Quantcast
Channel: Café Arcadia
Viewing all 704 articles
Browse latest View live

Revelación de secretos: Pocas bromas

$
0
0


Jueves, 28 de marzo
LA BAÑERA

Llego a la ciudad a las tres de la madrugada, me espera un chófer con mi nombre en un cartel. Sin decir palabra me lleva hasta un caserón en una calle poco iluminada, me abre la puerta exterior, saca una llave de debajo del felpudo (o eso me parece), me invita a pasar y antes de que yo me dé cuenta ya ha desaparecido.
            El caserón es un hotel, la llave que me ha entregado el mudo asistente es la de mi habitación, pero en este raro hotel las habitaciones no tienen número, sino nombre (la mía se llama Tzarevetz) y yo subo por escaleras y avanzo a solas por pasillos cuyas luces se encienden y se apagan automáticamente sin ser capaz de encontrarla.
            La encuentro al fin, abro la puerta y me sorprende una suite palaciega con su salón, sus grandes ventanales y, en el dormitorio, a un lado de la inmensa cama una bañera con patas de león como aquella en la que se baña Burt Lancaster en El gatopardo. Está llena de agua y perfumada de sales, como a mi espera. Resisto la tentación de usarla. A la memoria me viene un cuadro de David, La muerte de Marat, y temo que entre sigilosa Carlota Corday para acabar con mi vida.
            Tengo la impresión de que estoy en el comienzo de un relato de la baronesa que firmaba como Isak Dinesen: he llegado a una mansión encantada y pronto van a comenzar inverosímiles y fantásticas peripecias.
            Pero el viaje ha sido tan agotador desde la remota y mal comunicada Asturias que no tardo en dormirme, a pesar de los raros augurios. Entre sueños, oigo unos suaves golpes en la puerta. “Adelante”, digo o creo decir. Cuando me levanto, sobre la mesa, junto al gran ventanal por el que entra un sol madrugador, hay dos suntuosas bandejas de desayuno. Devoro el mío con buen apetito y bajo a la recepción para tratar de entender qué pasa.
            ––¿Han dormido bien? –me pregunta el recepcionista en perfecto español–. Les agradecemos que hayan escogido nuestro hotel para pasar la noche de boda.
            ––No, no, se equivoca. No hay ninguna boda, yo he venido solo a dar una conferencia.
            En ese momento, deja de atenderme porque le llaman por teléfono. Me encojo de hombros, renuncio a entender nada y salgo a dar una vuelta. Estoy en la calle Oberitshte, que conozco bien, y que no tiene el aire misterioso con que me recibió por la noche. Camino por ella hasta el Doctors Park, como me había imaginado antes de venir aquí, me detengo ante el British Council, uno de los edificios Art Decó de Sofía que prefiero (allí vivieron, entre 1921 y 1948, Yovka y Dontcho Palaveevs con sus hijos Semko, Louka, Todor, Nestor y Dobri: una novela por escribir), me acerco a la Biblioteca Nacional con sus estatuas de Cirilo y Metodio; en ella, allá por 2005, para inaugurar una exposición cervantina junto a Luis Alberto de Cuenca, recité un soneto de Darío: “Horas de pesadumbre y de tristeza / paso en mi soledad, pero Cervantes / es buen amigo…”
            Me encuentro a las once con Javier Valdivieso, el director del Cervantes, y comienza el programa que me ha traído hasta aquí. Cuento, entre risas burlonas, mi aventura de la mañana: “¡Toda la noche estuve temiendo que apareciera la novia fantasma!”
            Pero llega de nuevo la noche, me quedo solo, regreso a la Tzarevetz King Suite y me vuelve a entrar el desasosiego. Abro lo armarios temiendo encontrarme allí colgada ropa que no es la mía, miro bien por todos los rincones, también bajo la cama.
            Sobre la mesa, han dejado frutas y flores, manos diligentes han vuelto a llenar la bañera. Esta vez no resisto la tentación. Cuando estoy zambullido en el más feliz de los mundos, llaman suavemente a la puerta. ¿Será Carlota Corday? No, no era ella, pero hasta aquí puedo contar.


Viernes, 29 de marzo
AL ESTE DEL CANTE

Coincido, en la Radio Nacional, con el director y una de las cantantes del coro que este domingo acompañan a Arcángel en su espectáculo Al este del cante (hace unos días tuvieron un gran éxito en Estambul). Qué bien se entrelaza el flamenco con los sonidos populares búlgaros.
            Lo más propio de un país suele ser también lo más universal. Una melodía tradicional búlgara me dicen que es de origen albanés, como el “Asturias, patria querida” parece que viene de Polonia. Recuerdo la cita de Eugenio d’Ors que Xuan Bello coloca al frente de Historia universal de Paniceiros: “En lo hondo, en el perdurable florecer de su prehistoria, el alma popular es la misma en todas partes. Una canción popular asturiana podrá pasar, con solo que le traduzcan la letra, por una canción popular rusa, o incaica, o del País de Gales”.
            Mientras escucho los intermedios musicales, le pongo a la música y la queja la ancestral letra de unas coplas que no sé si recuerdo o invento.

Al pie de la sepultura,
ya para echarme o no echarme,
vino la muerte y no pudo
de tu querer apartarme.

No me has roto el corazón
porque corazón no tengo,
te lo entregué una mañana
y tú lo echaste a los perros.

Lo que yo digo es verdad,
lo que tú dices mentira,
pero una mentira tuya
muerto me vuelve a la vida.


Sábado, 30 de marzo
CRUZAR UN PUENTE

Seis o siete veces he estado en Plovdiv y siempre sigo el mismo itinerario. Comienzo el recorrido en la gran plaza junto al edificio de correos; busco luego las ruinas del Odeón, el teatro de bolsillo sobre cuyo escenario jugué alguna vez a recitar a Horacio (traducido por Fray Luis); tomo un café en alguna de las terrazas de la plaza del Ayuntamiento; recorro la calle peatonal y comercial del zar Alexander I, admirando sus fachadas deterioradas o repintadas con colores habaneros; me llego hasta la plaza del Estadio romano, me siento un rato en las gradas a escuchar los gritos de los gladiadores; entro en la mezquita Dzhumaya, donde me gusta escuchar el latido de una divinidad que no existe; subo luego por las empinadas calles de la vieja ciudad hasta el teatro romano; desciendo por sus empinadas gradas; en el escenario, si estoy con algún amigo, juego a representar Los intereses creados (“Gran ciudad ha de ser esta, Crispín. En todo se advierte su señorío y riqueza”); me acerco después hasta la casa de Lamartine, enciendo una vela a Dios (y otra al diablo, para que no se enfade), en alguna iglesia ortodoxa; regreso a la plaza del Estadio y por la calle peatonal y arbolada de Rayko Daskalov camino lentamente hasta el puente sobre el río Maritsha, que es también galería comercial, una versión posmoderna del florentino Ponte Vecchio. Nunca me atreví a cruzarlo. Ahí terminaba para mí la ciudad.
            En esta ocasión, antes de venir, soñé varias veces con él. Siempre me han fascinado los puentes, unión entre dos mundos. Recuerdo aquel traqueteante sobre el Miño, la primera frontera que crucé, y tantos otros.
            Me obsesionaba el puente sobre el Maritsa, que nunca me había decidido a atravesar. Esta vez lo hice. Solo. Mis amigos Iván y Rada, que me habían acompañado, se quedaron descansando de la caminata (yo no sé caminar despacio y su cortesía les obligaba a ir a mi ritmo).
            El largo puente, el extraño puente como un pasillo del metro o de un centro comercial, el río que solo se podía entrever en las ventanas del fondo de los locales, y luego la salida a esa otra parte de la ciudad que nunca había pisado. Recordé unos versos: “La luz se hacía por momentos mina / de transparencia y desvanecimiento, / diafanidad de ausencia vespertina, / esperanza, esperanza del portento”.
            Al otro lado del río, al lado del que yo venía, se desvanecía la ciudad en la luz del atardecer y las aguas del Maritsa refulgían con extrañas tonalidades. De pronto, se hizo el silencio, desapareció incluso el distante rumor del tráfico, y cantó un pájaro, como en el soneto de Gerardo Diego. Y no ocurrió nada más, no hubo ninguna revelación. ¿O sí? Volví de Plovdiv con la sensación de que había hecho lo que había venido a hacer, aunque no supiera muy bien qué era.


Domingo, 1 de abril
SIN COMENTARIOS

Checkpoint Charlie se llama el restaurante de Sofía al que nos llevó a cenar el director del Cervantes tras la charla sobre poesía en el Club Peroto. La época comunista se ha convertido ya en materia de nostalgia. Los manteles de papel sobre las mesas reproducen portadas de los periódicos de entonces, con su hoz y martillo en la cabecera, y las paredes están llenas de recuerdos y pintadas. Los clientes escriben en ellas su opinión sobre el local. Alguien ha escrito en catalán “moltes gràcies por la calurosa acollida”. Y encima, un compatriota, tras indicar que “genial el sitio”, añade: “Te jodes, Cataluña es España”.


Lunes, 2 de abril
OBZOR

Estuve un tiempo suscrito a Obzor. Revista búlgara de letras y artes que ahora nadie recuerda en Bulgaria. Mi amiga Liliana, a la que le envío la imagen de la portada de uno de los números, me dice que era propaganda sin interés. Pero abro hoy el número 83 y encuentro, entre los refranes populares recogidos por Petko R. Slaveikov (1827-1895), algunos que yo mismo podría haber escrito.
            Si una vela a Dios, al diablo dos.
            Sin dinero, hasta la salud es enfermedad.
            Vio el sapo que herraban al buey y él también levantó las patas.
            Con buenas palabras se llega lejos y con malas aún más lejos.
            Hasta que no consumas un kilo de sal con alguien no podrás saber qué clase de persona es.
            Cásate joven o no te cases nunca.
            Quien persigue dos liebres no caza ninguna.
            Mejor estar en el infierno con gente inteligente que en el paraíso con tontos.
            Son preferibles los reproches de un sabio a los elogios de un necio.
            A uno mismo es fácil perdonarle cualquier cosa.
            Lo que estropean los sabios lo arreglan los necios.


Jueves, 4 de abril
UN AVISO

No es que sea supersticioso, pero ando últimamente un poco preocupado. Resulta que a mediados de este mes aparece Hablando claro, donde comento acontecimientos recientes de la historia de España de manera poco convencional, y el día 24 estoy invitado a una comida presidida por uno de los personajes cuya actuación crítico en ese libro.
            Le contaba estas cosas a Rada e Iván, en una cafetería de Plovdiv, frente al Ayuntamiento, cuando me da por abrir un papelito que han traído con el café y que es una especie de galleta de la suerte de los restaurantes chinos. Dice: “Sheguite s ‘tsarasete’ ne sa bezopasni”. Algo así como “con los reyes, pocas bromas”. La palabra “reyes” va entrecomilladas, alude a los poderosos en general.
            Pero en este caso… Llevo varias noches soñando con el periodista Khashoggi, el consulado de Arabia Saudí y el Príncipe Siniestro. Me despierto aterrado, empapado en sudor.




Revelación de secretos: Mi vida sentimental

$
0
0


Viernes, 5 de abril
GOLPES DE PECHO

Tal día como hoy, el 5 de abril de 1956, se reunió en Bucarest el Comité Central del Partido Comunista Español. El camarada Vicente Uribe, hasta hacía poco uno de sus máximos dirigentes, fue forzado a hacer autocrítica. Reconoce su soberbia, su mal carácter, su vanidad. Una y otra vez se da golpes de pecho: “Camaradas, debo luchar sin piedad contra los defectos descubiertos. Estoy convencido de que no será tarea fácil, porque tienen hondas raíces según ha puesto de manifiesto la discusión y mi actitud. Tengo el firme propósito, la inquebrantable voluntad de hacerles frente, de echarlos de mí sin contemplaciones. Estoy plenamente convencido de que no me faltará la ayuda del Buró Político, del Comité Central y de los camaradas, pero sus esfuerzos se estrellarán si yo no estoy dispuesto a corregirme”.
            Vicente Uribe fue ministro de Agricultura durante los años de la guerra civil. Tras su defenestración de la dirección del partido, llevada a cabo por el tándem Carrillo-Claudín, se dedicó a dictar sus memorias, que han permanecido inéditas hasta hoy. Se editan ahora y, como epílogo, su mea culpa, mea culpa en la reunión del Comité Central. Se acusa de haber tratado mal a los compañeros y de haber contribuido al culto a la personalidad de Stalin.
            No habla de su participación, junto a Margarita Nelken y Jesús Hernández, en el frustrado complot para sacar a Ramón Mercader, el asesino de Trotsky, de la prisión mexicana de Lecumberri. Pero sí de otras muchas cuestiones que dejan bien a las claras de cuánta sangre y mugre está hecha la historia, cualquier historia.
            Yo también, cada noche de insomnio, me veo forzado a hacer autocrítica ante el Comité Central de mi conciencia.
           

Sábado, 6 de abril
MANÍAS PERSONALES

Estoy convencido de que si me aparto un milímetro de la costumbre, si no hago cada día exactamente lo mismo que el anterior, me ocurrirá una desgracia.
            Por eso soy tan rutinario, por eso llego siempre a la misma hora a los mismos sitios, por eso mi desasosiego cuando en la cafetería de costumbre mi sitio de costumbre está ocupado.
            Por eso vivo solo, porque vivir comigo sería como vivir con un robot, no con un ser humano.

Domingo, 7de abril
EL DAÑO QUE HICIMOS

Ayer, al volver de Avilés como cada sábado, me encontré con pequeños detalles que indicaban que alguien había estado en mi casa. Pequeños detalles, casi imperceptibles, salvo por alguien como yo: un libro ligeramente desviado, el reloj de arena cambiado de lugar (un poco más a la derecha de donde suele estar siempre), los papeles revueltos que hay sobre mi escritorio revueltos de otra manera… No me preocupé demasiado, quizá era solo que los años me iban volviendo más distraído y yo mismo era el autor de esos cambios. “O quizá vuelven a visitarme los fantasmas”, pensé con una sonrisa. Porque, naturalmente, yo no creo en fantasmas.
            Últimamente sueño mucho con viejos amigos, con antiguos amores, con gente a la que hace tiempo que he perdido la pista y con la que me siento en deuda. Nunca fui demasiado delicado en el trato con los demás: ofendía sin querer y luego, en lugar de pedir disculpas, me sentía yo ofendido porque alguien se ofendiera por tan poca cosa.
            De joven –y en mí la juventud duró más o menos hasta los cincuenta o sesenta años (y a veces me temo que todavía dure) – era muy enamoradizo. Me enamoraba para siempre con excesiva frecuencia, pero me desenamoraba con la misma rapidez. De un día para otro, aquel ser mágico se convertía en alguien de lo más vulgar.
            Como la mayor parte de mis amores eran no correspondidos, ese desencanto suponía un alivio, salir de una prisión. Lo malo era en los otros casos, que no fueron muchos, pero sí más de los convenientes.
            Este sábado desperté a media noche y supe que no estaba solo en casa y no tuve miedo. En el salón, hojeando un libro, una primera edición de La realidad y el deseo, que me había regalado allá por 1977 o 78, estaba alguien a quien quise mucho y a quien había dejado de querer de un día para otro.
            ––Me rompiste el corazón.
            ––Lo sé.
            ––Pero no te preocupes. Se arregló pronto. Ahora tengo hijos de más de treinta años. Nunca pienso en ti.
            ––Soy yo quien no puede olvidarte. ¿A qué has venido?
            ––A pedirte que te perdones, como yo te he perdonado. Es más fácil olvidar el daño que nos hicieron que el que hicimos.


Lunes, 8 de abril
OTROS TIEMPOS

En 1927, a Vicente Uribe le enviaron a Asturias para que se enterara de la situación del Partido. Trilla, que entonces lo dirigía, no le dio ninguna credencial. Decía que bastaba con que llegara por los cauces adecuados.
            ––Yo no me fié y me hice una credencial como miembro de la dirección de la Juventud y como entonces estaba yo solo, me firmé la credencial hecha por mí mismo, acreditando mi persona.
            Establecido el contacto con los miembros del Comité Regional de Asturias, que entonces residía en Turón, le llevaron en plena noche a un lugar apartado del Naranco. Allí le acribillaron a preguntas y a punto estuvieron de acribillarle a tiros. Al final le dejaron marchar sin contarle nada de la organización del Partido en Asturias: “Vuelve a Vizcaya y dile a Trilla que si quiere saber algo que venga él, que tenemos muchas cosas que arreglar”.
            Tras la exitosa huelga de agosto del 31, ocurrieron los hechos de la calle Somera. Uribe los cuenta así:
            ––Ese día volvía a Bilbao al anochecer, después de una reunión con una organización del Partido en la zona minera. Me trasladé a un café que solíamos frecuentar y allí estaban todos los que después habrían de participar en los hechos. Hablamos un rato y dice Jesús Hernández a los otros “¡Bueno, vámonos!”. Después pude comprobar, por la hora, que desde el café donde habían estado conmigo habían ido directamente a cometer la barbaridad. Por supuesto, no me indicaron lo que tramaban ni me invitaron a ir con ellos. Pude reconstruir el desarrollo de los hechos, cuyo principio fue una bronca que tuvieron por la tarde con algunos socialistas en un baile público. Desde el café, donde yo les encontré, se encaminaron directamente a una taberna frecuentada por los socialistas. Esta taberna tenía dos puertas: la principal por Somera y otra secundaria en otra calle. Los nuestros se dividieron en dos grupos y cuando llegaron a ambas puertas empezaron a disparar desde los dos sitios contra los que se encontraban en el interior de la taberna. El resultado fue de dos socialistas muertos, dos barrenderos municipales, y algunos más heridos. De los nuestros, cayó muerto Gallo y herido Ambrosio Arrarás. Por la forma en que se produjo este hecho, a los socialistas, en caso de que estuvieran armados, no les dio tiempo de disparar. Al muerto, Gallo, miembro del Comité Regional, lo mató Hernández, según me dijo después uno de los participantes al explicarme pormenores de lo sucedido. Me dijo que al verle caer, por las circunstancias en que se produjo y el sitio, supo que su muerte había sido obra de la pistola de Hernández.



Martes, 9 de abril
PEDIR DISCULPAS

A los amigos que dejan de serlo –con razón o sin ella–, pronto dejo de echarlos de menos. A lo mejor no eran tan amigos, me digo.
            Pero como con la edad uno se va volviendo más blando, ahora me ha dado por ir pidiéndoles disculpas por “la ofensa”, digámoslo así, que motivó su alejamiento. En el caso de Miguel d’Ors, creo recordar que fue algo que dije de él en mi diario, ya no recuerdo qué ni en qué tomo.
            Yo pido disculpas y luego unos las aceptan y otros no, pero así duermo más tranquilo.
            No me importa que alguien me deteste. Estoy acostumbrado. Lo que me molesta es que me deteste con buenos motivos.

Miércoles, 10 de abril
ESA VISIBLE OSCURIDAD

Para Carlos López-Otín, mi admirado Carlos López-Otín, el mundo se quebró un día de finales del verano de 2017. Lo que parecían unas pequeñas disputas profesionales le causaron “una tristeza tan honda”, que el mundo comenzó a temblar bajo sus pies, según nos cuenta en el prólogo a La vida en cuatro letras, su reciente libro.
            Pero un catedrático de Universidad, un investigador de prestigio está más que acostumbrado a las rencillas entre colegas. Nadie se hunde porque cuestionen su labor en blogs anónimos. Tampoco porque una infección acabe con los ratones preparados genéticamente para determinados experimentos (el propio López-Otín explica que eso ocurrió cuanto ya estaba “en plena vorágine de tristeza y decepción”).
            El escrutinio minucioso de sus publicaciones científicas, que llevaron a la retirada de algunos artículos por cuestiones formales, o la muerte de los ratones en el bioterio de la Universidad de Oviedo no fueron causa del derrumbe de López-Otín, sino intentos –ante sí mismo y ante los demás– de explicar lo inexplicable.
            Pero mejor buscar razones químicas o neurológicas para el derrumbe que biográficas: López-Otín sufrió una depresión, enfermedad que puede atacar a cualquiera –incluso al hombre más feliz del mundo– en cualquier momento y que por eso nos aterra tanto.
            En el prólogo a La vida en cuatro letras, nos cuenta bellamente su destierro por “desfiladeros de niebla y laberintos de desilusión”, y eso es buena señal. Cuando sabemos describir –como William Styron en Esa visible oscuridad–  la depresión, ya hemos salido o estamos a punto de salir de ella.
            La vida en cuatro letras vale poco, apenas si se salva el prólogo. López-Otín ha estado mal aconsejado al publicarlo. Especialmente inanes son los capítulos finales, “Las claves de la felicidad” y “El arte de la felicidad”. López-Otín no solo es un gran investigador, sino también un maestro en el arte de la divulgación y un humanista que sabe que ciencia y poesía no son nada si no van de la mano. Pero no se encuentra en el mejor momento para darnos lecciones sobre el arte de ser feliz.
            Llevo el libro a la tertulia del Vetusta. “Acabo de ver a López-Otín en el programa Vidas públicas, vidas privadas –me dice Ana Vega– y estoy deseando leer ese libro”.
            Se lo paso. No le digo mi opinión. A lo mejor ella tiene otra distinta. Contra lo que piensan mis amigos (y mis enemigos), a mi me gusta rectificar.
            Al López-Otín caído, derrotado por la enfermedad, no le admiro menos (a pesar de este libro), pero le aprecio más.


Jueves, 11 de abril
MI INTERLOCUTOR FAVORITO

“¿Con quien le gustaría pasarse una tarde conversando?”, preguntan de la revista El Ciervo.
            En las respuestas encontramos a Aleixandre, Azaña, Machado, Lennon, Sócrates… Todos muertos.
            La verdad es que a mí, salvo que entrevistarle o para contarlo después, no me gustaría pasar una tarde con ningún admirado escritor.
            Para pasar una tarde entera conversando con alguien, mejor alguien que me admire. Y que me deje hablar a mí.


Viernes, 12 de abril
UNA CONFESIÓN

Amo a quien me detesta, detesto a quien me ama. Mi vida sentimental podrá ser un desastre, pero no es aburrida.


Revelación de secretos: Andar y ver

$
0
0


Sábado, 13 de abril
EN UN CUARTO DE HOTEL

Antes que El oficio de vivir, antes que “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, leí un poema de Juan Luis Panero: “A la mañana siguiente Cesare Pavese no pidió el desayuno”. Está incluido en Los trucos de la muerte, un libro de 1975 (la fecha del colofón es de dos días después de la muerte de Franco).
            Nunca he olvidado ese poema: “Solo bajó del tren, / atravesó solo la ciudad desierta, / solo entró en el hotel vacío, / abrió su solitaria habitación / y escuchó con asombro el silencio”.
            Cesare Pavese no bajó del tren aquella tarde de agosto para dirigirse al Albergo Roma, en la plaza de Carlo Felice, bajo los pórticos, al lado mismo de la estación. Vivía en Turín, con la familia de su hermana, que se había ido de vacaciones. En su piso tenía toda la soledad que deseaba, pero no quería dejarlo marcado con tan malos recuerdos. Prefirió una impersonal habitación de hotel, que se limpiara al día siguiente y que siguiera recibiendo huéspedes anónimos que no tendrían constancia de lo que había ocurrido allí.
            El veterano Albergo Roma –se fundó en 1854– es hoy el Hotel Roma e Rocca Cavour. No pasa inadvertido. Un neón, muy años sesenta, anuncia su nombre a quienes discurren bajo los soportales y se detienen ante los puestos de libros.
            La habitación 346, en la que se suicidó Pavese, no parece haber cambiado mucho desde entonces. El teléfono es de otro modelo, pero la cama estrecha, con su cabecero de madera, parece la misma y el viajero solitario cuelga su ropa en el hueco de la pared que se cubre con una cortina.
            ¿Y no es esta la misma mesita de noche sobre la que depositó el ejemplar de Dialoghi con Leucó en cuya página de cortesía había escrito: “Perdono a todos y a todos pido perdón. No chismorreéis demasiado”?
            El poema de Panero está dedicado a Calvert Casey, un escritor cubano que también se suicidó con una sobredosis de somníferos a una edad similar a la de Pavese. Seguramente pensaba en él, más que en el escritor italiano, al escribir su poema.
            Le había conocido; su madre, Felicidad Blanc, se había sentido un poco enamorada de él, como antes de Cernuda (era una mujer herida por la realidad y que se consolaba con amores soñados e imposibles).
            En 1969, poco antes de suicidarse, publicó Albert Casey Notas de un simulador, que incluye un relato que podría ser su nota de despedida: “Adiós, y gracias por todo”. Es probable que Panero escribiera su poema recordando el comienzo de ese relato: “Como estoy tan solo, a veces me duelen la cara y los hombros y me doy cuenta de que es la soledad que me tiene encogido de vergüenza”.
            Cierro los ojos, en esta habitación tan llena de fantasmas, y me repito lentamente un poema que me sé de memoria desde que lo leí por primera vez, hace más de cuarenta años, cuando preparaba el primer número de Jugar con fuego: “No había nadie a quien llamar, / nadie vivía en la ciudad, nadie en el mundo. / Bebió el vaso, las pequeñas pastillas, / y esperó la llegada del sueño. / Con cierto miedo a su valor /sintió el peso de sus párpados caer / y se anunció a sí mismo, tercamente, / la única certidumbre que al fín había adquirido: / jamás volvería a dormir solo / en un cuarto de hotel”.


