, que deja de interesar a los pocos capítulos.
            Mientras la voy leyendo recuerdo otra novela, la de aquel encuentro lierario en Santiago, el año 2000, en el que coincidí con Llop y con Trapiello. Recuerdo que, cuando me dirigía hasta allí, en una parada del autobús en Luarca, me enteré de que el Partido Popular había ganado las elecciones con mayoría absoluta. Aquello me deprimió mucho y llegué a Santiago esperándome lo peor para los años siguientes.
            ¿De qué hablé entonces con dos escritores a los que siempre he admirado, aunque con una admiración en la que no faltan los peros, como suele ser la mía? No lo recuerdo, sí recuerdo un paseo por los tejados de la catedral en el que a Llop le entró un ataque de pánico al asomarse al final de la escalera y se quedó allí dentro, quieto, aterrado. Trapiello le invitaba a salir y a contemplar el panorama de la ciudad. A Llop le molestaba su insistencia: “Me trata como a un niño. Cree que lo hago por gusto”.
            “Tengo cuarenta años y empiezo a no reconocerme en los espejos”, comienza uno de los capítulos de El mensajero de Argel. “Un extraño me espía en los espejos” escribí yo algunos años antes.
            Las novelas de Llop son como las de Gabriel Miró: están llenas de páginas admirables que, sin embargo, no nos animan a seguir leyendo.
            Contemplo esas viejas fotografías ahora recuperadas y pienso que mi vida, cualquier vida, está llena de imágenes sueltas, de borrosas escenas que no soy capaz de ordenar para que cobren algún sentido.


Martes, 4 de febrero
REGALO ELECTORAL

“¿Y no te da vergüenza apoyar a un gobierno que hace lo que le mandan los independentistas?”, me pregunta mi amigo facha. (Él se ofende si le llamo así. “Yo no soy facha sino liberal”, me dice. “Sí, tan liberal como Cayetana Álvarez de Toledo”. “Exacto”. Y se queda tan contento mientras yo sonrío.)
            La verdad es que no me da vergüenza, todo lo contrario. Me alegra que para aprobar los presupuestos tengan que entenderse con Esquerra. Es la única manera de que, desde este lado, se pueda aportar algo de racionalidad al conflicto catalán.
            No deja de ser un maravilloso regalo del resultado electoral que, para mantenerse en el poder, el partido de  García-Page, González y otros demócratas de la misma especie, tenga que apostar por el diálogo y la sensatez.


Miércoles, 5 de febrero
DISCULPAS PÓSTUMAS

Muere George Steiner, un sabio de otra época, y se publica su última entrevista. Sorprenden algunas preguntas: “¿Querría pedirles disculpas a alguien con quien se hubiera peleado?”
            Si quería pedir disculpas, una carta privada o una llamada telefónica parece lo mejor. Pero él prefiere disculparse en público, y ya desde la otra orilla, con una persona “cuyo nombre no puede decir”. Se trata de alguien que durante mucho tiempo fue su amigo íntimo y con el que discutió por un asunto estúpido: “Una frase mal escrita en una carta hizo saltar por los aires nuestra relación de años”.
            A mí me ocurrió tres o cuatro veces –quizá alguna más– con personas a las que apreciaba. Tardé en pedir disculpas, pero siempre las pedí. Unos las aceptaron y otros no. Los que no las aceptaron pronto dejaron de preocuparme: quien no es capaz de perdonar un pisotón involuntario, por doloroso que sea, no me parece que sea alguien cuya amistad merezca la pena.
            Sigue Steiner con otras palabras que también podría haber dicho yo: “He pagado un precio por mi ironía, a menudo muy mordaz y no siempre bien recibida”.
            Yo, tan vanidoso siempre, durante mucho tiempo he considerado mi ironía como un test de inteligencia: quien no es capaz de seguir el juego no recibe el aprobado.
            Ahora ya no lo considero así, ni tampoco creo que la inteligencia sea la cualidad principal. Prefiero la bondad, pero bien entendida, que a nada soy más alérgico que a la bondadosa bobería.
            En literatura hay mucha gente que no me quiere bien y lo comprendo perfectamente: a nadie le gusta que le digan públicamente sus fallos, y yo no me he dedicado a otra cosa, pero a la mayoría ni siquiera los conozco personalmente.
             Amigos que hayan dejado de serlo, por mis comentarios sobre sus versos o sus prosas, hay menos. Y a los que tienen talento los he recuperado.


Jueves, 6 de febrero
ATENTOS A LA PANTALLA

Hace tiempo que he dejado de estar enganchado a ninguna serie de televisión, pero cada día soy más adicto a la historia de España, a los viejos episodios revisitados y a los capítulos de estreno: no hay día sin su dosis de intriga y emoción.
            Me interesan los protagonistas principales (el galán Sánchez que sale con bien de cualquier trampa que le tienden sus adversarios o sus correligionarios, el santo varón encarcelado que perdona a sus enemigos, el rebelde sin causa y con cartera), pero creo que el mayor acierto de los guionistas está en los secundarios. Ya he contado cuánto me fascina Cayetana Álvarez de Toledo, sibilante sirena cuyo canto lleva a la derecha a la perdición. También Ortega Smith, siempre dispuesto a saltar a la trinchera enemiga y a pegarle cuatro tiros a cualquier “hijo de puta” del  Daesh o de dónde sea que se le ponga por delante. Me recuerda a los tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín, con Pedrín convertido en entrañable alcalde de Madrid.


Viernes, 7 de febrero
SIGO ENAMORADO

Como la Nochebuena para los que no tienen familia, el próximo viernes, 14 de febrero, es uno de los días más tristes del año para los que viven solos o mal acompañados.
            No es mi caso, yo sigo enamorado, y no solo del amor en general o de mí mismo, como pensarán los mal pensados, sino del amor de las flechas y el corazoncito, del amor en pareja.
            Y mi pareja es ella y es él, que en eso soy hombre con pocos prejuicios, y mi amor es cada vez más apasionado, lleno de cotidianos descubrimientos y deslumbramientos. 
            Mi pareja se llama Mundo, se llama Realidad, y hace setenta años que nos conocemos. Yo nunca me cansaré de él o ella y me gustaría que ella o él nunca se cansaran de mí.


Sin propósito de enmienda: No me lo puedo creer

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Sábado, 8 de febrero
LOS VIAJES EN EL TIEMPO

En 1887 se publicó en Estados Unidos la novela Looking backward, de Edward Bellamy, que imaginaba cómo sería el mundo en el año 2000. Sonrío al leer cómo se describen los adelantos técnicos de ese futuro que ya es pasado: “En vez de enviar por el correo paquetes postales, van por tuberías desde los almacenes, con una velocidad de todos los diablos, trajes, brinquillos, alhajas y hasta pianos de cola y coches de cuatro asientos. Tal modo de remitir, o su artificio, se llama el teléstolo o el telepístolo y es complemento del telégrafo y del teléfono. Este último se ha perfeccionado ya a tal extremo en nuestra Utopía que cada cual le tiene en su casa y, sin salir de ella, oye si quiere óperas, comedias, sermones y conferencias de Ateneos y Universidades sin perder nota ni palabra ni tilde”.
            Comenta el libro Juan Varela, con su eutrapelia habitual en un número de La España moderna (junio de 1890), que yo leo esta tediosa tarde de sábado como una manera de viajar en el tiempo. Emilia Pardo Bazán habla de la mujer española, Cánovas de la democracia en Europa y America, Palacio Valdés de un libro de Miguel Moya sobre los oradores políticos, Fray Zacarías Martínez del moderno Anticristo, un tal Renán, se traduce además un cuento de Dostoyevski y un ensayo de Schopenhauer.
            Viajar al pasado es posible y una de mis excursiones favoritas; fantasear el futuro, una manera de hacer el ridículo. En el año 2000, según Edward Ballamy, habrán desaparecido los ejércitos, la educación durará hasta los 21 años, el trabajo hasta los 45, luego quedarán otros tantos para disfrutar de la jubilación (la edad media de vida serán los 90 años).
            Infortunadamente se equivocó en eso, pero también, afortunadamente, en otra de sus profecías, que don Juan Valera celebra mucho: en el 2000 habrá desaparecido “la vulgar corriente progresista que pretende que la mujer ejerza los mismos empleos públicos que el hombre y sea alcaldesa, diputada, ministra, senadora o académica”. Esas pretensiones, “de una insufrible y antiestética ordinariez” según Valera, desaparecerán como una mala moda y en el 2000 las mujeres “reinarán en los salones e inspirarán en los varones los más nobles sentimientos y altas ideas, y harán que él, por el afán de complacerlas, enamorarlas y servirlas, sea o procure ser dechado de virtudes y modelo de distinción, discreto, limpio, peripuesto y atildado”.
            Qué cosa pensaban los grandes hombres de hace un siglo (y de hace mucho menos tiempo, por cierto). No sabemos qué resulta más ridículo, si esos pianos de cola que viajan por tuberías a toda velocidad o esas imaginadas mujercitas que reinaban en los salones y se dedicaban a pulir y entretener a los varones.


Domingo, 9 de febrero
ESTUVE EN SU LUGAR

Veo a Oriol Junqueras en la cárcel entrevistado por Jordi Évole. Se muestra educado, tranquilo, muy consciente de que él es quien ha hecho lo correcto y otros los que han cometido, y siguen cometiendo, un delito de lesa democracia y de lesa humanidad. Muy seguro también de que la historia –más pronto que tarde– pondrá a cada uno en su sitio.
            Pero a mí me angustian esos años de un hombre de bien –no es el único, pero en él personalizo a todos– privado de libertad. ¿Quién se los podrá devolver?
            Me angustian porque me resulta fácil ponerme en su lugar, un lugar en el que yo también estuve. Pero sufro por él, no por mí, que mis viejos recuerdos madrileños de 1974 –el dictador todavía fusilaba– hace tiempo que han caducado. Ahora son solo una anécdota que añade algo de interés a una biografía funcionarial y anodina.


Lunes, 10 de febrero
CUARENTENA

Esta noche soñé que aparecía un caso de corona virus en el campus del Milán y que nos obligaban a todos, estudiantes y profesores, a guardar cuarenta. Un mes entero sin salir de casa. Para mí sería el mayor de los castigos, casi preferiría enfermar.
            Peor que mi sueño es la pesadilla de esos turistas de un crucero encerrados en su camarote en algún caso interior y sin ventanas. Solo suben a cubierta una hora cada dos días.
            No recuerdo haber estado nunca ni siquiera un día sin salir a la calle, aunque alguna vez tuve gripe, como todo el mundo.  No me hace falta ningún psicoanalista para saber de dónde viene esa fobia mía: de la eternidad que pasé incomunicado en una celda sin salir de ella más que para interrogatorios prolongados y poco amables.
             

Martes, 11 de febrero
SE HAN LUCIDO

Me envía Juan Bonilla su respuesta a la reseña que el pasado sábado dedicó Edgardo Dobry a Tierra negra con alas, la antología de poesía vanguardista latinoamericana que ha publicado junto a Juan Manuel Bonet.
            Se trata de una reseña feroz, de las que a mí me gustan. Pero esas reseñas que van a degüello y destrozan un libro no están al alcance de cualquiera.
            Exigen, en primer lugar, leerse atentamente el libro a abatir; leerlo dos o tres veces (yo lo he hecho con el último libro de poemas de Jaime Siles, toda una heroicidad) y razonar luego bien las discrepancias.
            Pero Edgardo Dobry es, al parecer, profesor universitario y tiene todos los malos modos de los evaluadores académicos, que dan o niegan sexenios (sobresueldos) a los profesores según sus “trabajos de investigación”, que no se toman el trabajo de leer, según cumplan o no ciertas normas externas, entre ellas haber sido publicados en determinadas revistas o editoriales.
            Edgardo Dobry, ingenuo él, acusa a una obra de la que es coautor Juan Manuel Bonet de utilizar solo “una bibliografía mínima” que es como decir que Menéndez Pelayo escribe la historia de la literatura española sin haberse documentado previamente.
            No hay nadie, ni dentro ni fuera de la universidad, que conozca tan bien la poesía vanguardista latinoamericana como Juan Bonilla y Juan Manuel Bonet, bibliófilos y coleccionistas que tienen las raras primeras ediciones –y en muchos casos únicas– que nadie tiene, y encima se las han leído.
            Tierra negra con alas es un prodigio de inteligencia y erudición, una continua caja de sorpresas. Incluso yo –que no siento especial admiración por las vanguardias– descubro poemas memorables de poetas de los que ni había oído hablar.
            Edgardo Dobry y Babelia se han lucido. Qué manera más espectacular de hacer el ridículo.


Miércoles, 12 de febrero
¡INCONCEBIBLE!

–-¿Pero es que no sabes la última de Pedro Sánchez?, me pregunta mi amigo liberal (no le gusta que le llame facha, ni siquiera no mencionando su nombre). ¡Se ha referido a Guaidó como líder de la oposición en Venezuela!
            ––¿Qué me dices? ¡No me lo puedo creer! Debe de ser la única persona del mundo que no sabe que el líder de la oposición en Venezuela es Donald Trump.


Jueves, 13 de febrero
CINE EDUCATIVO

 A mí no me escandaliza, me divierte el espectáculo de la oposición en el parlamento. Qué gran papel el del diputado de Ciudadanos, cuyo nombre no recuerdo, en su gracioso numerito digno del club de la comedia.
            También se lució con sus ironías mi admirada Cayetana Álvarez de Toledo. “¿Que la vicepresidenta de Venezuela no pisó tierra española? Pues entonces la llevaría en brazos, o en sillita de la reina, el señor Ábalos” (grandes risotadas en la bancada popular).
            El ministro de Justicia dijo que deberían seguir un cursillo jurídico antes de hablar de ciertos temas. Yo, más didácticamente, por algo soy profesor, les pondría una película, La terminal, de Steven Spielberg, con Tom Hanks como protagonista.
            Víktor Navorski se dirige a los Estados Unidos, pero durante el vuelo hay un golpe de Estado en su país y, como consecuencia, su pasaporte pierde validez y no puede entrar en Norteamérica ni ser devuelto al punto de partida. Permanece en el aeropuerto John Fitzgerald Kennedy durante más de un año. Legalmente, no podía pisar y no pisó tierra de Norteamérica, aunque no le tuviera nadie durante un año en brazos, admirada Cayetana.
            ¡Pero eso es una película!, replicarían los diputados de Vox. Y película por película nosotros preferimos las del Oeste, donde indios y alimañas se exterminan a tiros.
            Es una película, sí, pero inspirada en un caso increíble, pero cierto, el del ciudadano iraní Mehran Karimi Nasseri que vivió en el aeropuerto Charles de Gaulle, por tener prohibido entrar en Francia, entre 1988 y 2006.



Viernes, 14 de febrero
ALGO ME FALTA

Disimulo todo lo que puedo, trato de que no me afecte, me repito que estoy como siempre he querido estar, que no echo de menos nada ni a nadie. Pero tal día como hoy no puedo dejar de sentirme melancólico, aunque me ponga una sonrisa en los labios el anónimo ramo de flores que cada año por esta fecha aparece en mi despacho.
            A mi edad, todos mis amigos se han divorciado por lo menos una vez. Me temo – vuelvo a sonreír-- que yo me moriré sin conocer esa experiencia.

Sin propósito de enmienda: Vivo en un escaparate

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Sábado, 15 de febrero
ME ARREPIENTO, PERO POCO

Cuando uno deja atrás la adolescencia y se adentra en la madurez –en mi caso algo tardíamente, debo reconocerlo: a punto de cumplir setenta años–, comienza a pensar en las cosas que ha hecho mal y se llena de remordimientos.
            Me temo que he sido cruel, y no siempre involuntariamente, en mi trato con los demás. He utilizado la lógica como una apisonadora y jamás he perdido ocasión de darle a entender que tenía poco o ningún talento a quien yo creía que tenía poco o ningún talento.
            He carecido de tacto, no he sido capaz de dominar la base de toda cortesía: el arte de mentir. Y no es que no mintiera tanto como cualquiera, es que se me notaba demasiado.
            En mi favor debo decir que el tener poco o ningún talento literario no siempre es un inconveniente para el éxito literario. Vicente Aleixandre, a propósito de un poeta canario muy traducido a todas las lenguas, hablaba de la Internacional de los Mediocres. A esa liga se apuntan muchos de los desdeñados por mí y luego me miran por encima del hombro desde su Loewe o sus ediciones anotadas en Cátedra o sus multitudinarias presentaciones (a las mías van cuatro gatos).
            Eso no me disgusta. Lo malo es que algunos –lo más resentidos y menos inteligentes, aunque listos– ni siquiera con el Cervantes y el Reina Sofía y todos los galardones habidos y por haber son capaces de perdonarme que yo los siga considerando una quejumbrosa mediocridad.


Domingo, 16 de febrero
CAER DE PIE

Me encuentro con Martín López-Vega en el habitual café del Fontán. Es la primera vez que le veo después de su exitosa escapada de la trampa en que él mismo se había metido. “Eres un Houdini”, le digo, y le cuento cómo hace algunos domingos, cuando tomaba café en Los Prados, se me acercaron Chelo Vega y Antón García –que se mueven como pez en el agua por los caladeros de la administración autonómica– para contarme lo enfadados que estaban en la Consejería, no porque hubiera dejado  la Dirección General de Cultura, sino por sus declaraciones sobre los motivos.
            –Bueno –les repondí–, yo habría hecho lo mismo. Sus razones no eran inconfesables, todo lo contrario. En asuntos que tienen que ver con la función pública, mejor no andarse con secretos. Lo que a mí extrañó fue que aceptara un cargo semejante. Lo suyo es un trabajo que le haga ir de Cracovia a Chicago, de Alejandría a Lisboa. Lo tenía y lo dejó para aceptar un cargo en que todo estaba atado y bien atado (comenzando por cierto premio de poesía que quería reconvertir), un cargo que le hacía moverse entre Gijón y Oviedo, Avilés y Mieres, con Sotrondio o Cabañaquinta como destinos más exóticos.
            Conozco a Martín López-Vega desde que comenzó a estudiar en el Milán y a ir por la tertulia. A los dieciocho años me enseñaba los poemas para que los corrigiera, a los diecinueve ya dejó de hacer caso a mis sugerencias. Pero algunos todavía piensan que yo soy, o he sido, su mentor. Y la verdad es que al principio lo intentaba y le daba buenos consejos. Nunca hizo el menor caso de ellos, e hizo bien.
            Escapar de Asturias, aprender idiomas raros (los habituales parecía saberlos desde siempre), recorrer el mundo, fue desde niño su máxima ilusión. Y ha conseguido hacerla realidad. Cada dos o tres años abandona su trabajo –a pesar de mis sensatas advertencias– para ponerse a disposición del azar. Y siempre cae de pie.
            Le admiro, pero no le envidio demasiado. Para mí el no cambiar, el seguir en el mismo sitio medio siglo después, es la mayor aventura.


Lunes, 17 de febrero
LA ENFERMEDAD

La casualidad hace que lea seguidas, ayer una, hoy otra, dos obras contrapuestas y con un nexo en común, la enfermedad.
            La novela de Azorín, El enfermo, se publicó en 1943, cuando el autor cumplía setenta años, y está escrita con una morosa serenidad que a mí me resultó exasperante cuando la intenté leer por primera vez. Comienza describiendo la casa en que habitan los personajes, luego el pueblo, más tarde el valle del que ese pueblo, Petrel, forma parte. .. Solo en el capítulo quinto aparece Víctor Albert, el hipocondríaco protagonista que charla con los médicos y fantasea con los nombres de los remedios y las enfermedades. Una obra menor, muy menor, una nadería que yo leo una apacible tarde en que parece detenerse el tiempo.
            Sensación contraria la que me produce No entres dócilmente en esa noche oscura, de Ricardo Menéndez Salmón, despiadado ajuste de cuentas familiar. En más de un momento, nos hace sentirnos incómodos, con ganas de mirar para otro lado o taparnos los oídos como obligados a asistir a una pelea familiar. Azorín acaricia (y mece y adormece), Menéndez Salmón araña o golpea, aunque de vez en cuando nos ofrece un remanso reflexivo con el empaque estilístico que le caracteriza.
            Hay quien se siente obligado a dejar minuciosa constancia del sufrimiento que acompaña al final de todo sufrimiento; otros prefieren que la mano piadosa del olvido borre en lo posible ese amargo trance y recordar del ser querido solo los momentos felices.
            Yo soy de estos últimos. No me gusta recrearme en el recuerdo de las desdichas vividas, a no ser que ese recuerdo sirva para algo. Menéndez Salmón –quizá con mejor criterio– opina lo contrario y no nos ahorra ninguna llaga.


