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Acción de gracias: De amores y naufragios

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Domingo, 4 de febrero
PROTEGER LA INTIMIDAD

“Ahora que tanto se habla de la defensa de la intimidad, ¿quién se ocupa de la intimidad de los grandes hombres?”, pienso al leer los nuevos descubrimientos sobre la vida sentimental de Fernando Pessoa.
 Menos mal que yo –que tanto me esfuerzo por ocultar ciertas sombras de mi pasado y mi presente– he tomado la precaución de no ser importante. Pasar inadvertido: no hay mejor protocolo de seguridad para que nuestras miserias se vayan con nosotros a la tumba y allí se queden para siempre.


Lunes, 5 de febrero
Y BEBO AGUARDIENTE

La familia de Pessoa rompió con Joao Gaspar Simoes porque en la biografía que le dedicó y que sirvió para cimentar la gloria póstuma del escritor, publicó una foto en la que aparecía ante el mostrador de un bar. Se trataba de la famosa fotografía que Pessoa le había enviado a Ofélia en la época de su noviazgo y en la que se presentaba “en flagrante delitro”. Un caballero –y Pessoa lo era– no aparecía nunca en público en esa actitud.
            Ahora la propia familia –pero ya no queda nadie que le conociera– facilita unas cartas íntimas que demostrarían que Pessoa pasó su último año muy enamorado de una joven inglesa: la hermana de su cuñada.
            Leo la noticia en el diario ABCy de inmediato busco la fuente: un artículo de José Barreto en Pessoa Plural, la revista publicada por la Brown University, en Rodhe Island.
            El último poema que escribió Pessoa, el 22 de noviembre de 1935, una semana antes de morir, era un poema de amor con esa ingenuidad, que no teme al ridículo, de quien está verdaderamente enamorado: “El sol brilla feliz, / el campo está verde y alegre. / Pero mi pobre corazón padece / por algo que está lejos. / Anhela solo por ti, / anhela tus besos. / Solo me importas tú”. Nadie diría que son versos de Pessoa, sino de cualquier aficionado. “Solo me importas tú”, repite como estribillo al final de cada estrofa.
Por las mismas fechas en que abría su corazón en ese y en otros poemas igualmente sensibleros, se escribía con Madge Anderson, la hermana de Eileen, casada con Joao María Nogueira Rosa, uno de sus hermanos.
En la primavera de 1935, Madge, que había viajado con cierta frecuencia a Portugal hasta el punto de despertar los celos de Ofélia, quiso encontrarse con el poeta y charlar detenidamente para aclarar su situación. Ella estaba casada, pero su matrimonio no era feliz. Luego se volvería a casar con Frederick Winterbotham, jefe en los momentos claves de la Segunda Guerra Mundial de la sección aérea de los Servicios de Inteligencia (el MI6 de las películas de James Bond).
Madge, que conocía muy bien el alemán, trabajó con él. Winterbotham se haría famoso en los años setenta publicando un libro, The Ultra Secret, en el que contaba, hasta donde era posible, su experiencia al frente del servicio de descodificación de comunicaciones de Bletchley Park. Para entonces ya no estaba casado con Madge Anderson, que murió en 1988, cuando el centenario del poeta. Nunca quiso hablar de aquella relación.
            Ofélia Queiroz sí lo hizo y yo tuve ocasión de verla en 1985, a los cincuenta años de la muerte de Pessoa. El escritor portugués que me acompañó hasta su casa me confidenció que, cuando ella quiso reanudar el noviazgo y él se mostró distante y reticente, de quien Pessoa estaba enamorado era de Carlos Queiroz, un joven contertulio de A Brasileira, sobrino de Ofélia. Pero la fuente de información era António Botto, una especie de Villena de la época, muy poco fiable en estos asuntos.
            Lo cierto es que, aparte del largo poema dedicado a Antínoo, el amante de Adriano, publicado en vida, se conservan varios poemas de amor escritos en primera persona y con destinatario masculino. “Son –escribe José Barreto– poemas de amor soñado o frustrado, versos elegíacos o nostálgicos de algo que pudo haber sido y no fue. Nada indica que, en esa materia, Pessoa haya ido más allá de la palabra escrita, aunque aparentase, de hecho, haber padecido en su soledad tales pasiones”.
            Tampoco con sus amadas femeninas parece haber ido mucho más lejos, aunque con Ofélia jugara a ser un casto enamorado convencional. Madge Anderson, en la primavera de 1935, no pudo tener los encuentros con el poeta con los que había soñado en el frío invierno londinense en que su matrimonio hacía aguas.
Nada más llegar a Lisboa, Pessoa desapareció. En la primera de las cartas conservadas le pide disculpas. “Mi querida Madge, hace mucho tiempo que intentaba escribirte. Esta carta mía es solo una petición de disculpas. Llegaste aquí cuando yo me estaba hundiendo y hundido estuve todo el tiempo que aquí estuviste. He vuelto a la superficie, aunque no tengo muy claro de qué superficie se trata. Lamento mucho todo lo que pasó, esto es, mi descortesía al desaparecer, pero no perdiste nada con ello; fue la mejor acción que algunos restos de decencia permitieron a un hombre prácticamente perdido para todo eso. Aunque haya vuelto a la superficie, estoy listo para hundirme de nuevo y esta vez creo que definitivamente. Me gustaría que me recordaras con caridad cristiana y no con simple desprecio humano, aunque ese sea el sentimiento apropiado en el mundo tal como es”.
            No conocemos la respuesta de Madge, salvo por lo que de ella dice el propio Pessoa en una carta posterior. Sabemos que le llamó –suponemos que en broma– “viejo tonto dramático” (dramatic old silly) y Pessoa responde que eso es exactamente lo que le llama su hermana, salvo que ella suele omitir lo de “dramático” y lo de “viejo”. Con la carta va un poema que escribió en abril, cuando ella llegó a Portugal, poco antes de hundirse en una de sus crisis habituales. El poema se titula “D. T.”, abreviaturas de “delirium tremens”, y es quizá un intento de explicación: “Tu amor podría / volverme mejor de lo que yo / puedo ser o intentar ser. / Mas eso nunca lo podremos saber. / Dejo al corazón con su dolor / y bebo aguardiente”.


Martes, 6 de febrero
CONFIESO QUE NO HE VIVIDO

¿Por qué me fascinó desde siempre la figura de Fernando Pessoa? Quizá porque su secreto es mi secreto, pero sin aguardiente.


 Miércoles, 7 de febrero
UN AUSENTE MUY PRESENTE

¿Qué es lo que necesito yo para pasar un buen día? Muy pocas cosas, la verdad. Que no ocurra nada que interrumpa mis rutinas es una de ellas. Otra, al menos un libro nuevo y apasionante.
Esto último no siempre resulta fácil, por eso, previsor como soy, los voy racionando para no encontrarme, cuando por la mañana tomo mi café en Los Porches, sin productos frescos que hojear, acariciar y en ocasiones leer de un tirón antes de volver a mi despacho en el Milán.
Pero hay días en que uno se queda sin nada. Como hoy, en que busco y rebusco sin suerte. Afortunadamente, el azar suele venir en mi ayuda. En el momento en que salgo, me entregan un paquete de correos. Es el epistolario de Valente con sus compañeros de generación.
Erudición y chismografía forman uno de mis cócteles favoritos. A José Ángel Valente, al repelente niño Valente, como le llamaba Celaya (a quien él caricaturizó cruelmente en algún poema), le gustaba en sus últimos años jugar a ser único, abominar de su generación, la del cincuenta. Por eso este epistolario, preparado por Saturnino Valladares, se titula Retrato de grupo con figura ausente. Pero pocas figuras más presentes: estaba en la famosa foto de Colliure, fue el primer antólogo generacional e intrigó con unos y con otros para hacerse un hueco en el panorama literario. En 1953 le pide a José Agustín Goytisolo que interceda por él en el premio Boscán: "No sé cómo podrás hacerlo, pero algo podrás hacer. Tal vez por medio de Gutiérrez, en fin tú verás. Entérate cómo van las cosas, qué clima hay".
En sus últimos años, Valente se burlaba de la poesía de Goytisolo, le consideraba un simple coplero, pero durante décadas lo tuvo como uno de los poetas más cercanos (se alojó en su casa a menudo, a veces acompañado de toda la familia) y a cada uno de sus libros le dedica encendidos elogios. Luego trató de reescribir su pasado, pero estas cartas lo desmienten. Tan íntimos eran que Goytisolo no duda en fotocopiar y enviarle una carta que ha recibido de Ángel González en la que este, tras quejarse de lo aburrida que es su vida en América y de unas cuantas nimiedades, añade al final como quien se olvida algo sin demasiada importancia: "¿Sabías que me he casado? ¡Pues lo hice!"
Valente al parecer ya estaba al tanto de la noticia: "Ángel se casó, en efecto.  Qué frenesí tardío. Ahora me gustaría a mí refugiarme en la Iglesia y tengo gran nostalgia del celibato y la tonsura perdida. De casarme, me gustaría casarme con Lezama Líma solamente".
            Pero no sólo hay chismografía y bromas en este epistolario (aquel matrimonio de Ángel González, en 1973, no resultó del todo infecundo: nos dejó un excelente libro que escribió él y firmó ella). Qué espléndida, como suya, la primera de las cartas de Jaime Gil de Biedma, ese escritor que vivió hasta los sesenta años, pero que a los cuarenta decidió no sólo dejar de escribir poemas sino también echar el cierre a su prodigiosa inteligencia y dedicarse a una minuciosa autodestrucción.
            Historia e intrahistoria en unas cartas que nos ayudan a entender una época y que dicen tanto de la condición humana (cuando Valente rompe con sus antiguos compañeros, ahí está Gamoneda jaleándole) como cualquier novela de Dostoyevski.


Jueves, 8 de febrero
SER LA CENIZA

En 1913, Vicente A. Salaverri, un riojano que emigro a Uruguay, vuelve a España para entrevistar a sus figuras ilustres. El libro en que reunió esas conversaciones se publicó en 1918 y lleva al frente una conmovedora carta abierta a Juan Mas y Pi, que murió en el naufragio, tan dramático como el del Titanic pero menos conocido, del vapor Príncipe de Asturias (en su lujosa primera clase, con biblioteca y salón de baile, podían viajar ciento cincuenta personas; en el sollado de los emigrantes, de aproximadamente la misma extensión, mil quinientas).
            El periodista de 1913, al que Juan Mas y Pi adivina en el prólogo un glorioso porvenir, ya no existe: "Ahora escribo no lo que a la gente le interesa oír, sino lo que me interesa a mí decirle a la gente". Y añade: “Si usted ha ido al limbo, en gracia a su ingenuidad, yo iré al infierno por haber perdido aquel candor intrépido que tanto me obligó a prodigarme en otro tiempo”.
            Yo no he perdido del todo ese candor y por eso sigo prodigándome para parar las aguas del olvido, aunque de sobra sé que la vida (la mía y la de todos) no es más que una red de triviales miserias y que no hay nada mejor “que ser la ceniza / de que está hecho el olvido”.





Acción de gracias: Fuenteovejuna, señor

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Sábado, 10 de febrero
TEOLOGÍAS DEL FIN DE SEMANA

Dios es como el gato de Schrodinger de la física cuántica: existe y no existe, está vivo y muerto al mismo tiempo.
            Dios creó el mundo de la nada, pero ¿quién creó la nada?
            Dios no sabe lo que quiere, pero nosotros somos conscientes de lo poco que nos quiere.
            La más majestuosa de todas las catedrales, la única digna de Dios, es el Universo.
            Presume mucho el Papa, pero para Dios, si es que existe, no vale más que cualquier andrajoso emigrante en su patera.
            Qué curioso resulta pensar que Hítler, con ser Hitler, recibió tras la muerte el mismo premio, o el mismo castigo, que cualquiera de sus millones de víctimas.
            (Los sábados suelo comer en el Atrio con mi amigo José Manuel Feito, que a sus ochenta y tantos años sigue conservando todo su interés por las cosas de este mundo y del otro, y siempre, no sé cómo, acabamos hablando de ciencia ficción, o sea, de teología; yo disfruto mucho poniéndole en apuros con la apisonadora de mi racionalismo, pero él pide ayuda a San Pablo o a Lutero y la partida de dialéctico ajedrez suele quedar en tablas.)


Domingo, 11 de febrero
UN VERSO DE MACHADO

Antonio Machado es para mí algo más que un poeta, una persona de mi familia. Son muchos los poemas suyos que me sé de memoria, entre ellos su “Retrato”, que aprendía cuando tenía trece o catorce años y que me ha acompañado desde entonces. Pero hay un alejandrino en ese poema con el que cada vez me siento más en desacuerdo: “Y al cabo nada os debo, debéisme cuanto he escrito”.
            El resto de la estrofa me lo aplico gustosamente: “A mi trabajo acudo, con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimenta y el lecho en donde yago”.
            Yo le debo mucho a mucha gente y lo que he escrito no me lo debe nadie. Un poema es un regalo que solo adquiere valor cuando el lector lo hace suyo.  Son los lectores quienes hacen un favor al poeta al aceptar sus versos y darles vida. Solo ellos nos garantizan que no hemos perdido el tiempo al escribirlos, que no son un mero pasatiempo o un desahogo personal.
            A mí me gusta parafrasear a Machado contemplando los libros de mi biblioteca: “Os debo la mitad de lo que he escrito”. La otra mitad se la debo a amaneceres, ríos, trenes, sonrisas, gatos, gente, noches de luna y, sobre todo, a quienes me rompieron el corazón.


Lunes, 12 de febrero
PARA UN AUTORRETRATO

Todos necesitamos sentirnos superiores a alguien; yo me siento a veces superior a mí mismo (y casi siempre, muy inferior).
            Si supiera lo que quiero, no lo querría.
            Cómo me aburre divertirme.
            No hay cerradura de seguridad que me proteja de mí mismo.
            Yo, cuando no tengo nada que hacer, es cuando más cosas hago.
            Si pudiera estar callado, no escribiría.
            No me gusta obedecer ni cuando me ordenan que haga lo que estoy deseando hacer.
            Los pillos me divierten, los tontos me aburren; en eso soy como todo el mundo.
            Me gusta que me lleven la contraria, así me ahorro el trabajo de tener que llevármela yo.
            Un buen rival es un regalo del cielo.
            Solo me interesan dos cosas: yo y el resto del mundo. Lo demás me tiene sin cuidado.
            El único regalo que nunca me canso de recibir es el de cada amanecer.
            Me gusta tanto mandar como obedecer; mandar en general y obedecerme solo a mí mismo.
            ¿Qué tontería habré dicho o hecho hoy?, acostumbro a preguntarme antes de dormirme y, si no recuerdo ninguna, me parece que ha sido un día perdido.
            Por miedo a perderlas, no querría tener ninguna de las cosas que quiero tener.
            Lo que más me fastidia de los demás –lo he repetido más de una vez– es lo mucho que se me parecen.

Martes, 13 de febrero
POR QUÉ NO TENGO AMIGOS

De vez en cuando, me gusta hacer recuento de amigos perdidos y averiguar la causa. No siempre es fácil, pero si se trata de escritores suele resultar demasiado fácil. ¿Por qué, después de tantos años de creativos encontronazos, he dejado de tener contacto con mi siempre admirado y denostado Andrés Trapiello? Pues porque él es un escritor profesional y yo (aparte de otras cosas) un crítico vocacional. Mi trabajo no es ayudar a la promoción de un producto concreto, sino orientar al lector que confía en mi criterio.
            ¿Mi trabajo? La verdad es que no es mi trabajo, que me gano la vida de otra manera, que mejor me iría –si quiero hacer carrera en esto de la literatura– cultivando las buenas amistades y ejerciendo, en lugar de la crítica, la publicidad por otros medios cuando se trata de las publicaciones del grupo Planeta o de Random House, que son quienes cortan el bacalao. Pero a mí, qué le vamos a hacer, me divierte más ser Pepito Gillo que un Manuel Rico de Babelia o un Irazoki en El cultural (si me apuran, incluso diría que me gusta más ser Pepito Grillo que Premio Planeta o incluso Premio Nobel, ese Planeta con pretensiones).


Miércoles, 14 de febrero
DEL AMOR

Me gusta que me quieran siempre que no me quieran demasiado.
            En cualquier pareja siempre hay alguien que falta y alguien que sobra.
            Dejar de estar enamorado es como quitarse un buen peso de encima.
            Hay amores que son como una mala gripe. 
            Del amor nadie sale indemne.
            Aprender a vivir sin amor es el principio de la sabiduría.
            No me gusta tener a nadie demasiado cerca, ni siquiera cuando me acaricia.
            Me gusta que me quieran, pero guardando las distancias.
           

Jueves, 15 de febrero
DE UN PAÍS IMAGINARIO

En política, prefiero ser del partido de los encarcelados a serlo del de los que encarcelan.
            Defender la ley saltándose la ley suele ser una mala costumbre de los defensores de la ley.
            Seas rey o seas Ceaucescu, no te fíes demasiado del cariño de tu pueblo; los que hoy te aplauden son los mismos que te apedrearán mañana.
            Si nunca te has avergonzado de ser español, es que no eres español.
            (He hecho la firme promesa de no hablar de política, y procuro cumplirla, pero a veces me puede mi tozudo racionalismo. Cada día leo en los periódicos que la guardia civil han encontrado nuevas pruebas –llamadas telefónicas, correos electrónicos– para determinar quienes fueron los autores del referéndum “ilegal”. ¿Pero es que hay alguien en España o en el mundo que no lo sepa? ¿No es malversación dedicar tantos medios y tantos esfuerzos a averiguar algo que es público y notorio?
            Me imagino el interrogatorio del juez a los integrantes del anterior gobierno de la Generalitat: ¿Quién mató al gobernador? /¡Fuenteovejuna, señor! /¿Y quién es Fuenteovejuna! /¡Todos a una!).


Viernes, 16 de febrero
OTRO COMIENZO DE AÑO

En el arroyo transparente, / una barca solitaria; / en las tiernas hojas de loto, / zumbido de libélulas. / Aún no se fue el invierno / y ya está aquí la primavera. / Colinas azules, nubes blancas. / Bebo té y escucho / una flauta que suena / en la distancia / (o quizá tan solo / en mi anciana memoria). / Es la voz de Dios / que llora sobre un mundo / reducido a cenizas. / Al otro lado del cristal, / el jardín sin nadie, / la huella de unos pasos / que no borrará el tiempo. / Sobre el papel de arroz, / con el pincel dibujo /
arroyo, barca, hojas / de loto, las libélulas / y el leve temblor / de la flauta / que de niño escuchaba, /la mejilla en la mano / y la mirada ausente.
            (Comienza el nuevo año chino, el año del perro, y yo lo celebro componiendo un poema a la manera de mis admirados Li Po y Wang Wei.)


Sábado, 17 de febrero
MENOS ES MÁS

Una noche sin estrellas es como un día sin pan.
            Lo que no necesitamos es lo que más necesitamos.
            A quien le gusta la poesía, qué poco le gustan los poetas.
            A veces, al cerrar la puerta de casa, me doy cuenta de que me quedado fuera.
            De los mejores amigos se hacen los peores enemigos.
            Los viajes en tren son en verso, los de avión en prosa.
            Sin los vivos los muertos no son nada.
            Escribir es hablar solo para que nos escuche el mundo.
            Has administrado bien tu fortuna si no dejas más que lo necesario para pagar tu entierro.
            Un hombre y una mujer nunca son dos hombres por mucho que peroren los gramáticos sobre el masculino como el género no marcado del lenguaje.
            La memoria es bastante olvidadiza.
            Era tan formal que hasta se ponía corbata para hacer el amor.
            Nadie es tan poderoso que no le tema a un dolor de muelas.
            Si Cervantes hubiera sospechado el éxito que iba a tener el Quijote habría puesto más cuidado al escribirlo.
            Hay muertos tan rencorosos que se pasan la vida dándonos la tabarra.
            No te creas casi nada de lo que te cuentas..
            El pasado es como es, no como fue.
            La tierra da tantas vueltas que no es extraño que todo el mundo ande un poco mareado.





           





Acción de gracias: No he de callar

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Domingo, 18 de febrero
PERPETUA VACACIÓN

“¿Pero es que tú trabajas todos los días?”, se extraña un amigo al verme acudir un domingo (y a veces un rato por la mañana y otro por la tarde) a mi despacho de la Facultad.
            ––Todos los días, 365 al año.
            ––¿Y cuándo descansas? ¿Es que no te tomas vacaciones?
            ––Sin las vacaciones no podría pasar. Pero no me basta un mes, ni dos o tres. A mí me duran doce meses.
            ––¡Me tomas el pelo!
            ––En absoluto. Ten en cuenta que mi trabajo consiste en leer, en escribir, en comentar lo que otros han escrito, en debatir sobre este o aquel asunto. Y que mi ocupación favorita, aquella a la que dedico mi tiempo de ocio, es leer, escribir, comentar lo que otros han escrito, debatir sobre este o aquel asunto.