Domingo, 14 de abril
FELICIDAD 

Nada me gusta más que la primera mañana en una nueva ciudad, desaparecidos con los primeros rayos del sol el cansancio del viaje y las telarañas de la noche.
            Una larga calle y cuatro plazas enlazan la estación de Porta Nova con el Palazzo Reale. La estación, majestuosa, se proyectó cuando Turín era la capital de Italia, pero al inaugurarse ya la capital se había ido a otra parte, pero no se pudieron llevar su solemne prestancia. Bajo los soportales de la plaza Carlo Felice, frente a ella, se venden libros viejos y en su arbolado jardín central, en cuanto se hace de noche, hay oscuros trapicheos.
            Todavía no se ha despertado del todo la Via Roma, que tan bien conjunta dos estilos: la elegancia geométrica de los años treinta y el barroco saboyano. Émulo en esto de Napoleón (que le dio el último toque a Venecia), no le fue mal en el urbanismo a Mussolini. Aquí queda para siempre lo que pudo salvarse de su herencia.
            Desayuno en el Caffè Torino, entre ancianos que leen Il Corriere della Sera y sudorosos corredores domingueros.
            “El no hacer nada es para ti ocupación bastante”, escribió Cernuda y yo tengo la costumbre de repetirlo en ocasiones como esta, con todo un día por delante sin otra obligación que andar y ver.
            Dos ciudades hay en Torino, como en toda ciudad del mundo, una para los que viven en ella y otra para los que pasan por ella.
            Nietzsche vivió aquí sus últimos días de felicidad. Aquí encontró “una claridad maravillosa” y aquí fue donde entró para siempre en las tinieblas.
            En la Gallería Subalpina, que le gustaba frecuentar (une Piazza Castello con Piazza Carlos Alberto, donde él vivía), sigue abierto el Teatro Romano, ahora cine, en el que se entretenía escuchando operetas francesas; también el Caffè Baratti & Milano, donde escribió buena parte de su Ecce Homo.
            Hojeo ese libro en este domingo que parece fuera del tiempo mientras, frente a las vidrieras del café, se forma una pequeña cola para entrar al cine. Sonrío ante alguno de sus pasajes: “¿Por qué sé más que los otros? ¿Por qué soy tan inteligente? Porque nunca me he planteado nada que no fuera un auténtico problema, porque nunca he gastado mis energías en vano”.
            Umn día sin nada que hacer da para mucho. Lo termino paseando por el Parco Valentino y la orilla del Po. Cerca de la gran fuente con estatuas y del Borgo Medievale, me encuentro con el homenaje que sus amigos le han hecho al joven Andrea: una foto suya, coloreada y triste, rodeada de ramas y flores. ¿Otro suicida?
            Caminamos sobre el abismo, en cualquier momento podemos caer en él, y a pesar de eso somos capaces de cerrar los ojos y saborear los momentos de gratuita, imprevista, inmerecida felicidad.


Lunes, 15 de abril
EN AVIGLIANA

Asciendo por las estrechas calles del Borgo Vecchio de Avigliana y de pronto me sorprende un cartel con el orden del día del próximo consejo municipal; en él se invita a intervenir a todos los ciudadanos que lo deseen. Antes de subir al tren que me trajo hasta aquí vi cómo dos policías y otros tantos soldados acorralaban a un hombre de aspecto latino que sudoroso les mostraba arrugados papeles. La Italia que uno ama y la Italia de Salvini.
            Hace una hora ni siquiera sabía el nombre de esta localidad, pero me la encuentro camino de la Sacra de San Michele, la abadía donde transcurre El nombre de la rosa,  y que se encuentra en la mitad del itinerario medieval que llevaba, en línea recta, y siempre bajo la protección del arcángel, desde Irlanda hasta Jerusalén.
            Por Avigliana tenían que pasar quienes iban de Roma a Avignon. Los Alpes se atravesaba dificultosamente en lentas carretas, a caballo o a pie hasta que en 1871 se inauguró en Traforo de Frejus, el túnel más largo del mundo, con más de trece kilómetros de extensión. Fue posible la hazaña gracias a la invención de la dinamita (en Aviglana está la fábrica Nobel) y a la ayuda, según cuenta la leyenda, del diablo. Por eso, como agradecimiento, su imagen corona el monumento dedicado a esta hazaña en la Piaza Statuto, en Turín. No es el diablo medieval con cuernos y rabo, sino el hermoso Luzbel, el eterno tentador, con una estrella en la frente y que parece sostenerse ingrávido en el aire.
            La plaza del Conte Rosso, centro de la antigua Avigliana, es solo un decorado de las viejas mansiones con borrosos frescos en las fachadas, sin el bullicio de otro tiempo. Camino por la calle principal hasta la puerta de Santa María y contemplo la nevada cumbre de los Alpes resplandecientes al sol. Cierro los ojos y me parece escuchar el rumor de la historia: pasos de peregrinos, fragor de ejércitos, explosiones que horadan la montaña.
            Con su Lago Grande y su Lago Piccolo, con las caries de su castillo y el campanario de Santa María dominando el caserío, con la Sacra de San Michele allá lejos, diminuta y vigilante en lo alto, con su consejo municipal abierto a todos, Avigliana me parece un lugar donde la vida transcurre apacible y calma. Una ilusión, sin duda. En todas partes se está a la misma distancia del cielo. Y del infierno.
            Pero leo la Repubblica en el Caffê della Stazione y por un instante me olvido de que estoy solo de paso, en Avigliana y en la vida, a la espera de que lleguen el tren y la barca de Caronte.


Martes, 16 de abril
LA REINA Y LAS LAVANDERAS

En la basílica de Superga, que domina la ciudad, están enterrados los Saboya, en un helado y dorado laberinto vigilado por un sensual Arcángel dieciochesco; detrás, al aire libre, un monumento recuerda a los jugadores del Torino que aquí perdieron la vida en un accidente de aviación hace setenta años.
            En el panteón real, me sorprende una lápida, escrita en español: “En prueba de respetuoso cariño / a la memoria / de doña María Victoria / las lavanderas de Madrid / Barcelona, Valencia, Alicante, Tarragona / a tan virtuosa señora”.
            Enterrada aquí, me imagino que sería la esposa de Amadeo de Saboya, el rey de España elegido por el parlamento. Nada más sé de ella, pero en cuanto salgo del opresivo sótano y tengo cobertura me entero de todo lo que me interesa saber. Tenía poco más de veinte años cuando llegó como reina de España, hablaba perfectamente el español (al contrario que su marido), creó la primera guardería para que las lavanderas pudieran dejar a sus hijos mientras realizaban su trabajo. Murió muy joven, antes de cumplir los treinta años. Tras la abdicación de 1873, siguió ayudando a los que habían sido sus súbditos, discretamente, por intermedio de Concepción Arenal. Mientras ella se dedicaba a sus hijos y a sus obras de caridad, Amadeo de Saboya, un gentiluomo, se distraía de los sinsabores de su reinado con diversas amantes, una de ellas, Adela, hija de Mariano José de Larra, la niña que con solo seis años descubrió su cadáver.


Miércoles, 17 de abril
NADIE A QUIEN LLAMAR

Me sigo repitiendo el poema de Juan Luis Panero: “No había nadie a quien llamar, / nadie vivía en la ciudad, nadie en el mundo”.
            ¿Quién no ha sentido eso alguna vez? Yo también lo siento esta noche, al encender la luz de la solitaria habitación en que Pavese, con un gesto sin vuelta atrás, se despidió para siempre de la escritura, aunque esté acostumbrado a dormir solo. Quizá necesito poco a los demás, pero ese poco lo necesito mucho.



Revelación de secretos: Las cosas claras

$
0
0



Viernes, 19 de abril
OTRAS SON LAS TRAGEDIAS

Cada viernes, a partir de las siete de la tarde, desde hace casi cuarenta años, aún seguimos reuniéndonos reunimos unos cuantos amigos para charlar de todo lo divino y lo humano, como se decía antes, y nunca mejor dicho, porque la Teología y la astrología son dos de mis entretenimientos favoritos.
            Esta tarde se hablaba del incendio de Notre Dame, entre otros tópicos del momento, y yo dije:
            ––No fue una tragedia, fue un espectáculo. Una tragedia es que arda un piso en cualquier suburbio y que muera una anciana o una familia o que muera un bombero tratando de sofocar el incendio.
            ––¿Y a ti no te importa que se destruya una obra maestra de la arquitectura y un montón de reliquias?
            ––Reliquias más falsas que Judas, en la mayor parte de los casos, como esa corona de espinas que al parecer se salvó en el último momento. ¡Cuánto se han aprovechado algunos de la credulidad de las gentes! Se habla mucho ahora de las fake news. Sin fake news, cierto, Trump no sería presidente, pero tampoco la iglesia católica sería la poderosa multinacional que es.
            ––¡Irreverente estáis!
            ––La torre de la catedral de Oviedo no es del siglo XVI, sino de los oscuros años cuarenta del pasado siglo.  La aguja que se derrumbó en Notre Dame no era precisamente del siglo XII, sino del XIX, como la mayoría de las fascinantes gárgolas que desde lo alto de sus torres vigilan el cielo de París. Nada que pueda solucionarse con dinero es una tragedia. Los generosos mecenas que han puesto dinero para que vuelva a ser como era, o mejor, cuanto antes, recuperarán su inversión, que tiene más que ver con el lavado de imagen de sus oscuros negocios que con el amor al arte. Notre Dame es una máquina de hacer dinero. Basta subir un euro el precio de las entradas, que ya están solicitándose por adelantado.


Sábado, 20 de abril
UN JARDÍN

En él se come durante el verano, se tiende la ropa, se arrancan las malas hierbas, se medita, se pasea. Es en él donde se entierra a quienesw han fallecido, se recoge miel, se cosechan manzanas y peras y donde cada día la hermana Ruth va a buscar las flores que sirven para adornar los altares de la iglesia.
            El jardín del monasterio Mariazell-Wuemabach, en el extremo superior del lago de Zurich, no es especialmente grande ni se ajusta al modelo tradicional, pero está lleno de vida. Yo me los encuentro en las páginas de un libro, Los jardines de los monjes, de Peter Seewald y Regula Freuler, y paso en él la tarde melancólica de este sábado en que a uno le apetecería estar lejos, muy lejos del mundo, pero sin dejar de estar en el centro del mundo que de verdad vale la pena.


Lunes, 22 de abril
CASI INSUPERABLE

Día de desencuentros con la gente que uno quiere, los peores desencuentros. Y carta de Miguel d’Ors en la que acepta mis tardías disculpas por lo que dije en uno de mis diarios –yo había olvidado en cuál, él me precisa que en Fuego amigo, del 2000–, aunque no por eso deja de considerarlas “de una miseria moral casi insuperable”.
            ¿Qué habré dicho? Cualquier torpeza. No me atrevo a revisar el volumen para comprobarlo. Ya se sabe que las ofensas que uno hace, aunque sean involuntarias, se olvidan primero que las que recibe.
            ¡Una miseria moral casi insuperable! Ahí es nada.
            Pero cristianamente acepta mis disculpas y perdona, aunque no olvida. Me alegran sus palabras, a pesar de lo de la miseria moral, que me deja un poco estupefacto, todo hay que decirlo.
            Yo nunca he dejado de admirar al gran poeta que descubrí en las páginas de la revista Poesía española allá por los primeros años setenta.


Martes, 23 de abril
TODOS LOS DÍAS

––Tú, con tal de llevar la contraria –me dice un amigo–, eres capaz de comprar libros todos los días, menos el día del libro.
            ––Qué bien me conoces.


Miércoles, 24 de abril
UNA PERSONA ENCANTADORA

En la comida del Palacio Real, más concurrida que de costumbre, me toca sentarme entre Carmen Posada y Blanca Berasátegui. A nuestro lado está Eva García Sáenz de Urturi, de quien yo ni había oído hablar y que resulta ser una de las novelistas más vendidas de la actualidad. Con su Trilogía de la Ciudad Blanca va ya por más de un millón de ejemplares (no sé yo si Juan Marsé alcanzará esa cifra con todas su novelas juntas, incluida la peor, que fue premio Planeta).
            La Ciudad Blanca es Vitoria y, según nos cuenta Eva, gracias a sus libros se ha multiplicado por cuatro el turismo y ya hay rutas que recorren los lugares en que se sitúa la acción de sus novelas. Y aumentarán las visitas cuando se estrene la película de Atresmedia El silencio de la Ciudad Blanca, dirigida por Daniel Calparsoro y protagonizada por Javier Rey y Belén Rueda.
            Los escritores exquisitos tendemos a mirar por encima del hombro a los bestselleristas, como si serlo estuviera al alcance de cualquiera. Por mi confidente particular, el teléfono móvil, me entero de qué va esa exitosa trilogía: asesinatos rituales, restos arqueológicos, leyendas ancestrales, un joven inspector experto en perfiles criminales y con drama familiar incluido, una subinspectora con la que mantiene una complicada relación… Todo eso me suena, y mucho. Es el esquema de Asesinato en La Rochelle, Asesinato en Saint Malo y cualquier otro episodio de la serie de France 3, con la colaboración de la televisión belga, que yo veo a veces para desconectar antes de irme a dormir. Me gusta por los escenarios, sobre todo cuando reconozco lugares que he visitado. De la intriga, me desentiendo antes de que llegue al final.
            No está al alcance de cualquiera ser escribir de best seller, pero no sé yo si me decidiría a escribir una entretenida novela de quinientas páginas, aunque me garantizarán que se iba a vender mucho. Seguro que me aburriría antes de terminarla, como me aburriría de leerla antes de llegar al final. En este tipo de libros, soy de los que prefieren ver la película o la serie de televisión. Se acaba primero.
            Enfrente de mí, está otra escritora, Ayanta Barilli, que al parecer acaba de regresar de un viaje a Irán junto a su hija, y que también vende mucho y de la que no he oído ni hablar (luego me entero de que es hija de Fernando Sánchez Dragó, colaboradora de Jiménez Losantos y finalista del Planeta). A quien sí reconozco es a Boris Izaguirre, sonriente, encantador y feliz. Le comentó que me gustó mucho la crónica que hizo del primero de estos encuentros, en el que coincidimos. “Además de un personaje, es un excelente escritor”, le digo a Alejandro Garmón Izquierdo, el joven poeta que me acompaña.
            Yo no soy de los que desprecian a los escritores que venden mucho, pero tampoco los envidio demasiado. A fin de cuentas, para ganarme la vida tengo un trabajo más agradable. Y que no requiere dedicarse al chalaneo y a la promoción, dos actividades que detesto especialmente. Soy incapaz de andar por ahí diciendo lo bueno que es mi último libro. aunque lo sea.
            Durante el café en el Salón Chino, tengo ocasión de charlar con gente más de mi mundo. Por allí anda mi admirado Enrique García-Máiquez, católico, apostólico y romano, pero también generoso, inteligente y cordial. “Me alegra ver por aquí a los viejos republicanos –me dice–, acabaréis todos cayendo del guindo”. “Hombre yo, monárquico, precisamente monárquico, no soy. El rey de España que prefiero es Amadeo de Saboya, elegido por el parlamento, y al que unos y otros hicieron la vida imposible. Pero siento afecto por Felipe de Borbón. La culpa la tiene Graciano García. Me ha hablado tanto de él, que ya es como de la familia. En cierto modo, le he visto crecer. Siempre supe que era una persona capaz y cabal, y eso es lo que importa. De su padre, no habría aceptado ni agua. Importan las personas, no el título que llevan”.
            “No necesitas disculparte tanto”, me dice que Martín López-Vega que también anda por allí. “Tú vienes porque te encantan los fastos monárquicos, yo por razones de trabajo. Por cierto, para la feria del libro sale mi poesía completa. Espero que cumplas tu palabra y no la reseñes, que de sobra sé lo mal que tratas a tus amigos”.
            Discutir un poco con Javier Gomá, el director de la fundación Juan March, es una de mis ocupaciones favoritas en estas sobremesas. “Diré a los de Pre-Textos que te envíen mi comedia, que este domingo anticipa El Mundo, seguro que te va a gustar. ¿Tú has publicado algo?”, “Un libro que se distribuye a principios de mayo, pero no lo leas, seguro que te va a irritar”, “¿Hablas de mí?” (ese es el tema que más importa a cualquier escritor, por mucha filosofía de la ejemplaridad que practique), “No, no, de nuestro anfitrión –digo bajando la voz charla en el corrillo de al lado–.Y tampoco es que hable mal, discrepo solo de cierta acción política suya poco acertada”.
            La verdad es que la irritación ya se me ha pasado. Vivimos entonces momentos complicados, que no tienen solución fácil, y no siempre se puede acertar. Yo le veo ir y venir entre los invitados, siempre atento y cordial, acercarse a acompañar a Luis María Anson, que está derrengado y solo en una silla (ya parece que no es el hombre poderoso de antes), despedirse cordialmente al final de la velada (la reina desaparece antes) y pienso –pero no se lo digo a nadie, no quiero pasar por un adulador– que es una suerte que esté ahí en estos momentos complicados..
            “Bueno, le digo a Javier Luzán, no estoy muy seguro de que no hable también de ti en mi libro, creo que algo digo a propósito de un artículo en el que afirmabas que la prosa española era chabacana y vulgar por seguir el ejemplo de la picaresca y no el de de Fray Luis de León, para ti nuestro mayor prosista, superior a Cervantes”. “¿Yo dije ese disparate?”. “Lo dijiste o lo diste a entender en dos páginas de Babelia”. (Ya tengo asegurado un lector para mi libro: yo también se vender.)
            “No he leído ni un poema suyo –me dice Luis Alberto de Cuenca señalando a la Premio Cervantes, escoltada por Vargas Llosa–.¿Qué tal poeta es?”,  “Una persona encantadora –le respondo–. Quién pudiera llegar a su edad con esa energía y esa cabeza”.
             

Jueves, 25 de abril
CON RAZÓN

No he tenido mucha suerte en mis intentos de reconciliación. Con Villena ni lo he intentado. ¿Para qué? Volvería a enfadarse en cuanto le comentara su borrosa colaboración en La figura escurridiza, el reciente homenaje a Juan Bonilla.
            Escribí a nueve amigos perdidos, contestaron menos de la mitad. Dos se limitaron a decir secamente “gracias”, otro habló de mi miseria moral, ninguno dio muestras de querer reanudar la antigua relación.
            Y es que mis delitos son de los que no prescriben: reseñas poco elogiosas, indiscreciones en el diario que incluso han roto matrimonios o eso dice Andrés Trapiello.
            Además, por muy sinceras que sean mis disculpas (y lo son, sin duda), quizá sospechan que no hay verdadero propósito de enmienda. Y me temo que con razón.

Revelación de secretos: Demasiado

$
0
0


Sábado, 27 de abril
TAMPOCO HAY QUE PASARSE

Me escribieron del periódico en el que colaboro habitualmente para pedirme que evitara hoy sábado, jornada de reflexión, y mañana, día de elecciones, cualquier elogio a un partido y cualquier ataque a otro, que querían ser rigurosos en lo que a la neutralidad política se refiere. “Ningún problema”, respondí, “hace tiempo que evito los asuntos políticos. Me he dado cuenta de que mi opinión no tiene ninguna eficacia y que solo sirve para que se enfaden algunos lectores”.
            Hoy, sin embargo, recibo un correo indignado de un contertulio ocasional que milita en Podemos. “¡Ya empiezas con tu propaganda subliminal! ¡Ya estás preparando el camino para que los socialistas, si ganan, que parece que van a ganar, traicionen de nuevo a su electorado pactando con la derecha!”
            No entendí nada. Me quedé tan estupefacto como con la famosa cartita en la que un poeta, amigo en remotos tiempos, me acusaba de miseria moral casi insuperable. Telefoneé a ver si me aclaraba el asunto.
            ––No te hagas el inocente, que nos conocemos. ¿Cómo se titula el libro de Antonio Manilla que reseñas hoy? Nunca has reseñado ningún libro suyo, ¿por qué se te ocurre hablar de este libro precisamente hoy? Pues porque querías comenzar a poner en circulación un mensaje, el mensaje de la traición y la alevosía, preparar la colaboración con el enemigo.
            ––Sigo sin entender nada.
            ––¿Cómo se titula el libro que reseñas? Suavemente Ribera. Más claro, agua. Suavemente nos queréis ir colando la colaboración futura con Ciudadanos.
            Yo sonreí ante la sutil hermenéutica de mi amigo. Tampoco me fiaría demasiado de que, si se diera el caso de su victoria, que parece muy probable, Pedro Sánchez fuera capaz de resistir la presión de los poderes fácticos a favor de un gobierno que garantizara, según ellos, la estabilidad. Pero, afortunadamente, Ciudadanos se ha atado de pies y manos durante la campaña para evitar que eso ocurra. No sé si lo lamentarán después. Quizá no. Parece que solo aspiran a ser el primer partido de la oposición.


Domingo, 28 de abril
ALIVIO

Pasadas las once de la noche, empiezo a recibir llamadas de mis amigos.
            ––¿Qué? ¿Qué te ha parecido el resultado de las elecciones?
            ––Respiro aliviado. La España que piensa ha ganado a la España que embiste.
            ––Y la España que piensa, es la España que piensa como tú, ¿no es cierto?
            ––No te creas. A mí pensar se me da bien, pero hay quien dice que embestir se me da mejor.


Lunes, 29 de abril
LLANTO POR TONY STARK

He ido dejando de una semana para otra Dolor y gloria de Almodóvar, una obra maestra, o eso dicen, que no me apetece nada y que probablemente desaparecerá de la cartelera antes de que yo encuentre un momento para admirarla, pero me he apresurado a ver Vengadores: Endgame.
            Como quienes me leen detestan este tipo de cine (por americano y por comercial), puedo incurrir en algún spoiler sin que nadie me lo reproche. En ella muere Tony Stark, Iron Man, mi superhéroe favorito: multimillonario, genial, filántropo, playboy, cínico, brillante e ingeniero. Todo lo que a mí me gustaría ser. Y los ojos se me llenan de lágrimas en las escenas finales.
            Con las películas de la Marvel disfruto como cualquier adolescente. O como cualquier contemporáneo de Sócrates con las enrevesadas peripecias de los dioses, los héroes y los semidioses. Suspendo mi incredulidad, abro los ojos asombrado, y me creo que media humanidad desaparezca con un chasquido de dedos del Titán dueño de las Joyas del Universo y que luego, gracias a la mecánica cuántica, podamos volver atrás y hacer regresar a los que desaparecieron.
            Sigo siendo el niño que fui. Tengo todas las edades que he tenido.
           

