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Colección particular: Poemas situados

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NIETZSCHE EN ÈZE

Êze se encarama a un risco entre Niza y Montecarlo y es uno de los rincones más hermosos del mundo. Nos sentamos en la terraza del Castillo de la Cabra de Oro cualquier atardecer de verano y, antes de probar ningún cóctel, ya nos sentimos mareados ante tanta belleza.
            Solo se puede subir a pie, y el equipaje en burro. Un sendero en abrupta pendiente lleva hasta la playa. Nietzsche lo recorría mientras escuchaba en su cabeza los exaltados párrafos de Así habló Zaratustra, ese “evangelio para matones”, en palabras de Borges.
            En el hotel tenían una edición francesa de la poesía de Nietzsche y a mí se ha quedado en la memoria uno sus poemas. En el recuerdo lo acompaña, como en una edición ilustrada, la maravilla de Èze.

Del mar a la alta roca,
solo con mis pensamientos;
de la cumbre a la orilla,
solo con mis pensamientos.
Mediodía de la vida,
melodía del mundo
que escucho en un susurro,
mientras dentro del pecho
late un ajeno corazón
que solo anhela
hundirse para siempre
en el abismo o el silencio.


 MACHADO EN LA GRAN MURALLA

Estuve en el Cervantes de Beijing, cuya biblioteca lleva el nombre de Antonio Machado, cuando se celebraba el centenario de Campos de Castilla. Visité, como todo el mundo, Badaling, la parte más cercana de la Gran Muralla.
            Me pareció la muralla más extraña del mundo y no por su extensión, sino porque, más que una muralla, parecía un paseo construido inverosímilmente sobre una cordillera.
            Se asciende a la Gran Muralla en teleférico. ¿Cómo lo hacían en la época de su construcción?
            Muy concurrida, como el paseo dominical de una capital de provincias, incluso me encontré con una pareja de recién casados que se hacían allí las fotos de rigor.
            Miré, desde una de sus torres, hacia un lado y otro: la cordillera era la mejor muralla, solo había que proteger los lugares que permitían el paso a las fuerzas invasoras. Militarmente, aquello era un absurdo; como caprichosa manifestación de poder, un acierto.
            Uno de mis acompañantes recitó entonces un poema de Machado en chino y me lo retradujo luego al español.

¿De qué sirve el alto muro
que protege el corazón
si dentro queda encerrado
mi enemigo más feroz?


 ANÓNIMO EN UNA GASOLINERA

Paramos en ella camino de Bucarest. Pequeños carteles, colocados entre las estanterías, contenían frasecitas en inglés como de libro de autoayuda.
            Me llamó la atención uno de ellos y de inmediato lo traduje (en lugar de “amo” dibujaba un corazón). Ningún poeta podía expresar mejor lo que yo sentía en aquel momento, lo que sigo sintiendo todavía.

Amo mis ojos
cuando tú estás en ellos.

Amo mi nombre
cuando tú lo pronuncias.

Amo mi corazón
cuando tú lo aceleras.

Amo mi vida
cuando tú estás en ella.


 SOPHIA EN EL MIRADOR DE GRACIA

Sophia de Mello Breyner Andresen –largo nombre para una poeta a la que críticos y lectores conocen con el familiar Sofía– está para siempre en el Mirador de Gracia, que ahora lleva su nombre y en el que un busto suyo contempla día y noche el esplendor de Lisboa.
            La elegancia helénica de sus versos ya es para mí inseparable de la colina de San Jorge, sobre la geometría de la Baixa, y del manso cabrillear de un río que aquí cumple su sueño de convertirse en mar sin dejar de ser río.

Como una flor incierta entre tus dedos,
la ciudad se deshace si la miras
y en el centro de ella hay un jardín
inundado de lunas y secretos.


ÄLVARO DE CAMPOS EN SINAIA

Señoreando Siania, hay un castillo fantasioso, a la manera de los de Luis de Baviera, construido por el primer rey de Rumanía para pasar el verano.
            Es un pastiche historicista, con armaduras y toda la guardarropía de un castillo que se precie, pero también con ocultos ascensores y calefacción central. Eran los tiempos, finales del XIX, en que la modernidad se avergonzaba de sí misma y gustaba de disfrazarse con galas de otro tiempo.
            Algo tenía de norteña Sintra y a la memoria me vinieron unos versos de Álvaro de Campos, el heterónimo pessoano. Cuando los releo, vuelvo a aquellas calles arboladas y en cuesta, llenas de las lujosas mansiones –ahora hoteles en su mayoría– construidas por los cortesanos para acompañar al rey en los interminables veraneos de entonces.

El palacio del rey allá en lo alto
con sus almenas y sus lejanías
y la carretera borracha entre los pinos
y los faros del coche entre la niebla
y un hombre solo, enamorado y solo,
que persigue un Oriente del Oriente
que está en ninguna parte y en su corazón.


BASHO EN BROOKLYN

Siempre que pienso en el jardín botánico de Brooklyn pienso también en el poeta Hilario Barrero, mi gentil guía habitual. En una de mis varias visitas, nos sentamos a descansar en un banco del jardín japonés.
            Yo llevaba conmigo una antología de Basho que había comprado en una librería de viejo, ya cerrada, de la Septima Avenida. Como no puedo estar mucho tiempo sin hacer nada, como la contemplación me cansa pronto, saqué el bolígrafo y garabateé unos versos en las páginas de respeto.

Salta una rana
y el coche de bomberos
frena de golpe.

La primavera
se sienta en la terraza,
pide un café.

Lector curioso,
la brisa en el jardín
pasa las hojas.

La flor de loto
añora aún tu mirada,
emperador.

Son de colores
las palabras que dices
en el verano.

Hace girar
su sombrilla la niña
y danza el cielo.

Como una piedra
en el zapato viaja
ese recuerdo.

En la vejez,
hasta las flores pierden
todo su olor.

Niño que ríes,
¿sabes acaso que
Dios ríe contigo?

Cae la noche
y yo caigo con ella
lejos de ti.

Atardecer.
Chillan los estorninos,
yo callo solo.

También vosotras,
cometas de papel,
volvéis a tierra.

En el silencio
de la nieve se posa
tranquilo un cuervo.

Vuelves a casa,
sigue el fuego encendido,
nadie te espera.

Este milagro
de que no pase nada
y pase el tiempo

Dos o tres flores
que juegan a esconderse
en los escombros.

Mar de noviembre
y ese perro que nada
en el agua gris.

Duda el camino
si seguir o quedarse
junto al arroyo

Recién nacido,
un gatito que tiembla
leve en mi mano.

Vuelves la cara
y se hace de noche
a mediodía.

¿Aún me esperas
sentada junto al fuego,
allá en la aldea?

La noche sabe
que ha de llegar el día,
yo no lo sé.

¿Para qué fiesta
has enjoyado el jardín,
fresco rocío?


 QUASIMODO EN AGRIGENTO

Hubo un tiempo en que leí mucho al poeta Salvatore Quasimodo. Tanto o más que sus poemas me interesaron sus traducciones de poesía griega. Luego se me fue alejando. Buscaba la intensidad de la poesía clásica, pero a mí comenzó a parecerme pretenciosamente enfático, aunque para siempre se nos quedara en la memoria que estamos solos sobre el corazón de la tierra, sostenidos por un rayo de sol, “ed è subito sera”, y de pronto añochece..
            ¿Cómo no recordar, sin embargo, un verso suyo –“entre el murmullo de olivos sacarrecenos”– al visitar por primera vez el Valle de los Templos, en Agrigento, muy cerca del Porto Empedocle de Pirandello y Camilleri?

Entre el murmullo de olivos sarracenos
y el silencio humillado de las gentes,
resisten las columnas de los templos
alzadas de una vez y para siempre
Los dioses han huido a su alto cielo,
en el mar ya no cantan las sirenas,
solo los hombres siguen allá abajo
tejiendo y destejiendo
el mismo desconsuelo.


 LI PO EN EL PALACIO DE VERANO

En los jardines del Palacio de Verano, en las afueras de Pekín, un anciano pintaba abanicos a la manera tradicional, para vender a los turistas. A mí me vinieron a la cabeza unos versos de Li Po.

Un sendero borracho entre altos riscos,
un viajero con su cabalgadura,
una luna temprana y un puñado de nubes.
¿Soy yo, camino del destierro
otra vez, desgarrado el corazón
al dejar atrás tantos amigos?
Es solo una pintura, un abanico
que se cierra de golpe y me devuelve
a esta noche de luna
en que alzo mi copa
y brindo por ella y por mi amada
soledad
que nunca me traiciona.


Colección particular : Enemigos íntimos

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“Como todos los enemigos mortales, comenzamos siendo los mejores amigos”. Me gusta repetir esa frase que oí al comienzo de no recuerdo qué serie televisiva.
            Llevo más de cuarenta años hablando de los libros de los demás, con mayor o menor acierto, pero sin pelos en la lengua, y tengo el raro honor de que me deteste incluso gente que nunca me ha leído.
            No me importa que no me quieran bien aquellos a los que aprecio poco literaria o humanamente.  Soporto con resignación que me detesten escritores a los que aprecio.
            Como todo el mundo, yo también tengo mi lista de enemigos íntimos sin los cuales mi vida habría sido, no sé si mejor, pero desde luego menos entretenida.


MIGUEL D’ORS Y LA MISERIA MORAL

Miguel d’Ors me escribió a finales de los setenta interesándose por Jugar con fuego. Se presentaba como “profesor por oposición de la Universidad de Granada”.
            Yo había leído sus poemas en Poesía española, la revista que dirigía José García Nieto, e incluso recordaba de memoria alguno: “A este soldado que pasa / tristezas en el cuartel / que no le llamen miguel, / que miguel quedó en su casa / y yo me vine sin él”.             
            Aunque me dijo avergonzarse de esos versos juveniles (los reproduciría más tarde en uno de sus libros), fue el comienzo de una sintonía literaria que dio lugar a una nutrida correspondencia en la que hablamos de todo lo humano (y de casi nada de lo divino: en ese aspecto teníamos poco en común). Tuve la suerte de leer muchos de sus poemas según los iba escribiendo y de darle mi opinión sobre ellos. También fui reseñando sus libros.
            Entre escritores, la admiración es el mejor cimiento de una buena amistad. No importaba que ideológicamente estuviéramos en las antípodas ni que algunas de sus bestias negras fueran buenos amigos míos, como Luis Antonio de Villena (luego dejaría de serlo) o Luis García Montero (que sigue siéndolo).
            ¿Cómo se rompió aquella sintonía? Fue hace veinte años por culpa, como era de esperar, de una indiscreción aparecida en alguno de mis diarios. Miguel d’Ors, homófobo militante, enemigo de la promiscuidad, era el perfecto casado y en sus poemas, de corte autobiográfico, hablaba a menudo de su mujer y de sus hijos. Un día en que vino a Oviedo a participar en no sé qué acto literario, en un aparte, me preguntó cómo me las arreglaba yo en cuestiones de intendencia doméstica porque a partir de entonces él también iba a tener que vivir solo.
            Mi sorpresa, que fue grande, la hice pública en el diario. Y naturalmente se molestó mucho y ahí acabó nuestra amistad. Yo seguí comentando sus libros de poemas y él aludía a mí de vez en cuando, y no precisamente para elogiarme, en sus Virutas de taller.
            La verdad es que había olvidado el motivo del enfado cuando, hace poco, le pedí disculpas. Él no lo había olvidado y me respondió que me perdonaba porque era cristiano y no tenía más remedio, pero que mi comportamiento le parecía “de una miseria moral casi inimaginable”.
            Tampoco me parece que sea para tanto. Muchos de sus poemas –tan novedosamente tradicionales, tan trabajadamente naturales– siguen estando entre los que me acompañarán para siempre.


FERNANDO ORTIZ O DOS TONTOS MUY TONTOS

Fue el primer poeta de mi generación al que conocí personalmente. Junto a Abelardo Linares, estaba preparando un homenaje a Juan Gil-Albert, primer número de la revista Calle del Aire que pronto se convirtió en colección de poesía (aún sigue publicándose).             
            Gil-Albert, que conocía Jugar con fuego, les sugirió mi nombre como posible colaborador. Nos escribimos y cuando poco después pasé por Sevilla acudió a la estación a recibirme.
            Ya había publicado un libro, Primera despedida, muy cercano a poetas –como Brines o Gil de Biedma– que yo admiraba. Fui leyendo luego sus libros, a veces antes de publicarse, y en más de una ocasión tuvo en cuenta alguna de mis observaciones. Aprendí mucho de su pericia métrica y de su buen conocimiento de la tradición barroca andaluza.
            ¿Cómo se rompió aquella relación? Pues la verdad es que, aunque no recuerdo qué, algo hice que no le gustó (o quizá simplemente notó que su poesía iba dejando de interesarme). El caso es que, cuando se enfadó con Andrés Trapiello porque en uno de los tomos de su diario contó algo que no le gustó, el artículo en que arremetió contra él se titulaba “Dos tontos a la moda” y el otro tonto, también autor de un diario indiscreto, era yo.
            En lugar de sentirme halagado (que es mi reacción habitual cuando se meten públicamente conmigo por motivos literarios), contesté con otro artículo que hoy prefiero olvidar.
            Muchos años después me lo volví a encontrar en un homenaje a Luis Cernuda. Algún conocido común hizo de intermediario y nos dimos la mano. Por allí andaba Abelardo Linares, el gran amigo de los comienzos, con el que también se había distanciado, mucho antes que conmigo. Nos hicimos una foto los tres juntos.
            Fernando Ortiz, que tuvo una vida complicada y andaba desde hacía tiempo con graves problemas de salud, no tardaría en morir. Sus palabras sobre Cernuda en el palacio de Pinero, sede de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, fueron su última intervención pública. Yo me alegré de haber llegado a tiempo para la reconciliación.
            Pero mi alegría duró poco. Alguien me habló de una de las últimas entradas de Fernando Ortiz en su blog. Era un romancillo, escrito a raíz del encuentro cernudiano, en el que arremetía contra Abelardo y contra mí, o sea que siguió detestándome hasta el final. Yo sigo volviendo a sus versos, tan personalmente insertos en la mejor tradición de la poesía española, tan primorosamente artesanales, tan llenos de desolación y magia.


 LUIS ANTONIO DE VILLENA O EL ADMIRADOR QUE DEJÓ DE SERLO

“Invité también a Luis Antonio de Villena –me dijo Fernando Sánchez Dragó a propósito de una mesa redonda sobre ‘Literatura y periodismo’ que había organizado en Bruselas–, pero me respondió que, si ibas tú, que no contara con él y como ya había hablado contigo… ¿Qué le has hecho a Luis Antonio?”
            “Un tal Luis Antonio de Villena (no le conozco) nos ha devuelto un número de Clarín que le enviamos por cortesía del Ayuntamiento –me dijo Camilo López, anterior director de la editorial Nobel–, acompañado de una carta en la que afirma que no quiere saber nada con una revista que tenga que ver con José Luis García Martín. ¿Qué le has hecho?”
            La verdad es que comenzamos siendo los mejores amigos. Descubrí su talento, a principios de los setenta, con un ensayo sobre el haiku publicado en la revista Prohemio y con un conjunto de poemas, “Cuerpos, teorías y deseos” que aparecieron en Papeles de Son Armadans.
            Reseñé luego todos sus libros, con admiración creciente, aunque no sin ponerle algunos reparos (mi admiración nunca es ciega). En los poemas que escribí por entonces, sobre todo en el libro Tinta y papel (un libro que detesto, por cierto) se nota muy claramente su influencia. En 1978 presentó Jugar con fuego en Madrid; poco después pasó varios días en Asturias en los que le acompañamos casi a todas horas, Víctor Botas y yo.
            ¿Qué pasó para que aquella buena sintonía se rompiera? Ocurrió lo peor que puede ocurrir cuando uno tiene un amigo escritor. Que mi admiración por sus libros comenzó a decrecer hasta desaparecer casi por completo. Y luego aquel tiempo en que los dos parecíamos competir por ser los antólogos de referencia de la joven poesía española…
            Eso es todo. Un delito imperdonable, el peor de todos: dejar de admirar. Y lo más grave es que al parecer no fui el único al que le ocurrió algo semejante. En los años primeros ochenta, de los dos poetas amigos, Luis Antonio de Villena y Luis Alberto de Cuenca, que se habían dado a conocer en la antología Espejo del amor y de la muerte, la estrella era sin duda el primero; el segundo, parecía que iba a quedar reducido a investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas con aficiones poéticas.
            Poco a poco cambiaron las tornas y hoy Luis Alberto de Cuenca es un poeta a la vez popular y muy estudiado por la crítica académica mientras que Luis Antonio de Villena, aunque sigue publicando con profusión, parece quedar cada vez más reducido a una militancia gay un tanto trasnochada.
            Y a mí me pone triste, como si yo tuviera alguna culpa en ello, que el escritor que un tiempo me pareció el paradigma del éxito, y al que quizá quise parecerme, ahora ande lamentándose en público de sus problemas económicos y trate de vender sus manuscritos en Internet.


ANDRÉS TRAPIELLO  O EL PROFESIONAL

De todos los amigos que he ido dejando por el camino, el que más echo de menos es Andrés Trapiello. Todavía, cuando leo alguno de esos artículos suyos que le salen redondos, me dan ganas de mandarle un mensaje felicitándole y tengo que contenerme porque sé lo que pensaría al recibirlo: “Pero este tío ¿de qué va?”
            Con Andrés Trapiello, antes de la última ruptura (que tuvo su escenificación en la librería Alberti, con una ilustre concurrencia como testigos y entre ella el entonces presidente del Tribunal Constitucional), hubo otras y siempre acabamos reconciliándonos. Era mi mejor esparring. Con nadie me gustaba más practicar el vapuleo dialéctico que con él. Siempre sin hacer sangre, claro.
            Hay muchas cosas que admiraré siempre en Andrés Trapiello: sus poemas, por ejemplo, que como en el caso de Miguel d’Ors se van haciendo más precisos y emocionados con los años, esa prosa suya que pone una gota de gracia incluso en los asuntos más nimios, la pluralidad inagotable de sus intereses, la pasión que muestra al rescatar viejos autores, su devoción por Gaya o por Azorín o por Juan Ramón Jiménez.
            Pero la nuestra era una amistad imposible, como quedó claro en aquella explosión de viejos rencores que tuvo lugar en la librería Alberti.
            Y la razón no es su deriva política. El tema de Cataluña, por ejemplo, nos ha llevado a los extremos más distantes. Pero uno está acostumbrado a convivir (en la familia y fuera de ella) con personas que piensan de distinta manera: con no tocar el tema, asunto arreglado.
            Andrés Trapiello y yo no podemos ser amigos por razones que tienen que ver con la economía. Él es un trabajador autónomo, un profesional de la literatura; yo sigo siendo un aficionado.
            Andrés Trapiello publica un nuevo libro como una empresa lanza un nuevo producto, con la promoción adecuada. Las reseñas forman parte de esa campaña y se las trabaja minuciosamente. Pero las reseñas que espera son del estilo Mainer y otras estrellas de Babelia, un poco como el “científicamente demostrado” de los sabios que aparecen con bata blanca en los anuncios de detergentes en televisión.
            Y yo sigo haciendo reseñas a la vieja escuela de mi maestro Clarín: elogio lo que hay que elogiar y discrepo de lo que hay que discrepar (e incluso me río de alguna sonora metedura de pata). Y eso un empresario no lo perdona, aunque sepa de sobra que mi opinión –a la hora de vender o dejar de vender libros– importa bien poco.






Sin propósito de enmienda: Como todo el mundo

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Sábado, 24 de agosto
PUES VA A SER ESO

Como todo el mundo, en el fondo estoy encantado de ser como soy.
            ––Si no te metieras tanto con la gente importante, ahora podría ser una de las primeras espadas de la literatura española  –me dice mi amigo José Manuel Feito en nuestra habitual comida de los sábados.
            ¡Una de las primeras espadas! Me gusta esa expresión de la tauromaquia, que yo asocio a los torneos medievales.
            ––Es que a mí me divierte más arremeter contra este y aquel que ser una de las primeras espadas de la literatura.
            Por la noche, me llama Abelardo Linares. Hablamos del libro que acabo de reseñar.
            ––A mi no me ha parecido gran cosa. No dice nada nuevo.
            ––¿Lo has leído? –pregunto yo con mi impertinencia habitual.
            ––Lo he hojeado.
            ––¿Cuánto tiempo hace que no lees un libro completo? Por eso siempre en nuestras discusiones literarias gano yo, que he leído y releído el libro en cuestión mientras que tú solo lo has hojeado.
            Me doy cuenta entonces de que se trata de mi editor y que me conviene ser amable con él.
            ––Bueno, yo también hojeo muchos libros. Casi siempre basta con eso.
            Intento ser amable, incluso adulador, con todo el que me conviene (en eso soy también como todo el mundo), pero me puede mi tendencia a tratar de demostrar que soy el más listo. Y como a menudo lo soy, me gano un enemigo para toda la vida.
            No es el caso de Abelardo Linares, que me soporta pacientemente.
            ––Te voy a regalar un título para tu próximo libro: Sin propósito de enmienda.
            ––Me gusta, pero no es cierto. Yo me esfuerzo todo lo posible por enmendarme, aunque no lo consiga. Conozco al dedillo la teoría de las buenas prácticas necesarias para triunfar en la literatura, pero no soy capaz de aplicarlas.
            ––Yo creo que lo que pasa es que te divierte más no aplicarlas.
            ––Pues va a ser eso.


Domingo, 25 de agosto
UN BUEN BANDERILLERO

Mientras paseo por un desolado Campillín –los vendedores recogen apresuradamente su mercancía maldiciendo al mal tiempo–, recuerdo la conversación de ayer y parafraseo a Manuel Machado:
            “Antes que un gran espada, mi deseo primero / hubiera sido ser un buen banderillero”.
            Y creo que lo soy, aunque no me dedique a poner banderillas a los pobres toros sino a los malos poetas y donde más les duele: en su vanidad.


Lunes, 26 de agosto
CABALLO DE TROYA

––No vales para profeta, Martín, no das una. Decías que no iba a haber gobierno, que habría nuevas elecciones porque Pablo Iglesias se empeñaba en ser ministro y, ya ves, en un rasgo de generosidad sin precedentes en las democracias europeas ha renunciado a serlo y, sin embargo, no tendremos gobierno. El problema estaba en otra parte.
            ––¡Un rasgo de generosidad sin precedentes! Eso ya se lo he oído decir a altos cargos del partido. Qué cosas. También Echenique dijo algo así como que ellos habían hecho “gratis” a Pedro Sánchez presidente. O sea que, si votaron la moción de censura, no fue para que nos libráramos de un gobierno corrupto, sino para hacer un “favor” que ya se cobrarían en su momento. ¿Pero dónde han aprendido política estos renovadores? ¿En la Restauración caciquil, con el conde de Romanones como mentor? A los ministros los nombra el presidente del Gobierno, nadie es ministro nato o electo. Mientras no te llame el presidente para ofrecerte el cargo, ¿cómo vas a renunciar? Es como si yo ahora, en un alarde de modestia, renunciara al Nobel. ¡Y pensar que yo les voté una vez! Una y no más santo Tomás.
            ––Tú lo que no quieres es que haya una política a favor de los trabajadores.
            ––Eso se consigue pactando un programa de gobierno.
            ––Pero sin estar en el gobierno, ¿quién garantiza que se lleve a cabo?
            ––El parlamento. Basta con que le retire su apoyo para que caiga el gobierno. Mira lo que pasó con los presupuestos. No lo apoyaron los nacionalistas catalanes y hubo que convocar elecciones. Pacta Podemos un programa progresista, no lo cumple Sánchez, le retira su apoyo y nuevas elecciones. Lo de entrar en el gobierno –con una vicepresidencia para él o para su señora– es por otras razones. Es utilizar la táctica de Ulises en Troya: no podemos adelantar a los socialitas en las urnas, pues destruyámoslo desde dentro, como trató de hacer Salvini. Pero cometieron el error –-cómo me alegré– de no aceptar la propuesta de un gobierno de coalición. Perdieron una oportunidad que no se volverá a repetir.
            ––¿Su señora? Querrás decir para Irene Montero. ¡Menudo machista estás tú hecho! Y ya se ve que lo que quieres son elecciones.
            ––Me parece lo más decente en una situación de bloqueo.
            ––¿Y si gana la derecha?
            ––Cosas de la democracia. Si es lo que quieren los electores, pues tendremos el gobierno que nos merecemos. Pero no se alegren antes de tiempo, que no grite un eufórico Iglesias “jódete, Sánchez”, que eso no va a ocurrir. 