Lunes, 19 de febrero
UNA ORACIÓN

Me gustan, no me canso de repetirlo, los regalos del azar. Ayer, al entrar en el mercadillo intercultural de la plaza del Pescado, comienza a tocar una polca paraguaya y yo sonrío al pensar en mi tocayo y ahijado Martín; luego me acerco a un puesto de libros, todos a un euro, y sin saber por qué alzo uno de título poco prometedor: Y la mariposa dijo…
            Nada más abrirlo me encuentro con la “Oración ante un semáforo” que me también me hace sonreír: “Señor, añádeme como propina / al final de la vida / todos los ratos que he pasado / esperando ante un semáforo en rojo”.
            El libro lo firma Carlos González Vallés, que es jesuita, catedrático de ciencias exactas y desde hace medio siglo misionero en la India. Al final del capítulo le da la vuelta a esa oración: “Señor, enséñame a perder el tiempo. / Hazme caer en la cuenta / de que todo tiene su sitio en la vida / y de que hay tiempo de andar / y tiempo de esperar, / recuérdame que a veces no hacer nada / ya es hacer bastante. / Recuérdamelo siempre, / pero muy especialmente / cuando me veas impaciente / ante un semáforo en rojo”.


Martes, 20 de febrero
NO SOY TAN LISTO

Es curioso. No ando escaso de vanidad y sin embargo me desagradan bastante los elogios. No lo puedo evitar. Los que a mí me ha tocado recibir o eran insinceros, mera cortesía (esos son los que menos me molestan) o se trataba de un préstamo que debía ser devuelto a no mucho tardar y con intereses.
            Pero hay algo que me incomoda más que los elogios ajenos: tener que elogiarme a mí mismo, tener que “venderme”. Supongo que si tuviera que hacerlo para poder comer o para alimentar a mis hijos, lo haría, como todo el mundo. No puede evitar que me parezca algo humillante. Los profesores de Universidad han de presentar cada seis años sus publicaciones para que, si la comisión correspondiente las aprueba, les concedan un “sexenio”, esto es, un pequeño aumento del sueldo y una disminución en la docencia. Yo jamás he solicitado tal cosa: gano bastante y dar menos clases no lo consideraría un premio, sino un castigo.
            Este año me insistieron en que lo hiciera. Y yo bajé los papeles porque, con la edad, a uno le gusta cada vez más ser como todo el mundo. Y me encontré con que no solo había que enviar la lista de tus libros y artículos publicados, sino que además debías indicar las veces que habían sido citados y defender la importancia de cada uno de ellos. ¿Elogiar yo lo que he escrito? No me parece que se pueda caer más bajo. Que lo hagan otros, si creen que lo merece.
            Hay que ser muy humilde para elogiarse a sí mismo, es reconocer que si uno no señala los propios méritos nadie se dará cuenta de ellos. Yo solo me elogio a mí mismo en broma, como cuando digo –con una paradoja que me gusta repetir—que no sería tan listo como me creo si no supiera que no soy tan listo como me creo.


Miércoles, 21 de febrero
ANUNCIOS POR PALABRAS

Encontré los recortes en una edición de los Collected Poems de Auden que compré en una librería de viejo de Nueva York allá por 1990; los vuelvo a encontrar ahora y me hacen soñar con una apócrifa película de Woody Allen. Todos ellos aparecieron en The New York Review.
            “Escritora atractiva, de alto espíritu y sin edad, de la ciudad de Nueva York, casada pero independiente, estará encantada de tener encuentros ocasionales con un intelectual lleno de vida, para relación afectiva y literaria” (9 agosto 1973).
            “Profesor de filosofía, 33 años, distinguido, complexión delgada, busca mujer mayor que lo domine y atormente” (14 enero 1970).
            “Productor de cine de Toronto, de 33 años, guapo, brusco, quiere compartir paisajes, libros, películas, comprensión, conversación y nieve con una joven espiritual, independiente y atractiva que no sea del signo de Capricornio” (20 enero 1977).
            “Escritor hedonista de 41 años ofrece diversión para pareja sin problemas. Inventivo y discreto”. (14 abril 1977).
            “Pareja de jóvenes académicos –médico y profesora de francés–, literarios, tiernos, naturales, invitan a una dama especial y responsable a compartir charlas informales, amistad y participación gradual en fantasías eróticas para diversión mutua” (23 junio 1977).
            “Joven soltera, profesional, 25 años, atractiva, cansada de hombres guapos y vanos, busca relacionarse con intelectual cualquier edad, sin importar físico, que pueda amarla y ayudarle a cultivar su espíritu” (17 julio 1977).


Jueves, 22 de febrero
QUIÉN LO IBA A DECIR

Quién nos iba a decir que los viejos versos de Quevedo volverían a tener tanta actualidad: “No he de callar, por más que con el dedo, / ya tocando los labios, ya la frente, / silencio avises o amenaces miedo”.


Viernes, 23 de febrero
DE UN VIEJO CUADERNO

Era tan puntual que llegaba a las citas con su novio antes de tener novio.
            Odiaba tanto a su expareja que cuando le pidió volver con ella aceptó encantada.
            Me casé con una mujer a la que apenas conocía tras separarme de otra a la que conocía demasiado.
            Al llegar a casa, le abrió la puerta el amante de su mujer. “Hemos reñido”, le dijo. “Se ha ido para siempre”. Se abrazaron llorando y, cuando al día siguiente ella trató de volver arrepentida, se negaron a abrirle la puerta.
            Quería visitar a un viejo amigo, pero como soy tan despistado acabé llamando a mi propia puerta y no me di cuenta de que me había equivocado hasta que salí yo mismo a abrir.
            “Lázaro, levántate y anda”, dijo Jesús. Y el muerto rezongó: “No fastidies”.
            La mujer de mi vida se sentó a mi lado en el autobús una tarde en que yo me quedé en casa.
            Me llegó una carta sin remite que contenía un folio en blanco. “Vaya –me dije– otro anónimo que me envía el hombre invisible”.
            “Prométeme que no me engañarás nunca”, le dijo, mimosa, mientras él comenzaba a acariciarla. “Pero ¿qué os pasa hoy a las mujeres?”, fue la respuesta. “Eres la tercera que me hace hoy prometer lo mismo”.
            No sabía qué le pasaba. Se encontraba raro, cada vez más raro. Comenzó a sospechar que era algo grave cuando su mujer, en lugar de llevarle al médico, le llevó al veterinario.
            Le hacían tanta gracia los trucos de aquel mago que se casó con él. Pero no le hizo ninguna gracia el último: que desapareciera cuando fue a buscar tabaco.
            Se sorprendió al encontrar a su mujer extrañamente cariñosa. “Qué rara estás hoy, Sandra”, dijo. “¡Pero si yo no me llamo Sandra!”, respondió ella indignada.
            “Tu cara me suena, dije, pero no puedo recordar tu nombre!”. “Me llamo como tú, fuimos muy amigos”. Alargué mi mano y él me ofreció la suya. Pero no pude estrecharla. Un espejo nos separaba.
           

Sábado, 24 de febrero
POR QUÉ SOY TAN MALEDUCADO

Soy la persona más maleducada del mundo; también la más confiada en el poder de la razón. En cuanto oigo al alguien decir una tontería, sea en una conferencia o en una conversación particular, no puedo evitar decir “¡eso es una tontería!” y empeñarme en demostrarlo. Pero la gente suele ofenderse, cuando yo creo que debería –si mi razonamiento es correcto—estarme agradecido. Yo siempre lo estoy a quien me saca de un error.
            Creo tanto en el poder de la razón que incluso en un asunto tan visceral como el conflicto catalán, voy anotando contradicciones y absurdos de los defensores de la “ley” con la esperanza de que, al menos en ese punto concreto, me dé la razón cualquier persona razonable, por muy férrea partidaria que sea de la sacrosanta unidad de España. El País y El Mundo, que parecen andar a la greña en este asunto sobre quien sirve mejor a su amo y peor a la verdad, le dan mucha importancia a si los políticos catalanes declaran o no que la proclamación de independencia fue simbólica; en un caso, habrían engañado a los electores, en el otro reconocerían su delito.
            ¿Pero un delito, para ser o no delito, depende de la opinión de los acusados? En este caso, no hay que averiguar cuáles fueron los hechos, todos ellos públicos y retransmitidos por radio y televisión; lo único a discutir es si realmente constituyen delito o no (en Bruselas y en Ginebra parece que no). Que la declaración de independencia no fue efectiva, se quedó en una declaración de intenciones, nadie puede discutirlo: la otra parte no la aceptó y no se intentó imponerla por la fuerza.
            Aparte de maleducado e ingenuamente confiado en la razón, soy bastante contradictorio. Siempre acabo hablando de lo que no quiero hablar, entre otras cosas porque no sirve de nada, salvo para molestar a mis amigos (la mayoría –de derechas o de izquierdas—partidarios de España como “unidad de destino en lo universal”), y porque ya está más que claro lo que pienso sobre este asunto.
            Estuve en la cárcel sin razón ninguna, ¿cómo no voy a avergonzarme de un régimen en el que vuelve a haber presos políticos, cómo no voy a llevar un simbólico lazo amarillo en la solapa? No podría mirarme al espejo sin avergonzarme si no lo hiciera.




Acción de gracias: No me venga usted con esas

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Domingo, 25 de febrero
CONTRA ESTE Y AQUEL

Basta hacer algo para que alguien se moleste; basta decir algo para que alguien se enfade. Por eso yo no le cuento a nadie lo que pienso de los premios de poesía: que a menudo son más un baldón que un galardón, que si un libro se publica con premio es más raro que sea un buen libro que lo contrario.
            Yo los eliminaría todos de un plumazo, y el primero de todos el Nacional de Literatura, tanto el de poesía joven como el de poesía vieja. Dejaría solo -- no me meto en cómo desperdicia cada cuál su dinero-- los premios de financiación privada, que son los menos. Pero diputaciones, ayuntamientos, gobiernos central o autonómico, tienen otras maneras más provechosas de emplear el dinero de los contribuyentes.
            ––¿No te parece bien que se lo gasten en cultura?, me pregunta algún amigo al que me he atrevido a hacer estas confidencias en un lugar apartado cuando no nos oía nadie.
            ––¿Pero qué tendrán que ver los malos libros de poemas, o ni siquiera malos, solo mediocres, con la cultura? A mí me parecen bastantes más respetables los Marwan, los Elvira Sastre, los Iribarren –todos esos poetas que viven, o tratan de vivir, de sus lectores, que encuentran una demanda para lo que escriben– que esos otros que andan por ahí a la caza de premios y cuyos libros solo aparecen en alguna editorial seria cuando reciben algún galardón.
            ––Por editorial sería me imagino que no te referirás a Visor.
            ––Incluso Visor me vale. Yo recibo sus novedades y es más fácil que el libro que dejo a un lado tras una rápida hojeada venga avalado por un premio que publicado sin él. A mí concursar solo me parece disculpable cuando se tienen veinte años o se trata de un primer libro. Luego ya conoces el apotegma clásico: es más digno robar que mendigar, pero menos humillante mendigar que concursar.
            ––¡Esas cosas no te atreves a decirlas en público!
            ––Por supuesto que no, casi todos mis amigos poetas tienen un libro publicado en la denostada y envidiada Visor, en Hiperión o en Pre-Textos gracias a un premio y a veces incluso estando yo en el jurado.
            ––¿O sea que no estás en contra de los premios amañados sino de todos los premios?
            ––Exacto, la única diferencia entre los premios amañados y los que no lo están es que los primeros suelen recaer sobre mejores libros.


Martes, 27 de febrero
COSAS DE LA EDAD

Vivir envejece afirma tópicamente Wagensberg en su último libro de aforismos, Hasta cierta edad solo metafóricamente, le replico yo. Yo no he empezado a envejecer hasta los sesenta y muchos años y quizá por eso aún no me he acostumbrado.
            Siempre me extraña que, cuando algún conocido me encuentra paseando al pequeño Martín, me pregunte “¿tu nieto”? y no “¿tu hijo?”, que es lo que yo me esperaría.




Miércoles, 28 de febrero
EXCUSASIO NON PETITA

No solo envejezco a marchas forzadas, sino que me estoy convirtiendo en un cascarrabias. “Vale –me digo–, este o aquel libro de algún veterano contertulio, que comenzaste a leer con la mayor ilusión, te ha defraudado, pero ¿no podías callarte en lugar de contarlo en una  reseña? ¿No te estará entrando el complejo de Juan Ramón Jiménez, que se revolvió contra los poetas que antes había apoyado al ver que empezaban a triunfar y a hacerle sombra?” (Sonrío al darme cuenta de que, hasta hacerme reproches, soy un poco megalómano.) “Es posible –me respondo–, pero el libro de Martín López-Vega habría sido un poco mejor si no solo hubiera tenido en cuenta la opinión de Xuan Bello, antes de publicarlo; y que la edición de los sonetos de Juaristi que acaba de aparecer en Renacimiento no habría perdido nada si yo la hubiera echado un ojo.  Lo que me habría gustado decir en privado, tengo que decirlo en público. Y bien que lo lamento”.


Jueves, 1 de marzo
LA ZORRA Y LAS UVAS

––¿No te gustaría ser un triunfador, Martín? ¿Publicar un libro y que se hagan eco todos los medios de comunicación y que te lleven y te traigan en gira promocional por toda la geografía patria como se decía en esos tiempos del franquismo que ahora se han vuelto a poner de moda? Tú publicas y publicas y nadie se entera,
            ––Nadie se entera, salvo aquellos a los que interesa lo que escribo. Para mí triunfar no es tener que engañar a los lectores, como Muñoz Molina o Javier Cercas, y estar obligado a fingir que cualquier cosa que escribo es una novela. Para mí el triunfo es seguir publicando, cuarenta años después del primer libro, sin hacerle concesiones al mercado.
            ––El que no se consuela es por qué no quiere.
            ––Bueno, ya conoces mi fábula favorita, la de la zorra y las uvas, esa en la que una zorra trata de alcanzar un racimo de apetitosas uvas y al final, tras fracasar en sus saltos, se da la vuelta desdeñosa y afirma: "Están verdes". Eso es más o menos lo que me pasa a mí con el éxito. No me molesta en absoluto, estaría encantado de ser un escritor de éxito, siempre que no tuviera que escribir novelas o fingir que las escribo ni tener que hacer giras promocionales para colocar el producto ni escribir reseñas elogiosas de los autores que publican en el mismo grupo editorial, y siempre que no implicara recibir ningún premio, especialmente los institucionales, casi todos de geriátrico, como el reina Sofía. Yo creo que Juan Goytisolo se murió de vergüenza por haber tenido que aceptar el Cervantes para no morirse de hambre. 
            ---Hombre, tanto como morirse de hambre...
        

Viernes, 2 de marzo
OTRO REGRESO

Nos conocíamos desde hacía casi cuarenta años, desde los tiempos de Jugar con Fuego, al principio nos escribimos con asiduidad, luego más espaciadamente, pero nos habíamos visto pocas veces. La última en Madrid, cuando aún vivía Aleixandre. Se despidió apresuradamente porque había quedado con él y no quería llegar tarde a la cita. "Si lo haces --me dijo--, pasa tu turno y ya no te recibe".
            Y ahora, de pronto, inesperada e inexplicablemente, me invitaba a pasar unos días con él en una casa que acababa de comprar en Portugal, cerca de Coímbra, en un lugar paradisíaco que cruzaba el río Ceira antes de desembocar en el Mondego.
            La tentación era grande, pero siempre me ha costado aceptar invitaciones. Soy sociable solo algunas franjas del día; luego necesito retirarme a mi caverna, cerrar puertas y ventanas, alimentarme de oscuridad. "Si voy --le dije--, me alojaría en el Astória, como siempre, si es que sigue abierto".
            "Si vienes --me respondió--, te quedas en mi casa. Y no solo porque me consideraría ofendido si no lo hicieras, sino porque no podrías evitarlo cuando sepas que forma parte de la Quinta da Urgeiriça, la Quinta de los Brezos en español, la misma a la que vino a vivir Eugénio de Andrade con su madre en 1943, la misma, como sabrás bien, en que escribió su primer libro importante.
            ¡Cómo no iba a saberlo! Desde que leí el prólogo a Memórias da Alegría, su antología de versos y prosas sobre Coímbra, había soñado con aquel lugar que me imaginaba, para decirlo con el título de Soto de Rojas, "paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos". ¡La quinta da Urgeiriça!
            “Yo no vivo en el edificio principal, construido a finales de los años veinte por Raul Lino, sino en una casa más pequeña, con piscina, que construyó en un extremo del jardín a mediados de los años cuarenta, Ricardo Serra, que fue precisamente el anfitrión del poeta cuando anduvo por aquí”.
            Ricardo Serra, a quien nunca menciona Andrade en sus recuerdos de Coímbra, es quizá el personaje principal del Diario en que Matilde Ras cuenta su estancia en Portugal entre 1941 y 1943; un personaje misterioso y fascinante, del que parece enamorada, capaz de hacer realidad los deseos de todos los que se acercan a él. Tenía un raro pasado de aventurero, publicó dos libros de cuentos, algún poema, pero luego desapareció sin dejar rastro.
            ¿Guardaría algún recuerdo suyo la Quinta da Urgeiriça, ahora dedicada a la agricultura ecológica, según pude averiguar por Internet.
            Desplazarse hasta Coímbra, para quien no tiene coche, no resulta fácil, aunque no sea tan complicado como en mi primer viaje: en tren hasta Medina del Campo para allí, de madrugada, tomar el Lusitania Express, que enlazaba París con Lisboa. Convencí a un amigo para que me hiciera de chófer, a cambio yo le serviría de guía en Oporto, donde haríamos una parada previa, y en Coimbra.
            Aparcamos cerca de la estación y desde allí llamé a mi amigo, como habíamos quedado; él vendría a buscarnos para llevarnos a su casa. "No hace falta --le dije yo-- con el GPS no hay problema por escondida que esté". Pero él insistió en que le llamáramos. Lo hice. No respondió. Insistí. El teléfono estaba apagado o fuera de cobertura.
            Fuimos hasta allá, equivocándonos dos o tres veces, por hermosos parajes. De vez en cuando nos deteníamos para hacer algunas fotos. Llegamos hasta la quinta que yo tantas veces había visitado en sueños. Estaba en lo alto de una colina. Las vistas eran espléndidas, pero el conjunto residencial no debía asemejarse gran cosa a lo que era en los años cuarenta. Un pequeño chalet blanco, algo apartado del resto, llamó mi atención. Ahí debía de vivir mi amigo, pensé al ver muy cerca la piscina de la que me había hablado.
            De un coche aparcado cerca salió al vernos un joven con traje oscuro. ¿Veníamos a ver la casa? Era el empleado de la agencia. No, no, venimos buscando a don Juan Costa, que vivía allí o en algún lugar cercano.
            ––Aquí no; lleva más de un año en venta; hoy ha llamado una persona interesada, creí que serían ustedes, disculpen.
            Preguntamos también en el edificio principal, sin resultado. Tampoco le conocían en el bar del pueblo en el que entramos a tomar algo.
            Para ser una broma resultaba algo pesada y bastante extraña. Volvimos hasta Coímbra y pronto se me pasó el mal humor. Aparcamos de nuevo el coche cerca de la estación y comenzé el itinerario que hago siempre que vuelvo a esa ciudad, capital de la melancolía: el Largo da Portagem, con su prohombre en bronce en el centro y el consultorio de Miguel Torga a un lado; la Rúa Ferreira Borges, estrecha y elegante, donde estuvo el Café Arcadia; el café Santa Cruz, en que siempre hay que hacer la primera parada; la vuelta hasta el Arco de Almedina; la subida por las calles inverosímilmente empinadas; la Universidad, con la dorada biblioteca y la Porta Férrea; bajar luego por las escaleras monumentales, llegarse hasta el Jardín Botánico, bajar por Alexander Herculano hasta la Praça da República, adentrarse en el Jardim da Sereia; descender la Avenida hasta la plaza frente a la iglesia de Santa Cruz; perderse por las rutas de la Baixa; llegarse hasta el río, cruzar el puente de Santa Clara... Cien veces he hecho ese camino, mil veces lo volvería a hacer, nunca me cansa. Infierno y paraíso aquella Coímbra de mis mocedades: “Tuvo que ser así, de nada me arrepiento. / Ahora soy más feliz, pero estoy muerto”.