Martes, 30 de abril
MEDIO SIGLO DESPUÉS

“Un paso insignificante para la humanidad, un paso grande para un hombre”, pienso al entrar en el colegio de San Pedro de los Arcos. En él realicé mis prácticas de Magisterio durante el curso 1970-1971, hace ahora medio siglo. No lo había vuelto a visitar desde entonces.
            Asisto a una clase de asturiano. Toca hablar de la música tradicional asturiana y resulta que la alumna en prácticas es toda una profesional, Paula Amieva, hija del gaitero Xuacu Amieva, y nos da una espléndida lección a la vez que interpreta los más diversos instrumentos. A mí me sorprende uno que no había visto nunca, aunque sí me parece haberlo oído en alguna película del oeste, el arpa de boca, que en principio da un poco de miedo porque parece un corrector dental (la lengua ha de ponerse hacia atrás, la caja de resonancia es la misma boca).
            En una de las paredes, hay enmarcado un poema escrito por Amalia, de ocho años, nacida en Medellín, Colombia. “A veces llueve / y a veces non. / A veces canten los sapos / y a veces non”, dice el estriblillo. “Un día tantu y tantu llovió / que l’agua con too arrampló: / cola nevera y les pites, / cola silla de la güela, / cola mesa la cocina, / cola ropa los armarios, / colos cuadernos d’escuela, / colos tiestos y les rises”.
            El arpa de boca se toca solo en algún remoto lugar de Asturias, pero también en Turquía y en la India y en Mongolia y en la cultura mapuche. ¿Hubo viajeros que lo llevaron de un sitio a otro o se inventó en todos esos lugares? En algunas partes se hace de bambú, con lo que resulta menos amenazante.
            Pocos alumnos se atreven con el arpa de boca, pero todos quieren probar el tambor y, sobre todo, la botella de anís, que se toca con una cuchara.
            Mientras asisto a esta clase de músicas varias, me vienen a la memoria las anécdotas de hace cincuenta años. Siempre cuento que un día, en el recreo, un alumno se me acercó gritando: “Maestro, maestro, Luis está jugando al fútbol con una calavera”. Y resulta que era verdad, jugaba a darle patadas a una calavera como la de Yorick en Hamlet. Resulta que el patio del colegio estaba construido sobre lo que había sido el cementerio de la iglesia. Lo habían derribado poco antes y todavía, a los lados de aquel patio aún sin vallar, quedaban montones de tierra con algún que otro hueso olvidado.
            Eran otros tiempos. Lo primero que nos dije la directora fue: “Tenéis que saber mantener la disciplina cuando os quedéis solos a cargo de una clase. El año pasado, el primer día, a un maestro en prácticas se le escaparon varios niños por la ventana”.
            Eran otros tiempos. Franco todavía parecía eterno. Recuerdo las charlas con Mariluz Fernández mientras paseábamos, después de la comida (comíamos en el comedor escolar) hasta santa María del Naranco. Por allí estaba también la poeta Esther García López, tan joven e hiperactiva ahora como entonces.
            No había vuelto a San Pedro de los Arcos desde entonces. Me alegra volver. Una zancada de medio siglo, un paso grande para un hombre, pero pequeño para la humanidad. O no tan pequeño. Si bien se mira, el mundo en ese tiempo ha cambiado más que yo. Y no digamos España. La España de entonces no se reconocería en la de hoy, pero aquel joven de veinte años que daba sus primeras clases y escribía sus primeros versos, si apareciera ahora, seguro que no me extrañaría: “Te pareces bastante a lo que siempre quise ser”. Y es que nunca fuimos muy ambiciosos, ni él ni yo.


Miércoles, 1 de mayo
SOY UN HIPÓCRITA

––¿Cuándo dices que se presenta tu próximo libro? ¿El día 16? Vaya, lo siento mucho, ese día no puedo acercarme a Asturias, estoy en Moscú –me dice Martín López-Vega mientras tomamos café en el Dos de Azúcar–. Y antes tengo que ir a Turín, donde he que hablar en la Feria del Libro, que se celebra en el Lingotto, un lugar que si no conoces, te gustará mucho, y luego he de pasar por Venecia, donde inauguramos el Pabellón de España en la Biennale.
            ––Uf, qué ajetreo –le respondo con la más hipócrita de mis sonrisas–. Yo no soportaría llevar una vida así. A mí me cuesta cada vez más recuperar las costumbres después de un viaje, y también adaptarme a un nuevo lugar. Pero ya descansarás cuando te vayas como director al Cervantes de Pekín. Allí, todo lo más, algún paseíto por la muralla china el fin de semana.
            ––Pues parece que finalmente no voy a ir a Pekín. El lunes, tras conocer el resultado electoral (ya sabes que, si ganaba la derecha, iba a dimitir inmediatamente del cargo), me pidió Luis que reconsiderara mi petición, que él sabía que soy un enamorado de la cultura china, pero que teníamos muchos proyectos en marcha y que le gustaría que siguiera como director de Cultura.
            ––Eso quiere decir que está muy contento con tu trabajo.
            ––A Pekín iré, pero en viaje de ida y vuelta, no a quedarme allí cinco años, cuando vuelva de Moscú, a inaugurar una exposición de Picasso.
            ––O sea que vas a seguir viviendo en Madrid, trabajando en Cibeles, frente al Banco de España, y viajando en businnes hoy a Berlín, mañana a Buenos Aires, pasado a Roma…
            ––Así seguiré todavía algún tiempo. Dos semanas después de volver de Moscú, me voy a Praga.
            ¡Y yo aquí, “atado a un escalafón y a un horario”! Digo “qué fatiga”, pero lo que pienso es  “qué envidia”. La vida que lleva mi amigo Martín López-Vega es exactamente la que a mí me gustaría llevar, aunque –soy un hipócrita– jamás lo reconocería delante de él ni de nadie.


Jueves, 2 de mayo
MEJOR NO

El ser humano es una criatura paradójica. “Un animal absurdo que necesita lógica”, como escribió Antonio Machado. Y yo me temo que soy más paradójico que nadie. Veinte años lamentando que se enfadara conmigo un poeta al que siempre he admirado, Miguel d’Ors, y cuando por fin consigo que acepte mis disculpas, o eso parece, resulta que una frase de su carta me hace perder todas las ganas de ser amigo suyo. Ni siquiera terminé de leer esa carta. Llegué a la frase en que afirma que mi conducta le pareció –y le sigue pareciendo– “de una miseria moral casi insuperable” y dejé de seguir leyendo. ¿Me sentí ofendido? En absoluto. Pero eso es como lo de “felón” aplicado por Pablo Casado a Pedro Sánchez, que dice mucho del que lo dice, demasiado.


Viernes, 3 de mayo
UNO DE ELLOS
              
Hay amigos que, cuando se enfadan contigo, te quitas un peso de encima.
            Me temo que yo soy uno de ellos.


Revelación de secretos: Casi humano

$
0
0


Sábado, 4 de mayo
CALLO, PERO NO OTORGO

––Pues a mí las personas antipáticas me caen simpáticas por lo mucho que se me parecen.
            ––¡Siempre con tus paradojas! ¿No te das cuenta de que ya cansas? Sobre todo cuando afirmas que no vas a hablar de aquello de lo que precisamente estás hablando.
            ––¿Y tú crees que en España se puede hablar libremente de Cataluña, por ejemplo? Si eres un político, basta que trates de poner un poco de racionalidad en el asunto para que pierdas votos a chorros. Mira lo que le pasó a Podemos, aunque su cuesta abajo tenga también otros motivos.
            ––Tú no eres un político.
            ––Yo pierdo lectores. Y no tengo tantos como para poder permitirme ese lujo. Y si hablo en una cafetería, como ahora, tengo que bajar la voz. En caso contrario, corro el riesgo de que me interpelen desde una mesa vecina. Ha ocurrido en el caso de Venezuela y solo porque se me ocurrió decir que la terrible dictadura de Maduro era la dictadura más rara del mundo: permitía lo que, no ya ninguna dictadura ha permitido jamás, sino ninguna democracia: que se alentara al golpismo desde la puerta misma de los cuarteles.
            ––Sobre eso había mucho que hablar...
            ––Pues conmigo no cuentes. Es uno de los temas tabú entre nuestros políticos si quieren tener opciones de gobierno, aunque no tanto como propugnar una solución democrática para Cataluña.
            ––¡A saber lo que calificas tú de democrático!
            ––Pues lo que todo el mundo: resolver las cuestiones políticas debatiendo y votando y no apaleando y encarcelando.
            ––Eres un demagogo, ¿lo sabías?
            ––Un terrible demagogo, lo sé. Por eso callo. El nacionalismo español es transversal y afecta lo mismo al electorado de izquierdas que al de derechas, exactamente igual que el nacionalismo catalán o el francés. Pero hablemos de otra cosa.
            ––Sí, de los premios literarios. No respetas ni uno. ¡Vaya palo que le das hoy al Cervantes con el pretexto de una reseña de un bodrio de Ida Vitale!
            ––¿Lo has leído?
            ––Lo he hojeado, no soy tan masoquista como tú, que lees incluso esos libros que no leen los que los financian y ni siquiera quienes los editan. Pero seguro que, si te dieran el Cervantes, harías lo que el bueno de Juan Goytisolo: agacharías la cabeza, te tragarías tus críticas y te irías corriendo a Alcalá a recibir tu cheque y hacer el paripé delante de los reyes.
            ––Muy probablemente, Y ni siquiera tendría la disculpa, como él, de que necesitaba el dinero. Yo lo aceptaría solo por la vanidad. Afortunadamente, he tomado todas las precauciones para que eso no ocurra. No me gustaría pasar a la posteridad con esa mancha en mi currículum.


Domingo, 5 de mayo
MADRE E HIJO

Entre otras cosas menos recomendables, en Dolor  y gloria Almodóvar homenajea a su madre y el azar ha querido que yo vea esa película –que no me apetecía demasiado– precisamente el día de la madre, tan propicio a la melancolía.
            Una de las razones que me habían retraído de Dolor y gloria era la fatigosa promoción y la insistencia en que Almodóvar se desnudaba más que en ninguna otra de sus películas. ¿Pero quién tiene el menor interés en ver a Almodóvar desnudo, aunque sea metafóricamente? ¿Quién no está al tanto de sus obsesiones y de su exquisito gusto para la decoración de interiores?
            Pues con lo primero que me encuentro es con su careto vendiéndome una vez más un producto que ya he comprado al comprar la entrada: “Dicen que es la más autobiográfica de mis películas; yo no diré ni que sí ni que no”. Luego viene una escena, en plan el cuadro de las lavanderas en Yerma, que se pasa de bucólica y de bonita y que me hace temer lo peor. Si estuviera viendo Dolor y gloria en casa, en ese momento cambiaría de canal o me pondría a leer un libro.
            “Esto es lo que hay”, me digo. “No le busques tres pies al gato y no empieces con la falta de verosimilitud”.
            Yo procuro disfrutar y paso algunos buenos momentos, pero qué tabarra la del protagonista con sus enfermedades. Y qué absurda –como de preciosista fantasía gay– el baño del albañil. “Hombre, don Pedro, un albañil o un pintor que hace una chapuza, se lava las manos cuando termina, pero no se desnuda en medio de la cocina de una casa que no es la suya y en la que puede entrar cualquiera en cualquier momento y no se echa morosamente el agua por encima. ¡Bueno dejaría el suelo!”. De lo de la acuarela del susodicho albañil con la carta de agradecimiento escrita por detrás, ya es que ni hablo.
            Pero me gustó el piso del protagonista (que, al parecer, es el del propio Almodóvar) y también el cuento de fantasmas que cuenta la madre y me apretó el corazón aquella frase suya, “No has sido un buen hijo”, que todos hemos temido merecer alguna vez. 


Lunes, 6 de mayo
UN DÍA

“La familia de Borbón en nuestro país es una familia extranjera, poco castiza. Cuando tiene algo de español es en lo malo y en lo bajo. Los Borbones de España fueron reyes ratoneros, cazadores, melancólicos, medio tontos, sin iniciativas. Don Carlos, titulado Quinto, el pretendiente primero, era por el estilo: hombre egoísta, estúpido y sin gracia, casado con dos mujeres antipáticas: una portuguesa y vanidosa y una brasileña perruna y herpética”.
            Hojeo un número, perdido y reencontrado, del diario Ahora, el periódico de Chaves Nogales, y en una de sus páginas doy con el artículo “Romanticismo y carlismo”, de Pío Baroja, y más adelante con una evocación de Joaquín Dicenta, abundante en anécdotas autobiográficas, a cargo de Antonio de Hoyos y Vinent, y un reportaje de Luisa Carnés titulado “Seis días en un teatro de revistas”. También se habla ampliamente de la feria del libro, que por esas fechas se celebra en Madrid. Sonrío al leer la opinión de los libreros: “La mujer casada es el mayor enemigo del libro”.
            Pero las noticias –las noticias de un día cualquiera, por ejemplo este 18 de mayo de 1935– interesan más que las colaboraciones de firmas prestigiosas. Siempre he creído que el periodismo, el simple periodismo, envejece mejor que la mayor parte de la literatura. “Hoy se celebró en la Audiencia –leo en un suelto de la página 11– la vista de la causa instruida por el error judicial de Osa de la Vega, a consecuencia del cual fueron condenados a diecisiete años de presidio Gregorio Valero y Tomás Sánchez, que cumplieron la condena. Cuando ya estaban en libertad, apareció la supuesta víctima del crimen, José María Grimaldos. Fueron procesados, en vista de ello, el teniente de la guardia civil Gregorio Regidor, el sargento Juan Taboada, el guardia Telesforo Díaz, los tres acusados de malos tratos y coacciones; los médicos José Jáuregui y Baldomero Labarga, por falsedad en documento público, y el actuario Manuel Rodríguez de Vera”.
            Se trata del famoso crimen de Cuenca, el de la novela de Sender y la película de Pilar Miró, secuestrada y prohibida porque mostraba las prácticas utilizadas por la guardia civil para obtener confesiones. En los años veinte y en los democráticos setenta y ochenta del pasado siglo.
            En una esquina de la misma página leemos que “Luisa Cabero, de treinta años, cansada de vivir, según dejó escrito en una carta, ingirió medio litro de ácido clorhídrico y después se arrojó al paso de un automóvil en la calle de Córcega”, pero “a pesar de todo, no consiguió sus propósitos”.
            Los anuncios tampoco tienen desperdicio: “Enviamos discretamente”, dice el titular de uno, y luego continúa: “espléndido lote, compuesto de cinco novelas sugestivísimas con láminas muy artísticas, contra reembolso de pesetas 6,50”.
            En las páginas de huecograbado dos fotografías, una al lado de otra, nos muestran un montón de pistolas y fusiles y una procesión de monjas con grandes togas. El primer pie de foto dice: “Armas descubiertas en Sabadell por los Mozos de Escuadra, que se encontraban en poder de elementos extremistas, los cuales han sido detenidos”, “En el hospital civil de Bilbao se ha celebrado por primera vez, después de la proclamación de la República, la comunión pascual de los enfermos”.
            Los pasos del tiempo en ninguna parte quedan recogidos con tanta fidelidad como en los viejos periódicos.


Martes, 7 de mayo
TOP TEN

Un amigo ha tenido la paciencia de anotar las frases que con más frecuencia aparecen en mis escritos y en mi conversación. Procuraré evitarlas a partir de ahora, aunque no me molesta repetirme porque sin repetición no hay ritmo y sin ritmo no hay poesía, ni en la literatura ni en la vida.
1.     Para ser un anciano venerable ya solo me falta ser venerable.
2.     No sería tan listo como me creo si no supiera que no soy tan listo como me creo.
3.     El amor, como la gripe, es una enfermedad que hay que sufrir con paciencia y, a ser posible, pasarla en la cama.
4.     Más que ser feliz, estar a punto de serlo.
5.     Nunca cuentes a nadie lo que no quieres que nadie sepa.
6.     Las pompas, fúnebres. Y los homenajes, póstumos.
7.     Los premios darlos, no recibirlos.
8.     El éxito es una vulgaridad.
9.     Procura ser el mejor, pero que no se note.
10.  Lo bueno de ser mal pensado es que rara vez te defraudan.


Miércoles, 8 de mayo
MIENTO MUCHO

De todo se cansa uno. Yo me cansé de practicar la falsa modestia, en la que me había convertido en un maestro, y ahora prefiero la falsa vanidad.
            La verdad es que, aunque no me desagrada, necesito poco el aplauso ajeno: soy orgulloso y terco, no vanidoso y veleta. Si me aplauden, bien; y si no, mejor: me basta con saber que estoy en lo cierto.
            El vanidoso necesita el elogio ajeno y por eso se esfuerza por gustar; el orgulloso hace lo que debe hacer y no se preocupa de si gusta o no.
            El vanidoso cae bien a todo el mundo; el orgulloso, a nadie. Por eso yo trato de fingir vanidad, aunque me temo que con escaso provecho.


Jueves, 9 de mayo
AUSENCIA

“¡Menudo Iron Man estás tú hecho!”, se burla un amigo cuando le cuento lo mucho que echo de menos a Martín junior, que anda estos días por América descubriendo la patria de sus padres.
            Ya no piso la yerba, ya no saludo a las lagartijas ni a los caracoles, ya no descubro grutas misteriosas, ya no alzo la cabeza cuando pasa un avión, ya no juego con los perros, ya no escucho el distante sonido de las campanas, ya no encuentro tréboles de cuatro hojas, ya no me detengo absorto ante cualquier mínima maravilla: una telaraña, una hoja caída, una hormiga solitaria, un trozo de papel, un charco de agua, irisadas pompas de jabón.
            Gracias a Martín casi me había convertido en un ser humano. Basta que me abandone unos días para que vuelva a mis rígidas rutinas y a ser el insensible robot que siempre he sido.        
           
           

Intermedio: Una conversación con Pablo Antón Marín Estrada con motivo de la publicación de "Hablando claro"

$
0
0


––En 1989 publicaba la primera entrega de sus diarios. Usted sigue siendo el mismo, pero el paisaje ha cambiado ¿no?
––Me he dado cuenta de que en estos treinta años he escrito una especie de episodios nacionales. Es la historia de España vista no por un protagonista sino un testigo, ni siquiera principal, solo un ciudadano que está alerta. El primer tomo comienza antes de la caída del Muro y en este último aparece el conflicto catalán. No hay política menuda, lo que me interesa son los hechos históricos. Y aunque se anticipe en un periódico trato de contar lo que no cuentan los periódicos.

---¿Le molesta que algunos lectores amigos, piensen que su posición en temas como el catalán se deben solo a su afición a llevar la contraria?
---Tengo sentido común, conciencia de historia y muchos amigos en la historia literaria –Cervantes, Machado, Larra– recordándome que no se escribe solo para el momento presente. Me gustaría que dentro de 100 o 200 años si alguien se refiere a este momento histórico que no me pase lo que a los muy liberales diputados de Cádiz, que apoyaron la esclavitud para no dañar los intereses económicos de los propietarios cubanos. Quiero que se me recuerde como a Blanco White, que defendió la abolición.

-–-“Un español que razona” titula uno de los capítulos de su libro. A alguien le sonará a provocación.
––La frase es de Gil Albert y puede sonar pretenciosa. Soy un español que valora a su país y que considera que serlo es un honor y no un castigo ni una condena. Es una elección libre. Si quieres que los catalanes estén a gusto en el estado español, convénceles de que es la mejor opción.

-–-Su diario, en todo caso, tiene más ingredientes…
–Los diarios son siempre una estilización de la vida, recogen lo que de ella pueda interesar a los demás. No escribo para mí mismo. En mis diarios hay libros encontrados en librerías de viejo o en mercadillos como el Fontán. También todas mis rutinas, entre ellas tomar de vez en cuando un café en Nueva York o en Venecia, en Palermo o en Sofía, en todas esas ciudades en las que, para encontrarme a gusto, tengo que reconstruir el Oviedo en el que vivo. Hay también los haikus y aforismos que me regala el aburrimiento (yo me aburro mucho). Un ingrediente que ha ido decreciendo es la atención al mundillo literario, las sátiras y burlas a escritores de relumbrón.

––¿Le aburren los ajustes de cuentas?
––Nunca escribo para vengarme ni para adular a nadie. Si reseño un libro de alguien que personalmente detesto, me esfuerzo por contrarrestar el prejuicio negativo. Por eso dicen que trato peor a los amigos que a los enemigos. Martín López-Vega me regaló una estupenda edición de António Botto con la condición de que no reseñara su poesía completa a punto de aparecer.

––Pero sigue llamando “al pan pan y al memo, memo”.
––Al pan sigo llamándole pan, pero al memo le llamo estimado colega o apreciado poeta o no me ocupo de él, que es lo que prefiero. Procuro no meterme con nadie que no merezca la pena. Soy muy hipócrita en las cartas y en la conversación privada, nunca en público, salvo en facebook, como todo el mundo: entreveo un poema horrible y en lugar de comentar “qué disparate” pongo un ‘me gusta’ y todos tan contentos.

––A lo que sigue fiel es a sus frases repetidas. El domingo pasado hacía recuento de algunas.
----Las repeticiones subrayan nuestras obsesiones y marcan un ritmo. La que más me gusta: “No sería tan listo como me creo si no supiera que no soy tan listo como me creo”. Me parece que podría pasar a una antología de paradojas.

––“El éxito es una vulgaridad”, era otra.
––El éxito te corta las alas, te esclaviza. Quien tiene un público amplio está preso de él. Yo por suerte me gano la vida con un trabajo que no tiene nada que ver con la literatura (soy profesor de literatura) y puedo decir lo que quiera cuando escribo. Ningún editor manda en mí, ningún director de suplemento literario. Alguna ventaja debía tener ser el más profesional de los escritores, pero no ser un escritor profesional.

–-“Todavía aprendo” es otro de sus lemas.
––Es el título de un grabado de Goya que me gusta mucho: un viejecito aprendiendo a leer y escribir. Mientras uno aprende, sigue siendo joven y está vivo. Hay quien deja de aprender a los treinta, yo espero dejar de hacerlo después, mucho después, de los ochenta.

––¿Lo último que ha aprendido?
––A no estar orgulloso de mis defectos (me ha costado bastante). Y a pedir disculpas incluso cuando en un conflicto la razón parece estar de mi parte. A veces hace uno daño, sin quererlo, a personas que quiere o queriendo a personas que no se lo merecen (o que se lo merecen, pero solo un poco). He sido inconscientemente algo cruel, como los niños, diciendo lo que pensaba de este o aquel escritor. Ahora trato de disculparme, pero he estado tanto tiempo sin hacerlo que ya no me aceptan las disculpas, piensan que les estoy tomando el pelo o que lo hago solo para quedar bien.




Revelación de secretos: No aprendo

$
0
0


Sábado, 11 de mayo
LOS CAMINOS DE SIEMPRE

¿Por qué nos reconforta como una caricia recorrer sin prisa, en la bella mañana, los caminos de siempre? Hace más de treinta años que no vivo aquí, pero nunca he dejado de vivir aquí: los soportales de Rivero, la biblioteca Bances Candamo y, al otro lado, el parque de Ferrera.
Seguir luego por Galiana, sin prisa, conversando solo con fantasmas amables. Me detengo, como siempre, ante una mesa con libros, frente a un anticuario que anuncia el cierre. Nunca he visto nada de interés, pero hoy me sorprende una primea edición de Villaespesa, esa pianola del modernismo que de vez en cuando daba una melodía sugerente. Pregunto el precio: dos libros, un euro. Y eso me lleva a fijarme en otro, de sugestivo título: Fantasmas cotidianos. Mujeres, lugares y sueños. La autora, Elena Ochoa, me interesa menos, pero lo abro al azar y me encuentro con estas líneas: “Me casé con un escritor, Luis Racionero, que además de ser un escritor al que admiro, tiene la cualidad de sorprenderse aún por todo”. En cualquier vida hay varias vidas, incluso en la mía, en la que a ratos parece no haber ninguna.
            Tomo luego un café en el Atrio, con los periódicos habituales y con los dos adquisiciones. Tierra de encanto y maravilla, de Villaespesa, tiene tan escaso interés como sugiere el título: está dedicado a México y recuerda las retóricas melopeas de Alfonso Camín, otro mendicante de la literatura.
Ser poeta, solo poeta (o ni siquiera eso: solo un facilón versificador), y pretender ganarse la vida con la literatura, qué destino más triste. Disfruto más con los Fantasmas cotidianos, de una Elena Ochoa que aún no era la superferolítica señora de Norman Foster. De vez en cuando alguna máxima muy sabida: “Rico no es el que tiene mucho, sino al que no le falta nada para sentirse bien”. Pues entonces yo soy rico, porque esta mañana avilesina –como todas mis mañanas de sábado– no me falta nada. Ni siquiera un rato de encendido debate, sobre arduas cuestiones metafísicas, con algún buen amigo durante la comida.


Domingo, 12 de mayo
DÍAS FELICES

¿De qué están hechos los días felices? Los míos, de mañanas soleadas de domingo, de puestos de libros viejos, de charlas con amigos, de tardes de cine, de versos apuntados en un cuaderno, de comienzos de historias que muy probablemente se desvanecerán en el aire antes de llegar a ninguna parte, de viajes proyectados, de libros por escribir y por leer, de nada extraordinario, a no ser el simple hecho de seguir vivo –tantos años después– y de seguir estando a gusto con la vida.
            (No siempre lo estoy, quede claro. Pero sin los otros días, ¿qué valor tendrían los días felices?)