Martes, 27 de agosto
PERDER AMIGOS

Herimos sin puñal y ofendemos sin darnos cuenta. Al releer Gregorio y yo, de María Martínez Sierra, me encuentro con esta frase. Antes ha escrito: “Más de una vez se ha repetido para mí una extraña experiencia: un amigo que compartía nuestra vida con asiduidad que casi parecía cariño, de repente dejaba de llamar a nuestra puerta. Yo, asombraba, rebuscaba el motivo posible en dolido examen de conciencia y no encontraba de qué acusarme”.
            Le pasó con Juan Ramón Jiménez, con Manuel de Falla. Del segundo subraya “la dureza de su fe, la exigencia celosa de sus afectos, la violencia con que rechazaba toda contradicción”. Y añade: “Su adhesión a los dogmas era violenta como un puñetazo. Antisemita radical, le sacaba de quicio la idea de que Cristo pudiera ser judio”. Se enfadó con quien tanto le había ayudado en sus comienzos por celos: como se resistía a terminar la música de Don Juan de España (encontraba pecaminosas ciertas escenas), y urgía el estreno, se la encargaron a Conrado del Campo. No lo soportó.
            Juan Ramón Jiménez, hasta que se casó con Zenobia, fue como un miembro más de la familia Martínez Sierra (María incluso se preocupaba de que se alimentara adecuadamente) y un eficaz colaborador: solía ponerle titulo a los libros que escribía ella y firmaba él.
            Tras el matrimonio, se alejó de sus vidas. Se han dado razones muy pintorescas (Cansinos Assens cuenta que robaba libros de la editorial Renacimiento para revenderlos y Gregorio le descubrió). Hubo motivos estéticos (comenzó a rechazar el sentimentalismo de la literatura de Martínez Sierra y su dedicación cada vez más absorbente al teatro, un género que detestaba) y otros, que nunca se mencionaron: los celos de Zenobia, que pasó a ocupar en la vida de Juan Ramón el lugar dominante que antes ocupaba María y no quería rivales.
            Herimos sin puñal y ofendemos sin darnos cuenta. También quien nos hace daño quizá lo hace inadvertidamente, pienso mientras me lamento de recientes heridas.


Miércoles, 28 de agosto
LIBERTAD

Entre un montón de viejas fotografías, aparece una carta que le envié hace muchos años a una amiga y que me fue devuelta. No se la volví a enviar, no se la entregué en mano (nos vimos luego algunas veces) y la guardé sin abrir.
            La había olvidado por completo. Miro la fecha del matasellos: 9 de abril de 1977, el mismo día en que fue legalizado el Partido Comunista. Miro la dirección: Apartado 7017, Madrid. Ahí recibían su correspondencia las internas de la prisión de Yeserías. Miro la razón de que me fuera devuelta, escrita a mano en el sobre: “libertad”. Entre el 9 y el 15 de abril, que es la fecha del matasellos de devolución, quizá el 14, mi amiga fue puesta en libertad.
            Como en los Episodios nacionales de Galdós, la gran historia y la pequeña historia se entremezclan inextricablemente.


                                                                Jueves, 29 de agosto
VOLVEMOS A SER AMIGOS

Como María Martínez Sierra, yo también he querido hablar públicamente de mis “enemigos íntimos”, de aquellos amigos cercanos que cambiaron su amistad por enemistad de un día para otro.
            Hablé solo de amigos escritores. No del amor que se transforma en odio, de los venenosos conflictos sentimentales.
            Soy muy indiscreto, lo cuento todo. Solo me callo aquello que no me interesa contar.
            También soy algo hipócrita, como todo el mundo. Finjo lamentarme de que hayan dejado de ser mis amigos ciertos escritores cuando en realidad no me molesta nada, en la mayoría de los casos, que hayan dejado de serlo. Todo lo contrario.
            La excepción, Andrés Trapiello. Y como soy un hombre con suerte resulta que los años le han ablandado y, aunque en mi última reseña le digo que se equivoca en esto y lo otro, me ha tendido la mano y pelillos a la mar.
            Podré seguir practicando mi deporte favorito: discutir con quien tiene tanto (o casi tanto) talento como yo. O puede que más, aunque esto nunca me ha resultado fácil reconocerlo.


Viernes, 30 de agosto
MEJORO CON LA EDAD

Antes lo hacía todo en cinco minutos. Los años me han enseñado a tomarme las cosas con más calma. Ahora tardo por lo menos seis.


Sin propósito de enmienda: De política ni hablar

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Sábado, 31 de agosto
ELOGIO DE LA NATURALEZA

Paso la tarde en Traslaviesca, una finca cercana a El Condado, en Laviana. Me hago amigo del gato, Pin, de los perros y hasta de las gallinas. Recojo directamente del árbol la fruta que me apetece; aprendo el nombre de plantas y flores que no había visto antes; me siento en la veranda a contemplar el cerco de montañas, las nubes que pasan, y a charlar de amores y desamores sin prisa ninguna, como un personaje de Somerset Maugham, con un vaso en la mano. Seguro que Adán no se encontraba más a gusto en el paraíso.
            Pero cae la noche, se escucha amenazante el silencio, comienza a llover. Y si me ocurre pensar que a la perfección de esta tarde le falta el toque final: subirse al coche y regresar de inmediato a Oviedo.
            Y es que yo, como todo el mundo, soy amante de la naturaleza, pero también, como todo el mundo, no la soporto demasiado tiempo. Esforzándome, un fin de semana. Si me dejan elegir, dos o tres horas, como esta maravillosa tarde de sábado que me ha regalado mi amiga Catarina.


Domingo, 1 de septiembre
FILOSOFÍA DE CALENDARIO

¿Cuánto dura la gratitud hacia alguien? Lo que dura la esperanza de seguir recibiendo favores de esa persona.


Lunes, 2 de septiembre
SINCERARSE, QUÉ PELIGRO

Aunque parezca lo contrario, soy muy consciente de los riesgos de la sinceridad y suelo manejarla con cautela.
            Mis amigos y mis lectores, que no acostumbran a coincidir, están hartos de oír cómo me vanaglorio de mi inteligencia. De una manera o de otra, siempre estoy dando a entender que me considero  más listo que nadie.
            ¿Pero de verdad me considero así? Dime de qué presumes y te diré de qué careces, afirma la sabiduría popular.
            Lo único que queda claro, cuando yo hablo continuamente de inteligencia, es qué cualidad más valoro.
            Si se nos ofrece la posibilidad de apretar un botón verde (y entonces automáticamente se ingresa en mi cuenta bancaria un millón de euros) o de apretar uno amarillo (y entonces se multiplicaría por dos mi inteligencia) en un experimento mental o en una prueba de cuento de hadas, no hay duda de qué botón apretaría la mayoría de la gente. Tampoco de cuál apretaría yo: el amarillo.
            Algo que, dicho sea de paso, carece de mérito: por azares de la vida, y cierto ascetismo de carácter, hace tiempo que, aunque necesite muchas cosas, ninguna de ellas se puede comprar con dinero.
            ¿Significa eso que no me considero inteligente? Por supuesto que no. Destaco, pero en una liga que no es en la que me gustaría jugar.
            Ya se sabe que todo es relativo, como dijo Pero Grullo, que no Einstein, y por eso un elefante pequeño es un animal grande y un insecto grande es un animal pequeño. No sé nada de fútbol, pero seguro que en el Avilés y en el Sporting hay buenos jugadores, pero que solo lo son si se comparan con la media de la tercera o la segunda división, no con Messi.
            Yo siempre aspiré a la primera división, y ahí estoy por debajo de la media. Me fastidia, pero me aguanto, qué le vamos a hacer, y no se lo digo a nadie.
            Consciente de mis limitaciones, ni un día dejo de entrenar. Y de vez en cuando me doy la satisfacción de adelantar a algún jugador de primera en decadencia.
            Dar ejemplos resultaría poco delicado. Pero me voy a atrever a darlo: cuando tenían treinta años, Pere Gimferrer o Félix de Azúa jugaban en primera (uno como poeta y ensayista, el otro solo como ensayista), hoy los dos juegan en tercera regional, aunque los medios les aplaudan más que entonces. Y en el caso de Félix de Azúa no me refiero solo, ni principalmente, a sus insultantes columnas de hoolligan españolista, sino a cualquier reflexión suya presuntamente intelectual. El tiempo le ha convertido en una caricatura de sí mismo, como a Savater, de quien solo ha conservado la elegante caligrafía: se podrá mejorar su sindéresis, nunca su sintaxis.
            Yo creo que el tiempo todavía juega a mi favor y quizá algún día merezca figurar en primera. De momento, me dedico a presumir de aquello de lo que carezco (no del todo, por supuesto).


Martes, 3 de septiembre
EN LA TRAMPA

–-Nunca te leo cuando hablas de política, Martín. Sé de sobra lo que vas a decir. Todo lo que hace Pedro Sánchez te parece bien, todo lo que hacen Casado, Rivera o Iglesias te parece mal.
            ––Todo, todo, no. Me pareció muy mal que Sánchez terminara ofreciéndoles entrar en el gobierno a los de Unidas Podemos. Afortunadamente, a estos les pareció poco. De buena nos libramos.
            ––Me temo que tú, como los de Casado, desde el principio preferiste nuevas elecciones. ¿Las habrá?
            ––El dilema lo tiene Unidas Podemos. O aceptan una oferta más “humillante” que la anterior (ya no solo no será ministro-comisario político Iglesias sino ni siquiera su señora y allegados) o vamos a elecciones, que en mi opinión es lo mejor. Que los electores le den a cada uno su merecido.
            ––¿Y no temes que la gente se quede en casa cansada de tanto ir a votar?
            ––Esa es una tontería que, de tanto repetida, algunos confunden con la verdad. El problema de la repetición de las elecciones es que, debido a los trámites legales, se prolonga en exceso la situación de interinidad. Si se pudieran celebrar el treinta de septiembre, no habría ningún problema. Y el dinero que se gasta en consultar a los electores es el mejor gastado en una democracia. Yo voté por primera vez a los veintiocho años. Recuerdo bien la alegría con que lo hice. Algo de esa emoción conservo cada vez que voy a votar. Nunca me he perdido ni me perdería una elección. ¿Un engorro ir a votar? Me levanto el domingo a la hora de costumbre, escrito un rato como siempre y luego, antes de darme una vuelta por el Fontán, me paso por el centro de votación. No tardo ni un cuarto de hora. El que se queja de la pesadez de ir a votar una vez más merecería que lo desterraran a Corea del Norte.
            ––No todo el mundo piensa como tú.
            ––Piensan como yo más de lo que parece. Ser alumno aventajado de Pero Grullo es lo que tiene. Mira lo que pasó cuando defenestraron a Pedro Sánchez por no querer apoyar a Rajoy. Si leíamos los periódicos, parecía que yo era el único que pensaba que eso era una estupidez. Luego hubo primarias y resultó que quien estaba desconectado de la militancia socialista era Felipe González, no yo. ¿Cansados los españoles de elecciones? Ponles, tras la votación del diez del noviembre, un referéndum, aunque sea el día de Navidad, para que decidan si quieren Monarquía o República y ya verás cómo la abstención se reduce a cero.



Miércoles, 4 de septiembre
FAKE NEWS

Soy experto en detectar “fake news” y leyendas urbanas. Por eso estoy en condiciones de asegurar que la noticia que circula por las redes sobre el cambio de nombre solicitado por una formación política para presentarse a las elecciones del diez de noviembre es rigurosamente falsa.
            En las próximas elecciones, Unidas Podemos volverá a presentarse con ese nombre y no con el de Humillados (o Humilladas) Podemos.


Jueves, 5 de septiembre
ANÓNIMOS CON NOMBRE Y APELLIDOS

Leo los libros seleccionados para un concurso de poesía. Una labor especialmente ingrata. Nunca leo entero un libro que no me interesa. Picoteo acá y allá y si no pasa la prueba lo dejo a un lado. Soy un lector impaciente. Pero si he de juzgar me siento obligado a leerlo de la primera a la última línea, o sea, a hacer lo que más detesto, a leer por obligación. Menos mal que esto de ser jurado no me suele ocurrir más de una vez al año.
            Los originales se presentan anónimos, pero siempre hay quien no parece resignarse a ello. Uno de los concursantes –a quien conozco personalmente, como probablemente el resto del jurado– no dice su nombre, pero da tantos detalles de su vida y obra que es como “blanco y en botella”; el otro, lo dice.
            Los libros se juzgan de otra manera cuando conocemos el nombre del autor. Recuerdo un caso, en este mismo premio, en el que tras abrir la plica y ver a quién le habíamos concedido el galardón, Ángel González dijo (en broma, pero en serio): “Volvamos a votar”.
            Y es que un libro que nos parece muy valioso si lo firma un poeta joven resulta de mucho menos interés si es obra de un veterano, muy resabiado en premios literarios, que sabe lo que suele gustar en cada uno de ellos.


Viernes, 6 de septiembre
DIGO LA VERDAD

Digo la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, pero solo cuando estoy seguro de que no voy a ser creído.

Sin propósito de enmienda: Una profecía

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Sábado, 7 de septiembre
SIGO DANDO LECCIONES

––Martín, eres de lo que no hay. Tú hasta serías capaz de ir al Parlamento Británico a explicarles el Brexit y cómo salir del embrollo en que están metidos.
            –-Por supuesto, pero antes se lo explicaría a los españoles, que parecen estar convencidos de que el referéndum salió adelante por las ambiciones de cuatro políticos que engañaron a los votantes con un autobús en el que se les prometía el oro y el moro si abandonaban la Unión Europea.
            ––Caricaturizas.
            ––Caricaturizo poco. Eso es lo que se deduce no solo de las charlas de café, también de los editoriales de los periódicos.
            ––Y algo de eso ahí.
            ––Sí, como cuando una mujer se quiere separar y los amigos del marido tratan de convencerla de que se vuelva atrás porque en el fondo es bueno y la quiere mucho.
            ––¡Tú estás loco, Martín! ¿Es que crees que la Unión Europea es como un marido maltratador?
            ––En un matrimonio. basta que un conyuge quiera divorciarse para que comience a tramitarse el divorcio; en un acuerdo firmado libremente entre países libres basta que uno quiera romperlo para que eso ocurra.
            ––¡Y eso es lo que está ocurriendo! Pero los ingleses no se aclaran.
            ––Para llegar a un buen acuerdo hace falta que las dos partes actúen de buena fe. Si una de ellas quiere dejar a la otra tuerta, aunque ella se quede ciega, mal vamos. La respuesta de la Unión Europea al resultado afirmativo del referéndum, que no se esperaba, fue un “¡Os vais a enterar!”. Y en esas estamos.
            ––Te olvidas del parlamento británico, una jaula de grillos.
            ––Ahí te doy toda la razón. Primero se niegan varias veces a aceptar la salida acordada que había negociado Theresa May y luego le exigen, con triquiñuelas legales, a Boris Johnson que no salga a las bravas, que negocie un acuerdo.
            ––¿Y cómo explicas eso?
            ––A los parlamentarios de Londres, como a los de Madrid, antes les interesan los intereses de su partido que los de su país. Unos quieren desgastar al gobierno conservador para ganarle en las próximas elecciones y otras desgastar al líder del partido conservador para ponerse en su lugar.
            ––¿Y tú, claro, apoyas a Boris Johnson, a esa especie de Donald Trump, solo por llevar la contraria, como es tu costumbre?
            ––Apoyo su manera de razonar en esta cuestión. Si queremos que la Unión Europea vuelva a negociar la salida, lo mejor es dejarles claro que esta se producirá, con acuerdo o sin acuerdo, el 31 de octubre. Si hay otra prórroga, ¿para qué van a negociar? Tienen en su mano no negociar nunca y, prórroga tras prórroga, impedir la salida.
            ––Lo que habría que hacer es otro referéndum. La mayoría reconoce que se equivocó en el anterior.
            ––¿Seguro? Sospecho que esa mayoría es tan virtual como la que se opone a la independencia en un territorio más cercano que prefiero no mencionar. Pero vamos a suponer que es así. Se disuelve el parlamento, se convocan elecciones y si los partidarios de un nuevo referéndum ganan nada impide convocarlo. Lo curioso es que quienes por todos los medios tratan de retrasar esas elecciones son precisamente los contrarios al Brexit duro. A lo mejor temen (como los que impiden un referéndum en ese país de cuyo nombre no quiero acordarme) que la realidad desmienta su elucubraciones.
            ––¡Eres incorregible, Martín! ¡Siempre empeñado en tener razón frente a todos!
            ––Ya me gustaría corregirme. Me paso la vida dando lecciones y nada fastidia más a la gente que el que le den lecciones. Por eso caigo tan mal a todo el mundo.
            ––¡Qué hipócrita eres! Tú con nada disfrutas más que tocando las narices.
            ––Yo lo que no puedo es no pensar y creerme todos los cuentos que me cuentan. Tengo ese defectos, se me atragantan las ruedas de molino, qué se le va a hacer. No tengo enmienda.
            ––Ni ganas de enmendarte.


Domingo, 8 de septiembre
VIEJAS MANÍAS

Durante un tiempo, bastante tiempo, tenía la manía de apuntarlo todo, como si no me fiara de mi memoria. Y en algún caso hacía bien en no fiarme.
            Encuentro hoy un cuaderno de hace algunos años en el que apuntaba los nombres de todas las personas a las que debía algún favor. Nunca eran monetarios y casi nunca de ese otro tipo al que a mí me gusta aludir eufemísticamente, como un caballero de otro tiempo. A menudo era solo una sonrisa en un mal día. O ese libro que llevaba años buscando.  Cuando devolvía el favor, tachaba el nombre.
            Cuento los que quedan sin tachar: noventa y tres. ¡Sigo cargado de deudas!      


Lunes, 9 de septiembre
MEJOR NO PASAR

No conozco nada más del escritor Max Beerbohm que un relato,“Enoch Soames”, que leí por primera vez en la Antología de literatura fantástica, de Borges y Bioy Casares, cuando yo andaba por los veinte años y que no he podido olvidar desde entonces.
            Ahora lo reedita Acantilado en un pequeño volumen y yo lo releo tratando de encontrar las razones de mi fascinación. Enoch Soames es un escritor sin talento, al que el narrador ridiculiza. Convencido de que la posteridad le pondrá en su sitio, hace un pacto con el diablo para poder visitar cien años después la biblioteca del Museo Británico y comprobar si la posteridad le ha hecho justicia. Ni se le menciona, por supuesto, en ningún manual de historia de la literatura.
            Yo no haría un pacto con el diablo por tal cosa, pero me divertiría darme una vuelta por el año 2109, entrar en una biblioteca, tomar un grueso tomo dedicado a la historia de la literatura española en los siglos XX y XXI y ver si se me menciona, aunque sea en una nota a pie de página.
            Me sentiría tan frustrado como Enoch Soames si no ocurriera así porque yo –ya sé que resulta algo ridículo reconocerlo– siempre he querido formar parte de la historia de la literatura.
            No sé si lo conseguiré –empiezo a temer que no, la posteridad suele ser tímida a la hora de desmentir a los contemporáneos–, pero siempre he tenido buen ojo para descubrir, casi antes que nadie, a los que forman parte de ella.
            Bastante mejor ojo que la llamada “crítica académica”. Qué horror, qué tedioso horror, la “aproximación filológica” a la poesía de Antonio Cabrera que ha recopilado Sergio Arlandis. Solo se salvan del volumen Contraluz del pensamiento los poemas del propio Cabrera y la semblanza que le dedica Carlos Marzal. El resto, prosa mazorral, ilegible basura curricular.
            Si pasar a la historia de la literatura es que en la Universidad se dediquen a estudiarte “científicamente”, mejor no pasar.



Martes, 10 de septiembre
DE UN EVANGELIO APÓCRIFO

Dios no se hizo hombre para salvarnos, sino para pedirnos perdón.


Miércoles, 11 de septiembre
OTRA EFEMÉRIDES

Hay días que se amontonan las efemérides. Hoy, el asalto al palacio de la Moneda y la muerte de Allende, el atentado contra las Torres Gemelas, las frustrantes manifestaciones a favor de la independencia. A partir de ahora, también mi última primera clase de un nuevo curso.
            Me he sentido feliz, como de costumbre, no vino a visitarme la melancolía. Amo tanto la rutina que cada vez me cuesta menos sustituir una rutina por otra.
            Echaré un poco de menos las clases (el resto de la vida universitaria nunca me ha interesado), pero seguiré dando lecciones, me temo.


Jueves, 12 de septiembre
SOLO AGRADECER

Acompaño a Martín al nuevo colegio, el Novo Mier, a lado del Milán. Va de la mano tan seriecito, tan consciente de que se está haciendo mayor.
            Algunos niños lloran, él no. En cuanto aparece Inés, su profesora, corre a darle un abrazo. Forman luego un tren, agarrándose unos a otros del mandilón, para entrar en clase. Martín se apresura para entrar el primero en el aula.
            De pocas personas he aprendido tanto como de Martín, que el próximo jueves cumplirá tres años.
             “Enseñar es mi manera de aprender”, afirma Enrique Baltanás en un aforismo que yo he hecho mío.
            Martín le da la vuelta: “Aprender es mi manera de enseñar”. ¡Y cuántas cosas nos enseña en cada minuto que pasamos con él!
            Soy un hombre afortunado: no he tenido hijos, pero tengo hijos y tengo nietos y tengo el privilegio –no lo cambiaría por nada– de ver crecer día a día a Martín.
            Si todavía siguiera con la costumbre de apuntar en una libreta los nombres de las personas a las que debo un favor, debería escribir en ella tres nombres. Pero no es necesario que los apunte. Hay favores que no se olvidan ni se pueden devolver, solo agradecer.
           

Viernes, 13 de septiembre
UNA SENTENCIA POLÍTICA

Me bastó leer la información sobre cómo se había producido la muerte del fiscal argentino Nismán para saber que se había suicidado, que las elucubraciones sobre su asesinato no tenían fundamento. Los hechos me han dado la razón, aunque todavía hay quien piensa que los alienígenas construyeron las pirámides, los atentados del 11-M fueron obra de ETA y a Nismán lo asesinaron por orden de Cristina Fernández de Kirchner.
            Ahora el Alto Tribunal de Escocia ha decretado que el cierra del Parlamento por parte de Boris Johnson fue un acto ilegal porque “la verdadera intención” era bloquearlo. Me atrevo a profetizar que esa sentencia será revocada el martes por el Tribunal Supremo del Reino Unido.
            ¡Menudos jueces! ¿Desde cuándo la ilegalidad o legalidad de una decisión política depende de la “intención” del gobernante y no de si entra o no en sus atribuciones?


Sin propósito de enmienda: Votar es un placer

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Sábado, 14 de septiembre
COSAS DE LA EDAD

Se pierde con los años la capacidad de hacerse ilusiones, pero también hay menos probabilidades de que te defrauden.
            Nunca nos relacionamos con seres completamente reales. Unos son por completo imaginarios y otros mitad y mitad o mitad y un cuarto imaginarios.
            No me gusta defraudar, por eso trato de poner todos mis puntos débiles encima de la mesa antes de comenzar una relación.
            Y sin embargo defraudo. Pero ya rara vez me defraudan. Siempre espero lo peor. Y casi siempre recibo lo que espero.
            (“Casi siempre”, subrayo sonriendo. Ahora me toca disfrutar de una de esas excepciones.)