Martes, 18 de febrero
STRIPTEASE SEMANAL

----¿No tienes la sensación de vivir en un escaparate? --me preguntan a veces--. Recuerdas a Simenon que una vez, como reclamo de no sé qué periódico, se metió en una jaula de cristal y escribió una novela a la vista de todos con temas y personajes elegidos por el público. Pero tú no escribes una novela, cuentas tu vida. Y lo haces desnudándote cada semana a semana en directo delante de todos.
            ¿Me desnudo? Sí, pero solo hasta cierto punto. Muestro lo que quiero mostrar, ni un centímetro más. El mío es un stripteaseque evita ciertas intimidades, y no por censura o autocensura, sino porque ninguna realidad puede competir con la imaginación de los espectadores.


Miércoles, 19 de febrero
RESPONDO A UN CUESTIONARIO


Una ciudad.
––Nápoles.
Un escritor.
––Sócrates, que no escribió ni una línea.
Un río.
––El Misisipi de la aventuras de Huckleberry Finn
Un café.
––El Slavia, en Praga
Un amor.
––El amor propio.
Un poema.
––“Para ser grande, se entero: nada tuyo / exageres o excluyas. / Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres / en lo mínimo que hagas. / Así la luna entera en cada lago brilla / porque alta vive”, de Fernando Pessoa-Ricardo Reis.
Una calle.
––La barojiana Rue du Port-Neuf, en Bayona.
Un parque.
––El cementerio de Plain Palais, en Ginebra
Un hotel.
––El Pierre Loti, de Estambul.
Un acontecimiento histórico.
––El momento en que Rosa Parks se negó a levantarse de un asiento del autobús reservado a los blancos.
Un desengaño.
––¿Amoroso? El último, que siempre es el peor.
Una palabra.
––Yo.
Una novela.
––Cualquiera de las que me imagino cada noche mientras llega el sueño.
Un deseo inconfesable.
––Uno que no necesito confesar porque se me nota demasiado: ser siempre el que manda.
Un epitafio.
––Mi nombre, dos fechas (lo más alejadas posibles) y una rosa recién cortada, muchos años después.


Jueves, 20 de febrero
NO HABLO MAL DE CUALQUIERA

––El otro día –me dice una amiga en el Vetusta–, mientras presentaba su obra, escuché a un autor quejarse de quienes libros que les parecen malos cuando hay tantos buenos que comentar. Creo que se refería a ti y estoy de acuerdo.
            ––Un honor si se refería a mí, pero no estoy de acuerdo. Hablar mal de un libro malo que nadie conoce resulta absurdo, no hablar mal de un libro malo que todos dan por bueno, que se promociona por todas partes y que desplaza a los demás en los escaparates, es para un crítico literario una imperdonable cobardía. Pero tú no te preocupes que de tu libro, cuando se publique, no voy a hablar mal.
            Ella sonríe agradecida y yo callo la razón: jamás me meto con nadie que no merezca la pena.


Viernes, 21 de febrero
MALA CONCIENCIA

Me llega confusamente –un amigo lo ha leído en la Wikipedia– la noticia de la muerte de Eduardo Errasti, uno de los jóvenes poetas que fundaron la tertulia Óliver, allá por 1980. Se separó muy pronto y se convirtió en un tenaz detractor. No había entrevista en que no hablara mal de la tertulia y especialmente de mí. Luego se fue borrando del mundo literario y le perdí la pista, aunque de vez en cuando algún conocido me contaba que lo había escuchado despotricar contra mí y los poetas de la experiencia en la librería de viejo que frecuentaba.
            Ahora no sé a quién preguntar sobre la exactitud de ese dato (quizá falso, quizá una macabra broma digital), que no encuentro confirmado en ninguna parte, pero que me nubla el día y borra de la memoria al pertinaz detractor y vuelve a poner ante mí al vehemente joven al que di clases, al joven poeta impetuoso al que tal vez yo, en aquellos remotos años, no traté con excesiva benevolencia.


Sin propósito de enmienda: Atrapados

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Sábado, 22 de febrero
LA PESTE EN VENECIA

A poco de llegar al Hotel des Bains, en el Lido, comenzó a notar que la clientela, en lugar de aumentar, como solía ocurrir por esas fechas, disminuía.
            Una tarde el peluquero le habló de cierta familia alemana que acababa de partir tras una breve estancia. “Pero usted se queda, el mal no le da miedo”, añadió. “¿El mal?”, preguntó extrañado. El peluquero cambió de conversación.
            Otro día, mientras tomaba el té en la terraza del Florian, notó un olor dulzón y medicinal que evocaba “miseria, heridas y una higiene sospechosa”.
            Los periódicos locales no decían nada y en los alemanes, que pronto dejaron de aparecer en el hotel, se hablaba unas veces de una epidemia que había producido veinte, cuarenta o incluso cien muertos, y otras de casos aislados, llegados de fuera.
            Preguntó en una agencia de viajes inglesa. “No hay razón para inquietarse, señor, este tipo de medidas se toman a menudo para prevenir los efectos malsanos del calor y el siroco”, le respondieron en un tono de lección mal aprendida. Y luego, bajando la voz: “Esa es la explicación oficial, pero la verdad es otra”.
            A mediados de mayo, se descubrieron los bacilos del cólera en los cadáveres de un gondolero y una verdulera. Ambos casos fueron silenciados, pero una semana después ya eran más de una docena los brotes y en barrios diferentes.
            Un austriaco que había pasado una semana en Venecia murió, con síntomas inequívocos del cólera, en su pueblo natal a poco de volver y así fue como llegaron las primeras noticias a los periódicos alemanes. La respuesta de las autoridades venecianas fue que las condiciones sanitarias de la ciudad nunca habían sido mejores, pero a la vez comenzaron a adoptarse ciertas medidas en secreto, para no alarmar al turismo.
            La mortandad aumentó, afectando al ochenta por ciento de los infectados. El enfermo se consumía en pocas horas y entre convulsiones y estertores moría ahogado en su propia sangre.
            Desde principios de junio se fueron llenando los pabellones de Ospedale Civico, se le añadieron dos orfelinatos, se buscaron nuevos locales aislados y pronto se inició un tráfico continuo entre la Fondamenta Nuove y la isla de San Michele, del hospital al cementerio. Pero por entonces se inauguró una gran exposición pictórica en los jardines de la Biennale y se negaba una y otra vez que hubiera el más mínimo peligro para la salud en la ciudad.
            “Hará usted bien en marcharse –le dijo el empleado de la agencia inglesa a Gustav von Aschenbach–, y mejor hoy que mañana. Dentro de pocos días, no tendrán más remedio que declarar la cuarenta”.


Domingo, 23 de febrero
EL REMEDIO Y LA ENFERMEDAD

He releído Muerte en Venecia y ahora me han interesado menos el enamoramiento de Aschenbach y sus divagaciones sobre la belleza que esa peste que las autoridades tratan de ocultar para no perjudicar los buenos negocios.
            Me temo que yo soy también algo irresponsable, como las autoridades sanitarias de entonces: me asustan menos los muertos del coronavirus (estadísticamente no parecen superiores a los de una epidemia de gripe, nada que ver con la peste negra) que el que el mundo se paralice, nadie se atreva a viajar y nos obliguen a quedarnos encerrados en casa.
            Todo es cuestión de medida. No convirtamos el remedio en algo peor que la enfermedad.


Lunes, 24 de febrero
INTERMEDIO

Estar enamorado, y ser correspondido, es vivir en un continuo sobresalto. ¿Hasta cuándo me seguirás queriendo? ¿Hasta cuándo te seguiré queriendo? El más pequeño gesto de malhumor, inevitable en los encontronazos con la realidad, ya enciende en mí las alarmas.
            Ser feliz es estar siempre a punto de dejar de serlo. Por eso yo, más que ser feliz, quiero estar siempre a punto de llegar a serlo.


Martes, 25 de febrero
CUESTIÓN DE MEDIDA

La pesadilla que no me deja dormir ya no es que, por la propagación del coronavirus, me vea obligado a pasar dos semanas encerrado en casa, sino que la cuarentena me llegue cuando estoy fuera en uno de mis viajes solitarios, que de pronto los tres o cuatro días en Viena, Venecia o Catania se vean convertidos en varias semanas sin salir de la habitación del hotel.
            No creo que fuera capaz de soportarlo. En casa, al menos tengo libros, papeles por revisar, confortables rutinas. Pero nunca llevo libros cuando viajo, suelo aprovisionarme en las librerías locales. En la lectura, soy un poco exquisito o caprichoso (al contrario de lo que me ocurre con la comida) y me gusta la fruta del tiempo y los productos locales. Para encontrar cada día el libro adecuado al momento, necesito hojear por lo menos media docena.


Miércoles, 26 de febrero
NO PENSAR EN ESO

Nunca he sabido conservar a los amigos. Si alguno sigue siendo amigo mío después de muchos años, el mérito es suyo.
            ––Es que tú lo que quieres no son amigos sino admiradores o gente que te haga la corte –me dice mi mala conciencia.
            Y algo de razón tiene, pero eso no creo que valga solo para mí, sino para todo el mundo, o al menos para todos los escritores de cierta edad. Ya se sabe que los gatos viejos se llevan mal con los otros gatazos, pero les encanta jugar con los gatitos.
            No tengo yo mucha experiencia con admiradores, pero al menos en lo que a mí me toca me parece que son gente de poco fiar. Te admiran, sí, pero luego resulta que también admiran a Manuel Vilas o a cosas peores. Y claro, tu gozo en un pozo. O dejan de admirarte en cuando tú no correspondes a sus elogios, que creías sinceros, con otros a sus malos versos, que siempre acaban mostrándote.
            ––Tú lo que has sido siempre es un egoísta que nunca se ha preocupado por nadie. ¿Quién se va a ocupar de ti cuando seas viejo? –me dice mi mala conciencia.
            Y yo me encojo de hombros. ¡Hay tanta buena gente que ha vivido para los demás y a la que su familia deja en los finales abandonada! Mejor no pensar en eso.


Jueves, 27 de febrero
MÁS ES MENOS

Las pesadillas tienden a convertirse en realidad. Se prohíbe el carnaval de Venecia, se encierra a la gente en los cruceros, en los hoteles. Y eso aparte de las ciudades clausuradas.
            ¿Qué será lo siguiente? ¿Cuánto tardará en declararse en cuarentena un país entero?
            Primero se miraba mal a los chinos, todos sospechosos desde siempre, pero ahora son los italianos, tan parecidos a nosotros. Una de mis alumnas Erasmus acaba de regresar de estar unos días con su familia, creo que en el norte de Italia. ¿Qué ocurriría si de pronto tiene fiebre, ese síntoma común a tantas enfermedades? ¿Pondrán en cuarentena a todos sus compañeros? ¿Pondrán en cuarentena a todos sus profesores? ¿Y a los alumnos de los cursos a los que también daban clase esos profesores? ¿Y a las familias de esos alumnos y de esos profesores? ¿Se convertirá el antiguo cuartel del Milán, ahora Facultad de Filosofía y Letras, en un nuevo cuartel donde encerrar a tantos posibles apestados?
            Aterra pensar hasta dónde puede llegar la estupidez humana, y no solo la de la gente común, también la de las autoridades más o menos sanitarias.
            En un hotel de Tenerife, aparece un turista con coronavirus. Inmediatamente se declara la cuarentena para el millar de residentes en el hotel. Pero ese turista llegó en avión y ya entonces tenía el virus. ¿No habría que pedir la lista de los pasajeros del vuelo y ponerlos a todos en cuarentena? ¿Y no habría que hacerlo también con todos los que han tenido contacto con ellos, comenzando por sus familiares más directos y siguiendo con sus compañeros de trabajo? La lógica de las cuarentenas preventivas no tiene fin.
            ––¿Y qué harías tú, que siempre sabes más que nadie, incluso que la Organización Mundial de la Salud?, me preguntan en la tertulia.
            ––Más que esa Organización no sé, pero más que los analistas que en todos los periódicos españoles profetizaron la catástrofe que iba a ser para el Reino Unido el abandono de la Unión Europea, seguro. ¡Tiendas desabastecidas! Iban a escasear hasta los productos de primera necesidad. Y resulta que lo único que va a disminuir son los fondos europeos que recibían los agricultores españoles y con los que hacían lucrativos negocios todos los Fernández Villa de este mundo. ¿Qué haría yo en la crisis del coronavirus? Lo primero, haría pública la lista de los hospitalizados y los muertos por la última epidemia de gripe. Sorprenderían. Las urgencias y los hospitales de Asturias llegaron a estar saturados. Me imagino que algo semejante ocurriría en otros lugares.
            ––Pero para la gripe hay vacuna.
            ––Sí, pero no es obligatoria. Solo para los grupos de riesgo. Como en el coronavirus, no hay tratamiento. Solo quedarse en casa y esperar a que pase.
            ––Pero la gripe no es mortal.
            ––Lo es para los grupos de riesgo, como el coronavirus. Si los muertos por gripe, ocuparan la primera página de los periódicos y abrieran los telediarios se desataría también el terror.
            ––O sea que, como siempre, todo el mundo está equivocado menos tú.
            ––No creo ser yo el único que piense que el alarmismo resulta contraproducente. Y que confinar a una ciudad entera en sus casas, casi de película de terror, es una estupidez. Pero ¿qué gobernante se arriesga a perder votos porque le echen en cara que no tomo las medidas necesarias? Por eso, y por si acaso, sobreactúan.

Viernes, 28 de febrero
UN REPROCHE

––Piensas con claridad, pero sin caridad.


Sn propósito de enmienda: Abismo y rama

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Sábado, 29 de febrero
REGALOS DEL AZAR

Son las siete de la tarde. Estoy leyendo, releyendo mejor, la poesía completa de José María Micó en mi rincón favorito de Los Prados (una esquina del McDonald’s), cuando me llega un Whatsapp de Javier Almuzara: “¿Sabes que esta tarde tienes Agripina en Los Yelmos?”
            No lo sabía, pero cinco minutos después ya estoy contemplando en la pantalla al público del Met que aguarda, como yo, a que se levante el telón. Guardo un mal recuerdo de la última vez que vi esta ópera de Haendel en el Campoamor.
            También ahora cambian de época la acción, eso que yo tanto detesto cuando está hecho por presunta obligación de modernidad. Afortunadamente, no han caído en la tentación de convertir al descerebrado Claudio en Trump, aunque lo más probable es que el autor del libreto, el cardenal Vincenzo Grimani, estuviera pensando en el emperador romano que tenía más cerca, el papa Clemente XI.
            Vincenzo Grimani era el dueño del teatro en que se estrenó la obra a finales de 1709. Moriría poco después en Nápoles. Antes de morir, le escribió una carta al papa pidiéndole perdón. El papa se negó a perdonarle si antes no abjuraba públicamente de sus errores. Grimani murió antes de recibir esa rencorosa respuesta.
            Desde el primer momento, quedo fascinado con la maldad de la ambiciosa Agripina. Soy un espectador ingenuo. Menos que en la sutileza de las voces y en el prodigio de la música, me dejo llevar por la trama y por la mímica de los cantantes. Joyce DiDonato es una mala tan mala que deja como un angelito a Bette Davis o a la maravillosa Cayetana Álvarez de Toledo. Y Kate Lindsey representa a un Nerón, entre James Dean y mi amigo Miguel Floriano, pero más gamberro y musculado, difícilmente olvidable. La Poppea de Brenda Rae, majestuosa y maliciosa, me recuerda a otra poeta que canta y de vez en cuando pasa por la tertulia.
            Los regalos imprevistos son los mejores. Y yo disfruto como un niño con la historia que quiso contarnos Grimani (sigue habiendo mujeres como Agripina que utilizan su atractivo sexual para conseguir lo que pretenden, aunque ahora no esté de moda hablar de ellas) y con la cómica película de cine mudo que David McVicar ha añadido a este “drama per música”.
            En el segundo acto, una escena que transcurre en un jardín según el libreto original. Agripina ha convencido a Poppea de que Ottone la traiciona, pero esta comienza pronto a tener dudas. Al ver que se acerca Ottone, finge quedarse dormida. Le escucha lamentarse y finalmente llega la reconciliación. Ahora esa escena da comienzo a la segunda parte de la representación y se sitúa en un bar nocturno y algo hopperiano. ¿Un capricho? Yo nunca he visto nada más emocionante y a la vez más divertido. Los gags se suceden, como en una película de Peter Bogdanovich, sin que se altere para nada la historia que se nos está contando.
            Durante el descanso, de media hora, aprovecho para bajar al Carrefour y comprar algo para la cena y el desayuno, y aún tengo tiempo de llevar la compra a casa.
Soy un hombre muy rutinario. Por nada del mundo altero mis costumbres. Pero sé aprovechar los regalos de azar. Como esta Agripina que me lleva a Venecia, a la iglesia de San Francisco da Vigna donde está enterrado Grimani y donde yo escuché a Haendel un día de rayos y truenos sobre la laguna, y a Nueva York, donde en el Metropolitan asistí a la representación del Giulio Cesare, y a apasionarme con la historia de ayer y de hoy, y a sonreír con los segundos planos, con esos figurantes tan llenos de intención y toques cómicos como en una historieta de Mortadelo y Filemón.


Domingo, 1 de marzo
MALAS MADRES

El azar hace que, tras la ópera de Haendel, vuelva a encontrarme con otra versión de Agripina, esta vez en el municipal Filarmónica. La película en que aparece, El mensajero del miedo de John Frankenheimer no vale nada, es un disparate de la guerra fría, con su peligro amarillo y su lavado de cerebro, pero el personaje de la madre del protagonista, capaz de todo por llevar a su marido a la presidencia de los Estados Unidos para luego ser ella la que domine el mundo, resulta fascinante. Más todavía porque lo interpreta Angela Lansbury, la Jessica Fletcher de Se ha escrito un crimen, y deja una impresión extraña sobreponer la astuta abuelita que resuelve los más enrevesados crímenes a la madre sin escrúpulos de la película, que acabará como Clitemnestra asesinada por su propio hijo.
   
        
Lunes, 2 de marzo
REMORDIMIENTOS

Paso por la librería Don Quijote y me entero del trágico final de quien fue primero mi amigo y luego mi furibundo detractor, Eduardo Errasti. Tenía dieciocho años cuando le conocí y me enseñó sus primeros versos. Luego estuvo, allá por 1980, con su pipa y su pose de poeta, en las primeras reuniones del desaparecido bar La Perla, junto al Campoamor, de las que surgió la tertulia Óliver. Unos años después, organizó unas lecturas en la biblioteca del Fontán por las que pasaron Luis Alberto de Cuenca, Miguel d’Ors, Abelardo Linares, muchos de los que entonces representaban a la nueva poesía. También María Victoria Atencia, a la que trajo imprevistamente a mi casa de la calle Murillo, a la que acababa de mudarme, todavía sin apenas muebles.
Por aquel tiempo Eduardo Errasti se movía y publicaba mucho. ¿Cuándo se torció todo? Él debió de pensar que en 1990 cuando publicó un libro, Sol de hielo, al que yo le dediqué una reseña no demasiado favorable. Desde entonces, rompió conmigo y se dedicó a arremeter en público y en privado contra mí y contra la tertulia. Se buscó nuevos maestros, especialmente Roger Wolfe, y siguiendo tratando de ascender en la cucaña de la literatura. Pero no llegó muy alto, y no creo que fuera solo porque su poesía valía poco. Eso nunca sido para obstáculo para obtener “prestigiosos galardones”, valga el oxímoron.
            Me entero ahora –hacía años que no tenía noticias suyas-- que la enfermedad y el carácter le fueron apartando del mundo y que terminó abandonándolo por propia voluntad. No puedo dejar de sentirme algo culpable. Sé que no hay razón para ello. ¿Cómo pudo influir una mala reseña en una decisión tomada treinta años después? “Te valoras demasiado”, me dice un amigo a quien le cuento la historia (no le digo que al enterarme estuve a punto de llorar). “Habló mal de ti hasta el último día que pasó por aquí, incluso en el último libro que publicó se mete contigo”, me dice el librero.
            ¿Se mete conmigo? Hojeo ese libro sin título (la portada son filas de letras como cartel de oculista) y encuentro dos epigramas que podrían estarme destinados. Uno de ellos dice así: “Tu contribución / a la joven poesía asturiana / es impagable. / ¿Cuántos de tus discípulos / acostumbrados como están / al plagio y a lo ajeno, / no te han robado / algún libro de tu biblioteca?”. El otro resulta no menos ingenuo: “Cultivas la amistad / de los más jóvenes. / Los invitas a tu casa / y publicas sus versos. / Sabes muy bien / que son tu último tren / hacia la gloria”.
            Me recuerdan a un epigrama que yo me dediqué en un viejo libro, creo que El pasajero. Se titulaba “Contra JLGM” y decía así: “¿Adulando a los jóvenes / tratas de seducir / a la posteridad?”
            Era una broma, claro, yo nunca adulé a nadie, ni a los jóvenes ni a los viejos, y bien que lo siento. Debería haber disimulado mejor lo que pensaba entonces: que Eduardo Errasti era todo ambición y a mi entender muy escaso talento poético. Me gustaría haberme equivocado. Pero no me equivocaba y por eso fui cruel, involuntaria y estúpidamente cruel al escribir lo que pensaba sobre su libro de hace treinta años.
            Me anima Luis, el librero: “No tengas mala conciencia. Fue la enfermedad la que le destrozó, la que le iba invalidando, la que le hizo desear la solución definitiva”.
            Quiero creer que tiene razón, quizá sobrevaloro la importancia de una reseña remota. Pero no puedo dejar de sentir que su sangre –la de aquel joven alumno mío que hace una eternidad pasaba por mi despacho para hablar de poesía—de algún modo me salpica.