Lunes, 13 de mayo
BUENAS INTENCIONES

Leo en la revista Ínsula un panorama de la poesía española en 2018. Durante muchos años, yo me dediqué a esos menesteres. Trabajo ingrato. Y bastante inútil.
No sé si al alguien le apetecerá leer ni uno solo de los libros memorables que cita Alberto García-Teresa, casi todos escritos por mujeres. A mí no, desde luego.
            Ana Pérez Cañamares, “además de plantear una crítica de la alienación laboral y de la anulación por el consumismo, ahonda en la dignificación de la memoria como denuncia del contexto franquista”.
            Rosana Acquaroni “levanta una denuncia de la subordinación de las mujeres en el franquismo, de su represión como sujetos deseantes y de la represión de sus anhelos”.
            Pilar Adón “evita lo evidente a favor de aproximaciones más sugerentes y abstracciones en su denuncia de la sumisión y de los roles de docilidad que socialmente se otorgan a las mujeres”.
            Alba González Sanz “pone en el centro los intereses, deseos y necesidades de mujeres que han sido ignoradas u objetualizadas a lo largo de sus vidas”.
            Olalla Castro “desarrolla un trabajo con la desilusión y la crítica a la exclusión en el cual se centra en el componente estructural del patriarcado”.
            Leticia Fernández-Fontecha “desde una fuerte conciencia feminista pone el cuerpo como centro de la práctica y del discurso crítico”.
            Sarah Martín “nos lleva a una acción de rechazo o de confrontación con el mundo, a un no sentir acomodo ni felicidad”.
            Muy buenas intenciones las de todas estas poetas, por supuesto. Pero de buenas intenciones está lleno el infierno de la inane literatura.


    Martes, 14 de mayo
SECRETOS DE ESTADO

Entre los panegíricos, bien merecidos, a Rubalcaba, se ha colado un asuntillo más que sospechoso. Resulta que una de las grandes deudas que España tiene con él es su intervención en la abdicación del anterior jefe del Estado.
¿Tan complicada era esa abdicación que se pone al mismo nivel que contribución al fin del terrorismo? ¿Se nos contarán algún día las arduas negociaciones para la abdicación como se desvelas las que tuvieron que ver con el terrorismo?
            Quizá entonces se nos aclare cómo fue posible que el anterior jefe del Estado consiguiera conservar un título –el de Rey– que la constitución, entonces y ahora (no se ha cambiado), atribuye solo a quien ejerce –no ha quien ha ejercido– la jefatura del Estado.


Jueves, 16 de mayo
MÁS RAZÓN QUE UN SANTO

La memoria engaña. Me reprocha Abelardo Linares, en la cena posterior a la presentación de Hablando claro, viejas historias del tiempo de Treinta años de poesía española, donde yo incluí a Jesús Munárriz, un poeta que a él no le parecía significativo, a pesar de que en las consultas previas –según él la antología era consultada-- quedaba fuera.
----Y no solo eso –le dice a Xuan Bello, que nos acompaña–, sino que luego contó en su diario que yo había vetado a Munárriz, cosa que no era cierto, porque si fuera así la antología no se habría publicado, y por si fuera poco los volvió a contar en el prólogo, que yo no puede ver, porque el diario se editó en Asturias bajo su control (yo, como editor, me limité a pagar la factura).
            ––No es enteramente cierto. En Asturias se imprimió algún libro de Renacimiento, creo recordar que Travesías, de Martín López-Vega, pero ninguno de mis diarios. Y Treinta años de poesía española no fue una antología consultada, aunque recuerdo bien tu rechazo a que participara Jesús Munárriz, y el empeño no menos tenaz del otro editor, Andrés Trapiello (el libro era una coedición con La Veleta) para que incluyera a Juan Manuel Bonet. Yo me negué, en ambos casos, a modificar mi criterio. Bonet tenía cierto encanto como poeta, sobre todo en su primer libro, pero después se había ido viendo que era de muy corto aliento, aunque un excelente erudito y un maestro en el arte de la enumeración y la acumulación de datos sugerentes. No cambié mi criterio, bueno soy yo. O bueno era, me he vuelto más flexible. Ahora os habría hecho caso a los dos. Pero no es cierto que yo dijera en el prólogo que tú te opusiste a que figurara Munárriz. ¡Qué absurdo! Lo único que digo en el prólogo, lo recuerdo bien, es que dos poetas que seleccioné no quisieron estar por diversos motivos. Uno eras tú, en un gesto elegante, el otro Carnero, a quien había quizá maltratado en alguna reseña.
            –-No lo contaste en ese prólogo, sino en el prólogo a uno de tus diarios. Uno, no recuerdo el título, que tiene en la portada un balneario muy años veinte.
            ––Dicho y hecho. ¿Cómo iba a contar yo ahí nada si se publicó antes que la antología?
            ––Pues yo lo recuerdo muy bien. Ya se sabe que los que ofenden olvidan primero las ofensas que los ofendidos –habla en tono de broma: la ofensa, si fue tal, hace tiempo que la ha disculpado.
            ––Te equivocas. En cuanto llegue a casa, miro los libros y te mando un WhatsApp confirmando tu error.
            Pero llego a casa, busco Dicho y hecho (sigue gustándome mucho la cubierta) y y resulta que está impreso en Asturias y en el prólogo me encuentro con las siguientes líneas: “Hace unos días, en un restaurante italiano de la Séptima Avenida, un poeta me reprochaba ásperamente que hubiera desvelado sus insistentes intentos de que un poeta no figurara en una antología que yo preparo: ‘¿Cómo voy a atreverme luego a mirarle a la cara? Yo quiero seguir siendo luego amigo suyo’. Quería seguir siendo amigo suyo, pero continuaba haciendo todo lo posible para que yo excluyera a quien ya había invitado formalmente a formar parte de mi antología. Curiosa manera de entender la amistad”.
Si esto fuera un tebeo de los que yo leía en mi infancia ahora gritaría: “¡Tierra, trágame!”
            Abelardo tenía razón. Mientras preparaba la antología yo había revelado en mi diario –que por entonces se anticipaba en La Voz de Asturias– sus intentos para que no figurara Munárriz, y como insistiera cuando nos vimos en Nueva York –eran los tiempos fabulosos del millón de libros en un almacén del Bronx– yo me vengaba con una líneas añadidas en el último momento, y que no tuvo ocasión de ver, a un libro que él mismo editaba.
            Ciertamente, para aguantarme a mí hace falta –o hacía, ya no soy así– tener más paciencia que un santo.


Viernes, 17 de mayo
BELLO ES RATA

No dormí demasiado bien esta noche, preocupado por si no seré yo tan buena persona como creo ser. ¿No tendrá razón Miguel d’Ors que en sus Virutas de taller se refiere a mí como el Malvado? Otro antiguo conocido, José Luna Borge, me decía últimamente muy indignado que estaba a punto de darle la razón.
            Pero tampoco hay que pasarse. Lo que soy es solo poco diplomático. En la cena de ayer en La mar del Medio, atendidos por una maravillosa criatura que parecía salida de un relato de Xuan Bello, el tiempo que no dedicaba a discutir con Abelardo, lo dediqué a encontrar defectos a Incierta historia de la verdad, el último libro de Xuan, que me acababa de regalar.
Defectos a la edición, claro, porque el contenido es otra vuelta de tuerca a esa prosa miniada y melodiosa suya que nunca nos cansamos de escuchar. La edición, con hojas en blanco repartidas al azar (más de un comprador devolverá el ejemplar creyéndolo defectuoso), con cambios en la caja, con los capítulos empezando en la página par, es puro disparate.
            ––¡Y yo que me metía tanto con Pascual Ortiz y Bajamar! Al lado de la editorial Rata y de su maquetadora, Mireia Barreras, es un Aldo Manuzio.
            ––Martín, no sigas, que ya lo sé, que yo fue el primero en darme cuenta de ese desastre, pero no pude hacer nada para cambiarlo.
            Pero yo sigo erre que erre.
            –-¿Te has dado cuenta de que en la nota biográfica dicen que “Xuan Bello escribe en asturiano”, pero el libro está escrito en castellano y no figura ningún traductor? ¿Y has visto el eslogan que ponen para promocionarlo? “Bello es Rata”.
            ––Lo he visto, lo he visto, Martín, pero déjame disfrutar de este maravilloso pixín de La mar del Medio y no me des más la tabarra.
            La verdad es que para ser amigo mío, como para ser editor mío, hace falta tener más paciencia que el santo Job.





Revelación de secretos: A buen entendedor

$
0
0


Sábado, 18 de mayo
UN JOVEN DE VEINTE AÑOS

“No me creerá, adivino por su forma de mirarme que no me cree, pero en nuestra profesión no son precisamente las piernas las que se cansan más, sino el cerebro. No se juega con las piernas y con los pies: se juega con la cabeza, con la mente. Si uno es estúpido, créame, no puede ser un buen futbolista”.
            Una parte de los libros que tengo en casa están cuidadosamente ordenados, pero muchos otros se amontonan sin orden ni concierto. Hoy, al volver de Gijón, donde asistí a la presentación de una obra de mi amigo Hilario Barrero (para mí siempre asociado a los largos paseos por Nueva York), tiré sin querer una pila de libros y en el fondo apareció Los antipáticos,un volumen de entrevistas de Oriana Fallaci.
            Son de 1963 y no las recordaba. Entremezcla a Alfred Hitchcock con la duquesa de Alba, a Natalia Ginzburg con Porfirio Rubirosa, a Antonio Ordóñez con Salvatore Quasimodo. Una buena mezcla. Voy recordando aquellas conversaciones mientras paso las páginas  y de pronto me detengo en una que, cuando leí el libro, había pasado por alto. Se titula “El hijo del ferroviario” y está dedicada a un futbolista, Gianni Rivera, que me imagino que entonces sería famoso, pero del que yo nunca tuve noticia.
            “Gianni Rivera habla con los brazos cruzados sobre la mesa donde la familia come en las ocasiones importantes. En la habitación, decorada con elegancia obrera, solo había esa mesa, un aparador, seis sillas, un televisor, un sillón y un diván. En el sillón, extensible, duerme de noche su hermanito; en el diván de gomaespuma duerme él. Apoyada en la pared estaba su madre, con el delantal de la cocina y las manos cruzadas sobre el vientre, la mirada celosa y llena de orgullo”.
            La estampa parece sacada de una película del neorrealismo italiano. Continúa Oriana Falacci: “El padre de Gianni es ferroviario. En las crudas jornadas de invierno, cuando el frío hiela las manos y enganchar un vagón lastima los dedos hasta hacer saltar las lágrimas, no se consuela pensando que su hijo será algún día abogado o ingeniero, o al menos empleado de banca; se consuela pensando que su hijo ya es futbolista y gana un millón de liras al mes, que es un fuera de serie y que recibe cartas como un actor de cine”.
            ¿Qué habrá sido de este Gianni Rivera, tan serio, tan formal? Se lamenta de no ser capaz de leer: “De martes a domingo nuestro cuerpo y nuestro cerebro se consumen en la espera de ese concentrado de energía que estallará el domingo por la tarde durante hora y media. Y si se quiere rendir durante los noventa minutos, hay que olvidarse de cualquier otra cosa: lo dice hasta mi propio padre. Mi padre no quiere que estudie. Dice que no se pueden hacer dos cosas al mismo tiempo, y tiene razón. Incluso cuando leo la prensa, la mayor parte de las veces acabo leyendo solo los pies de las fotografías. Fue mi padre quien me empujó, me incitó y me animó. El oficio de mi padre es de esos que rinden inversamente a la dureza del trabajo. Yo querría que lo dejara, A fin de cuentas, para cuatro cuartos que gana. Pero él no quiere, aunque suele decirme: ‘Te he mantenido hasta ahora, también podrías mantenerme tú en lo sucesivo’. Pero no puede estar sin hacer nada y además no quiere perder la jubilación, solo le faltan cinco años para el retiro”.
            El libro de Oriana Falaci está lleno de fantoches: un fantoche Jaime de Mora y Aragón, pero también el poeta Quasimodo con su premio Nobel y Fellini que anda en la promoción de su Ocho y medio y Hitchcock con su dudoso humor y su misoginia.
            En esta galería de ilustres figurones, destaca el buen sentido y la inteligencia de un joven de veinte años que abandonó los estudios a los dieciséis y al que le duele no poder dedicarse a la lectura: “Yo querría saberlo todo, querría estar en condiciones de sostener una conversación sobre cualquier cosa, no únicamente sobre fútbol. Tanto más cuando que en nuestro oficio se corre mucho mundo y se está siempre en contacto con gente culta y experimentada; y cuando no se saben las cosas uno está sobre ascuas. En fin, cuanto más viaja uno más advierte lo ignorante que es”.
            ¡Admirable Gianni Rivera! ¿Qué habrá sido de él? No se cansa uno de escucharle, y solo tiene veinte años: “Yo, cuando juego, no juego por vanagloria ni por ver mi nombre en los diarios, o por cualquier otra cosa. Juego porque es mi oficio y por la satisfacción que nace en mi corazón: una especie de conciencia de haber cumplido con mi deber. Cuando leo que no he estado bien, casi tengo vergüenza de salir a la calle y me parece que todos me señalan con el dedo. Cuando leo que he jugado mal, me parece haber traicionado a alguien: he traicionado al oficio por cuyo desempeño me pagan”.
            ¿Qué habrá sido de este Gianni Rivera del que yo no había oído hablar hasta esta tarde? No tardo en caer en la cuenta de que la respuesta la tengo en el bolsillo. Saco el teléfono y la Wikipedia me informa de que le llamaban “el bambino de oro”, que después de dejar de jugar fue directivo del Milán y que cuando el Milán fue comprado por Berlusconi se dedicó a la política, llegando a ser vicesecretario de defensa en el gobierno de Romano Prodi. Y, lo más importante, que vive todavía, que tiene 75 años. Me gustaría estrecharle la mano y mostrarle mi admiración.
            Algo he aprendido esta tarde: que se puede ser futbolista y ser un gran hombre y ser premio Nobel y comportarse como un presumido pelele o un paladín de las peores causas..


Domingo, 19 de mayo
COSAS DE LA EDAD

Que la inteligencia no tiene nada que ver con el tipo de ocupación a que uno se dedica me lo confirma cada semana Javier Marías.
            Hoy lanza una enésima diatriba contra el turismo, con la brocha gorda y sin matices que utiliza habitualmente. Me sigue divirtiendo su tosquedad sermoneadora, pero ya no le pongo como ejemplo en mis clases de “Literatura y periodismo” –hay que ser piadoso con el deterioro que los años producen: pronto me tocará a mí– de que se puede ser un reconocido novelista y no dar pie con bola a la hora de opinar sobre una actualidad que hace tiempo que ha dejado de ser la suya: “En su momento, comenté las penosas imágenes de huestes ciegas ante La Gioconda, haciéndole fotos y sin dignarse mirar el cuadro. Otro tanto sucede con Las Meninas y con cualquier otra pintura medio célebre”.
            ¿Otro tanto sucede con Las Meninas? ¿Pero cuándo tiempo hace que este ilustre autor no visita el museo del Prado? ¿No sabe que hace años que está prohibido hacer en él fotografías?


Lunes, 20 de mayo
CITA CON EL DENTISTA

Respiro aliviado. Desde que conocí la noticia de que tal día como hoy se iba a presentar la antología comentada de mi poesía que Hilario Barrero ha tenido la generosidad de preparar allá en Brooklyn, viví con la angustia de quien tiene una cita con el dentista, uno de mis terrores favoritos.
            Temía que en la presentación no hubiera nadie, temía que el cuaderno que se me dedica fuera un disparate. Pero el acto resultó muy bien. Divagaron cariñosamente unos cuantos amigos de muchos años y, como epílogo, Rosa Navarro Durán, que casualmente estaba en Oviedo, subió a la mesa y habló de mí con esa generosidad suya que ni siquiera cierto asuntillo –me sermonea un domingo sí y otro también por defender, muy quijotesca y evangélicamente, a quienes sufren persecución por causa de la justicia– ha sido capaz de empañar.
            El mejor de todos los que intervinieron en este informal homenaje fue, como siempre, Javier Almuzara. Me dio ocasión para citar a Eugenio d’Ors: “Mal maestro el que no consigue que alguno de sus discípulos le supere”. Gracias a Almuzara, dije yo, puedo estar seguro de que no soy un mal maestro.
            Pero que los jóvenes que pasan por la tertulia o por mis clases me superen, aunque me alegra por un lado, por el otro no me hace demasiada gracia. Sobre todo si lo hacen demasiad pronto. Que no tengan prisa.
            No debería decirlo, pero confieso que yo me entreno cada día para que superarme no les resulte ni cómodo ni fácil.


Martes, 21 de mayo
SOY UN DESAGRADECIDO

Leo, por fin, Ni lo uno ni lo otro, la antología que presentamos ayer y que solo había tenido tiempo de hojear. ¡Qué disparatado epílogo! No se le ocurrió otra cosa al bueno de Hilario Barrero (pero esto jamás se lo diré a él) que reproducir los correos intercambiados privadamente con los colaboradores en la antología. A uno de ellos, no diré a cuál, le pongo en mi lista negra.
            Llego a la conclusión de que un homenaje que quiera de verdad serlo ha de contar con la participación y el visto bueno del homenajeado. ¡Cómo habrían ganado estas páginas con mi asesoramiento! Y es que, de lo que le gusta a uno, nadie sabe como uno mismo.
            En cualquier caso, ya tengo un homenaje, ya puedo presumir un poco menos. Solo falta que me den un premio para que mi orgullosa presunción de estar al margen de pompas y vanidades carezca,  por completo de sentido.


Miércoles, 22 de mayo
SIEMPRE INTERRUMPIENDO

No lo puedo evitar, soy un mal oyente. El sábado, mientras Francisco Álvarez Velasco ponderaba Prospect Park, yo garabateé en mi cuaderno dos docenas de haikus (“Sueño contigo / y cuando me despierto / sigo contigo”); hoy, mientras se presenta la revista Anáfora, para no interrumpir y llevarles la contraria a los jóvenes filólogos, apunto algunos aforismos, viejos y nuevos: “Basta hacer algo para que alguien se moleste”, “Tener éxito me resulta indiferente, pero me fastidia bastante no tenerlo”, “Era muy descortés: llegaba puntual, no sabía mentir, no aceptaba favores”.
            Soy como un niño inquieto al que hay que darle siempre algún juguete para que se entretenga y no interrumpa a los mayores.


Jueves, 23 de mayo
MI PECADO CAPITAL

De los siete pecados capitales –lujuria, ira, soberbia, envidia, avaricia, pereza y gula–, yo solo incurro habitualmente en uno y medio. El medio es la envidia, pero la practico poco porque solo la tengo de quien tiene más talento que yo. El otro no diré cuál es, pero los teólogos afirman que es el peor de todos.


Viernes, 24 de mayo
Y NO DIGO MÁS

––Y tú, ¿qué harías? ¿Escaparías de la justicia española como Rafael Alberti o confiarías en ella como Miguel Hernández?
            ––Yo voy a votar a Rafael Alberti. Con eso está dicho todo.




Revelación de secretos: La España mejor

$
0
0


Lunes, 27 de mayo
INCIDENTE ELECTORAL

––Estoy avergonzado –le digo a Rosa Navarro Durán cuando nos encontramos a las puertas de hotel Fruela–. Creo que esta tarde he sido incluso un poco más insoportable de lo que acostumbro.
            ––Pues ya es difícil –me responde ella, sonriendo–. ¿Qué ha pasado?
            ––Nada, que el domingo voté a “Lliures per Europa”, porque era mi única manera de protestar contra quienes obligan a su candidato principal a estar en Bruselas avergonzando al reino de España. Por supuesto, me cuidé de hacer público mi voto, pero cautamente, por si acaso, y acordándome de los tiempos de Franco, cuando había que burlar la censura, contrapuse a los que huían de la justicia española (Rafael Alberti) con los que se quedaron aquí confiando en ella (Miguel Hernández) y dije que votaba por Alberti. Esta mañana se me ocurrió pasar por el centro de votación, donde han de exponerse los resultados, para ver si entre mis vecinos a alguien más se le había ocurrido votar por el “huido” o era yo el único. No están expuestas esas actas en puerta de entrada. Pregunto a la encargada del centro social de Teatinos, que es donde yo voto. No sabe nada. Por fin las encuentro semiescondidas en un panel interior. Las fotografío con el móvil para poder leerlas. Amplío el acta de las elecciones al parlamento europeo y veo que, entre Ciudadanos, 35 votos, y Vox, 23 votos, figura “Lliures per Europa” con cero votos. Pongo el grito en el cielo, como se decía en los tebeos y en los folletines. Pero vuelvo a mirar las actas y veo que corresponden a la sección 9, mesa B. Y yo voté en la sección 7, mesa A. Respiro aliviado. Busco las otras actas. No aparecen. Vuelvo por la tarde a ver si es que se trata de un olvido. Siguen sin aparecer. “Aquí no sabemos nada”, me dice la encargada del centro. “Solo hemos cedido el local”. Llamo a la Junta Electoral de Zona de Oviedo. Respuesta: “Mande usted una queja por escrito al Ayuntamiento”. “¿Al Ayuntamiento? ¿Y a quién?”, “Ah, no sé, quizá a la sección de informática”, “¿Pero no es obligatorio exponer una copia de las actas en los centros de votación?”. “Sí, es obligatorio”. “Pues en donde yo voté solo se exponen las de una mesa”, “Pues informe usted por escrito al Ayuntamiento”, “Pero quien se encarga de velar que se cumplan las normas electorales ¿no es la Junta Electoral? ¿No les estoy informando de una incidencia? ¿No deberían ustedes solucionarla?”, “Nosotros solo atendemos a reclamaciones por escrito, mándenos si quiere el escrito para el Ayuntamiento y nosotros se lo remitiremos a ellos”.  Y nada más terminar de hablar con la Junta Electoral de Zona de Oviedo me voy a la tertulia del Vetusta. Por allí aparecen, además de Marcos Tramón, Xuan Bello, Martín Caicoya e Inés Illán. Ya te imaginarás en qué estado de ánimo llego yo. Ya sé que una golondrina no hace verano, pero basta para poner la mosca tras de la oreja, sobre todo si llueve sobre mojado, si otra Junta Electoral (teóricamente destinada a velar por la pureza de las elecciones) prohibió presentarse al candidato que yo voté. En fin, que discutí con la rudeza e impetuosidad de costumbre y me temo que estuve más faltoso de lo habitual. “La ley es la ley –me dice Martín Caicoya– y tenemos que acatarla nos guste o no. Hay candidatos que están en prisión preventiva o que lo estarían si pusieran un pie en España y por lo tanto no pueden ejercer sus derechos como diputados”. “¿Y por qué están en prisión preventiva? Porque un juez ha decidido que lo estén. Es la decisión personal de un juez –no ningún imperativo legal– quien priva de representación política a millones de españoles”, “El juez se atiene a la ley: decreta prisión porque hay riesgo de fuga, riesgo evidente y que nadie puede negar: ahí está el caso de Puigdemont”. Y entonces yo no puedo contenerme y grito, como buen español: “¿Pero qué interpretación de la ley es esa que hace que uno pague por los actos de otro? ¿Me estás diciendo que el Tribunal Supremo actúa como los aldeanos de antes que, si un mozo de una aldea vecina se metía con una de sus mozas, luego daban una paliza al primer mozo de esa aldea que encontraban? Si un catalán comete un delito, ¿eso nos autoriza a linchar al primer catalán que encontremos?”, “Bueno, bueno, pues alguna otra razón tendrá el juez para mantener esa prisión preventiva, que a mí no me parece adecuada, pero yo no soy juez”, “Pues si tiene algún temor a la fuga de los encausados podría resolverla fácilmente sin necesidad de causar un daño irreparable a unos ciudadanos que aún no han sido condenados y otro daño, también difícil de reparar, a la imagen de España. Bastaría con que cogiera el teléfono y llamara a Grande-Marlaska: ‘Ministro, ¿está usted en condiciones de garantizarme que los procesados en la causa tal y tal no abandonarán nuestro país?’, “Por supuesto, Magistrado, se les retira el pasaporte y se les pone custodia policial; las veinticuatro hora del día si es necesario’. Y dicho y hecho, Oriol Junqueras y los otros encausados pueden cumplir sus tareas parlamentarias en tanto no exista una condena en firme. Como en cualquier país civilizado, como en cualquier país donde la Junta Electoral correspondiente subsane de inmediato una incidencia electoral, por poco importante que sea, en cuanto tenga noticia. No como en Oviedo”.
            Afortunadamente, aunque pensaba contarle todas estas cosas a mi amiga Rosa (que mañana habla a los alumnos del instituto de Villaviciosa sobre el Lazarillo), me contuve a tiempo. Ella no piensa como yo y se irrita mucho cuando me oye hablar así.
            ––¿Qué ha pasado?
            ––Nada, lo habitual, que siempre creo tener razón y no soporto que me lleven la contraria.
            Y ella me habla entonces de su nuevo libro, María de Zayas y otros heterónimos de Castillo Solórzano, que ya en el título reescribe un capítulo de la historia literaria española. Estoy deseando leerlo y ver cómo justifica condenar a la inexistencia a una de las pocas escritoras del Siglo de Oro. Menos mal que, para atenuar los desmanes de la actualidad, aún nos queda el consuelo de la literatura.