Domingo, 15 de septiembre
OTRA PROFECÍA

––Eres la leche, Martín, eres la leche –me dice mi amigo Xuan, dejando a un lado el diario dominical–. O sea, que te basta leer las informaciones periodísticas para decidir que el tribunal escocés que ha fallado en contra del cierre del parlamento británico se ha equivocado. ¿Pero qué conocimiento de derecho tienes tú?
            ––Es de sentido común. Ha juzgado intenciones, no hechos. Al menos, eso parece. Mi afirmación solo vale si la información que se nos ha proporcionado es correcta. La próxima semana veremos si tengo o no razón.
            ––Y si no te da la razón el tribunal, dirás que se ha equivocado. Razonas como uno de esos paranoicos que siempre encuentran una mochila o una bala fuera de sitio para no creerse la versión oficial de los atentados del 11-M o del asesinato de Kennedy.
            ––A mí nada me gusta más que rectificar. Pero me parece que el próximo jueves, que es el día previsto para el fallo, no podré darme ese gusto. Y ahora voy a hacer otra profecía. El Brexit es una especie de efecto 2000. ¿Lo recuerdas? Se decía que, al cambiar de milenio, como en la programación de los ordenadores solo se utilizaban las últimas dos cifras de la fecha, al pasar del 99 al 00, se iban a bloquear. Dejarían de funcionar todo, incluso se caerían los aviones. Por eso se inmovilizaron en los aeropuertos la noche de fin de año  de 1999 y se constituyó un gabinete de crisis en la Moncloa presidido por el vicepresidente, Álvarez-Cascos. No paso nada, por supuesto, y nadie se acuerda de ello porque avergonzaría a las mentes preclaras que lo avalaron. Las mismas que ahora insisten en que abandonar la UE es ir de cabeza al abismo. Que los ingleses van a pelear por las subsistencias al día siguiente mientras los alimentos frescos se pudren en las aduanas francesas. Dentro de un año, nadie se acordará de esas previsiones apocalípticas, pero en las hemerotecas quedará constancia de tal estupidez. ¿Quieres saber mi nueva profecía? Que no ya al año, sino a los pocos meses de que Gran Bretaña abandone la UE, todo funcionará a la perfección y se habrán olvidado los miedos que ahora nos quieren meter en el cuerpo. Y lo mismo da que lo haga sin acuerdo que con acuerdo, porque los acuerdos, en lo que beneficia a ambas parte, se firmarán de inmediato. Y en lo que perjudica a una de ellas, pues no, y eso salimos ganando. Y se darán cuenta entonces nuestras mentes preclaras que el que Gran Bretaña abandone la UE no quiere decir que abandone Europa. Seguirá siendo parte de lo mejor de Europa, que no son precisamente los políticos y burócratas de Bruselas.


Lunes, 16 de septiembre
ÉPICA FAMILIAR

Mi amigo Andrés Trapiello encuentra en el Rastro un sobre en el que está escrita la palabra Avilés, y dentro un montaje fotográfico en forma de acordeón. Nueve fotografías ensambladas reproducen Ensidesa en toda su extensión, desde el puente Azud, todavía a medio construir hasta un idílico paisaje de colinas y almiares aún no devorado por la siderurgia.
            Tiene la amabilidad de regalármelo: “Pensé que te gustaría tenerlo. Te recordará tu infancia”.
            Mi padre vino por entonces a trabajar a Ensidesa. Estuvo un tiempo solo y más tarde se trajo a la familia. No debieron ser tiempos fáciles, pero en la memoria han dejado únicamente un aroma épico.
            El maestro del Fondo de Valliniello –don José Ramón– les dijo a mis padres que yo debía estudiar y me preparó para hacer el examen de ingreso al bachillerato y yo me recuerdo, de los diez a los catorce años, recorriendo a pie los tres o cuatro kilómetros hasta el instituto Carreño Miranda, y atravesando el puente sobre la ría, a veces todavía de noche, bajo el viento y la lluvia.
            La escuela del Fondo de Valliniello era un improvisado barracón donde se amontonaban, con un solo maestro, más de medio centenar de niños de todas las edades y llegados de todos los puntos de España.
            Sí, tiene razón Trapiello, este montaje fotográfico –fechado el 23 del 12 de 1954– sobre Avilés y la Empresa Nacional Siderúrgica me trae a la memoria una parte de mi infancia.
            Debieron ser tiempos duros, ya digo. Pero yo solo recuerdo la emoción del aprendizaje y el descubrimiento de la biblioteca Bances Candamo. Y que en los días en que no había clase en el instituto, y sí en la escuela, yo iba a ayudar al maestro y hacía dictados o enseñaba a leer a los más pequeños.


Martes, 17 de septiembre
NO ENTIENDO NADA

Respiro aliviado. La pelota vuelve a estar en el tejado de los españoles. No se sigue mareando más la perdiz. El 10 de noviembre pondremos a cada uno en su sitio.
            ¡Un fracaso de la democracia!, claman los taxistas y los analistas políticos. Pues a mí me parece un triunfo: que los votos rompan el nudo gordiano en que nos han enredado unos y otros, pero más una que otro.
            ––¿Y si no lo rompen?
            ––Ya verás como sí. Un poco de confianza en el buen criterio de los españoles, que ahora tendrán oportunidad de premiar y penalizar.
            ––¡Las encuestas fallan!
            ––Porque se refieren al momento en que se realizan y muchos no deciden el voto hasta el último momento. Ahora toca explicarse.
            ––Y tú ya empiezas a hacer campaña.
            ––Yo no me meto en política, aunque admire mucho a los políticos. Incluso a los de los partidos que detesto. Creo que todos, salvo quizá Albert Rivera y sin excluir a Trump, son bastante mejores que la mayoría de sus votantes. Tantos meses oyendo una y otra vez el mismo mantra  –¡Pedro Sánchez con tal de mantenerse en la Moncloa es capaz de cualquier cosa, incluso de pactar con populistas y rompespañas!-- y ahora resulta que todos los patriotas a una le echan en cara que no haya aceptado las exigencias de populistas y rompespañas. No entiendo nada.


Miércoles, 18 de septiembre
UN LECTOR

En Los Porches, mientras tomo café en la habitual mesa redonda, se me acerca un desconocido. “¿Puedo sentarme un momento?”, me dice. Y luego saca un recorte periodístico.
            ––¿Recuerda lo que escribió en junio? Que o los de Podemos eran ministros o no habría gobierno. Se ha confirmado plenamente. Parece que es el único que lo vio claro desde el principio.
            Se sienta a mi lado, pide un café y lee: “No habrá gobierno aunque se les ofrezca un acuerdo en el que se recojan los principales puntos de su programa ni aunque teman que si se repiten elecciones pueda perder otro millón de votos”.
            ––Me gustó especialmente el final: “Sospecho que Pablo Iglesias, si él no forma parte del gobierno, se encuentra más a gusto con un Casado y un Rivera, rehenes de Abascal, que con Pedro Sánchez, el Abel de este Caín”. Precisamente ahora estoy leyendo la novela Abel Sánchez, de Unamuno.
            En junio podía ser una sospecha, ahora es una certeza. Si la formación del gobierno depende de Pablo Iglesias, o los suyos copan tantos ministerios como puedan (para atrincherarse en ellos y hacer la guerra por su cuenta) o se repiten las elecciones las veces que haga falta hasta que las derechas sumen y pueda dormir tranquilo porque él no será vicepresidente, pero “Pedro” deja de ser presidente. ¡Nunca se perdonará haber apoyado “gratis” la moción de censura!


Jueves, 19 de septiembre
SIGUE LA ESPERA

–-¿Qué? ¿Ya te ha dado la razón el Tribunal Supremo de Gran Bretaña? ¿Era legal el cierre del parlamento, al contrario de lo que dictaminó el tribunal escocés?
            ––Todavía está deliberando.
            ––O sea, que no era tan sencillo como tú pensabas.
            ––Es que lo que le piden no es una decisión judicial, sino política. Como si a un árbitro le pide que modifique el reglamento en mitad del partido y cree una nueva falta. Ya no sé lo que van a decidir. Dependerá de si la simpatía de los jueces se inclinan o favor del Brexit o en contra. Me temo que en todas partes los jueces son un poco argentinos (o brasileños). Pero mi razonamiento era correcto.
            ––Lo que no es correcto es el tribunal británico. Eres de lo que no hay, Martín.


Viernes, 20 de septiembre
CON DISTINTA LUZ

Sabiendo que es el último, tienen un sabor distinto las clases de este nuevo curso. Solo ahora paladeo todos los matices, soy consciente de cada instante. Dicto un poema, subrayo los acentos de un endecasílabo, hablo de las estrategias de la publicidad o de las figuras retóricas y sé que no volveré a repetir esa lección nunca más.
            Pero no siento melancolía. Está bien que las cosas terminen. Desde aquellos días ayudando al maestro de Valliniello, mi mejor maestro, hasta estos días de despedida en el Milán ha pasado más de medio siglo. No me puedo quejar. Y todavía me queda todo un curso. Soy un hombre afortunado, inmerecidamente afortunado.



Sin propósito de enmienda: Más España, mejor España

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Sábado, 21 de septiembre
NO MENTIRÁS

Detesto tanto las bodas que he tomado la precaución de no casarme para no tener que asistir ni siquiera a la mía. Po eso, cuando me invitó una amiga avilesina a su boda, que se celebra mañana, me inventé un viaje a Sevilla.
            Pero las mentiras se pagan. Este sábado no puedo ir a Avilés, como todos los sábados, para que no me vean y descubra que era una excusa.
            Soporto mal los cambios. Cualquier alteración de la rutina, se convierte para mí en un problema. Llego a la estación de autobuses a la hora de costumbre y en lugar de subirme al autobús de Avilés, hago un esfuerzo y me subo al de Gijón.
            Aprovecho para visitar la exposición de Federico Ripoll, una serie de postales de Italia que me llevan de nuevo por los lugares del Grand Tour, y la del fotógrafo Antoni Arissa –juegos de sombras– en el Antiguo Instituto. También para pasear por la playa de San Lorenzo, que se doraba de melancolía con la luz última del verano, y para discutir de política con mi editor, Carlos González Espina, que nunca discute con nadie.
            Cuando regreso a Oviedo, pienso que estar tan lleno de rutinas también tiene ventajas: el más mínimo cambio se convierte en una prodigiosa aventura.
            Pero he aprendido que las mentiras se pagan. No volveré a mentir.


Domingo, 22 de septiembre
AD ASTRA CON PAOLO COELHO

Mientras veo la pretenciosa y tediosa Ad Astra (una vacuidad así no la salva ni Brad Pitt) me dedico a pensar en mis cosas.
            Con la situación política, estoy ilusionado. Me gusta que nada esté decidido, que la pelota esté en nuestro tejado (el de los votantes), que de mí dependa, aunque sea en pequeña medida, que el resultado acabe decantándose hacia un lado u otro del tablero.
            En lo personal, me siento a gusto con mi vida. No soy un triunfador, pero como si lo fuera. Lo importante no es cómo te vean los demás, sino cómo te veas a ti mismo. Y yo me veo en el sitio en que siempre quise estar.
            Pero hay una pequeña sombra. No hay nadie que me conozca que no me tenga por un egoísta, por alguien que solo se preocupa de sí mismo. Y me gusta presumir de ello.
            La realidad, sin embargo, es algo distinta. Siempre he tenido, en mayor o menor medida, personas a mi cargo. Siempre he tratado de hacer el bien (procurando que no se notara, claro), pero no siempre lo he hecho bien. A veces. rematadamente mal.
            Y ahora asisto al fracaso de uno de los proyectos en que había puesto buena parte de lo mejor de mí mismo.
            En estas cosas pienso mientras veo a Brad Pitt esforzándose porque no notemos lo ridículo de todo el engendro. Cuando al final suelta una moraleja a lo Paulo Coelho  (“a partir de ahora procuraré vivir y amar más”), yo concluyo mis cogitaciones con otra: “A partir de ahora, procuraré no encariñarme demasiado con nadie. A partir de ahora, seré menos Quijote y más Sancho”.
            Pero antes de salir de la sala, ya he cambiado de opinión: “A partir de ahora, seguiré como hasta ahora. Y si vuelvo a fracasar y vuelven a darme de palos, aprender de los errores y seguir intentándolo”.


Lunes, 23 de septiembre
UN IMPOSIBLE HOMENAJE

“Vete preparando para el homenaje que te va a hacer la Cátedra por tu jubilación”, me dice una amiga por teléfono.
            Lo que comienzo a preparar son las excusas para evitarlo, aunque sé cómo se las gasta mi amiga Josefina Martínez, acostumbrada desde hace décadas a hacer su santa voluntad, con razón, sin razón o contra ella.
            Y no rechazo ese homenaje porque yo sea muy modesto, que de vanidad nunca he andado escaso.
            Me gustan  los homenajes, aunque los haya probado poco. Pero no de cualquier tipo: que le dieran mi nombre a un premio literario lo consideraría una ofensa; que se sienten en el Aula Magna a hablar de mí un escritor, un decano o vicedecano y hasta algún concejal lo consideraría un castigo. Ni sabría qué cara poner ni podría dedicarme a escribir haikus, como en tantas tediosas conferencias.
            El homenaje que yo preferiría es otro: que le den mi nombre a una biblioteca, por ejemplo, o que las dos editoriales en que publico habitualmente, Impronta y Renacimiento, se ponga de acuerdo para editar un libro en el que varios autores se ocupen de los diversos aspectos de mi trabajo: los diarios, la poesía (sin olvidar los apócrifos: una labor detectivesca), las antologías de poesía joven, los recopilaciones críticas, la prosa viajera, los aforismos reunidos en volumen o dispersos por la red, las revistas que he dirigido o patrocinado.
            Me divierte buscar nombres que podrían ocuparse de cada uno de esos capítulos. ¿Juan Bonilla? Ni pensarlo. ¿Andrés Trapiello? A saber por dónde saldría. ¿Anna Caballé? De ninguna manera, insistiría en que mis diarios no son verdaderos diarios porque no entro en detalles de mi vida sexual. ¿Luis Alberto de Cuenca? En este caso, el abrazo estaría asegurado y el recuento de las primeras ediciones de mis libros que tiene en su biblioteca. ¿Miguel d’Ors? Por favor, que no tengo vocación de mártir.
¿Lorenzo Oliván? ¿Martín López-Vega? ¿Xuan Bello? No sé, no sé. Creo que es mejor seguir con mi lema: “Las pompas fúnebres y los homenajes póstumos”.


Martes, 24 de septiembre
CADENA DE FAVORES

Siempre impaciente, aunque no tenga ninguna prisa, me desespero en la caja del Alimerka cuando veo que el anciano que me precede –más o menos de mí edad– saca un puñado de menudas monedas y se lo entrega a la cajera para que compruebe si son suficientes. La cajera las va introduciendo, una a una y con parsimonia, por una ranura. Y al final dice: “Faltan diez céntimos”.
            A la memoria me viene una escena olvidada. Ocurrió en Nueva York, hace casi treinta años. Por entonces no se utilizaban las tarjetas y el autobús había que pagarlo con el importe exacto en monedas que se introducían en un pequeño cajetín situada junto al conductor (algo semejante ocurre todavía en el peaje de ciertas autopistas francesas). Yo voy introduciendo moneda a moneda y de pronto descubro que me faltan unos céntimos. Entonces quien venía detrás los introdujo él mismo y con un gesto impaciente me indicó que avanzara.
            Le paso yo los diez céntimos a la cajera del Alimerka. “Muchas gracias, le debo una”, me dice el comprador.
            No me debía nada. El favor me lo había hecho él a mí. Me había permitido saldar una vieja deuda olvidada. Y comprender que aquel samaritano no me había ayudado por amabilidad, sino por impaciencia. 


Miércoles, 25 de septiembre
MÁS IZQUIERDA

Soy de los que se alegran con la aparición de un nuevo partido, el de Íñigo Errejón. Añade emoción al juego. Ahora va a resultar más difícil que el señor Iglesias vuelva a repetir su jugada.
            ––¿Y no temes la división de la izquierda?
            ––Esa división es un hecho, como la de la derecha. Un hecho natural, no un castigo divino. Lo que hace falta es que pueda expresarse políticamente. Yo me siento representado por el PSOE de Pedro Sánchez y Adriana Lastra; otros se sienten bien representados por Unidas Podemos. Pero existen muchos votantes de izquierda que tiene viejos rencores con los socialistas (y los comprendo, es también el partido de los Fernández Villa), pero que tampoco se sienten a gusto votando a un señor que antepone su ambición de ser vicepresidente a pactar un programa progresista que beneficie a los ciudadanos. Hasta ayer mismo estaban condenados a la abstención. Ahora pueden seguir votando a la izquierda.
            ––¡Otra muleta del PSOE!
            ––O de Unidas Podemos si los españoles deciden que sea el partido mayoritario de la izquierda. Que ese es el camino si se quieren tener responsabilidades de gobierno, no el chantaje de o yo vicepresidente (o mi señora si me siento generoso) o repetición de elecciones las veces que haga falta hasta que gane la derecha.


Jueves, 26 de septiembre
YO, ERRE QUE ERRE

Aunque no lo parezca, soy una persona bastante autocrítica. En una hoja de un viejo calendario que encuentro amarillenta en un libro de Azorín, leo: “Solo quien no sabe nada se cree capacitado para hablar de todo”.
            Y yo tengo opinión sobre todo: el Brexit, el presunto asesinato de Nisman, la “maldad” de las redes sociales… Y casi siempre contraria al tópico generalizado y bien alimentado por presuntos expertos.
            ¿Indica eso que no sé nada? Hombre, algo sé, por ejemplo que según la interpretación habitual de la Constitución Española, uno de los máximos genocidas de la historia, el rey Leopoldo II de Bélgica, el verdugo del Congo, habría podido en la España de hoy enriquecerse de tan sucia manera sin ningún impedimento por parte de la justicia. Los jueces y fiscales (con el beneplácito de los catedráticos de Derecho Constitucional) se habrían negado a investigar aunque las evidencias agonizaran delante de los juzgados.
            Afortunadamente la Constitución Española no ampara delincuentes ni siquiera en la Jefatura del Estado. Y esto, que ahora solo lo digo yo, algún día será una obviedad. Los españoles del mañana se avergonzarán de los españoles de hoy.
            Confío en que no de mí, al menos por esa cuestión.


Viernes, 27 de septiembre
MALAS HIERBAS

“En el jardín del alma también crecen malas hierbas que conviene arrancar”.
            Arrancar, ¿por qué? Mejor reconocerlas y aprovechar sus virtudes salutíferas, que también las tienen. Yo he convertido la envidia, de tan mala fama, en una inequívoca señal de excelencia.
            Como solo envidio a quien vale más que yo –el éxito me gusta, pero no lo necesito–, en cuanto la noto sé que quien proyecta sobre mí esa sombra molesta es un ser excepcional. Y no me cuesta demasiado convertirla en admiración.



Sin propósito de enmienda: Sobre el volcán

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Domingo, 29 de septiembre
UNA TRAGEDIA ESPAÑOLA

Hay escritores que son como de la familia. Uno de ellos, Antonio Machado; el otro, Miguel de Unamuno. Trece o catorce años tenía cuando compré, en la Austral, sus Poesías completas. En la misma colección, poco tiempo después, Andanzas y visiones españolas. Desde entonces, los leo, los releo, me los sé de memoria.
            No puedo ver por eso Mientras dure la guerra, la película de Amenábar, como una película más. Es como si contara una historia de mi familia.
            Temía que no me la fuera a creer, que dándomelas de listillo –me conozco– me dedicara a buscar pequeños detalles inexactos. Veo algunos, pero no me importan. No puedo evitar que, en más de un momento, se me llenen los ojos de lágrimas.
            Tardó Unamuno en darse cuenta de lo que estaba verdaderamente pasando, pero de su cobardía y ceguera le salvó el gesto final.
            ¿Podría pasar hoy algo semejante? Podría. No tengo ninguna duda de que, si las cosas siguen por mal camino, buena parte de la sociedad española aplaudiría fervorosa una intervención del ejército en Cataluña. Y que no faltarían voluntarios para hacer el trabajo que entonces hicieron los falangistas: arrasar y arrancar la mala yerba.
            También algunos españoles “traidores” lo pasaríamos mal. Se revisarían mis artículos y, sobre todo, los comentarios subidos a la Red, donde digo lo que pienso sin restricción ninguna, como si la imperfecta democracia que tenemos –pero la más perfecta que hemos tenido nunca– fuera para siempre.
            Y lo más terrible de la película de Amenábar, lo que más me acongoja a mí, es que si aquella no fue una lucha entre la bestia y el ángel, como en el poema de Pemán, si bestias había en los dos lados y buenos españoles en ambas partes, también ahora, entre los que apoyarían cualquier barbaridad, si se diera el caso, habría padres de familia, gente bien intencionada, incluso algún amigo o amiga mío.
            Cuando Franco, astutamente, cambia la bandera republicana por la monárquica (sin intención ninguna de traer la monarquía, por supuesto), se produce una de los momentos más incómodamente emocionantes de la película. Un soldado comienza a cantar el himno de España con letra de Eduardo Marquina y luego se van sumando más y más, soldados y civiles, hasta llenar la calle. La escena me recordó aquel pasaje de Cabaret en que un coro de niños angelicales entona un himno que finalmente reconocemos como nazi.
            La bandera de España, la bicolor, como dice Franco en la película de Amenábar para evitar la referencia monárquica, es un símbolo dual, representa a todos o a una parte de los españoles según el contexto.
            Estaba claro que en aquella Salamanca representaba solo a una facción de los españoles, y no a aquella con la que yo más me identifico, pero no cabe ninguna duda que no todos ellos eran villanos fascistas. El himno de España, con letra de Marquina, también lo sentí como mío.
            El patriotismo no es cosa de derechas. Los que fusilaron a Rizal en Filipinas –a él se refirió Unamuno en su intervención, aunque no aparezca en la película– no eran patriotas, sino asesinos con uniforme y cobertura legal. El patriota defiende su patria, pero no le dice a nadie cuál debe ser la suya. Ni la impone a sangre y fuego a quienes se sienten ajenos a ella, aunque por azares de la historia puedan estar integrados –como Filipinas o Cuba entonces– en la misma organización estatal.
           

Lunes, 30 de septiembre
CARA Y CRUZ

Lo pasé muy bien esta mañana hablando de Walt Witman, junto a otros poetas y profesores, en la biblioteca del Milán. Lo pasé muy mal esta tarde presentando el libro premiado el año pasado con el premio Emilio Alarcos en el palacio del conde de Toreno, a cuyo “corazón de cieno” se refirió Espronceda en su Diablo mundo.
            El libro, que no voté, como tantos otros olvidados y olvidables que obtuvieron el galardón, me pareció borroso y sin interés. Pero allí estaba el autor con su mujer, y luego cené con ellos y con Josefina Martínez, Carlos Marzal y Aurora Luque. Salí como pude del paso cuando tuve que cumplir el engorroso encargo de presentar la obra, pero la diplomacia no es mi fuerte y creo que se notó mi falta de entusiasmo, por decirlo de manera amable.
            Durante la cena, en casa Amparo, para paliar mi mala conciencia (el poeta me cayó muy bien, y más cuando hablamos de sus hijos, de cinco y un año), me dediqué a pinchar a Josefina –otro de mis deportes favoritos– para que nos expusiera sus ideas sobre el asturiano (Berta Piñán fue la estrella invitada) y otras cuestiones conexas, como el feminismo o el populismo. Yo de vez en cuando la contradecía un poco para que disparatara más. Creo que formamos un buen dúo cómico. Sospecho que los invitados valencianos se divirtieron bastante.


Martes, 1 de octubre
UN SUPERHÉROE

Hay conflictos que solo puede resolver un superhéroe. Yo conozco a uno que vive al lado de mi casa. Es el protagonista de Las aventuras de Martín, un libro que no podría haber escrito sin su colaboración. Martín pertenece a una nueva generación de superhéroes, los superhéroes cuánticos, aún no descubiertos por la Marvel.
            Esta tarde presentamos sus quince primeras aventuras en la librería Cervantes. Martín intervino solo un momento y luego pretextó que tenía que madrugar para ir a la escuela y me dejó solo. Sabe que me gusta ser el protagonista y que, si está él, eso es imposible.
            Solo un superhéroe podría resolver un conflicto que me quita el sueño y en el que tantos compiten por encender la mecha que lo haga definitivamente estallar y nos traiga décadas de sangre, sudor y lágrimas. Pero Martín ha tomado la decisión, con muy buen criterio, de no meterse en política.
            Prefiere aceptar otros encargos. Me cuenta que Rosa Navarro Durán, harta de que los filólogos no tomen en serio sus investigaciones, le ha encargado que busque en Venecia un ejemplar de la desconocida primera edición del Lazarillo para taparle la boca a Francisco Rico. No sé si la encontrará, pero estoy seguro que sus andanzas por los palacios y zaquizamís venecianos han de resultar de lo más apasionantes.