Acción de gracias: Campo de minas

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Sábado. 3 de marzo
ÓLIVER PUNK

El primer libro en el que aparezco como personaje se publicó en París hace más de cuarenta años: Testimonios de lucha y resistencia. Aparezco poco, la verdad. Solo se me oye gritar en las celdas de la Dirección General de Seguridad, según cuenta una de las presas entrevistadas. En nota se añade suspense: “No sabemos qué habrá sido de él”.
            El más reciente se titula Óliver Punk y está escrito por los Patarrealistas Salvajes, un grupo de millennials que de vez en cuando aparecen por la tertulia de los viernes. Yo intento llevarles por el buen camino literario y ellos se vengan de mis tabarras convirtiéndome en víctima de un androide asesino en una novela –por llamarla de algún modo– que es un cóctel de inteligencia y disparate (uno a chorros, otra con cuentagotas, todo hay que decirlo). No conformes con ello también me han metido en un documental que se estrena el día 17, durante la Semana del Audiovisual Contemporáneo de Oviedo (SACOpara los amigos); habrá que verlo.
            Gil de Biedma no quería ser poeta, quería ser poema. A mí lo que me gustaría es ser personaje de ficción: un blade runner en el sombrío mundo de mañana o un Sherlock Holmes en un luminoso ayer que no ha existido nunca.
             

Domingo, 4 de marzo
YO, ROBOT

Antes de venir al mercadillo del Fontán, he escrito una reseña, bastante demoledora, sobre el más reciente libro de Jorge Wagensberg, Solo se puede tener fe en la duda. Al hojear el periódico mientras saboreo un café, me encuentro con la noticia de su muerte.
            No le conocía personalmente, pero la coincidencia me nubla el día y me hace sentir culpable. ¿Soy demasiado cruel cuando hablo de la obra de los demás? Hay quienes opinan que sí y quizá no les falte razón, pero yo cuando comento un libro solo pienso en los lectores.
            Soy como esos tiburones que se excitan al olor de la sangre y de inmediato se lanzan sobre la presa. Lo que en mí despierta los peores instintos son las tonterías dichas con tono sapiencial.
             Comienza Solo se puede tener fe en la duda con una “Brevísima teoría del aforismo”. Se afirma en ella que “es el género literario más científico”, ya que se ajusta como ningún otro a los tres principios que fundamentan el método científico: objetividad, inteligibilidad y dialéctica. Abierto al azar, nos encontramos con el siguiente aforismo: “No conozco a ningún fascista que hable más de tres idiomas”.
¿Eso es objetividad? Eso solo quiere decir que nunca le han presentado, por ejemplo, a ningún diplomático franquista.
            Pero los aforismos no hay que entenderlos al pie de la letra. Lo que quiere decir Wagensberg lo aclara otro aforismo: “La escuela como fábrica de fanáticos: enseñar dogmas en un solo idioma equivale a inocular un virus de por vida; crear el hábito del espíritu crítico en tres idiomas equivale a una vacuna permanente”.        
¿Y no se puede enseñar el espíritu crítico en un solo idioma o en dos? ¿Y no es posible enseñar dogmas en tres idiomas o en cuatro? Conviene recordar aquella frase atribuida a Unamuno a propósito de cierto prócer: “Es tonto en cuatro idiomas”.
            Otras afirmaciones de la introducción confirman que este divulgador científico no siempre practica el rigor de la ciencia: “Una novela puede extenderse hasta mil páginas, quinientas o doscientas, pero atendiendo solo a su peso, diríamos que la más científica es la última”.
            Nos frotamos los ojos, volvemos a leer. No, no nos hemos equivocado: lo que menos pesa es lo más científico y como “un cuento pesa menos que una novela, un poema menos que un cuento y un aforismo menos que un poema” pues de ahí se deduce que el aforismo es el género más científico.
            Sin salir de la introducción “teórica”, encontramos otras perlas: “El humor se lleva francamente mal con la poesía y se dosifica con prudencia en los demás géneros literarios. Pero un aforismo, por serio que sea, necesita cierta dosis de humor para sobrevivir”.
¿Y qué pasa con Jon Juaristi, con  Miguel d’Ors, con los autores de epigramas o con El Quijote, sin ir más lejos?
            No es ciencia todo lo que reluce, bien se ve, pero no es hoy el momento de hablar de estas cosas. Vuelvo a casa con mala conciencia. A veces me comporto como un robot incapaz de sentir empatía por los seres humanos, esa rara especie que es también la mía, aunque haya quien lo dude.
             

Lunes, 5 de marzo
DOS EJEMPLOS

El burro flautista de Iriarte (“Cerca de unos prados / que hay en mi lugar / he visto un poetilla / por casualidad”) seguro que escribe haikus o aforismos.
            No hay mal libro de haikus que no contenga alguno que no se pueda salvar; no hay centón de aforismos en que el burro aforista no acierte por casualidad: “Dispersa el viento / un montón de hojas secas / mi juventud”.
            Entre una tontería y una genialidad solo media el canto de un aforismo.


Martes, 6 de marzo
SOBREVIVIR

Mientras presento un libro de poemas me vienen a la memoria los versos de Manrique:
“No se os haga tan amarga / la batalla temerosa / que esperáis, / pues otra vida más larga / de fama tan gloriosa / acá dejáis”.
            Yo no necesito, ni en vida ni en muerte, una “fama tan gloriosa”. Pero me gusta pensar que “non omnis moriar”, que no moriré del todo, que mis poemas seguirán hablando por mí. Para eso los escribo.


Miércoles, 7 de marzo
OTRO PREMIO

“Como he leído en tu diario y  varias anécdotas sobre los premios, te cuento una más, por si te sirve para futuras entregas. En noviembre envié desde París un manuscrito al Premio de Crítica Literaria Amado Alonso. Hace dos años ya había enviado un manuscrito que no obtuvo el premio. Este año mandé otro, no sé si mejor o peor que aquel, pero más ajustado a las bases del premio. Albergaba cierta esperanza porque el tema era atractivo y porque pensé que el jurado podía valorar mi esfuerzo. Sin embargo, ayer vi la noticia: había resultado ganadora Miriam Moreno Aguirre, esposa de Andrés Trapiello, con su tesis doctoral sobre Ramón Gaya. En el jurado está Manuel Borrás y el libro ganador se publica en Pre-Textos... No lo quiero denunciar públicamente porque sé que no voy a sacar nada y porque, encima, se me van a echar encima y me van a decir que es envidia, pataleo, etc. Te lo cuento, simplemente, porque creo que conoces a todos los protagonistas de la historia. No es difícil suponer que es Borrás quien habrá"invitado" a Miriam a presentar un manuscrito que, por otra parte, le hubiese publicado de todas formas. Y deduzco que será él quien habrá convencido al resto del jurado. Como podrás imaginar, no me molesta que le hayan dado el premio e incluso, sin haberlo leído, acepto que su texto pueda ser mejor que el mío; lo que me crea la sensación de impotencia es haber participado en esto. En fin, que si seguimos así va a haber un momento en que no tener premios va a ser un aval de honradez intelectual”.
            Me pide que no diga su nombre, aunque no desvele ninguna ilegalidad. Solo se me ocurre responderle con un aforismo (“Todos los concursos están amañados, salvo los que ganamos”) y una observación: no tener premios en el currículum resulta elegante –la elegancia es una actitud-- cuando no te presentas a ellos.


Jueves, 8 de marzo
SER MUJER

Al solicitar permiso para incluir a Ángela Figuera en una antología, el editor recibe la siguiente respuesta: “Siento decirle que el último poema que incluye en su petición, ‘Ser mujer’, que no pertenece a ningún libro publicado por Ángela Figuera Aymerich, no tendrá nunca autorización para ser publicado. Se trata de un poema que decidió que no se debía publicar nunca. Por ello la familia solo ha dejado que sea consultado de forma confidencial y con fines académicos. Así pues, le rogamos que destruya cualquier copia del mismo que posea en papel, en ficheros electrónicos o en cualquier otro formato”.
            Pero ese poema se incluye en sus Obras completas, publicadas en 1986, ados años de la muerte de la autora, y en la segunda edición revisada de 1999. En ambos casos, la nota preliminar es de Julio Figuera Andú, su marido.
            ¿No sabían los herederos entonces que ese poema no se debía publicar nunca? ¿Y cómo puede destruirse cualquier copia del mismo, en cualquier formato, si el volumen en que se incluye está en las bibliotecas públicas y puede adquirirse por Internet?
            Una de mis pesadillas favoritas es el heredero que, con la ley en la mano, decide que no autoriza la publicación de esta o aquella obra literaria, unas veces porque el editor no le cae simpático, otras porque el contenido le parece inmoral (la hija de Gregorio Martínez Sierra, fervorosa católica, no autorizó la publicación de una obra suya, que en realidad había escrito su primera mujer, María Martínez Sierra, por su contenido presuntamente homosexual) o sencillamente porque no le da la gana.
            ¿Y qué terribles secretos nos cuenta Ángela Figuera en “Ser mujer” para que solo pueda ser consultado “de forma confidencial y con fines académicos”? Ninguno. Pero la concepción de la mujer que ese poema expresa es la tradicional (“Ser la paz; ser remanso; / ser alivio y descanso; / ser impulso en el vuelo, / y en la rauda caída, / consuelo”) y choca un poco hoy día.
            Por una vez, y sin que sirva de precedente, tiene razón la representante de los herederos: ese poema sobra en una antología actual, aunque no en la obra completa de una autora que nació en 1902. Lo de pedir que se elimine de todas partes y ocultarlo como si fuera una vergüenza es pasarse un poco.



Viernes, 9 de marzo
CULPABLE, SEÑORÍA

Leo con sorpresa que Europa no está a salvo del problema de las minas. En Croacia, Kosovo y Serbia hay más de ciento cincuenta mil sin explotar. La mayoría son bombas de racimo que lanzó la OTAN contra escondites serbios.¿Por qué no se desactivan? Porque desactivar cada una cuesta mil euros y la Alianza Atlántica tiene otras prioridades.
            Recuerdo lo que me dijo Carlos Sahagún la última vez que nos vimos: “Os tengo apuntados a todos los que defendisteis el sí en el referéndum sobre la OTAN”. Yo lo había hecho en un artículo de El Ciervo.
Me reí un poco entonces de sus palabras, que me parecieron resabios de viejo comunista. Ahora no me reiría tanto.
            Cada vez que una de esas bombas estalla y se lleva por delante la vida o la pierna de un inocente algo de su sangre me salpica.


Acción de gracias: Las ilusiones perdidas

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Sábado. 10 de marzo
AIDA AMBOU HIDALGO

No conozco mejor modo de viajar en el tiempo que los números atrasados de cualquier periódico. Hoy, al azar de una aburrida tarde de sábado, tropiezo con un ejemplar de Mundo gráficocorrespondiente al 29 de abril de 1936, En la portada, una mujer de ojos sonrientes sostiene a un bebé de mirada triste sobre el siguiente texto: "Esta niña, cuyos padres se conocieron en la revolución de Asturias, ha nacido en Moscú, durante la estancia de los refugiados españoles de Octubre en el país de los Soviets".
            Acaban de volver a Madrid casi un centenar de esos refugiados. Dos de ellos, Laureano Argüelles, maestro de Oviedo, y Manuel Fernández Valdés, estudiante de Magisterio, cuentan su historia. Fernández Valdés fue el primero en refugiarse en Rusia, tras un viaje no demasiado fácil:
            ––Desde Oviedo pude llegar, huido, hasta Vigo. Y allí embarqué en un buque de cabotaje. Tenía que dormir en la carbonera. Llegué a Swansea, fui después a Londres, de donde seguí a Folkstone para embarcar camino de Boulogne-sur-Mer. De allí a París y luego en avión a Rusia. Tardé dos días y medio desde Francia hasta Moscú. Llegué el 7 de diciembre. Hacía un frío terrible, doce grados bajo cero. Al día siguiente de mi llegada tuve una dramática impresión: el entierro de Kírov. Este jefe comunista había sido asesinado por un individuo expulsado del partido. Presencié el fúnebre desfile, severo e imponente. Vi pasar a Stalin, en cuyo rostro había una expresión de fuerte dolor reconcentrado. Una muchedumbre de obreros presenciaba silenciosamente el paso del entierro. En sus caras se reflejaban la energía y la entereza, como queriendo decir a Stalin: "Nada altera en nosotros la fe en los destinos del proletariado; estamos aquí, dispuestos a seguir la tarea". No olvidaré nunca aquel cuadro dramático del entierro de Kírov.
            Tampoco lo olvidarán nunca, pienso yo, la mayor parte de los jerarcas rusos que asistieron a ese entierro: aquel asesinato –quizá ordenado por el propio Stalin– marcó el comienzo de las grandes purgas.
            ––Entre los refugiados los había de todas las tendencias: socialistas, sindicalistas, comunistas, anarquistas. Todos han vuelto bolchevizados. Lo que pasa es que no hay necesidad de hacer expresión de esa –para muchos– nueva fe, ya que, como es sabido, ahora se va en España a la unificación de la clase trabajadora. Es más, algún compañero de los que conmigo han estado allá me manifestó su deseo de hacerse comunista. “No –le dije--; puesto que tú eres ya un convencido, tu papel está ahora en convencer, dentro de tu mismo partido, a los demás.
            Y luego explica quién es la niña que aparece en la portada de Mundo gráfico.
            –-Ha habido también un nacimiento: el de la nena del camarada Juan Ambou y su compañera Mercedes Hidalgo. Lucharon los dos en Asturias. Él era ferroviario. No se conocieron hasta después de los sucesos. Huyeron, cada uno por su lado, a los montes y allí se conocieron. Pudieron salir de España y en París se unieron. Marcharon después a Moscú, donde empezaron a trabajar y donde el 17 de enero nació su hija. La nena tiene por tanto tres meses. Le pusieron el nombre de Aida, en recuerdo de Aida Lafuente, la revolucionaria muerta en Asturias. Cuando el grupo de españoles que trabajábamos en la fábrica de locomotoras supimos que había nacido la chiquilla, decidimos apadrinarla. Los cincuenta y cuatro que estábamos en Lagansk somos los padrinos de esta Aida Ambou Hidalgo, la española nacida en Rusia.


Lunes, 12 de marzo
ELOGIO DEL TELÉFONO

¿Qué habrá sido de esa niña que en abril de 1936 interrogaba al futuro en los brazos de una madre sonriente que no podía adivinar lo que se avecinaba?, me pregunto echando una nueva mirada a la portada de Mundo gráfico.
            Y de pronto caigo en la cuenta de que en mi bolsillo guardo un instrumento prodigioso que quizá me permita averiguarlo. Tecleo Aida Ambou Hidalgo, pulso en imágenes, y como por milagro ante mí al bebé de tres meses convertida en una dulce anciana de ochenta años. Y no hay duda de que es ella, no alguien que se llama igual, porque a esa foto hay otra amarillenta en la que aparece, con uno o dos o años, junto a la madre.
            Su padre, el camarada Juan Ambou del que hablaba Manuel Fernández Valdés, no es precisamente un desconocido. Nacido en Lérida, fue uno de los fundadores del soviet de la Argañosa durante la revolución de Asturias, junto a Aida Lafuente. No extraña que le pusiera el nombre de Aida a su hija. Era un comunista ortodoxo y lo siguió siendo; se apartó del partido comunista español cuando este condenó  la invasión de  Checoslovaquia; el eurocomunismo de Santiago Carrillo le pareció una traición.
            Pero no es el padre quien me interesa ahora, sino la hija, que me cuenta su vida en un libro de Belén Menéndez Solar dedicado a la emigración asturiana a Cuba. “Nací el mismo año que estalló la guerra civil”, comienza. Pero la fecha y el lugar de nacimiento que da están equivocados. No nació en Oviedo el 7 de noviembre de 1936, sino en Moscú el 17 de enero de ese año. Consulto otros libros, como El exilio español en Cuba, de Jorge Domingo, y en todos ellos encuentro la misma fecha errada. Y no tengo ninguna duda del error porque yo la he visto en una foto de abril del 36 con tres meses. ¿Conocerá ella esa fotografía? ¿Es posible que ignore la fecha exacta y el lugar de su nacimiento?
            Veo que está en Facebook. No puedo enviarle una solicitud de amistad porque ya tengo cubierto el cupo de cinco mil amigos, pero le pongo un mensaje en Linkedin, donde también la encuentro, aunque sin mucha esperanza de que me responda. Mientras tanto la escucho resumir su vida:
            ––Al acabar la guerra, gracias a la solidaridad internacional partimos en el barco La Salle hasta Santo Domingo y al cabo de un año fuimos acogidos por el gobierno cubano, de forma provisional, como refugiados políticos que pronto retornarían a España. Pero la provisionalidad duró toda nuestra vida. Aquí estudié, siempre empujada por mis padres, hasta graduarme en Arquitectura en la Universidad de la Habana en 1962. Me casé en 1956 con el ingeniero Vicente Monzón, del cual tuve mis dos maravillosos hijos. Siempre viví con mi madre, asturiana, en el amplio sentido y significado de la palabra, ejemplo para mí en todo. Murió sin poder ver de nuevo su Oviedo. Aspiré al doctorado en Ciencias Técnica, el cual pude ver culminado después de varios años de estudios en Varsovia. Esto pude realizarlo gracias a la ayuda y al empuje de mi madre. Mis hijos: Vicente, graduado en Economía, se dedicó a la literatura y ha ganado varios premios nacionales e internacionales; mi hija, Mercedes, graduada en psicología, trabaja con niños con problemas de conducta. Mi nieto Adrián es artista plástico con interesantes propuestas en la música llevada a la plástica a través de luces y efectos. Los otros dos nietos aún estudian en escuelas de nivel medio.
            Por el diccionario de Jorge Domingo me entero de que “acogió con alborozo el triunfo revolucionario de 1959 y asumió algunas responsabilidades políticas”.
            Y todo esto solo jugueteando con el teléfono. También averiguo que su hijo, Vicente Monzón Ambou, es autor de una novela policíaca titulada Los secretos agravios.
            Vuelvo a mirar la portada de la revista y siento una sensación extraña, como si me hubiera convertido de pronto en el narrador omnisciente de las novelas decimonónicas.
            Los revolucionarios de Octubre, que volvían ilusionados a España tras el triunfo electoral de febrero, no sabían lo que les esperaban. Yo lo sé. Sé cómo acabaron la mayoría, a dónde fueron a parar sus ilusiones. Pero este bebé de tres meses vivió una vida larga y feliz. Supe de su existencia hace pocos días, pero me alegro como si fuera de la familia.           


Miércoles, 14 de marzo
MEMORIA DEL INFIERNO

Hay libros que cortan el aliento. Uno de ellos es este de Vitali Shentalinski, La palabra arrestada, que últimamente me acompaña a todas partes oscureciendo el día. José Manuel Fernández fue testigo del entierro de Kírov. ¿Llegaría a saber alguna vez lo que supuso el tiro que acabó con la vida de ese destacado bolchevique, del que el propio Stalin había comenzado a tener celos?
            El pistoletazo del 1 de diciembre en Smolni causaría la muerte de miles y miles de civiles inocentes, muchos de ellos fieles comunistas. Por orden de Stalin, se redacta una nueva instrucción “sobre cómo instruir el caso de quiénes sean acusados de idear o perpetrar actos terroristas”, se ordena que reciban trato prioritario, que no se acepten solicitudes de indulto, ejecutar las sentencias sin dilación.
            Al nuevo jefe de la Cheka se le atribuye una frase que no permite albergar muchas esperanzas a los detenidos: “Dejad en mis manos a Karl Marx y ya veréis qué pronto canta que fue agente de Bismark”.
            “No se haga el valiente –fue lo primero que me dijeron a mí en el primero de los interrogatorios–, aquí todos cantan, así que mejor que lo haga al principio y no al final cuando no le va a reconocer ni la madre que le parió”.
            La verdad es que yo no me hice el valiente y habría delatado a todo el mundo al primer envite si hubiera tenido alguien a quien delatar. En la Rusia de Stalin todo el mundo delataba a todo el mundo y sobre todo se delataba a sí mismo, acababa confesando los crímenes más terribles, no importa si inverosímiles. No se buscaban pruebas, bastaba con la confesión.
            Vitali Shentaliski fue el primer investigador que entró en las oficinas de la Lubianka, todavía en tiempos de la perestroika, cuando el comunismo quiso cambiar de cara. Allí se encontró no solo con el registro minucioso de la infamia, sino también con buena parte de la mejor literatura rusa: los manuscritos secuestrados a los autores. Muchas obras inéditas se salvaron gracias a la acción de la policía.
            Leo esta colección de infamias –el caso de Isaak Bábel, el de Marina Tsevietáieva, el de Anna Ajmátova– y trato de consolarme pensando que son cosa de otro tiempo que no volverá. Pero abro el periódico y leo que a una torturadora convicta y confesa la acaban de nombrar directora de la CIA en la primera democracia del mundo.
            La barbarie de Stalin tenía su propia justicia interna: los torturadores de hoy eran los torturados de mañana. Eso en democracia no pasa. En democracia se les condecora.
            “Cariño –le oí decir al teléfono, con voz meliflua, al tipo que me acababa de rugir aquellos de “no le va a reconocer ni la madre que le parió–, no me esperes a cenar. Tengo trabajo para toda la noche. ¿Se han acostado ya los niños?”





