Viernes, 27 de diciembre
EL RUEDO IBÉRICO
Hay quienes están hartos y no quieren ni oír hablar de política. Yo no soy uno de ellos. Veo el ir y decir de los políticos por el Ruedo Ibérico como un interminable culebrón, lleno de golpes de efectos, de tragedias para reír y comedias para llorar.
Antes de las once o las doce, según haya ido la mañana, no quiero enterarme de nada de lo que pasa. A esa hora, me siento ante un café y hojeo la prensa.
Mis personajes favoritos son, por este orden, Isabel Díaz Ayuso, los barones socialistas más o menos baturros y Cayetana Álvarez de Toledo. Esta última me fascina. Si es el malo el que hace inolvidable una buena película, Álvarez de Toledo (no tengo tanta confianza para llamarla en público por su nombre de pila, como en mis fantasías) lo tíene todo, salvo cualquier escrúpulo. Es la espía perfecta, la otra que apuñala a la santa esposa, la que lanza el misil nuclear contra Gotam sin un parpadeo.
La gracia de Díaz Ayuso es diferente, más entrañable, más todo corazón y pizpireta. Con ella no tenemos que añorar aquel guiñol de Canal Plus que tantos buenos ratos nos hizo pasar. Es su propia y enternecedora caricatura.
La figura del gracioso, tan esencial en nuestro teatro clásico, queda para los llamados “barones socialistas”. Con qué seriedad hacen su papel, lanzan su rebuzno, defienden a su casposa Españeta en cuanto alguien en su partido insinúa una medida medianamente progresista.
Lo paso bien con la política, ya digo. La prosa de sus dramatis personae no suele estar a la altura de la de Valle-Inclán, pero la gracia del enredo no le anda a la zaga.
Lo que me amarga el día, al hojear los diarios, es otra cosa. No hay fecha sin su correspondiente tragedia: mujeres asesinadas, accidentes, espantos varios.
El único consuelo, pobre consuelo, es que no hayan ocurrido demasiado cerca. Ya se sabe que trescientos muertos en Birmania nos afectan bastante menos que tres en el barrio de al lado. Así somos. Así necesitados ser –corazones endurecidos, flaca memoria, mucha inconsciencia– para poder sobrevivir en este mundo que nos ha tocado en suerte –el único que hay– y que, según los creyentes (que Santa Lucía les conserve la vista) es obra de un Ser Supremo omnipotente y misericordioso.
Sábado, 28 de diciembre
MI PRIMER ADMIRADOR
En la casa de Avilés, me encuentro un recorte de periódico de la que quizá fue la primera entrevista que me hicieron. No tiene fecha, pero debe tratarse de 1971. Aún era estudiante y aún no había publicado mi primer libro. Acababa de ganar un premio literario, el primero y el único, y recuerdo bien que con su importe me pagué la matrícula en la Universidad y me compré una máquina de escribir (el libro lo había tenido que mecanografiar con una que me había prestado).
El entrevistador firma JMP. Se trata de Juan Manuel Pendás, algo atrabiliario personaje que después de ser mi admirador durante largos años se enfadó conmigo para siempre, no sé yo bien por qué. Su género literario favorito eran las cartas al director, escribió cientos de ellas en los más variados periódicos.
Apenas me reconozco en las respuestas, redactadas con el estilo del entrevistador, que quiere demostrar sus conocimientos literarios. “Antonio Machado, el más hondo y arraigado poeta contemporáneo, ¿es en realidad una superación de los suspirillos germánicos de Bécquer?”, me pregunta. Y yo sonrío al leer la respuesta: “Los ‘suspirillos germánicos’ de Bécquer son, literalmente, insuperables. Antonio Machado no supera al poeta de las Rimas, simplemente lo supera por otros caminos”.
Enternecedora pedantería de los veinte años. Juan Manuel Pendás –al que hoy calificaríamos de freaky–, en su época de obsesión por mí, escribió un artículo en una publicación gratuita avilesina que titulaba simplemente “El genio de Rivero”, la calle en la que yo vivía, y lo terminaba con una pregunta: “¿Cómo un hombre tan inteligente puede ser socialista?”
Con el tiempo, Juan Manuel Pendás, mi primer admirador, se convirtió en un furibundo detractor. Hoy le recuerdo con melancolía. Esté donde esté, seguro que sigue mandando cartas a los periódicos.