Miércoles, 2 de octubre
ESCRIBO Y CALLO

Cuando no sabemos por dónde empezar, lo mejor es empezar por el principio.
            Saber fingir que no se tiene razón cuando se tiene ayuda a conservar amigos.
            La mejor receta para pasarlo bien es no empeñarse a toda costa en pasarlo bien.
            Quien nos odia nunca nos minusvalora.
            La mentira tiene mala prensa, pero es peor la ofensiva verdad.
            Hay secretos que son de dominio público.
            Me gustaría saberlo todo de todos y que nadie supiera nada de mí.
            La modestia es la vanidad que ha encontrado el modo de volverse invisible.
            A la larga, el amor que menos daña es siempre el no correspondido.
            La belleza no siempre lo parece.
            La lógica bien entendida olvida las reglas de la lógica.
            Ningún hombre es de verdad un hombre si no es a la vez hombre, mujer y niño.
            No hay amistad que no se funde en un malentendido, y eso es lo que tiene en común con el amor.
            Sin un poco de veneno, la conversación y la vida carecen de sabor.
           


Jueves, 3 de octubre
EN LA FRUTERÍA

Soy una persona que se aburre mucho. Todos los días me sobran dos o tres horas en que no sé qué hacer y que se alargan hasta el infinito y en las que acabo siendo picoteado, como en el poema de Góngora, por “infame turba de nocturnas aves”.
            Yo sé por qué me aburro a pesar de tener dos o tres trabajos, rutinas varias, libros que leer, amigos con los que discutir.
            Mi problema es que no me interesa el fútbol (qué maravilla, enciendes el televisor o bajas al bar, una cervecita, el partido del año –que se celebra dos o tres veces a la semana– , gritos, indignación y entusiasmo y ya tienes resulta la tarde) ni tampoco especialmente la música: no la soporto como fondo, mientras hago otra cosa, y como plato fuerte me cansa a los diez o quince minutos.
            Claro que esos problemas no lo serían si practicara la vida lenta que ahora tanto se predica Yo lo hago todo en la mitad de tiempo que cualquier otro. La compra, por ejemplo. Siempre he envidiado a quienes en la frutería, cuando les preguntan si desean algo más, lo miran todo con parsimonia y luego “¿Qué tal están las peras?”, “ Muy sabrosas”, “Pues póngame media docena”. Al rato, “¿Desea algo más?”. Larga pausa para pensar y después “¿Qué tal están las ciruelas?”, “Muy ricas”, “Pues póngame cuatro”. Y así sucesivamente hasta que llega la hora de pagar. “Son cinco euros con cuarenta”. Búsqueda del monedero, perdido en el bolso, búsqueda entre los bolsillos del monedero hasta encontrar un billete. Cuando la vendedora ya tiene la vuelta en la mano, pregunta “¿Quiere los cuarenta céntimos?”, “Si los tiene…”,  “Pues creo que los tengo”. Otra búsqueda y al final los encuentra o no y cuando se marcha y llega mi turno pienso con envidia: “¡Seguro que no le pasa como a mí, seguro que no se aburre! Salen a comprar algo y ya está la mañana resuelta.”
            Envidio a quienes no tienen tiempo para nada. Yo lo tengo de sobra. He probado a hacer las cosas más despacio, pero me estreso y no me salen mejor.


Viernes, 4 de octubre
INSOMNIO

“La nave del Estado navega sobre un volcán”, afirmaba Castelar. Sonrío. Ya no hablamos así. Pero a mi me cuesta dormir temiendo el inminente estallido.



Sin propósito de enmienda: Ayuda a vivir

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Sábado, 5 de octubre
MI FRUSTRACIÓN MAYOR

Decía Gabriela Mistral que se sentía maestra antes que poeta, pero que había que tener cuidado con la enseñanza porque los profesores tienen a volverse pedantes, dogmáticos y autoritarios.
            ¿Soy yo pedante? Un poco. ¿Dogmático? Algo. ¿Autoritario? Bastante. Me gusta mandar, no puedo negarlo. Habría sido un buen monarca en los tiempos del despotismo ilustrado. No habría desterrado a Jovellanos, le habría cambiado de ministerio. Y también habría nombrado ministros a Campomanes, a Moratín, a Meléndez Valdés e incluso a Godoy, pero atándole corto.
            Me gusta mandar, pero he tenido pocas ocasiones de hacerlo. Nunca he tenido mando sobre nadie, salvo sobre mí mismo. Y si me gusta mandar, detesto obedecer, así que no siempre he sido un súbdito disciplinado.
            Esa ha sido una de mis frustraciones. ¿Y qué cargo me habría gustado ocupar, aparte del de déspota ilustrado, hace siglos extinguido? Un cargo político no, que dependen siempre del capricho de alguien y, en última instancia, de la voluntad no menos caprichosa e impredecible (aunque manipulable) de los electores.
            Me habría gustado tener poder de verdad, esto es, ser una de las primeras fortunas del mundo. Financiar generosamente películas, pero tener la última palabra sobre ellas (poder obligarle a Tarantino a cortar los últimos diez minutos de Érase una vez en Hollywood, por ejemplo). Crear ayudas a la creación y conceder una renta vitalicia a determinados poetas a condición de que no escriban novelas (Andrés Trapiello), no escriban poesía (César Antonio Molina) o no escriban en absoluto (Antonio Gamoneda). También ayudas a la edición: una de ellas se la habría concedido a Jorge Guillén para que no publicara sus últimos quinientos o mil poemas, aunque entretuviera su jubilación escribiéndolos.
            Compraría la edición entera de algunos libros –por ejemplo, Tan pronto ayer, las reconstruidas memorias de Guillermo de Torre–, la destruiría y financiaría una edición mejor, dejando solo lo inédito o perdido en minoritarias revistas y eliminando los capítulos de obras ya publicados.
            Financiaría a un comité de expertos para que evaluaran de verdad el trabajo de los profesores universitarios y eliminara la basura curricular que –en el campo de las Humanidades, que es el que conozco– deja pasar la Aneca, sin siquiera tomarse el trabajo de olerla, solo porque sus autores han logrado financiación, o se han rascado el bolsillo, para publicarla en determinadas editoriales.
            No sigo. No quiero meterme en más jardines.
            Queda claro que me gusta mandar y que soy un dictador frustrado. Pero el que me haya ganado la vida dando clases no tiene nada que ver con eso, estimada Gabriela Mistral.


Domingo, 6 de octubre
DOS PALABRAS

Bastan dos palabras para calificar a la película que acabo de ver: brutal, genial.
            Salgo del cine aturdido por los golpes emocionales y por el talento de Todd Philips y Joaquin Phoenix. Pero antes de volver a ver Jokerpreferiría una visita al dentista para que me extrajera todas las muelas del juicio sin anestesia o un recital de poesía.


Lunes, 7 de octubre
BORGES Y YO

Para leer esta tarde mientras tomo el café –no me ha llegado ningún libro nuevo–, me llevo un número de la revista Sur, el 18, que corresponde a marzo de 1936. Colaboran, en la parte principal, Waldo Frank, Igor Stravinsky, Eduardo Mallea (traduce a Franz Kafka),Vicente Huidobro, Virginia Woolf, pero todos esos nombres se quedan en nada ante una de las notas finales, el folio y medio que Jorge Luis Borges dedica a un olvidado libro de Adolfo Bioy Casares, La estatua casera.
            Lo que más admiro de Borges –y lo que más envidio– no son los relatos que le dieron la fama ni sus poemas más tópicamente famosos, sino las notas breves que fue dejando por revistas y periódicos, los prologuillos, lo que en cualquier otro escritor es trabajo venal y olvidable. Borges no puede escribir cuatro líneas ocasionales sin dejarnos una frase feliz, una muestra de ingenio e inteligencia.
            Sueño con que alguien, dentro de muchos años, dé con un viejo periódico o un número de alguna olvidada revista literaria, lo hojee distraído y de pronto me encuentre entero y verdadero en unas líneas que solo podría haber escrito yo.
            Un sueño imposible, ya lo sé, pero que como todos los sueños ayuda a vivir.


Martes, 8 de octubre
PREMIOS Y COSAS RARAS

Tengo una vieja antipatía a los premios literarios, que mis amigos conocen muy bien y que irrita a alguno, como a Felipe Benítez Reyes, que ha de recurrir continuamente a ellos para sostener su economía doméstica.
            Nunca se me ocurriría concursar a un premio ni aceptar ninguno de los que no es necesario presentarse. Y sin embargo, cuando me lo proponen, acepto formar parte de un jurado. Una contradicción, lo sé. Afortunadamente, me llaman pocas veces, cada vez menos.
            Con los premios pasan cosas raras. La pasada semana presenté el libro de Emilio Martín Vargas Todo el mundo me mira, ganador del XVII Premio Emilio Alarcos. Hoy me envía Antonio Manilla una reseña en que pone al libro que ganó ese premio por las nubes. Le recuerda al primer González Iglesias (que santa Lucía le conserve la vista). Pero no es eso lo que me llama la atención, sino que, a juzgar por la portada, en un libro completamente distinto. Ahora se titula Lumpen Supernova.
            Vivir para ver: hubo al parecer una edición de compromiso que yo presenté y se entrego gratuitamente a los asistentes a la presentación y otra de un libro distinto, pero que se presenta como ganador del mismo premio, que circula por librerías y elogian los críticos.
            Sea cual sea la explicación, yo sigo en mis trece de que la administración debería emplear los dineros públicos en algo más útil y menos perjudicial para la literatura.


Miércoles, 9 de octubre
HAMBRE Y SED

Sigo con los viejos números de la revista Sur. Uno de ellos, enero del 36, comienza con estas líneas de Aldous Huxley: “El hambre y la sed de racionalidad son por lo menos tan características del alma humana como el hambre y la sed de justicia. Vivir en un mundo que no tenga sentido resulta intolerable. Sentimos la necesidad abrumadora de explicar el universo y de explicarnos a nosotros mismos.”
            En mi caso, al menos, así es: tengo hambre y sed de racionalidad. Pero no estoy seguro de que esa sea una característica de los seres humanos. La mayoría parecen estar más de acuerdo con Unamuno: “Dios nos dio el pensamiento como prueba. / Dichoso el que no sabe que lo lleva”.
            La única verdad que interesa a la mayoría es la que les conviene. Todos somos un poco como ese tribunal –no miro para nadie– que decide primero que los acusados son culpables y luego dedica meses y meses a encontrar de qué delitos y cómo puede dar apariencias de legalidad a su decisión previa.
            Siento contradecir a Huxley, pero yo creo que el hambre y la sed de justicia son tan escasos como el hambre y la sed de racionalidad. Me temo que la justicia y la racionalidad a la mayoría solo nos interesan cuando nos convienen.


Jueves, 10 de octubre
LAS PRUEBAS DEL DELITO

Quedo en el Rialto con José Luna Borge y Antonio Manilla, que han venido desde León para escuchar a Miguel d’Ors en la cátedra Ángel González. Al ir a entrar, aparece en la puerta Luna Borge. “Está con nosotros, Miguel, no sé si te apetecerá pasar”, “Mejor me voy, no quiero que me ponga mala cara como la directora de la cátedra cada vez que me da por asistir a alguna conferencia”, “No, si él no tiene ningún inconveniente en verte”. “Pues yo tampoco”.
            Le encuentro más delgado, más frágil, con una tenue vocecita. La verdad es que siento un poco de mala conciencia por haber enfadado a uno de los poetas que he admirado desde siempre, desde que leí sus versos en la revista Poesía española, allá por 1973 o 1974. Y me deprime pensar que a mí, para ser como él, un anciano venerable, ya solo me falta ser venerable.
            Se enemistó conmigo por no sé que ofensa que le hice hace no sé cuántos años. Yo ni la recuerdo, pero él la recuerda muy bien. Me ha perdonado (por imperativo cristiano), pero no ha olvidado. Cuando salimos del café, vuelve a recordarme aquel pasaje de uno de mis diarios que muestra “una miseria moral casi insuperable”.
            ––De mí puedes decir lo que quieres, incluso ese chistecito que corre por ahí, que Aquilino Duque y yo somos poetas con vox propia, pero por qué tuviste que meterte con mi mujer y mis hijos, ¿qué te han hecho ellos?
            Luego, al llegar a casa después de la lectura (apenas se oyeron sus poemas, debería haberlos leído Javier Almuzara), en la que me aludió varias veces (me costó no entrar al trapo en el coloquio, pero he aprendido a resistir la tentación), decidí buscar el tomo de mi diario en que había cometido aquella terrible ofensa que tardó veinte años en perdonarme (y eso solo por imperativo legal).
            Me costó encontrarla, pero dí con ella. Está en Fuego amigo, en la anotación del 26 de febrero del 2000. Me cuenta d’Ors que se ha separado, me pregunta cómo me las arreglo para vivir solo: “Y yo pienso en sus poemas, tan entrañablemente familiares, tan llenos de cantos a la santa esposa y la bíblica multiplicación de los panes, los hijos y los peces, y siento, no sé por qué, una extraña congoja. La vida a veces no nos muestra su rostro más amable. Debería darle ánimos y un abrazo, pero he perdido la costumbre”.



Viernes, 11 de octubre
EL DELITO MAYOR

“Porque el delito mayor / del hombre es haber nacido”. Del hombre y de la mujer: haber nacido libres –“libre nací y en libertad me fundo”– y querer seguir siéndolo.

Sin propósito de enmienda: Mi corazón al desnudo

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Sábado, 12 de octubre
SERÁ POR ESO

¿Hay vida inteligente en el Tribunal Constitucional español? ¿Hay vida inteligente en la jefatura del Estado? ¿Hay vida inteligente en el Tribunal Supremo?
            Por supuesto que sí. La duda ofende.
            ¿Y por qué entonces tengo la impresión de que, en lo que se refiere al problema catalán, no han tomado ni una sola medida que no contribuya a echar más leña al fuego, que no nos acerque un poco más al abismo? ¿Será porque, como me repiten una y otra vez mis amigos, yo de política no entiendo nada?
            Será por eso, pero el miedo no se me va del cuerpo.


Domingo, 13 de octubre
UN CUENTO DE HADAS

Dos ciudades hay en Nueva York, como en toda ciudad del mundo: una para los que viven en ella, otra para los que pasan por ella.
            Yo nunca he estado en Nueva York más de una semana y por eso siempre me ha mostrado buena cara, nunca un mal gesto. No la he dado tiempo a cansarse de mi.
            Vuelvo esta tarde en que tan negros nubarrones se ciernen sobre el horizonte de la mano de Woody Allen, un viejecito vapuleado que sabe seguir haciéndonos sonreír.
            Un día de lluvia en Nueva York, dos estudiantes universitarios que pasan allí un fin de semana, encuentros y desencuentros, ricos y famosos, una prostituta de ensueño adolescente, las salas del Met, las damas elegantes de John Singer Sargent,
un coche de caballos por Central Park y todo tan verosímil como un cuento de hadas. A fin de cuentas, como dice uno de los personajes, la vida real es para los que no pueden permitirse otra cosa.
            A Gastby, el protagonista, le conozco bien. Alguna vez ha pasado por la tertulia y hemos discutido sobre el amor según Ortega y según Denis de Rougemont, también sobre la dialéctica del amo y el esclavo en Hegel. Claro que en la realidad de los que no podemos permitirnos otra cosa era no menos pedante, pero con menos suerte como jugador de póker que en la película.
            Después del puñetazo, la contundente paliza mejor, que me propinó Joker, qué bien sienta dejarse acariciar por la lluvia un domingo en Nueva York.


Lunes, 14 de octubre
EL TESTIGO

Se presentaba en la biblioteca del Fontán Oriundos, el libro de Fernando Fernández sobre sus abuelos y sobre la aldea asturiana, Asiego, de la que partieron hacia México en los años veinte. El libro gira en torno a una fotografía en la que el maestro del pueblo, el tío Aquilino, aparece rodeado de sus alumnos. Se nos cuenta la historia de esos niños y niñas, a muchos de los cuales conoció el autor ya ancianos. En la sala estaban sus hijos, sus nietos, algún biznieto. Cuando llega el coloquio, uno de los asistentes se pone en pie.
            ––Me gustaría hacer una pregunta. ¿Cuántos de ustedes conocieron al tío Aquilino?
            Nadie le había conocido. Desde la fotografía, ampliada en el escenario, nos miraba a todos aquel hombre ejemplar, que no había sido olvidado por ninguno de los niños que tuvo a su cargo.
            ––Pues yo sí le conocí, en Arnao, cuando yo tenía ocho o nueve años.
            No le hicieron mucho caso porque todos los asistentes eran oriundos de Cabrales y Arnao, cerca de Avilés, era otro mundo que no tenía nada que ver con ellos. Yo recordé la prosa de Borges en El hacedor: “En el tiempo hubo un día que apagó los últimos ojos que vieron a Cristo, la batalla de Junín y el amor de Helena murieron con la muerte de un hombre. ¿Qué morirá conmigo cuando yo muera?”
            Al final del acto, hablo con el testigo y le pregunto su nombre: José Luis Ablanedo Mieres. También me intereso por su edad: nació en 1940. No puedo por menos de exclamar: “¡Pero si somos casi de la misma edad! Yo nací en 1950”.
            También yo voy alcanzando la condición de último testigo. ¿Cuántos profesores que ya lo eran entonces, que lo siguen siendo ahora, conocieron las cárceles de la dictadura? Me temo que, si no soy el único, ya queda poco para ello.


Martes, 15 de octubre
ARDE BARCELONA

No puedo decir que me extrañe el estallido de rabia en Cataluña. Lo que me extraña es que haya tardado tanto. La lección de civismo que ha venido dando hasta la fecha a la “espaciosa y triste España”, a la tierra de los inquisidores y los ordeno y mando, a la que ha guardado respetuosamente durante cuarenta años los restos putrefactos de la dictadura en el Valle de los Caídos, a una España que no es toda España, pero que se pone la bandera por montera y se jacta de ser la única verdadera, continúa por parte de la mayoría, pero ya hay quien se aparta del guion. Y cada vez serán más.
            De lo que ocurre allí, de que las cosas hayan llegado a estos extremos, yo veo tres máximos responsables: primero el Tribunal Constitucional, que rechazó un Estatuto refrendado por los ciudadanos de Cataluña, por el Congreso  y el Senado español (previo paso por la comisión constitucional en la que fue “cepillado” nada menos que por Alfonso Guerra); después, el actual jefe del Estado, con un discurso en los límites de sus atribuciones constitucionales (fuera de ellos si pretendía sustituir la inacción de los políticos, como jalearon los principales diarios), en el que se desatendió de la mayoría social catalana para declararse paladín del cumplimiento estricto de la ley (él, que según la interpretación habitual está al margen de ella) y defensor de los catalanes que se sienten españoles (a los otros, a la mayoría, que los parta un rayo); y finalmente el Tribunal Supremo, compuesto por excelentes profesionales, perfectos conocedores de los recovecos de las leyes (y muy imaginativos a la hora de retorcerlas procurando no vulnerar la ley), pero poco de la realidad social.
            A mí de los tres, el único que me ha defraudado es el actual jefe del Estado (de los otros, ya sabía lo que se podía esperar). Me parecía lo contrario de su padre y por eso tenía puestas en él todas mis esperanzas. Y no me ha defraudado en cuanto a la honestidad, pero sí en cuanto a su categoría de estadista. No supo estar a la altura de las circunstancias.
            De un presidente argentino, no sé si de Alfonsín, se dijo que era “honesto e inepto”. No creo que el segundo calificativo se le pueda aplicar a Felipe VI, aplicado profesional. Pero en “tiempos recios” como los que vivimos (y sobre todo los que se avecinan) la profesionalidad no basta.
            Solo me consuela pensar que no soy un analista político y que puedo estar equivocado, que seguramente lo estoy, y que todo se arreglará –como repiten a izquierda y a derecha– “con el cumplimiento estricto de las leyes”, de una leyes, por cierto, que interpretan y aplican quienes son juez y parte.


Miércoles, 16 de octubre
CÓMO RECONOCER A UN TONTO

Yo tengo muchas maneras de reconocer a un tonto. Camina por la calle mirando el móvil y no levanta la vista ni siquiera cuando cruza un semáforo en rojo; lo mira también cuando camina por Venecia o Nueva York, siguiendo el GPS en busca de San Marco o Time Square, desatento de las maravillas que aparecen a cada paso; o lo enciende en medio de la película, deslumbrando a los espectadores que tiene detrás, para satisfacer nadie sabe qué súbitas curiosidades.
            Pero no menos tontos son la mayoría de los que nos advierten del robo de nuestra intimidad por parte de las redes sociales. El ejemplo más reciente lo encuentro en Antonio Muñoz Molina. Al tema del traidor y del héroe, a Edward Snowden, dedica su artículo de esta semana en Babelia. Comienza bien, evocando con maestría de novelista la soledad del delator en un hotel de Hong Kong. Termina de la más tópica manera, demostrando una vez más que si es un genio cuando narra no pasa de torpe aprendiz cuando reflexiona: “Ese móvil tan cool que no se te cae de las manos te espía incluso cuando lo tienes apagado, y acumula y pone en venta sin escrúpulo toda la información íntima y minuciosa que tú le regalas”.
            ¿De verdad mi teléfono pone en venta mi intimidad, una intimidad que yo le regalo: correos electrónicos o whatsapp, fotos familiares, búsquedas en Google?
            En primer lugar, yo no regalo nada.  Enviar un correo electrónico cuesta dinero, aunque a mí no me cueste dinero;  la “nube”, los servidores externos, donde se almacenan mis fotos, tampoco son gratis, aunque lo sean para mí. Y muy tonto hay que ser para pensar que Google, que me saca de apuros veinte veces al día, no requiere empleados, locales, potentes y costosos ordenadores, sino que es un don del cielo, como la lluvia.
            No, admirado Muñoz Molina, yo no regalo mi intimidad: simplemente, a cambio de los muchos servicios que recibo de Google y de las redes sociales que me interesan les permito que me envíen publicidad personalizada.
            ¿Nos escandalizamos de que la publicidad financie Antena Tres, la Cinco o la Sexta? ¿Nos quejamos de que financie los diarios digitales gratuitos?
            ¿Y es peor la publicidad personalizada –que a mí no se me envíe publicidad de automóviles y sí sobre hoteles en Praga o en Palermo– que la indiscriminada, la que llega a todos por igual?
            También está el malévolo algoritmo, otra encarnación del diablo, al que los tontos ilustrados culpan del Brexit y del triunfo de Trump: en mi muro de Facebook solo aparece informaciones de gente que piensa como yo, se me impide contrastar otros pareceres.
            Bueno, también en el quiosco están todos los diarios y el comprador habitual de La Razón no compra un día El País para contrastar la información.
            El malvado algoritmo nos facilita encontrar lo que nos gusta encontrar, solo eso. Pero nada nos impide, si lo que nos llegan son páginas de simpatizantes de la extrema derecha, ir a las de los simpatizantes de Podemos para ver lo que piensan.
            En fin, que ni siquiera Muñoz Molina –de Javier Marías ya ni hablo– se libra de incurrir en tópicos que se vienen abajo con solo pensar un poco, esa costumbre que no suele tener la gente.


Jueves, 17 de octubre
UN POCO DE VENENO

¿Todo libro interesa a algún lector? Quiero creer que sí y por eso los que no me caben en casa se marchan cada semana a la librería La Noceda a aguardar tranquilamente a quien los estaba buscando sin saberlo. Pero sospecho que más de uno –y más de dos y más de tres– no interesan a nadie. El noventa y cinco por ciento de los libros de poesía, por ejemplo; el noventa y nueve por ciento de los que hablan de poesía.
            Me llega hoy una recopilación de reseñas, presentaciones y generosas vaguedades varias, que firma un buen amigo, y me basta leer la primera frase (“La poesía de Manuel Álvarez Ortega posee la altitud de lo invisible respirante, y la profundidad –más bien sima– de la pasión engendradora de metafísica”) para lanzarlo al montón de los volúmenes que irán a la librería de viejo en el próximo envío.
            ¿Harán lo mismo con mis libros los amigos a los que se los envío? Quizá sí o quizá no: yo los espolvoreo siempre con un poco de veneno, que ayuda a conservar la mercancía.


Viernes, 18 de octubre
SENTIR Y CALLAR

Me escribe un admirado profesor, ya jubilado, aunque de mi edad, Bernardo Fáñez, con quien comparto el amor por Perugia, para decirme que se ha enterado de que este es mi último curso y que quiere asistir, como muestra de reconocimiento, ya que sospecha que no tendré ninguno institucional, a una de mis clases.
            Pero yo no necesito ninguna muestra de reconocimiento –“fue bonito mientras duró”, eso es todo– ni me apetece solemnizar, como en el cuento de Daudet, la última lección. Mejor una clase más, sin énfasis ni melancolía.
            En caso contrario, me temo que acabaría emocionándome, me entrarían ganas de llorar. Soy un sensiblero que se esfuerza en disimularlo. Lloro en el cine y en todos los funerales, aunque sean de una persona que apenas conozco, pero procuro que nadie me vea. Me esfuerzo para no mostrar mis sentimientos en público. De lo que más me importa, no hablo nunca.
            Preferiría desnudarme en público a mostrar mi corazón al desnudo.