Martes, 28 de mayo
TODAVÍA SANGRA

Una de mis primeras lecturas serias, cuando tenía catorce o quince años y comencé a ir con regularidad a la biblioteca Bances Candamo, fueron, junto a las novelas de Galdós,  las obras completas de Freud editadas por Biblioteca Nueva en los años veinte.
            Desde entonces soy freudiano y con cierta regularidad me someto a una sesión de psicoanálisis. A mi manera, claro. Quiero decir que nunca he recurrido a ningún profesional. Simplemente, cuando noto en mí comportamientos que no tienen explicación racional, me tiendo en el diván, cierro los ojos y bajo al sótano para tratar de averiguar la causa.
            Hoy, tras asistir a la presentación del último libro de Xuan Bello, y actuar en el coloquio final como abogado del diablo, tratando de ponerle en un apuro con preguntas maliciosas, se me ocurrió que convendría averiguar por qué suelo ser tan áspero con los que me quieren bien, por qué trato de mantener a prudente distancia a los amigos, y no solo, también a quien podría convertirse en algo más, mi terror favorito.
            ––No es eso lo que te preocupa de verdad –me dice mi psicoanalista–, ya se han y ya te has acostumbrado. Tus amigos saben que pueden contar contigo, por mucho que te guste, como decíamos de niños, “hacerles rabiar”. Por eso siguen siendo amigos tuyos. Te preocupa otra cosa. Te preocupa España.
            ––No me hagas reír. ¿No querrás decir que me duele España, como a don Miguel de Unamuno?
            ––Te humilla que, en el enfrentamiento entre España y Cataluña, a España le haya tocado el papel más indefendible, el de apalear y encarcelar.
            ––Se aplica la ley.
            ––Se aplica una interpretación de la ley, la más lesiva para los derechos humanos, la que permite mantener en la cárcel a gente que no ha sido condenada por delito alguno. Eso es lo que te indigna, lo que no te deja dormir. ¿Y sabes por qué?
            ––Lo sé de sobra, pero no quiero hablar de ello.
            ––Tú sabes lo que es estar en la cárcel, a ti no te cuesta ponerte en el lugar de esos políticos presos sin razón. Lo tuyo ocurrió durante la dictadura, lo suyo en una democracia que tú has defendido y que ahora te avergüenza.
            ––No me avergüenza, simplemente no entiendo el comportamiento de las más altas instancias judiciales, dedicadas desde el principio a echar leña al fuego.
            ––No has olvidado del todo, ¿cómo olvidarlo?, aquel despacho de la Dirección General de Seguridad, donde un juez militar, después de una semana de aislamiento e interrogatorios por personal especializado en malos tratos, te dijo que él creía tus palabras, que creía que no tenías nada que ver con el terrible atentado, pero que en la confesión de otro detenido se te acusaba y él no tenía más remedio que mandarte a prisión hasta que todo se aclarara. Fue muy amable, te cayó bien, era la primera persona humana –o eso parecía– con la que te habías encontrado tras la detención. Después de firmar el papel por el que te mandaba a prisión, le llamaron y tuvo que salir del despacho. Creíste quedarte solo y te pusiste a llorar, hasta entonces habías tratado de mantener la compostura. Entonces oíste una voz: “No te preocupes, lo que te ha dicho es mentira, yo estuve aquí cuando interrogaron a tu amiga y ella no podía creer que te hubieran detenido, dijo que tú no tenías nada que ver con nada, que solo te interesaba la literatura”. Era el soldado que escribía a máquina mis declaraciones. Tú, sin gafas, ni siquiera te habías fijado en él. Tu amiga Mariluz no te había acusado falsamente. Eso te dio ánimos para resistir los malos tiempos que vendrían después. El juez militar –si rebuscas en viejos papeles podrías encontrar su nombre– que te mandó a la cárcel sabiendo que no había ningún motivo para ello defendía también la unidad de España. Pero eso no justificaba comportarse como un mal nacido.
            ––¿Y a qué viene ahora recordar esas cosas? Ocurrieron hace muchos años. Ya son un vago recuerdo, ya no me afectan. Ahora estamos en una democracia, ahora ningún juez, y menos un juez del Tribunal Supremo, mantendría en la cárcel a quien no debiera estar en la cárcel, aunque fuera por defender algo tan sagrado como la unidad de España.
            ––¿Estás seguro? No me respondas, no quiero ponerte en un compromiso. Pero me has llamado y no puedo por menos de darte mi opinión. Tus insomnios, tus malhumores sin causa, la violencia verbal con que intervienes en ciertas conversaciones, desaparecerían si España –la España mejor: la de Cervantes, Francisco de Vitoria, Victoria Kent–, no solo Cataluña, se llenara de lazos amarillos pidiendo la libertad de los políticos en prisión preventiva. Y que los llevaran tanto los independentistas como los partidarios de la unidad de España, porque ese es un problema político, y como tal debatible, pero privar de libertad a un ser humano, cuando no es por estricto imperativo de la ley, es un crimen de lesa humanidad e irreparable. Quien lo probó lo sabe.
            ––Pero eso es lo que ocurre en este caso, se aplica estrictamente la ley –a mí me gusta llevar la contraria incluso cuando hablo conmigo mismo.
            ––Están en prisión preventiva, al parecer, por riesgo de fuga. Vamos a suponer que existe ese riesgo (lo cual es mucho suponer), pero la prisión es una medida extrema que solo se debe imponer si no hay otro modo de evitar ese riesgo. Y lo hay.
            ––Yo no me atrevería a decir esas cosas. Me alegra que tú las digas.
            ––Soy un psicoanalista, y además imaginario, no soy nadie para opinar sobre la formación de los magistrados. Pero sugeriría la elaboración de un Manual de Buenas Prácticas, uno de cuyos primeros puntos diría: “La prisión preventiva es una medida extrema y puede producir consecuencias irreparables. No envíes preventivamente a ningún encausado a prisión –aunque sea un español que ha cometido el peor de los delitos: no querer ser español– si lo que pretendes conseguir se pueda conseguir por medios menos lesivos”.   


Revelación de secretos: Y no digo más

$
0
0

Sábado, 1 de junio
YO, PECADOR

Me avergüenza confesarlo. Es una mala costumbre impropia de la edad que ya tengo, bien lo sé. Pero no puedo evitarlo: de vez en cuando, aunque trate de disimular para no perder el poco respeto que aún conservo, soy feliz.
             ¿Cómo podría soportar la vida sin estos momentos de inconsciencia, de olvido del dolor ajeno y la injusticia del mundo, de dejarme acariciar por la brisa y por tus manos, de cerrar los ojos y no pensar en nada, de sentir los latidos del corazón y sentirlo acompasado con el universo?


Domingo, 2 de junio
EL FASCISMO EN COLORES

En Roma, en Berlín, en Madrid, en Helsinki, qué bien lo pasaba Agustín de Foxá, Conde de Foxá, falangista y diplomático. Fueron los mejores días de su vida. Releo su diario y las cartas a la familia de 1939, 1940, 1941, años que siempre se nos pintan en blanco y negro, pero que para él relucían con todos los colores..
            “Voy con José Antonio a Ranieri. Viejos espejos y cuadros del XIX. Las dos Embajadas, con los agregados aeronáuticos, naval y militar. Navarro canta jotas y yo recito. A Apolo, cerrado. En Vía Veneto, cogemos dos muchachas. Las llevamos al piso. Luna y auto. Con moneda del Papa he comprado un periódico. Me acuesto”.
            “Con Pedro Laín y su mujer a cenar en Alfredo. Hablan de Alemania. Se dice en ese país que cada vez es más pequeño el extranjero”.
            “No encuentro mi camisa de Falange. Llego algo tarde a la Embajada. Rutilante (banda roja en oros bordados), el embajador. Las señoras, con mantilla”.
            “En Tiergarten, melancólicas praderas con ardillas de cuentos ybosques. Un soldado tierno es retratado por su padre con un pajarito comiéndole en la misma mano que arroja las bombas y sostiene los lanzallamas”.
            “En un banco verde, Nicht für Juden: prohibido para judíos”.
            “Voy por la mañana a la embajada. Van llegando los invitados. Ridruejo, de verde, de soldado alemán. Muñoz Grandes, con una franja roja en el pantalón y el águila de plata del Reich sobre el uniforme gris verdoso. Durante la comida, dice imprudentemente Ridruejo: ‘Mi general, usted pasará a la historia según lo que digamos nosotros, los poetas’. No le hace ninguna gracia”.
            “Con Rafael Morales voy a un cine y veo la hipócrita entrevista del ordinario Churchill con Roosevelt. Este, imposibilitado (símbolo de la democracia) se tiene que apoyar en un oficial. Ternezas (simplezas) de Churchill acariciando un gato. Luego cantan salmos presbiterianos, bajo los cañones que trabajan para los sin Dios”.
            ¡Los buenos días perdidos! El 15 de enero de 1941, Agustín de Foxá escribe a sus padres: “Ahora me dedico a ver anticuarios. Se puede comprar muy barato, porque los comerciantes de Campo de’Fiori y Via del Babuino pertenecen al pueblo de Jehová y van a ser expulsados en breve”, Y unos meses después, desde Estocolmo: “Voy con unos amigos españoles a comer al barrio viejo, pintoresco, marinero, con tiendas de efectos marítimos, timones, cordeles, fanales, brújulas. Nos dan una mantequilla fabulosa, cangrejos, salmón ahumado, jamón, mortadela, queso, rábanos, arenques, sardinas, carne, coles, etc (como entremés). Luego los ‘skol’ de los brindis, con un abrasador licor de marineros. Después, carne en una hoja de col, café, etc. Total, siete coronas, o sea, catorce pesetas. Es maravilloso”.
            Se nos hace la boca agua oyéndole enumerar el menú de la comida que ofrece en honor del representante de Hítler en Finlandia: “Les di consomé, salmón del lago Ladoga, rostbeef con patatas, helado y tarta; además, vinos españoles y del Rhin, Murrieta y champagne francés, café, benedictino, whisky escocés, puros habanos y pitillos americanos”.


Lunes, 3 de junio
LA VIDA DE LA FAMA

“La muerte no es un acontecimiento de la vida”, afirma Wittgenstein en su Tractatus Logicus-Philosoficus.
            ¡Qué tontería!, pienso yo, que cuando hablo conmigo mismo no guardo demasiado respeto a ninguna eminencia.
            La muerte entra pronto en la vida de cualquier persona y nos ocupa durante toda la vida.
            “No se vive la muerte”, continúa el bueno de Wittgenstein.
            ¡Que bobada! Se vive y se teme la muerte de los que queremos (y también la trágica de los desconocidos: nos amarga el café del desayuno cada mañana al hojear el periódico).
            La que no se vive es la muerte propia. Quizá Wittgenstein se refería solo a ella. En ese caso, debería decirlo.
            Pero ¿de verdad no se vive la muerte propia? Se vive anticipadamente, como tantas otras cosas. Por eso la gente común hace testamento y la gente importante se preocupa de su legado, de la imagen que ha de dejar.
            Seguiremos vivos después de muertos –unos más tiempo, otros menos– y por eso la propia muerte es también un acontecimiento de nuestra vida, puede y debe ser prevista.
            Yo cuido mucho mi imagen para esa segunda vida de la que hablaba Manrique, la vida de la fama, que continúa después de esta “terrenal, perecedera”. Y por eso jamás le daría la mano al Rey Presunto ni al Príncipe Asesino (salvo por imperativo legal, claro está, que a la fuerza ahorcan).
            Mientras pienso en estas cosas, se me ocurre el argumento de una entretenida novela: en un país imaginario, un simpático pícaro, encaramado en la jefatura del Estado por un dictador algo menos campechano, hace de las suyas mientras quienes debían velar por la legalidad miran para otro lado.
            Y siguen mirando. Y no digo más, que hay golpes de Estado sin piedra ni palo, como afirma nuestro fiscal general (o generalísimo).


Martes, 4 de junio
AHÍ QUEDA ESO

Mientras espero para pagar el café de la mañana en Las Salesas, me entretengo un rato mirando el televisor. El fiscal del más vergonzoso espectáculo del mundo está leyendo su alegato final. No le presto mucha atención, no creo que difiera del escrito de acusación. Creo escuchar frases como “ese es el peor de todos”, referida a Oriol Junqueras, “fue un auténtico golpe de estado”, “no se trata de presos políticos” (excusatio non petita…) y otras lindezas del mismo rigor jurídico, y pienso: “¿Pero quién le redacta los informes a este hombre? ¿Inés Arrimada? Andrés Trapiello seguro que no porque tendrían mejor prosa”
            Llego luego a casa, pongo la noticias de Radio Nacional (las llevo escuchando, puntualmente a las dos, desde antes de que muriera Franco), y me entero de que la sección no sé cuántos del Tribunal Supremo ha decidido suspender provisionalmente el traslado de los restos del dictador, atendiendo a un recurso de sus familiares; en un párrafo de la resolución, afirman que Franco fue Jefe del Estado desde octubre del 36.
            Pero en 1936, tras el golpe de Estado que se convirtió en guerra civil, solo reconocían a Franco como jefe de Estado la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini. Ahora me entero de que también cuenta con el reconocimiento del Tribunal Supremo español de 2019. Ahí queda eso.


Miércoles, 5 de junio
UNA ESTATUA

Han pasado los años. ¿Pocos o muchos? No sabría decirlo. Dos estudiantes, que estudian poco pero se pasan el día escribiendo versos y hablando de literatura, entran en una librería de viejo y, entre un montón de libros, todos a dos euros, encuentran uno cuyo título les llama la atención: Revelación de secretos, de José Luis García Martín. Lo hojean. “Parece un diario”, dice uno de ellos. “Por aquel tiempo, a comienzos del siglo pasado, estaban muy de moda”, “¿Quién sería este José Luis García Martín?”, “Ni idea”.
            Leen la entrada correspondiente al 4 de junio de 2019. “¿Ese Oriol Junqueras no es el mismo que tiene una estatua en la plaza de Cataluña, al comienzo de las Ramblas?”, “No sé, yo de política entiendo poco”, “Yo menos, pero quedaba citado allí con mi novia cuando vivía en Barcelona”.


Jueves, 6 de junio
LOS LIBROS LIBRES

Mi amigo el poeta Álvaro Valverde habla de su biblioteca en la revista El Ciervo. Afirma que, en el último expurgo, desaparecieron de ella casi todos los libros de narrativa y alguien, en su blog, le pregunta que a dónde fueron a parar. “A cajas que guardo en la cochera”, responde.
            A mí esa me parece la peor de las opciones, un secuestro. Los libros que tienen que salir de mi casa, y lo hacen en tandas semanales, para que entren otros van a una librería de viejo. Como se los dejo gratis al librero, Xurde Blanco, puede venderlos muy baratos.
            A los libros, como a los pájaros volar de rama en rama, les gusta ir de mano en mano.
            Ese poeta que a mí no me interesa nada, pero que nada, yo no me atrevería a encerrarlo en una caja y llevarlo al trastero (aunque se lo mereciera). Es posible que fascine a otros (la reina Letizia acaba de decir que uno de sus poetas favoritos es Raúl Zurita).
            Y esa novela que me ha divertido durante unas horas, y que no pienso releer, ¿dónde está mejor que posada en un escaparate o en una estantería esperando a algún otro lector?
            Claro que hay algo peor que meter los libros que no interesan en cajas y amontonarlos en un garaje: sentirse generoso y tratar de donarlos a una biblioteca.
            Qué razón tenía Eugenio d’Ors cuando, en el reglamento de las bibliotecas públicas de Cataluña, escribió aquello de “donativos, solo en metálico”.
            Y luego están esos descendientes de escritores, o simplemente de buenos lectores, que venden los libros heredados pero arrancando la página con la dedicatoria para que se ignore la procedencia de los volúmenes. ¡Habría que imponer una multa a esos bárbaros que venden previa mutilación para que no se descubra que gente de su categoría tiene que andar en tan vulgares trapicheos!


Viernes, 7 de junio
ME SOBRA TIEMPO

Ya ha dejado de preocuparme mi jubilación, que tendrá lugar en el cercano 2020. “Fue bonito mientras duró”, diré al despedirme. Y a otra cosa, mariposa.
            Pero no faltan los buenos amigos que no saben que ya he superado el duelo (soy así de rápido) y se esfuerzan por consolarme. “Tendrás más tiempo para todo”, me dice Ricardo Labra. “¿Y para qué quiero yo más tiempo? Yo no necesito más tiempo, necesito más talento”.
            No soy el único al que le ocurre eso (sobra de tiempo, falta de talento), pero me parece que soy el único que se atreve a decirlo.



Revelación de secretos: El intruso honorífico

$
0
0


Sábado, 8 de junio
QUE ME VENDAN OTROS

Como a todas las personas a las que les gusta leer, no me interesan nada la mayoría de los libros.
            Como a todos los buenos lectores, me aburren las ferias del libro.
            Como a todos los escritores, me halaga que un lector desconocido me pida que le dedique un libro, pero si en lugar de un lector son doscientos o trescientos puestos en fila delante de una caseta ya no lo consideraría un halago sino una pesadilla.
            Soy el lector más caprichoso del mundo y el escritor menos profesional.
            Nunca leo lo que hay que leer, sino lo que me apetece en cada momento; nunca he escrito, no ya un libro, sino ni siquiera una línea, para ganar dinero.
            Soy un privilegiado, lo sé. No todos los escritores pueden disfrutar de un generoso mecenas que les financia cualquier capricho (yo mismo), ni de beneméritos editores (Renacimiento, Impronta) que les publiquen sus ocurrencias sabiendo que el autor no va a mover ni un dedo para promocionarlas.


Domingo, 9 de junio
EN EL LABERINTO

En el laberinto de la soledad, los libros unas veces son puerta de salida y otras muro que cierra cualquier salida (Octavio Paz).
            Al minotauro que nos aguarda en el centro del laberinto del universo le llamamos Dios (Jorge Luis Borges).
            Para tenerlo todo, comienza por renunciar a todo (San Juan de la Cruz).
            España es un país siempre a medio deshacer (José Ortega y Gasset).
            El ateo es el que no cree que cree en Dios (Julien Green).
            La Historia Universal carece de escrúpulos (Hegel).
            El mejor regalo para quien se queda sin palabras es un diccionario (Ramón Gómez de la Serna).
            No sé si el mundo es comprensible, pero es comprimible: cabe en cualquier cabeza por pequeña que sea. (Schopenhauer).
            Escribir cartas es hablar sin miedo a ser interrumpido (Madame de Staël).
            Al diario le cuento lo que jamás me atrevería a contarme a mí mismo (Amiel). 
            Los vivos son muertos que no están todavía completamente muertos (Miguel de Unamuno).
            Nadie traiciona aquello en lo que no cree (Leopardi).
            El tiempo me envuelve como el humo de mis cigarrillos (María Zambrano).
            Tres incendios equivalen a un matrimonio (Jardiel Poncela).
            La realidad solo acepta ser desmentida por la realidad (Bertrand Russell).
            Le es más fácil a Dios perdonar al hombre que al hombre perdonar a Dios (Blas de Otero).
            Un hombre maleducado no miente nunca (Agustín de Foxá).
            La memoria inventa lo que no recuerda (Sigmund Freud).
            El universo seguirá existiendo cuando se enfríe el sol y desaparezca el último ser humano, pero ya no habrá universo (Carl Sagan).
            “La muerte no tiene vuelta atrás”, le dijo Dios padre al Hijo pródigo cuando pretendió regresar a casa (Evangelio apócrifo de San Judas).
            El comienzo del mundo tal como lo imaginan los científicos es más inverosímil que como lo imaginan los teólogos y quizá por eso es más verdadero (Teilhard de Chardin).
            Me arrepiento de haberme arrepentido más de la cuenta (Nietzsche).
            Una mujer elegante lo sigue siendo cuando está desnuda (Coco Chanel).
            Una verdadera fiesta no empieza hasta que no se marcha el último invitado (Oscar Wilde).
            El mar no sabe que es el mar, pero se lo imagina (Joseph Conrad).
            La comedia de la vida no tiene final feliz (Noel Coward).
            En filosofía, toda afirmación que no es falsa es una obviedad (Wittgenstein)
            El suicida voluptuoso demora el placer de quitarse la vida todo lo que puede (Cioran).
            Quien no probó el amor no sabe lo que es el amor; quien lo probó, tampoco (Florbela Espanca).
            La mayor parte de los santos, como la mayor parte de los poetas, eran unos impresentables (Elías Canetti).
            La libertad casi siempre resulta poco confortable (Jean-Paul Sartre).
            El precio de una cosa lo sabemos cuando la compramos; el valor, cuando la perdemos (Jaime Balmes).
            En la eternidad no hay tiempo para nada (Emerson).
            Al tiempo le gusta darle una última mano a todas las obras de arte (Marguerite Yourcenar).
            Si no hubiera habido guerras, seguiríamos viviendo en la prehistoria (Carl Schmitt).
            Dios, cuando se aburre de la conversación con los santos, se da una vuelta por el infierno (Céline).
            El poder, si es democrático, no es verdadero poder (Benedetto Croce).
            El soneto es la cárcel de la poesía (Marinetti).
            La poesía es esa cabaña que a todos nos gustaría tener en un lugar tranquilo de la costa (Benjamín Jarnés).
            La bondad solo es tolerable en pequeñas dosis (Marcel Proust).
            El ser envidia al no ser (Spinoza).
            Pocas cosas valen tanto como las cosas que no cuestan nada (Keynes).
            No hay misterio al que no le empeore la solución (Chesterton).
            A la poesía épica le sobra sangre y a la poesía lírica lágrimas (Walt Whitman).
            Matarse por amor es siempre preferible a matar por amor, pero lo mejor de todo es vivir para contarlo (Goethe).
            La novela de la vida se estropea cuando la cuenta un novelista (Carlyle).
            Lo que es natural en el escenario se convierte en sobreactuación fuera de él (Pirandello).
            La mayor parte de las obras completas deberían llevar el subtítulo de “Letra muerta” (Karl Kraus).


Lunes, 10 de junio
QUÉ BIEN ME CONOCES

––Soy un delincuente, le digo a mi psicoanalista, que es la única persona a la que le puedo decir estas cosas.
            ––Pues vamos a ver cuál es tu delito.
            ––Soy como Mark Hofmann, un manipulador nato, un falsificador compulsivo.
            ––No le conozco.
            ––Su historia la cuenta Simon Worrall en un libro que estoy leyendo ahora, La poeta y el asesino. Hofmann es todo lo que a mí me habría gustado ser (salvo asesino, claro, que en eso no tengo el menor interés). Figúrate que falsificó un manuscrito de Emily Dickinson que se subastó en Sotheby’s en 1997 y se vendió por miles de dólares. Y no solo eso, también falsificó textos sagrados de la iglesia de los Mormones. ¿Te imaginas? ¡Escribir apócrifos de Dios! Yo, en cambio, solo he dado el pego, con poco más de una docena de aforismos de Oscar Wilde, tres poemas de Jorge Guillén, dos de Francisco Brines y seis o siete poemillas de Sandro Penna.
            ––Y ahora estás arrepentido de ello.
            ––Arrepentido por completo. Como otros de fumar, yo he dejado de falsificar, aunque de vez en cuando tengo recaídas. Ayer, por ejemplo, enciendo como cada mañana el ordenador y en lugar de escribir la reseña que debía escribir, me pongo a inventar citas de diversos autores. No tenía la impresión de inventarlas, era como si fuera recordándolas. Escribí un montón en unos pocos minutos. Y luego no pude resistirme y las subí a Facebook, aunque cuidándome bien de indicar al final que eran apócrifas. Pero hoy me encuentro ya con tres de ellas citadas como verdaderas: la de Oscar Wilde (que siempre es mi mayor éxito),  la de Agustín de Foxá (pero atribuida a Wilde), la de Chesterton y la de Jaime Balmes en el blog de un organización religiosa.
            ––¿Y qué culpa tienes tú? Indicaste que eran apócrifas.
            ––-Sí, pero al final del texto, no al principio, y de sobra sé yo que los lectores de Facebook se cansan a las pocas líneas y nunca llegan al final.
            ––Tú no eres un estafador, ni un manipulador nato, como ese Mark Hoffman: juegas a serlo. Tú solo sabes jugar, eres incapaz de tomarte nada en serio, ni siquiera a ti mismo.
            ––Qué bien me conoces –le digo a mi psicoanalista imaginario, mi interlocutor favorito.