Acción de gracias: Hablando claro

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Sábado, 17 de marzo
PATARREALISMOS

¿Por qué el arte presuntamente más rupturista, epatante, anticonvencional está siempre subvencionado? Me lo preguntaba esta mañana mientras veía Óliver Punk, un falso documental producido por SACO, la Semana del Audiovisual Contemporáneo ovetense,en el parking del Carbonero.
            Tenía cierta curiosidad (el Óliver del título alude a nuestra tertulia de los viernes y yo mismo soy uno de los que intervienen), pero no tardé en perder todo interés y según fueron pasando los minutos aquello me pareció una tabarra interminable, la broma infinita de David Foster Wallace.
            Si hubiera estado sentado, podría dedicarme a mirar el teléfono y a pensar en mis cosas, que es lo que suelo hacer en conferencias y recitales. Pero había que estar de pie, más de una hora de pie, mirando una pantalla reiterativa o escuchando a los poetas del patarrealismo salvaje –“silvestre” habría quedado mejor– leyendo incoherentes retahílas con lámparas de minero en la cabeza.
            Quizá soy algo injusto (siempre lo soy con quien me hace perder el tiempo), quizá pertenezco a otro siglo y no comprendo a los mimados millennials. Quizá, pero no lo creo. El documental, inspirado en el libro del mismo título (en el que, por cierto, muero asesinado por un mayordomo robot), cuenta que Miguel Floriano, un poeta cíborg, un joven poeta en el que los componentes humanos han sido casi completamente sustituidos por implantes cibernéticos, ha desaparecido. Sus amigos contratan a un detective para buscarlo. ¿Y qué es lo que vemos en primer lugar? Pues al joven Miguel Floriano tendido sobre unas rocas marinas como en un anuncio de perfume; luego le contemplaremos paseando lánguidamente por bellos paisajes en sepia o blanco y negro y le escuchamos leer uno de sus poemas vagamente celebratorios a la manera de Claudio Rodríguez. ¿Pero no habíamos quedado en que era un cíborg? Es arte de vanguardia, la coherencia importa tan poco como en la puesta en escena de una ópera.
            Un actor teatral, un poco a la manera del Fernando Fernán Gómez de El viaje a ninguna parte, finge –poco– ser un profesor que nos da una charla sobre las fallas tectónicas o la inmortalidad del cangrejo, da igual (en cualquier caso aparece demasiado para no decir nada); el detective es también propio de una función escolar. Todo se repite, la situación se alarga, cuando parece por fin ha acabado volvemos escuchar a uno o a otro decir vaguedades sobre por qué ha desaparecido el poeta Miguel Floriano, algo que ha dejado de importarnos a los dos minutos de comenzar la proyección. Solo se salva la intervención de Saúl F. Borel, mi contrincante en un famoso debate sobre la biblioteca de Babel borgiana, con su monólogo digno del club de la comedia, y no sé si algo más
            Miré el reloj no sé cuántas veces, quise resistir hasta el final pero a la hora (a mí me parecía que habían pasado tres o cuatro), escapé de aquel antro oscuro.
            Y menos mal que los patarrealistas no tienen la costumbre de leerme, porque en caso contrario es posible que el asesinato que se cuenta en Óliver Punk, la novela, cambiara de género y se convirtiera en un asesinato de no ficción.


Domingo, 18 de marzo
PORQUE SOY POBRE

Parece que mi reiterada descalificación de los premios literarios va haciendo su efecto. Acabarán siendo vistos más como un baldón que como un galardón. “En mayo saco libro de poemas –me escribe un ilustre amigo–, que te enviaré, aunque me temo que tendrás que aplicarle tus razonables prejuicios sobre los premios, ya que tuve que presentarlo a uno por razones de economía doméstica, por lo general incompatibles con el orgullo y el decoro. A veces, ay, las circunstancias obligan a asumir humillaciones, en evitación de otras”.
            Algo así, pero con menos utillaje retórico, venía a decir Félix Grande cuando le preguntaban por qué razón, siendo ya un escritor prestigioso, se seguía presentado a premios: “Porque soy pobre”.


Lunes, 19 de marzo
HONOR Y HUMILLACIÓN

Me llaman de la Casa Real para invitarme a la comida que, como cada año, celebrarán los reyes en honor del premio Cervantes, Sergio Ramírez. Un inmerecido honor, que declino amablemente, por razones obvias, pero también una humillación.
            Cuando yo esperaba un destierro como el del Cid tras la jura de Santa Gadea, resulta que Felipe VI, más magnánimo que el rey Alfonso, vuelve a sentarme a su mesa.
            ¿Más magnánimo? No, simplemente que, como yo sospechaba, en su entorno no han leído mis palabras sobre su famoso discurso, tan alabado por unos, tan fuera de su papel institucional para otros, entre los que me incluyo.
            Escribir con libertad es fácil cuando lo que escribes no tiene ninguna importancia porque no lo lee nadie.
            No puedo aceptar, y bien que lo lamento (lo he pasado siempre muy bien en esas comidas: los reyes son los mejores anfitriones) porque a mi entender el jefe del Estado, en un asunto crucial, el más trascendente de su reinado, no ha querido o no ha podido mantenerse ecuánime, ha tomada partido.
            ¿Pero que pasaría si acepto la invitación y aprovecho para intercambiar unas palabras con él? Por unos instantes me siento tentado a hacerlo.
            –Majestad –le diría en el distendido ambiente del salón chino, tras la comida en el comedor de gala–, es cierto, como le dijo a Ada Colau, que su misión no es hacer de intermediario entre los partidarios y los detractores de la constitución, entre los que quieren hacer cumplir la ley y los que se niegan a cumplirla. Pero ni la constitución ni la ley pueden interpretarse solo en el sentido más restrictivo de los derechos y las libertades.  ¿Va contra la constitución Mariano Rajoy cuando defiende una ley, la de la prisión permanente revisable, recurrida ante el tribunal constitucional y con muchos visos de ser inconstitucional? ¿Va contra la constitución quien defiende que es posible, sin necesidad de reformarla, una consulta a los ciudadanos de Cataluña sobre si desean o no la independencia? Lo inconstitucional sería, si esa decisión fuera favorable, declarar la independencia sin antes reformar la constitución. Yo creo, señor, que es en los momentos difíciles cuando se reconoce a un estadista. Permitir a los catalanes, en un referéndum acordado con el Estado español, votar si quieren o no seguir siendo españoles no es favorecer al independentismo, sino todo lo contrario: quitarle su principal argumento. Claro que en ese referéndum, como en cualquier otro, se corre el riesgo de perderlo. Pero hay que aceptar ese riesgo. Solo aceptándolo se está en democracia a la altura de las circunstancias.


Martes, 20 de marzo
PASARSE DE LISTO

Cuando se habla de ortografía, hasta las mentes más sensatas suelen desvariar. El último en hacerlo es de quien menos lo esperaría, Alex Grijelmo. En Nueva Revista, una publicación de la derecha ilustrada (colaboradores habituales son Luis Alberto de Cuenca o Jon Juaristi), me encuentro con un artículo suyo de sugerente título “Escribir y hablar bien en la era digital”.
            Comienza muy sensatamente por constatar que “el ser humano nunca había escrito tanto como lo hace hoy”, para terminar en pleno desvarío. Si un amigo tiene una mancha en el traje, se lo advertimos amablemente para que se limpie; con los fallos en la escritura, se actúa de otra manera: “Se observan y se juzgan, pero sin verbalizar la sentencia. Tal vez porque una mancha en el traje se puede disculpar como accidental y no descalifica por sí misma a la persona. Se borra o se limpia, y asunto resuelto. Pero la escritura constituye una prolongación de la inteligencia, y una mancha en el lenguaje sirve como termómetro de la educación recibida. No lo creemos un fallo lingüístico, sino un fallo de pensamiento”.
            ¿Un fallo de pensamiento que alguien, discutiendo por WhatsApp, se olvide de poner la tilde en “pero qué me dices”? La ortografía es una convención, no tiene nada que ver ni con la inteligencia ni con el pensamiento. Resulta casi imposible que una persona culta, que habla varios idiomas, tenga una perfecta ortografía en todos ellos. Por eso es necesaria la figura del corrector.
            Pone como ejemplo de  la importancia de  la ortografía el caso de aquel aspirante a la presidencia de Venezuela que, en un mensaje manuscrito que publicó en la primera página de un diario escribió “entuciasmo” en lugar de “entusiasmo”. Tuvo, al parecer, que retirarse de la política.
            ¿Ha visto Alex Grijelmo los manuscritos de  Lorca, de Valle-Inclán, de Ramón Gómez de la Serna? Tendrían que haberse retirado de la literatura.
            Un error ortográfico (esa variante de la errata) no indica más que descuido, falta de adecuada revisión. Pero esa revisión no tiene por qué ser obra del autor, con cosas más importantes de las que ocuparse, sino de su secretario o del corrector editorial. Hagamos un dictado escolar –como los de Miranda Podadera– a los grandes políticos de  hoy y ya veremos si cometen o no faltas de ortografía (y no digamos de puntuación) y no por eso son mejores ni peores políticos.
            La ortografía, en tiempos de Cervantes, era cosa de los impresores; hoy se llama ortotipografía y es propia de unos profesionales que no deben faltar en ninguna editorial, en ningún periódico ni en el equipo de ningún político.
            Si tienes que ocuparte de la corrección de tus propios textos, es que eres un don nadie. Es lo que me pasa a mí. Y siempre aparecen con algún inevitable descuido en quien escribe y piensa rápido. Me los señala amablemente mi amiga Rosa Navarro Durán o inquisitorialmente, como si fueran un pecado, algún anónimo lector. Yo doy las gracias, los corrijo y no tengo la menor mala conciencia por ello.
            Y a veces el fallo no es propio, sino del corrector automático, que tiene la mala costumbre (como todos los fanáticos de la ortografía) de pasarse de listo.


Miércoles, 21 de marzo
PARA UN HOMENAJE

Un buen lector de poesía lee poca poesía. Un buen lector de poesía no aceptaría jamás ser jurado de un premio de poesía. Quien lee un libro de poesía de un tirón es un mal lector de poesía. Leer cien libros inéditos de poesía incapacita para volver a leer poesía.
Habría que premiar a los lectores de poesía, no a los poetas. Con buena voz todos los gatos son bardos. Para escribir poesía no hace falta saber escribir. Deberían crearse clínicas de desintoxicación poética. Los poetas jóvenes o no son poetas o no son jóvenes. Las palabras poéticas no tienen cabida en un poema.  Es poeta el que no puede ser otra cosa. Se puede ser poeta sin corazón, pero no sin inteligencia. Con media docena de verdaderos poetas se llena un siglo, aunque sea el de oro. Si solo escribe versos, habla como un poeta y se viste como un poeta, seguro que no es un poeta.




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Viernes, 23 de marzo
UN DÍA NORMAL

Temía, tras la operación de cataratas de ayer, que tuviera que quedarme sin leer un tiempo, pero en la revisión de la mañana me dijo el doctor Bascarán que podía hacer vida normal, que solo tenía que evitar cualquier esfuerzo físico (algo que he evitado toda la vida, la verdad), y eso me puso de buen humor.
            Para mantenerlo, trato de no seguir las noticias nacionales, progresivamente más tenebrosas (aunque es difícil no escuchar los alaridos de gozo de mis compatriotas cada vez que un nuevo mandoble más o menos judicial cae sobre los independistas), y viajar a otros tiempos, bastante más infelices, pero limadas sus aristas por la pátina de la historia: el pasado es ese extraño país donde ya nada malo puede ocurrirnos.
            Rebuscando en la parte selvática de mi biblioteca (hay otra alfabéticamente ajardinada), me encuentro con el diario de Joseph Goebbels. Sin duda lo leí en su momento, pero lo tenía olvidado.
            Por muy siniestros que sean los personajes de ahora, esos que con las mejores intenciones nos llevan a todos a la catástrofe, seguro que no pueden competir con el lugarteniente de Hitler. Hojeo al azar el volumen y en seguida quedo fascinado por el personaje, algo más que el malvado de una pieza del imaginario colectivo.
            El 25 de septiembre de 1943 anota: “Ingleses y americanos se jactan de haber incendiado Nápoles. Todos deberíamos entristecernos por los actos de barbarie contra la cultura que implica este género de guerra. Indudablemente las generaciones futuras nos maldecirán por haber traído esta ruina a los pueblos de Europa”.
            ¡Las generaciones futuras nos maldecirán! No se excluye de esa maldición. Poco después equipara a Hitler y a Stalin, dejando a un lado al blandengue y teatrero Mussolini porque no es un verdadero revolucionario como ellos, porque “le falta la visión universalista de un gran espíritu transformador”.
            Por Hitler siente, como es bien sabido, devoción y ternura casi maternales. Le agrada “que tenga junto a sí constantemente un ser vivo que le adora”. Pero ese ser que le adora, no es Eva Braun, sino “su perro Blondi, que se ha convertido en el más leal de los compañeros. Es sorprendente cómo le quiere el animal”.
            El diario de Goebbels se lee como una novela, según afirma el tópico (como si buena parte de la novelística que procede del Ulises no tuviera el tedio como uno de sus ingredientes fundamentales). El prólogo nos cuenta la habitual historia del manuscrito encontrado, lo que acentúa su carácter novelero: “Cuando los rusos ocuparon Berlín en 1945, penetraron en los archivos oficiales germanos con más energía que inteligencia, enviando algún material documental a Rusia, destrozando algún otro y dejando el resto esparcido y pisoteado. Frecuentemente siguieron el sistema, difícilmente comprensible, de tirar los documentos al suelo y mandar a Rusia los cajones que los habían contenido”.
            Páginas del diario de Goebbels, con otros documentos privados y oficiales, fueron quemadas en el patio de su ministerio; el resto se vendió como papel viejo. El azar hizo que cayeran bajo los ojos de un corresponsal de prensa que había sido agregado militar en Berlín y gracias a eso se salvaron estas anotaciones, que se refieren a unos pocos meses de 1942 y 1943.
            No hay ningún hombre de una pieza, quizá ni el demonio lo sea, y el doctor Joseph Goebbels entremezcla, de inextricable manera, fanatismo e inteligencia. Era un maestro de la propaganda, pero en estás páginas para la historia quiere limitarse a contar la verdad, su verdad, y por eso no duda en referir los éxitos del enemigo y no intenta atenuar los fallos propios. Apasionan sobre todo las páginas que cuentan la traición de Italia tras la defenestración de Mussolini. La historia adquiere entonces empaque de tragedia clásica.
            En esos días trepidantes de 1943 paso la tarde, olvidado de mi país, hasta que llega la hora de ir a la tertulia. Aparece por allí Xaime Martínez, uno de los patarrealistas salvajes, y tengo ocasión de decirle personalmente lo que pienso del falso documental del pasado sábado. Él me replica que no he entendido nada y pasamos un buen rato en animada esgrima verbal, mi deporte favorito.
            No sé si eso le irá bien al ojo recién operado, pero el oculista me dijo que podía hacer vida normal y sin una buena discusión de la que salten chispas ningún día es para mí normal.


Sábado, 24 de marzo
NO PUEDO QUEDAR EN CASA

La lluvia y el vendaval tratan de encerrarme en casa, pero sospecho que eso es imposible. Nunca he sido capaz de pasar un día entero, por mal tiempo que hiciera, por mucho trabajo y entretenimiento que tuviera dentro, sin salir de casa.
            La razón hace tiempo que la sé, pero no me gusta comentarla con nadie. Podían haberme quedado secuelas peores de haber estado interminables días aislado en una celda de la Dirección General de Seguridad.


Domingo, 25 de marzo
GOEBBELS Y YO

Busco algunos datos sobre el diario de Goebbels y me entero de que el montón de papeles editados en los años cuarenta no era todo lo conservado, que los rusos no se llevaban los archivos y tiraban los documentos, como decía el ingenuo prologuista.
            En 1992, aparecieron en Moscú mil seiscientas negativos en cristal con la filmación que Goebbels había querido hacer de su diario para salvarlo de la destrucción. Lo había escrito, día por día, desde 1923 hasta mayo de 1945, poco antes de su muerte (más de setenta mil páginas, de las que ya se han publicado veintitantos tomos). Al principio escribía a mano, luego dictaba a su secretaria y le pedía que hiciera copia.
            ¿Qué lleva a un hombre a esforzarse por dejar minuciosa constancia de su vida?  Los hipocondríacos, cuando leen sobre una enfermedad, en seguida empiezan a creer ver en sí mismos los síntomas. Es lo que me pasa a mí cuando leo alguna biografía, aunque sea de alguien tan siniestro como el doctorcillo alemán. ¿Tengo yo también, como han dicho sus biógrafos, “los síntomas clásicos de un trastorno narcisista de la personalidad”? ¿Tengo, como él, “una necesidad patológica de reconocimiento ajeno”? ¿Son mi vanidad y mi ambición tan desmesuradas como la suya?
            La vanidad puede, aunque por grande que sea me parece algo inferior a la de la mayoría de los poetastros de tercera fila que conozco, pero la ambición seguro que no: a mí no me molesta en absoluto jubilarme –ocurrirá dentro de dos cursos– siendo el último del escalafón.
            No me parece que tenga yo excesiva necesidad de reconocimiento ajeno: con el propio –que no es fácil de conseguir, por cierto– me basta y sobra; y la devoción por un líder no es lo mío, yo soy más bien, como buen español, de los que prefieren ser cabeza de ratón que cola de león; queda la costumbre del diario, pero Goebbels lo escribía para dejar constancia de su vida, yo lo hago más bien para escamotear la mía.
            Respiro aliviado: todo era una falsa alarma, no tenemos nada en común. ¿Tampoco un cierto gusto en manipular a los otros? Tampoco, tampoco, me digo sin demasiada seguridad.

Lunes, 26 de marzo
UN HOMBRE CUALQUIERA

¿Qué tienen de extraordinario Hítler o Stalin si se los mira de cerca? Un monstruo no es más que un hombre cualquiera con la capacidad de hacer realidad todos sus deseos.