Martes, 3 de marzo
NO ESCARMIENTO

Ayer me lamentaba por haberle dedicado una reseña furibunda a un libro del pobre Errasti y hoy envió al periódico otra poco favorable para José María Micó, admirado amigo. Pero algo he aprendido con el tiempo: a no meterme con nadie que no merezca la pena. A Micó no le harán mucha gracia mis palabras sobre la edición de su poesía completa y sobre la dispersión y el virtuosismo que restan fuerza a su obra, pero acabará dándome la razón en muchos puntos. Además anda metido en otras aventuras –su dúo Marta y Micó-- tras la celebrada hazaña dantesca..
            Ahora, a un poeta joven todo ambición desnortada y escaso talento, le critico en privado, pero jamás se me ocurriría reseñar ninguno de sus libros.



Miércoles, 4 de marzo
ESGRIMA

Mi deporte favorito, la esgrima, el duelo a primera sangre. Me gusta pinchar, lo reconozco, pero sin hacer daño. Lo malo es que a veces se me va un poco la mano.



Jueves, 5 de marzo
COSAS QUE PASAN

Más de una vez me ha ocurrido encontrarme en la calle con un viejo conocido, al que hacía tiempo que no veía, y charlar con él de trivialidades y solo un rato después de separarnos caer en la cuenta de que, según mis noticias, lleva varios años muerto.


Viernes, 6 de marzo
MUNDO, NOCHE, TIEMPO

El mundo rueda
y yo ruedo con él
hacia el abismo.

La noche entera
con los ojos abiertos
mientras tú duermes.

El tiempo vuela 
y se posa de pronto 
sobre una rama.


Sin propósito de enmienda: Contra miasmas sutiles

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Sábado, 7 de marzo
UN RESPETO, POR FAVOR

Una vez más llega a los juzgados (internacionales, por supuesto) la porquería que el anterior jefe del Estado fue avariciosamente acumulando durante sus largos años de reinado, y una vez más, ante el clamor indignado de los ciudadanos humillados y ofendidos, se alza el paraguas de la Constitución.
            Me amargan el café de la mañana las declaraciones de una persona a la que admiraba y apoyaba. “Al Rey emérito le protege el artículo 53.6 de la Constitución. Es simplemente leerse la Constitución y saber que es inviolable”, argumentó la portavoz del grupo socialista, Adriana Lastra para negarse a crear una comisión de investigación en el Congreso.
            Pues eso es lo que yo aconsejaría a Adriana Lastra, que se leyera el artículo que menciona y que siempre se cita mutilado. Yo me lo sé de memoria: “La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Sus actos estarán siempre refrendados en la forma establecida en el artículo 64, careciendo de validez sin dicho refrendo, salvo lo dispuesto en el artículo 65.2”.
            Y el artículo 64 (también me lo sé de memoria) dice así: “Los actos del Rey serán refrendados por el Presidente del Gobierno y, en su caso, por los Ministros competentes. La propuesta y el nombramiento del Presidente del Gobierno, y la disolución prevista en el artículo 99, serán refrendados por el Presidente del Congreso”.
            El artículo 65.2 indica la única excepción: “El Rey nombra y releva libremente a los miembros civiles y militares de su Casa”.
            La inviolabilidad y la falta de responsabilidad del Rey se refiere solo a su actividad como jefe del Estado, a una actividad que depende del gobierno elegido democráticamente; por eso el responsable es el gobierno que ha de refrendar “siempre” sus actos.
            De la vida privada del rey, la Constitución no dice nada, como no podía ser de otra manera, y está sujeta al código penal como la de cualquier otro ciudadano. Queda por determinar qué juzgado se ocuparía del caso y si previamente al juicio debería ser inhabilitado (posibilidad contemplada en el artículo 59.2) por perjuro, ya que para ser proclamado rey (artículo 61.1) ha de prestar juramento “de desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y las Comunidades Autónomas”.
            En fin, que la Constitución que yo voté –y estoy orgulloso de ello—no es un escudo para tapar las vergüenzas de ningún delincuente y menos que ninguno del que para acceder a su cargo ha jurado solemnemente cumplir las leyes.
            Cada vez hay menos dudas de que, por mucho que nos avergüence como españoles, hemos tenido por jefe del Estado a un presunto delincuente. En realidad, cada vez menos presunto: ya ni sus partidarios se esfuerzan en negar las fechorías que ruedan por juzgados internacionales, simplemente afirman –como la buena de Adriana Lastra—que, protegido por la Constitución, podrá haber cobrado todas las comisiones ilegales que haya querido, pero que no se le podrá juzgar por ello.
            El problema es que, según el artículo 64.2, “de los actos del Rey serán responsables las personas que los refrenden”.
            Juzgar al anterior jefe del Estado supone exigir responsabilidades a Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, a todos los presidentes del Gobierno aún vivos que le dejaron campar por sus anchas, no ya en su vida privada, sino incluso en actividades oficiales o semioficiales (su cómplice, sin ocupar ningún cargo público, estuvo alojada en residencias del patrimonio nacional).
            En fin, que no tenemos más remedio que mirar para otro lado si no queremos que todo el tinglado institucional se nos venga abajo y sea peor el remedio que la enfermedad. Pero lo que no yo soporto, como ciudadano español que en 1978 votó la Constitución, es que se nos tome el pelo diciendo que esa Constitución –sería la única en el mundo: hasta en Arabia Saudí hicieron un paripé de investigación cuando el asesinato del periodista-- le permite al jefe del Estado incumplir las leyes que ha jurado cumplir y hacer cumplir. Un respeto, por favor.


Domingo, 8 de marzo
CUIDADO CON LOS LINCHAMIENTOS

¿Qué terrible delito cometió Peter Handke para que la concesión del premio Nobel suscitara tantas protestas? ¿Recibió millones de euros para blanquear la imagen de algún sátrapa? ¿Aplaudió genocidios? ¿Se burló de las víctimas? ¿Intermedió en la construcción de algún tren de alta velocidad o en algún otro proyecto llenándose fraudulenta los bolsillos en compañía de una amante tan hábil en los negocios como él?
            Pues no, simplemente viajó a la Yugoslavia bombardeada por la OTAN en 1991 y contó lo que vio. Yo leo ahora esos dos relatos, reunidos en el volumen Preguntando entre lágrimas, y siento que yo también podría suscribirlos, que cualquier persona decente, en esos momentos, estaría con los civiles bombardeados contra toda legalidad, y no con los Javier Solana y demás próceres que, en un sangriento conflicto civil, decidieron intervenir apoyando a una de las partes contra otra de la peor manera posible: bombardeando Gernika (es un decir).
            ¿Condenar el bombardeo de Gernika supone apoyar las matanzas de Paracuellos? Me parece que no.
            Peter Handke, en el conflicto yugoslavo, hizo lo que tenía que hacer. Los países de la OTAN, por razones no todas confesables, aplicaron la ley del más fuerte, que siempre en los conflictos bélicos suele se la última razón.
            Hay que tener mucho cuidado antes de sumarse a un linchamiento. Por eso, antes de decidir si se le retiran los honores que “por sus méritos y servicios” se le concedieron al anterior jefe del Estado (por ejemplo, el título de rey, dudosamente constitucional: “el Rey es el Jefe del Estado” dice en su artículo 56.1 y a nadie más le otorga ese título) debería permitírsele explicar sus actividades en el Parlamento, “la sede de la soberanía popular”. Se trata de un derecho a limpiar su honor –y el honor de España-- que nadie debería negarle.


Lunes, 9 de marzo
LA POESÍA VENDE

Sabía que la poesía sirve para muchas cosas, pero ignoraba que sirviera para vender yogures.
Al pasar, como cada tarde, por el Mercadona del Fontán me encuentro con un pack de cuatro tarrinas que se anuncia como “100 % poesía con melocotón y fruta de la pasión”. Los poemas son obra de “urban poets” y éste es el que aparece en el envoltorio: “Vivir es vivir una vida sin extremismos y así ser siempre nosotros mismos”.
Cada una de las tarrinas lleva un “poema” semejante: “Déjame interpretar mi propio personaje, el tuyo está demasiado visto”, “Para quererte bien y mucho nadie lo hará mejor que tú, quiérete con actitud”.
            ¿Quiérete “con actitud”? Parece traducido del inglés. Lo firma @bea.schz, o sea Bea Sánchez, muy activa en Instagram. Resulta que estos textos son el resultado de un concurso en el que fue jurado un sin duda célebre y para mí desconocido Benji Verdes: “En la poesía está el código fuerte del futuro. Los versos urbanos describen buena parte del sentir actual: el hartazgo de los estereotipos y la necesidad de ser uno mismo”. Benji Verdes ha llegado a esa conclusión “después de leer los cientos de versos que se presentaron al concurso de poesía urbana en Instagram #freepoems, organizado por Light&Free de Danone bajo esta llamada: Escribe tu poema para liberar estereotipos”. Otros miembros del jurado fueron la zaragozana Loreto Selma (a los veinte años ya había publicado tres libros) y el vallisoletano Redry, maestro de educación infantil (de sus vidas y milagros acabo de enterarme gracias a Google).
            ¿Ayudarán, si no a mejorar la sociedad y a liberarnos de estereotipos, por lo menos a vender más yogures saludables (0% de materia grasa, 0% de azúcares añadidos, 0% de edulcorantes artificiales) las frasecitas de Bea Sánchez y compañía? Pues a lo mejor. Quién sabe.


Martes, 10 de marzo
MANO DE SANTO

El mejor remedio para cualquier preocupación es otra preocupación mayor.


Miércoles, 11 de marzo
MEA CULPA

En casa de unos amigos, encuentro sorprendentemente las Poesías de Manuel José Quintana en el elegante tomito de 1802 con su ángel neoclásico en la portada. Quintana es el mejor ejemplo de esos poetas que lo fueron todo en su tiempo y a los que luego desdeñó la posteridad. Sonrío al leer en el prólogo cómo arremete contra ciertos críticos:
“Hablo de esta especie de hombres, que según la graciosa expresión de Beaumarchais, hacen profesión de pescar lo malo en la obra de otros; que se complacen en las heridas que presumen hacer en el amor propio de los que atacan, y que a manera de espadachines quieren hacerse famosos a costa de ser infames. Estos entes ridículos son los que han desacreditado las letras por la parcialidad de sus juicios, la inconstancia de sus opiniones y el descaro de sus censuras. ¡Cuánto tiempo no han malgastado los buenos autores para responder a sus desatinados ataques!, ¡cuántas veces irritados y fuera de sí con la injusticia han salido de los límites de moderación y dignidad que su mismo mérito les prescribía y han escandalizado al mundo con el espectáculo de sus querellas!”
----Qué bien te conocía ese Quintana, me dice un amigo.


Jueves, 12 de marzo
NO HAY MANERA

Paso una mala noche tras enterarme a última hora de que han decidido cerrar la Facultad de Filosofía y Letras, el Milán en el que paso buena parte de lo mejor de mi tiempo.
Ya tengo más cerca la amenaza invisible. ¿Acabaré yo también obsesionado y encerrándome en casa tras vaciar el supermercado más cercano? Recuerdo los versos de Echegaray: “Contra las olas del mar, / lucho con brazos viriles. / Contra miasmas sutiles, / no hay manera de luchar”.

Viernes, 13 de marzo
LA DISCULPA DE NARCISO

No estoy enamorado del que soy, sino del que quisiera ser.

Sin propósito de enmienda: La funesta manía de pensar

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Sábado, 14 de marzo
SÁLVESE QUIEN PUEDA

Matar moscas a cañonazos es un método ciertamente espectacular. Nadie puede acusarnos de que no hacemos nada para acabar con las moscas: todo el mundo notará el estruendo y correrá a esconderse al grito de “sálvese quien pueda”.
Claro que resulta muy posible que no acabemos con las insalubres moscas, pero de lo que no hay duda es de que no vamos a dejar un edificio en pie.


Domingo, 15 de marzo
VIVA EL REY

Después de un mal día, un amigo me da la noticia que me permite irme a la cama con algo de esperanza. ¡No todos los políticos de este país han perdido el uso de razón! ¡No todos están dispuestos a seguir creyendo lo que los “expertos” constitucionalistas siguen empeñados en hacernos creer: que el jefe del Estado puede cometer impunemente cualquier delito amparado por la Constitución!
            Y quien ha dicho “basta ya” ha sido nada menos que el actual jefe del Estado. Por fin le han dejado hacer lo que estaba deseando desde que llegó al trono: tirar de la manta y que salga a la luz toda la porquería que se ocultaba bajo las alfombras del anterior inquilino (y todavía okupa cuando le apetece) de la Zarzuela.
            Vuelvo a recuperar la confianza que desde siempre tuve en Felipe de Borbón, un hombre honesto, un buen profesional, un excelente jefe del Estado en tiempos difíciles.
            Mis convicciones republicanas siguen estando bastante claras, pero también que un cambio de Régimen no debe hacerse mientras el anterior funcione. Y la monarquía, con Felipe VI, puede funcionar si le ayudan a librarse de la herencia recibida.
            Él ya ha hecho lo que debía hacer: renunciar públicamente al dinero negro, negrísimo, de su progenitor y eliminar la asignación que cobraba de la Casa Real.
Ahora es al gobierno al que le toca el paso siguiente: retirarle el título de rey a ese señor. La Constitución resulta muy clara al respecto: el rey es el jefe del Estado, nadie más en España pude llevar ese título, ni siquiera el marido de la reina cuando el jefe del Estado es una mujer. El título que Rajoy no tuvo más remedio que otorgarle (al parecer fue una de las chantajistas exigencias para la abdicación, Rubalcaba sabía mucho de eso), Pedro Sánchez debería retirárselo de inmediato.
            No todo está perdido. Felipe VI ha dejado en ridículo a Adriana Lastra (la que mandaba a los demás leer un artículo de la Constitución que ella parecía no haber leído) y a los diputados del “sostenella y no enmendalla” (PSOE, PP, Vox) que, amparándose en un informe de los letrados de las Cortes, impidieron la creación de una comisión de investigación sobre unos delitos que hoy sabemos que no son nada presuntos.
            Confiemos que los expertos sanitarios que han aconsejado al gobierno el arresto domiciliario de los españoles sean un poco más expertos que los letrados de las Cortes y los catedráticos de derecho constitucional, para los que, si Al Capone fuera jefe del Estado español, no solo no se le podría detener, como al otro Al Capone, sino ni siquiera investigar por no pagar impuestos.
            ¡En qué manos estamos! ¿Habrán hecho un estudio previo esos expertos de las condiciones sanitarias en que vive una buena parte de los españoles? No es lo mismo quedarse en casa quince días, por lo pronto (serán más), en un chalet con piscina que hacerlo en un cubículo de cuarenta metros, oscuro y sin apenas luz, donde han de convivir dos adultos y tres niños. (Hablo de un caso que conozco, seguro que no es único y que los hay peores). ¿Qué experto sanitario puede aconsejar que no se permita salir de casa durante al menos dos semanas a tres niños de dos, cuatro y cinco años?
            No sabemos si las medidas del gobierno, con el ejército y la policía en las calles para evitar que nadie salga a tomar el aire, lograrán evitar la propagación del nuevo virus; lo que sí sabemos es que empeorarán la salud, física y mental, de millones de españoles, especialmente de los más vulnerables. Y para prevenir eso a nadie se le ocurre tomar medidas, al contrario de lo que ocurre con el desastre de la economía.
            ¡Pobre España! Pero al menos Felipe VI sabe estar en su lugar y dar un puñetazo en la mesa sin miedo a que se venga abajo el tinglado de la Transición.


Lunes, 16 de marzo
NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA

Al ir a comprar el periódico a mi kiosco habitual en la esquina de Fernando Vela con la Avenida de Pumarín, una de las pocas cotidianas felicidades que nos quedan, me dice la dependienta.
            ----Ya no hay ningún periódico, se han vendido todos.
            ----¿Han mandado menos?
            ----No, los de siempre. Pero ha venido a comprarlos más gente de la habitual. Claro, cómo es un pretexto para tomar algo el aire,
            Yo sonrío. A ver si va a resultar que esta pandemia tiene como consecuencia la salvación de la prensa impresa. Porque leer el periódico en papel, y no limitarse a picotear alarmistas titulares en el teléfono, es una buena costumbre que muchos han perdido. Ahora tienen un mes al menos para recuperarla. Seguro que bastantes la mantienen luego.      


Martes, 17 de marzo
YA ERA HORA

Me gusta repetir que el papel es la aristocracia de la información. Una noticia puede volar por Internet, pero hasta que no aparece en los diarios impresos no adquiere plena credibilidad. Sobre las corruptelas del anterior jefe del Estado, se pueden encontrar bien documentados informes en varios medios digitales, pero nunca pasaba nada porque, ante cualquier intento de denuncia judicial o de petición de investigación en el parlamento, saltaba como un solo hombre, esgrimiendo la primera frase del artículo 56.3 como un milagroso “detente bala”, el tripartito que defiende las triquiñuelas de la Transición (PSOE, PP, Vox). Hoy, sin embargo, me encuentro con un editorial de El País en el que por primera vez “el diario de referencia” acepta que Juan Carlos de Borbón pueda ser juzgado: “tuvo en su mano ocupar un lugar en la historia que, dependiendo de lo que establezcan a partir de ahora los tribunales, podría quedar ensombrecido por no haber podido resistirse al espejismo de una época”.
            O sea que los tribunales tienen algo que decir, cosa que yo vengo defendiendo públicamente desde hace bastantes años, frente a toda la magistratura española y todos los catedráticos de Derecho constitucional. Recuerdo especialmente a un tal Bastida (creo que así se llamaba), que me dijo que si quería entender algo de por qué el rey Juan Carlos, hiciera lo que hiciera, no tendría jamás que dar cuenta ante ningún tribunal debería matricularme en su asignatura de Derecho.
            Bueno, pues parece que, primero el Rey y luego El País han acabado por darme la razón. Ahora solo falta que Adriana Lastra y el resto de los diputados defensores del tinglado de la antigua farsa se lean el artículo 56.3 de la Constitución, pero enterito, ¿eh?, enterito.


Miércoles, 28 de marzo
BIEN QUE LO LAMENTO

Escucho el discurso del rey punteado por el sonido insistente de la cacerolas. Siento un poco de pena. Cuatro previsibles banalidades no sirven para recuperar la autoridad moral, perdida en Cataluña por un error propio y en el resto de España por errores ajenos.
            ¡Qué gran rey habría sido Felipe VI si le hubiera tocado vivir en tiempos menos turbulentos y si se hubiera atrevido a hacer lo que hizo el domingo al día siguiente de acceder al trono!
Mi simpatía por él no me impide reconocer que, aunque es un modélico servidor del Estado, un trabajador incansable, un hombre de bien, las circunstancias pueden acabar superándole. Ojalá me equivoque, como me equivoco en tantas cosas.