Sin propósito de enmienda: Por qué soy tan antipático

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Sábado, 19 de octubre
YO, ROBOT

Como siempre, soy el último en enterarme. Acabo de descubrir que lo mío es la inteligencia artificial. No estoy hecho para tratar con personas, sino con robots.
            Hay máquinas con las que se puede jugar al ajedrez. ¿Hay robots, sofisticados cerebros electrónicos, con los que se pueda debatir de cualquier tema sin miedo a herir sus sentimientos?
            Este viernes Ángel Alonso dijo que se había encontrado con un antiguo contertulio.
            ––¿Por qué no vuelves por la tertulia?, le preguntó.
            ––¿Y volver a ver a Martín? No, gracias.
            “¿Qué le has hecho?”, quiso saber Ángel. Naturalmente le respondí que nada y que siempre le había creído un buen amigo.
            Pero luego me quedé pensando y recordé que no había día en que apareciera por la tertulia y no acabara yo hablándole de sus brillantes inicios –ganó el premio Asturias Joven de poesía y narrativa el mismo año, publicó una espléndida novela sobre la marginalia urbana, colaboró tres o cuatro veces en Clarin– y no le reprochara sus extravagantes proyectos posteriores hasta llegar al abandono de la literatura.
            Lo hacía con la mejor intención, trataba de espolearle para que volviera al cultivo de la inteligencia, pero me temo que lo único que hacía era subrayar su presente en contraste con los éxitos iniciales.
            También Silvia Ugidos, otro gran talento malogrado, se enfadó conmigo por razones semejantes. Aunque ella, como vive lejos y no tiene que soportarme día a día, ya me ha perdonado. Es tan escaso el talento, que no soporto ver como alguien lo desperdicia.
            ¿Pero quién sabe lo que pasa por la cabeza de cada uno? Nuestro peor enemigo lo llevamos dentro. No todo el mundo es como yo, esclavo de la lógica, insensible al halago o a la indiferencia, cada mañana ante el ordenador, luego en la cafetería habitual, en las clases, llueva o truene, como una máquina incapaz de hacer otra cosa.
            Sueño con una tertulia solo de robots, de inteligentísimos robots, con los que poder discutir de cualquier tema sin miedo a herir sus sentimientos.


Domingo, 20 de octubre
MALA CONCIENCIA

Me temo que no tengo enmienda. El viernes compré el libro Ángel González en la poesía española contemporánea, de un viejo amigo, Ricardo Labra.
            Entre el viernes y el sábado lo leí y anoté y decidí que no iba a escribir sobre él porque, aunque muestra un trabajo ímprobo y está lleno de aciertos, también incurre en algún que otro error conceptual y de detalle. Como me conozco, sabía que si lo reseñaba iba a despachar en tres líneas los elogios y dedicar los dos o tres folios restantes a pormenorizar implacablemente los reparos.
            Esa era mi intención. No quería hablar del libro además porque está basado en una tesis doctoral dirigida por Areceli Iravedra y parecería que quería vengarme de ella por haberme vetado –o eso me parece a mí– en la cátedra Ángel González.
            No quería escribir una reseña, pero el hombre propone y Dios dispone. Las tardes de los domingos voy al cine, pero hoy no encontré ninguna película que me apeteciera. ¿Y qué hago yo ahora en estas dos horas?, me pregunté angustiado. ¿Escribir haikus o aforismos que es lo que suelo hacer cuando me aburro?
            Lo que hice fue volverme a casa y, aprovechando las numerosas notas que había tomado, escribir la reseña del libro de Ricardo Labra. La verdad es que disfruté señalando sus insuficiencias y, al terminar, como no quería mandarlo al periódico para no molestar al autor, lo subí a mi blog. “Ahí no lo ve nadie, o casi nadie”, pensé.
            No tengo enmienda, la verdad. De sobra sé que, si no eres capaz de escribir cuatro vaguedades elogiosas cuando comentas el libro de algún amigo o de alguien con alguna influencia (Javier Rodríguez Marcos dejó de mencionarme en su periódico tras mi reseña de Frágil), deberías dedicarte a otra cosa, no a la crítica literaria.
            Pero yo soy más amigo de la verdad que de Platón y, aunque el éxito me gusta, puedo pasarme perfectamente sin él.


Lunes, 21 de octubre
EL BREXIT, POR EJEMPLO

Para quererme mucho, hace falta conocerme poco, pero que para odiarme mucho basta con conocerme un poco.
            Lo cierto es que hay quien me odia con buenas razones, pero también quien me ama sin razón ninguna.
            Lo que no puedo negar es que juego a ser esforzadamente antipático, que me gusta repetirles a mis conciudadanos que se dejan pastorear pacíficamente por los diarios y telediarios, que les están engañando y no especialmente, o no solo, a través de las fake news de Facebook. Que en el caso del Brexit, por no mencionar otros asuntos que nos tocan más de cerca, quien está haciendo el ridículo es el parlamento británico –incapaz de tomar una decisión y muy capaz para bloquear cualquier decisión–, no Boris Johnson que se limita a tratar de hacer cumplir el mandato de los ciudadanos.
            ––¡Eso lo dices solo porque nada te gusta más que llevar la contraria!, protestan mis amigos.
            ––¿Por llevar la contraria o porque me resulta imposible no razonar por mi cuenta? Vamos a ver: el parlamento quiere evitar un Brexit salvaje, lo quiere pactado con Bruselas, pero cada vez que se llega a un acuerdo –ya van cuatro– lo rechaza. ¿Hay alguna explicación para eso? ¿Pedir más y más prórrogas hasta ver si logran convocar otro referéndum que impida la salida? Algunos sueñan con ello, pero mi impresión es que la mayoría del primer referéndum se mantiene, aunque todos los periódicos españoles quieran darnos la impresión contraria. Lo veremos en cuanto haya elecciones.
            ––¡Siempre quieres tener razón contra todo el mundo!
            ––Cierto, pero eso no es lo que me hace más antipático, sino el que con cierta frecuencia la tengo.


Martes, 22 de octubre
ÉTICA PERIODÍSTICA

“Tan importante como recuperar el orden es analizar las causas del descontento”, leo en un editorial de El País.
            Tras una semana de disturbios que han causado cerca de una veintena de muertos, centenares de heridos, saqueos generalizados, incontables pérdidas,las instituciones están obligadas a reaccionar “con proporcionalidad y serenamente”, como corresponde a una democracia asentada capaz de hacer frente a este tipo de situaciones. “Pero también –añade El País– es necesario analizar las causas de esta explosión de auténtica rabia social, sería errado ignorarlas y pensar que lo que ocurre no tiene su trasfondo en un gran descontento”.
            ¿Soy yo la única persona que ve una cierta contradicción entre cómo ese periódico trata los disturbios de Chile –pide comprensión para quienes utilizan la violencia extrema como medio de protesta, aunque sea en democracia– y los de Barcelona?
            Supongo que no soy el único, pero leyendo la prensa a veces tengo la impresión de que sí. Y es que la coherencia y la ética periodística están bien, pero solo cuando no entran en colisión con la defensa de intereses superiores.
            A veces tengo la impresión de ser un pulpo en un garaje lleno de patriotas de izquierda y de derecha.  

       
Miércoles, 23 de octubre
TRATO DE SER PRUDENTE

En el libro de Paco Abril Reflexiones de bebés anónimos que se presentó ayer en Cervantes, aparece una cita mía que no recuerdo haber escrito: “Cuéntame cuentos, pero no me engañes”. Quizá la escribió el propio Paco Abril –yo me he inventado docenas de aforismos de Oscar Wilde, y no solo–, pero con gusto me la apropio.
            Los cuentos no engañan. Engañan los titulares de los periódicos. Se aprovechan de que a la mayoría de los lectores les basta con ellos para formarse una opinión.
            Pero a quien no quiera dejarse engañar le basta con leer con alguna atención los artículos, separando el grano informativo de la paja opinativa. Solo se engaña quien quiere dejarse engañar.
            Yo no leo ni escucho ni veo ningún medio de comunicación afín al independentismo catalán. Me basta con prestar atención a los medios contrarios –todos los diarios españoles impresos, todas las cadenas de televisión– para saber, en el actual conflicto (y dejando a un lado posibles errores de procedimiento), quién tiene la razón y quién la fuerza, quien es solo parte interesada y quién es juez y parte. Pero, por elemental prudencia –juego en campo contrario–, no daré nombres, no entraré en detalles.


Jueves, 24 de octubre
DÍAS FELICES

Recuerdo bien aquel día en que sonó el teléfono, ya levantado yo para ir al trabajo y un amigo me dijo: “Puedes volverte a acostar y dormir un poco más. Hoy no hay clase. Ha muerto Franco”.
            Cuarenta y cuatro años después, el ilustre general vuelve a darme una alegría. La verdad es que llegué a dudar que el gobierno fuera capaz de desatar todas las ataduras y complicidades que le mantenían presidiendo simbólicamente el reino de España, que él había, tan eficazmente, no restaurado, sino instaurado.
            Otro día feliz el de hoy. Ahora solo falta que una investigación independiente libre a su heredero de todas las sospechas de corrupción que se han ido acumulando en estos años para que pueda pasar a la historia de España limpio de polvo y paja o, si confirman, pueda ser enviado a dónde corresponde con los Roldán, los Rato, los Pujol y los príncipes de Arabia.


Viernes, 25 de octubre
AFORTUNADAMENTE

Me creo distinto a todos, pero soy como todo el mundo: experto en hacer daño sin querer a las personas que quiero.
            A veces sueño con un mundo feliz en el que debatir con robots, en el que convivir con algún perro, en el que no enamorarme más que de mí mismo.
            Pero no siempre los sueños se cumplen. Afortunadamente.


Sin propósito de enmienda: Perder y ganar

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Sábado, 26 de octubre
CANDÁS EN PRAVIA

A la una, tenía que concluir mi charla sobre la poesía culta y la tradición oral en la Edad de Plata; me tocó hablar a la una menos cinco.
            Las autoridades que había inaugurado el encuentro de la Asociación de Escritores Asturianos –Antón García, director de Política Llingüística, y Pepe Monteserín, cronista municipal– se tomaron su tiempo y dejaron a los demás sin tiempo.        No me importó. Yo sé adaptarme a las circunstancias. Resumí lo que pensaba decir exactamente en cinco minutos y cuarenta y siete segundos. A la una había una lectura de poemas al aire libre, frente al Teatrillo, quizá el café más hermoso de Asturias. Y conozco bien la impaciencia de los poetas.
            Esther García López, presidenta de la asociación, me dijo que podía tomarme media hora más de tiempo, pero recordé lo que me había ocurrido una vez que me invitaron a dar una conferencia en las jornadas literarias sobre Candás y el mar.
            Hablé durante el tiempo previsto –no acostumbro a alargar mis intervenciones– ante un público que me pareció atento. Al final, el moderador inició el coloquio. De inmediato se alzó un brazo y un hombre se puso de pie. Yo estaba encantado, lo que más me gusta de las conferencias es el diálogo final con los asistentes. Pero mi gozo en un pozo.
            ––¡Yo quiero saber –bramó aquel individuo– cuándo puedo leer mi poema! Porque yo he venido –ya no sé si dijo que de Contrueces o de Salobreña– para leer mi poema.
            ––Ahora mismo –le respondí con una sonrisa más falsa que Judas–, estaremos encantados de escucharle.
            ––No, no –dijo el moderador–, los poemas se van a leer en el puerto, al aire libre, en cuanto terminemos. ¿Alguna pregunta más?
            No había ninguna pregunta más, por supuesto. Todos los asistentes se levantaron de golpe y se fueron trotando a leerle sus versos al mar, que seguro que estaba impaciente por escucharlos.
            Gracias al director y al cronista no tuve ocasión de aburrir a nadie en Pravia, pero sí de pasear a solas por la villa una maravillosa mañana de otoño. Cuando uno habla –y yo hablo demasiado, todo el mundo me lo dice–, la ciudad se calla; cuando uno calla, la ciudad le habla. Por eso yo creo que solo conozco de verdad los lugares que he recorrido a solas, a veces durante interminables días, como aquel invierno en Catania; otras unas pocas horas, escapado de los compañero de viaje, como Bucarest y los turbios alrededores de la Gara de  Nord.
            Para mí, que estoy de paso, Pravia conserva el aire apacible de las decimonónicas capitales de provincia; me da una impresión –seguramente falsa– de tiempo detenido, con su teatro ruinoso, sus ajados caserones, su palacio con jardín entre altas tapias, sus calles estrechas, su estatua del rey Silo, sus confortables cafés –mi favorito es el Teatrillo– donde abrir un libro, escribir un haiku (“Tarde de otoño. / Lentamente del árbol / las horas caen”) y dejar pasar la vida.
            Dos o tres veces he estado en Pravia y siempre he tenido la sensación de que allí podría ser feliz.
            Una falsa impresión, supongo. Si a mí me dan a elegir entre el palacio de la marquesa de Casa Valdés y un pequeño apartamento –cocina, salón y dormitorio–, seguro que elegiría el apartamento. Soy así de modesto.
            Un palacio me queda demasiado grande, prefiero el diminuto apartamento. Siempre, claro está, que tenga terraza sobre Central Park y que el cronista municipal sea Woody Allen y no Pepe Monteserín.


Domingo, 27 de octubre
FLORES DE PAPEL

Toda biblioteca personal es un autorretrato. Qué espléndido autorretrato el que se expone este domingo en un puesto del Fontán, frente al Arco de los Zapatos. Libros en francés y en español, creación y crítica, una biblioteca iniciada en los años setenta y que llega casi hasta hoy.
            Su propietario, profesor de literatura según me indica el vendedor, se me parecía bastante. Hay muchos libros que yo compré, ilusionado, en cuanto aparecieron. Mi amigo Francisco Alba se lleva Vida y poesía de Li Po, de Arthur Waley, traducido por Marià Manent. Yo encuentro un cuaderno mío de traducciones poéticas, Trasluz, publicado en Mérida allá por 1987, que no conservaba. Es uno de los cien ejemplares numerados y firmados por el autor. Lo abro al azar y lo primero que leo es un poemilla de Yao Hsin Hsien: “Después de tu partida, ¿siguen / abriendo su corola / las flores del jardín? / ¡Qué imposible parece / sin ti la primavera!”
            Después de la partida siguen abriendo sus páginas nuestros libros para deslumbramiento de los lectores. No me resulta triste, sino todo lo contrario, que sigan ahí, convirtiendo en un colorista jardín este rincón del mercadillo, cuando nosotros nos vamos.
            Un abrazo, desconocido amigo (aunque seguro que más de una vez nos cruzamos en las calles de Oviedo), que leías lo que yo leía y que te me has adelantado.



Lunes, 28 de octubre
CRIMINALES TODOS

Siempre me ha interesado lo que piensa la gente que no piensa como yo. En el último número de Nueva Revista, una publicación de política, cultura y arte, próxima –o eso me parece– al Opus Dei y al catolicismo más tradicional, se publica una entrevista con Rémi Brague, que ha sido profesor –ya está jubilado– de Filosofía Medieval en la Universidad de la Sorbona.
            Lo que leo en ella me deja estupefacto: “Un ateo que sea padre de familia es un criminal”. Me froto los ojos, vuelvo a leer el párrafo completo: “Un ateo, alguien que no cree en ninguna clase de trascendencia, un ateo que fuera padre de familia, es un criminal, según sus propias normas, según su sistema propio, puesto que los seres que llama a la vida, y a los que podría haber dejado muy tranquilos  –en la nada podría haberlos dejado dormir, si se me permite decirlo–, los lanza a la vida, como decía Chateaubriand, ‘les infligimos la vida’, y en cualquier caso con la seguridad de que morirán”.
            Y no acaba aquí la cosa. Cuando formuló en un libro esta idea, “un crítico de un periódico de referencia francés contestó que conocía ateos felices”. Bueno, también existen “idiotas felices”, respondo el docto profesor. Y continúa: “La cuestión no es saber si las personas que ya existen son felices o no, la cuestión es saber si los que ya existen tienen derecho a endosar, si se me permite decir, la existencia a alguien al que no se le puede pedir su opinión”.
            Comencemos por el final. Si la cuestión es esa, el que una persona sea atea o no carece de importancia: tampoco los creyentes pueden preguntar al no nacido si quiere venir o no al mundo.
            Sigamos disparate arriba. ¿Qué crítico es ese al que la única réplica que se le ocurre cuando lee “un ateo que sea padre de familia es un criminal” consiste en decir que hay ateos felices? ¡Qué tendrá que ver la felicidad en este mundo con la creencia en Dios! ¿No eran creyentes, y muy creyentes, los que durante siglos definieron la vida humana como un valle de lágrimas?
            Y puestos ya a disparatar, ¿no sería más criminal el que saca a los seres humanos de su tranquila nada y los deja al albur de una condenación eterna, de una perpetua sala de tortura denominada infierno?
            Me gusta leer a los que no piensan como yo, pero sospecho que debo tomar previamente la precaución de comprobar que, efectivamente, piensan. No parece el caso de Rémi Brague.
            Nació en 1947, es más o menos de mi edad. ¿Acabaré yo como él dentro de poco? Hubo un tiempo en que me obsesionaba llegar a los sesenta años porque había leído que entonces se dejaba de aprender. Era falso, puedo atestiguarlo. Ahora ando obsesionado con el momento en que las neuronas empiezan a patinar. Voy detectando esa catástrofe en las personas que me preceden. No falla. Lo que pasa es que a unos les ocurre más pronto y a otros más tarde. Yo me conformaría con no incurrir en lesa majadería hasta los noventa y ocho o noventa y nueve años.



Martes, 29 de octubre
YO PECADOR

Qué hipócrita soy. Tiro la piedra y escondo la mano. Un compañero de aventuras literarias publica un libro de investigación al que ha dedicado muchos años de esfuerzo y yo me apresuro a señalar sus puntos débiles. Luego, cuando el autor replica airado, con muchas descalificaciones personales y pocos argumentos, no entro al trapo, pongo cara de bueno, de quien nunca ha roto un plato, y respondo educadamente.
            Ya sé, benemérito Ricardo Labra, que yo debería haber subrayado todo valioso que hay en tu Ángel González y mirar para otro lado cuando me topaba con sus estrepitosos fallos estructurales. Pero dejaría de ser quién soy si hiciera eso.
            Tampoco puedo evitar echar de vez en cuando el anzuelo para comprobar si sigue por ahí en alerta máxima Susana Rivera. Siempre pica.
            Soy con ella un poco cruel dándole algún pretexto (basta la más mínima alusión) para que una vez más haga el ridículo. Es mi manera de vengar al poeta, a quien ha puesto al servicio de sus resentimientos particulares en lugar de ponerse ella, como era su obligación, al servicio de su obra.
           

Miércoles, 30 de octubre
ALERTA SANITARIA

El odio, en pequeñas dosis, tonifica; el amor elimina nuestras defensas y abre la puerta a todas las enfermedades.

Jueves, 31 de octubre
PIERDE

Cuando uno pierde la amistad de un tonto malicioso, ¿pierde o gana?
            Yo no soy tonto, compro en Media Markt, pero sí algo malicioso. Cuando un amigo deja de ser mi amigo, ¿pierde o gana?

Viernes, 1 de noviembre
DÍA DE DIFUNTOS

Ni le tengo miedo a los muertos –solo amor a unos cuantos– ni le tengo miedo a morir. Le tengo miedo a los vivos y a seguir vivo cuando ya esté muerto.


Sin propósito de enmienda: Tan estúpidamente

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Sábado, 2 de noviembre
LA HUIDA EN EL TIEMPO

Cuando negros nubarrones se ciernen sobre el horizonte, a mi me gusta viajar a otro tiempo. Wells inventó una máquina complicada e imposible para ello, la ciencia ficción nos habla de agujeros de gusano, yo lo tengo más fácil. Me basta con abrir una vieja revista literaria. Este número de Poesía Española (enero de 1957), por ejemplo, que encuentro en la casa de Avilés, donde viví tantos años, donde sigo viviendo todavía.
            José María Martínez Cachero reseña Áspero mundo: “Ángel González (que no es un profesional de la poesía, que solo escribe cuando siente viva necesidad de hacerlo) reúne en este libro treinta y ocho poemas, muestra antológica de su obra a lo largo de varios años”.
            En 1984, se pensaba conceder el premio Príncipe de Asturias a Ángel González: sus amigos en el jurado eran mayoría. Falló un voto y el premio fue para otro poeta, Pablo García Baena.
            Se produjo una cierta frustración, todo estaba previsto para celebrarlo. Un miembro del jurado, Juan Cueto, llegó a decir que habían premiado a un poeta del que nadie había oído a hablar, que solo sabía cantar el crepúsculo. Jaime Gil de Biedma escribió una carta en El País aclarando que, en contra de lo que se rumoreaba, no era su voto el que había fallado e insinuaba –o afirmaba claramente, ya no recuerdo bien– que había sido el de Martínez Cachero. A las preguntas de los periodistas, respondió el catedrático, que fue director de mi tesis doctoral, que había comenzado escribiendo poemas, que el voto era secreto.
            A Ángel González le conocí en 1976 o 1977, en uno de los cursos de verano de la Universidad de Oviedo. Hablaba de la poesía de posguerra y, como pasó por alto el postismo, yo se lo reproché. Discutimos sobre la importancia del movimiento y el valor poético de Carlos Edmundo de Ory, que a él no le parecían gran cosa, y a mí –influido entonces por la estética novísima– lo más significativo de los años cuarenta. Al salir de clase, se me acercó y me dijo: “¿Usted no será José Luis García Martín?”
            Resulta que yo le había enviado a su domicilio americano los primeros números de la revista Jugar con fuego y él relacionó las reseñas poco convencionales que allí publicaba con mi empecinamiento polémico.
            Cuando se habló de que Ángel González viniera como profesor a la Universidad de Oviedo, le escuché a Martínez Cachero decir: “¡Que haga una oposición como todos!”
            También participaba en aquellos cursos de los años setenta Carlos Bousoño. En este número de Poesía Española encuentro un soneto suyo, “La niña”, sin mayor interés. El tiempo ha sido inclemente con la poesía de Bousoño. Y con sus teorías, que parten de intuiciones felices, pero que se fueron volviendo cada vez más artificiosamente disparatadas. Se casó tarde y mal, pero eso no tuvo nada que ver con el asunto.
            Aparecen también cuatro poemas en homenaje a Pío Baroja, que había muerto el año anterior. Tres ya los conocía, pero no la “Canción del suburbio, adrede”, pastiche de Salvador Pérez Valiente: “Es en el margen del Sena; / es en Amberes o en Brujas. / Se titula la taberna / ‘Al calamar que dibuja’. / Hay un perro –¿cómo no?-- / y acaso un niño que llora. / Se escucha el acordeón / lentísimo de las horas”.
            Para olvidar estos días confusos de 2019, en que los que no hacemos más que dar un paso tras otro hacia el abismo, yo leo en el Atrio una vieja revista literaria de 1957. Reproduce un soneto de Antonio Machado que el Heraldo de Aragón publicó el 12 de octubre con motivo de la festividad de la Virgen de Pilar. Se lo había enviado Eulalia Cáceres, viuda de Manuel Machado, creyendo que estaba dedicado a la virgen, pero la “madonna del Pilar” del primer verso era Pilar de Valderrama, su amor prohibido: “con qué divino acento / me llega a mi rincón de sombra y frío / tu nombre, al acercarme el tibio aliento / de otoño el hondo resonar del río. / Adiós: cerrada mi ventana siento / junto a mí un corazón… ¿Oyes el mío?”
            Yo no escucho a ningún corazón latir por mí en estos días de otoño en que negros nubarrones se ciernen sobre el horizonte.   