Martes, 27 de marzo
LUGARES CON AURA

Nunca deja de sorprenderme lo rara que es la gente normal. Está visto que unos tenemos la fama y otros cardan la lana. Se inaugura el primer Starbucks en Oviedo y dos horas antes de que abra ya comienza a formarse la cola. Durante todo el día es imposible tomar allí un café, salvo que seas muy, muy paciente.
            Cuando yo lo descubrí en Nueva York, eran locales amplios y cómodos, donde se podía charlar sin prisas, leer o escribir. En España, años después, me gustaba el de los bajos del Palace, frente al Prado, porque era un lugar libre de humos (todavía se fumaba en los locales cerrados) y porque lo frecuentaban sobre todo foráneos que hablaban más bajo que mis compatriotas.
            En Nueva York fueron proliferando, vulgarizándose, haciéndose cada vez más pequeños; la mayoría acabaron siendo solo aptos para pedir la consumición e ir a tomársela, si el tiempo acompaña, a un parquecito cercano. Ahora, cerrada la librería del Citicorp center, solo me gusta el del Barnes & Noble de Unión Square. ¡Cuántos buenos ratos he pasado allí, hojeando algún libro, que luego casi nunca compraba, borroneando la traducción de algún poema, contemplando el mercadillo de productos orgánicos que acostumbra a celebrarse en la plaza!
            Durante mi último viaje descubrí el de la 7ª Avenida de Brooklyn, donde solía desayunar con mi amigo Hilario Barrero, acompañados por el tibio sol matinal; su tranquilidad provinciana nada tenía que ver con el ajetreo de Manhattan. Aparte de esos dos neoyorquinos, mi otro Starbucks favorito está en Lausanne, en la Place St-Francois, a medio camino entre el lago y la encumbrada catedral.
            Los lugares, como las personas, tienen su aura y su magia. Entras por primera vez y es como si estuvieras en casa; te presentan a alguien y es como si lo conocieras de toda la vida.
            El Starbucks de Oviedo está en una hermosa esquina, frente al Campoamor y la Escandalera, pero no me parece a mí que vaya a desbancar ni a la mesa redonda de la mañana en Las Salesas, ni al Vetusta a las ocho de la tarde ni, por supuesto, a mi rincón de trabajo favorito, siempre a las cinco en punto, en el McDonald's de Los Prados


Miércoles, 28 de marzo
AYER MAÑANA

Me pasa el profesor Insuela la fotocopia de un artículo de Lluis Companys publicado en El diluvio el 26 de abril de 1928. Se titula “La pena de muerte” y se dedica a rebatir los argumentos de quienes se oponen a su desaparición: “Rechazamos la pena de muerte porque es un sacrilegio, una monstruosa aberración que repugna a nuestra conciencia y a nuestro sentimiento. Y nos asombra que existan en estos tiempos civilizados personas que no lo sientan así”.
            El 13 de agosto de 1940, Lluis Companys, presidente de la Generalitat en el exilio (o fugado, según dirían hoy los periódicos) fue detenido por la policía alemana a petición de la española. El día 29 lo entregaron a la policía en la frontera de Irún. Fue trasladado a la Dirección General de Seguridad, donde le interrogaron y torturaron. El 3 de octubre fue enviado al castillo de Montjuic para ser juzgado en consejo de guerra. Se le condenó a muerte el 14 de octubre por el delito de “Adhesión a la rebelión militar”. Fue fusilado al amanecer del día siguiente.

Jueves, 29 de marzo
NADA ES LO MISMO

Pienso en las desventuras de ayer para no pensar en lo que se avecina. A la memoria me vienen, como un ominoso ritornello, versos de Ángel González: “Nada es lo mismo, nada permanece. / Menos la historia y la morcilla de mi tierra. / se hacen las dos con sangre, se repiten”.




Acción de gracias: Matizar y atizar

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Viernes, 30 de marzo
SOY UN DESAGRADECIDO

¿Se puede ser especialista en un tema y no tener ideas muy claras sobre el mismo? Difícil parece, pero Anna Caballé se esfuerza en demostrar que no resulta imposible.
            El do de pecho que dio con la reseña de El último pirata del Mediterráneo, el libro maldito de Manuel D. Benavides sobre Juan March, trata de superarlo hoy con el Diario de los Goncourt. No lo consigue, pero casi.
            De sus despectivas líneas sobre el libro de Benavides no pude decir nada porque yo soy el autor de la edición y parecería que respiraba por la herida. Coincidimos en Sevilla poco después y sobre la herida no quise echar sal. Quizá aquel desliz se debía a presiones de la todopoderosa Fundación March (otro habría sido el destino de Pablo Escobar si hubiera buscado buenos asesores y la hubiera tomado como modelo). Además había elogiado mucho El arte de quedarse solo y ya se sabe que, como dijo Oscar Wilde, para un escritor solo hay dos clases de críticos: los malos y los que te elogian. Me pareció además una persona culta y encantadora.
            La edición de El último pirata no parecía haberla hojeado siquiera (y, si lo había hecho, el caso era aún más grave). Le reprochaba –a una feroz diatriba publicada en 1934, cuando el contrabandista acababa de fugarse de la cárcel sobornando al director– no ser una biografía objetiva, como las que se estilan en Europa y no adivinar la trayectoria futura del prohombre. Al hecho de que se rescatara la edición definitiva del libro –publicada en 1937 y desconocida–, en la que aparecían los verdaderos nombres de los personajes no le dedicaba ni una línea; tampoco a que se incluyera una breve e impactante autobiografía de Benavides. No le dije en Sevilla lo que pensaba: que yo a quien me escribiera una reseña así para Clarín no le volvería a encargar ninguna más, pero parece que en Babelia son menos escrupulosos en lo que se refiere al rigor y al respeto a los lectores.
            Claro que estas cosas no las puedo decir en público porque yo soy el afectado y parecerían pataleta de autor. Por eso me froto hoy las manos: de su comentario al Diario de los Goncourt sí puedo hablar.
            Descalifica la más extensa de las traducciones realizadas hasta la fecha en español porque no traduce las tres mil quinientas páginas de la edición de 1956, la primera completa. Ni siquiera parece darse cuenta de que esta entrega abarca hasta 1870 y que el diario acaba en 1895.
            No se refiere, quizá lo ignore, a que desde 1887 Edmond de Goncourt fue publicando diversos tomos –hasta un total de nueve– y que fueron esos volúmenes, no la tardía edición completa, los que influyeron en Amiel y en el resto de los diaristas contemporáneos. Los nombres omitidos entonces –y ciertas expresiones consideradas obscenas– se incorporan a esta edición, hecha con excelente criterio. Termina la primera entrega precisamente cuando concluye el diario de Jules y Edmond de Goncourt; los más de veinte años siguientes serán solo el diario de Edmond, aunque por fidelidad fraternal su autor quisiera firmarlo con el nombre de los dos hermanos.
            “La historia de la traducción del diario al castellano es desdichada”, se lamenta Anna Caballé, no sin razón. Lo esperable sería que se alegrara de que comience a ponerse remedio con este volumen, acompañado de precisas notas informativas y con útil índice onomástico final. Pero eso a ella no le importa; lo que ella querría son las tres mil quinientas páginas de la edición deRicatte. Lo curioso es que esa traducción completa no existe en ninguna lengua ni probablemente existirá nunca: tiene más interés para los estudiosos de la vida literaria francesa que para los lectores. Dice que esa edición es “la única que puede hacer justicia a la obra”, desdeñando la labor de Edmond con sus nueve impactantes y polémicas entregas. Y dando a entender que hasta 1956 –cuando ya los Goncourt eran solo el nombre de una academia– nadie había podido leer adecuadamente su diario (más cierto parece que nadie leyó –solo hojeó– esa edición exhaustiva de apuntes y borradores).
            Habrá quien diga que todo esto son opiniones. Pues no, no lo son. “Desde 1925, fecha de la primera y breve antología se han hecho varias tentativas que no logran captar el espíritu de aquella mordaz escritura: hay demasiada diferencia entre el volumen de texto real y el seleccionado”. Error, error, error. No en 1925, sino en 1932 se publicó en Ediciones Jasón una selección del diario; la traducción era apresurada y anónima, con numerosos errores; a pesar de ello se reprodujo facsimilarmente en 1988 y de ella se sacaron los capítulos para la monumental Antología de diarios íntimos publicada por la editorial Labor en 1963. Aparte de esa edición, solo tenemos la traducción de un año, el 1863, publicada en México en 2016.
            Podríamos seguir destrozando el comentario de Anna Caballé –se lo pone fácil a cualquiera que conozca la obra de los Goncourt y haya leído, dudo que ella lo haya hecho, la edición que reseña–, pero lo dejaremos aquí.
            ¡Uf! Qué tranquilo se queda uno cuando por fin puede decir lo que la amabilidad y el agradecimiento le obligaría a callar. Pero yo soy como Chus Lampreave en aquella película de Almodóvar: incapaz de mentir.
            ¡Ya me gustaría poder hacerlo como cualquier persona bien educada!


Domingo, 1 de abril
SOY UN FRACASADO

He fracasado, lo reconozco. Aunque parezco una persona humilde y sin ambiciones (soy bastante bueno disimulando), en realidad siempre he preferido la admiración o el temor al afecto. Y cuando me acerco a la edad de los homenajes, las sopitas y el buen vino, compruebo que no he conseguido lo primero y apenas lo segundo, pero que hay más gente que me quiere de la que yo pensaba. He fracasado por completo. Cómo me alegro.


Martes, 3 de abril
ACEPTO UN BUEN CONSEJO

Comento con Abelardo Linares, el editor del Diario de los Goncourt seleccionado y traducido por José Havel, mi opinión sobre Anna Caballé. Sus palabras están llenas de buen sentido.
            ––Probablemente tienes razón. Yo no he leído su reseña. Lo que te aconsejaría es que lo dejaras pasar y no aludieras a ello públicamente. Ya sabes lo que decía Lara, que era el editor que más sabía de estas cosas: lo que importa es el espacio que dedican a un libro o a un autor, si lleva foto o no, si el titular es adecuado; eso es en lo que se fijan la mayoría de los lectores; lo que diga el crítico importa poco. Que a uno le dediquen dos columnas en Babelia es una publicidad gratuita que no se puede despreciar. Solo ahora, después de cuarenta años editando, han comenzado a ocuparse un poco de Renacimiento. No me lo eches tú a perder arremetiendo contra Anna Caballé, por otra parte la única persona que en ese periódico ha hablado bien de ti.
            Mi amigo Abelardo, como siempre, tiene toda la razón. Lo mejor es encogerse de hombros y dejarlo pasar.
            –¡Y cuántas injusticias no habrás cometido tú con libros valiosos!



Miércoles, 4 de abril
EL MEJOR TEATRO

Me entretengo viendo en el teléfono, más como una pieza teatral que como un debate político, la comparecencia de Cristina Cifuentes en la Asamblea de Madrid. Qué espléndidas intervenciones la suya y la de Lorena Ruiz-Huerta. Dos Españas frente a frente, la que se resiste a desaparecer y la que no acaba de nacer.
            Sobre el famoso máster de la Universidad Rey Juan Carlos (¡vaya nombre para una Universidad!) ya, en el momento del debate, lo sabemos todo: que la presidenta lo obtuvo fraudulentamente, pero que es completamente legal (en apariencia) porque quienes cometieron el fraude fueron profesores y funcionarios de esa Universidad. Y de la presteza con que el rector salió a defenderlos podemos deducir que no se trata de un caso aislado, sino de una práctica habitual.
            Cristina Cifuentes saltó al ruedo dispuesta a llevarse a todos por delante. Qué magnífica chulería, qué gran actriz haría falta para darle la réplica en el teatro o el cine. “No fui a clase, ¿y qué? No me examiné de ninguna asignatura, ¿y qué? Tenía el permiso de los profesores. Me matriculé tarde, ¿y qué? Nadie puso ninguna pega. No encuentro mi trabajo de fin de máster, ¿y qué? Me he cambiado tres veces de casa y ya se sabe que eso implica deshacerse de mucho papel inútil”.
            Uno la escucha, tan segura de sí misma, tan segura de que así se han hecho siempre las cosas en España y de que siempre se harán así, que no puede por menos de sentir admiración. Solo le faltó decir: “Me regalaron un máster, ¿iba yo a rechazarlo? Si alguien ha cometido una irregularidad, será la Universidad, allá ellos”.
            Tendría que ser otra Bette Davis quien interpretara a esta fascinante mujer en la pantalla.
            A Lorena Ruiz-Huerta no hace falta que nadie le regale ningún máster. Entre Shakespeare y Cicerón, un rosario de datos demoledores. La España que representa Lorena Ruiz-Huerta es la España en la que a uno le apetece vivir, de la que me siento orgulloso.
            Pero yo ahora no hablo de política, sino de teatro. Pocas piezas he visto más fascinantes. Ángel Gabilondo era el abuelito bueno, lleno de sentido común, pero sin garra. Al representante de Ciudadanos, Ignacio Aguado, le tocaba representar el papelón más ingrato, el de nadar y guardar la ropa. Parecía dejar a Cristina Cifuentes a los pies de los caballos –ellos lavan más blanco que nadie–, pero luego, en lugar de mandarla a casa a hacer los deberes del dichoso máster, le ponía de penitencia tres padrenuestros.
            Ver la política como un juego de estrategia, ese es uno de mis entretenimientos favoritos últimamente. Ya me he hecho cargo de que, como me repiten mis amigos, yo no valgo para político: voy siempre por derecho, caiga quien caiga, en defensa de lo que considero justo. Esta tarde acabo enamorado de Cristina Cifuentes. Una obra vale lo que valga el malo de la función. Y no me imagino a ningún villano, por villano que sea, capaz de mentir con tanta seguridad y tanto encanto –para los que gustan del cuero y la fusta– como ella.


Jueves, 5 de abril
PORQUE SÍ

“Entre nosotros –leo en Vargas Vila, un modernista justamente olvidado–, la Crítica Literaria no es una Ciencia, sino una Industria; el único oficio que les queda a los mediocres inservibles; el único consuelo posible a los fracasados de las letras”.
            En mi caso, no será una ciencia, pero mucho menos una industria. Y tengo yo mis dudas de que haya más mediocres inservibles en la crítica que en la novela o en la poesía.  “¿Y por qué sigues escribiendo reseñas, esa actividad tan mal pagada como poco agradecida?”, me preguntan a veces. Y yo siempre respondo: porque sí y porque sé. O sea por lo mismo por lo que no hablo nunca de política.


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Viernes, 6 de abril
TIEMPO DE SILENCIO

Aunque parezco un tipo anodino y vulgar, en realidad soy bastante extraño (como todos los tipos anodinos y vulgares, por otra parte). Una de mis manías, ya desde la adolescencia, es hacer listas. Listas de todo.
            Tengo guardadas en el trastero docenas y docenas de libretas. Una de ellas se titula “Gente a la que no le caigo bien”. Resulta bastante nutrida, y eso que he dejado de anotar las enemistades literarias. Comento libros desde hace cuarenta años. Habré reseñado unos dos mil, calculando por lo bajo. Descontando los clásicos (Dante no se va a enfadar porque diga que nunca fui capaz de llegar al cielo de su Divina comedia), quedan por lo menos mil poetas y poetillas a los que alguna vez he tratado o maltratado (en mi caso, viene a ser lo mismo). Y luego están aquellos de los que no me he ocupado nunca, como Karmelo C. Iribarren, que ven en ello la peor de las ofensas.
            No me preocupa demasiado. Lo único que se puede temer de ellos es que no te citen, no te antologuen o no te inviten a este o aquel congreso, algo que no hace ni un rasguño en la piel de elefante de mi vanidad.
            Enemigos verdaderos creo no tener demasiados: nunca he estado casado, nunca he litigado por una herencia, nunca he ocupado cargos ni he estado en situación de hacer favores.
            También preparo listas de las personas con las que puedo hablar de un tema y no de otro, un poco como Aleixandre, que con José Luis Cano hablaba de sus imaginarias novias y con Vicente Molina Foix de sus no menos fantaseados novios.
            La lista más breve –solo consta de tres nombres– es la de aquellos con los que puedo poner en solfa el sagrado dogma de la Inmaculada Concepción de la Patria.
            Qué sorpresas me he llevado. Hablo con un amigo, veterano militante del PC, de lo injusto que me parece que se mantenga en prisión preventiva a los políticos catalanes y él me suelta un “¡deberían haberlos fusilado!”. Sale en la conversación con otro, concejal de Izquierda Unida, el nombre de Puigdemont y él, espontáneamente, lo primero que dice es “¡ese payaso!”. Y si en la tertulia trato de pontificar un poco –mi deporte favorito– sobre el tema, en seguida un espontáneo de otra mesa interviene para defender la Sacrosanta Unidad de la Patria. ¡Venciste, José Antonio!
            Llevo tiempo tratando de encontrar alguien más con quien poder hablar libremente (pero en voz baja para no se ofendan los de la mesa de al lado) de la situación política. Ya casi he desistido.
            Menos mal que ha venido a compensar esta situación Cristina Cifuentes con su Máster. De ese asunto sí que puedo hablar con todos –de izquierdas o derechas– y siempre acabamos echándonos unas risas. A mí ya me da un poco de lástima su berroqueña catadura.
           
Sábado, 7 de abril
OLVIDO

Era tan popular entre sus compañeros que cuando organizaron una comida con motivo de su jubilación se olvidaron de invitarle.


Domingo, 8 de abril
UN MAL SUEÑO

Voy contra mi interés al confesarlo, porque me quedan dos telediarios para ser uno de ellos, pero estoy desarrollando cierta alergia contra los jubilados. No contra todos, solo contra los escribidores. Parecen dedicados, de la mañana a la noche, a promocionar sus versos y su prosa. Cansan, pero nunca se cansan.
            Hoy una novela, mañana un libro de poemas (o dos) y siempre la misma petición: “Dime tu opinión sincera, aunque sea negativa”.
            Yo hojeo los volúmenes –por lo general aparecidos en una de esas editoriales que se dedican a la autoedición– y al día siguiente, mientras tomamos un café en Los Porches, les dedico unas cuantas vaguedades elogiosas que no comprometen a nada.
            Tengo fama de ser un crítico cruel, pero yo no me meto con nadie que no merezca la pena.
            Por la noche, en mis pesadillas, me veo a mí mismo, ya jubilado y descatalogado, yendo de un lado para otro suplicando algo de atención. Me despierto sudoroso y tardo en darme cuenta de que solo se trata de un mal sueño.
            “Es difícil envejecer sin un poco de gloria o un poco de amor”, escribió Gil-Albert. Si es así, yo no debo de haber comenzado aún a envejecer porque me lo paso muy bien sin la una y bastante bien sin el otro.


Lunes, 9 de abril
ENCUENTRO

He estado muchas veces solo en ciudades en las que no conocía a nadie. Durante el día lo pasaba bien. Callejeaba, entraba en alguna iglesia, compraba libros, me sentaba a leer en una cafetería con amplios ventanales, miraba pasar la gente…
            Pero, al llegar la noche, qué angustia tener que volver al hotel. Me demoraba por las calles del centro hasta que se iban quedando desiertas. En verano, no había problema, pero en invierno anochece demasiado pronto y el frío parece que se te mete en los huesos.
            Una de esas noches, en Catania, caminando de prisa por la Vía Etnea, aunque no tenía prisa ninguna, oí mi nombre. Pensé que llamaban a otra persona. Volvieron a repetirlo con insistencia. Me volví. Una mujer trataba de alcanzarme.
            ––Qué rápido caminas. Estoy sin resuello.
            Se puso a caminar a mi lado sin presentarse, como si yo tuviera que conocerla. Quiso cogerme del brazo y yo me aparté instintivamente.
            ––Disculpa.
            Y luego me miró con ojos tristes, se dio la vuelta y desapareció por una callejuela oscura.
            Me encogí de hombros. Estaba seguro que era la primera vez que la veía. Pero de vez en cuando sueño con ella y ya no estoy tan seguro.