Jueves, 19 de marzo
CALLO, PERO NO OTORGO

A los seis o siete años adquirí “uso de razón”, como se decía en los catecismos de entonces, y desde esa temprana edad he adquirido el feo vicio de tratar de razonar en todas las ocasiones. También ahora, cuando España (y no solo) parece haber perdido la cabeza.
            ----¡Cuidadito con lo que dices! Que está la gente muy sensible y pueden acabar linchándote, me advierte un amigo.
            ----No te preocupes, de sobra sé que no se debe nadar en contra de la corriente, que puedes acabar pisoteado por el rebaño.
            ----A ti nadie te impide pensar lo que quieras. Por ejemplo, que las drásticas medidas que se han tomado contra la epidemia, no sabemos si serán o no eficaces contra ella, pero que de lo que podemos estar seguro es de que van a hundir la economía y a dañar la salud física y mental de millones de personas. Tú puedes pensar eso, el pensamiento es libre, pero no se te ocurra decirlo.
            ----No te preocupes, que no lo diré.


Viernes, 20 de marzo
LEJOS DE NOSOTROS

¿Y no habrá ninguna autoridad sanitaria que se atreva a decir, alto y claro, que no solo de coronavirus muere el hombre (o la mujer), que quien quiera conservar su salud física y mental debe pasar al menos media hora diaria al aire libre --dentro de la ley, por supuesto, y cumpliendo estrictamente las normas para evitar contagios--, que hasta en las cárceles los condenados al aislamiento en celdas tienen derecho a una hora de patio?
            No, nadie se va a atrever a decir eso, y todos serán cómplices del deterioro de la salud de la mayoría de los españoles, tan obedientes, tan temerosos, tan encerrados en sus casas --también el coronavirus ha abandonado las calles para refugiarse en las apretujadas familias y en las residencias de ancianos-- , tan gritando gustosamente  a coro, como las universidades en tiempos de Fernando VII: “Lejos de nosotros la funesta manía de pensar”.

Sin propósito de enmienda: Exasperado

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Sábado, 21 de marzo
ENCUENTRO EN EL ATRIO

Hace dos o tres sábados, me encontraba yo como de costumbre en la cafetería del Atrio, en Avilés, tomando un café y leyendo tranquilamente los periódicos, cuando un desconocido me pidió permiso para sentarse a la mesa. “Por supuesto”, dije. Estoy acostumbrado a que se me acerquen desconocidos, que han oído que me dedico a la crítica literaria, para enseñarme sus poemas inéditos o para regalarme un ejemplar del libro que acaban de autoeditar.
            ----Usted a mí no me conoce, pero yo a usted sí. Coincidimos en el Carreño Miranda, aunque yo iba unos cursos por delante, y más de una vez hablé de usted con el pobre Pendás, que un día decía que era un manipulador y otras que un genio. Ahora me he atrevido a molestarle porque quiero contarle algo. ¿Cree usted en los extraterrestres? Yo tampoco, pero me han contactado. Ya sé lo que está pensando, que estoy más chiflado que el bueno de Pendás. Pero tengo pruebas. Podría hablar con Fernando del Busto, fui muy amigo de su padre, para que haga un reportaje en La Voz de Avilés, pero prefiero hablar con alguien sensato antes de exponerme a hacer el ridículo. Le contaré como fue todo. Paseaba yo por la orilla de la ría un atardecer oscuro y con mal tiempo, de esto hace como un mes, cuando me senté a descansar en un banco ya muy cerca de la rula. Me di cuenta entonces de que me había quedado solo, de que los escasos paseantes habían optado por volver a casa. Y yo debía hacer lo mismo porque parecía a punto de llover. Fue entonces cuando ocurrió. No es que viera nada, no. Ni platillos volantes ni hombrecillos grises de cabeza grande y ojos saltones, como en las malas películas  y en las series del canal Historia. Yo no vi nada extraño, solo lo sentí. No estaba solo y el silencio se había convertido en un zumbido que crecía y crecía y parecía que iba a hacerme estallar la cabeza. Cesó de golpe, como había empezado, y en el silencio alguien, que yo no podía ver, me sonría. Me sentí como cuando era niño y mi madre me ponía la mano en la frente para tranquilizarme después de una pesadilla. Eso fue todo. Calmado, volví a casa. Qué tontería, dirá usted. Una paranoia, vaya al psiquiatra, me dirá. Pero a la mañana siguiente, al ducharme, me di cuenta de que tenía un tatuaje sobre el corazón, una especie de estrella. Y tuve la certeza de que van a volver, de que algo quieren de mí, de que quizá quieren advertirnos a todos de un peligro cercano.
            Quienes llegaron en aquel momento fue mi amigo José Manuel Feito y su sobrino, el autor de Memoria de Somiedo, con su mujer. Íbamos a comer juntos, como tantos sábados. El desconocido se despidió apresuradamente, no sin darme una tarjeta. Vivía en Salinas.
            En estos días de reclusión, he pensado más de una vez en llamarle, pero ¿para qué? Seguro que me dice que aquella premonición suya fue un aviso de los malos días que se avecinaban. Las profecías no sirven de nada: solo sabemos que lo son cuando dejan de serlo.


Domingo, 22 de marzo
PEOR QUE A LOS PERROS

Un domingo que amanece triste, sin nuevos libros viejos en el Fontán y sin la habitual ilustración de Alicia Varela en mi colaboración semanal de El Comercio.
No me puedo quitar de la cabeza la situación de gran parte de los españoles.  La de los enfermos en primer lugar, como todo el mundo, y otra que parece que solo me preocupa a mí: la de los niños, condenados a vivir secuestrados en casa al menos durante un mes (hasta hace poco eso era considerado maltrato),;la de las víctimas de la violencia doméstica condenadas a vivir encerradas con sus verdugos las veinticuatro horas del día; la de los emigrantes es situación precaria o en situación irregular que apenas si se atreven a salir a comprar las subsistencia básicas porque saben que, ahora como siempre, son el objetivo favorito de las fuerzas del orden…
            “¡Paciencia, Martín, paciencia! Ya sé que tú los estás pasando bastante mal porque han rodo totas tus rutinas callejeras”, me dice algún amigo con el que hablo por teléfono.
            No, yo no lo estoy pasando demasiado mal. Soy el hombre más rutinario del mundo, pero también el más capacitado para crear nuevas rutinas. Los dos primeros días apenas pude dormir y tuve algo que se parecía mucho a una crisis de pánico, pero al tercer día ya lo tenía todo pautado y bajo control: levantarme a tal hora, desayunar a tal otra (siempre ni un minuto antes ni uno después), escribir cincuenta y nueve minutos en el ordenador (diario o reseña), salir a comprar el periódico (en el quiosco de siempre, a la hora de siempre, y la sonrisa y el saludo de la dependienta me alegra la mañana); pasar don horas en el despacho del Milán (tengo permiso de la gerencia universitaria, soy el único trabajador en el inmenso edificio), y comer a las dos en punto, procurando que la primera cucharada coincida con las señales horarias de Radio Nacional.
            En fin, que no lo paso mal por mí. Ser un maniático obsesivo también tiene sus ventajas. Lo paso mal por la parte más desfavorecida de la sociedad española: por los niños, por los que no tienen pisos con terraza, por los sin casa, por los enfermos desatendidos (si no hay riesgo inmediato de muerte, deben dejar sitio a las víctimas de la epidemia), por los emigrantes con o sin papeles.
            Esta reclusión en casa, en una casa llena de libros, es para mí poca cosa. He pasado por situaciones peores. Estaban olvidadas, pero ahora vuelven a mí para hacerme sonreír antes mis dificultades (no ante las de los demás). Estuve siete días con sus siete noches incomunicado en una celda de la Dirección General de Seguridad, sin saber cuándo era de día ni cuándo era de noche, como en el romance del prisionero, siempre la bombilla encendida, sin ser apenas capaz de dormir ni de comer, no saliendo más que para ser interrogado, largos interrogatorios poco amables, por decirlo de una manera elegante. Y luego, en la cárcel (allí por lo menos tenía contacto con seres humanos: los “funcionarios” que me interrogaban no parecían serlo), los quince primeros días de período: cuatro desconocidos en una estrecha celda, el retrete en una esquina y a la vista de todos, y sin poder salir al patio. Mi memoria ha borrado los detalles, mejor así, ahora todo son como borrosas imágenes de una película de terror en blanco y negro.
            La actual reclusión es para mí una reclusión de cinco estrellas. Lo que me mantiene en un estado de exasperada indignación es la estupidez con la que se han tomado ciertas medidas. Es el ejército en la calle para evitar (hablo solo de lo que he visto) que un anciano que viene de hacer la compra (un anciano que vive solo como yo, pero en peores condiciones físicas) se siente un momento a descansar en un banco antes de seguir el camino a casa.
            Me irrita profundamente que no se permita a los niños pequeños salir de la mano de uno de los progenitores a dar una pequeña vuelta y a tomar el aire (siempre sin formar grupos, por supuesto, siempre manteniendo la distancia de seguridad), me irrita que se les trate peor que a los perros.


Lunes, 23 de marzo
¡VIVA ALEMANIA!

Escucho al ministro de Sanidad vanagloriarse de que en España se han tomado las medidas de confinamiento más rigurosas de la Unión Europea y, como ahora he cogido la costumbre de hablar solo (no tengo con quien hablar), le replico de inmediato: “No te pagamos para que tomes las medidas más duras, sino las más eficaces y menos dañinas. Para aplicar las más duras habríamos contratado a un sargento chusquero (ya no se llamarán así, pero seguro que quedan como en los tiempos de la mili) que con un par de  gritos, ¡Se encierren, coño!, habría conseguido lo mismo y cobrando mucho menos”.
            ¡Menudo honor ser los menos respetuosos con los derechos de los ciudadanos a la hora de combatir la epidemia, compitiendo en ello con China y Marruecos!
En Alemania también toman medidas contra el contagio, pero medidas sin los graves efectos secundarios de las españolas (para muchos serán peores que la enfermedad): “A partir de ahora se podrá salir a la calle, pero como máximo de dos en dos. Se podrá salir a hacer deporte o respirar aire fresco. Hay que mantener una distancia mínima de un metro y medio con otras personas”, leo en el periódico que declaró Angela Merkel. Y Armin Laschet, jefe de Gobierno de Renania del Norte-Westfalia: “El problema no es salir de casa, el peligro es el contacto social”.
            En Alemania yo no sería un bicho raro. En Alemania, el miedo a la epidemia no ha impedido que siga habiendo vida inteligente.



Martes, 24 de marzo
NUEVAS RUTINAS

A las siete y media dejo el despacho del Milán y me voy a comprar a Hipercor. Es la hora, poco antes del cierre, en que está más vacío.
Hacer la compra siempre fue para mí uno de los placeres del día. Ahora lo es doblemente. Paseo entre los estantes como por un jardín. Apenas necesito nada, pero este recorrido de unos pocos minutos está entre lo que más necesito. Luego, de camino a casa, dan las ocho y todo el mundo se asoma a las ventanas a aplaudir. Como soy el único que camina por la calle, sonrío: parece que me aplauden a mí (mentiría si dijera que me molesta que me aplaudan).
Cuando llego al semáforo de General Elorza, ese semáforo interminable que yo más de una vez he aprovechado para escribir haikus o contestar algún correo, en una de las ventanas de enfrente suena un gaita. Toca el “Asturias, patria querida” y es de pronto lo único que se escucha en el silencio del mundo. Termina cuando yo ya estoy al otro lado y entonces vuelven a sonar los aplausos y yo dejo la bolsa en el suelo y me uno a ellos y no puedo evitar que los ojos se me llenen de lágrimas, por mí mismo, por la precaria condición humana, por tanta gente que lo está pasando mal.
Incluso mi irritación contra los políticos deja paso a la piedad: si andan como pollos sin cabeza, dando palos de ciego, es porque están sobrepasados por una situación para la que nadie estaba preparado.


Miércoles, 25 de mazo
ESCRIBO Y CALLO

Viejos temores –he visto a media docena de policías rodeando a una pareja de transeúntes de aspecto latino cerca de Las Salesas, a militares desplegados en la plaza de la Escandalera-- me hacen tomar la decisión de, a partir de ahora, llevar dos diarios: uno en que solo haré literatura (en el mal sentido de la palabra) y otro, que ya tiene título (Cuando España enloqueció) que se publicará solo en el momento en que las circunstancias lo permiten.
Ya había tomado esa decisión el viernes pasado, pero solo fui capaz de mantenerla un día. A ver si a partir de ahora lo consigo, por elemental precaución y para evitar que mi diario deje de salir en la prensa (puedo meter en un compromiso al director del periódico: ya se sabe que en una guerra –no sé qué alto cargo militar ha dicho que estamos en guerra—la verdad es la primera víctima).

Sin propósito de enmienda: Contra la resignación

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Sábado, 28 de marzo
CÓMO LO LLEVAS

Vamos tirando, como decían en mi pueblo. No voy tachando los días que me quedan de encierro, porque no sé a cuánto asciende la condena, me conformo con ir superando sin demasiado daño cada día, o mejor, primero la mañana, y respiro aliviado a la hora de comer (siempre a las dos en punto) y luego la tarde. Tras la cena, cuando me pongo a ver la televisión ,un día más superado, me digo con alivio
            No veo las noticias, para no estar demasiado desinformado ni irme a la cama un poco más deprimido. Tampoco las escucho: me irrita especialmente la mezcla de alarmismo y animosa papilla de autoayuda. Un periódico al día, si se sabe leer (la información en papel, como no podía ser de otra  manera, también está altamente contaminada), me basta para estar al tanto de cómo sigue la situación y recibir una dosis de aire fresco (al salir a comprarlo).
            He dejado incluso de escuchar las noticias de las dos de Radio Nacional. Lo hacía desde los tiempos de Franco y luego con todos los gobiernos de la democracia. Ahora prefiero no hacerlo. Pero sigo fiel a mis ritos. A las dos en punto, con la primera cucharada, comienza el primer movimiento de los String Quarts, de Joseph Haydn.
            Así un día y otro, hasta Dios sabe cuándo. Solo nos puede salvar la economía. Si no hubiera necesidad de relanzarla, para que las democracias occidentales no se mueran de hambre (el resto, qué importa, pueden seguir haciéndolo), seguiríamos encerraditos per secula seculorum. Se acabaron las huelgas, el feminismo, el independentismo y cualquier otra pejiguera. La dictadura perfecta, el ogro filantrópico de Octavio Paz, es la dictadura pseudosanitaria. Papá Estado nos encierra en casa por nuestro bien. China se ha convertido en el ejemplo a seguir: absoluto control social (nunca sabrá nadie el número real de los muertos por la epidemia ni por los brutales métodos utilizados para combatirla) y capitalismo económico.


Domingo, 29 de marzo
ALGUNOS FRAILES MENOS

Releo estos días la tercera y la cuarta serie de los Episodios nacionales galdosianos y de pronto me encuentro con uno de esos olvidados momentos de la historia de España que duelen como un puñetazo.
            Son las doce del mediodía del 17 de julio de 1834. Unos pilluelos juegan en la Puerta del Sol, cerca de la fuente de la Mariblanca. A uno de ellos se le ocurre la trastada de echar un poco de tierra en la cuba de un aguador, travesura bastante frecuente. El aguador corre tras el muchacho para darle un par de pescozones, algunos desocupados que vagueaban por allí se suman a la persecución, luego se añade más gente con el instinto gregario habitual. De pronto alguien grita: “¡A por ese, que le mandan los frailes para envenenar el agua!”
            La turba enfurecida mató a puñaladas al muchacho y luego paseó su cadáver por las calles. No satisfechos con ello, por la tarde asaltaron varios conventos asesinando a cuantos frailes se encontraron por delante. Las fuerzas del orden, encabezadas por el capitán general y superintendente de policía, José Martínez de San Martín, llegan al convento de los jesuitas mientras todavía se está asesinando, pero en lugar de reprimir a los criminales recrimina a los frailes que envenenen las fuentes y busca pruebas de ello. Al día siguiente, 18 de julio, vuelve a haber nuevos asaltos. El 19, por fin, el gobierno encabezado por Francisco Martínez de la Rosa, toma cartas en el asunto y destituye a los responsables que no había podido, o no habían querido, evitar los hechos.
            España practicaba entonces uno de sus deportes favoritos, la guerra civil, y además vivía aterrada por el cólera, una epidemia que había comenzado en Vigo, a donde probablemente la habían traído desde la India barcos ingleses, y que luego, no se sabe cómo, apareció en Andalucía y desde allí se desplazó hasta Madrid con las tropas del general José Ramón Rodil y Campillo, que venía de combatir a los miguelistas portugueses y que se dirigía al norte para luchar contra los carlistas.
En junio de 1834, aparecieron en Madrid los primeros casos de cólera. El gobierno hizo lo que se suele hacer: negar su existencia y de inmediato ponerse a salvo junto con la reina, la regente María Cristina. Todos ellos se trasladaron al segoviano palacio de la Granja el 28 de junio.
            A partir de entonces, a la vez que avanza la epidemia avanzan los carlistas. El pretendiente, Carlos María Isidro de Borbón, entra en España y lanza un manifiesto desde Elizondo. En los barrios populares de Madrid, mueren quinientas personas diarias a partir de mediados de julio.
            La iglesia, unánimemente, apoya a los carlistas y en los sermones dominicales se insiste en que la plaga es un castigo divino. Por eso mata en las ciudades, donde abundan los descreídos y los liberales, y deja sana y salva a la gente del campo “por ser fiel y devota”.
            Este es el contexto en que tuvo lugar la barbarie. Unos se creyeron la patraña de que los frailes envenenaban las fuentes, otros trataron de utilizar la historia colectiva para sus fines políticos: derribar el gobierno que consideraban demasiado moderado.
            Un diario liberal, El Eco del Comercio, al dar la noticia, se limitó a decir que la indignación popular contra los enemigos de la patria había producido “algunas desgracias” y que en los asaltos “se dice haberse descubierto algunas pruebas que daban fundamento a las voces que han corrido en los días anteriores acerca de su plan para el envenenamiento de las aguas. Todo puede creerse de la perversidad de los enemigos de la patria, y siempre hemos previsto que ellos se aprovecharían de los momentos actuales para aumentar el conflicto en que estamos”.
            Buscar culpables de una epidemia y proceder a lincharlos de inmediato es una costumbre que no ha desaparecido con el siglo XIX. En la India, varios extranjeros, entre ellos al menos un español, viven escondidos en un hostal, temerosos de salir a la calle donde pueden ser apaleados en cualquier momento. Es España, todavía no hemos llegado a esos extremos. Aquí solo se insulta, se escupe, se lanzan huevos contra quienes se atreven a pisar la calle. No es que yo disculpe a esa mala gente, pero alguna justificación tiene: se les ha hecho creer que la solución mágica contra la epidemia es “quedarse en casa”  y, como ellos se quedan en casa y sigue habiendo muertos a centenares, la única explicación que les cabe es que se debe a quienes incumplen –justificada o injustificadamente, no se van a parar en tales minucias-- esa orden.


Lunes, 30 de marzo
HISTORIAS PARA NO DORMIR

“El parlamento aprobó ayer una ley que prolonga el estado de alarma de manera indefinida para luchar contra el coronavirus. El Gobierno sacó la norma adelante con una mayoría de dos tercios, lo cual permitirá al Ejecutivo utilizar poderes extraordinarios y gobernar por decreto sin establecer límites temporales y sin ningún control”.
Leo la noticia aterrorizado, pero sigo leyendo y me tranquilizo: ”Numerosas organizaciones que velan por las libertades civiles han advertido de los graves riesgos que supone esta decisión para la democracia”.
Si numerosas organizaciones han protestado, seguro que no es en España. Aquí no protesta ni Vox. Y efectivamente se trata de Hungría. De momento, no hemos llegado a tanto.
“Un hombre de 53 años fue detenido la semana pasada. Cuando los agentes le pidieron la documentación y le preguntaron adónde iba, admitió que acudía a casa de su pareja ‘a mantener relaciones sexuales’. El infractor pasó la noche arrestado y ante el juez de guardia aceptó una multa de 720 euros por desobediencia grave”.
¡Desobediencia grave salir a la calle para ir a la casa de su pareja a hacer lo que suelen hacer las parejas! Estas cosas solo pasan en Hungría, me digo. Pero me fijo bien y no ocurrió en Hungría ni en la Edad Media, sino en Telde (Gran Canaria).