Domingo, 3 de noviembre
ME LO TEMÍA

––¿Has leído esto? –me dice un amigo que ha comenzado a hojear el XL Semanal mientras yo termino mi café y El Comercio–. Escucha, escucha: “Frente a Otegui, Santi Abascal es Thomas Jefferson. No hay nada más de derechas ni sectario que el independentismo”.
            ––¡Pero ese tío es tonto! –exclamo yo– ¿No sabe que Thomas Jefferson fue precisamente el redactor de la Declaración de Independencia de su país? ¿No sabe que luchó, con las armas en la mano, contraviniendo las leyes, en contra del rey de Inglaterra, que era su rey?
            ––Pero es que entonces Estados Unidos era una colonia.
            ––Cierto, pero una colonia en la que no se sublevaron –como en Argelia o en otros países– los nativos colonizados, sino los colonizadores contra su legítimo gobierno y, en principio, por un quítame allá esos impuestos. Pero hablemos de otra cosa. Ya hemos dedicado demasiado tiempo a la afirmación de un tonto.
            ––Pues no es ningún tonto. Es Fernando Savater.
            ––Me lo temía.


Martes, 5 de noviembre
LA MUSA ES EL ENCARGO

“Es usted el primero en comprar el Planeta”, me dice la librera cuando voy a pagar un ejemplar de Terra alta, la novela de Cercas..
            Sonrío. ¡Quién me lo iba a decir! Tantos años despotricando contra el amañado galadón y ahora resulta que soy el primero en adquirirlo.
            Lo cierto es que tenía curiosidad. Malsana curiosidad, por cierto. Un amigo me había contado la propuesta que le hicieron a Cercas en agradecimiento a su combatividad contra el procés. “En Planeta están muy entusiasmados contigo, creen que eres el mejor para desmontar las falacias del independentismo”, le dijo su agente, acariciando ya el porcentaje que le correspondía del más de medio millón de euros. “Ahora, eso sí, me han puesto una condición: que escribas una novela-novela, no una investigación histórica o un reportaje disfrazados de novela. Dicen que un libro de esos tuyos estaría bien para finalista, pero que a ti quieren darte el premio grande”.
            Javier Cercas, al parecer, se hizo el remolón, pero finalmente aceptó y yo estaba impaciente por saber cómo había resuelto el encargo, aunque por supuesto no me creyera a pie juntillas el relato de mi amigo.
            Pero comencé a leer la novela –voy por la mitad– y la verdad es que me sorprende la profesionalidad e inteligencia con que está hecha. Comienza como un telefilme, con su crimen inusitadamente cruel y la llegada de la policía, en este caso, los mossos d’esquadra. El estilo no es realista, sino hiperrealista. No solo no se perdone prenda de ropa con la que van vestidos los personajes, sino que incluso cuando uno de ellos tira una lata de Coca-Cola al recipiente de reciclaje se no informa que en él hay ya “un tetrabrik y un par de botellas de plástico”.
            Pero el tono cambia cuando pasamos al capítulo siguiente. Ahora la inspiración son los novelistas del  XIX: Víctor Hugo, Balzac, Dickens. Yo tengo una especial predilección por ese realismo fantasioso de bajos fondos con prostitutas buenas, de malhechores que se redimen en la cárcel, de turbios protectores paternales a la manera del Vautrin de Las ilusiones perdidas. Claro que a ratos da la impresión de que Cercas se pasa un poco con los ingredientes de la serie B: su protagonista, en cuanto llega una denuncia de malos tratos a la comisaría, busca por su cuenta al maltratador y le da una buena paliza.
            Ya veremos qué opino al terminar el libro. De momento, lo estoy pasando bien, aunque eso en mi, que detesto las novelas “literarias” (pero me gustan las series y devoré todas las grandes novelas del XIX), no sé si es buena señal.
            “La musa es el encargo”, decía Umbral. Quizá Cercas ha recibido el encargo adecuado para salir del artificioso manierismo de sus últimos libros.   


Miércoles, 6 de noviembre
LA LITERATURA Y YO

––¿No tienes la sensación de que has perdido tu vida dedicándola a algo, la literatura, que cada vez interesa a menos gente y que pronto no interesará a nadie?
            ––Pues no, ni he perdido la vida, ni la literatura interesa cada vez a menos gente.
            La conversación tuvo lugar por la mañana en Los Porches. Allí hojeo los periódicos, los libros del día, corrijo trabajos de los alumnos, charlo con quien quiera acercarse a saludar.
            Luego, de noche, mientras llega el sueño, no estoy tan seguro de no haber perdido mi vida. De que la literatura sigue hoy tan viva como en tiempos de Virgilio, pero interesando a mucha más gente, de eso no tengo ninguna duda.


Jueves, 7 de noviembre
BANDERAS AL VIENTO

Soñé que íbamos en un tren derechitos al abismo y que todos los pasajeros discutían acaloradamente sobre si había que aumentar o no la velocidad, cambiar o no al maquinista. Yo dije que lo que había que hacer era frenar y dar marcha atrás. Como nadie me hacía caso, fui a quejarme al maquinista.
            ––No se preocupe usted. Catástrofe con gusto, no pica.


Viernes, 8 de noviembre
POR QUÉ

Es el poema más breve de Rudyard Kipling, solo doce palabras: “If any question why we died, / tell them, because our fathers lies”. Jon Juaristi lo parafraseó así: “¿Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes / y por qué hemos matado, tan estúpidamente? / Nuestros padres mintieron: eso es todo”.
            ¿Nos mienten quienes nos llevan al precipicio? Les dicen a sus potenciales votantes lo que quieren oír. Eso es todo.

Sin propósito de enmienda: El destino de España

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Sábado, 9 de noviembre
TONTERÍAS

Todos los diarios nos recuerdan hoy que hace treinta años cayó el muro de Berlín de la más imprevista manera. No ya una semana, un día antes, no había quien no le diera todavía bastante tiempo de vida.
            La vida de uno, como la historia del mundo, también puede cambiar de un momento a otro. No ha cambiado mucho la mía desde ese día de hace tres décadas, que yo recuerdo perfectamente (cumplir años es ir convirtiéndose en testigo de lo que para tantos es solo historia).
            No he cambiado mucho mi vida, y como nada detesto más que los cambios, puedo decir que soy un hombre afortunado.
            Ya entonces, y yo creo que desde siempre, me gustaba discutir y razonar y no soportaba ni las falacias ni el verbalismo que algunos confunden con la argumentación.
            “¡Tonterías!” es mi réplica favorita cuando escucho decir una tontería, cosa que suele irritar –no sé por qué– a mis interlocutores.
            La tontería favorita después de la caída del muro fue aquello del “fin de la historia”, según la tesis de un tal Fukuyama. Cientos de artículos se escribieron entonces, a favor y en contra, y todavía hoy algunos sacan a relucir ese libro y a decir que Fukuyama se equivocó.
            Yo siempre dije que o se trataba de un título para llamar la atención o era una tontería que no merecía la pena rebatir. La caída del muro y, a continuación, la de la URSS no suponían más que el fin de la guerra fría. Pero ¿de la historia? Para eso tendría que desaparecer la humanidad.
            En esa tontería se entretuvieron los “intelectuales” durante algún tiempo. A ello se añadió después lo de la “sociedad líquida”, de Zygmunt Bauman, otra metáfora llamativa que mucho ha dado que hablar y tan vacua como lo del fin de la historia.
            En el prólogo a Modernidad líquida –todo es líquido para este buen hombre–, Bauman une los dos “conceptos”: “Lo que induce a tantos teóricos a hablar del ‘fin de la historia’, de posmodernidad, de ‘segunda modernidad’ y ‘sobremodernidad’, o articular la intuición de un cambio radical en la cohabitación humana y en las condiciones sociales que restringen actualmente las políticas de vida, es el hecho de que el esfuerzo por acelerar la velocidad del movimiento ha llegado a su ‘límite natural’. El poder puede moverse con la velocidad de la señal electrónica; así, el tiempo requerido para el movimiento de sus ingredientes se ha reducido a la instantaneidad”.
            Bla, bla, bla, Bauman, bla, bla, bla. Filosofía, sociología, psicología, cuando se meten en generalidades, no son más que palabrería. Sigue Bauman: “el advenimiento de los teléfonos celulares puede funcionar como el definitivo ‘golpe fatal’ a la dependencia del espacio”. O sea, que desde el advenimiento de los teléfonos móviles yo, si quiero ir a Nueva York, ya no tengo que tomar un avión, me basta con teletransportarme con el móvil. Caricaturizo, pero poco. Ciertas vaguedades teóricas –las propias de las pseudociencias– o no se entienden o son una tontería. Al final del prólogo, esa tontería se hace explícita. Bauman profetiza –en una distopía, dice él, adecuada para reemplazar las de Orwell y Huxley– que “a largo plazo lo más probable es que los enchufes desaparezcan y sean reemplazado por baterías descartables que venderán los quioscos de todos los aeropuertos y todas las estaciones de servicio de autopistas y caminos rurales”.
            Han leído bien. Esa es la pesadilla que imagina el teórico de la sociedad líquida: que no haya enchufes. Y si lo dudan busquen Modernidad líquida (Fondo de Cultura Económica, 2016). Como el autor murió al año siguiente, es difícil que pueda superar esa tontería. Pero no descarto que la supere alguno de sus pertinaces glosadores, aunque parezca imposible.


Domingo, 10 de noviembre
SALEN DEL ARMARIO

Día lluvioso, desangelado, la primera vez que voy a votar con más temor que esperanza. Y no porque me hayan desilusionado los políticos, como dicen y repiten por ahí, sino porque confío poco en mis conciudadanos, que parecen haber descubierto de pronto que, más que demócratas, más que de derechas o izquierda, son españoles, en el peor sentido de la palabra (yo aspiro a serlo en el mejor).
            Antes de irme a la cama, ya conocidos los resultados finales, pienso que después de todo, los resultados no han sido tan malos como me esperaba. Los monstruos que escondíamos en el armario –xenofobia, homofobia, machismo, caspa franquista, la antiespaña al paredón– han salido a la luz y agitan orgullosas sus banderas rojas y gualdas (idénticas en apariencia –solo en apariencia– a la bandera de España: simbolizan todo lo contrario). A mí me dan menos miedo al aire libre que escondidos en el escalafón institucional.
            Y además gracias a ellos, me digo cínicamente, la derecha no ha ganado las elecciones. No hay mal que por bien no venga.


Lunes, 11 de noviembre
ECONOMÍAS

Voy de indiscreto por la vida, pero hay que cosas que callo para no perjudicar mi imagen. Llevo meses lamentándome de mi próxima jubilación, pero a nadie le he contado –ni pienso contarla– la verdadera y prosaica razón de mis quejas.
            No daré más clases, pero no pienso dejar de dar clases, aunque sea de otra manera, que es precisamente la que a mí más me gusta: la de mi maestro Sócrates.
            Siempre habrá jóvenes de cualquier edad dispuestos a debatir de esto y de aquello. Borges –ahora releo sus colaboraciones en Sur– decía que Junín, una de las gestas de la historia argentina, “son dos civiles que en una esquina maldicen a un tirano”.
            La historia de la literatura no la hacen los catedráticos de literatura o los aspirantes a tan benemérita condición, esos solo la momifican, sino dos o tres jóvenes que se leen sus poemas y comparten sus descubrimientos en torno a unos cafés o unas cervezas. Y si de vez en cuando aparece por allí Sócrates, o sea yo, para llevarles la contraria, mejor que mejor.
            Me fastidia la jubilación por una razón muy prosaica, ya digo: mi sueldo se va a recudir considerablemente, un tercio más o menos.
            Cobraré la jubilación máxima, eso sí, por algo llevo cuarenta y siete años cotizando, pero en el sueldo de un profesor universitario hay una serie de complementos que al jubilarse desaparecen.
            Y no es que, a partir del próximo septiembre, tenga que cambiar los viajes a Venecia o a Palermo, por otros a Benidorm o a Torrelodones con el Inserso, no: una vueltecita de vez en cuando, como ahora, por mis rincones favoritos podré seguir permitiéndola.
            Lo que me preocupa son los fondos para la Fundación JLGM, que de acuerdo con mis deseos no podrá recibir ninguna ayuda pública. La he planificado para que sea útil con poco dinero, pero una cantidad mínima es necesaria. A partir de septiembre me va a costar más conseguirla.


Martes, 12 de noviembre
VENCEDORES Y VENCIDOS

Me llama un amigo: “¡Habéis cedido! ¡Pablo ha torcido el brazo a Pedro! Habrá gobierno de coalición”.
            Yo no sé de cesiones ni de humillaciones, solo sé que parece que habrá gobierno tan pronto como sea posible. La noticia me alegra el día.
            ––¡Pero tú estabas radicalmente en contra de un gobierno de coalición! ¡Lo has escrito! ¡No puedes negarlo!
            ––Yo de lo que estaba en contra es de que, antes de ponerse a negociar, se lanzara en público la exigencia de que “o somos ministros o nada”. Y además nada de cualquier ministerio, queremos poder elegir el que más nos interesa. Ahora, por lo menos, se guardan las formas. Escucha lo que dice el preacuerdo.
            Saco mi teléfono y leo:
            ––“El nuevo Gobierno se regirá por los principios de cohesión, lealtad y solidaridad gubernamental, así como por el de idoneidad en el desempeño de las funciones”. No se habla de quién va a ocupar tal cargo y quién tal otro, eso ya se dirá cuando se invista al presidente, que es único capacitado para elegir a los ministros.
            ––¡Pero tendrá que elegir a quien diga Pablo si no quiere que la coalición se rompa al día siguiente!
            ––Y Pablo lo que diga Pedro si no quiere que otras elecciones le manden a hacer compañía a Albert. Recuerda Los intereses creados de Benavente. Un pacto que convenga a ambas partes rara vez se rompe.


Miércoles, 13 de noviembre
SIMA O CIMA

El mismo sitio no es el mismo sitio para quien ha llegado hasta allí ascendiendo penosamente que para quien ha rodado hasta él desde un lugar más alto.


Viernes, 15 de noviembre
ESTO ES LO QUE HAY

“El hombre es un animal racional”, dijo Aristóteles. En lo primero acertó plenamente, pero en lo segundo se equivocó por completo.
            Si los seres humanos fuéramos racionales, ¿cómo podría ser posible que el destino de un gran país, España, dependiera solo de la decisión de un hombre encarcelado desde hace años y para muchos años por ese mismo país?
            De lo que vote el partido que preside Oriol Junqueras depende que antes de Navidad tengamos en España un gobierno progresista o que, tras nuevas elecciones, otro muy distinto con Casado al frente y Abascal como hombre fuerte.
            La historia de España, la vida de cada uno de nosotros y la de nuestros hijos, será muy distinta según Junqueras tome la decisión de abstenerse o la de votar en contra.
            Yo, que soy algo vengativo, y que sé lo que es padecer malos tratos y cárcel por motivo políticos, no dudo de lo que decidiría. Pero Oriol Junqueras es cristiano, hombre de bien y quizá se sienta inclinado a perdonar.

Sin propósito de enmienda: La vida y otros cuentos

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Sábado, 16 de noviembre
SE GRATIFICARÁ

De vez en cuando, y sin avisar, le viene a uno a visitar la melancolía. Mientras como solo en Avilés, me da por pensar que los amigos con los que hablaba de literatura todos los sábados se van haciendo más viejos, van desapareciendo y no son sustituidos por otros.
            El que más resiste es José Manuel Feito, que a sus ochenta y cinco años, todavía tiene ánimos para debatir conmigo sobre cuestiones teológicas o sobre lo que se tercie, aunque siempre se queje de que yo no hago más que llevarle la contraria.
            ––Un día voy a decir que Dios no existe para que tú me demuestres y te demuestres, con todo tipo de argumentos, que existe.
            Yo soy como los antiguos griegos o los judíos: día sin discusión, sin una buena discusión sobre cualquier materia intelectual, es día perdido.
            Pero me temo que pronto solo podré debatir conmigo mismo (otra de mis actividades favoritas, por cierto). En Avilés ya no va quedando nadie que quiera enredarse dialécticamente conmigo.
            ¿Tendré que poner un anuncio en Internet? Algo así como: “Piense lo que piense sobre cualquier asunto político, filosófico, literario o teológico, pásese por el Atrio, cualquier sábado, de 13 a 14 horas, y García Martín le demostrará que está usted equivocado. Se gratificará adecuadamente”.


Domingo, 17 de noviembre
BUENOS SUEÑOS

¿Pierden libros, ciudades y personas su magia cuando nos acercamos demasiado a ellos? ¿Va dejando de tener interés el mundo según vamos cumpliendo años y conociendo mejor “el único argumento de la obra”? ¿Cuánto tiempo hace que no me pasa nada extraordinario, nada digno de ser contado?
            Volvía yo a casa desde Los Prados, donde había estado releyendo a Nietzsche, que nunca me cansa, bajo una lluvia terca y maleducada, que me empapaba por completo a pesar del paraguas, cuando de pronto vi una moneda que brillaba medio oculta entre la yerba del parque.
            Nada más cogerla perdió su brillo, pero era una moneda antigua, muy desgastada, con un vago perfil de emperador romano.
            “¿Cuándo el mundo dejó de ser un lugar donde el prodigio era posible? –pensé–. ¿En qué momento un día gris comenzó a seguir a otro día gris y la única esperanza fue que todo siguiera como estaba, que tardara el mayor tiempo posible el inevitable derrumbe del tinglado?”
            Apreté la moneda en la mano: “Si fuera un talismán, si pudiera pedirle tres deseos”.
            Y se los pedí. El primero era el más sencillo o el más complicado, según se mire. Me sonrió al pasar. Devolví la sonrisa. Y esta noche no cené solo.
            El segundo y el tercero me los callo. No pedí hacerme rico, no pedí el éxito literario (siempre he pensado que entontecen irremediablemente), no pedí, como Fausto, volver a ser joven (entre otras cosas, porque tengo la impresión de seguir siéndolo).
            Pedí cosas tan sencillas que da un poco de vergüenza repetirlas. La moneda –la observé al llegar con una lupa– es falsa, una reproducción de una moneda antigua. Pero por si acaso (funcionó una vez, ¿por qué no las otras dos?), la guardaré debajo de la almohada. Que al menos me ayude a tener buenos sueños.


Lunes, 18 de noviembre
LA BIBLIOTECA

Hasta que no comencé a trabajar, en marzo de 1972 (y más o menos en el mismo trabajo que tengo ahora), pasé hambre. Pero hambre de libros: en la biblioteca Bances Candamo solo se podía sacar uno al día y ninguno los fines de semana, los días de fiesta, las abundantes vacaciones. Y yo no tenía dinero para comprar libros. A veces, los que me interesaban ni siquiera se podían conseguir en España, o muy difícilmente.
            Recuerdo los artículos sobre la literatura del exilio que aparecían en Ínsula. Antes de poder tener una sola obra de Max Aub en mis manos, ya había soñado largamente con ellas. Como otros sueñan con grandes mesas llenas de comida, yo soñaba con inmensas bibliotecas en las que no faltaba ni uno solo de los títulos que a mí me interesaban y otros muchos igualmente apasionantes, pero que yo ni siquiera sabía que existían.
            De vez en cuando vuelvo a tener uno de esos sueños. Entro en la biblioteca, una biblioteca que se parece mucho a la librería Strand de Nueva York, subo y bajo escaleras, me pierdo entre los anaqueles, y de pronto me llama la atención un grueso tomo encuadernado en piel. Lo saco con esfuerzo, busco una mesa para depositarlo en ella y al hojearlo me parece que todas las páginas están en blanco. Pero no del todo; a la derecha, abajo hay un pequeño texto. Miro la portada: El haiku en la literatura española desde el Poema del Cid hasta Susana Benet.
            Leo con sorpresa y admiración muchos de esos haikus, pero al despertarme solo recuerdo uno, firmado no sé si por Calderón o por Azorín: “Esto es la vida: / una mitad de sueño / y otra de olvido”.


Martes, 19 de noviembre
METEPATAS

Soy un metepatas incorregible. Antes de la presentación de Las aventuras de Martín, comento con los amigos que me han acompañado a Avilés la entrevista que publican hoy en el periódico local: “Un desastre. El periodista debía ser un becario que no se enteraba de nada”. Un chico tímido, que estaba al lado, me escuchó atentamente despotricar contra el entrevistador. Al final del acto, se acercó a saludarme: “Espero que lo que escriba mañana le guste más”.


Miércoles, 20 de noviembre
TODAVÍA NO

Escucho, muy fragmentariamente, unas declaraciones de Alfonso Guerra y siento vergüenza ajena. “Ah, tiempo ingrato, ¿qué has hecho?”, me digo. Recuerdo que hace años, muchos años, a finales de los ochenta y primeros noventa, cuando su acoso y derribo, yo salí más de una vez en su defensa. Abelardo Linares, a uno de mis diarios, que él editaba, quiso ponerle una faja que dijera algo así como “el único libro en que se habla bien de Alfonso Guerra”.
            Mis amigos dicen que yo me empeño siempre en llevar la contraria. Y puede que tengan razón. En un linchamiento, yo nunca me pondré del lado de los que vociferan y tiran piedras, sino del pobre individuo que corre y se defiende como puede. Y eso sin averiguar antes si es o no un ladrón o asesino.
            Me pasa a todos los niveles, incluido el denostado Brexit o el demonizado independentismo. No soporto la unanimidad que se jalea a sí misma. Cuando la multitud grita “a por ellos”, yo siempre estaré con las víctimas del pogromo, por mucho que me repitan que son inhumanos prestamistas.
            ¿Me avergüenza Alfonso Guerra o me avergüenzo de mi mismo por haberle defendido? Más lo primero que lo segundo, aunque también lo segundo: cuando yo le apoyaba, él era uno de los máximos valedores de un cutre mafiosillo disfrazado de líder minero, Fernández Villa.
            Repito, una vez más, “Reunión de antiguos camaradas”, el dístico de José Emilio Pacheco: “Ya somos todo aquello / contra lo que luchamos a los veinte años”.
            Yo no. O todavía no.


Jueves, 21 de noviembre
MALTRATO JUDICIAL

––¿No vas a decir nada de Chaves y Griñán, Martín? Claro, como son de los tuyos y, por mucho que retuerzas el asunto, no puedes hablar de presos políticos, como se trata de una condena por corrupción, achantas la cabeza y te callas. ¡Qué vergüenza!
            ––¡Qué vergüenza!, digo yo también. Vergüenza por los pícaros que se aprovecharon de la situación, por los intrusos y sindicalistas que cobraban comisiones d escándalo (todavía no han sido juzgados, por cierto) y vergüenza también por la sentencia.
            ––¿No me irás a decir que estás en contra? Ni una sola voz del partido socialista se ha alzado para defender a esos delincuentes.
            ––Porque temen perder votos. La gente oye hablar de quienes cobraban una jubilación sin haber pisado la empresa y de algún corrupto cargo que malgastaba el dinero público en clubs de alterne y le atribuye esos hechos a Chaves y Griñan.
            ––Ellos lo permitieron.
            ––Pero lo curioso es que no se les condena por permitir esos hechos deleznables (ni, por supuesto, por ningún acto de corrupción). Se les condena por conceder unas ayudas a unas empresas en crisis simplificando los trámites. Y yo me pregunto: si ese procedimiento, según el tribunal, es delictivo, todos los trabajadores que cobraron y cobran una jubilación gracias a él, ¿tienen que devolver el dinero?, ¿los que crearon otras empresas gracias a esas ayudas tienen que venderlas y devolver la ayuda que recibieron? Otras preguntas me planteo: vamos a suponer que nadie se aprovechara de esos procedimientos simplificados para facilitar concesiones, ¿serían por eso menos delictivos? Según el tribunal, no. La condena sería igual aunque no hubiera habido ningún “intruso” ni nadie hubiera pagado sus consumiciones en un puticlub con una tarjeta de la administración. Y siguen las preguntas, si esos procedimientos, que se hacían con luz y taquígrafos Y se mantuvieron durante diez años, eran ilegales, susceptibles de largas condenas de cárcel e inhabilitación, ¿cómo es que nadie los denunció? ¿A qué se dedicaban los fiscales, los inspectores y los políticos de la oposición? Demasiadas preguntas sin respuesta. La sentencia se acata, qué remedio, y luego se recurre. Ya veremos qué dice el tribunal supremo. Pero yo ahora me siento solidario de Chaves y Griñán y tengo mis dudas sobre si el tribunal que les condenó pretendió hacer justicia o hacer política. Afortunadamente, yo no tengo que adular a los votante y puedo decir lo que pienso.
            ––O sea, que te avergüenzan Guerra y Savater, pero no Chaves y Griñán.
            ––Exacto.


Viernes, 22 de noviembre
AL NO QUERERME

Llevo conmigo la gastada moneda que encontré el domingo brillando entre la hierba. Ya no brilla. Pero yo sigo considerándola un talismán. Me concedió el primer deseo que le pedí. Para saber si me concede o no los otros dos, hace falta tiempo.
            Quizá sea mejor que no me los conceda. Recuerdo otro de los haikus leídos en la biblioteca soñada: “Al no quererme, / no sabes cuánta dicha / me regalaste”.