Miércoles, 11 de abril
NO ME VENDO, ME REGALO

––Pero ¿todavía sigues en Facebook? – me pregunta un amigo alarmado–. ¿Es que no te has enterado de la filtración de datos? ¿No te importa que comercien con tu intimidad?
            ––No solo no me importa, sino que me gustaría que me explicaran cómo lo consiguen.
            ––¿No te importa que se aprovechen de lo que saben de ti para engañarte con noticias falsas?
            ––Yo cuando subo una foto, unos aforismos, un poema a Facebook lo hago, como cuando publico un libro, para que se entere cuanto más gente mejor. ¿Que lo que yo comparto en Facebook con cinco mil la empresa del señor Zuckerberg quiere compartirlo con cinco millones? Pues muchas gracias. Yo, encantado. Pero sospecho que le va a ser difícil conseguirlo. De esos cinco mil contactos, apenas cien son los que ponen un “me gusta y de esos cien la mayoría lo pone sin leer lo escrito, esperando simplemente que yo haga lo mismo con lo que ellos suben a la Red.
            ––Pero es que también venden tus datos a terceros.
            ––¿Venden mis poemas, mis fotos de Venecia, los selfiesen los que me esfuerzo en aparecer lo más favorecido posible? Pues ya me gustaría a mí conocer quiénes son esos compradores, no para pedir comisión, sino para agradecerles su interés por lo que a la mayoría de mis amigos no les interesa ni regalado.
            ––¡Tomas a broma lo que es un asunto muy grave! ¡La democracia está en peligro con los robots que difunden noticias falsas!
            ––Las noticias falsas no se inventaron ni siquiera cuando apareció el primer periódico impreso. Nacieron con el ser humano. Los periódicos no se crearon para difundir noticias verdaderas, sino noticias que interesaban al propietario del periódico fueran verdaderas o falsas.
            ––No te creo.
            ––Vete a la hemeroteca de El Mundo, La Razón
            ––Claro, para ti solo los periódicos de izquierda dicen la verdad.
            ––¿Pero hay algún periódico de izquierdas? Dímelo para que comience a comprarlo.
            ––Ese papelucho que os gusta tanto a los progres, El País, ¿no es de izquierdas?
            ––Sí, tan de izquierdas como el presidente de Asturias, Javier Fernández, el político mejor valorado por los españoles, según  El País, cuando defenestró a Pedro Sánchez para que Rajoy pudiera seguir en el gobierno.
            ––Pues ahora bien que combate tu periódico a Rajoy.
            ––¡No es mi periódico! Me dan grima sus titulares. Pero volvamos a lo de las noticias falsas. El primer productor de noticias falsas es el cerebro humano, que a partir de unos pocos datos se apresura a sacar conclusiones apresuradas y que actúa como un abogado de la Mafia (como cualquier abogado, en realidad): no le importa la verdad, sino lo que beneficia a su cliente. Por cierto, ¿no te resulta extraño que las noticias falsas que se difunden en la red siempre perjudican los intereses de quienes las denuncian? La Unión Europea, partidaria de que el Reino Unido siguiera formando parte del redil, denuncia que hubo una campaña de Rusia a favor del Brexit. ¿No hubo campaña a favor de que se rechazara en el referéndum? ¿No se difundieron noticias falsas para conseguirlo? Cuando quieras, te enseño yo unas cuantas publicadas en los principales periódicos europeos, no en los perfiles de Facebook.
            ––¡Pero es que la gente ya no lee periódicos, lo que se cree es lo que aparece en su muro de Facebook, que además está manipulado por un algoritmo para que solo aparezcan determinadas noticias, para que no se enteren de otras opiniones!
            ––Claro, por eso las noticias falsas benefician siempre a nuestros adversarios, porque las que van a favor de nuestros prejuicios las aceptamos de inmediato como verdaderas. Te cuento una anécdota de esta tarde. Tomo un café en el Vetusta, hojeo un libro. En la mesa de al lado, un grupo de señoras comentan que si Cataluña, que si Cifuentes, que si las reinas. Una de ellas saca el teléfono y lee: “El expediente académico de Pablo Echenique está falsificado. Aprobó la asignatura de Educación Física sin presentarse a ningún examen”. De inmediato, antes de que sus compañeras se rían de ese chiste sin gracia, la más tonta exclama: “¡Es que ellos son los peores, los más corruptos, y luego quieren ir por ahí dándonos lecciones!”
            ––No sé a qué viene eso.
            –-Que todos somos, si no nos ponemos en guardia, como esa señora. Nos creemos cualquier cosa que nos cuenten de Trump, sea o no verdad, o de Podemos, si votamos al PP, o de los catalanes (Pedro de Silva ha escrito que la república que buscan no es más que un invento de Richelieu). Tenemos cien ojos para detectar las noticias falsas que nos perjudican mientras que las que nos benefician se nos vuelven invisibles. Te repito mi aforismo favorito: libertad de prensa es poder elegir el periódico que queremos que nos engañe. Para lo compramos, para que nos confirme en nuestra opinión de que Puigdemont es el diablo.
            ––¡Contigo no se puede hablar en serio!
            ––Pues hablo muy en serio cuando digo que me encanta que alguien comercie con mi intimidad. Yo la regalo todos los días en Facebook y a menudo tengo la desoladora impresión de que nadie la quiere ni regalada.


Jueves, 12 de abril
ANODINO Y VULGAR

Soy un tipo anodino y vulgar, pero estoy lleno de secretos que nunca cuento a nadie. O que les cuento a todos, que es la mejor manera de que no se entere nadie.



Acción de gracias: Las cosas como son

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Viernes, 13 de abril
CONFESIONES INCONFESABLES

Cada día detesto más la literatura, cada día me cansa más lo poético (de los poetas, ya ni hablo). Soy como aquel catedrático de literatura italiana, especialista en el autor de La Divina Comedia, que ya anciano y en su lecho de muerte, reunió en torno a su lecho a toda la familia para confesarles el secreto que había guardado toda su vida: “¡No soporto a Dante!” o, en otra versión más castiza, “¡Me jode el Dante!”
            Leo la trabajosa –más que trabajada– taracea con que Aurora Egido epiloga Las llamas, la última –sospecho que no será la última– caricatura de su poesía que ha publicado Pere Gimferrer y cuando llego al final de esas ocho páginas inanes siento un poco de vergüenza ajena: “un verso puede arder ante la nieve bárbara, con el agua latiendo al fondo de un poema, mientras el fuego tarda en llegar al pabellón del frío”. Pues qué bien, señora.
            Tenía 24 años Pere Gimferrer cuando puso punto final a su poesía en castellano. La reunió en el volumen Poemas 1963-1969, que yo compré y leí a comienzos de 1970. Todavía lo conservo. Lo releo cada vez que Gimferrer publica una nueva obra maestra (en eso está de acuerdo él con todos los suplementos literarios), y veo que aquellos viejos versos veinteañeros siguen conservando todo su poder de seducción. Que no me había equivocado, que alguna vez fue un gran poeta, aunque él y la Fundación Lara lleven años empeñándose en demostrar lo contrario.


Sábado, 14 de abril
DEMOCRACIA Y VERDAD

Si el Partido Popular hubiera tenido mayoría absoluta en la Comunidad de Madrid, el asunto del Máster habría acabado con el nombramiento de Cristina Cifuentes como doctora honoris causa por la Universidad Rey Juan Carlos.
            Y es que en democracia las cosas no son como son, sino como decide la mayoría parlamentaria.
            (Salvo que se trate, claro, de la democracia española y el parlamento de Cataluña.)

Domingo, 15 de abril
UN CEREBRITO

Una revista de moda masculina, Icon, celebra su número 50 homenajeando a ocho jóvenes artistas españoles. Uno de ellos es C. Tangana, músico que dice no considerarse un “youtuber” o un “influencer”, sino un empresario. También dice otras cosas: “La forma en que escribo cambia todo el rato. Cuanto más vives, más escribes. Nos pasa a todos, excepto a Borges, que no había vivido nada. Él mismo se quejaba de que quería hacer novelas románticas y de bandidos, pero no podía, no había vivido. Le reconocieron siempre más por ser un cerebrito”.
            El bueno de C. Tangana, que posa elegantemente desvestido con un pijama de Gucci, puede estar seguro de que él no corre ese riesgo: nadie le tomará por un cerebrito.
            El autor del reportaje nos deja esta advertencia: “Recuerde: todo lo que nos parece hoy equivocado en ellos será norma dentro de unos años”.
            Para echarse a temblar, si no fuera falso. La analfabeta y rotunda bobería es tan antigua como el mundo. Aunque Tangana se desvista de Gucci, Tangana se queda.


Lunes, 16 de abril
LAS MATEMÁTICAS NO ENGAÑAN

¿Mi principal defecto? Que tiendo a considerarme más listo que nadie. ¿Mi principal virtud? Que no me molesta, sino todo lo contrario, reconocer que estoy equivocado.
            Creo ser bastante bueno en detectar el talento ajeno. Lo mismo que me basta ponerme al lado de alguien para ver que es tan alto como yo, más alto o más bajo, me basta charlar un rato sobre un tema que a los dos nos interesa para descubrir quién vale intelectualmente más que yo.
            Me divierte engañar, o jugar a que engaño, fingir que soy lo que no soy (buena persona, por ejemplo), pero pongo todo mi empeño en no engañarme a mí mismo.
            Incluso he inventado una fórmula algebraica para aproximarme con bastante exactitud a mi verdadero valor: anoto lo que creo que valgo, lo divido por dos y le resto cinco.


Martes, 17 de abril
CUANDO ESTOY SOLO

Yo, cuando estoy solo, casi nunca me siento solo. Ni acompañado cuando estoy acompañado.
            Enamorarse es un error; ser correspondido, dos errores.
            Lo mejor es ser joven, pero solo si eres viejo.
            Donde no estoy es siempre donde mejor estoy.
            Envejecer también tiene su gracia, su maldita gracia.
            La felicidad es tan tímida que en cuanto reconocemos que camina a nuestro lado sale corriendo.
            Dos que son muy amigos tardarán menos en dejar de serlo que los que son simplemente amigos.
            Tantos años después, los buenos y los malos ratos que me hiciste pasar apenas si se distinguen.
            No siempre la explicación más clara es la más verdadera.
            En la vida, como en los aeropuertos, el tiempo siempre falta o sobra.
            A mi memoria, como a la historia, le gusta avalar patrañas con datos verdaderos.
            No es posible recibir un homenaje sin quedar un poco en ridículo.          
            Lo que nunca consigues, jamás te defrauda.
            Para ser feliz, no añorar nada del pasado ni desear del futuro nada que no tengamos ya en el presente.
           
Miércoles, 18 de abril
MI ALIENS FAVORITO

Siempre me han extrañado quienes viven llenos de dudas y angustia por la existencia e inexistencia de Dios. A mí me parece que el misterio del mundo sigue siendo igual de inexplicable en ambos casos.
            Las matemáticas no son más que un traje hecho a medida del universo.
            Las estrellas solo son hermosas vistas a distancia, a mucha distancia.
            Una religión verdadera se diferencia de una falsa en que las dos son falsas. O las dos verdaderas.
            Dios no es más que un alienígena con pretensiones,


Jueves, 19 de abril
A LOS HÉROES DE LA INDEPENDENCIA

Leo un titular: “El Supremo exige a Montoro que pruebe que no hubo malversación”. Y se me ocurre pensar en lo mucho que deben haber leído a Kafka los protagonistas de la España actual. Como en la novela de Kafka, primero encarcelamos y luego ya veremos de qué delito se les puede acusar.
            Se me ocurre una fabulilla futurista y utópica (o distópica, según se mire) inspirada en mi admirado Chesterton y su El hombre que fue Jueves. Una fabulilla que nunca escribiré, por supuesto (y por si acaso).
            Año dos mil veintitantos, se acaba de proclamar la República Catalana (federada de inmediato con la República Española) y al comienzo de las Ramblas va a inaugurarse un monumento a los héroes que la han hecho posible (algo así como el Muro de los Reformadores ginebrinos). Se aglomera el gentío, el monumento está cubierto con una especie de telón, nadie sabe quién será el prohombre que ocupa el lugar centrar. Hay gran expectación. Se cruzan apuestas.
            Suena la música, el presidente de la República descorre el telón y, tras las exclamaciones de asombro, todos acaban reconociendo el acierto.
            –-Sin su tenaz empeño, todavía seríamos una autonomía más del reino de España, con un concierto fiscal algo más ventajoso, eso es todo.
            ––Dicen que ya no hubo vuelta atrás en el camino a la independencia cuando él decidió mantener a Oriol Junqueras en la cárcel e impedirle que participara en las últimas elecciones autonómicas, las del 155.
            ––Cuentan que era un infiltrado de la CUP que logró engañar a todos.
            ––No lo creo, a mí me pareció siempre que sus decisiones favorecían sobre todo a Puigdemont.
            ––Hay quien le acusó de prevaricación, pero prevaricara o no lo cierto es que cada una de sus resoluciones judiciales ayudaba a impedir que los que tenían dudas dieran un paso atrás y ponían un poco más en ridículo a la justicia española.
            –-Lo más curioso resultaba ver cómo los más perjudicados con sus decisiones eran los que más le aplaudían.
            ––Cuando pidió al ministro que demostrara que no se había cometido delito se superó a sí mismo. Era como el caso de aquella señora, ¿cómo se llamaba?, que retó a los que discutían su Máster falsificado que demostraran que ella no se había presentado a un examen al que no se había presentado. Y en su partido la defendían y un tal, ¿cómo se llamaba el entonces jefe de gobierno de la antigua monarquía española?, Rajoy o algo así, tan campante, tan a lo suyo, “Tú resiste y echa balones fuera mientras yo me fumo un puro”.


Viernes, 20 de abril
PARA EL DÍA DEL LIBRO

Todos los poetas, por poco que escriban, escriben demasiado. No se salvan ni Jorge Manrique ni Juan de la Cruz.
            En el cementerio de las bibliotecas, no hay libro que no espere su resurrección.
            Los perros sacan a pasear a sus amos y las palabras enredan al escritor para que diga lo que ellas quieren que diga.
            Cuando no hay nada que decir, lo mejor es no decir nada.
            Hay quien confunde la historia de la literatura con los manuales de historia de la literatura.
            El arte de escribir sin decir nada no está al alcance de cualquiera,
            Son pocos los libros que valen más que el papel en que están impresos.
            En ningún siglo caben más de media docena de poetas y yo me he carteado o he polemizado con más de medio millar.
            No se te ocurra volver a los libros que en la adolescencia te hicieron tan feliz.
            Nadie se queja de que a los clásicos se les esté haciendo spoilerconstantemente.
            A escribir se aprende, pero no se enseña.
            Cien años después o doscientos años después, ninguna muerte es prematura. ¿Verdad, amigo Larra?
            Dentro de mil o dos mil años, seguramente no sabrán quién fui yo, pero ¿seguirán sabiendo quién fue Garcilaso?
            Me gusta recordar las palabras de Eugenio d'Ors cuando creó el reglamento de las bibliotecas públicas de Cataluña: "Donativos, solo en metálico".
            Para no dejar de apreciar a ciertos escritores conviene dejar de leerlos.  
            Como todos los días leía uno o varios libros, el día del libro aprovechaba para dejarlos descansar.


Acción de gracias: Escribo y callo

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Sábado, 21 de abril
EN UN CLARO DEL BOSQUE

Me paso la vida contando mi vida, pero hay cosas que todavía no le he contado a nadie, y quizá nunca se las cuente. Lo que ocurrió aquella noche de hace veinte años, por ejemplo.
            Había salido yo muy tocado de una mala historia de amor, o de casi amor, y un amigo me prestó su casa, poco más que una cabaña (ahora es un alojamiento rural), en los montes de Somiedo, para que descansara unos días y me lamiera las heridas.
            Nunca me ha gustado demasiado la naturaleza, si he de ser sincero, pero necesitaba estar solo. Por el día vagaba por los alrededores, alguna vez bajaba hasta la villa, volvía fatigado a casa. Me dormía pronto. Había recuperado el sueño, y aquello era una buena señal.
            La nueva pareja de mi pareja, antes uno de mis mejores amigos, tuvo la desfachatez de llamarme para ver cómo me encontraba. Y yo no le colgué el teléfono y me callé lo que pensaba e intercambiamos un rato banalidades como si no hubiera ocurrido nada.
            Me dormía pronto por lo general, ya digo, pero algunas noches tardaba en dormir y entonces escuchaba un poco de música y luego me asomaba a la ventana a contemplar la oscuridad agujereada de estrellas sobre las copas oscuras de los árboles.             
             Fueron días raros en la climatología de la zona aquellos, sin una nube. Una de esas noches vi una estrella errante, o lo que me pareció una estrella errante. Cerré los ojos para formular un deseo: que nunca más volviera a necesitar a nadie como se necesita el aire que respiramos. Los abrí. Aquella luz que yo creía una estrella se movía cada vez más lentamente hasta quedar inmóvil. Permaneció así un largo rato, yo casi no acertaba a distinguirla de los otros astros. De pronto comenzó a descender despacio, muy despacio, y desapareció en medio del bosque. Me vestí –estaba ya listo para ir a la cama– y salí a buscarla. No sé por qué lo hice. No parecía muy recomendable andar de noche por aquellos andurriales, podía perderme. Pero no me perdí.
            Una luz verdosa que se filtraba entre los troncos de los árboles y los matorrales me guió hasta ella. Estaba en un claro, parpadeante, sin hacer ningún ruido. Yo debía sentirme asustado, pero no tenía ningún miedo.
            Me acerqué como si fuera la cosa más natural del mundo, buscando una puerta, alguna ventana. No las había. Se trataba de un cilindro metálico, del tamaño de una pequeña furgoneta, que despedía una fosforescencia extraña. Y fue entonces cuando ocurrió lo que nunca le he contado a nadie ni creo que me atreva a contarlo jamás.
            Volví a Oviedo tres días después, completamente recuperado. No he vuelto a enamorarme desde entonces, aunque más de una vez fingiera estarlo porque uno escribe versos y el tema del amor da mucho juego.
            Mis amigos dicen que no tengo corazón. Y yo sonrío y ni afirmo ni niego. Lo que pasó aquella noche, en los montes de Somiedo, en un claro del bosque como el de los cuentos de hadas y prodigios, no lo he contado nunca ni lo voy a contar ahora.


Domingo, 22 de abril
UN ERROR, DOS ERRORES

En mi cafetería habitual del Fontán. Una pareja joven en la mesa de al lado. Hojean juntos el periódico. Observo de reojo, halagada mi vanidad, que se han detenido en la página de mi diario semanal.
            “Enamorarse es un error; ser correspondido, dos errores”, lee él en voz alta. “¡Qué tontería!”, dice ella antes de besarle en los labios.
            “Dejad que pase un poco de tiempo”, pienso yo.


Lunes, 23 de abril
CONTRA LOS RECITALES

Por mucho que a uno le gusten los dulces, si le obligan a comerse dos docenas de pasteles lo más probable es que acabe detestándolos.
            Para conmemorar el día del libro,  me enredan en una lectura colectiva de León Felipe: cincuenta profesores y alumnos –en una pequeña sala de juntas, donde apenas caben cincuenta personas– han de leer cincuenta poemas suyos..
            Yo solo aguanté hasta el número veinte, por eso todavía no odio del todo a León Felipe.
            Claro que hay ocurrencias peores: la de la lectura colectiva del Quijote, por ejemplo.


Martes, 24 de abril
TENDRÉ QUE IR ACOSTUMBRÁNDOME

“Más de dos millones de ancianos viven solos en España” escucho en la televisión. Hablan luego de que ese problema de soledad es uno de los más graves de la sociedad contemporánea y de cómo tratan de resolverlo en los distintos países.
            Solo me doy cuenta de que están hablando de mí cuando precisan que se refieren a personas de más de 65 años.
            Es la primera vez me veo incluido en la categoría de ancianos. Tendré que ir acostumbrándome. De momento, encuentro divertido que me califiquen de esa manera.


Miércoles, 25 de abril
FARSA Y LICENCIA DE LA PRESIDENTA CASTIZA

“¿Estarás contento? ¡Habéis conseguido que dimita antes que Toni Cantó!”, me dice un amigo del PP, tan ingenuo que hasta se cree a Antonio Hernando.
            Pues no, no estoy contento. El asuntillo ese, tan cutre, del hurto en el supermercado (¡solo faltó que fuera, no de una empresa vasca, sino catalana!) me ha amargado el día, un día para mí siempre feliz,  recuerdo de aquel otro 25 de abril, cuando los fusiles y los claveles.
            Me consuelo un poco imaginando la farsa en un acto para sombras y marionetas que escribiría don Ramón del Valle-Inclán con este esperpento.
            Acto único, escena tercera. La ministra de Defensa, doña María Dolores de Cospedal, marquesa del Finiquito, condesa del Diferido, con peineta y mantilla, rodeada de espadones, el pecho deslumbrante de cruces y medallas, entra en el despacho de la presidenta de la Comunidad de Madrid.
            ––Ay, hija, te traigo un ukase. Que dice el jefe que tienes que irte, que ni un minuto más, que somos el hazmerreír del mundo.
            ––¿Irme yo por haber tratado de robar en un supermercado? ¡Pero ese hombre esta loco! ¡El que no lo haya hecho, o por lo menos intentado alguna vez, que tire la primera piedra!
            ––-Quien manda manda, querida. Tú di que dimites para que no lleguen los podemitas al poder, que eso siempre nos da votos.
            ––Pues irme me iré, pero que tenga cuidado nuestro querido presidente, que quien a video mata a video muere. ¡Si lo del Eroski fue solo para comprobar cómo funcionaba su seguridad, que ya me preparaba yo para ser delegada del gobierno en Madrid y controlar a todas las fuerzas de seguridad! ¿Lo hice mal? ¿Puede alguien decirme que lo hice mal? ¡Si hasta me dedicaban artículos elogiosos en El País!
            Acto único, escena séptima. Reunión del gabinete de crisis de la Marca España en el salón Velázquez de la Casa de las Siete Chimeneas. Preside el ministro de Cultura, con uniforme de gala. Antes de sentarse, entonan todos, con mucho sentimiento, el himno de la legión: “Soy el novio de la muerte…”
            ––Tenemos que hacerle un lavado de cara a la marca España, las infamias que los catalanes han ido difundiendo por la culta Europa –que si nuestras universidades regalan los títulos, que si nuestros políticos roban hasta en las tiendas de barrio–  la han desprestigiado por completo. Propongo cambiar el logos (vamos a encargarle a Mariscal algo con la querida cabra que todos llevamos tan dentro del corazón), la banderita, algo chillona, e incluso el nombre del país. ¿Qué os parecería Marca Hispánica?
            ––Formidable, ministro. Y así matamos dos pájaros de un tiro. ¿Cómo van a querer los independentistas separarse de la Marca Hispánica si ese fue el primer nombre que tuvo Cataluña? ¡Chúpate esa, Puigdemont!