Martes, 31 de marzo
EL MEJOR REGALO

Soy la persona más torpe del mundo para cuestiones tecnológicas. Siempre echo mano de algún amigo para que me arregle los problemas con el ordenador de casa. Y en la Universidad teníamos un ejemplar servicio informático que pasaba por el despacho a la menor incidencia. Pero ahora nos han dejado solos. Y yo solo he logrado poner en marcha la aplicación que me permite dar clases cara a cara con los alumnos.
La primera clase, de prueba, fue para mí como un regalo. Al principio yo hablaba y ellos me veían a mí, pero yo no les veía a ellos. “¿Algún problema?”, pregunté. “Es que algunos profesores nos han pedido que no encendamos la cámara”. “Pues yo pido lo contrario”. Y fueron apareciendo sus caras sonrientes: “Hola, Alejandra”, “Hola, Eduardo”, “Hola, María”. Y así hasta cuarenta.
El primer día hablamos de un soneto de Garcilaso, escuchamos la música verbal, tratamos de descubrir sus secretas maravillas.
Decidimos tener clase todos los días, incluidos sábados y domingos. Voluntaria, por supuesto, no vaya a ir alguien a acusarnos a la policía. La nota vendrá dada por los trabajos que se encargan a través del Campus Virtual. Estas charlas diarios no tendrán nada que ver con la burocracia de la enseñanza. Serán solo para el que quiera aprender de verdad. A lo mejor me engaño, pero yo creo que los alumnos –o al menos la mayor parte de ellos-- estaban tan contentos como yo.


Miércoles, 1 de abril
MACHADO Y KIPLING

¿No ha de haber un espíritu valiente? ¿No habrá alguien que grite: “Menos resignación y más indignación”?
Creíamos vivir en una democracia, pero era solo una ilusión. Menos de veinte días han bastado para que todo se lo llevara la trampa y volviéramos a ver al ejército en las calles garantizando el orden público.
            ¡El orden público! Parece un chiste. ¿En que altera el orden público que una mujer o un hombre solos salgan a la calle sin un perro y sin ir al supermercado, al kiosco o al cajero automático? Insisto en esa estupidez, pero las hay más crueles y dañinas contra la salud pública.
Ayer vi en un diario la fotografía de cuatro personas formando grupo, aunque algo distanciados unos de otros, en plena calle y lejos de su domicilio. No hacían mal a nadie, por supuesto. Guardaban un minuto de silencio por las víctimas de la epidemia. Pero esa excepción no se encuentra en ninguno de los supuestos previstos por la ley. En cualquier momento, podían aparecer con la porra en la mano los militares, los policías nacionales, los policías locales, sancionarles, meterles en el calabozo, llevarles ante un juez que les impondría una fuerte multa, como al buen canario que quería acostarse con su pareja, e incluso mandarles a la cárcel.
            No ocurrió, sin embargo, nada de eso. El pie de foto decía: “Pablo Casado guarda un minuto de silencio por las víctimas del coronavirus, ayer ante la sede del PP en Madrid”. No estaba él solo, pero a los demás ni se les nombra.
¡Cómo se habrían frotado la mano las fuerzas del orden si ese grupo que estaba en la calle hubiera sido, no ya de inmigrantes, sino simplemente de gente común como usted y como yo!
            Antonio Machado, proféticamente, ya habló de estos malos días: “Fue un tiempo de mentira, de infamia. A España toda, / la malherida España, de sumisión vestida, / nos la pusieron triste y temerosa y boba / para que no acertara la mano con la herida”.
            ¡Si al  menos pudiéramos decir, como en el poema de Machado, que “el hoy es malo, pero el mañana es mío”.
            No nos queda esa esperanza: el mañana seguirá siendo suyo.
            “¿Te preguntas, muchacho, por qué ha pasado esto?”, les diremos a nuestros hijos, como en el poema de Kipling, cuando a España –la España democrática por la que tanto luchamos-- no la reconozca ni la madre que la parió.
Y responderemos parafraseando los primeros versos de su famoso poema “If”: “Cuando muchos perdían la cabeza en una situación que requería mantenerla firme, nuestros políticos fueron los primeros en perderla.. Eso es todo”.





Sin propósito de enmienda: Yo acuso

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Sábado, 4 de abril
UN RETO

“¿No crees que te estás pasando un poco, Martín? ¿Vas a saber tú más que las autoridades sanitarias que asesoran al gobierno?”, me reprocha un amigo.
¿Y tú crees, le replico, que alguna autoridad sanitaria ha recomendado que se abran los establecimientos que venden un producto nocivo para la salud –“fumar mata” se lee en las cajetillas-- y se cierren los que venden libros? No solo no me estoy pasando, sino que me atrevería proponer a los principales asesores científicos del gobierno a que, en un programa de la televisión pública, y en un horario de máxima audiencia, respondieran sí o no a tres simples preguntas.
La primera. Una persona sola que pasea por un bosque solitario, sin encontrarse con nadie, ¿contribuye a la difusión de la pandemia o corre algún riesgo de ser infectado por el virus? Respondan sí o no, señores, no valen subterfugios ni aquello de que “en China funcionó”, recuerden que hablan como expertos, no como tertulianos.
Segunda pregunta. ¿Contribuye más al contagio el que un padre dé todos los días una vuelta con su hijo pequeño de la mano, sin encontrarse con nadie, que el que lo haga llevando al perro y no al niño? Respondan sí o no, por favor, y recuerden que los está viendo media España y también los expertos de otros países, Alemania, por ejemplo.
Y tercera y última pregunta. ¿Hay alguna razón científica por la que mantener abiertos los locales en que se vende tabaco y alcohol –alcohol para beber en casa, no para el más saludable consumo social, por supuesto-- permanezcan abiertos y las librerías cerradas? Sí o no, por favor, dejen los sofismas justificativos para los políticos.
Si la respuesta fuera sí, que nos den las razones científicas, me gustaría escucharlas. Pero si es no, como parece previsible, deberíamos empezar a ponernos en contacto con nuestros abogados para preparar una demanda colectiva contra un gobierno que ha limitado sin causa que lo justifique nuestros derechos constitucionales, y eso sin hablar del grave riesgo para la salud que el encierro durante las veinticuatro horas del día supone para los niños y para la mayoría de los adultos.
Pero tardará en poderse poner esa demanda. Tienen a España en un puño y no abrirán la mano fácilmente. El poder arbitrario y sin cortapisas crea adicción. Aunque la pandemia desaparezca –y desaparecerá o perderá virulencia pronto, según todos los indicios--, siempre quedará el hecho cierto de que puede volver como justificante para mantenernos con la soga al cuello, encerraditos en casa, cloroformizados y aterrorizados por la televisión.


Domingo, 5 de abril
OVIEDO, 1968

Estos días recuerdo a menudo, no sé bien por qué, o lo sé demasiado bien, una anécdota de mi primer año en la Universidad, allá por 1968. Cuando llegamos de Avilés un grupo de novatos, nos encontramos cerrada la puerta del edificio. Alguien dijo: “Estamos en huelga, hay asamblea en Derecho”. Hacía allá nos dirigimos, curiosos y asustados.
No nos atrevimos a acercarnos. Desde la plaza de la Escandalera contemplamos la entrada al Edificio Histórico ante la que había estacionadas varias furgonetas policiales. Éramos cuatro o cinco pardillos, no más.
De pronto, se detuvo un coche a nuestro lado, bajaron varios grises y comenzaron a darnos palos. Fueron los primeros que recibí, tenía 18 años, un acusado sentido de la justicia (lo conservo), y no me lo podía creer.
Pero lo que más me dolió fue que unos transeúntes que pasaban por allí jalearon a los policías y una mujer gritó, casi aplaudiendo: “Eso, eso, que estudien”.


Lunes, 6 de abril
¡NO SOY EL ÚNICO1

“Esto es lo que la pandemia nos demuestra de manera brutal: que la gente es muy capaz de decir no a la libertad. Yo no pensé que, en nuestra época, la gente dijera con tanta facilidad que no a la libertad en nombre de la seguridad. Estas leyes del confinamiento han sido aprobadas por casi el 100 %. Nadie lo pone en duda. Y, como en España, las leyes son muy estrictas, a veces del todo ridículas. No puedes nadar en el mar, aunque la playa esté desierta, no puedes ir sola al monte… Es ridículo. Pero la gente obedece de un día para otro”.
            Leo la entrevista con Geraldine Schwarz hoy en El País y respiro aliviado. ¡No soy el único que opina que varias de las normas del confinamiento aplicadas en España resultan ridículas! Y dañinas además de ridículas, añadiría.
            Lo que no me extraña es que la gente obedezca de un día para otro. Ya se sabe que con una amable sugerencia y una pistola se consigue más que con solo una amable sugerencia.


Martes, 7 de abril
EL CASO DE LOS ANÓNIMOS

Del mismo modo que no como ahora más que comía antes del encierro, tampoco leo más –ya leía todo lo que necesitaba-- ni dedico más tiempo a ver la televisión o escuchar música. Escribo también, como siempre, de nueve a diez o diez y media; solo me ocupa un poco más el trabajo con los alumnos, unos cien, de los que he de corregir y comentar uno por uno sus ejercicios. O sea que si antes, cuando los días tenían veinticuatro horas, me sobraban unas cuantas, se puede uno fácilmente imaginar las que me sobran ahora cuando tienen por lo menos el doble.
            En televisión he dejado, por higiene mental, de ver ningún programa de noticias (antes solo veía El Intermedio). Después de la cena, algún programa de arqueología o divulgación científica y, antes de irme a la cama, una serie amable que no sea, horror de los horrores, una retorcida obra maestra.
            Me he aficionado últimamente a Los  misterios de Murdoch porque es, como Elementary, una enésima variación del mito de Sherlock Holmes, que siempre me ha fascinado.
            Transcurre en la época de Holmes, a finales del XIX, pero no en Londres, sino en Toronto y el protagonista, el detective William Murdoch, no se aburre nunca ni toma cocaína ni toca el violín: es un ciudadano ejemplar y un buen católico que se santigua a menudo. En uno de los capítulos, para rizar el rizo, aparece el mismísimo Arthur Conan Doyle, que ha ido a Canadá a dar una conferencia sobre espiritismo.
            Siempre he querido ser Sherlock Holmes, resolver complicados misterios con el solo ejercicio de la inteligencia. Algo tenemos en común: yo también me aburro mucho cuando no tengo un buen caso entre manos.
            Me acaba de llegar uno. Le puedo poner un título clásico: “El caso de los anónimos”.
            Esta mañana, al abrir el buzón, me encontré con que había un libro y dos cartas. Me alegró como si volvieran de pronto los buenos días perdidos, hacía tiempo que no recibía nada. El libro era de un amigo, Pablo Núñez; una de las cartas, de una poeta gijonesa que me lleva escribiendo una o dos veces por semana desde hace ya por lo menos treinta años (nunca las contesto y ni siquiera las leo, algún día contaré esta historia); la otra carta no tenía remite y dentro solo había un folio con dos líneas impresas: “Si el coronavirus acaba contigo, algo tendremos que agradecer al maldito bicho”.
            Al principio me llevé un susto, quemé de inmediato el papel y me lavé minuciosamente las manos, no fuera a ser que estuviera infectado, como cuando envían ántrax o polonio.
Pronto, más tranquilo, sonreí. ¿No querías aventuras? Pues aquí tienes una: averiguar quién te odia tanto como para desear tu muerte.
            Miré el sobre. Estaba enviando desde Oviedo y la fecha era la misma en la que yo había ido a Correos. Hice cola durante un rato, no tanto como a mí me habría gustado. Separados tres o cuatro metros uno de otros, a mí me tocó empezar cerca de donde estaba la librería Santa Teresa. Desde el otro extremo, casi doblando la esquina, alguien me hizo un gesto de saludo. No le reconocí. ¿Sería la persona que me había enviado la maldición?
            No es el primer anónimo que me mandan, aunque no todos fueran amenazantes. Durante un tiempo –oh tempora, oh more-- recibí anónimas cartas de amor. Las  comenté en la tertulia y apunté mis sospechas. Poco después quien yo sospechaba, contertulia intermitente, me llamó para decirme que no era la autora. Después de afirmarlo una y otra vez, añadió: “Y rómpelas, por favor, que me da mucha vergüenza”.
            Hace años, de un luego bastante conocido escribidor asturiano, llegaron por docenas al apartado postal de la revista Reloj de Arena. Tras leer alguno --contenían amenazas y cochambrosas obscenidades--,  los rompíamos sin abrir porque la dirección venía manuscrita y reconocíamos la letra. Ya con su firma, ese mismo individuo publicó un artículo en Oviedo Diario que comenzaba así: “Sé dónde paras, José Luis García Martín, y te voy a dar de hostias”. Luego comentó que lo había escrito borracho y que en ese papel nadie revisaba lo que se publicaba.
            En fin, que los anónimos no me cogen de nuevas. Tengo además que lidiar casi diariamente con buena parte de los comentaristas de mi blog, inmunes al desprecio que siento, y que manifiesto siempre que puedo, por quienes tiran la piedra y esconden la mano.
            Sospecho que el anónimo del coronavirus es algún poetastro que ha pasado por Óliver y cuyos versos he maltratado, o no les he hecho maldito caso, que suele ser peor. Tiene por lo menos sesenta años: nadie más joven recurriría al correo postal para sus desahogos.
            En seguida se me ocurre media docena de sospechosos, pero de la mayoría no recuerdo ni el nombre. Iré preguntando discretamente a los más veteranos contertulios –Carlos González Espina, Ángel Alonso, Marcos Tramón-- para ver si doy con su santo y seña.



Miércoles, 8 de abril
LOS LADRONES DE CUERPOS

Un buen entretenimiento para estos días en que me sobra cuarto y mitad de cada día: tratar de ponerle nombre al anónimo poetastro.
Pasado el sobresalto inicial, no me queda ningún miedo. Otra cosa me aterra más que esa enfermedad contra la que he tomado todas las precauciones racionales (sin que eso suponga que esté del todo a salvo de ella, por supuesto). Una enfermedad, por cierto, que para el noventa por ciento de las personas no es, ni mucho menos, lo peor que les puede pasar.
            Lo peor es esa otra infección que ha contagiado a buena parte de la sociedad española e incluso a bastantes de mis conocidos, que por fuera siguen siendo los mismos, pero por dentro se han convertido en alguien muy distinto, como en La invasión de los ladrones de cuerpos, la terrorífica película de ciencia ficción que ahora parece haberse hecho realidad.
            Me aterra comprobar en lo que se han transformado personas que apreciaba y admiraba, como las poetas Sandra Sánchez y Ángeles Carbajal. A Geraldine Schwarz la situación actual le recordaba a la de la Alemania nazi: la propaganda insistía una y otra vez en la maldad de los judíos, en que eran una amenaza para el país, así que, cuando se llevaban a una familia judía, sus vecinos, que hasta entonces habían compartido el pan y la sal con ellos, se encogían de hombros y pensaban: “Parecían buena gente, pero sus motivos tendrá el gobierno para mandarlos a un campo de exterminio”.
            Sus motivos tendrá el gobierno para tratar a los niños peor que a los perros, dicen Sandra Sánchez y Ángeles Carbajal, no somos nosotras nadie para pedirle que reconsidere su decisión aunque solo sea por humanidad.
            Más intrigante que “El caso de los anónimos” –detrás no hay más un pobre hombre, probablemente solo capaz de hacerse daño a sí mismo-- es “El caso de la invasión de los ladrones de cuerpos”,  esos seres llegados del espacio que poco a poco van ocupando el cuerpo de las personas que conocíamos.
            A juzgar por mi experiencia, esta otra infección que priva de razonamiento lógico y de humanidad a los seres humanos avanza más rápidamente que la otra pandemia.


Jueves, 9 de abril
LO QUE MÁS ECHO DE MENOS

Por estas fechas, si las cosas no se hubieran torcido, debería andar recorriendo la Alejandría de Cavafis y de la mítica Biblioteca.
Pero no es eso lo que ahora echo de menos. Ni el mercadillo de Union Square, laberinto de olores y sabores, paseado sin prisa antes de entrar en Barnes & Noble; ni los gatos que salían a recibirme cuando, por la Calle Longa Santa Maria Formosa, me dirigía hacia la fotogénica Acqua Alta; ni la primavera de París; ni aquel rincón de Ouchy con la geométrica rosa de Angel Duarte sobre el lago Leman; ni la media luna paseable del Garona, en Burdeos; ni aquel café en Coimbra; ni la Via Marcia, en Perugia, sobre un antiguo acueducto; ni el oasis de las librerías Feltrinelli en Palermo, Nápoles o Roma; ni el Castello Aragonese, en Ischia, con su inesperado gallinero en lo alto; ni el mirador de Santa Luzia, muy cerca de las Portas do Sol, en Alfama; ni el tranquilo cementerio, tetería incluída, en medio del bullicio de Estambul; ni la Plaza Grande y la Plaza Chica de Sibius, en la entrevista Rumanía; ni el Slavia de Praga  y sus ventanales al Moldaba y al Gran Teatro; ni el puente sobre el Maritsa en Plovdiv; ni el cementerio de Plain Palais, en Ginebra; ni aquel islote solitario del Danubio, cerca de Viena…
Ahora, lo que más echo de menos, es poder darme un paseo por el parque de Ferrera en Avilés, tan al alcance de la mano, tan inalcanzable.


Viernes, 10 de abril
SOBRE VIVIR

Ten en cuenta que siempre, no solo ahora, caminas por un campo de minas.

            Lo que te hace bien y no perjudica a nadie beneficia a la humanidad.

            Incluso salir a sacar la basura puede convertirse en un placer.

            No te maltrates más de lo que te maltratan el gobierno y las circunstancias.

            Si no puedes hacer nada por mejorar la situación, al menos no hagas nada que la empeore.

            No olvides que en democracia todo lo que no está expresamente prohibido está permitido.

            Cuando tantos se ofenden porque alguien busque bocanadas de aire libre para sobrevivir, preocúpate tú de tantos que lo pasan peor que tú.

            Recuerda, ahora que tu gobierno lo olvida: no hay medicina que no resulte dañina, e incluso mortal, si nos excedemos en la dosis.

            Ya no hay dioses a los que aplacar ofreciéndoles dolorosos sacrificios como la salud y la felicidad de los niños.

            Cuanto más grave sea la situación, menos te olvides del sentido común.

            Recuerda que los expertos no siempre han dicho lo que dicen que han dicho.

            Y ten en cuenta, por último, que más víctimas que el incendio suele causar el pánico al incendio.