Domingo, 29 de diciembre
NUESTRO RIMBAUD
Alzo los ojos del periódico y me encuentro frente a mí, en el Dos de Azúcar, a Silvia Ugidos, que ha venido de Colombia para pasar aquí las Navidades y ni siquiera había avisado. Me trae como regalo un libro de Alberto Aguirre, El arte de disentir. “El título parece tuyo. En ese arte eres un maestro”.
Silvia Ugidos anda ahora por Medellín, ciudad que cada vez le gusta más, y que nos describe con el ingenio, la capacidad de observación y la ironía de costumbre. Yo insisto para que vuelva a la literatura, pero no hay manera.
Un caso perdido. Silvia Ugidos es nuestro Rimbaud, un Rimbaud que ha cambiado Etiopía por Colombia y que no trafica ni con marfil ni con esclavos ni con otras sustancias más o menos estimulantes.
Lunes, 30 de diciembre
APRENDIZAJE Y GENEROSIDAD
Todos aprendemos, hasta Pablo Iglesias. De dar una rueda de prensa, antes de que el rey encargara a nadie formar gobierno, en la que proclama urbi en orbe“Pedro, te hago presidente si yo soy vicepresidente”, a la discreción con que la que ha negociado estos días un muy sensato programa de gobierno, hay un abismo.
Tampoco es que se haya dado mucha prisa en aprender. Tres o cuatro años ha necesitado para averiguar que es el parlamento el que elige al presidente del Gobierno y este quien nombra a sus ministros. Y que exigirle a un candidato que me nombre a mí y no a otro vicepresidente no es que sea feo es que es ilegal.
Respiro casi aliviado al escuchar la rueda de prensa de Sánchez e Iglesias. Ya solo queda que Oriol Junqueras nos dé su bendición.
Yo no sé si, en su caso, la daría. Nosotros –bueno, no yo: el Tribunal Supremo, y de aquella manera que no voy a calificar, que lo haga Luxemburgo o Estrasburgo– le endosamos unos años de cárcel y él nos facilita una España mejor.
Martes, 31 de diciembre
PACÍFICA Y DEMOCRÁTICA
La situación de España, con ser complicada, me preocupa menos que ciertos fantasmas personales que me impiden dormir.
Aunque procuro disimularlo para no molestar, en el fondo siempre me he considerado más inteligente que los demás o por lo menos que la media.
Empiezo a tener mis dudas. Hay muchas formas de inteligencia y la que a mí me ha tocado en suerte, o la que yo creo que me ha tocado en suerte, no es la principal.
De mis angustias privadas, me distraigo con el entretenido circo de la política. ¡Mira que si, después de todo (y a pesar de esos continuos metematas que son el Constitucional, el Supremo y Josep Borrell), el “problema catalán”, una de las preocupaciones de nuestro monarca en su discurso de Navidad, tuviera pacífica y democrática solución!
En eso estamos, con paciencia e inteligencia, mal que le pese a los susodichos.
Lunes, 1 de enero
PARA EMPEZAR EL AÑO
Yo soy tan malo como parezco, pero no peor. No todos pueden decir lo mismo.
La realidad no tiene imaginación. Por eso, en cuanto nos descuidamos, se dedica a plagiar nuestras peores pesadillas.
No me gusta la gente que se me parece demasiado. Ya tengo bastante con aguantarme a mí. No soportaría aguantar a alguien como yo.
A ser feliz se aprende, como a cocinar. Con los mejores ingredientes se puede preparar una comida indigesta.
Querer es una necesidad; que te quieran, un lujo.
La soledad solo se soporta en buena compañía.
Envejecer es ir estando de más y que todos se den cuenta menos uno.
Eso que tú no quieres que nadie sepa es lo primero que todos saben de ti.
La vida da muchas vueltas, pero yo tengo la suerte de que acabe dejándome siempre en el mismo sitio.
Pensar por cuenta propia es tan fácil como aprender a montar el bicicleta, Solo hay que perder el miedo y no temer algún golpe.
A veces uno tiene la impresión de que el gris es el verdadero color de la vida y que el arco iris no es más que una ilusión óptica.
Éxito en su dosis justa, que el poco amarga y el mucho entontece.
Pasa el tiempo y descubrimos que a veces no haber tenido suerte fue realmente una verdadera suerte.
La vida en ocasiones esconde sus mejores regalos en los rincones más insospechados.
Era egoísta, caprichoso, quisquilloso, infantil, a menudo insoportable; era, en resumen, un ser humano.