Jueves, 26 de abril
COSAS DE LA POLÍTICA

“Si no hay dinero, no hay dinero”, les dijo el presidente del gobierno de un país todavía llamado España, muy en su papel de adalid del sentido común, a los miles y miles de pensionistas que se manifestaban para pedir la subida de las pensiones.
            “Si no hay dinero, se saca de debajo de las piedras, eso es de cajón”, le dijo el presidente del gobierno a su ministro de Economía cuando se enteró de que el partido nacionalista vasco exigía esa subida para votar afirmativamente en el debate de los presupuestos y permitirle así seguir holgazaneando en la poltrona.


Viernes, 27 de abril
DE JUECES Y MANADAS

Oximoron: figura retórica que consiste en complementar una palabra con otra que tiene un significado opuesto.
            Ejemplos: fuego helado, nieve ardiente (de la poesía clásica) o música militar, pensamiento navarro (del "humor" tradicional). ¿Habrá que añadir justicia española?




Acción de gracias: Historias de España

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Sábado, 28 de abril
POR FIN

¿Puede una obra de teatro ser algo más que una obra de teatro, un acto de justicia? Asistí al estreno de El Rector, un poco por casualidad. Había leído la obra de Pedro de Silva, me pareció poco teatral; y el director, Etelvino Vázquez (con el que había tenido un cierto desencuentro cuando representó mi adaptación de Medea), no me ofrecía demasiada confianza.
            Bastaron pocos minutos para que dejara de lado todos mis prejuicios. Como en una tragedia griega, sabíamos el final, lo que le esperaba a aquel hombre bueno –Leopoldo Alas Argüelles, hijo de Clarín, rector de la Universidad de Oviedo– hiciera lo que hiciera. La prueba de cargo contra él, en la farsa de juicio a que le sometieron, fue una fotografía en la que aparecían, entre otros, “el poeta comunista” Rafael Alberti y María Teresa León.
            Le juzgaron, le fusilaron, le enterraron a dos pasos de este teatro, al que su padre quiso que se le diera el nombre de un poeta admirado, Campoamor. Antes que los militares le había condenado las gentes de bien de Vetusta, los que se sintieron zaheridos por Clarín, los que no tenían bastante con la brutal represión que había seguido a los desmanes de la revolución de octubre.
            En el teatro, asistiendo a la tragedia que se desarrolla en el escenario, están los descendientes del ajusticiado y también los de aquellos que le escupieron y gritaron “crucifícale, crucifícale” mientras iba camino del cadalso.
            Una parte de la Vetusta que aplaudió su fusilamiento, aplaude ahora conmovida este debate sobre el escenario entre la razón y la sinrazón. Y yo pienso: ¿de verdad están todos arrepentidos? ¿Ya no queda nadie en esta Vetusta nuestra, en España nuestra, capaz de fusilar a los que no piensan como ellos? Quiero creer que no, pero sé que sí.
            A la salida, me encuentro con Leopoldo Tolívar Alas, nieto del protagonista de El Rector, como él catedrático de Derecho, como él un hombre sabio y bueno. Me imagino lo que habrá sentido al ver la obra, me imagino su congoja, según se iban cumpliendo los designios de la fatalidad, y también una cierta sensación de alivio: por fin, y en el mejor escenario, se ha hecho justicia, se ha puesto un nombre y un hombre en el alto lugar que le corresponde.


Domingo, 29 de abril
CAMBIAN LOS TIEMPOS

Soy el escritor más y menos profesional del mundo. Escribo solo por encargo y para publicar, pero jamás he escrito una línea por dinero. Si el encargo no me apetece, no lo acepto, aunque me pagaran un millón de euros (no se ha dado ni se dará el caso, por supuesto); si me gusta, me pongo de inmediato a ello, aunque no cobre nada.
            Para mí, no sé escribir; como mero desahogo, tampoco. Una vez publicado, jamás he releído un libro mío, salvo para corregir pruebas en una segunda edición (pero eso no es leer).
            Desde hace unos años, todo lo que escribo lo publico de tres maneras distintas: primero por entregas en la prensa (como los novelistas decimonónicos), luego digitalmente, finalmente en libro.
            Cada una de esas maneras tiene sus ventajas y sus lectores exclusivos. En el periódico, es un plato más a elegir en el variado menú del domingo. Igual que yo me saltó la sección de deportes o de información municipal, me imagino a muchos saltándose la apretada página de mi diario, en la que apenas si dejo sitio para la ilustración de Alicia Varela, pero a otros buscándola y sorprendiéndose con mis audacias o riéndose con mis disparates. En el periódico, los que me leen son amigos, aunque yo no los conozca personalmente; quienes no me tragan tienen cosas mejores que hacer.
            Los que me detestan prefieren Internet. O quizá sea solo una impresión porque ahí puedo leer sus comentarios. Cuando hablo de Cataluña, son especialmente virulentos, y eso que yo, sobre ese tema, siempre he tenido una opinión muy moderada y razonada, aunque parece que hay quienes no lo ven así.
            Mientras asistía ayer a la representación de El Rector pensaba que si las cosas, como entonces, se descontrolaban y acababa recurriéndose al ejército para mantener el orden, alguien sacaría un dossier con mis artículos y mi destino no sería muy distinto al de Leopoldo Alas. La misma descerebrada saña con que le persiguieron a él veo yo en algunos comentarios anónimos.
            En libro es otra cosa. En un libro cabe cualquier secreto, cualquier confidencia. En un libro mío solo entran los afines. Nadie que no sea verdaderamente inteligente es capaz de leer un libro mío. Le parecería una forma de perder el tiempo. En los libros puedo decir, sin miedo, cualquier cosa.
            Los ojos aviesos y al acecho prefieren Internet, que es gratis, para descubrir ofensas al honor. La última: citar en broma como ejemplos de oxímoron los manidos “música militar”, “pensamiento navarro”.
            En Los cuernos de don Friolera, un tribunal –militar, por supuesto– condena a don Friolera a que dé muerte a su mujer, que le engaña, para salvar el honor del cuerpo de carabineros.
            Cambian los tiempos, no sé yo si cambian las mentalidades.


Lunes, 30 de abril
PERPLEJIDAD

Al juez Garzón le expulsaron de la judicatura por tratar de impedir que los imputados de la Gurtel (cuando el gobierno en pleno los arropaba diciendo que no era una trama del PP, sino contra el PP) siguieran cometiendo sus delitos desde la cárcel en connivencia con algunos abogados; al Juez del Voto Particular (doscientas páginas que nos avergonzarán para siempre), le defienden no solo todas las asociaciones gremiales (para eso están, para proteger a los suyos con razón, sin razón o contra ella), sino también la entera clase política puesta en pie como un solo hombre (y en ese caso “hombre” significa hombre, no ser humano en general).
            A Rafael Catalá, ministro de Justicia, por decir lo que piensa cualquiera que haya leído el Voto Particular en un asunto especialmente repulsivo (uno de los miembros de ese grupo organizado para el abuso era o es guardia civil), se le pide la dimisión. Y hasta la piden Pedro Sánchez (contradiciendo a Margarita Robles: mujer tenía que ser) y Pablo Iglesias.
            Pero, me pregunto yo asustado, ¿a quién voy a votar yo en las próximas elecciones? Si el sistema son esos señores –el del Voto y los que lo defienden diciendo que lo que hay que hacer es crear una comisión y no entrar en casos particulares–, yo cada vez me siento más antisistema.
            Menos mal que aún nos queda Rafael Catalá.


Martes, 1 de mayo
OTRO MAYO

Comienzo mayo recordando tópicamente otro mayo de hace medio siglo. Yo entonces, al contrario que todo el mundo, no estaba en París. Estaba a punto de cumplir dieciocho años, comenzaba mis estudios en la Universidad, no tenía inquietudes políticas: me interesaban más los versos de Góngora o las perplejidades de Unamuno (también, por supuesto, los diálogos de Platón y las novelas de Dostoievski) que el tiempo en que vivía.
            Una mañana llegamos a clase, yo y otros despistados,  y nos encontramos con que había huelga. “Hay una asamblea en Derecho”, nos dijeron. Nos acercamos hasta el edificio histórico de la Universidad y vimos varias furgonetas de la policía aparcadas delante de la puerta. Nos quedamos mirando desde la plaza de la Escandalera, sin atrevernos a ir más allá. Éramos cuatro o cinco asustados novatos. De pronto, un coche policial se detuvo a nuestro lado. Se bajaron un par de “grises” y comenzaron a darnos palos. Los miramos atónitos mientras escapamos, como conejillos asustados. Recuerdo bien lo que dijo una mujer que se quedó mirando: “Eso, eso… Que estudien”.
            Rememoro mi poco heroico mayo del 68 desde uno de los ventanales del nuevo Starbucks. He traído conmigo el diario de Julien Green que cuenta esos días y el Manual de espumas de Gerardo Diego. El diario de Green tiene un hermoso título, Ce qui reste de jour, muy adecuado para un diario (Kazuo Ishiguro lo utilizó después en una novela), y abarca los años 1966-1972.
            En el 68 –Julien Green tenía exactamente los mismos años que yo tengo ahora–, le asustaron los disturbios, el caos generalizado, la profusión de banderas rojas y negras y la ausencia de la  tricolor. Se tranquilizó cuando el 30 de mayo habló por fin De Gaulle y más cuando al día siguiente una gigantesca manifestación en su apoyo discurrió de la Concorde a l’Etoile. Un ambiente de fiesta, gritos, cánticos, profusión de banderas nacionales. “Francia se ha salvado”, pensó. Pero poco a poco, en las páginas siguientes, se va dando cuenta de que nada volvería a ser como era.
            Cierro el diario de Green y abro, como quien reencuentra un juguete, el diminuto volumen de Gerardo Diego: “Ayer Mañana / Los días niños cantan en mi ventana / Las casas son todas de papel / y van y vienen las golondrinas / doblando y desdoblando esquinas”.
            Tras la cristalera del Starbucks, el Campoamor, la plaza de la Escandalera, la ciudad casi desierta en este atardecer, algún turista despistado, y esa sensación, que conozco tan bien y que dura tan poco, de estar a gusto conmigo mismo y en el centro del mundo.


Miércoles, 2 de mayo
LINCHAMIENTOS

Los linchamientos no los inventaron las redes sociales. En 1982 –ya habíamos dejado atrás la Edad Media (o eso creíamos)–, la revista Los Cuadernos del Norte le dedicó unas páginas de homenaje a Camilo José Cela con motivo de cumplirse cuarenta años de la publicación del Pascual Duarte. Lo inicia el propio Cela con unas líneas no muy entusiastas: “Estoy empezando a cansarme del Pascual Duarte y su familia”. No sabía la que se le venía encima.
            En el diario Región, vocero de la extrema derecha, dieron la voz de alarma. ¡En una revista que financiaba la Caja de Ahorros se había insultado a la Santina!
            Fue tal el revuelo, que si Cela se hubiera presentado entonces en Asturias, a la policía le habría costado proteger su vida. Los ayuntamientos, uno tras otro, fueron declarándole persona non grata. Las cartas al director de los periódicos de entonces están llenas de insultos. Recuerdo una: para que la Virgen le perdonara tendría que venir andando de rodillas desde su casa (por entonces vivía todavía en Mallorca) hasta Covadonga.
            ¿Y cuál fue el motivo del escándalo? Pues que en una serie de notas, noticias recogidas de los periódicos y frases escuchadas al azar, había reproducido una que le contaron en Oviedo: “Doña Josefa puso los ojos en blanco y exclamó: ¿Que la Virgen de Covadonga ye pequeñina y galana? Pues que se joda”.
            Releo ahora las cien notas de “El jardín del ábaco” y, entre gracietas y naderías, y también algún apunte inteligente, encuentro un puñado de ellas que solo se pueden calificar de vomitivas. No ofendía a la Virgen en esas páginas Camilo José Cela (la Virgen seguro que se reiría al darse cuenta de doña Josefa –extranjera y con problemas mentales-- ignoraba que “pequeñina” indicaba afecto, no defecto), sino a las mujeres, a los marginados, a toda la gente de bien.
           


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Viernes, 4 de mayo
UNA SONRISA TRISTE

“Debes dejar en tu vida un lugar para lo salvaje”, le escribió lady Ottoline Morrell a Bertrand Russell.
            En mi vida quizá no, pero en mi biblioteca, junto a zonas perfectamente cultivadas y en las que no se tarda más de unos segundos en encontrar lo que se busca, hay otras que parecen haber ido creciendo solas y a su aire. En ellas, como decía Picasso, no busco, encuentro. Y muchas veces libros o revistas que no recuerdo cómo pueden haber llegado hasta allí.
            Esta mañana lo que encontré fue un ejemplar de Por esos mundos, “publicación mensual enciclopédica”, de 1907, con el busto de Ramón y Cajal en la cubierta.
            Me llamó la atención de inmediato uno de los artículos, “Los fantasmas y las apariciones”. Comienza de muy literaria manera: “Las verdinegras aguas del Sena se rizaban a  impulsos de la fresca brisa invernal, mientras los cúmulos blancos de variados y extraordinarios cambiantes seguían en procesión fantástica los mandatos del viento sobre los grises tejados de la isla de Saint-Louis”.
            En la isla de Saint-Louis, ese rincón provinciano tan cerca de Notre Dame, vivió Baudelaire. Y pasé yo una larga noche, que quizá no ha terminado todavía. Pero esa es una historia que prefiero no contar.
            El autor del artículo, Federico Lees, visita al doctor Charles Richet, que más tarde sería premio Nobel, para que le aclare sus dudas sobre la verdad de las sesiones espiritistas y los supuestos fantasmas que aparecen en ellas. En el estudio-biblioteca de Richet, donde es recibido, “dos balcones dan a un tranquilo y sombrío jardín; sobre la chimenea del gabinete, se ven hermosos retratos al óleo; una estatua de Rabelais, con birrete y toga de doctor, corona un armario que encierra documentos de importancia; hay un busto de Voltaire en un ángulo cerca de la escalera y en otro ángulo una figura en bronce representa a un obrero rompiendo a golpe unas cuantas espadas, símbolo de los pacíficos tiempos venideros”.
            Charles Richet le cuenta al entrevistados algunos de los experimentos que le han llevado a propugnar una nueva ciencia, la Metapsíquica: “A finales de 1905, en casa del general Noël, tomamos asiento alrededor de una mesa circular el anfitrión, su esposa, un señor llamado Delanne, la médium, Mademoiselle Marta B, y dos hermanas suyas. Nos alumbraba una lámpara roja, colocada en un pedestal de madera, que se elevaba sobre el piso cerca de un metro, y así podíamos vernos perfectamente unos a otros. Antes de que comenzara la sesión, el señor Delanne y yo examinamos cuidadosamente la sala, no encontrando nada sospechoso. Puedo certificar que allí no había nadie oculto. Sin embargo, en cuanto la médium entró en trance observamos una forma con turbante y túnica blanca que se colocó detrás del general. Apareció y desapareció dos veces. Luego se convirtió en una bola luminosa que flotaba sobre el suelo; después se elevó rápidamente y desapareció por una de las ventanas sin romper el cristal. Esto ocurrió el 29 de agosto, en Villa Carmen, sl norte de Argelia”.
            Da cuenta también de otros muchos fenómenos inexplicables de los que fue testigo: una mesa que se movía sola, una mano que revoltea sobre las cabezas, un fantasma que solo se hacía visible en las fotografías… Cosas así. Yo sonrío ante la ingenuidad de los sabios de aquella época. Y si embargo…
            En 1977, pasé una breve temporada en París. Una noche, no voy a contar las circunstancias que me llevaron a ello, acabé durmiendo, no en la habitación del hotel, sino en un minúsculo apartamento de la isla de Saint-Louis que nada tenía que ver con el lujoso piso, con balcones a un misterioso jardín, del profesor Richet. 
            Me desperté de pronto, en el mejor de los sueños. Mi acompañante dormía plácidamente. Había alguien de pie frente a mí. Le reconocí de inmediato. “¿A qué has venido?”, dije. No respondió.
            Yo no creo en los fantasmas y me río de la ingenuidad de los sabios de la época que se tomaban en serio los ectoplasmas de los farsantes y las mesas supuestamente danzantes, todo eso que sabía desenmascarar tan bien el escapista Houdini. No creo en los fantasmas, pero eso a ellos parece importarles poco.
            “¿A qué has venido?”, pregunté. Por toda respuesta, una sonrisa triste que muchas noches vuelvo a ver en cuanto abro los ojos.


Sábado, 5 de mayo
NO ENTIENDO NADA

Desaparece la organización armada que nos amargó la vida a los españoles durante décadas y ni el gobierno de España ni las asociaciones de víctimas son capaces de disimular el enfado, el incomprensible cabreo que ese hecho les produce.



Domingo, 6 de mayo
OTRA VERSIÓN DE LA ZORRA Y LAS UVAS

Presento la novela de un amigo, Juan Francisco Quevedo, en la feria del libro ovetense. Lo que más me gusta de las novelas es lo que en ellas no es novela. Termino la lectura de Querida princesa (un título poco afortunado) y busco bibliografía sobre las hijas de Larra: Adela, que fue amante de un rey, y Baldomera, que inventó la estafa piramidal que perfeccionaron los Lehman Brothers. También sobre ese buen hombre, Amadeo de Saboya, al que metieron en un embrollo que ni le iba ni le venía y del que salió dando un educado portazo.
            Me aburren las ferias del libro y no las visito más que por amical compromiso. Siempre hay largas colas para la firma ante escritores de los que uno no ha oído ni hablar y a los que no leería jamás, salvo por imperativo legal. A las ferias del libro prefiero la feria de ganado que se celebra cada año en Avilés por San Agustín.
            No soy un escritor comercial, está claro. Vivo para escribir, pero no vivo de lo que escribo. Tengo esa suerte.
            “Estuvo dos hora firmando”, dicen para celebrar el éxito de algunos. En mi caso, sería una pesadilla. Tres dedicatorias y ya empiezo a hacer un garabato ilegible. Más de media docena, no las resistiría.
            Soy un aristócrata de las letras, qué le vamos a hacer. Vender mucho me parece una vulgaridad.


Lunes, 7 de mayo
RECETA

Un café, dos o tres periódicos, cuatro o cinco libros recién llegados, algún amigo imprevisto, mi rincón en la mesa redonda de Los Porches: eso es cuanto necesito para la ración de felicidad de la que no puedo prescindir cada mañana.


Martes, 8 de mayo
MI RESPUESTA FAVORITA

Me llama por teléfono un amigo de mi edad (jubilado, por supuesto) para anunciarme el envío de sus últimos libros: dos de haikus, tres de aforismos y un poemario premiado en no sé que certamen.
            ––No los destroces en tus reseñas, como sueles hacer.
            ––No te preocupes que yo no me meto con quien no merece la pena.