Sin propósito de enmienda: El caballo de Calígula

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Sábado, 11 de abril
A MAL TIEMPO

“Cuando mi padre no era más que un novillero, toreó en las fiestas de Torrelavega. A mi padre le acompañaba Rafael Molina, Lagartijo, y o no estuvieron muy afortunados los pobres en su faena o no entendieron los mozos torrelaveguenses lo que ellos hicieron con el capote y la muleta. El caso es que, a la salida de la plaza, los jóvenes montañeses, indignados por lo que acababan de ver, decidieron tomarse la justicia por su mano y a la salida de los diestros la emprendieron a pedradas con ellos. Por fortuna, acertó a pasar por allí don Benito Pérez Galdós y se apresuró a protegerlos. Era tanta la veneración que en Santander y toda su provincia tenían por don Benito que bastó que intercediera en favor de los torerillos para que estos fueran dejados en paz y gracia de Dios. Luego, tras charlar un rato con ellos, les pagó la fonda y les dio algún dinero para que pudieran regresar a Madrid, pues la empresa taurina, aprovechando la indignación popular, había decidido no pagarles. Pasaron los años y aquel torerillo apedreado en Torrelavega fue conquistando fama y dinero, gloria y prestigio hasta convertirse en uno de los primeros espadas de su tiempo. Una tarde estaba mi padre sentado en el antiguo Café Inglés de la calle Sevilla cuando acertó a pasar por allí don Benito rodeado de su corte de amigos. Sin duda, se dirigía al teatro para asistir a los ensayos de Doña Perfecta. Mi padre se acercó a saludarle, le recordó su gesto de hace años y le invitó a tomar una copa. Don Benito se disculpó, tenía prisa, pero le sugirió que pasara un día por su casa. Mi padre se apresuró a hacerlo y así nació una amistad sincera, de artista a artista, de torero que hace rugir a las multitudes de entusiasmo a escritor genial. Cuando yo tenía tres años, fui prohijada por don Benito y me llevaron a su casa. Allí era yo poco menos que una reina. Mis caprichos eran leyes, mis deseos órdenes. Aquel hombre, todo bondad y corazón, había puesto en mí un infinito amor de padre. ¡Qué le voy a decir a usted de todo lo que fue para mí aquel hombre extraordinario! Todavía conservo los muñecos que él recortaba y pintaba para colocarlos sobre mi cuna, los dibujos que hacía para entretenerme. Ese es casi todo el caudal que he logrado salvar de Madrid después de unos veinte días encerrada en un sótano lóbrego y húmedo. La casa que don Benito hizo en Madrid para que yo la habitara estaba en la calle Hilarión Eslava, número 7. Allí llegaban las balas de fusil en noviembre del 36. No quiero recordar aquellos veinte días sin luz, sin comida y casi sin agua, bajo el estruendo de las bombas y las granadas. Cuando me decidí a abandonar la casa, no me llevé más que los queridos monigotes que me había hecho don Benito y el manuscrito de Nazarín. Lo consideraba tan mío que por nada de este mundo hubiera renunciado a llevármelo. Todo lo demás allá se quedó entre los escombros de aquella casa querida que tantos buenos recuerdos guarda para mí. El manuscrito de Nazarín quiero regalárselo, como muestra de agradecimiento a México, a su presidente, Lázaro Cárdenas, para que figure en la Biblioteca Nacional”.
            Quien habla es Rafaela González, hija de Rafael González, “Machaquito”, y lo hace en un reportaje que publica la revista Estampa, en su otra vida mexicana, el 9 de abril de 1940. Me lo acaba de enviar mi amigo Abelardo Linares, que tiene allá en sus naves sevillanas la mejor colección de diarios y revistas, españoles y americanos, de la primera mitad del siglo veinte. Yo nada envidio más que ese tesoro prodigioso, esa inagotable cueva de Ali Babá con rincones todavía inexplorados.
¡Qué poco español, en el mal sentido de la palabra (lo hay bueno), era Cernuda! Y qué poco español, también en el mal sentido de la palabra, Galdós, que amaba a los niños, sabía ponerse en el lugar de los demás y no tenía vocación de inquisidor, al contrario que la mayoría de sus compatriotas.
            Leer a Galdós, recordar a Galdós, me consuela ahora que cada día parece peor que el anterior pero mejor que el siguiente.



Domingo, 12 de abril
BUENA CARA

Voy a comprar el periódico, como todas las mañanas desde hace medio siglo, y me encuentro (no solo venden periódicos, también pan y chucherías) con una cola que llena media Avenida de Pumarín. “¡Qué suerte la mía!”, me digo. “¡Tengo por lo menos para media hora! ¡Media hora al aire libre, media hora de sol y salud sin miedo al acoso policial!”
            Esperamos separados tres o cuatro metros, respetando las normas sanitarias, no como los soldados que patrullan calles y parques, siempre muy juntitos, casi codo con codo, de dos en dos o de tres en tres, y sin mascarilla, ni como los policías que andan a la caza de los vehículos en que viajan dos personas en el asiento delantero con ellos dos en el asiento delantero.
Me entretengo observando a mis sufridos conciudadanos, humillados y ofendidos por las autoridades con el pretexto de protegerlos de la pandemia,  y me dan ganas –lo hago con el corazón-- de irlos abrazando uno a uno, incluso a esa joven que lleva un trapo con los colores de la bandera española a modo de mascarilla.
            Un edificio frente a mí --cuántas veces habré pasado frente a él sin fijarme-- lleva en lo alto la fecha de construcción: 1950. Somos de la misma quinta y aquí seguimos los dos contra viento y marea, aguantando lo que nos echen.
            Respiro hondo, dejo que me acaricie el sol mientras la cola avanza lentamente, aunque demasiado rápida para mi gusto. Aspiro una bocanada de salud y felicidad y sonrío recordando la frase de Rafael Azcona: “Como fuera de casa, en ningún sitio”.



Lunes, 13 de abril
LA BICICLETA

Calígula nombró senador a su caballo y el populacho de Roma le aplaudió enfervorizado. Seguro que si hoy el Presidente del Gobierno de España nombrara Ministro de Sanidad, no a su caballo, que no tiene, sino a su bicicleta, la audiencia de las cadenas generalistas saldría a los balcones a aplaudir tan sabia decisión.
            Y bien mirado no estaría tan mal: cierto que, en el control de la epidemia, la bicicleta no sería mucho más eficaz que el ministro, pero por lo menos no tomaría medidas que atentaran gravemente contra la salud de todos, especialmente de los niños.



Martes, 14 de abril
PEQUEÑO TEATRO

(La acción transcurre en un balcón: abajo, una corta calle peatonal; a la izquierda, un parque; a la derecha, el edificio del Milán y la entrada a la plaza de Santullano. Al comienzo de la plaza, tres operarios municipales, muy cerca unos de otros, charlan alegremente mientras colocan adoquines que llevan varios años levantados; en la calle, una baldeadora va y viene rociándola con su agua lustral una y otra vez; en el parque, zumban dos máquinas cortacésped. Un padre charla con su hijo, que aún no ha cumplido los cuatro años.)
NIÑO.- Papá, papá, ¿por qué no puedo bajar al parque a coger dientes de león y a buscar caracoles?
PADRE.- Pregúntaselo al Ministro de Sanidad, hijo mío, yo no sabría qué decirte.
NIÑO.- ¿Me pondré malo si bajo?
PADRE.- No, hijo mío, te pondrás mucho mejor, pero el ministro dice que puedes poner enfermos a los demás.
NIÑO.- ¿A quiénes? ¿Al conductor de la baldeadora?  ¡Pero si no me deja subir a ella! ¿A los que cortan el césped? ¿A los dientes de león? ¿A los caracoles?
PADRE.- (Besando al niño). A ninguno, hijo mío. Pero estas son cosas que tú no puedes entender. Ni tú ni nadie con dos dedos de frente.
            (El padre echa una hojeada a la primera página del periódico que está sobre una silla: “El virus no se ceba con los niños; el encierro, sí”, dice un titular. Y luego, tras indicar las protestas de varios presidentes autonómicos por el encierro de los niños, lee estas líneas increíbles: “El Ministro de Sanidad ha pedido a la Asociación Española de Pediatría que cree un grupo para analizar bajo qué condiciones se podría llegar al desconfinamiento de los niños”)-
            PADRE.- Pobre hijo mío, naciste en un país civilizado y de pronto te encuentras en medio de una pesadilla. Es como si una bruja nos hubiera lanzado una maldición.
            HIJO.- ¿Una bruja muy mala, muy mala, como la que engordaba a Hansel y Gretel para comérselos?
            (El padre besa al niño y lo abraza y no sabe qué responder. ¿Cómo explicarle que al Ministro de Sanidad, después de un mes de clausura de los menores a cal y canto, solo se le ocurre pedir que se cree un grupo “para analizar bajo qué condiciones se podría llegar al desconfinamiento de los niños”?  ¡Pero si no hace falta analizar nada! ¡Basta con que se les permita salir en las mismas condiciones que a los perros! El padre aparta los ojos del niño, para que no vea que a ellos asoma una lágrima, y en la otra esquina de la primera página del periódico lee: “El contagio en hogares, clave de la persistencia del virus”.)
PADRE.- (Tras enviar al niño con su madre, dice para sí).Claro, tanto quédate en casa, quédate en casa, que el virus ha hecho caso y se ha quedado en casa. Ahora el lugar más seguro son las calles, tan limpitas, tan desinfectadas, y el más peligroso cualquier hogar donde no viva solo una persona. Los antiguos chinos tenían la costumbre de formular un deseo en el primer baño de su hijo. Recuerdo un poema con ese título, no sé si de Li Po o de Tu Fu: “Todos desean un hijo inteligente. Qué poca / experiencia la suya! Yo lo prefiero / adulador, estúpido, ignorante… / Así será feliz. Y, si se empeña, / puede que hasta ministro!
(La acción es rigurosamente cierta; los diálogos, solo verosímiles. Desde donde yo estaba podía ver los gestos de mis vecinos, pero no escuchar sus palabras.)


Miércoles, 15 de abril
LO QUE HEMOS PERDIDO

----¿Cómo celebraste ayer el aniversario de la República, Martín?
            ----Pues la verdad es que ni me acordé de ella. Ahora lo urgente es otra cosa: recuperar la democracia.



Jueves, 16 de abril
TODO EL PESO DE LA LEY

Estos días me viene a menudo a la memoria un chiste sin demasiada gracia que se contaba allá por primeros setenta, cuando estaba de moda el libro de Umberto Eco Apocalípticos e integrados: “¿En qué se parecen una lavadora y una televisión? En que la primera te lava la ropa y la segunda te lava el cerebro”.
            Hoy no cabe duda que las técnicas de lavado han avanzado mucho: la ropa blanca queda más blanca que nunca y las cabecitas de mis compatriotas, gracias a los buenos oficios de las cadenas generalistas, públicas o privadas, brillan impolutas sin la más mínima mancha de cualquier pensamiento propio.
            En los años cincuenta, en plena Edad Media, me encontraba yo en la plaza de mi pueblo esperando el momento de entrar en la iglesia para oír misa. De pronto, veo venir a un vecino escoltado por dos guardias civiles.
            ----¿Qué ha hecho?, pregunto.
            -----Estaba en su huerta, trabajando. ¡Un domingo!
            Poco faltó para que la gente que esperaba no le abucheara y aplaudiera a las fuerzas del orden.
            Abril de 2020, otra vez en plena Edad Media, grandes titulares en un periódico: “Interior investiga si Rajoy violó el confinamiento”. Fernando Grande-Marlaska, ministro de Interior, anuncia pomposamente a los medios que su Departamento está investigando si un anciano, que hacía ejercicio por consejo de su médico, ha salido a correr solo por los alrededores de su casa. “Si ese gravísimo hecho se confirma –dicen que afirmó con contundencia el ministro-, caerá sobre el infractor todo el peso de la ley”.
            Sobre los que permitieron que murieran como ratas los ancianos ingresados en residencias, cuando tan fácil hubiera sido evitarlo haciéndoles test a sus cuidadores y apartando a los que dieran positivo, no caerá el peso de ninguna ley. Sobre un anciano que sigue los consejos de su médico sin poner en riesgo su salud ni la de nadie, sí.
            Haber vuelto a la Edad Media, cuando las epidemias se trataban con medidas punitivas, penitenciales y ejemplarizantes, sin ningún valor sanitario, es lo que tiene.



Viernes, 17 de abril
REÍR POR NO LLORAR

“Es preferible morirse con arreglo a las leyes de la medicina que vivir con vilipendio de ellas” (Molière, El médico a palos).
            “Es preferible morirse con arreglo a las leyes del confinamiento que vivir con vilipendio de ellas” (Pedro Sánchez al declarar la vigésimo tercera prórroga del Estado de Alarma e insinuar que no será la última).






           


Sin propósito de enmienda: Amarga verdad

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Sábado, 18 de abril
UN SECRETO

Aunque sea una actividad llevada a cabo con mucho secreto, casi clandestina, me ha llegado el rumor de que un amigo neoyorquino prepara un número especial de su revista dedicado a mí. Se publicará en junio, cuando cumplo setenta años.
Me siento muy halagado, como es de suponer, aunque sepa de sobra que los homenajes, llenos de elogios convencionales, suelen ser papel mojado y carecen del menor interés para el lector.
Como uno acaba enterándose de todo, y especialmente de lo que no debería enterarse, he oído que uno de los convocados aprovecha la ocasión para ajustar cuentas en diez afilados folios. La noticia, de ser cierta, me llena de alegría. Más que lo que puedan decir mis amigos (si son amigos, nunca se decidirán a sincerarse), me divierte escuchar a mis enemigos mejores.
            Nada tan aburrido como una presentación, convencional ristra de elogios que no se cree el que los formula ni quienes los escuchan, pero sí el presentado que se ruboriza y los niega con la boca chica mientras piensa “sigue, sigue, más, más”.
            Pero la que hizo de mí Andrés Trapiello en la librería Alberti podía haberse grabado y sería uno de los grandes éxitos de YouTube. De los poco más de tres cuartos de hora que duró, dedicó más de cincuenta minutos a arremeter contra mí. Me dejó como un mudo Ecce homo ante la atónita y divertida mirada de todos los asistentes, que pensaban en un numerito previamente ensayado.
            Si su colaboración en el secreto homenaje del que yo no debería tener ninguna noticia, está a la altura de esa performance, seguro que al Cuadernos de Humo de mi amigo Hilario Barrero no le faltarán lectores. Y si el coordinador lograra la colaboración de Antonio Gamoneda, mi pim pam pum favorito, el éxito ya sería apoteósico.



Domingo, 19 de abril
ALGUNAS OBJECIONES

----¿No cree que su inteligencia está sobrevalorada?
            ----Sí, sobre todo por mí.
            ----¿Ha convertido al gobierno (que votó y tanto defendió, por cierto) en chivo expiatorio al que echarle la culpa de todo?
            ----No le echo la culpa de todo, solo de un ochenta o noventa por ciento del desastre actual. El resto se debe a la epidemia. Y no se la echo solo a él, sino al rebaño que le aplaude y trata de justificar incluso las medidas más disparatadas y dañinas.
            ----Para usted parece haber solo dos clases de personas: las que piensan como usted y las que están equivocadas.
            ----Cierto que divido a los españoles en dos categorías (y en ambas hay votantes de izquierda y votantes de derecha): los que se sienten ofendidos cuando el gobierno toma medidas que ofenden a la inteligencia (¿quiere que se las enumere una vez más?) y los que no (ya imaginará por qué).
            ----Critica a los demás desde una posición de privilegio.
            ----Correcto. Soy un privilegiado en estos tristes días. He podido continuar mi doble trabajo (colaboraciones periodísticas, clases universitarias); salgo todos los días mañana y tarde (siempre dentro de la ley, por supuesto) para preservar mi salud, no solo amenazada, como se ha hecho creer a los españoles, por el nuevo virus; guardo siempre la distancia social y no me pongo la mascarilla cuando no es necesario (no es un mágico talismán, un detentebala o una medallita de la Virgen); el temor natural al contagio no ha limitado en lo más mínimo mi capacidad de razonar ni el miedo a Grande Marlaska me ha hecho autocensurarme (¡que me censuren ellos!). Pero soy un privilegiado que lo está pasando muy mal, que no duerme la mayoría de las noches pensando en esos conciudadanos que están en la pobreza o al borde de la pobreza y se amontonan in minúsculos habitáculos insalubres; pensando, sobre todo, en los niños, sacrificados irracionalmente, como en la noche de los tiempos, para propiciar el favor de no se sabe qué ancestrales dioses.



Lunes, 20 de abril
QUÉDATE EN CASA
           
Si quieres vivir libre de todo riesgo, quédate en casa, atranca la puerta, no comas ni bebas (¿quién te garantiza que la comida o la bebida no están contagiadas?) y, sobre todo, no respires, ya que el virus puede flotar en el aire y, aunque lleves mascarilla, entrarte por los ojos. Ten por seguro que, a los pocos minutos (sobre todo si consigues no respirar), ya estarás libre de cualquier contagio para toda la eternidad.



Martes, 21 de abril
CRISIS DE ANSIEDAD

Se me aceleró el corazón, se me nubló la vista, comencé a sudar. Me tendí en la cama, no sabía qué hacer. ¿Llamar a un médico, pedir un taxi para ir a urgencias? La verdad es que nunca he tenido necesidad de llamar a un médico, nunca he tenido que ir a urgencias. Pero estoy a punto de cumplir setenta y alguna vez tiene que ser la primera.
            Afortunadamente, no me había abandonado del todo la lucidez. ¿Cuándo había comenzado a sentirme mal? Muy poco después de mirar en el teléfono las decisiones del consejo de ministros. Lo hice ilusionado. ¡Por fin podrán salir los niños de su arresto domiciliario! Esta mañana, al ir a comprar, me encontré con un padre que llevaba a dos niños pequeños de la mano, los dos muy pálidos, asustados, caminando torpemente. Quizá era la primera vez que salían de casa en mes y medio. Desde una distancia de tres o cuatro metros –yo respeto siempre las normas para evitar contagios, al contrario que policías y soldados, al menos los que patrullan Oviedo--, no me pude contener y exclamé, alto para que me oyeran el padre y la mala gente que acecha en las ventanas: “¡Qué alegría ver niños en la calle! ¡A ver si de una vez respetan sus derechos y los dejan salir!”
            Unos pasos más allá, me dio un vuelco al corazón: un vehículo de la policía nacional –dos agentes sin mascarilla en los asientos delanteros—se acercaba sigiloso, como un tigre al acecho de su presa. ¿Llevaría el padre el justificante de que su mujer trabajaba y no podía dejar a los niños solos en casa? Como no lo llevara, seiscientos euros como mínimo de multa y un mes en que quizá no podría pagar el alquiler.
            Leo en el teléfono las declaraciones de la ministra portavoz y quedo atónito. Sin duda se trata de una fake news. Busco y rebusco en los titulares de todos los diarios y no hay duda: la gran medida para hacer más llevadero el encierro de los niños es que puedan acompañar a sus padres a la compra o al banco, aunque no, por supuesto, cuando saquen a pasear al perro por el parque (¡un niño en un parque sin nadie, los ancianos caerían muertos por centenares!).
            Siempre he sido alérgico a la estupidez. El Consejo de Ministros del reino de España decide que, para “aplanar la curva” (lo he oído en la televisión acompañando al mantra “quédate en casa”), lo mejor no es que los niños paseen al aire libre, sino por estrechos pasillos entre las baldas del supermercado.
            ¿No será mi enfermedad psicosomática? En lugar de llamar a un médico, llamo a un amigo y pongo a Pedro Sánchez y a sus excelentísimos ministros como se merecen. Mano de santo. Los síntomas físicos comienzan a aliviarse. Eran solo una somatización del estupor y el cabreo. Me siento humillado, ofendido, pisoteado, maltratado. Y no por una panda de malhechores, sino por el Gobierno de España.
            Por la tarde, tengo clase. Dudo si anularla. Pero nunca he perdido una clase y no va a ser esta la primera vez. Enciendo el ordenador y me amina ir viendo aparecer, puntuales, las caras de los alumnos. Hablamos de Emilia Pardo Bazán, leemos y comentamos un artículo suyo de 1901, “Como en las cavernas”, y por una hora me olvido del Gobierno de España (¡qué mancha para cualquier persona que se valore a sí misma haber formado parte de este gobierno!) y soy feliz. El artículo termina con una frase que yo aplico, no diré a quién, pero resulta fácil de adivinar: “Execración eterna contra los que lo cometieron y contra quien no lo repruebe desde el fondo del alma con la tremenda severidad que inspira”.
            Y luego, cuando menos lo esperaba, recuperado de mi crisis de angustia, pero no del hundimiento moral (¡en mi país se toman las medidas más absurdas y crueles del mundo democrático!), un amigo me llama con la nueva noticia. ¡El Gobierno de España ha rectificado y permitirá salir a pasear a los menores de catorce años acompañados de un progenitor! 




Miércoles, 22 de abril
UN EXPERTO

Aún me dura la alegría por la liberación, muy limitada, de niños y niñas a partir del domingo (que fuera a partir de hoy, como parece lógico, ya sería demasiado). La medida llega mes y medio tarde, pero por lo menos llega.
Seguro que en el gobierno de España (los que han formado parte de él dentro de no mucho, avergonzados, lo ocultarán en su currículum) hay quien piensa que llega demasiado pronto, como los más descerebrados de mis conocidos y algún “experto” como Antonio Moreno, neumólogo pediátrico del Hospital Vall d’Hebron”, quien tras afirmar en una entrevista que el coronavirus apenas afecta a los niños y de que no hay ninguna prueba de que contagien más que los adultos (“en los próximos meses podremos saber si ocurre o no como con la gripe”), a la pregunta de por qué entonces un confinamiento tan estricto, responde: “Tiene mucho sentido porque, por ejemplo, durante el confinamiento estamos viendo en el hospital muy pocos niños con otro tipo de infecciones respiratorias, como bronquitis, neumonías, asma…”
Uno lee, vuelve a leer, y se frota los ojos. ¿Insinúa que, aunque desaparezca el coronavirus, debemos seguir teniendo a los niños para siempre confinados porque es la mejor manera de acabar con la bronquitis, la neumonía y el asma?
¡Pero en que manos está nuestra salud, Dios Santo! ¿No se le ha ocurrido pensar a este buen doctor que si llegan menos casos a los hospitales es porque se han cerrado la mayoría de las consultas y porque quienes se sienten enfermos, a menos que se estén muriendo, no encuentran quien los atienda? Y luego añade: “Yo creo que a los niños el aislamiento no les pasará mucha factura. Los niños tienen mucha capacidad de adaptación”. ¡Y este hombre es pediatra! ¡Merecía ser ministro del gobierno de España!
Al final, reconoce que los niños han estado mucho tiempo en casa y ahora no están infectados y difícilmente serán infectados. A pesar de eso dice que hay que ser muy prudentes, que se debe evitar que haya mucho contacto con otros adultos u otros niños.
No se preocupe, “experto”, que no lo habrá, salvo con su padre o madre, como en casa. Los españoles, preocupados por su salud, cumplen a rajatabla las medidas sanitarias –al contrario que las fuerzas del orden--; las que algunos se saltan –yo no, no soy tan valiente, pero bien que me gustaría ser capaz de atreverme-- son las arbitrarias, esas que no sirven para contener la enfermedad, sino para demostrar que quien manda manda y para tratar de llenar las depauperadas arcas públicas con multas de seiscientos, mil o más euros a quien se atreva a caminar solo, sin perro ni bolsa de la compra.