Martes, 11 de junio
SILOGISMO Y HAIKUS

Si las personas inteligentes no se aburren nunca, yo soy la persona menos inteligente del mundo.
            Si el infierno existe, todas las tardes presentan un libro o dan una conferencia. La asistencia es obligatoria y buena parte de las veces me toca a mí hacer de presentador: hablar cuatro minutos y escuchar durante una hora o más. Y sin posibilidad de interrumpir cuando no estoy de acuerdo ni de cambiar de canal ni de dar a la tecla de avance rápido.
            Yo aprovecho para escribir haikus o aforismos haciendo como que tomo notas. Disimulo poco, la verdad. Copio algunos de los que escribí esta tarde mientras mi hermano Florentino nos contaba minuciosamente el viaje que nos cuenta en su libro Por los caminos del Cid, que yo acababa de releer ese mismo día y que es bastante menos aburrido –puedo asegurarlo– que su presentación.
            Llega la noche / y tú llegas con ella / y el sol contigo.
            ¿Dónde está ahora / el niño que yo fui, / agua en el río?
            Este camino / el crepúsculo y yo / lo hacemos juntos.
            Vienes a verme, /niño que una vez fui / y sigo siendo.
            El mar murmura / un secreto que nadie / quiere escuchar.
            Cómo se aburre / la serpiente sin Eva / en el Edén.
            Noche cerrada. / Se entreabre un momento. / Curiosa luna.
            La fuente seca / y un puñado de avispas / en torno a ella.
            En la montaña, / una nube se sienta / a descansar.
           


Jueves, 13 de junio
GENIAL Y PLURAL

La historia de la literatura es como la historia de mi familia. Suena un poco pretencioso, pero es exactamente así. Una parte de esa historia, la mayor parte, la he leído o me la han contado, pero de otra he sido, si no protagonista (qué más quisiera), al menos testigo muy cercano.
            Pienso estas cosas mientras camino hasta el edificio histórico de la Universidad para presentar a Felipe Benítez Reyes. Me envió su primera publicación, un folleto titulado Estancia en la heredad, allá por 1978. Reseñé su primer libro de poemas, Paraíso manuscrito, en 1982. Desde entonces he ido leyendo, y a menudo comentando, todas sus publicaciones, en tiempo real, según iban apareciendo. La última, El intruso honorífico, la reseño el próximo sábado.
            No siempre le han gustado, ni mucho menos, mis comentarios, pero por muchos reparos que le pusiera a algún título concreto (sobre todo a esos novelones a que se vio obligado para poder convertirse en escritor profesional) siempre he creído que se trataba de un crack, de un genial funambulista, de uno de los escritores más brillantemente plurales de su generación.
            Charlamos durante la cena, en los intervalos que deja libres Josefina Martínez, y por primera vez me siento cerca de la persona, no del escritor. Josefina, que insistió mucho en la presentación en que era un filólogo y que de esos estudios (la Fonología de Alarcos en primer lugar) proviene todo su talento literario, se desilusiona cuando le oye confesar que no terminó la licenciatura.
            ––Como Javier Almuzara –le digo yo–, y gracias a eso os habéis librado de hacer oposiciones y de lidiar con burocracias educativas. Nada deteriora tanto la inteligencia y la creatividad.
            ––¿Y cómo explicar entonces tu caso?, me pregunta él, dando por sentado –no le engaña mi falsa modestia– que yo no considero deterioradas ni mi inteligencia ni mi creatividad.
            ––Es que yo, en la Universidad, no he sido más que un “intruso honorífico”, para decirlo con el título de tu último libro. He logrado sobrevivir sin incurrir jamás ni en las servidumbres habituales ni en la basura curricular imprescindible para sobresueldos y ascensos.
           




Revelación de secretos: No me dejes

$
0
0


Lunes, 17 de junio
UN GESTO DE PIEDAD

Silban las balas a mi alrededor mientras camino por un campo minado, pero lo olvido con frecuencia, con maravillosa frecuencia.
            Mientras espero el avión, tras una mañana de engorrosos compromisos, hablo por teléfono con un amigo que me lee por teléfono algunos poemas inéditos de José Luis Parra. Los va a editar quien fue su compañera, Susana Benet, quien ya se refirió a ellos el pasado viernes en la tertulia. Son conmovedores, unos en su lúcida desolación, otros por su agradecido cántico al simple hecho de estar en el mundo.
            ––Y sin embargo, ¿quién conoce a José Luis Parra? No tiene ni doscientos lectores. ¡Si lo sabré yo, que lo he editado y lo voy a volver a editar!
            ––Ya tendrá más, no te preocupes. El tiempo juega a su favor. Irán creciendo mientras van decreciendo los lectores de quienes ahora tienen tantos, flor de un día. Y en última instancia, ¿importa eso? El poeta verdadero enriquece incluso a quienes no le han leído ni le leerán.
            Los poemas de José Luis Parra que me lee mi amigo Abelardo Linares iluminan el tedio del aeropuerto. Y de pronto, tras un rato de la habitual discusión sobre esto y aquello (“No eres mal crítico, pero das siempre en la diana equivocada. ¿Por qué en lugar de meterte con Felipe, al que sé que admiras, no arremetes contra Elvira Sastre?”), la noticia:
            ––¿Sabes que ha muerto Antonio Cabrera? Me acabo de enterar.
            La vida a veces gusta de gastar bromas pesadas. La que le gastó a Antonio Cabrera fue más pesada de la cuenta. Jugueteando con una pelota en casa de Carlos Marzal se cayó de tan mala manera que quedó parapléjico. Tras dos años encarcelado en un cuerpo, no sé si la vida ahora ha querido encarnizarse o ha tenido con él un tardío gesto de piedad.


Martes, 18 de junio
CALLEJEAR A SOLAS

Llegué a última hora de la noche, dejé la maleta en el hotel y salí a dar una vuelta por la ciudad sin nadie. Solo se oye el ruido de mis pasos y el suave golpeteo del agua en los canales.
            La luna, tan sola como yo, juega a seguirme, a esconderse y a desaparecer. Camino al azar, me adentro en un laberinto de callejones oscuros (a veces el agua me corta el paso y tengo que retroceder), pero no me pierdo.  Aparezco de pronto en la gran plaza, que parece ensimismada en los charcos que la reflejan. Me siento en uno de los escalones, cerca del Florián, saco mi cuaderno y, a la luz de las farolas, escribo:

Nadie conmigo
y el susurro tranquilo
del universo.



Miércoles, 19 de junio
EN EL SUPERMERCADO

Hacer la compra es una de mis actividades favoritas. Muchas veces había pasado, como tanta gente, por delante del Teatro Italia, en el Campiello Anconeta, y admirado la elegancia historicista de su fachada, tan veneciana, con un eco de Ca’ d’Oro. Hoy lo encuentro abierto y convertido en un supermercado de la cadena Despar. Escucho lo que dice el representante de la empresa:
            ––No hemos “construido” un supermercado dentro del Teatro Italia, lo hemos “posado” con delicadeza y respeto, como si el lugar fuera a recuperar de un momento a otro su función original.
            Su función original era la de cine, no la de teatro, a pesar del nombre, que quería dignificar un espectáculo que todavía conservaba algo de barraca de feria. Se inauguró en 1916. Entro y a un lado y a otro las escaleras que llevan al piso superior, y un friso de mármol. Dentro, restaurados, los frescos de Alessandro Pomi (en el techo “La gloria d’Italia”) y al fondo, sobre el mostrador de la carnicería, el marco de la pantalla. Y no disuenan las hileras de los expositores y deslumbra, como una barroca cornucopia, la frutería. Se trata sin duda del supermercado más hermoso del mundo.
            Cuando a partir de ahora haga de quía de mis amigos, antes de visitar templos y palacios, los traeré aquí. Me parece el más perfecto ejemplo de que Venecia sigue viva, que no es solo arqueología y parque temático para turistas apresurados.


Jueves, 20 de junio
ATRACCIONES Y REPULSIONES

Camino de la Biennale, me encuentro con un inmenso navío de guerra anclado cerca de Giardini. Se puede visitar, así que no lo dudo un momento, me uno a las dos o tres personas que esperan y a los pocos minutos un gentil oficial nos acompaña al interior.
            Lo primero que me sorprende es el nombre, “Andrea Doria”, y no por el ilustre marino genovés al servicio del mejor postor, sino porque coincide con el del trasatlántico italiano, el más lujoso del mundo, con fama de insumergible como el Titanic, que se hundió en 1956 de la más estúpida manera: chocó con un barco de pasajeros sueco, el Stockholm, como si no fuera ancho el mar. Algo así como dos personas que se encuentran de frente en la calle y las dos se apartan para un mismo lado y luego cambian al mismo tiempo para el otro y finalmente acaban chocando.
            Pero la Marina italiana no parece ser supersticiosa. Reviso la sala de máquinas, subo al helicóptero posado en cubierta, me acerco a los cañones que parecen apuntar a la ciudad. Qué poco tiempo tardarían en destruirla si fuera una ciudad enemiga.
            En los Giardini (uno de esos regalos que Napoleón hizo a Venecia), el primer pabellón que encontramos es el de España. Nunca, que yo recuerde, ha tenido el menor interés. A pesar de su situación privilegiada, aún no estamos cansados, la gente entra y sale sin detenerse y hace bien.
            Esta vez los autores del desaguisado son Itziar Okariz y Sergio Prego. Yo me río leyendo las vacuas explicaciones del programa y sus interrogaciones “sull’uso delle convenzioni di genere e la perfomance de la mascolinità”.


            Queda mal decirlo, pero no creo que nadie dude de que el llamado “arte contemporáneo” es el mayor contenedor de tonterías del mundo, a excepción de la puesta en escena de la mayoría de las óperas, con su obligada y chirriante “actualización”.
            Para no parecer anticuados, nadie se atreve a decir nada ante las ocurrencias de cualquier “artista”. Algunas son graciosas: la vaca de tamaño natural que da vueltas lentamente sobre una vías, como en un tiovivo (los niños deberían poder subirse a ella); la verja que se despega de la pared y choca violentamente contra la pared contraria; la manguera que reposa sobre un sillón de mármol y que, de pronto, cuando uno menos lo espera, parece volverse loca y empieza a agitarse y a echar agua por todas partes (afortunadamente, está protegida por paredes de plástico); el rincón donde te invitan a ponerte unas gafas de realidad virtual y “relajarte” con una especie de espirales de humo que al parecer terminan en una explosión de colores (yo me aburrí antes del final); las sillas a las que les han crecido desmesuradamente las patas; las sillas partidas por la mitad….
            Si Venecia tiene mucho de parque temático, la Biennal lo tiene todo en sus dos sedes para convertirse en un fatigoso parque de atracciones. De atracciones o de repulsiones, porque desagradar, provocar, ha sido desde siempre otra de las funciones del arte (para muchos artistas contemporáneos la única, aunque vivan en buena medida del dinero público, o por eso mismo).
            Pero si uno no se detiene ante ningún vídeo (qué manía de poner varias mareantes pantallas al mismo tiempo) ni se mete en ningún cuarto oscuro a tropezar con otros visitantes despistados, se pasa bien paseando entre los pabellones de Giardini, con el azul de la laguna asomándose entre los árboles, o recorriendo las inmensas naves del Arsenal hasta llegar al Giardino delle Virgini, y de vez en cuando, entre tanta barraca de feria (alguna incluso ingeniosa) descubriendo alguna maravilla que nos ayuda a vernos mejor a nosotros mismos y a ver el mundo de otra manera.


Viernes, 21 de junio
QUE ME SIGA QUERIENDO

Salir de casa, dejar atrás la rutina, aunque sea para ir a una ciudad en el que uno se encuentra como en casa y rodeado de nuevas rutinas, ayuda a reflexionar.
            “Dios, ¿qué fue de mi vida?”, me pregunto como en el poema de Pere Gimferrer. Pero la verdad es que, aunque he llegado ya a una edad razonablemente adulta, no me preocupa demasiado lo que fue de mi vida, sino lo que es, lo que será.
            Lo que es me gusta, lo que será me aterra. Sentado en un banco ante la antigua catedral de San Pietro, con su inclinado campanile de mármol, lejos del ajetreo de otros lugares, pienso en la gente que quiero y que me quiere y en cómo protegerles de los zarpazos de la realidad.
            Lejos del mundo, pero en el centro del mundo, que es donde a mí me gusta estar, abro el cuaderno y escribo:

Vienen y van
los recuerdos felices
y los más tristes.

De pronto, el estruendo de una escuadrilla de aviones que aparece sobre los muros del Arsenal y deja una estela verde, blanca y roja, los colores de la bandera de Italia y de la pizza Margarita.
            Sonreímos la vida y yo. La verdad es que hacemos buena pareja. A ver si me sigue queriendo y no se va con otro cuando yo no sea más que un aburrido jubilado.






Revelación de secretos: El hombre invisible

$
0
0


Sábado, 22 de junio
YO MI ME CONMIGO

Me he aficionado a tenderme en el diván y hablar y hablar de mí mismo. Debe ser cosa de la edad. Menos mal que mi psicoanalista habitual no suele cobrarme los honorarios. En caso contrario, me arruinaría. Pero este sábado ha tenido que ir sacándome las palabras como con sacacorchos.
            –-¿Se considera un triunfador?
            –-No.
            ––¿Se considera un fracasado?
            ––Por supuesto que no.
            –-Su pareja ideal.
            ––Alguien que me admire. El doctor Watson, por ejemplo.
            ––De no vivir donde vive, ¿en qué lugar le gustaría vivir?
            ––En cualquiera que esté como máximo a una hora de distancia (en autobús) de Venecia, Nueva York, Nápoles, Lisboa, Burdeos, París, Roma y Oporto. De todos esos sitios a la vez, no de cada uno de ellos.
            ––Su restaurante favorito.
            ––La cocina de mi casa.
            ––¿Es coleccionista?
            ––Soy un coleccionista obsesivo.
            ––¿Qué colecciona?
            ––Muchas cosas. Escaleras, por ejemplo. La última que he incorporado a mi colección es la escalera oval del Palazzo Cini, en Venecia.
            ––¿A qué político no votaría nunca?
            ––A mí mismo. No valgo para eso.
            ––¿Lee mucho?
            ––Cada vez menos. Nunca más de uno o dos libros al día, pero hojeo y descarto bastantes más.
            ––¿Es hombre de muchos amigos?
            ––Solo en Facebook.
            ––Su mayor defecto.
            ––Quererme demasiado.
            ––Su mayor virtud.
            ––Quererme demasiado.
            ––Le gusta su trabajo.
            ––Me gustaba.
            ––¿Y eso?
            ––En el “templo de la inteligencia”, para decirlo con palabras de Unamuno, ahora reina el reglamentismo chusquero. Copia y pega, cumple las normas burocráticas a rajatabla, por absurdas que resulten, y deja cualquier atisbo de pensamiento crítico encima del piano.
            ––O sea, que se ha cansado de dar clases.
            ––De eso no me canso nunca, pero en la universidad las clases son lo que menos importa. Cuantas más clases des, más abajo estás en el escalafón y menos cobras.
            ––¿No estará aplicando una vez más la fábula de la zorra y las uvas ahora que, a punto de cumplir los setenta, le obligan a jubilarse?
            ––Algo de eso hay.
            –-¿Se considera inteligente?
            –-Sí, pero no en las cosas que verdaderamente importan.
            –-¿Por ejemplo?
            ––En el amor. Ahí siempre me he comportado como un perfecto idiota.
            –-¿Soporta bien la soledad?
            –-No sé qué es eso. Incluso cuando estoy solo estoy lleno de gente.
            ––¿Le habría gustado tener hijos?
            ––A veces pienso que lo más me habría gustado es no tenerlos.
            ––¿Teme a la muerte?
            ––A la de la gente que quiero, no a la mía.
            ––¿Le gustaría ser inmortal?
            ––Solo en sentido figurado. Me gustaría que, dentro de cien, doscientos o dos mil años, se siguieran leyendo algunos de mis libros, alguien citara de pronto, en medio de una conversación, un verso mío, como yo ahora cito, por ejemplo, a Virgilio: “Iban oscuros en la noche sola”. Pero el largo sueño sin sueños de la nada no me asusta, lo considero superior a cualquier paraíso que pueda inventar el hombre.
            ––¿Cree en Dios?
            –-No, pero es un comodín que me da mucho juego.
            ––¿Monárquico o republicano?
            ––Republicano sin prisas.
            ––¿Se considera un buen español?
            ––Entre los mejores.
            ––Parece que la modestia no es lo suyo.
            –-En efecto, no es lo mío.
            ––¿Se considera entonces una persona vanidosa?
            ––Orgullosa, más bien. Los elogios que prefiero son los míos y no suelo concedérmelos con facilidad.
            ––¿Hay algo inconfesable en su pasado? ¿Algo que le avergonzaría que saliera a la luz?
            ––Por supuesto, pero lo he olvidado por completo.
            ––¿Le gustaría volver a enamorarse?
            ––Preferiría antes cualquier cosa, incluso una visita al dentista.
            ––¿Es un hombre religioso?
            –-Mucho. Dios es el más eficaz de los placebos: no existe, pero hace milagros y ayuda a vivir.
            ––¿Cuál es la ciudad a la que más veces ha vuelto después de dejar de vivir en ella?
            –-Avilés, pero nunca he dejado de vivir en ella.
            ––¿Se atrevería a definir en una palabra a los escritores que han salido de su tertulia?
            –-No me ponga usted en un compromiso. Déjeme alguna palabra más.
            –-Javier Almuzara.
            ––La banda sonora del entusiasmo.
            ––Xuan Bello.
            ––También la verdad se inventa.
            ––Lorenzo Oliván
            ––El pensador imaginario.
            –-José Luis Piquero.
            –-Cuchillo sin mango.
            ––Martín López-Vega.
            ––Ejem, ejem.
           


Domingo, 23 de junio
LO EXPLICA FREUD

“Es que tú –me dice un amigo– nunca tienes apuros de dinero, como no fumas ni vives…”
            Quería decir, claro, “ni bebes”, pero ya habló Freud en su Psicopatología de la vida cotidiana de lo expresivos y certeros que pueden ser los lapsus linguae.


Lunes, 24 de junio
EL REGRESO DE ULISES

Anduve lejos.
Vuelvo y solo la lluvia
se alegra al verme.


Martes, 25 de junio
CINCO DISPARATES CINCO

En enero de este año, el equipo de gobierno del Ayuntamiento de Oviedo decidió convocar el premio internacional de poesía Ángel González, como continuación de los homenajes al poeta con motivo del décimo aniversario de su muerte. Estaba presupuestada la dotación y decidido el jurado: Esther García López, poeta y presidenta de la Asociación de Escritores de Asturias; Mario Vega, poeta y editor; Marta Magadán, editora; Aurelio González-Ovies, poeta; Yasmina Álvarez Menéndez, poeta.
            Pero del premio nunca más se supo. Y yo me olvidé de él: no soy muy partidario de los premios, sobre todo si son municipales y espesos.
            Hoy una mano anónima deja en mi buzón las cinco exigencias que, al parecer, la heredera del poeta puso al Ayuntamiento como condición previa para dar su consentimiento al premio:
            "1. Limpiar mi nombre. Es decir, divulgar ampliamente y a nivel nacional lo que realmente ocurrió con la fallida Fundación y que explique Antonio Masip por qué eliminó algunos fragmentos fundamentales del testamento.
            2. Anular la Fundación, o sea, que quede como si nunca se hubiera inscrito y así liberarme a mí de cualquier impedimento legal.
            3. Dejar mi piso a mi nombre exclusivamente.
            4. La devolución de los diez mil euros, con intereses, que aporté de mi bolsillo para la creación de la Fundación.
            5. Que se me pida perdón públicamente, incluido Joaquín Sabina, que me llamó a mí y demás viudas literarias un cáncer”.
            Llevo la hojita fotocopiada a la tertulia del Vetusta. “Qué mala es la gente. Alguien debería avisar a Susana Rivera de que andan circulando por Oviedo estos disparates que la dejan en tal mal lugar”, digo.  “¿Pero estás seguro de que son apócrifos? Es su estilo”, me responden. “Estoy completamente seguro. Nadie en su sano juicio, a menos que esté decidido a perjudicar por cualquier medio la memoria de Ángel González y a hacer el mayor de los ridículos, puede poner como condición para que se cree un premio con su nombre exigencias de imposible cumplimiento porque escapan al ámbito municipal”.
       
    
Miércoles, 26 de junio
SOLO ANTE EL PELIGRO

Hoy no me hablo
y cruzo por mi lado
sin saludarme.

¿Quién me defiende
si me acorrala ahora
mi yo peor?

Pasen y vean
el combate del siglo:
yo contra mí.


Jueves, 27 de junio
MAMÁ, QUIERO SER ARTISTA

––¡Pero qué perra le ha entrado a este buen hombre con ser ministro! ¿Es que no se ha dado cuenta que mostrar por encima de todo la apetencia de cargos es veneno para la taquilla?
            ––Como siempre, ves la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. ¿Qué te parece la burla de Borrell a sus electores? “¡Dejar de ser ministro para convertirme en un diputado de a pie! De ninguna manera. El ministerio no lo suelto si no es a cambio de un buen cargo en la Unión Europea”.
            ––Yo de Borrell no hablo. Voté a los socialistas en las municipales y en las autonómicas, pero no en las europeas. Ese señor, un imprevisible metepatas, no tenía otra misión que contentar al sector patriótico de los veteranos votantes de izquierdas. Lo de Pablo Iglesias es lo que me preocupa. O él es ministro, el primer ministro descamisado y descorbatado de la historia, o no hay gobierno, aunque se recoja lo principal del programa electoral de Podemos, aunque en las próximas elecciones pierda otro millón de votos, de los que unos pocos se irán al PSOE y a otros partidos de izquierda, pero la mayoría a la abstención, con lo que es muy posible que esta segunda vez sí que sumen las derechas. ¿Qué asesores tendrá este hombre? ¡Y yo que le creía tan listo! Deben ser de esos asesores que se limitan a repetir “sí, amado líder” a cada ocurrencia del jefe supremo. Y si es muy disparatada, consulta a las bases, que todo lo aplauden.
           ––Exageras.
           ---Ojalá. Pero sospecho que Pablo Iglesias, si él no forma parte del gobierno, se encuentra más a gusto con un Casado o un Rivera, rehenes de Abascal, que con Pedro Sánchez, el Abel de este Caín.


Viernes, 28 de junio
A LA VISTA

Echar el cierre de vez en cuando, retirarse del escrutinio público, resulta saludable. Yo suelo hacerlo por estas fechas, aunque más por costumbre que por necesidad: mostrarse abiertamente es la mejor manera de ocultarse, como en “La carta robada”, el cuento de Poe.
            Nadie se fija en lo que está a la vista. Cuando más me desnudo en público, más me convierto en el hombre invisible.


[Posdata: Con esta entrega, la 44, termina un nuevo tomo de mi diario, Revelación de secretos, que hace el número 22. Durante julio y agosto, el diario echa el cierre, pero no mi colaboración dominical con El Comercio.]
[Otra posdata: Uno de los haikus de esta entrega creo que repite una idea que ya ha utilizado Juan Bonilla, no sé si en un poema largo o en un cuento corto.]

Colección particular: Venecias

$
0
0



ESPEJO

Cuando se mira en el espejo de sus aguas, incluso la Venecia más decrépita se vuelve hermosa.

SOMBRA

La sombra de un ciprés, un muro de ladrillo, un cielo muy azul. Podían estar en cualquier vieja ciudad, pero el silencio que los rodea solo puede ser veneciano.

INVIERNO

Hay días de invierno en que Venecia se encierra en casa, se envuelve en niebla y no se deja ver.

CAMPANAS

En Venecia, cuando uno se siente feliz suenan a la vez todas las campanas.

PALOMAS

En el campo de San Giovanni e Paolo, las palmas juegan con el fiero Colleone, dan vueltas en torno suyo, se posan en su mano, en la cabeza del caballo, en su propia cabeza, pero él se lo consiente todo como un abuelo paciente a los díscolos nietos.

ENSOÑACIONES

Las ensoñaciones de un paseante solitario sostienen Venecia; cuando deje de soñarla, se hundirá en las aguas.