Sin propósito de enmienda: Una navaja bien afilada

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Sábado, 23 de noviembre
DE DÓNDE VENIMOS

“Hoy he tenido un rato de flirt con una secretaria del Instituto, muy buena moza, y a la que nunca se me había ocurrido conquistar. De pronto se me metió la idea en la cabeza –o no sé dónde–, la llamé a mi despacho, cuando ya se había ido todos menos ella y yo… y me puse joven y bárbaro. Las mujeres ahora andan tan desnudas y provocativas, que es dificilísimo no sentirse desatentado con ellas”.
            Estamos en 1960, quien escribe es un poeta de misa diaria, franquista de pro (el mejor amigo de Rosales y Panero), directivo del Instituto de Cultura Hispánica. Lo hace en un diario que corrige una y otra vez y en el que aspira a reivindicarse para la posteridad.
            Lo que nos cuenta en esa breve nota, lo que  él califica elegantemente de flirt, solo puede ser considerado, en el mejor de los casos, como abuso sexual (más bien parece una violación).
            Dos días después de la anotación, que lleva la fecha del jueves 21 de julio, se marcha de vacaciones a Málaga, y el domingo siguiente escribe: “Voy temprano a misa, me confieso de mis bobadas madrileñas –no tan bobadas puesto que he debido confesarme de ellas– y me quedo más tranquilo de lo que estaba, aunque aún siento un aire de frivolidad interior que me orea peligrosamente”.


Domingo, 24 de noviembre
JEREMÍADAS DE OTOÑO

“Los viejos, por famosos que sean, tienden a quedarse solos”, me dijo una vez Eugénio de Andrade. Había coincidido con Rafael Alberti en un encuentro mundial de poetas y lo vio apartado en un rincón. Se acercó a saludarle y charlaron ampliamente de la poesía española de los años veinte y treinta, que Andrade conocía muy bien, y también de la lírica medieval portuguesa y española.
            “Es difícil envejecer sin un poco de gloria o un poco de amor”, escribió Juan Gil-Albert en un aforismo que yo repito a menudo. A él la gloria le llegó tardíamente, a los setenta años. De pronto se convirtió en el escritor de moda. Todas las editoriales se disputaban sus libros inéditos, escritos durante el exilio interior de la posguerra. Pero vivió veinte años más y al morir ya nadie se acordaba de él y sus obras completas, editadas por la Diputación de Valencia, se apolillaban –se apolillan– en un almacén.
            Yo ya le voy viendo los cuernos al toro y, la verdad, me aterran. No he sabido adular, no he sabido hacerme querer. ¿Qué escritor que me conozca no tiene cuentas pendientes conmigo?Siempre cito el caso de Javier Rodríguez Marcos, que dejó de mencionar mi nombre en los diarios en que hace información cultural, desde el mismo momento en reseñé su libro Frágil. ¿Cuántas veces no se han enfadado conmigo Martín López-Vega, Lorenzo Oliván, Andrés Trapiello por mis palabras sobre sus libros? Xuan Bello, que es un santo varón, todavía no, pero todo se andará: siempre insinúo que, desde hace algún tiempo, se deja llevar demasiado por las vacías volutas de estilo.
            No he cultivado las provechosas relaciones literarias. Y eso que he tenido, desde siempre, buenos modelos. Yo podría haber sido un Vicente Gallego, no dejando poeta o crítico sin dedicarle un poema o, en su defecto, un José Luis Morante.
            Pero he preferido ir de independiente e insobornable por la vida. Ahora, de viejo, aprovecharán todos para echarme una paletada de olvido y vetarme en sus cátedras, en sus congresos y en sus do ut des.
            Me divierte mucho que mi viuda favorita, en su diatribas contra mí siempre insista en que yo, al contrario de lo que quiero dar a entender, nunca he sido “amigo íntimo” de Ángel González.
            ¿Pero de qué escritor he sido yo amigo íntimo? Siempre me he esforzado en guardar las distancias. Hace más de treinta años que conozco a Luis García Montero y siempre me refiero a él como García Montero, nunca como Luis. Y Ángel González fue siempre Ángel González, nunca Ángel.
            Recuerdo un poema de Cernuda, “Supervivencias tribales en el medio literario”, en contra de esa campechanía, tan española, de hablar de Pepe Hierro en cuanto se le ha visto dos veces. Yo nunca hablaré en público de la poesía de Carlos, como aquella catedrática en un congreso en Jerez, sino de la poesía de Barral, de Bousoño o de Carlos Sahagún.
            Sospecho que no he sabido hacerme querer. Siempre he dejado que los demás se acercaran a mí (nunca demasiado, por supuesto), pero yo no me acercado a nadie, por mucho que me conviniera.
            Y encima, para deprimirme más, estos días todos los periódicos hablan de ancianos que han perdido el contacto con vecinos y familiares y mueren solos en sus casas. Al principio, me parece que no hablan de mí. Pero leo los artículos y compruebo que para ellos un anciano es una persona de más de sesenta y cinco años.
            Ando con un poco de gripe. Espero que pase pronto y estos negros pensamientos se desvanezcan con ella.
            A fin de cuentas, en el mundo literario, es posible que no me quiera nadie –no tengo “amigos íntimos”–, pero me odia mucha gente. Y ya se sabe que nada como ser odiado para mantenerse joven.


Lunes, 25 de noviembre
VUELVE EL HOMBRE

16 de julio de 1958: “Los moros tienen motivos para rebelarse. Pero son unos bestias, unos bestias sucios y sanguinarios que tienen que ser contenidos. Los moros tienen razón, pero son unos animales que dejan parar las moscas en los ojos con tracoma, sin moverse, por siglos, hasta que un día se levantan a matar, a matar y a hacer crímenes”.
            15 de marzo del 59: “El francés es un ser suficiente, mamón y desagradable” (se refiere al francés en general, no a un francés concreto).
            17 de marzo del 59: “Dos criados maricones nos ‘atienden’ con desplantes y groserías. Uno de ellos, más asqueroso que el otro si es posible, lleva el pelo teñido y las uñas desconchadas de pintura. Es procaz, cabroncillo y respondona. Estoy a punto de darle una torta y dejarle para siempre de perfil, pero me contengo no vaya a transformarse esto en una casa de putas”.
            Termino de leer el segundo tomo del diario de José María Souvirón, un poeta malagueño que colaboró con Altolaguirre en las primeras publicaciones del 27, que luego se hizo falangista fervoroso y fue, junto con Panero y Rosales, sus grandes amigos, uno de los apoyos intelectuales del franquismo.
            Era un hombre culto, que conocía muy bien las literaturas inglesa y francesa. Su diario está lleno de observaciones inteligentes. También de ataques contra los poetas del 27 y contra Celaya y Otero. Aleixandre y Guillén, de quien se burla inmisericordemente, son dos de sus bestias negras.
            Es un hombre preocupado por su familia (sus hijos viven en Chile), de misa diaria, orgulloso de haber abandonado a los poetas de su generación para unirse a los de la siguiente porque aquellos carecían de moral.
            Es también racista, homófobo y abusador sexual en algún rato perdido y no tiene inconveniente en dejar constancia de ello a la menor ocasión. En eso se parece a los nuevos españoles que acaban de entrar en el congreso, a los agresivos cruzados contra el feminismo, los emigrantes y la dictadura progre.  


Martes, 26 de noviembre
DIATRIBA Y HOMENAJE

Yo soy raro, eso lo tengo asumido desde siempre (y siempre he estado orgulloso de ello), pero sospecho que ser raro es tan frecuente que casi no constituye ninguna rareza.
            Cuando voy hacia la biblioteca del Campus para asistir al homenaje al profesor Antonio Fernández Insuela (un paciente erudito a la antigua usanza y una de las mejores personas con las que he tenido ocasión de tratar), me encuentro con un joven poeta y doctorando cuyo último libro acabo de reseñar.
            Espero que aluda a ello, yo querría preguntarle por algunos puntos a las que no me referí en mi artículo y que me han dejado intrigado.
            Pero saluda y pasa de largo. Parece que no quiere hablar del asunto.
            Me extraña. Lo habitual es dar las gracias, y más si la reseña resulta elogiosa. Quizá el joven poeta, tan aplicado, no sea tan inteligente y valioso como a mí me parece.
            O quizá es solo que yo soy un poco mal pensado.
            Mal pensado y cosas peores, exactamente lo contrario que mi admirado profesor Insuela: ni un paciente erudito, solo un lector curioso, ni una de las mejores personas con las que mis colegas han tenido ocasión de tratar.


Miércoles, 27 de noviembre
LE BENEFICIE O NO

La inteligencia es una navaja bien afilada. O la manejas con cuidado o corres el riesgo de cortarte.
            La inteligencia es un arma de destrucción masiva.
            Vale más ser listo que ser inteligente.
            El poeta, cuando es listo, no alaba más que a quien puede devolverle redoblado el elogio.
            El inteligente busca la verdad, le beneficie o no.
            El listo solo si le beneficia.
            Yo no sé si soy inteligente o solo me lo creo, pero de lo que no tengo duda es de que no soy listo.

Sin propósito de enmienda: Madrid reconquistado

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Jueves, 28 de noviembre
UNA RARA EMOCIÓN

Siempre he dicho que para mí Antonio Machado es algo más que un poeta, alguien de la familia. Suyo era el primer libro que compré, ahorrando céntimo a céntimo, cuando tenía trece o catorce años. Y lo leí con tanta pasión –aunque muchas páginas de elucubraciones metafísicas no las entendiera– que me llegué a saber docenas y docenas de poemas suyos de memoria. Todavía puedo empezar con los primeros versos (“Está en la sala familiar, sombría, / y entre nosotros el querido hermano / que en la tarde infantil de un claro día / vimos partir hacia un país lejano…) y seguir y seguir.
            Esta inverniza tarde madrileña he tenido el raro privilegio de hablar de él en el Instituto Cervantes ante su otra familia: sobrinos nietos y sobrinos biznietos, los descendientes de su hermano Francisco (ni él ni Manuel Machado tuvieron hijos), también escritor.
            Sentí una rara emoción, la verdad. Como si se cerrara un círculo.



Viernes, 29 de noviembre
TANTOS AÑOS DESPUÉS

Saludo a Manuel Neila en el homenaje a los Machado y al poco se me acerca Jesús Munárriz. Hace ya más de cuarenta años de mi primer viaje literario a Madrid. Vine a presentar la revista Jugar con fuego y el libro Clamor de lo incesante.
            Me acompañaba Víctor Botas, el presentador era Luis Antonio de Villena, entonces el poeta joven al que más admiraba. Asistieron al acto, y después nos acompañaron a cenar, Francisco Brines, Jesús Munárriz, Jaime Siles, Rosa Pereda, Marcos Ricardo Barnatán, entre otros que no recuerdo. Eduardo Haro Ibars, armó una pequeña performancedurante la presentación. A todos los había leído en mi rincón provinciano, pero a ninguno conocía personalmente.
            El reencuentro con Neila y Munárriz me hace volver la vista atrás. De la mayoría de esos escritores, no tardaría en distanciarme. La razón siempre la misma: o una reseña que no les gustaba demasiado o alguna indiscreción en mis diarios.
            “Eres la única persona con la que se ha enfadado Brines”, me dijo una vez Vicente Gallego. En este caso la terrible indiscreción que le hizo montar en cólera una mañana avilesina (había ido a Asturias a varias lecturas) apareció en Los Cuadernos del Norte. Comentaba yo los Poemas a D. K. y dije que algunos de ellos aparecían en Palabras a la oscuridad con el nombre completo de a quien estaban dedicados, Detlef Klugkist. ¡Buena la hice! Creo que aún no me lo ha perdonado.
            El enfado de otros tiene mayor motivo. A Semáforos, semáforos le dediqué una reseña tan feroz como divertida, “Soma y sema de Jaime Siles”. Muchos años después, cenando con Dionisia García –me lo contó ella– y hablando de otras cosas, de pronto aludió Siles a mi reseña: “La tengo clavada aquí”, dijo señalando no sé si la cabeza o el corazón. ¡Pobre! Hoy no sería tan maleducadamente sincero.
            Jesús Munárriz me encargó y editó un libro, Poesía española 1982-1983, que iba a ser el primero de una serie y que tuvo cierto eco polémico. Cuando terminé el segundo tomo al año siguiente y se lo pasé, decidió no publicarlo, después de haberme ido animando a escribirlo. No me explicó la razón, pero parece que algo tuvo que ver uno de sus colaboradores de entonces, Ramón Buenaventura, que no salía muy bien parado.
            Yo, que no practico el intercambio de favores, le incluí luego en mi antología Treinta años de poesía española, a pesar de la resistencia del editor, Abelardo Linares.  Y recuerdo de memoria versos suyos, como los dedicados a la tumba del soldado desconocido: “Soldado nunca fui. Me uniformaron / para la degollina. / Apaguen ese fuego, por favor; / arranquen de mi polvo esas letras de bronce. / Más leve es de civil la eternidad”.
            Nunca me he aspirado, y menos me he peleado, por un cargo, un premio, la publicación en esta o aquella editorial de prestigio, nunca he vetado a nadie. Creo que en la carrera literaria soy un rival cómodo. Siempre me hago a un lado y dejo que sean otros quienes se enfrenten por los primeros puestos.
            La razón de que algunos escritores, poetas sobre todo, me honren con su odio, en lugar de con su indiferencia, resulta inexplicable. ¿Qué le podrá importar a un poeta al que le dan todos los premios y le jalean en los Babelias que le ponga yo ciertos reparos en alguna reseña perdida?
            Una vez, al bajar a desayunar al comedor del hotel, me encontré a Antonio Gamoneda, que acababa de recibir el Cervantes. Como se sentó muy cerca, y habíamos tenido alguna relación en otros tiempos, me sentí obligado a saludarle: “Buenos días, señor Gamoneda, no sé si acordará usted de mí…”
            Saltó de inmediato, como si tuviera preparada la réplica: “Sé perfectamente quién es usted, pero no tengo ningún interés en hablar con usted”.


Sábado, 30 de noviembre
MADRID RECONQUISTADO

Encuentro Madrid más antipático que de costumbre, o al menos el centro de Madrid, con sus aceras levantadas, las apretujadas multitudes, las banderas rojigualdas que parecen marcar un territorio recién reconquistado.
            ––¡No comprendo cómo te puede molestar la bandera de tu país!, me dice el amigo facha que me acompaña.
            ––Perdona, pero creo que deberías estudiar un poco de semiótica. Dos significantes idénticos (un rectángulo con determinados colores, por ejemplo) pueden tener significados distintos según el contexto y por lo tanto son signos diferentes. Esa presunta bandera de España que algunos ponen en la correa de su reloj, en el collar de su malencarado perro o tamaño XL en determinados lugares públicos representa solo una amenaza.
            ––Pero no contra los buenos españoles, contra los antiespañoles.
            ––¿Y pensando así te extraña que muchos nos tentemos la ropa cuando vemos esgrimir la bandera de España en ciertas manifestaciones? Haría falta una ley para proteger del mal uso los símbolos nacionales.
            Huyendo del frío y del vulgo municipal y espeso, acabamos refugiándonos en el Palace. No había vuelto a sentarme en su famosa rotonda desde los tiempos de Víctor Botas. Él se alojaba allí porque ya lo visitaba con su abuelo cuando era niño y le hacían una rebaja. Yo buscaba un hotel más modesto.
            Recuerdo una vez que, con no sé qué pretexto, varios contertulios hicimos un viaje a Madrid. Botas, que viajaba sin la imprescindible Paulina, nos tuvo charlando bajo la modernista cúpula hasta cerca de la una. No se decidía a subir a su habitación. Nosotros, muertos de sueño, sobre todo yo, queríamos marchar, pero él siempre encontraba un pretexto para retenernos. Al final nos confesó que le asustaba dormir solo.
            ––Pues no duermas solo –dije yo, y señalé a una elegante señorita que fumaba distraída al otro lado del salón.
            Botas se volvió a mirarla y ella sonrió. Nosotros aprovechamos la ocasión para despedirnos y no sé cómo acabaría el asunto.


Domingo, 1 de diciembre
ME GUSTA PASARLO BIEN

Llevan tiempo dándome la tabarra con esa obra maestra, El irlandés, la nueva película de Martin Scorsese. Pero yo no acabo de animarme a verla. No tengo paciencia para estar tres horas y media ante el televisor.
            Desdeño una presunta obra maestra y no me pierdo, sin embargo, una confesa nadería como Puñales por la espalda, de Rian Johnson. Desde la primera imagen del gran caserón, ya sé que lo voy a pasar bien.
            Me arrellano en la butaca como el niño que espera un cuento. Vuelvo a la adolescencia y a los crímenes en una habitación cerrada y a los cadáveres en la biblioteca y a las minucias que acaban resolviendo el enigma.
            Un cuento de hadas, una bocanada de felicidad en este día gris.


Lunes, 2 de diciembre
PIENSO, PERO NO DIGO

––Me siento como un hombre del siglo XX desterrado en el XXI –me dice un amigo más o menos de mi edad.
            ––Pues yo me siento como un hombre del siglo XXI que ha tenido la desdicha de vivir la mayor parte de su vida desterrado en el XX. No sé cómo pude soportar aquellos lugares llenos de humo, la burla y el desprecio a los diferentes, la paciencia como única solución para el maltrato en el matrimonio, el correo caracol, los teléfonos que unían lugares con lugares, no personas con personas, y que solo servían para hablar, la falta de redes sociales…
            ––Las redes sociales no son más que un quita tiempos y un comecocos.
            ––O una maravillosa manera de estar menos solos, depende de cómo se usen.
            ––¡Yo soy de los que hablan con la gente cara a cara, de los que invitan al amigo a tomar una cerveza!
            ––Tú, lo que eres es tonto –pienso, pero no digo– o quizá solo lees demasiado a Juan Manuel de Prada. ¿Cómo vas a quedar a tomar cerveza con un amigo que vive a cientos o miles de kilómetros de distancia? ¿Me impiden a mí las redes sociales tomar café y debatir con mis amigos todos los días? Las redes sociales añaden, no restan. Ser del siglo pasado no debería impediros, ni a ti ni a Prada o Marías, el uso del razonamiento lógico. Ten en cuenta que Aristóteles era muy anterior.


Martes, 3 de diciembre
UN TEST

Ando algo afónico y el médico me ha recomendado que pida la baja y hable lo menos posible durante cuatro días. Hablo lo menos posible. En clase, bajito, y procurando que intervengan mucho los alumnos; en la tertulia del Vetusta, permanezco casi todo el tiempo en silencio.
            Al final, cuando voy como cada día a comprar al Mercadona, sonrío y digo: “Me ha gustado esto de callar y escuchar por una vez a los demás. Así he podido darme cuenta de lo poco que pierdo cuando solo me escucho a mí mismo”.
            La mayoría se ríe; unos pocos se enfadan. No diré en qué grupo están mis amigos más inteligentes.


Miércoles, 4 de diciembre
MI FAKE NEWSFAVORITA

En España no hay presos políticos.


Sin propósito de enmienda: Modestia aparte

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Viernes, 6 de diciembre
PASSAGE POMMERAYE

Desde que leí a finales de los años sesenta “El otro cielo”, uno de los relatos reunidos por Julio Cortázar, en Todos los fuegos el fuego, descubrir un nuevo pasaje tiene para mí un secreto atractivo.
            El protagonista de “El otro cielo” entra en la parisina Galerie Vivienne y aparece en el Pasaje Güemes, junto a la calle Florida, en Buenos Aires, o al revés. Pasa también de un tiempo a otro: de los años cuarenta de su adolescencia a un fin de siglo de ajenjo y prostitutas y poetas malditos.
            Descubro hoy este pasaje, del que ni siquiera había oído hablar, cerca de la Place du Commerce y en una calle en la que abundan las librerías. Tiene varios pisos y una operística escalinata, rodeada de esculturas.
            Una placa conmemorativa me indica que fue abierto por iniciativa del notario Louis Pommeraye en 1843. Julio Verne, que nació en esta ciudad, tenía entonces quince años y yo me lo imagino recorriéndolo asombrado la primera vez. Pero el asombro le duraría poco. Prefería recorrer los muelles en los que atracaban los barcos negreros y soñar con subir de incógnito a uno de ellos y zarpar en busca de monstruos marinos y tesoros escondidos.
            Mientras recorro el pasaje y busco la puerta secreta que me lleva a otra ciudad y a otro tiempo, a la memoria me vienen unos versos que leí allá por 1970 y que me han acompañado desde entonces: “Oh, ser un capitán de quince años, / viejo lobo marino, las velas desplegadas, / las sirenas de los puertos y el hollín y el silencio en las barcazas, / las pipas humeantes de los armadores pintados al óleo, / las huelgas de los cargadores las grúas paradas ante el cielo de cinz, / los tiroteos nocturnos en la dársena, fogonazos, un cuerpo en las aguas con sordo estampido, / el humo de los cafetines”.
            Cortázar, Gimferrer, Verne… A veces pienso que la realidad no es para mí más que una historia ilustrada de la literatura.


Sábado, 7 de diciembre
AMARILLOS

En una marquesina veo anunciado el número de diciembre de Le Magazine Littéraire. Albert Camus nos mira desde la portada; detrás, un puñado de revoltosos, chalecos amarillos y diversas banderas. De la estelada, que aparece en el centro, no diré nada, pero sí de los chalecos amarillos que estos días hacen de las suyas y encabezan una huelga general contra la reforma de las pensiones.
            Han roto, o intentado romper, diversos escaparates y se han ensañado con un McDonald’s que hoy abre blindado con tablones como en tiempo de guerra.
            Aunque varias librerías han sufrido daños es la furia contra los McDonald’s lo que para mí más los desacredita.
            Para ellos, no es una cadena de comida rápida, sino uno de los símbolos del demonio. O una de sus tentaciones, a las que parece no es posible resistirse.
            Hay muchas cosas por las que protestar, todos tenemos algún motivo para ello. Pero por lo que protestan los que tratan de defender sus privilegios gremiales frente a las reformas de Macron no es lo mismo que indigna a otros colectivos. Para unir a todos, mejor aparcar la racionalidad y refugiarse en el símbolo: unos chalecos amarillos, que no significan nada y pueden cobijar a todos.
            El pensamiento mágico sigue tan vigente en el siglo XXI como en la prehistoria. Se necesitan símbolos y chivos expiatorios. El nacionalismo obtuso y los movimientos antiglobalización más descerebrados escogen a los McDonald’s.
            ¡Qué amenaza para la alta cocina francesa! ¿Cómo va alguien a entrar en un restaurante con tres estrellas Michelin después de haber paladeado una hamburguesa y unas patatas fritas rociadas de kétchup?
            Yo creo que en el fondo lo que piensan los que no piensan es que esa comida basura está hechizada y quien la prueba una vez no pude prescindir de ella.
            No lo pienso decir para que no se enfade una querida amiga, pero amarillo por amarillo yo prefiero lazos a chalecos.


Domingo, 8 de diciembre
EL DERECHO Y EL REVÉS

En una de las naves de la catedral, me encuentro un aparatoso sepulcro, como de un rey o un noble medieval. Me acerco y está dedicado a un general que en África amplió los confines de la patria y combatió a los nativos que no respetaban la ley. El epitafio, en latín, lleva la fecha de 1865.
            En una plazoleta, doy con el busto de un para mí desconocido Eugene Livet. En la parte de atrás de la base que lo sostiene, una placa cuenta su historia. Nacido en 1820, muerto en 1913, fundó en Nantes una escuela que unía a la instrucción clásica la práctica profesional. La dirigió durante más de medio siglo. En 1898 la adquirió el Estado y se convirtió en Escuela Nacional Profesional Livet.
            “Eugene Livet  –leo–  fue un gran educador, pero también un hombre de enorme corazón y bondad. La villa de Nantes, sus alumnos, sus admiradores, han elevado este modesto monumento para honrar y perpetuar su memoria”.
           