Jueves, 23 de abril
UN SUEÑO

Duermo tarde, poco y mal, y casi siempre tengo pesadillas. Pero esta noche no.
            Soñé que los rituales aplausos de las ocho de pronto se convertían en silbidos, pateos y gritos de “basta ya” y “vete, vete” y no duraban unos minutos sino que seguían y seguían. Cuando unos descansaban, otros ocupaban su lugar, así una hora y dos y un día entero hasta que nuevamente volvieron a convertirse en aplausos cuando comenzó a circular la noticia de que el presidente del Gobierno, nuevo Ceaucescu, había abandonado la Moncloa a borde de un helicóptero con rumbo desconocido.




Viernes, 24 de abril
ABISMOS DE LA CONDICIÓN HUMANA

----¿Pero es que no has aprendido nada en esta situación, Martín?, me pregunta un amigo.
            ----He aprendido algo que prefería no saber: que buena parte de mis compatriotas están escasamente dotados para el pensamiento racional, aunque hayan cursado estudios universitarios y conseguido asaltar los cielos del Boletín Oficial del Estado, y que son capaces de sacrificar la salud de los niños con cualquier pretexto, o sin pretexto alguno, aunque sean pediatras, padres o ministros de Sanidad.


Sin propósito de enmienda: Amanecer

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Sábado, 25 de abril
MIS PASEOS FAVORITOS

No hay mal que por bien no venga. La tertulia que nos reúne todos los viernes desde 1980 (una tertulia que ya es tanto del siglo XX, veinte años, como del XXI, otros veinte) ya no puede celebrarse en el café habitual de la calle la Luna, pero sigue tan animada como siempre en el ciberespacio. Es poca cosa una pandemia que paraliza el mundo para acabar con la tertulia.
Tiene alguna desventaja el nuevo formato (cada uno ha de prepararse el café o lo que quiera tomar por su cuenta), pero también ventajas: contertulios dispersos por el mundo pueden asistir a ella. Desde Nueva York, desde Oslo, desde la Plata, desde Madrid, desde Punta Umbría, desde Gijón, desde Avilés, a las siete en punto los rostros amigos aparecen mágicamente en la pantalla del ordenador.
            Este viernes, antes de la conversión libre y llena de interrupciones (muy a la española), leímos cada uno un poema que nos habría gustado escribir (yo el de Li Po traducido por Marcela de Juan que tanto me gusta recitar) y hablamos del primer viaje que nos gustaría hacer en cuanto sea posible.
            Yo me iría –me iré-- a Nueva York.  Y cerré los ojos para describir minuciosamente mi primer paseo en la ciudad. Me alojaría en Brooklyn, en Grand Army Place, como la última vez, en la casa de buenos amigos Me despertaría muy temprano debido a la diferencia horaria, así que a poco de salir el sol ya estaría yo en la calle. Antes de bajar, saldría a la terraza y contemplaría el entorno: el gran arco triunfal que da nombre a la plaza, la arboleda del Prospect Park, la fuente monumental con sus desnudos art deco, la fachada neoclásica del museo, la racionalista –cemento y toques de oro-- e la Biblioteca Pública… Me pondría a caminar por Flatbush Avenue, mi primera parada en la plaza del Barclays Center para saludar al Capitán América (“I’m just a kid from Brooklyn”, solo soy un chico de Brooklyn, dice la inscripción en la monumental escultura).
Continuaría luego hasta Atlantic Avenue, giraría a la izquierda, cruzaría la avenida para dirigirme hasta Cadman Plaza, por una calle provinciana y comercial, pero no llegaría hasta ella, sino que por  Montague Street me acercaría el río.
Montague Street es una de mis calles favoritas. Ya nqueda en ella ninguna librería de viejo, pero ahí sigue la dorada iglesia neogótica, tan de campiña inglesa, deslumbrante en primavera, y el Teresa’s, el restaurante favorito de la tertulia, y al doblar una esquina, la casa en que vivió Auden (tenía, muy cerca, por vecino a Truman Capote) y al final mansiones con jardín, en las que yo he situado alguna historia, y el Promenade, el largo paseo por la orilla del East River, con los rascacielos del bajo Manhattan al frente y, al fondo el puente de Brooklyn ,y tras él, el de Manhattan. Cruzaría el puente, por supuesto, saludando al Pier 17 (mis Salesas neoyorquinas) y llegaría al City Hall. Un pequeño descanso junto a la fuente adornada con farolas que recuerdan a las de un paso de semana santa y luego, Broadway adelante, hasta Washington Square (queda a la izquierda, hay que desviarse por la calle 4) con el gran arco de mármol en el que Juan Ramón Jiménez vio a la primavera dispuesta a desfilar por la Quinta Avenida.
Tras el descanso entre los estudiantes de la cercana universidad, regreso a Broadway, por Waverly y sigo mi paseo hasta Union Square. Camino lentamente, este es el tramo de Broadway que yo prefiero, con sus edificios de principios del XX que aúnan arquitectura industrial y fantasías historicistas.
Antes de entrar en Union Square, la imprescindible parada en esa sucursal del paraíso que es la librería Strand: siempre acabo un poco mareado con la acumulación de tentaciones. Y luego, en la plaza, la maravilla de colores y olores del mercado de productos orgánicos (a Muñoz Molina le recordaban el mercado de su infancia en Úbeda).
Termino mi paseo matinal, mi primer paseo neoyorquino (¿cuántos kilómetros llevo caminados?) en la que siempre he considerado mi casa, la librería Barnes & Noble, que ocupa por entero un edificio decimonónico de cinco plantas. Antes de subir a la cafetería, un paseo por los estantes, la recogida de unos cuantos libros y luego a hojearlos en una de las mesas junto a las ventanas a las que se asoman las copas de los árboles y el gran mástil en el centro de la plaza…
            ---¿Pero tú qué tienes el mapa de Nueva York en la cabeza?, me interrumpe un contertulio aburrido.
            La verdad es que sí, pero no de toda Nueva York ni solo de Nueva York. No soy un aventurero, me aterran los lugares desconocidos, por eso lo primero que hago cuando llego a una ciudad desconocida es conquistar un pequeño territorio, hacerlo familiar, descubrir los lugares de reposo y abastecimiento: cafeterías amigables, librerías en que perderse, algún centro comercial, convertirlas en otro Oviedo (algo así hacían los conquistadores, aunque de otra manera). Y cuando vuelvo –siempre procuro volver-- repito maniáticamente el mismo recorrido.
Por las noches, en estos días, en que tarda el sueño, cierro los ojos y me digo: Voy a darme un paseo por Venecia o por Praga o por Coímbra o por Nápoles. Y salgo del hotel, o del alojamiento turístico, frente al Moldava y el puente que me lleva a las Casa Danzante; o n el Lungomare, muy cerca del Castel dell’Ovo (sobre el azul de la bahía, la silueta de Capri); o en el Largo da Portagem, donde estuvo el consultorio de Miguel Torga, y camino y camino sin equivocarme en ninguna esquina hasta que me llega el sueño.
En estas cosas me gusta entretenerme. Cada uno tiene sus manías.



Domingo, 26 de abril
CÁRCEL ME QUITA

Salgo a comprar el periódico y noto algo distinto, como que se respira mejor: acá y allá, muy distanciados, en las calles solitarias, una niña que camina de la mano de su madre, un padre joven que empuja el carrito de un bebé, un niño de unos siete años que camina junto a su madre, los dos con grandes mascarillas que casi les tapan los ojos, y en la cola para acceder al kiosco uno niño de dos o tres años, sentado en su triciclo, que parlotea gozoso con su madre…
Le saludo desde la distancia, el niño me devuelve el saludo con una sonrisa y yo siento que los ojos se me llenan de lágrimas.
¡Lo que se ha tenido que luchar para conseguir que los niños, después de estar mes y medio las veinticuatro horas encerrados en casa, puedan salir al menos una hora al día como en el resto de los países civilizados!
Los lectores del futuro no entenderán mis lágrimas –reconozco que el confinamiento me han hecho más sentimental--, pero les pediría que consultaran las hemerotecas: no se trata de una ficción literaria, esa barbarie contra la infancia fue rigurosamente verdad en la España de 2020.
           Hubo que luchar hasta el último minuto y habrá que seguir luchando porque seguro que la mala gente que tanto abunda en esta España nuestra estará ya falsificando argumentos, trucando su fotos, creando alarmismo, para que la situación se revierta.
Pero yo ahora no quiero pensar en las asustadizas alimañas con forma humana que refugiadas en sus madrigueras maquinan cómo evitar que los más de seis millones de niños disfruten del mismo derecho que los cerca cuarenta millones de españoles restantes.
Disimulo las lágrimas, que son de emoción y de felicidad, y a la memoria me vienen unos versos de Miguel Hernández: “Tu risa me hace libre, / me pone alas, / soledades me quita, / cárcel  me arranca”.



Lunes, 27 de abril
PASILLO Y PATIO

Los pasillos más largos del Milán, lo que recorren en cada piso su fachada, tienen más o menos ciento sesenta y cuatro pasos, o sea, unos ochenta y dos metros. Con solo recorrerlos unas doce veces ya camino un kilómetro.
Entre la revisión de los ejercicios que me envían los alumnos de una de mis asignaturas y los de otra, recorro por ese pasillo unos dos kilómetros cada día. Yo necesito caminar por lo menos media docena para sentirme a gusto, pero algo es algo.
Naturalmente, le vendría mejor a mi salud hacerlo por el espacio entre el edificio departamental y el aulario y la biblioteca, donde tampoco me encontraría a nadie. Pero lo que beneficiaría a mi salud, podría perjudicar gravemente a mi bolsillo: de vez en cuando, un coche policial entra en esa zona del campus y lo recorre muy lentamente para volver a salir por dónde ha entrado.
            Camino arriba y abajo por el largo y ancho pasillo y recuerdo la de kilómetros y kilómetros que recorrí por el patio de la cárcel, siempre a buen paso, siempre con los ojos bajos, para no tropezar con una mirada retadora, siempre procurando no chocar ni rozar siquiera a los que iban y venían muy cerca de mí, algunos gente pacífica, pero otros peligrosamente violentos.
            En peores nos hemos visto, pienso al ir y venir por el pasillo. Y cuando esto pase, que pasará, por muchos meses que se trate intencionadamente de alargarlo (¿tienen miedo de las cuentas que les van a pedir después), los pequeños hechos de la vida cotidiana --tomar un café, en una terraza al aire libre, rodeado de amigos--, en los que antes ni nos fijábamos, nos parecerán placer de dioses.


Martes, 28 de abril
INÚTIL SACRIFICIO

----Parece que los miles y muertos de la epidemia no te preocupan nada, Martín.
            ----Pues me preocupan tanto como los miles de muertos de cáncer o de infarto o de accidente de tráfico o por cualquier otro motivo. Tomo todas las medidas razonables para no contagiarme ni contagiar, que es lo único que puedo hacer, sabiendo siempre que, por muchas medidas que se tomen, el riesgo cero, no existe. Lo que no he hecho es lo que una amiga mía que vive sola y en mes y medio no ha salido de casa más que una vez para ir a la compra. “Debería salir más, pero me voy arreglando con lo que tengo. Es el sacrificio que hago para que muera menos gente”, me dice por WhatsApp.
            Yo no le respondo que eso que hace es una tontería (¡pobre!), pero lo pienso: con su sacrificio ganará el cielo (es fervorosa creyente, aunque evangélica, por lo que los píos católicos la mandarán al infierno de los herejes), pero que ayuda tanto a la contención de la epidemia como el gobierno prohibiendo a los niños salir de casa hasta ayer mismo o a los adultos que salgan solos y sin perro.
            ----No te quejes que, a partir del sábado, ya podrás pasear fuera del pasillo del Milán.
            ----Se agradece la medida, pero llega mes y medio tarde.
            ----¿Y cómo se habría podido controlar, si se hubiera permitido desde el principio, en lo peor de la epidemia, que no se produjeran aglomeraciones?
            ----Pues lo mismo que se evitó que no se produjeran aglomeraciones cuando la gente iba al trabajo, a comprar o a pasear el perro: gracias a la responsabilidad de la gente y con la ayuda adicional de la policía y ejército patrullando las calles.


Miércoles, 29 de abril
LA ÚNICA MANERA

La única manera de eliminar por completo el riesgo es eliminar la vida. Incluso con una vida que no merezca la pena de ser vivida, solo lo eliminas en una pequeña parte.



Jueves, 30 de abril
CERCA Y LEJOS

Qué cerca están ahora algunos amigos que creíamos tan lejos y que lejos otros que creíamos tan cerca.



Viernes, 1 de mayo
ISLAS DE FELICIDAD

Siempre me levanto de buen humor, nunca he dejado de ver cada nuevo día como un regalo. Me aseo, desayuno, friego vaso y taza, hago la cama impaciente por sentarme ante el ordenador.
Las ideas ya están ahí, han brotado durante la noche. Escribo una reseña o reviso la que escribí ayer para enviarla al periódico, una nota del diario, un poema, comienzo un prólogo que me han encargado, lo que toque ese día. No soy capaz de mantener la tensión más de una hora o a veces hora y media.  Luego reviso el correo y subo alguna foto con un breve comentario a Facebook (me hago la ilusión de que estoy publicando un libro como el Atlas borgiano, pero de miles de páginas, casi infinito). A las once y media ya estoy en el despacho del Milán, al otro lado de la calle. Allí me espera la sorpresa de algunos libros recién llegados. Los hojeo en Las Salesas, con un café. Y es precisamente cuando me toca ir a las Salesas cuando acaba mi matinal momento de felicidad. Ahora no hay Salesas, lo que toca es que quedarse encerrado en el despacho corrigiendo trabajos de los alumnos.
            Después de cenar, me relajo en el sofá, y enciendo el televisor. Comienzo con una viaje en tren o viendo el mundo desde el aire con la cadena Viajar; luego, antes de ir a la cama, una serie policíaca, a ser posible antigua y sin sorpresas, que funciona como una nana para propiciar el sueño. “El día es un mar hondo que hay que cruzar a nado”, según un verso que ahora me viene con frecuencia a la memoria. Ya he cruzado un día más, me digo satisfecho mientras viajo en el Transiberiano o contemplo desde lo alto los verdes campos de Inglaterra y sus castillos dorados por la historia y los blancos acantilados de Dover. A veces, quito la voz al televisor y leo un libro amable. En la cabeza, vagamente, sin insistir mucho en ello, le doy vueltas a los que voy a escribir al día siguiente; el trabajo verdadero –sobre todo si se trata de un poema—ya lo haré mientras duermo.
            Islas de felicidad, oasis en el desierto de estos días.


Sin propóposito de enmienda: Misión cumplida

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Sábado, 2 de mayo
COMO EN LA ANTIGUA ROMA

A las ocho en punto de la tarde, ni un minuto antes (por si acaso), pero ni un segundo después, salgo de casa para disfrutar del tiempo de recreo que ha tenido a bien concedernos a los adultos el Amado Líder.
            Solo puedo alejarme un quilómetro de casa. He descargado una aplicación en el teléfono para que me avise en cuando lo sobrepase, aunque sea medio metro escaso. Subo, a buen paso, que es mi paso normal, hasta el Campo de San Francisco, alegrándoseme el corazón con las sonrisas de felicidad que veo en los rostros de los viandantes –todavía numerosos-- que aún no se han decidido a usar mascarillas en todas las ocasiones, incluso en las que son necesarias. 
Cruzo el paso de peatones en la plaza de la Escandalera, pongo el pie en el paseo de los Álamos y en ese mismo momento suena la alarma. Acabo de sobrepasar el quilómetro o retrocedo o los agentes de Marlaska están autorizados para ponerme una multa de, como mínimo, seiscientos euros. 
            Contemplo un rato el parque como Moisés contemplaba la tierra prometida o como Tántalo, muerto de hambre y sed, la comida y el agua que no podía tomar, y luego continúo hacia la izquierda.
            Decido caminar en círculos, trazar una circunferencia en torno de mi casa, y también tiene su encanto este paseo extraño. En Oviedo, a pocos minutos, hay maravillosos caminos rurales. El dictador, para “proteger” mejor nuestra salud y para que quede claro el poder absoluto que le ha sido otorgado, ha decidido que los habitantes del centro de Oviedo no podemos pisar los alrededores solitarios, tenemos que amontonarnos en las mismas calles
            Mis amigos me dicen que exagero cuando llamo dictador a Pedro Sánchez. No es así. No le llamo dictador metafórica e hiperbólicamente, sino con etimológica precisión. En la antigua Roma, un dictador era aquel magistrado al que el senado, en una situación de peligro para la República, concedía todos los poderes. Era un cargo temporal, pero entonces y ahora el magistrado que podía convertir en ley cualquier capricho se sentía tentado a hacer que esa situación se prolongara indefinidamente.
            Exactamente eso es lo que hace Pedro Sánchez con la prórroga del Estado de Alarma. Siempre habrá algún peligro, nunca estará controlada del todo la situación sanitaria (al menos hasta que haya una vacuna, dice con la boca chica). Si el congreso no le para los pies, tendremos Estado de Alarma por tiempo indefinido.
            Es un dictador Pedro Sánchez, pero eso no quiere decir que se parezca en nada a Francisco Franco, por supuesto. A quien sí se parece es al Miguel Primo de Rivera que, en septiembre de 1923, asumió todos los poderes por encargo real  y con el aplauso de la mayoría de la población. Dijo que no tenía ambiciones políticas, que venía solo a arreglar las cosas y que luego se iría a su casa. Arregló la guerra de Marruecos, tomó algunas medidas acertadas, mejoró la economía. No tuvo que confinar a nadie, solo a don Miguel de Unamuno, que fue el único que protestó.
            Pasaron uno o dos años, media docena de prórrogas del Estado de Alarma, le gustó el cargo y decidió crear, no un partido, sino un movimiento ciudadano, la Unión Patriótica, para permanecer en él indefinidamente.
            ¡Qué buena idea esa de la Unión Patriótica, Pedro Sánchez! Hasta el nombre el bonito. Con esa masa que ahora, gracias a la incansable labor de las televisiones generalistas, se queda en casa y aplaude cualquier arbitrariedad, ¿no se podría hacer algo semejante?
            En estas cosas pienso, mientras doy vueltas y vueltas atado por una cuerda imaginaria (pero muy real, Marlaska mediante) a mi domicilio.



Domingo, 3 de mayo
COSAS QUE PASAN

El  jefe del Estado de un país de cuyo nombre no quiero acordarme visita a su abogado en Ginebra con una maleta que contiene no sé cuántos millones de dólares y le pide que lo ingrese en su banco.
            ---¿Puedo preguntarle de dónde ha salido este dinero, Majestad? Es por si me lo preguntan en el banco.
            ----Es un regalito de un amigo. Yo no podía rechazarlo, sería hacerle un feo.
            ----Comprendo, Majestad. Pero habrá que ser discreto, que a lo mejor en su país algunos no lo entienden.
            ----En mi país todos saben que puedo hacer lo que me da la gana, que la Constitución me lo permite, y quien lo dude que se lo pregunte a los catedráticos de Derecho constitucional. Si a mí ahora me apeteciera pegarte un tiro, je je, pues te lo pegaría y la policía no podría intervenir y ningún juez decir nada. ¿No te lo crees? ¿Quieres que probemos?
            ----No, por favor, Majestad, que estamos en Suiza y aquí a lo mejor la policía y los jueces no son tan complacientes como en su país.