BATALLAS

En el silencio marino de los amaneceres venecianos, resuena el eco de todas las batallas perdidas.

ROSAS

La ventana abierta da al jardín, un jardín diminuto al que un alto muro separa del canal. ¿Sabrán las rosas que en él crecen que están en Venecia?

JARDÍN

Los ventanales góticos, lo único iluminado al otro lado del canal, dejan entrever el jardín del edén: un inmenso salón lleno de libros.

SOLO

Si no has estado solo en Venecia, no has estado en Venecia. Solo se muestra de verdad a quien no tiene ojos más que para ella.

ODIO

Los venecianos odian a los turistas como la paloma de Kant odiaba la resistencia del aire. Sin esa resistencia, la paloma no podría volar; sin los turistas, Venecia se hundiría en las aguas.

ENCARGOS

Los crepúsculos Venecia se los encarga a Paolo Veronese o a Tintoretto, pero los amaneceres son siempre de Giovanni Battista Tiepolo.

AMORES

En Venecia, todos los amores eternos duran una noche, salvo el amor a Venecia.

OTOÑO

En otoño, Venecia solo tiene ojos para sí misma.

ATARDECERES

Algunos atardeceres, acodado en el Ponte dei Mendicanti, contempla uno San Michele, con los cipreses asomando sobre el muro, y no sabe cuál es la isla de los muertos y cuál la de los vivos.

LEJOS

Cuando estamos en Venecia, nunca estamos del todo en Venecia. Solo estamos de verdad en ella cuando la soñamos lejos de ella.

ROBO

Una vez, en Venecia, en un hotel de cuyo nombre no quiero acordarme, quien yo creía que me había robado el corazón, me robó la cartera. El corazón no lo quería para nada y lo tiró a un canal.

CIRCULAR

Venecia es circular, como el universo: dos personas que parten en direcciones contrarias acaban siempre por encontrarse.

NOSTALGIA

Si estando en Venecia sientes nostalgia de Venecia, es que eres veneciano.

CAMINOS

Una vez, al preguntar una dirección en Venecia, el tendero me respondió: ¿Prefiere usted el camino más corto o il piu bello?

DECIR

¿Qué no se habrá dicho ya sobre Venecia? Y, sin embargo, lo más importante queda todavía por decir.

SECRETO

La Venecia más secreta está a la vista de todos.

PÉRDIDA

Los que viven en Venecia no sabe que se pierden lo mejor de Venecia.

SUEÑO

Una vez soñé que estaba en Venecia y que de pronto comenzaban a repicar todas las campanas hasta despertarme. Cuando abrí los ojos, las campanas seguían sonando y en el techo, por una rendija de la ventana, se reflejaban las aguas del canal.

ESCONDITE

A Venecia le gusta jugar al escondite. A veces das vueltas y vueltas por sus rincones más famosos y no eres capaz de encontrarla entre la multitud.


RELÁMPAGO

Todas las causas son causas perdidas,
todas las ciudades se hunden en el agua
del tiempo lentamente sin salvación alguna.
Todos los hombres matan lo que aman
para luego llorar sobre las ruinas.
No tienes más sustancia que la que tengo yo.
Tú también eres humo, sombra, polvo y nada,
un súbito relámpago
que aún no fue y ya ha pasado y sin embargo
no se termina nunca.

SIEMPRE

Un cedro y un ciprés, jazmines, tamariscos,
la pérgola y la parra y el rojo de esas flores
que tanto amaba Veronese. Al fondo
por una grieta entre los muros
cabrillea el agua del canal…
La fatigada luz de la tarde de junio
ha tomado posesión del jardín
y tantos años después ahí sigue, inmóvil,
apoyada en el brocal del pozo,
decidida a quedarse para siempre.

AMANECER

Me despertó la luz de la mañana,
súbita, inesperada, prodigiosa,
la luz exacta de aquel distante día
en que sonó un ‘fiat lux’ y nació entera
cuando aún no había ojos que la vieran
y nada más que ver sino ella misma.
En la ventana abierta sonreía,
se bañaba en las aguas del canal,
acariciaba tu cuerpo desnudo,
todavía dormido junto a mí.
Y en mis ojos había orgullo y pasmo,
los mismos con que Dios por vez primera
miró su obra y se admiró en ella.




Colección particular: Calles

$
0
0

  
RUA FERREIRA BORGES

Comienza en el Largo de Portagem, a la entrada de la ciudad, junto al puente sobre el Mondego; termina en otra plaza, frente a la iglesia barroca de Santa Cruz, donde está enterrado el primer rey de Portugal, don Afonso Henriques.
            A veces cambia de nombre en ese largo recorrido, pero sigue siendo la misma, una calle burguesa, con mucho empaque decimonónico, que separa las dos partes de la ciudad: a su derecha, la que se empina hasta la Universidad, con fatigadas callejuelas y caserones podridos de historia; a su izquierda, el laberinto de la baixa, bullicioso a las horas del mercado, desierto el resto del día.
            Cerca de su comienzo, estaba el Café Arcádia, por el que pasaba –o eso me parecía a mí– toda la historia de la literatura portuguesa. En una librería cerca del arco de Almedina, compré un libro que acababa de aparecer, Matéria solar, de un poeta del que no tenía noticia, Eugénio de Andrade, y que desde entonces me acompañaría para siempre.
            Lo leí entero, recién comprado (como a mí me gusta leer los libros) en el café Arcádia, cerca de una de las ventanas, cuyos cristales temblaban cuando pasaba, muy cerca, el tranvía. Todavía recuerdo muchos de sus versos: “El muro es blanco / y bruscamente / sobre el blanco del muro cae la noche”
            No cae nunca la noche sobre aquellos días de Coimbra, los mejores y los peores de mi vida. En el café Arcádia escuché hablar con unos amigos a Miguel Torga, que tenía su consultorio al comienzo de la calle (luego me lo volví a encontrar, solo, en el cine Avenida); en el café Arcádia leí Amor de perdición, de Castello Branco, y a Eugénio de Castro, tan elogiado por Unamuno, que había nacido allí al lado, y que murió de pena cuando en tiempos de Salazar destruyeron la casa en que vivía para construir la nueva universidad, de empaque mussoliniano, en la que yo estudiaba.
            En el café Arcádia… Pero esa es otra historia que recordar no quiero. Sima y cima. Infierno y paraíso. Cruz y delicia.
            Tantos años después, ahí sigue la Rua Ferreira Borges, con sus tiendas elegantes y sus despachos de médicos y abogados. Cerró hace cerca de cuarenta años el Café Arcádia, pero continúa abierto, en lo que fue una iglesia al lado de la principal, el café de Santa Cruz. Cuando he vuelto, siempre me he sentado en él a hojear los libros que acabo de comprar en alguna librería y a borronear algunos versos.
            Pero la verdadera Rua Ferrreira Borges hace tiempo que no está en Coimbra, sino amarilleando de melancolía y perfumando para siempre mi memoria.


42 STREET

Tiene un corazón luminoso, el que atraviesa Time Square, pero el tramo que yo prefiero, el que hago mío, va desde la Biblioteca Pública hasta Tudor City y las Naciones Unidas. En tiempos, entre otras maravillas, había en ella un paraíso de tinta y de papel, en el que se podían encontrar todos los periódicos del mundo. Recuerdo que una vez, por hacer la prueba, pedí La Voz de Avilés, y tras mucho buscar y rebuscar acabaron trayéndome un ejemplar, aunque varios días atrasado. Eran tiempos anteriores a Internet y los diarios digitales.
            En las escalinatas de la Biblioteca, custodiadas por leones, me senté muchas veces a no hacer nada y siempre lo primero que me venía a la cabeza eran los versos de José Juan Tablada: “Mujeres que pasáis por la Quinta Avenida / tan cerca de mis ojos, tan lejos de mi vida”.
            Yo tenía la sensación, sentado allí, de que era el mundo quien pasaba tan cerca de mis ojos como de mi vida. Me alojaba por entonces en un apartamento de Tudor City y recorría varias veces la calle desde la estación de metro de Grand Central.
            En la gran estación, plantada en medio de Park Avenue, me gustaba pasar el tiempo, alternando la contemplación de la bóveda celeste, pintada en el techo del inmenso vestíbulo, con el ir y venir de los viajeros en torno al reloj de cuatro caras. No sé qué filosóficas emociones me producía el contraste entre la serenidad del cielo estrellado y el ajetreo de los seres humanos.
            Me gustaba detenerme, cuando iba al centro o volvía al hotel, en la antigua redacción de periódico en que había trabajado Superman, quiero decir Clark Kent, con su coloreado globo terráqueo en la entrada, y también en la Fundación Ford, con su jardín cautivo, el primero que yo tuve ocasión de contemplar enjaulado en un edificio de granito, cristal y acero.
            Mi rincón favorito era uno de los dos pequeños jardines elevados, el de la derecha, que había al final de la calle, antes de cruzar la Primera Avenida y desembocar en Naciones Unidas. Jardines de uso público, pero de propiedad privada, frecuentemente uno tenía en ellos por única compañía a alguna inquieta ardilla.
            Allí me vuelvo a ver leyendo, descifrando mejor, una edición de los poemas de Emily Dickinson, que entonces tenían para mí algo de enigmáticos telegramas líricos: “Entre las cosas que vuelan / están los pájaros, las horas y el abejón”. Esos versos se me han quedado en la cabeza. También un poema que habla de cuando ya no florezcan las rosas y se acaben las violetas.
            Pero lo que más recuerdo, lo que hace para mí inolvidable aquella calle y aquel rincón, es algo –fisiología y magia– que no puedo o no quiero contar. Una celeste aparición, que llegó acompañando a su perro, y la conversación propiciada por el libro de Emily Dickinson, y luego, en su casa, aquel milagro fuera del tiempo y del espacio que no se volvería a repetir, como es propio de los milagros.

AZUL PALERMO            

Algunas noches, mientras llega el sueño,
me pongo a pasear por la memoria,
borrico que da vueltas a la noria
y no atiende a las voces de su dueño.

Aquel café otra vez y aquella esquina
y el fauno que se esconde en el jardín,
las avenidas que no tienen fin
y el mar que me consuela en Mergellina.

Vuelvo a Coimbra y a la plaza aquella
cerca de la estación y al hotel Roma
y a Ginebra con nieve y a la doma
de la quimera y a mi amarga estrella.

Qué fatigado estoy cuando me duermo.
Perugia tan perdida y tan azul Palermo.

STRADE NOVA

La Strade Nova resulta quizá la menos veneciana de las calles de Venecia, con decir que la construyó Napoleón ya está dicho todo, pero es también una de las más cómodas y más frecuentadas por todo el mundo, turistas y lugareños.
            Termina en el Campo dei Santi Apostoli, con campanile y reloj que marca las veinticuatro horas del día (y que casi necesita libro de instrucciones para poder ser descifrado), uno de los centros del laberinto sin centro que es Venecia.
            Cuando yo me alojaba en un hotel al lado mismo de Ca’d’Oro, cenaba todas las noches en el MacDonald’s de esa calle, frente a la callejuela que llevaba al vaporetto.
            A mis amigos, pretenciosos viajeros que abominan del turismo como cualquier turista que se precie, eso les parecería una abominación, y por eso solo lo hago cuando viajo solo y suelo callarlo como un inconfesable vicio privado.
            Salía con mi bandeja a una de las mesas de la calle y allí me quedaba un buen rato contemplando el ir y venir de la gente y anotando de vez en cuando algunos versos en mi cuaderno: “Qué bien se lleva / el verano contigo, / tarde de otoño”.
            Para mí forman una única calle, aunque reciban distintos nombres, las que prolongan Strade Nova hasta el puente de Le Guglie, sobre el canal del Cannaregio. Como frecuentemente me he alojado cerca de la estación, la recorría más de una vez todos los días. Por allí tengo viejos conocidos: el Teatro Italia, que acabo de encontrar convertido en el supermercado más hermoso del mundo, con exposiciones de arte y música en directo; la iglesia circular de la Magdalena, con el ojo divino en medio del triángulo masónico y su maravillosa inscripción en la fachada: la sabiduría levantó este templo; los puestos matinales de verduras, frutas y pescado bajo las ventanas de mi apartamento en Rio Tera’San Leonardo.
           

CALLE RIVERO

Viví en ella, sigo viviendo en ella, es la calle que más veces he recorrido entera, desde la plaza de España hasta su final donde estaba, donde sigue estando, mi casa.
            Ha desaparecido el quiosco-librería de Juanita, donde de niño compraba los tebeos, también la fugaz librería en que compré mi primer libro, las Poesías completas de Antonio Machado, en la colección Austral, a los catorce años, después de ahorrar, peseta a peseta, el poco dinero que costaba, para mí una fortuna. Pero ahí sigue, en su esquina de siempre, Gráficas Careaga, donde se comenzó a imprimir, allá por 1975, la revista Jugar con fuego, que escribía yo por entero porque por entonces no conocía a nadie más en Avilés a quien le interesara la literatura, aunque ya me carteaba con Vicente Aleixandre, mi primer corresponsal literario,  o con Ángel González, en su transtierro americano.
            Calle soportalada, antiguo camino a Oviedo, paseada por los frailes de San Francisco, como dice la canción, con capilla venerable y fuente dieciochesca, con una entrada monumental al parque de Ferrera, cuyas altas murallas –altas entonces– yo me atreví a saltar cuando era niño y el parque todavía enigmática propiedad privada.
            “Las calles de Buenos Aires / son ya la entraña de mi alma”, cantó Borges. La calle Rivero (tantas tardes yendo y volviendo de la antigua biblioteca, con libros –pasaportes de felicidad– en las manos, tantas veces yendo y volviendo a la tertulia del Serrana, donde fui comentando uno a uno, según se escribían, los poemas de Víctor Botas) discurre menos por Avilés que por las entretelas de mi corazón.



.




Colección particular: Gatos

$
0
0

  
LIBRERÍA ALTA ACQUA

Son media docena, o más, los que andan brujuleando por la librería, pero yo solo me he hecho amigo de tres, y les he dado nombre: Guardián, negro y orondo, que descansa sobre uno de los cajones con libros de la entrada, atento a que nadie se lleve ninguno sin pasar por caja; Lector, blanco y leonado, a quien siempre encuentro junto a un libro abierto (a veces dormitando sobre él: la última vez se trataba de La conciencia de Zeno, de Italo Svevo, ese Joyce triestino), y Explorador, de quien se cuenta que, en una de las habituales acqua alta, inundada la librería, salio del local en lo alto de una de las viejas góndolas en las que se exhiben libros y llegó hasta el Gran Canal, subido a la inestable torre de papel, dirigiendo la travesía.
            La librería Alta Acqua está en un bajo de la Calle Longa S. M. Formosa y su parte de atrás da al canal de Santa Marina por el que cruzan sigilosas las góndolas. Apenas hay otoño en que no se inunde y las enciclopedias que se apilan en su pequeño patio, fundidas unas con otras por la acción del agua y del sol, forman una escalera por la que uno puede subir para atisbar el horizonte, y por eso, los libros no se apilan en el suelo sino en viejas barcas e incluso bañeras.
            Los gatos de Alta Acqua son famosos, quizá lo más famoso de la librería, que está a punto de morir de éxito. Pronto tendrá que cobrar la entrada, como Lello, la librería de Harry Potter, en Oporto. Ya casi nadie entra en ella a comprar libros, sino a perderse en aquel laberinto, hacerse fotos y asomarse a un canal que gusta de vez en cuando de salirse de madre.
            El dueño, Luigi Frizzo, antes estaba siempre en la caja, pero ahora se lo encuentra uno a menudo sentado en el patio, dispuesto a charlar con cualquiera que quiera acompañarle.
            Los gatos de Alta Acqua son mis más fieles amigos venecianos. Nunca dejan de reconocerme cuando vuelvo ni de alegrase de verme, o esa ilusión me hago.
            A Lector le debo el encuentro con excelentes autores de los que ni había oído hablar. A veces, cuando paso por su lado, abandona el libro que tiene entre manos y salta hasta otra estantería. Yo le sigo y nunca dejo de hojear lo que me ofrece. En una ocasión me llevó hasta Memoria d’un altro fiume, una selección de la poesía en prosa de Eugénio de Andrade traducida por Carlo Vittorio Cattaneo a principio de los ochenta. “Qué bien me conoces”, le dije. Y él se dejó acariciar.


EN EL GRAN TEATRO

En el gran teatro de Plovdiv, un gato viejo, sentado sobre sus cuartos traseros, asiste impasible, como un senador romano, al ir y venir de los turistas. Una vez me subí al escenario y recité, solo para él, unos versos de la Medea de Séneca:
            “Yo fui feliz hace tanto tiempo / que ya ni puedo recordar / lo que entonces sentía. / También fui desdichada / porque engendré para el dolor y el llanto / dos hijos inocentes.
            ¡Qué locos los humanos, / veneran a los padres / que los condenan sin culpa / a una interminable agonía / y temen al verdugo / que los libera de ella!
            Incluso en la vida más feliz / hay más dolor / que en la peor de las muertes.”


TERTULIA EN ÇANAKKALE

Entre la Troya de Homero y el Abydos de Lord Byron, Çanakkale, que ve ponerse el sol sobre las tierras de Europa recostado en el lado asiático de los Dardanelos, se asocia en mí a la idea de la felicidad, a pesar de que fue escenario de una de las grandes masacres de la historia, la batalla de Gallípoli.
            Paseaba a solas, no echaba de menos a nadie (quizá por primera vez en mi vida) y al cruzar por una de las calles paralelas al paseo marítimo, me encontré con seis o siete gatos que parecían formar tertulia en una esquina. Me detuve junto a ellos y durante un tiempo callamos juntos, como buenos amigos, cada uno devanando sus quimeras, y al alejarme siguieron allí inmóviles gozando de la tarde y yo sentí que nunca había estado en mejor compañía.


TIBERIO

Subí hasta el monte Solaro, desde Anacapri, solo en el ir y venir de las telesillas vacías. Solo estuve en aquella altura un largo rato, contemplando el fascinante panorama, tan lleno de azul y de literatura. Un gato se me acercó y yo de inmediato le di el nombre del emperador que allí quiso buscar en la desmesura del placer antídoto para la melancolía. Intercambiamos confidencias en forma de haikus, que es el lenguaje que mejor entienden los gatos.

Así te quiero
ni de mí ni de nadie
libertad pura.

También sin casa
¿por qué entonces ahora
me compadeces?

Duerme conmigo
y cuando me despierte
sigue conmigo

Los dos tan solos
yo también como tú
gato sin dueño.

Lejos de mí
en el jardín sin nadie
brillan tus ojos.

Saciado y solo
con heridas a veces
vuelves a casa.

Como tú busco
el amor con cualquiera
y vuelvo solo.
    


EL PEQUEÑO PERSA

Los gatos que yo amo son inmortales, como los dioses y el ruiseñor de Keats. Mi egoísmo los prefiere libres, callejeros, saliendo a mi paso por los caminos del mundo, o en casas de amigos que visito de tarde en tarde, saliendo de su rincón para husmearme y darme el visto bueno (a los gatos, al contrario que a las personas, suele caerles bien desde el principio). Por eso, raras veces los he visto enfermar y morir.
            Hay dos excepciones, una fue Mickey, el pequeño persa de Eugénio de Andrade. No puedo releer los versos que le dedicó sin sentirme conmovido: “Era azul y tenía los ojos de dios, / mi pequeño persa / ––ahora, a ras de suelo, ¿a dónde iría?, / la voz quebrada, / el peso de la tierra sobre los flancos, / la luz desierta en la pupila. / Te llamo; digo tu nombre / tropezando sílaba / a sílaba; repito tu nombre / para que vuelvas con la luna / nueva, el sol de marzo, / el pan de cada día; / te llamo: el rigor del frío, / su tela blanca, / por toda compañía”.
            En el epílogo de Rente ao dizer, nos cuenta cómo llegó a su vida aquel inesperado regalo de unos amigos: “Sorprendido, miraba aquella maravilla que me cabía entera en la mano, con terror y fascinación al mismo tiempo, pues a partir de entonces mi libertad parecía amenazada. La minúscula criatura me miraba fijamente con ojos de cobre redondos, inmensos, y ante aquella mirada me sentía a su merced. Comenzamos a tratar entonces de su instalación. Como era del tamaño de una avellana, y aquel enero era muy frío, acabé por llevarlo para mi cuarto: primero junto a la calefacción, después para la cabecera de la cama, donde se habituó a dormir, a veces con mi mano por almohada. Como toda la vida dormí solo, con Micky supe por primera vez de una presencia serena en mi cuarto. Y lo fui viendo crecer con la certeza de que a mi lado crecía un ejemplar perfecto: cabeza robusta, orejas delicadas, naricita rosada, pelo espeso y sedoso, más abundante en el cuello y la cola  –era un príncipe oriental que compartía sus días conmigo, sin corona y sin mundo para gobernar, pero de una belleza que, si fuera humana, sería insoportable”.
            Siguen los días de felicidad, que parecían no tener fin, y luego el derrumbe, los pormenores de la enfermedad final, que no puedo leer sin lágrimas. También se me humedecen todavía los ojos cuando paso por aquel parque secreto, cerca del Ponte delle Guglie, donde depositamos las cenizas de Trisca, la gata que llegó a las manos de Silvia y a la tertulia por inesperado azar y casi recién nacida y que durante tantos años fue una contertulia más.
            No hay amor que no reciba su merecido. Amor con dolor se paga. También los dioses mueren.



Colección particular: Centros comerciales

$
0
0

  
PIER 17

Hay muchos lugares de Nueva York donde me siento como en casa, pero en ninguno como en el Pier 17, mi centro comercial favorito de la ciudad, con permiso del más reciente y lustroso Time Warner en su esquina del Central Park, frente al Columbus Circle.
            Leía hace poco el libro Viaje de circunnavegación de la corbeta Nautilus, de Fernando Villamil, y por él me entero de que en la inauguración el año 1894 de la estatua a Colón que preside Columbus Circle estuvo presente el marino asturiano, a punto por entonces de terminar la vuelta al mundo a bordo del primer buque escuela de la Armada Española. Las aventuras del Nautilus por los siete mares no desmerecen de las de su antecedente de ficción, la nave del capitán Nemo. No se imaginaba entonces Villamil que no muchos años después, en 1911, tendría también en su natal Castropol un enfático monumento que no desmerecería junto al neoyorquino.
            Pero no es el momento de hablar de Villamil ni del Time Warner, sino del Pier 17, al sur de la isla, frente a Brooklyn. Allí se conserva un trozo del Nueva York del siglo XIX, del puerto en que se anclaban los viejos veleros, del viejo barrio marino.
            Al acercarme por Fulton Street, siempre me acuerdo de Walt Whitman, que tantas veces habría recorrido esa calle, tras atravesar el East River en el ferry, para recorrer en tranvía las calles de Manhattan junto a su amigo Peter Doyle.
            Hay allí un minucioso museo, que no debe perderse nadie que ame la navegación, un faro que homenajea a las víctimas del Titanic, y un centro comercial con escalonadas terrazas sobre el río y vistas al puente de Brooklyn, al de Manhattan y, más al fondo, al de Williamsburg.
            Cuántos buenos ratos he pasado en aquel lugar, solo o en compañía de Martín López-Vega, Xuan Bello, Javier Almuzara, Silvia Ugidos, Marcos Tramón, de tamtos contertulios.
            Lo descubrí caminando al azar, y se lo descubrí al poeta y profesor Hilario Barrero, que llevaba más de treinta años viviendo en la ciudad. Es un sitio más bien popular y para provincianos. Los neoyorquinos un tanto sofisticados lo miran un poco por encima del hombro, pero yo obligaba siempre a mis amigos a visitarlo y, a ser posible, a comer allí.
            Cada uno escogía su menú de comida rápida (seis o siete dólares) y luego nos sentábamos al aire libre, a ver pasar los barcos por el río, a un lado la estatua de la Libertad, al otro el puente de Brooklyn enfrente la Promenade, uno de mis paseos favoritos, y alzándose sobre el caserío de Brooklyn el dedo art deco del Williamsburg Savings Bank.
            La verdad es que yo disfrutaba allí más que en el mejor restaurante, siempre he sido de gustos gastronómicos muy poco refinados: lo que más me agrada de cualquier comida es el encanto del lugar y, sobre todo, la compañía.
            Antes de llegar al Pier 17, solía pasar por la sucursal de Strand que había en Fulton Street. No era infinita como la librería principal, al lado de Union Square, pero nunca dejaba de encontrar alguna rareza o alguna curiosidad. Las hojeaba luego en el equivalente neoyorquino de Las Salesas (yo siempre viajo llevando mis rutinas conmigo).
            Pero cerraron la librería y también estaba cerrado mi centro comercial favorito las últimas veces que lo visité. Al parecer, sufrió graves desperfectos con el huracán Sandy y aprovecharon para reformarlo por completo.
            Me dicen que ha vuelto a abrir hace pocos meses. Ahora tengo que inventarme algún pretexto vagamente cultureta para volver a Nueva York. No puedo confesar que el verdadero motivo es ver cómo han dejado el Pier 17 (y conocer, de paso, Hudson Yards). Uno tiene que cuidar su reputación intelectual.