Lunes, 9 de diciembre
VELERO Y MEMORIAL

El Memorial de l’Abolition de l’Esclavage está sepultado en los antiguos muelles del río. Desciendo las escaleras y algo me llega de la angustia de quienes fueron transportados como animales de un continente a otro, haciendo escala en este lugar.
            No puedo mirar los hermosos palacetes que construyeron los mercaderes de Nantes, con exóticos mascarones en sus fachadas, sin pensar que están levantados sobre fango y sangre.
            La lucha por la abolición de la esclavitud duró más de un siglo.  Brasil tiene el triste honor de ser el último país en abolirla, en 1888. El penúltimo, muy poco tiempo antes, en 1886, fue nuestra querida España. Estas cosas no se enseñan en las escuelas. ¿Cuántas ilustres fortunas patrias tienen su origen en el tráfico de esclavos?
            Salgo con el corazón oprimido del húmedo sótano y cruzo al otro lado del río, donde estaban los antiguos astilleros y ahora se encuentran el Carrousel des Mondes Marins y los autómatas inspirados en las fantasías de Julio Verne.
            A Verne lo leí en la adolescencia, después me he limitado a añorar las aventuras que viví entonces.
            Veo, al otro lado del río, a un velero que ya me encontré el pasado verano en Burdeos, el Belem, construido en estos astilleros en 1896 y que aún sigue navegando. Quién como él.


Martes, 10 de diciembre
HOPPER Y SIMENON

Entro en el Café du Commerce un atardecer frío y desapacible, me siento a una mesa junto a las cristaleras y al otro lado, en la terraza, hay una mujer de espaldas que parece esperar a alguien. De vez en cuando saca el teléfono y escribe un mensaje. No puedo evitar leerlos. Exigen, suplican, imploran.
            Por fin, aparece un joven que se sienta frente a ella, le coge las manos y le susurra lo que parecen disculpas. Tiene poco más de veinte años, va vestido informalmente, con chándal y parece un inmigrante.
            La escena me llena de melancolía. Son dos náufragos que se apoyan el uno en el otro. Él no tiene pinta de don Juan, sino más bien de adolescente desvalido y ella, por mucho que intente disimularlo, ya no cumplirá cincuenta años.
            Juego a imaginar una investigación de Maigret. El comisario bebe calvados en una esquina y parece ausente, pero está atento a todos. Por este ruidoso y bullicioso local, que tiene más de cantina que café burgués, pasan todos los chismes de la ciudad. El comisario escucha, no pregunta, atiende y calla.
            Una elegante dama, de cerca de sesenta años, aunque trataba de aparentar menos, se presentó en su despacho para contarle la  historia de un joven de origen marroquí que había sido detenido por un crimen del que era inocente.
            “¿Qué relación tenía usted con él?”, le preguntó el comisario. “Le quería como a un hijo, le ayudaba a encontrar trabajo”, respondió ruborizándose.
            El comisario no sabía por qué había aceptado el encargo. Tenía amigos en la prefectura de Nantes y no le fue difícil averiguar los detalles.
            En mi devaneo, como en las novelas de Maigret, lo de menos es la solución final. Lo que importa es la atmósfera provinciana, opresiva, las horas que parecen no pasar, la miseria moral que esconden tantas vidas aparentemente anodinas.



Miércoles, 11 de diciembre
NANTES TIENE

¿Qué tiene que tener una ciudad para que yo la añada a mi colección particular? Nantes tiene el Hotel de France, junto a la plaza dieciochesca de Graslin, con su ópera neoclásica. el restaurante La Cigale, tan aparatosamente modernista, y el cercano cine Katorza, que dentro de poco cumplirá cien años; tiene la librería Coiffard y la luminosa FNAC en el edificio de la Bolsa (en una de las fachadas, una estatua de don Enrique el Navegante y en la otra la de un belicoso héroe); tiene la biblioteca municipal, junto al mercado, y el Museo de la Imprenta, con sus heroicas minervas y rotativas; tiene el Café du Comerce, donde presencié el tableau vivant de un Hopper y fantaseé una novela de Maigret. Y tiene huertos urbanos y mascarones en las fachadas y avenidas antes llenas de barcos y grafitis ultraístas y la Torre de Bretaña como un apacible gigante que pastorea el caserío.


Viernes, 13 de diciembre
BRAVO POR BORIS JOHNSON

¿Van a pedir disculpas ahora los principales medios de comunicación españoles por las mentiras que han difundido en torno al Brexit? Nos hicieron creer que los británicos habían votado a favor de salir de la Unión Europea engañados por Facebook, Putin y no sé qué otros demonios. Nos hicieron creer que esa salida hundiría la economía y causaría una catástrofe que dejaría chiquitas a las plagas bíblicas.
            No quisiera presumir, pero me temo que yo fui el único que no me creí tales patrañas ni aplaudí al parlamento británico cada vez que bloqueaba el cumplimiento del referéndum.
            Ahora los electores presuntamente engañados le han dado a ese parlamento con su bloqueo en las narices.  
            El Reino Unido abandonará el paquidermo burocrático en que se ha convertido la Unión Europea, pero seguirá formando parte por los siglos de los siglos de lo mejor de Europa.
            Y los que nos mintieron –o no mintieron, simplemente se engañaron: menudos intelectuales de referencia– no pedirán disculpas, faltaría más.
           



Sin propósito de enmienda: El delincuente honrado

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Sábado, 14 de diciembre
RENCOR PERPETUO

Conocí al poeta José Bento, el gran traductor de poesía española, a finales de los años setenta por mediación de Ángel Crespo. Durante un tiempo fuimos amigos, bastante buenos amigos, o eso creía yo. Me visitó cuando yo estudiaba en Coímbra, una ciudad que él conocía bien, y también fue mi guía en Lisboa. Intercambiamos libros, colaboró en Jugar con fuego, me ayudó a encontrar algún raro material bibliográfico para mis trabajos pesssoanos.
            Una referencia a él aparecida en Días de 1989  le irritó tanto que me escribió una carta indignada rompiendo toda relación. No aceptó ninguna disculpa. Cuando, mucho tiempo después, coincidí en Lisboa con Francisco Brines, el director del Cervantes, Ramiro Fonte, le pasó una invitación de Bento. “Pero solo para Brines, ¿eh?, solo para Brines”, me contó Fonte que le repitió varias veces, como si temiera que yo también me diera por invitado. A mí no quería ni verme.
            Me entero ahora de su muerte, treinta años después del enfado. Al principio, le seguí enviando mis libros dedicados. Nunca contestó. Finalmente dejé de hacerlo.
            ¿Me habría olvidado, como yo a él hasta este momento en que me llega la noticia de su muerte, o seguiría alimentando el rencor durante estos largos años?
            Mi supuesta ofensa ahí sigue, perdida en las páginas de un libro, para el curioso que quiera dar con ella. Yo ya ni la recuerdo, pero sí recuerdo que ni fue intencionada ni a mí me pareció que tuviera ninguna gravedad. Y que sentí, y todavía siento, haberle herido: le apreciaba de veras.
            Yo, afortunadamente, no tengo tanta memoria para las ofensas reales o imaginarias. Y siempre acepto una disculpa. Ni siquiera hace falta que sea sincera, basta con que lo parezca.
            Me moriré quizá odiado por muchos (casi todos poetas o eso se creen ellos), pero sin odiar a nadie. Algo bueno ha de tener la mala memoria.
           


Domingo, 15 de diciembre
MENUDA TROPA

––¿Así que ahora te unes a los populistas? Ya das vivas a Boris Johnson, pronto se las darás a Donald Trump –me dice un amigo tras leer mi página semanal en El Comercio.
            ––Yo solo estoy con los que no comulgan con ruedas de molino.
            ––Tú siempre tienes la razón y los demás estamos equivocados.
            ––Yo solo trato de analizar la realidad con los menos prejuicios posibles. La cuestión no era la bondad o maldad del Brexit. Yo en eso no entro, sino en si el referéndum representaba o no la decisión libre de los ciudadanos británicos. Nos quisieron hacer creer que los votantes habían sido engañados por Rusia, por Facebook o por no sé qué otro avatar del demonio. Se ha demostrado que no era así.
            ––Pero había muchos que estaban y están en contra, no me lo vas a negar.
            ––Las decisiones democráticas no se toman por unanimidad, sino por mayoría.
            ––Pasa lo mismo que en Cataluña, la mitad de los votantes quiere una cosa y la otra mitad lo contrario.
            ––De Cataluña no hablo, ya sabes. Sí de cuánto me avergüenzan los “barones socialistas”. Que cada uno tenga las ideas que quiera, pero si Iceta defiende la plurinacionalidad de España y otras cosas quizá discutibles, aunque bastante sensatas, y ante las descalificaciones de ciertos correligionarios pide un poco de respeto, no tiene sentido que el presidente de Aragón le acuse de tratar de impedirles hablar, de alinearse con los independentistas y de supremacismo. Eso, señor Lambán, es una majadería se mire como se mire y la diga quien la diga, un presunto socialista o un Ortega Smith.
            ––¡Siempre empeñado en tener razón!
            ––Exacto. Y en rectificar cualquier error. En esa polémica Iceta se ha comportado como un caballero y Lambán… que cada uno le ponga el calificativo que quiera, que no quiero que me acuse también a mí de supremacista por pedir respeto para quienes tienen una idea de España distinta de la suya.

Lunes, 16 de diciembre
ELOGIO DEL FRACASO

Cuando se acerca el final del año y el final de la vida… laboral, uno tiende a hacer balance. No ha dejado de llover en todo el día, así que las cuentas que me hago quedan empapadas de melancolía.
            ¿Soy un fracasado, un triunfador? Todo es conforme y según, que diría Manuel Machado. En el amor, bien mirado, he tenido suerte. Perdí tres o cuatro veces la cabeza, pero la recuperé antes de que hubiera consecuencias irreparables (o muy costosamente reparables). Me acostumbré desde muy pronto a vivir solo, pero siempre en buena compañía, y ahora estoy tan acostumbrado que no lo cambiaría por nada del mundo.
            ¿Y en la vida laboral? No conseguiré jubilarme siendo el último del escalafón, como siempre he pretendido, pero casi. Otros pensarán que eso es un fracaso, pero no yo. Ya se sabe –bueno, quizá alguien no lo sepa– que en la Universidad dar clases no es la principal actividad ni la más prestigiosa. Todo lo contrario. En cuanto asciendes en el escalafón, te van liberando de “carga docente”. Si das muchas clases, eres un principiante, un asociado, un don nadie que gana cuatro euros. Yo me jubilaré, más de cuarenta años después, con la misma docencia que al comienzo. Como eso es lo que me gusta y no las actividades de gestión ni perder el tiempo en publicaciones que solo sirven para que las evalúe mecánicamente –sin leerlas– la ANECA, pues no me quejo. He logrado salirme con la mía.
            En la literatura, nunca he vendido ni venderé mucho, nunca he tenido ni tendré premios. Un fracasado en toda la regla para el vulgo municipal y académico. No se me ocurriría negarlo. Pero me divierte más fracasar así y escribir siempre a mi aire desde los tiempos de Jugar con fuego que haber sido un triunfador de los que adulan a quien corresponda y pisotean al resto.
            De lo que más contento estoy es de no haber tenido que presentarme nunca a ningún premio, amañado o no. Yo creo que todos manchan y el último mata.
            ¿Un fracasado, un triunfador? Un fracasado dirán quienes admiran a mis exitosos coetáneos, Gamonedas, Savateres, Siles o Vilas. Y yo también lo digo, por supuesto (pero espero que nadie crea que me lo creo).
           

Martes, 17 de diciembre
UN BIEN SUPERIOR

Ando releyendo estos días una obra teatral de Jovellanos, El delincuente honrado, sobre los problemas de conciencia de un juez que se ve obligado a aplicar una ley injusta.
            Mucho hemos avanzado desde aquellos tiempos. Ahora el principio básico del Derecho penal ha pasado de “in dubio pro reo” a “in dubio pro patria”.
            La defensa de un bien superior, la unidad de la patria, está por encima de los derechos humanos.


Miércoles, 18 de diciembre
CONTERTULIOS DE PAPEL

Me gusta que una parte de mi biblioteca esté ordenada, bien ordenada, y en ella pueda encontrar al instante el libro que busco, pero no me gusta menos que otra sea tan caótica como la más caótica librería de viejo. Si no tengo libros recién llegados que hojear, rebusco en ella y al instante doy con un algún volumen apasionante y olvidado en previsión de que durante el café de la tarde no llegue ningún amigo a hacerme compañía.
            “Tú nunca quedas con nadie; tú recibes, como los nobles de antes, a ciertos días y a ciertas horas”, me dijo una vez un amigo.
            Y tenía razón. Yo, por la mañana, de lunes a viernes, hacia las doce, estoy en Las Salesas; por la tarde, a las siete y media, de lunes a jueves, en el Vetusta; los viernes, a las siete, en la tertulia clásica, la que comenzó en la cafetería Óliver el año 1980 y ahora se celebra en el Savanna, después de haber pasado por tres o cuatro sitios que fueron cerrando; los sábado en el Atrio, en Avilés. Quien quiera verme, sabe dónde encontrarme. Y si no viene nadie, llevo conmigo contertulios que nunca fallan. Esta tarde el azar de mi selvática de mi biblioteca me ha regalado Viages de Chateaubriand en América, Italia y Suiza, en una edición, elegantemente encuadernada, de 1847.
            Qué placer acompañarle en una comida con George Washington: “El general nos enseñó una llave de la Bastilla, que era unos juguetes harto necios que se distribuían entonces en ambos mundos.  Si Washington hubiese visto como yo, a los vencedores de la Bastilla en los arroyos de las calles de París, hubiese tenido menos fe en su reliquia. La fuerza y la gravedad de la revolución no residían en aquellas sangrientas orgías”.
            Apasionante es lo que cuenta de la historia política (y en especial de las recién independizadas colonias españolas, que él hubiera querido –e intrigó para ello– monárquicas), pero no menos apasionante resultan sus páginas de historia natural: “Cuando se ven por primera vez las obras de los castores, no se puede menos de admirar al que enseña a un animal irracional el arte de los arquitectos de Babilonia, sucediendo con mucha frecuencia que el hombre, tan pagado de su ingenio, necesita aprender en la escuela de un insecto”.
            A Chateaubriand uno nunca se cansa de escucharle, pero cuando llega algún conocido le dejo con gusto a un lado. “¿Interrumpo?”, dicen los más educados al verme absorto en un libro. No, los amigos no me interrumpen nunca. Para leer jamás me faltan horas ni me faltan libros; para charlar tampoco me faltan horas, pero a menudo sí interlocutores que o tienen mucho que hacer o se cansan pronto de soportarme.


Jueves, 19 de diciembre
SIN COMENTARIOS

El Tribunal Supremo español consultó al Tribunal de Justicia de la UE si tenía inmunidad un político español que había sido elegido para el parlamento europeo, pero no esperó a que le resolvieran esas dudas y le mantuvo preventivamente preso y no le dejé tomar posesión de su cargo y le juzgó a su manera y le condenó a muchos años de cárcel.
            Ahora resulta que no podía hacer lo que ha hecho porque ese político –que sigue encarcelado– tenía inmunidad desde el mismo momento en que fue elegido.
            Como yo no tengo inmunidad, me abstengo de poner por escrito el calificativo que tal comportamiento merece.


Sin propósito de enmienda: Hacia otra España

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Viernes, 20 de diciembre
PARA MEJOR

“Eres exactamente lo contrario que yo”, le digo a mi amigo Martín López-Vega cuando me cuenta que el próximo viernes piensa dejar su cargo, casi recién estrenado, de director de cultura del Principado y que el primero de enero comienza un nuevo trabajo en Madrid. “Tú, cada dos años, más o menos, cambias de ocupación, de domicilio, de pareja, y a veces hasta de continente, y siempre para mejor; yo, en medio siglo, no he cambiado ni de trabajo ni de casa ni de pareja…”
            “Pero también siempre para mejor”, me responde él con una sonrisa.


Sábado, 21 de diciembre
TENGO MIS DUDAS

Mis amigos se ríen de mí porque cuando llegan esta fechas siempre les cuento la misma historia: la población de España (y me imagino que también la de otros países) aumenta considerablemente en Navidad, hay una población virtual que –no me pregunten cómo– se convierte en real. Se ríen de mí, pero yo no me quedaría tranquilo mientras no se hiciera un censo de Oviedo en noviembre y otro en diciembre.
            ––Claro que habría más gente –me responde Aida Masip–, pero porque muchos vienen a pasar la Navidad con su familia.
            ––¿Pero de dónde vienen, de la España vaciada? Porque no hay ninguna ciudad en la que no ocurra lo mismo.
            Ya sé que mi teoría es inverosímil, que lo más realista es pensar que muchas personas se pasan los fines de semana encerraditos en casa y en cuanto se acercan estas fechas un resorte las obliga a salir.
            Qué raros somos, me digo. Se acerca la Navidad, el antiguo solsticio de invierno, y el hormiguero se vuelve histérico y todo el mundo anda por ahí alborotado.
            ––Celebran que ha nacido Dios –me dice otra amiga, empresaria de éxito y católica practicante.
            ––Bueno, Dios no existe. Si existiera, por su propia definición no podría haber nacido y, si hubiera nacido, por estas fechas no volvería a nacer, simplemente cumpliría años, aunque no creo que haya cumpleaños en la eternidad.
            ––Lo que pasa es que tú no respetas nada.
            De todos los seres del universo, la especie humana es para mi la más misteriosa, extravagante y fascinante. Y sin embargo, según todos los indicios, yo también pertenezco a ella.
            Sigo teniendo mis dudas. Quizá yo no sea más que un alienígena adoptado.


Domingo, 22 de diciembre
EL CINE DE LOS DOMINGOS

Suelo burlarme de mi amiga María Jesús porque siempre que pasan una película en el Teatro Filarmónica, de propiedad municipal, va a verla, muchas veces sin saber siquiera el título, solo que la proyección es gratis.
            Como no encuentro nada atractivo hoy en los cines verdaderos (que para mí son los cines comerciales) y en la película de este domingo, Dovlatov, de Aleksei German, aparece un escritor que admiro, Joseph Brosky, pues  también yo me acerco al Filarmónica.
            Me aburro mucho. Del protagonista, Sergei Dovlatov, no he leído nada, aunque sé que algunos de sus libros están traducidos al español, ni salgo con muchas ganas de hacerlo.
            Un país miserable aquella Unión Soviética de los años setenta, pero Dovlatov y sus amigos no salen muy bien parados.
            La poesía rusa es cuestión de fe, traducida al español se queda en nada. Los versos que recitan los poetas de la película, en sus alcohólicas reuniones, suenan bastante ridículos. Recuerdo las páginas crueles que Andrés Trapiello dedica en uno de sus diarios a burlarse de la poesía de Anna Ajmátova. Y no le falta razón, aunque yo jamás me atrevería a hacer lo mismo. Lo que nos conmueve en los poetas de la época de Stalin es la historia que hay detrás.
            Ni siquiera Brodsky, mi admirado Brodsky, me interesa demasiado como poeta. Son sus libros de ensayos autobiográficos Menos que uno y La canción del péndulo los que he leído con emoción y asombro. También sus páginas sobre Venecia Fondamenta degli Incurabile, traducido al español como Marca de agua.
            La verdad es que en Dovlatov, que no resistiría dos sesiones en un cine verdadero (de los que hay que pagar entrada), los escritores disidentes parecen unos cantamañanas. El protagonista, divorciado y con una hija, rechaza los encargos que le hacen, no da muestras de buscar ningún trabajo, quieren que publiquen lo que a él le apetezca escribir y vivir de ello.
            Me imagino que, cuando emigró a Nueva York, aprendería que si un periódico le hacía un encargo no podía aprovecharlo para burlarse de los que le habían hecho el encargo.
            Una película en ruso, subtitulada, seis días en la vida de unos personajes que fuman y beben y de vez en cuando recitan malos versos, en una sala sin calefacción y donde todo el mundo se aburre educadamente… Me pareció que había rejuvenecido cuarenta años y volvía a las películas de arte y ensayo en el Palladium.

Lunes, 23 de diciembre
BAJO LA VOZ

Estoy aprendiendo a bajar la voz cuando hable de determinados temas, como en tiempos de Franco, como en la antigua Unión Soviética. Aparecen José Luis Piquero y Bárbara  esta mañana por mi rincón de Las Salesas. Hablamos, claro está, de política y yo trato de demostrarle, con buenas razones, que es el típico nacionalista español, que en otros aspectos será de izquierda, pero que en cuanto se le toca al nervio patrio le salta el furibundo Vox, la aflautada voz de Franco que la mayoría de los españolitos siguen llevando dentro. Pero es aparecer el tema catalán, es tratar de poner yo un poco de racionalidad en el asunto y inmediato comienzan las miradas retorcidas o furibundas a mi alrededor. Me doy cuenta entonces de que estoy en plena zona nacional (una gran bandera, recién clavada en el corazón azul de la ciudad, lo deja claro) y bajo la voz por puro instinto de supervivencia.
            José Luis Piquero, que vive en Huelva, se ríe de mis temores. “Vas a tener que irte a vivir a Gijón”, me dice. “Mientras no me tenga que ir a vivir a Lisboa”, le respondo. “Ya estoy mirando como está el alquiler por si hay terceras elecciones y por fin los tuyos reconquistan España”, “¡Y dale con los míos! Que no son los míos, aunque, eso sí, a mí en odio a los independentistas que se saltan la ley no me gana nadie”, “Ni a ti ni a los barones socialistas. Que Dios nos coja confesados”.


Martes, 24 de diciembre
ME VAN DEJANDO

Hay días como sabrosos helados de diversos sabores. Me levanto y escribo un rato, una hora más o menos, como hago cada día desde más de medio siglo. Luego, con la sensación del deber cumplido, me voy a Las Salesas. Llevo conmigo un libro, que he escogido al azar, y nada más abrirlo me encuentro con Emilio Renzi tomando un café en una terraza de la plaza Carlo Felice, cerca de la estación, y frente al hotel Roma. Releo “Un pez en el hielo”, de Ricardo Piglia, y vuelvo a revivir la emoción de aquellos días de agosto de 1950 y el momento en que Pavese tuvo por fin la certidumbre de que jamás volvería a dormir solo en un cuarto de hotel.
            Luego, una invitación imprevista de mi nueva familia, y subo en coche al Naranco. Nunca había estado junto al Cristo abierto de brazos que veo desde mi casa y ahora veo mi casa y la ciudad entera desde allí. También el ruedo de los montes nevados y el azul del mar diluyéndose en la lejanía. La temperatura es veraniega, no parece que esta noche sea Nochebuena.
            Pero lo es y el tercer sabor del día transcurre en Avilés, entre luces y sombras. Qué consoladora certidumbre al ver de nuevo llena de alboroto la casa de siempre, ¿Pero dónde están los amigos con los que me reunía antes de la cena en familia? Todos se han ido borrando y no han venido otros a sustituirlos.
            Yo no quiero dejar Avilés, pero siento que Avilés me va dejando. Avilés y el mundo. Le va a costar, la verdad. No se lo pondré fácil.


Miércoles, 25 de diciembre
UN SABOR AGRIDULCE

Me despierto temprano, descorro las cortinas, sorprendo al parque aún medio dormido dejándose acariciar por los rosados dedos de la aurora, escucho los sonidos de la mañana, bajo a desayunar antes que nadie, salgo a dar un paseo por calles que tienen tatuada mi historia, triste y alegre como las coplas de Manuel Machado. Me siento un momento en el parque del Muelle, saco el cuaderno y escribo:

Esta mañana
igual que tantas otras
y tan distinta.

Tímida Aurora
con un verso de Homero
siempre en los labios.

Madrugadores
en la ciudad vacía
el sol y yo.

También tú tienes
un sabor agridulce,
felicidad.


Jueves, 26 de diciembre
UN SANTO VARÓN

“No debería decirlo, pero voy a decirlo. Pierdo una vez más la ocasión de callar”, le digo a un amigo que me pregunta si creo que va a haber por fin gobierno en España.
            “Probablemente lo haya, como regalo de Reyes y de ese santo varón que es Oriol Junqueras. Yo en su lugar me vengaría de quienes me encarcelaron y de quienes lo aplaudieron y le pediría a mi partido que votara un no tan grande como una casa en la investidura. Y luego, tras nuevas elecciones, tendríamos el gobierno que nos merecemos: una marioneta de Vox como presidente, Cayetana Álvarez de Toledo como vicepresidenta, multas para que quien no cuelgue la banderita en su balcón y brigadas patrióticas patrullando las calles para denunciar excesos feministas e inmigrantes clandestinos”.
            Pero la España de izquierdas, la España que ha renunciado a decir la verdad para no perder votos, está de suerte. Oriol Junqueras es mejor persona que yo. Nos dará una nueva oportunidad de vivir en un país mejor.

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