Lunes, 4 de mayo
ME CONFORMO CON POCO

Hojeo el cuaderno de notas en el que todos los días suelo trazar algunos garabatos: “El amor siempre sabe a poco”. 
Como solo hay una cosa que me gusta más que llevar la contraria a mis interlocutores, llevármela a mí mismo, de inmediato pienso: “¿Seguro? Yo, en el amor, con muy poco ya tengo bastante. Me pasa con casi todas las cosas. Solo hay dos de las que no me canso nunca: la conversación (siempre que sea yo el que lleva la voz cantante, por supuesto) y los libros (siempre que tenga muchos donde escoger).



Martes, 5 de mayo
NO ERA PARA TANTO

Llegó por fin –parecía que no iba a llegar nunca, que el tiempo se había interrumpido a mediados de marzo-- el día tan temido. Por la mañana di mi última clase de “Literatura y periodismo” (hablé de los “articuentos” de Juan José Millás), por la tarde la última de Literatura en Magisterio: glosamos un poema de Jon Juaristi, “Comentario de texto”, y un aforismo de Oscar Wilde: “Lo  malo de la educación es que nada que merezca la pena aprender puede ser enseñado”.
            A las ocho de la tarde, dije adiós y gracias a los alumnos, les deseé buena suerte en los exámenes, apagué el ordenador y pensé con una sonrisa: misión cumplida.
            Comenzó exactamente el 20 de marzo de 1972. Para poder tomar posesión de mi plaza, tuve que jurar fidelidad a los principios fundamentales del Movimiento y aportar un certificado de buena conducta expedido por el párroco. Eran otros tiempos, todavía en España duraba la Edad Media. 
Empiezo y termino en época de recorte de libertades, pero debo reconocer que en materia de dictadura hemos decaído mucho: la que tenemos ahora –temporal, pero perpetuamente revisable-- no le llega ni a la suela de los zapatos a la de entonces.


Miércoles, 6 de mayo
LIBRERICIDIO

Después de casi dos meses, vuelvo a la librería Cervantes, por la que antes pasaba todos los días. ¿Vuelvo? Es un decir. No se puede entrar en ella. Han abierto solo la puerta de emergencia y ante ella han puesto una mesa. Los libros han de pedirse por Internet y no se pueden recoger –en esa puerta que hace como de ventanilla-- hasta el día siguiente. Muestro mi extrañeza. 
----Es que los libros tienen que irse desinfectando ejemplar por ejemplar y a nosotros nos llegan más de cien títulos diarios y no tenemos personal. A partir del lunes se podrá entrar, pero solo un cliente por empleado. El cliente podrá mirar los libros, pero no tocarlos. Si quiere coger alguno, se lo entrega el empleado, que luego ha de desinfectarlo antes de dejarlo en su sitio. Hay que colocar también mamparas en los mostradores. 
Todo esto me lo cuenta el dueño, que aparece en ese momento.
----Amazon se está poniendo l botas, las librería no levantaremos cabeza. ¿Sabe lo que nos cuestan estas medidas? ¿Y cuántos clientes van a querer entrar en una librería en esas condiciones? Las librerías están para que los buenos lectores, los que no se conforman con el bestseller de turno, puedan entretenerse en las mesas de novedades, para hojear diez libros antes de llevarse uno, para pedir consejo al librero de confianza.
            Yo le cuento que acabo de venir de Mas, mi quiosco habitual, donde también se vende pan, bebidas, juguetes. Ahora solo se entra de uno en uno, pero hasta hace poco podía haber varios clientes en la tienda, que es amplia, guardando la distancia de seguridad. Y he visto a gente hojeando las revistas o los periódicos antes de llevarse uno. Y no iba la empleada a desinfectarlo después de eso, ni antes. Al parecer los periódicos no transmiten ninguna enfermedad, pero los libros sí, aunque vengan retractilados. 
            Primero fueron los niños el gran peligro, ahora son los libros. Bueno, en España siempre los fueron. Ya se había muerto Franco y todavía me registraron la maleta al volver de París por si traía algún libro prohibido. En el subconsciente de quienes nos gobiernan parecen perdurar las palabras de un personaje de Cervantes contra los libros “que llevan a los hombres al brasero / y a las mujeres a la casa llana”, a los hombres a las hogueras de la Inquisición, por pensar demasiado, y a las mujeres al prostíbulo, por fantasear en exceso.
            ¿Volveré alguna vez a poder pasearme por la librería Cervantes como en los viejos tiempos? ¿Volveré alguna vez a salir de ella feliz con el hallazgo de ese libro de una pequeña editorial que había sido escrito precisamente para mí y que yo ni siquiera sabía que existía?
            El actual gobierno de España, siguiendo los consejos de anónimos expertos, hará todo lo posible para que eso tarde lo más posible en ocurrir.
            Yo espero que en algún momento se nos dé el nombre de los expertos que aconsejaron abrir los quioscos desde el primer día del confinamiento y que ponen todas las trabas posibles para que las librerías puedan abrir dos meses después. Merecen quedar grabados con letras de oro en la historia universal de la estupidez, si lo han hecho sin pensar (no parece ser lo suyo), y en la de la infamia si lo han hecho con otras intenciones.



Jueves, 7 de mayo
EL DÍA DE LA IRA

Releo Mario y el mago de Thomas Mann. Una familia alemana veranea en un pueblo costero italiano. Estamos en 1930, la xenofobia y el nacionalismo asoman acá y allá. Nadie se imagina que en Alemania pudiera ocurrir algo semejante. Un hipnotizador llega al pueblo. Se divierte humillando a quienes hace subir al escenario, todo se ríen de ellos que es como reírse de si mismos. La concurrencia entera está hipnotizada. Pocos dejaron de ver en ese hipnotizador al Mussolini que entonces era admirado por el mundo entero. Alfonso XIII, cuando viajó a Italia con Primo de Rivera, se lo presentó al monarca italiano diciéndole: “He aquí mi Mussolini”. El relato de Thomas Mann –una novela corta-- termina de trágica manera, anticipando los sucesos de la milanesa plaza Loreto en 1945.
            No se puede engañar a demasiada gente demasiado tiempo. Y la reacción de los engañados suele ser tanto más furibunda cuanto más colaboraron ellos mismos con su acrítica sumisión en el engaño.



Viernes, 8 de mayo
JARDINES DE LA RODRIGA

He decidido desconectar la alarma del teléfono que me avisa cuando me aleja un quilómetro de mi casa y adentrarme en los Jardines de la Rodriga, en el centro de la ciudad, pero como fuera del mundo. Mientras paseo por un por sendero arbolado y solitario, me voy repitiendo unos versos de Baroja que a la memoria me vienen con frecuencia: “Si tenía alguna suerte, / la tiré por la ventana; / si tenía algún talento, / se lo ha llevado la trampa. / Soy como el agua de un río / que donde quiera que pasa, / ve solo hierbas malditas, / jaramagos y espadañas. / Ya nada me preocupa / ni el dinero ni la fama / y solo aspiro a dar fin / con decencia a la jornada”.

Sin propósito de enmienda: Una profecía

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Sábado, 9 de mayo
INSOPORTABLE

Siempre he sido bastante insoportable, pero sospecho que estoy empeorando con el encierro y con la edad. A cada amigo que me llama por teléfono o que me encuentro en los recreos, quiero decir en las salidas autorizadas, le suelto mi diatriba contra los disparates a que nos someten Pedro Sánchez y sus anónimos asesores sanitarios con el pretexto de la actual pandemia. Medidas risibles, arbitrarias, dañinas para la salud, ruinosas para la economía, ofensivas para la inteligencia, aplaudidas por un amplio sector de la sociedad española, el más sumiso y nostálgico del cirujano de hierro, ese que no tendría inconveniente en cortarle a un paciente la cabeza si no encuentra otro modo de acabar con su dolor de cabeza.
            Quijote del sentido común, desfacedor de sofismas, alanceador de disparates, pongo tanta pasión en lo que digo que me temo que dentro de poco no ha de haber quien me aguante. Algunos amigos empiezan a no cogerme el teléfono o a dar la vuelta para no tropezarme en cuanto me ven de lejos.
            ---¿Pero no te cansas nunca de tener razón? –me dice Xuan Bello--. Obélix se cayó de niño en la marmita de poción mágica. A ti parece que te bautizaron, no con agua bendita, sino con Red Bull.


Domingo, 10 de mayo
AÚN NO

Hoy hablo en el periódico de que el martes pasado di mis últimas clases y más de uno me ha preguntado: “¿Y a qué te vas a dedicar ahora?”
Pues a trabajar más que nunca –respondo--. Las clases acabaron el 5 de mayo, pero el curso dura hasta el 31 de julio y lo que viene a continuación es lo peor: corrección de trabajos, exámenes ordinarios y extraordinarios, revisiones, tribunales de TFGs, burocracia y más burocracia… Yo tengo cinco asignaturas entre los dos cuatrimestres y más de un centenar de alumnos, o sea que me quedan unos meses la mar de entretenidos. En otra época lo consideraría un fastidio, ahora me parece un regalo. Respiraré aliviado cuando queden cerradas las últimas actas. Y no lamentaré demasiado no incorporarme el nuevo curso con sus geles y sus mascarillas y su nueva anormalidad.



Lunes, 11 de mayo
VUELVE LA VIDA

Me asomo a la terraza ilusionado y todo sigue con la desolación de costumbre. Ninguna de las tres cafeterías de mi calle, una calle muy corta y peatonal que termina en el parque de San Julián de los Prados, ha abierto y eso que tienen amplias terrazas y casi todo el servicio lo hacen en ellas. 
Tras trabajar un poco en el ordenador, subo hasta la librería Cervantes. Sigue cerrada, el único cambio es que han trasladado la ventanita para entregar pedidos de la puerta de emergencia a la principal. Trato de enterarme de qué pasa. “¡No nos dejan abrir! –me dice el encargado-- ¡Superamos los cuatrocientos metros!”
            Me voy hasta don Quijote, la cercana librería de viejo. Está abierta y un cartel avisa que solo pueden pasar los clientes de dos en dos. “Si en este pequeño espacio, agobiado de estantería y montones de libros, pueden entrar dos clientes, ¿cuántos podrían entrar en la librería Cervantes respetando las medidas de seguridad?”, me digo.
Llamo a un amigo para desahogarme de la nueva estupidez de las autoridades que nos han caído en suerte y me intranquiliza aún más: “Lo de no dejar abrir a los establecimientos de más de cuatrocientos metros cuadrados no es por razón sanitaria, sino para apoyar al pequeño comercio frente a las grandes cadenas. Fue una imposición de Podemos. Se ayuda así a las pequeñas librerías de barrio frente a la Casa del Libro, por ejemplo”.
            No sé lo que habrá de verdad en ello. Lo cierto es que el gobierno, con el pretexto de cuidar de nuestra salud, toma medidas que perjudican gravemente nuestra salud y la economía del país. 
            Ya hasta me creo que sea cierto lo que se cuenta de las mascarillas, que si al principio, en lo peor de la crisis, dijeron que no era recomendable usarlas salvo en situaciones concretas (y que incluso podía ser contraproducente usarlas en la calle y en los espacios abiertos), se debía simplemente a que no había mascarillas. Y que si ahora las recomiendan cada vez más y quieren convertirlas en obligatorias en todos los lugares es porque no saben qué hacer con todas las que han comprado tarde y mal. Si fuera así, las autoridades sanitarias habrían jugado dos veces con nuestra salud. Una vez, al menos, jugaron: o nos engañaron antes o nos engañan ahora.
            ----Tranquilo, Martín, tranquilo, que pareces de Vox.
            Sonrío. ¿Quién me iba a decir que la denostada extrema derecha iba a ser el partido que más defendiera las libertades en esta crisis que ha hecho perder la cabeza a tantos? 
En la librería de Luis, compro La ruta de Burdeos, un libro en el que dos voluntarios ingleses cuentan la derrota de Francia en 1940, un tema que siempre me ha apasionado. No fue una derrota, sino un amorosa entrega de los fascistas de dentro a los nazis de fuera que venían a librarlos del Frente Popular y de los judíos. 
            Busco una terraza donde sentarme, pido el habitual café y el vaso de agua (el primer café después de dos meses) y abro el libro, que me lleva a un París de hace exactamente ochenta años: “La primavera llegó repentinamente después de uno de los inviernos más fríos y entorpecedores que se pueda imaginar. Millares de personas que no tomaban parte en la actividad de la guerra, se liberaban de un sentimiento de impotencia y de entumecimiento, renacían a la vida y a la animación de la capital. Por primera vez desde octubre, había niños jugando en los jardines de las Tullerías y del Luxemburgo. Las terrazas en los cafés se llenaban y la muchedumbre paseaba al sol, densa como nunca, en los campos Elíseos, en el Bosque de Bolonia o en Versalles.”
            Vuelvo a aquel París, alegre y confiado en la amistad inglesa y en la línea Maginot. Pocos días después, la invasión de los Países Bajos y el súbito derrumbe.
            Vivo en una biblioteca que no está encerrada entre cuatro paredes; los lugares de aprovisionamiento se reparten por las librerías del mundo y los puestos de lectura se encuentran en cualquier rincón en que me encuentre a gusto, como en la terraza de esta cafetería de barrio en la plaza Piñole.
            A poco de llegar a casa, me llama Conchita: “Ya sé qué has estado en la librería. ¡Mañana abrimos! Te cuento cómo fue todo. Pura afortunada casualidad. Resulta que el presidente es cliente nuestro. Llamó para pedir un libro, nos felicitó porque pudiéramos por fin abrir y entonces le contamos que lo teníamos rigurosamente prohibido. Se sorprendió mucho”. “¿Pedro Sánchez es cliente vuestro?”, la interrumpí. “No, no, Sánchez no, el de aquí”. “Ya me extrañaba que ese señor comprara libros. Sigue, sigue”. “Nos dijo que nos pusiéramos en contacto con la delegada del gobierno, al final la llamó él  mismo y la delegada nos dijo que podíamos abrir, pero nosotros dijimos que no podíamos hacerlo sin tener cubiertas las espaldas así que nos pidió que enviáramos una instancia y ya tenemos el permiso por escrito”.



Martes, 12 de mayo
LA NUEVA ANORMALIDAD

Lo primero que hago es pasar por Cervantes para ver si es verdad lo que me contó Conchita Quirós o todo fue un sueño. Es verdad. Puedo pasear entre las mesas de novedades, no me lo acabo de creer. “¿Y cuáles son las normas?”, le pregunto a mi sonriente dependienta habitual. “Lo que peor llevamos es que no se pueden tocar los libros”. “¿Y cuánto se puede estar en la librería?”. “Un ratito”. 
No pregunto cuántos minutos es eso. Me encojo de hombros y paseo como quien lo hace por un jardín. Casi ni me ofenden ya las tonterías de la nueva anormalidad que nos imponen cada día. Creo que voy teniendo síndrome de Estocolmo. El encargado me cuenta cómo ha sido posible lo que en principio puede parecer simple favoritismo: “Hemos cerrado las dos plantas superiores y así tenemos menos de cuatrocientos metros”.
            Y yo pienso (al contrario que a quienes nos gobiernan, la crisis sanitaria no ha limitado ni un instante mi capacidad de razonar): “¿Y no podrían, como en Hipercor o en Carrefour, que superan ampliamente los cuatrocientos metros, simplemente poner una persona en la puerta para controlar el aforo de forma que siempre pudiera mantenerse la distancia de seguridad entre los clientes?”
            Con su pan se lo coman. Yo sigo con París. Esta vez con el parís de 1889 de la mano de Emilia Pardo Bazán. Compro Al pie de la torre Eiffel y me voy a hojearlo a la cafetería que estrené ayer y que ya he convertido en parte de mi rutina. 



Miércoles, 13 de mayo
DE LO QUE YO HABLO

Poco a poco va volviendo la vida, va dejando de ser virtual. Ya puedo tomar un café y charlar con algún amigo cara a cara y no en la pantalla partida del televisor.
            ---Cuando esto acabe, van a publicarse docenas de libros en que cada escritor cuente su aventura.
            ---Yo creo más bien que, como cada uno tendrá la suya, nadie querrá escuchar la de nadie. Me temo que los libros sobre la pandemia serán el gran fracaso editorial de los próximos meses.
            ---Nadie tampoco leerá entonces tu diario cuando se publique en libro, tú no hablas de otra cosa.
            ---Yo hablo de otra cosa, hablo del recorte de libertades con el pretexto de la enfermedad. Y de la mansedumbre con que buena parte de los españoles han aceptado el regreso a la servidumbre.




Jueves, 14 de mayo
LA ANTIGUA NORMALIDAD

No me han tenido encerrado en casa, sino en una parte de mi casa, el piso de la calle Murillo. Mi casa tenía –y espero que muy pronto vuelva a tener-- acogedores rincones repartidos por toda la ciudad. El principal estaba en Las Salesas, en la cafetería Los Porches, en la gran mesa redonda entre los ventanales, casi siempre para mí solo o para algún amigo que pasaba a verme. ¡Cuántos libros habré leído yo en esa mesa o en las que la precedieron! Porque paro en esa cafetería, que fue cambiando de dueño y a veces remodelándose, desde 1982. No habían nacido entonces los camareros que ahora me traen el café y el vaso de agua, sin necesidad de pedírselo. Uno de ellos, Jose, es buen lector y además comparte mis ideas políticas, así que de vez en cuando intercambiamos algún comentario cómplice. 
            Mucho he leído y escrito también en Los Prados, en un rincón del McDonald’s o antes en el café Roma, siempre junto a cristaleras con buenas vistas y mucha luz. También ahí los camareros me conocen y nada más verme me preparan mi café con leche y me lo dan discretamente sin hacerme esperar la cola. Cómo se agradecen los pequeños detalles de afecto hacia ese raro personaje que se sienta siempre en el mismo lugar con un libro, o varios, en la mano.
            Y cómo no añorar el Vetusta de la plaza del Ayuntamiento, por donde yo aparecía puntualmente a las siete y media y estaba una hora con un libro o con quien quisiera pasar por allí. Luego, a las ocho y media, ni un minuto antes ni un minuto después, al Mercadona del Fontán para la compra del día. Volver con ella a casa clausuraba la jornada.
            Y eso sin contar las tertulias de los viernes, en el Savanna y en el Chelsea, todos los viernes del año, desde hace cuarenta, todos los viernes menos los de estos dos últimos meses.
            ¿Quién me iba a decir que de un momento a otro me serían arrebatados tan inocentes placeres? ¿Tendrán cabida en la nueva normalidad con la que nos amenazan?



Viernes, 15 de mayo
SI TENGO O NO RAZÓN

----Siempre lamentándote de lo que has perdido, Martín, y ni una vez te he visto condolerte con las víctimas de la enfermedad.
            ----El dolor verdadero va por dentro, al menos en mi caso. Hacer de plañidera nunca ha sido lo mío y utilizar el dolor ajeno para objetivos políticos siempre me ha producido náuseas.
            ----¿Insinúas que se han aprovechado de las víctimas para cercenar las libertades civiles?
            ----Sí.
            ----Pues ya me dirás lo que habrías hecho tú si te hubieras visto en el lugar de Pedro Sánchez. ¿Lo que Bolsonaro?
            ----Lo que Ángela Merkel, que padeció como yo, una dictadura, y por eso se lo piensa dos veces antes de limitar los derechos de los ciudadanos “por si acaso”.
            ----Vamos a lo concreto. El próximo invierno vuelve la epidemia, se registran los primeros casos en algún lugar de Asia. ¿Tú qué harías?
            ----Protegería a los grupos de riesgo (menos de un uno por ciento de la población) y limitaría lo menos posible las actividades productivas y educativas. Lo primero resulta fácil: la mayoría de los pertenecientes a los grupos de riesgo están jubilados o prejubilados. Lo segundo, también si se actúa con prudencia y sin dejarse llevar por el miedo. Cuanto tenemos un problema, debemos intentar solucionarlo sin convertir la solución en un problema mayor, que es lo que se ha hecho ahora.
            ----¿Un problema mayor? ¡Encerrar a la gente y paralizar la economía no ha matado a nadie!
            ---¿Estás seguro? Ya se irán cuantificando los daños, en algunos casos no inmediatos, pero no menos letales. Si tengo o no razón, lo veremos dentro de un año. Me atrevo a profetizar que la mayoría de los países actuará de otra manera, habrá aprendido la lección.
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