FORUM AVEIRO

Aveiro, con su aire holandés y veneciano, está a medio camino entre Oporto y Coimbra. Cuando lo visito desde el norte, prefiero dejar de lado la autovía y acercarme por la carretera que discurre desde el azulajeado Ovar bordeando el mar y la ría y las dunas de San Jacinto.
            Si hay un poco de niebla desdibujándolo todo, la ría de Aveiro, con sus barcos fantasmas y sus islas misteriosas, parece formar parte de uno de esos países que solo existen en las leyendas antiguas.
            Cruzo en el ferry y luego, tras atravesar una especie de laberinto portuario de redes y almacenes, mi primera parada es siempre en el Forum Aveiro, un centro comercial al lado del canal grande, todo él abierto al aire libre.
            En el resto de la ciudad, con sus canales y sus casas coloridas, con su maravillosa iglesia de la Misericordia, con las salinas que resplandecen al sol, me encuentro siempre de paso, soy un turista más. En el Forum Aveiro, estoy en casa.
            A veces, mientras tomo un café, hojeo el periódico o el libro que acabo de comprar en la Bertrand, pero más a menudo no hago nada, me dejo acariciar por luz salada y descanso del callejeo por las viejas calles empedradas.
            Con los lugares, pasa como con las personas. La simpatía es sin por qué. Hay espacios que no nos miran bien y otros que nos abrazan nada más acercarnos a ellos.
            A mí Aveiro, entre Oporto y Coimbra, me ha puesto casa junto al canal y me quiere bien y no deja de hacérmelo notar cada vez que paso por allí, mucho menos de lo que me gustaría.


MARCHÉ DES GRANDS-HOMMES

Cuando lo vi por primera vez, me pareció que tenía algo de nave extraterrestre posada en medio del dorado caserío dieciochesco. Me fascinó el nombre y más cuando me enteré de quiénes eran esos grandes hombres a los que se refería: Montaigne, Montesquieu, Rousseau, Voltaire…
            Ellos dan nombre a las calles que lleva a la plaza circular, de finales del siglo XVIII, ocupada por el mercado.
            Burdeos siempre me pareció un París de bolsillo, un lugar donde refugiarse, como Goya y Moratín, de los desastres de la patria y donde pasear por la orilla del Garona soñando con embarcarse hacia lejanas tierras.
            En Burdeos, me encuentro como en casa en muchos lugares (en la plaza de Saint-Michel, por ejemplo, comprando libros y visitando anticuarios cualquier mañana de domingo), pero sobre todo en dos: en la librería Mollat y en la burbuja de cristal y acero del Marché des Grands-Hommes.
            Recuerdo una tarde de lluvia en que leía al irritante y fascinante Paul Léautaud: “No me gusta la gran literatura, solo me gusta la conversación escrita”, “La juventud más bella es la juventud de la mente cuando uno ha dejado de ser joven”.
            Golpeaba la lluvia cada vez más furiosamente contra el techo; de vez en cuando, a un súbito resplandor le seguía el estrépito sordo del trueno. Pero a mí no me importaba, me sentía a gusto allí –tan a gusto y tan feliz como los animales a salvo del diluvio universal en el arca de Noé–, la conversación escrita de Léautaud por toda compañía:
            “¿El mejor momento de mi vida? Por la noche, solo, ya en la cama, antes de dormirme, entretenido con las mil y una ocurrencias que ocupan mi mente”.


SÓCRATES EN LAS SALESAS

La acción comienza en mi rincón favorito del centro comercial Las Salesas, sentado en la gran mesa redonda junto a los ventanales con geranios. Delante de mí tengo un café, un vaso de agua y unos cuantos libros que acabo de recoger en la redacción de Clarín o de comprar en Cervantes. Se acerca un amigo a saludarme.
            ––Veo que no cambias de costumbres ni en verano.
            ––Puedo permitirme el lujo de no tener vacaciones.
            ––¿Pero no estarías más tranquilo en tu casa o en el despacho del Milán?
            ––Me concentro mejor aquí. Y no solo aquí, también en el McDonald’s de Los Prados, bastante más ruidoso, sobre todo si se celebra algún cumpleaños. Soy un solitario al que le gusta la gente. En el paisaje más hermoso del mundo, no tardaría en aburrirme. Haría unas cuantas fotos y en seguida estaría deseando marcharme a la ciudad más próxima. La naturaleza que prefiero es la naturaleza humana.
            ––Pues das la impresión de ser un misántropo al que solo le interesan los libros.
            ––Lo que más me interesa de los libros es que me permiten ver el mundo con otros ojos y conversar con mucha gente.
            ––Yo creo que tu afición a los centros comerciales, esas catedrales del consumo, es solo por llevar la contraria, tu deporte favorito.
            ––A Sócrates también le habrían encantado. No me lo imagino encerrado en una biblioteca, sino entre la gente, charlando con  todo aquel que quiera debatir con él. Los centros comerciales son la versión contemporánea del foro romano o del ágora griega. Sócrates hoy no dejaría de apuntarse a algún gimnasio, no para hacer ejercicio (ya hace bastante callejeando todo el día), sino para hacer amigos a los que machacar dialécticamente.


Colección particular: Torres

$
0
0

  
TORRE DE GÁLATA

No soy un quijote, aunque me guste parecerlo. No salto de inmediato ante la injusticia, aunque a cambio de ello solo reciba una tanda de palos. Soy como todo el mundo: agacho la cabeza, miro para otro lado, me lavo las manos cuando me conviene
            Mientras, por imperativo laboral (soy profesor universitario), participo en un aceptado y reiterado fraude de ley, busco refugio en uno de esos lugares en los que siempre me encuentro a gusto y a salvo.
            Coleccionista obsesivo, como me gusta mirar el mundo desde lo alto, las torres panorámicas están entre las piezas preferidas de mi colección.
            Mientras puntuamos, según la Aneca y el ranking de Shangay, el currículum de los aspirantes a una plaza de profesor asociado, yo vuelvo a cruzar el puente de Gálata, sobre el Cuerno de Oro, a caminar por fatigosas callejuelas, a veces escalonadas, a subir hasta lo alto de la torre.
            Qué deslumbramiento. El viejo Estambul por entero ante mí. A la izquierda, el Bósforo y, asomando tras los jardines del palacio Topkapy, el aliterativo mar de Mármara; frente a mí, entre docenas de alminares, distingo los de Santa Sofía y  la Mezquita Azul. Miro hacia abajo y veo el ajetreo del puente y de los muelles del Cuerno de Oro, donde todavía parecen cargar y descargar tesoros los mercaderes de la ruta de la seda. Y todo, como sacado de un grabado antiguo.
            Doy vueltas al mirador, contemplo la parte asiática de la ciudad (siempre me ha fascinado el encuentro entre dos continentes) y la parte europea, el elegante barrio de Pera.
            Cuando desciendo, suelo aprovechar para darme una vuelta por Istiklal Cadessi y tomar algo –conviene no abusar– en la pastelería Haci Bekir.
            La última vez que anduve por allí me detuve ante el Consulado de Arabia Saudí. Por un momento temí que fueran a aparecer sicarios del Príncipe Asesino para secuestrarme y descuartizarme, como al periodista.
            Sé hacer dos cosas al mismo tiempo. Puedo seguir las sumas y las restas y los tantos por ciento –aplicamos sin pensar, como resulta obligado, los mecánicos procedimientos de la Aneca– a la vez que, en lo alto de la Torre de Gálata, me siento seguro, fuera de los ultrajes de la realidad. Por eso sonrío. Por eso no digo lo que pienso de lo que hacemos a mis esforzados colegas.
            Pero de pronto, otra vez acariciando con los ojos el perfil de la ciudad desde lo alto de mi torre favorita, yo mismo me pongo los puntos sobre las íes a mí mismo: “Qué valiente eres denunciando al Príncipe Asesino, que no tiene la costumbre de leerte ni le importa lo que digas. Seguro que si tu sueldo dependiera de él, como el de los trabajadores de los astilleros gaditanos, serías el primero en salir a la calle para que el gobierno tomara ninguna medida, ni simbólica, contra el gobierno de Arabia Saudí”.
            Seguro, pienso. Y sigo participando, como uno más, en el tinglado de la antigua farsa, pero aunque me distraiga subiendo a la Torre de Gálata no puedo evitar que mi autoestima quede a ras del suelo.


TORRE DE LA LIBERTAD

La he visto crecer sobre las ruinas. En una ciudad donde los edificios son demolidos en unas pocas horas y reconstruidos en semanas, sorprendía la tardanza con que cicatrizaba aquella inmensa herida sobre el sur de Manhattan.
            Estuve en lo alto de las Torres Gemelas, con Javier Almuzara y Marcos Tramón, pocos días antes de que desaparecieran para siempre (abajo se quedaron a esperarnos, paseando entre las tumbas de Trinity Church, Martín López-Vega, Xuan Bello y Silvia Ugidos).
            No voy a hablar de aquello. Solo de la impaciencia con que veía, de año en año, la reconstrucción de la Zona Cero. Me parecía que iba demasiado despacio. Y así era: chocaban los sentimientos de unos, que querían sobre todo preservar la memoria, y las ganas de hacer buenos negocios de otros.
            Yo pensaba que la mejor idea habría sido reconstruir las Torres, no permitir que unos malnacidos alteraran para siempre el perfil de Nueva York.
            Pero se construyó solo una torre y el lugar exacto que ocuparon las otras se convirtió en un memorial, con todos los nombres de las víctimas y el murmullo interminable del agua.
            Cuando por fin subí por primera vez a lo alto de la Torre de la Libertad, el One World Trade Center, y contemplé la ciudad entera delante de mí, se me llenaron los ojos de lágrimas. Luego fui reconociendo los lugares, como en un inmenso plano, y evocando los recuerdos ligados a ellos.
            ––Ahí está el Flatiron, junto al Madison Square Garden; más allá, inconfundible, el Empire State, y más cerca, Union Square, con su gran mástil y su librería Barnes & Noble, otra de mis casas dispersas por el mundo, y Strand, el laberinto en el que me gustaría perderme para siempre.
            Voy luego siguiendo la orilla de los ríos, el East River, con sus muchos puentes (el más cercano, a mis pies, es también el más famoso, el de Brooklyn, majestuoso como una catedral tumbada), y el Hudson que solo tiene uno, allá a lo lejos, el Washington Bridge, el más elegante de todos. Y el rectángulo verde de Central Park y la uña luminosa del Citycorp Center, en cuyo atrio melancólico tuvimos la primera sede trasatlántica de la tertulia.
            No se vive donde transcurre la mayor parte de nuestra vida, sino la de nuestros sueños. Por eso yo soy de Nueva York tanto como de Aldeanueva del Camino. Y por eso la Torre de la Libertad, que me permite abrazar la ciudad de un vistazo, es una de mis torres preferidas. En ella me siento el rey del mundo, aunque de sobra sé que ni siquiera soy rey de mí mismo. No olvido del todo las injurias de la realidad y siento el pinchazo de la melancolía cuando compruebo que el tiempo se va poniendo amarillo sobre el recuerdo de la Torres Gemelas como sobre las viejas fotos de familia.


CAMPANILE DE SAN GIORGIO

Cuando subí por primera vez, un fraile silencioso manejaba el ascensor. Al ver los claustros del monasterio, sentí envidia. ¡Pasar la vida en medio de aquella geométrica maravilla!
            Pero pronto recordé que dos ciudades hay en Venecia, como en toda ciudad del mundo: una para los que viven en ella y otra para los que pasan por ella.
            La Venecia que amamos es la que está en los ojos del viajero, no en la rutinaria mirada de los venecianos (salvo que vivan lejos y solo vuelvan de tarde en tarde).
            Desde lo alto del campanile de San Giorgio Maggiore, la isla que hace de telón de fondo en tantas postales, todo es asombro y maravilla: el azul de la laguna, sembrado de pequeñas islas cuyo nombre ignoro; el estirado verdor del Lido; el apretujado caserío con sus cúpulas y sus torres; el canal de la Giudecca, deslumbrante en torno a la silueta del arcángel.
            Yo no tenía ojos para tanta belleza, pero el frailecico que manejaba el ascensor ni siquiera le dirigió una distraída mirada.
            Lo que vemos todos los días pronto lo borra la rutina. Carlos Fuentes cuenta que, tras vivir una temporada en Venecia, decidió que era hora de marcharse cuando, tras cruzar la plaza de San Marco, se percató de que lo había hecho pensando en sus cosas, sin darse cuenta.
            Si se mira con buenos ojos, no hay rincón del mundo que no sea, al menos por unos instantes (quizá mientras lo ilumina ese último rayo de sol) tan hermoso como Venecia. Ni hay Venecia o gran amor que resista una convivencia prolongada.
            Por eso yo en Venecia, como en cualquier amor eterno, estoy siempre de paso.


TORRE DOS CLÉRIGOS

Cuando la librería Lello aún no se había convertido en una atracción turística, solía visitarla antes o después que a la cercana Torre dos Clérigos. En ella encontré, allá por los primeros ochenta, un libro de versos de Luis Veiga y en él un poema que desde que siempre me viene a la memoria cada vez que subo, todavía sin demasiada fatiga (¿por cuánto tiempo) los 240 escalones de la torre.
            Se titula “Porto” y dice así en la traducción de mi memoria: “La ciudad ecuestre / en el río sumerge / sus cascos de granito / y asciende / al galope / cuesta arriba. / Da un salto / por encima del caserío / y se convierte / en una torre. / Torre de piedra y nube / de pájaros y fuego / de cuerpo de mujer. / Torre de todo cuanto / el sueño, la palabra, el canto / pueden y quieren ser”.
            No es Oporto una ciudad fácil, no tiene la gracia inmediata de Lisboa. No tiene o no tenía, porque ahora se ha repintado y convertido sus barrios más pintorescos en un parque temático. Ya no es aquella “ciudad negra que crece para dentro” de la que habló José Bento, el poeta y traductor –amigo de Ángel Crespo, de Brines, de Aleixandre– con que el que tuve una relación de amistad que acabó en todo lo contrario.
            Yo solo soy fiel a las ciudades y a los lugares. Oporto sigue en mi memoria envuelto en niebla y estupor y en algún recodo de sus calles retorcidas está la entrada a un jardín entre altos muros en el que una vez fui feliz y que no he vuelto a encontrar.
            Desde la Torre dos Clérigos creo divisarlo entre la catedral y el río. Al cerrar los ojos, me llega el aroma de aquel rosal que crecía junto al pozo y una voz que canta: “Si la noche se hace oscura / y tan corto es el camino, / ¿cómo no venís, amigo?”
            A veces he desplegado el plano de la ciudad allá en la cima y señalado su lugar exacto. Pero nunca he sido capaz de volverlo a encontrar.



Colección particular: Un viaje de trabajo

$
0
0


            Todos mis viajes son de trabajo, ninguno de placer. O viceversa, porque mi mayor placer es el trabajo.
            Cuando quiero descansar, me quedo en casa. Y nunca he tenido tanta necesidad de descanso que no se me quite con una o dos horas de reposo, y a veces me basta con media hora.
            Viajo casi siempre para aumentar mi colección particular de maravillas o de curiosidades o de rutinas con encanto.
            De una semana en Rumanía, me he traído un buen botín: tres plazas, cuatro librerías, dos Starbucks, una estación, un monasterio, dos cumbres y el susto de los osos que aparecieron de repente junto a Breaza y Cartier Nistoresti.


TRES PLAZAS

La primera se encuentra en Piatra Neamt. Está en lo alto, en el centro tiene la torre del reloj y junto a ella la iglesia rectangular de San Juan. Son fundación de Esteban el Grande, rey de Moldavia en el siglo XV. La rodean edificios de los años treinta, que ahora son museos. La ciudad, sin mayor gracia, se extiende a los pies, entre el río Bistrita y los cercanos montes.
            Me levanté muy temprano, como acostumbro, y paseando, por ella, recién amanecido, bajo una fina lluvia, recordé unos versos de Mihail Eminescu: “De nuevo me caen encima / el cielo y mi mala estrella. / Al menos, tú no me olvides, / alma y vida de mi vida”.
            También ahora la carcoma roe lo que creí más firme en mi vida, un amor que soñé para siempre.
            A solas en la plaza de Stefan cel Mare, en una ciudad en que no tengo ni amigos ni fantasmas, a la que he llegado por casualidad y me voy por la noche, de pronto me sentí reconfortado, arropado.
            Si la torre del reloj, señera en su centro, ha resistido siglos y borrascas, ¿cómo no voy a resistir yo, tan acostumbrado al fracaso, otro más, aunque este me parezca el más doloridamente inmerecido?
            Soy fácil de seducir, lo reconozco (basta una mirada o una sonrisa para hacerme perder la cabeza), pero ninguna ciudad me ha enamorado nunca tan rápidamente como Brasov. Me bastó llegar hasta la Piata Stafului, la plaza del Consejo, con el antiguo ayuntamiento en medio, sus casas bajas y coloridas, el inmenso telón verde del monte Tampa dominando uno de sus lados.
            A la plaza mayor de Brasov solo le hace sombra la Piata Mare de Sibius, que se llama Mare, grande, porque a su lado, rodeando la catedral católica y el ayuntamiento, hay otra más pequeña.
            Sibiu, con su triple muralla y su legendario Puente de los Mentirosos, conserva el aire, como de rigodón apacible, de una pequeña ciudad del imperio austrohúngaro. Se entra en su corazón por varias calles, pero yo prefiero verlo aparecer, deslumbrante, tras el arco frente a la catedral católica. Hay que cerrar los ojos un momento y volverlos a abrir para cerciorarse de que no es un sueño.
           

CUATRO LIBRERÍAS

Dos están en Bucarest y otras dos en Brasov. No sé si son las mejores, no se trata de eso. Son lugares a los que apetece volver. Tres son de la misma cadena, Carturesti, que parece especializada en librerías que invitan a entrar en ellas aunque no tengas intención de comprar nada.
            La primera se llama Carusel y está en Bucarest, muy cerca de la zona más turística, y es como un blanco y fresco oasis en medio de aquellas calles en que se apretujan terrazas de restaurantes y anuncios de masajes eróticos. Busco la sección de poesía y lo primero que me encuentro, junto a una antología de Pessoa, es un libro de Ioana Gruia que se llama como la librería. Lo abro y lo primero que encuentro es mi nombre. Se trata de la traducción al rumano del libro premiado en el Emilio Alarcos e indica quiénes formaron parte del jurado. Sonrío ante este regalo del azar.
            Pero no había falta que lo primero que leyera fuera mi nombre para sentirme a gusto en una librería que puede incluirse entre las más hermosas del mundo.
            En lo alto, dominando el gran patio central rodeado de estanterías, hay un café donde descansar y leer y charlar y ser feliz.
            La otra librería de la misma cadena se encuentra muy cerca del edificio histórico de la Universidad (un mamotreto sin gracia), en la facultad de arquitectura. Se llama Modul y tiene el encanto añadido de un arbolado patio interior. Allí charlé largo y sin prisas con mi primo Pedro García Martín, que me acompaña en el viaje. Como él es un historiador al que le apasiona la literatura y yo un escritor fascinado con la historia, teníamos mucho de qué hablar, desde la caída de Bizancio a los entresijos galdosianos de las revueltas del 48, que tuvieron su repercusión en estas tierras como en toda Europa.
            También han enriquecido mi colección dos librerías de Brasov, las dos en la plaza Sfatului, una frente a la otra. No tienen cafetería, pero muy cerca de Humanitas, la segunda de ellas, se encuentra la Casina Romana, el casino rumano, fundado en 1835. En principio, no era más que el lugar de encuentro de los comerciantes del país. En él se leían libros y periódicos, a veces en voz alta (había quien no sabía leer), y se hablaba de todo. No se entiende Rumanía sin la Casina Rumana. Ahora el local lo ocupa un Starbucks.


DOS STARBUCKS

Uno está, ya lo he mencionado, en la plaza Sfatului; el otro, en Piata Mare, en Sibiu, frente al Ayuntamiento y el arco que comunica con la Plaza Chica. Tomo un café en ellos, hojeo un libro, hago algunas anotaciones en mi cuaderno y los añado a mi colección, junto a los del Barnes & Noble de Union Square, el de la Séptima Avenida en Brooklyn y el de la plaza de San Francisco, en Lausanne.
            Hay a quien le molestan las franquicias que igualan las ciudades. A mi no, todo lo contrario. Son como embajadas de la cotidianidad, mi placer preferido. Y no es que no me gusten los cafés tradicionales, el Corona, por ejemplo, al comienzo de la calle República, también en Brasov. Pero para estar a gusto en ellos necesito tiempo.
            Al Starbucks de la Casina Romana no me hace falta acostumbrarme. Pido un café americano, abro mi cuaderno, me entretengo un rato mirando por la ventana a la plaza y comienzo a escribir:

Esta ciudad,
un puñado de sueños
que ya comparto.

Fieles fantasmas.
Hoy han venido todos
a atormentarme.

Déjame solo.
No te sientes conmigo,
melancolía.


UN MONASTERIO

Tras admirar los muros pintados de Voronet, en la Bucovina, con su prodigioso azul y sus fascinantes viñetas (quizá el primer tebeo de ciencia ficción de la historia), tuve la suerte de quedarme solo, entre un grupo de turistas y otro, en el interior de la iglesia. Y pude escuchar el silencio, el famoso silencio de Dios. Estaba lleno de músicas, o eso me pareció. Como los místicos, no sabría explicar lo que sentí. Un tiempo al margen del tiempo. Luego al salir la sonrisa feliz de quien está en el secreto, aunque lo haya olvidado.


UNA ESTACIÓN

Mi hotel se encuentra al lado de la Gara de Nord y aprovecho para darme una vuelta por ella ya entrada la noche. La rodea el mundo turbio que rodea a cualquier gran estación. De aquí parten trenes que llevan a Belgrado, a Berlín, a Budapest, a Kiev, a Sofía, a Viena, a Venecia, a Estambul. Por un momento, me figuro que soy un personaje de alguna novela de Paul Morand.
            La estación principal de Bucarest se inauguró en 1872. Jugó su papel cuando la operación Barbarroja. Fue minuciosamente destruida por los aliados en 1944 y reconstruida en un estilo entre racionalista y neoclásico.
            Mis viajes favoritos son los que se sueñan desde un libro o desde el andén de una estación sin necesidad de subirse a ningún tren. Recuerdo ahora lo que anota Agustín de Foxá en su diario cuando vuelve a España, en noviembre de 1937, tras servir durante unos meses a Franco, camuflado como diplomático republicano: "Hago el cálculo desde que salí de España: Madrid, Valencia, Barcelona, Cerbere, Narbona, Toulouse, Ghetary, San Juan de Luz, Dancharinea, Bayona, París, Lausane, Milano, Venecia, Triestre, Zagreb, Bucarest, Bucovina, Bucarest, Zagreb, Trieste, Venecia, Milano, Lausane, París, Bayona, Dancharinea, Pamplona, Burgos. Total, 216 horas. Nueve noches de sleeping. Díez días y dieciséis horas".
            Y de pronto, ya casi todos los locales cerrados, me sorprende una máquina expendedora de libros.
            Tiene impresas, como publicidad, frases que elogian la lectura firmadas por Puskin, Balzac, Cicerón, Susan Sontag, Confucio o Savater. Me entretengo tratando de traducirlas. “La lectura es la última forma de la felicidad a la que me gustaría renunciar”, escribe Savater.
            El lema es “Ai carte, ai parte”, algo así como “Saber es poder”.


DOS CUMBRES

Pietricica domina Piatra Neamt; el inmenso telón de Tampa, Brasov. A las dos se llega cómodamente en góndola (que es como en Rumanía llaman a las cabinas de los teleféricos). A mí me gusta mirar las ciudades desde lo alto (una manera de sentirme el rey del mundo) y también adentrarme en el bosque, sin miedo a los osos ni a las criaturas fabulosas que todavía los habitan.
            Me gusta tanto la rutina que, en cuanto puedo, la abandono para darme luego el placer de recuperarla.

Viewing all 704 articles
Browse latest View live