Miércoles, 9 de mayo
TEMA DEL DOBLE

Me ha ocurrido demasiadas veces como para atribuirlo a la casualidad: al salir del cine, al volver a casa tras la compra en el Mercadona, mientras tomo un café en el Vetusta o algún sábado cuando espero el Alsa para ir a Avilés.
            Le miro, me mira, veo en sus ojos la misma extrañeza que él verá en los míos. Por un instante, llego a pensar que me encuentro ante un espejo. Pero está claro que no: la ropa no suele ser igual, solo parecida.
            Pensé que ese reiterado encuentro con quien parecía ser mi doble quizá encubriera algún trastorno mental y decidí contárselo a mi psicóloga. No le dio ninguna importancia. Me dijo que todo el mundo ha tenido en algún momento una impresión semejante.
            ––Pero si es realmente alguien que vive en Oviedo y que de verdad se me parece tanto, ¿por qué no me lo ha comentado ningún amigo?
            ––Ya se lo comentará, no se preocupe.
            No me lo comentó nadie, pero yo seguía encontrándomelo. Esta mañana se sentó frente a mí en la mesa redonda de las Salesas. Estaba yo leyendo un libro de Martínez de Pisón, Filek. El estafador que engañó a Franco, que había comenzado con mucho entusiasmo y que me iba desilusionando según avanzaban las páginas. Nada que ver con Enterrar a los muertos, su anterior obra de no ficción. La peripecia de ese estafador austriaco da para una semblanza de pocas páginas, no para más de trescientas, llenas de minuciosos datos sin ningún interés y en las que de vez en cuando se adivina la fatiga del autor, su sensación de estar perdiendo el tiempo y haciéndonoslo perder.
            Alcé la vista del libro y allí estaba él, con otro libro entre las manos, La extraña retaguardia, de Fernando Castillo, recién publicado por Fórcola y que a mí me esperaba en casa. "Espero que sea más interesante que está estirada nadería", le dije. "No te creas", respondió con una sonrisa. Era el momento de presentarme y de aclarar aquel asunto. "Parece que tenemos gustos parecidos", dije. "Muy parecidos", respondió.          
            En ese momento, apareció mi amiga María Jesús, la fotógrafa, y sin apenas saludar se puso a hablar de las gestiones que estaba haciendo para acompañarnos en el viaje a Bulgaria a presentar la poesía de Víctor Botas; ella, por fobia al avión, pensaba viajar en autobús, lo que no dejaba de ser una odisea.
            Solo volví la cabeza un momento para saludarla, pero cuando quise seguir la conversación con mi compañero de mesa ya no estaba. "¿Has visto dónde ha ido?", le pregunté. "¿Quién? Yo no he visto a nadie". Y comenzó a hablarme de su plan de viaje: en autobús hasta Rumanía y luego allí cambiar en no sé qué ciudad y seguir hasta la frontera. Me pareció todo tan disparatado que por unos instantes me olvidé de cualquier otra cosa que no fuera tratar de disuadirla.
            ––Pero ¿de verdad no viste a nadie?, le pregunté cuando volví al tema que me obsesionaba.
            ––¿Tenía que ver a alguien? No me fijé, pero me pareció que estabas solo.
            Me encogí de hombros y repetí los versos de Ángel González: "Yo mismo me encontré frente a mí mismo / en una encrucijada".


Jueves, 10 de mayo
UN BUEN ADMINISTRADOR

Has sido un buen administrador de tu dinero si a tu muerte no dejas más que lo necesario para pagar el funeral.

Acción de gracias: La historia del Nautilus

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Viernes, 11 de mayo
TARDE, PERO APRENDO

En las polémicas soy como esos tiburones que se excitan con la sangre, que no perdonan el menor fallo argumental. Con la maquinaria pesada de mi lógica trato siempre de destrozar sin piedad al adversario. Busco dejarle maltrecho, acorralado, sin respiración. Soy un matón de barrio de la dialéctica.
            ¿Soy o era? Al salir esta tarde de la tertulia, después de haber hecho una de las mías, ocurrió algo que no había ocurrido nunca: pensé que me había pasado un poco, y de inmediato puse un mensaje a mi contrincante, que había había algo antes, pidiéndole disculpas.
            Y me sentí bastante mejor. Antes solo me disculpaba –ocurrió pocas veces, dos o tres en treinta años– cuando descubría que era yo el que estaba equivocado. A partir de ahora, lo haré siempre que no respete la cortesía, tenga o no razón.
            Acabo de descubrir, ya casi setentón, que las personas son más importantes que las razones. Más vale tarde que nunca.
            (Mi problema ahora será ver cómo me las arreglo para, cuando alguien diga una tontería, hacerle comprender que ha dicho una tontería sin herir sus sentimientos.)


Sábado, 12 de mayo
EL SÍNDROME JUAN RAMÓN

Escucho una vez más a Xuan Bello referir, con motivo de la nueva edición en asturiano de Historia universal de Paniceiros, la historia de ese libro, de tan inesperada y singular fortuna.
            Sonrío mientras le escucho, entre el barullo de la Feria del Libro. Él cuenta la leyenda, pero yo podría contar la verdadera historia: la idea primera de su publicación  –una antología de su obra narrativa dispersa en libros y colaboraciones en prensa– fue mía, y también creo recordar que el título, tomado de Unamuno (su historia universal no era, por supuesto, de Paniceiros, sino de una pequeña localidad castellana). Tuve la tentación de precisar estas cosas en el coloquio final, pero me contuve a tiempo.
            Las conté luego, entre cafés y cervezas, en charla con amigos. “A ti lo que te pasa –me dijo uno de ellos–, es que tienes el síndrome de Ruiz Contreras”.
            ––No sabía que fueras psiquiatra. ¿Qué síndrome es ese?
            ––Lo conoces de sobra, y de hecho fuiste tú quien me lo comentó alguna vez (claro que a propósito de otro). Luis Ruiz Contreras, a finales del siglo XIX, agrupó en torno suyo a un grupo de escritores jóvenes, a los que ayudó a darse a conocer. Fue el director de la Revista Nueva, en la que publicaron sus primeros trabajos importantes la mayoría de ellos. Pasó el tiempo y ese grupito de jóvenes airados fue adquiriendo cada vez más fama, mientras Ruiz Contreras seguía con sus traducciones de Anatole France, que le permitían vivir, y con publicaciones dispersas que no le producían ni prestigio ni dinero. Aquellos jóvenes se llamaban José Martínez Ruiz, el futuro Azorín, Pío Baroja, Ramón del Valle-Inclán… Ruiz Contreras se fue convirtiendo en un viejo cada vez más amargado mientras iba creciendo la gloria de aquellos pupilos que él, eso pensaba, había enseñado a escribir y que no solo no le habían dado las gracias, sino que ni siquiera recordaban su nombre. En la posguerra vertió todo su resentimiento en unas Memorias inmemoriales que se fueron publicando por entregas en El Español, de Juan Aparicio, más o menos lo que tú haces en tus malintencionados diarios, como afirmó Jordi Gracia, y ratificó Mainer, en la Historia de la Literatura que publicó Crítica.
            ––Bueno, vale, aceptemos que yo soy Ruiz Contreras, pero ¿quiénes son Baroja, Azorín, Valle-Inclán y demás glorias del 98?
            ––¡Quiénes van a ser1 Todos los jóvenes que han pasado por tu tertulia y ahora son mucho más importantes que tú. Xuan Bello, sin ir más lejos, el astro-rey de la lliteratura asturiana; Martín López-Vega, que anda por el mundo de Cervantes en Cervantes y se le rifan todas las editoriales; Lorenzo Olivan, que tras ganar todos los premios importantes, ha conseguido lo más difícil publicar sus libros en la mejor colección sin necesidad de ganar ningún premio; José Luis Piquero, reciente embajador de la poesía española en Roma; Fruela Fernández con su genial La familia socialista… ¿Sigo? Por no mencionar a Javier Almuzara, el más clásico o neoclásico de todos, el Metastasio de la tertulia, a punto de estrenar su primera ópera.
            ––Puestos a hacer comparaciones, más que como un nuevo 98 (eso ya vendrá después de la independencia de Cataluña),  yo los veo como otra generación del 27, y a mí, más que como otro Ruiz Contreras, como el resentido, malintencionado y genial Juan Ramón Jiménez.
            ––-¡Siempre tan modesto!, me digo a mí mismo para dar por concluida esta conversación –otra más– conmigo mismo.



Domingo, 13 de mayo
LITERATURA FÁCIL

“El cronista –escribe Ricardo Fuente en un artículo de hace cien años– ha de hablar de lo que todo el mundo habla y decir lo que nadie ha dicho; ha de poner alas a su pensamiento y revolotear por todas las flores del jardín humano. Como los que aprovechan los desechos de los joyeros para extraer minúsculas partículas de plata y oro, el cronista ha de sacar de las diarias miserias de la vida sus frases felices y la sal de sus paradojas. El cronista ha de ser filósofo sin parecerlo, ligero a la vez que profundo, irónico sin malignidad e incisivo sin pasar de la piel; ha de saber muchas cosas y ocultar su erudición, para no ofender al lector… ¿Y hay quien llama a la crónica literatura fácil?”

Lunes, 14 de mayo
TELEGRAMA

Enviado por CP a MR (con copia para PS y AR): “Los muertos que vos matáis / gozan de buena salud”.


Martes, 15 de mayo
VÍCTIMAS AYER, VERDUGOS HOY

Asisto a una concentración, en la Plaza de España, en apoyo de los palestinos, que conmemoran el día de la catástrofe, cuando fueron expulsados de sus tierras. Mientras en Gaza, la mayor cárcel del mundo, se amontonan los muertos por docenas, los heridos por cientos o miles, el mundo civilizado lanza sus condenas con la boca pequeña, como es habitual.
            Qué minúsculos, casi de opereta, parecen los problemas de Cataluña, que nos traen a todos con tanto mal traer, ante esta tragedia.
            Y qué sensación de impotencia. Escucho el “Cant dels ocells”, de Pau Casals, que cierra el acto, con lágrimas en los ojos.
            Unos seguirán matando, otros seguirán muriendo, la gente de bien seguirá condenando (pero no demasiado, no se vaya a molestar el Goliat que apoya al criminal David) y el canto de los pájaros haciéndonos soñar con que otro mundo es posible.


Miércoles, 16 de mayo
PROFECÍAS

¿Cómo se imaginaban el periodismo del futuro los periodistas de comienzos del siglo XX? Dos hipótesis encuentro en El libro de la prensa, prólogo de Miguel Moya, publicado en 1911.
            No acierta mucho Vicente Vera, de El Imparcial. En 2001, El Relámpago, periódico universal que publica diez ediciones diarias, solo tiene en su redacción a dos personas: el director y un mecanógrafo. Los periodistas andan dispersos por la ciudad y tan pronto como tienen algo importante que comunicar acuden al teléfono y refieren al director en pocas palabras lo ocurrido; este se lo dicta al mecanógrafo. La maquina de escribir está en contacto con la linotipia por medio de cables eléctricos. Luego se preparan unas planchas fotográficas que se colocan sobre una pila de hojas de papel y por medio de los rayos X, operando con tubos gigantescos, todas las hojas resultan impresas simultáneamente, obteniéndose tiradas de cien mil ejemplares en menos de un minuto. Máquinas automáticas recogen paquetes de cien ejemplares y por medio de tubos neumáticos los reparten por todos los kioscos de Madrid.
            Más atinado se muestra Martín Fernández en una crónica de La Prensa, de Buenos Aires: “El corresponsal, vehículo de progreso, sucumbe  a los violentos embates del progreso mismo. El siglo XIX fue el siglo del telégrafo y el teléfono. El siglo XX será el siglo del Fotocinematotelefonógrafo”.
            ¿Y eso qué es? Pues la ultima maravilla. No parece invento de ningún Edison, sino del mismísimo Lucifer. El primer resultado es la muerte violenta de la prensa periódica tal como la entendemos. El abonado –y abonarse costará una miseria– con solo oprimir un resorte podrá ver y escuchar en el Fotocinematotelefonógrafo las noticias que desee. Quiere enterarse de lo que pasa en el Senado, en los toros, en el teatro, oprime el correspondiente botón. El abonado verá las víctimas descuartizadas, al mismo tiempo que oirá el grito del moribundo. Y escuchará las declaraciones del ministro y verá el descarrilamiento de hace media hora, con un centenar de muertos, y las horribles escenas del hundimiento de una ciudad entera… ¡Todo, todo sin la intervención de los aborrecibles periodistas, falseadores de la verdad!
            A Martín Fernández solo le ha faltado acortar el nombre interminable de su invento para anticipar Internet.


Jueves, 17 de mayo
EN EL AVIÓN

En el avión, camino de Sofía, leo a Marina Tsevietáieva: “Todo el secreto consiste en relatar los acontecimientos actuales como si hubieran ocurrido hace un siglo, y lo ocurrido hace años como si estuviera sucediendo ahora”.
            No sé por qué se me ocurre pensar en el viaje del buque escuela Nautilus a La Habana en 1908. Solo había pasado diez años del final de una guerra sin piedad que había durado más de medio siglo. El Nautilus fue el primer buque escuela de la Armada española. Se construyó en 1866, en Glasgow, y Fernando Villaamil lo compró veinte años después por sesenta mil pesetas. En 1892 dio la vuelta al mundo. Pero yo lo que recuerdo ahora es su entrada triunfal en La Habana en 1908. Fue recibido con entusiasmo, con toda la gente en la calle, con la ciudad entera engalanada con las banderas españolas. Las heridas de la guerra habían cicatrizado con rapidez. España dejaba de ser el verdugo colonial para convertirse en la madre patria.
            Y yo sueño con un recibimiento semejante, menos de diez años después, del Juan Sebastián Elcano en el puerto de Barcelona.


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Viernes, 18 de mayo
UN HOMBRE PREVISIBLE

Soy bastante previsible, la verdad, pero no tan maniático como me gusta dar a entender. No es enteramente cierto que me levante todos los días, laborables o festivos, invierno o verano, a las ocho menos cinco. Hay días en que me levanto antes e incluso después: a las ocho menos tres o cuatro minutos o a las ocho y uno o dos minutos, aunque nunca más tarde.
            A las nueve me pongo a escribir, a las diez y media he terminado, a las doce tomo un café en Las Salesas, a las dos en punto como escuchando las noticias de Radio Nacional (lo hacía ya desde antes de que muriera Franco) y disfruto especialmente cuando la primera cucharada coincide con la última señal horaria.
            Pero si algún día me adelanto o me retraso un poco, tampoco pasa nada. No soy Kant, la gente no puede poner el reloj en hora cuando yo paso: lo llevarían unas veces atrasado (uno o dos minutos) y otras muy adelantado (tres o cuatro minutos).
            La ventaja de tanta regularidad es que el más mínimo cambio se convierte para mí en una gran aventura. Pasé hoy el día en Plovdiv, uno de esos amores a primera vista a los que soy tan propicio (y que a menudo me duran toda la vida), ocupado en una de mis tareas favoritas: hacer de guía, en este caso para la familia del poeta Víctor Botas, que ha venido a Bulgaria con motivo de la publicación de una antología de su obra.         Regresamos a Sofía al anochecer, cenamos juntos en uno de los restaurantes del bulevar Vitosha y luego ellos se fueron a su hotel y yo a la estación de metro Serdika para dirigirme a la casa en que me alojaba, la de Rada Panchovska, la traductora.
            Intenté llamar para avisar de mi llegada y comprobé que, después de tantas fotos en la antigua Filipopólis, me había quedado sin batería. Y que no había anotado el nombre de la calle, ni el número, porque siempre hasta entonces había ido acompañado, y que además había comprobado que en aquel viejo piso (en unos bloques construidos por los alemanes al final de la segunda guerra mundial) no funcionaba el telefonillo. Y otra cosa más, ¿sabría llegar hasta allí desde la parada del metro? ¿Y a quién preguntar si no conocía una palabra de búlgaro y, aunque la conociera, ni siquiera sabía el nombre de la calle? Ya me veía pasando la noche al raso.
            Me bajé en la estación de Konstantin Velichkov, crucé la avenida de ese nombre, y ya no supe si debía ir hacia la izquierda o hacia la derecha.
            Caminé un poco al azar, di varias vueltas por lugares que recordaba vagamente (me daba la impresión de que los árboles me hacían gestos amenazadores) y de pronto, para acabar de arreglar el asunto, vi que se me acercaban varios perros.
            Pero no ladraban amenazadores, movían el rabo amigablemente y parecía que me invitaban a seguirles. Los reconocí entonces: eran los tres perros que me dijo Rada que su bloque de pisos había adoptado y a los que daba de comer. Una vez la había acompañado en esa tarea. Los perros me habían reconocido. Los seguí hasta que, al fondo de la calle, frente al portal, reconocí a Iván, el marido de Rada, que me estaba esperando.  


Sábado, 19 de mayo
CON EL LENGUAJE DE LA MELANCOLÍA

La presentación de la antología de Víctor Botas tiene lugar en el Palacio Nacional de Cultura, un aparatoso mamotreto de los últimos tiempos del régimen comunista (se terminó en 1981).
            Está al final de un hermoso paseo arbolado, lleno de susurrantes suritdores, y en su interior laberíntico es fácil perderse. Claro que si yo alguna vez me pierdo en Sofía es aquí donde deben venir a buscarme: en el club Peroto, que es café y biblioteca y que abre las veinticuatro horas del día los veinticuatro días de año. Tuvieron que repetírmelo para que me diera cuenta de que había entendido bien. Algo bueno ha dejado el comunismo. El mostrador se apoya sobre un montón de libros, lo mismo que el tablero de la mesa que está en el centro del pequeño escenario donde se presentan libros y se graban programas de radio o televisión sobre libros.
            Desde que lo descubrí por primera vez, el club Peroto es una de mis sucursales favoritas del paraíso. Hay libros reales y también trampantojos: en uno de ellos descubrí los Trabajos filosóficos y discursos políticos de Salmerón. Quién me lo iba a decir: uno de los presidentes de la primera república española adornando las paredes de un club literario en Sofía.
            Allí se proyectó el documental Con el lenguaje de la melancolía, de José Havel, y resultaba extraño escuchar a los contertulios de Óliver en aquel ambiente, todos mucho más jóvenes, y escuchar a Botas contar su vida y ver a una jovencísima Paulina con algo de seductora actriz italiana, y a los gemelos, Víctor y Diego, todavía unos niños, y a Patricia… Estaban todos allí sentados a mi lado y también uno de sus nietos, Víctor Delgado Botas, que él no conoció.
            Traté de mantenerme frío, de fijarme en los aspectos técnicos del documental, que ya había visto muchas veces, de recordar las peripecias de la filmación, mis discusiones con el director (yo era el productor, así que pretendía mandar más), pero me fue ganando la emoción y al final no pude contener las lágrimas mientras le escuchaba a Botas decir:
            ––La muerte. No volver jamás, ¡jamás!, olvidarse de todo: olvidarme de mis hijos, olvidarme de Roma, olvidarme de ese café que tomo cada mañana en un bar y que tanto me gusta, del cigarrillo amable de las ocho, tras el desayuno, antes de afeitarme, cuando aún es de noche… Lo cierto es que cantar eternamente con los ángeles no es una expectativa que me consuele demasiado.
            ¿Le consolaría ver a su mujer, a sus hijos, a su nieto, homenajeándole aquí en Sofía? De los dos gemelos del famoso poema “Cástor y Pólux”, yo conocía más a Víctor, que ahora colabora habitualmente en la revista Clarín con sus viñetas de humor literario; ayer, durante el viaje a Plovdiv, dos horas en autobús, tuve la ocasión de charlar con Diego, con el que había tratado menos: el viaje se me hizo corto debatiendo con él (mi deporte favorito) de asuntos políticos. Me parecía que lo estaba haciendo con su padre. Y de pronto se me ocurrió pensar que Víctor Botas, cuando yo le conocí, tenía exactamente la misma edad que tiene su hijo ahora: treinta y cuatro años.  Me sentí aturdido por el vértigo del tiempo. Qué misteriosa la vida, el sucederse de las generaciones. Me sentí como un superviviente.


Domingo, 20 de mayo
UN PASEO

Bajo del metro en Serdika, en el corazón de la ciudad, donde se entremezclan la grisura monumental de la época comunista con los restos romanos y los templos medievales.
            Como buen ateo, comienzo la mañana con una triple oración: primero en la iglesia bizantina de Sveta Nedelya, donde enciendo una vela al dios desconocido de mi infancia; luego en la gran sinagoga, la mayor sinagoga sefardita de Europa y quizá del mundo, con su hermosa cúpula que rivaliza con la del templo cristiano y la de la cercana mezquita de Banya Bashi, herencia turca que a los más radicales no les hace ninguna gracia. a mi me llena de tranquilidad estar a solas conmigo mismo durante un rato en su interior.
            Me siento frente al colorista edificio de los baños, en un parquecillo en el que solo se escucha el rumor del agua, y dejo pasar el tiempo sin tiempo de esta mañana apacible, sin nada que hacer, tan lejos de casa pero con la sensación de estar en casa.
            Sigo mi paseo. A la plaza situada entre el edificio que fue sede del partido comunista, el del consejo de ministro y el de la presidencia de la república, le han surgido unas extrañas burbujas futuristas. Me asomo a ellas: nuevas ruinas, innumerables ruinas, aquí, precisamente aquí, estaba el centro de la antigua Serdika, olvidada durante siglos, pero siempre presente  y sosteniendo toda la historia futura.
            La avenida luego del Zar Osvorboditel, del Zar Liberador, con el que fue palacio real, con la iglesia rusa, con el edificio rosa de la embajada de Austria, el dorado suelo que brilla al sol como si estuviera adoquinado con lingotes de oro.
            Frente a la catedral de Alexander Nevsky hay una multitud dominical que curiosea la exposición de coches de los años cincuenta y sesenta. La banda sonora es de canciones italianas: “Che sarà, che sarà, che sarà. / Che sarà della mia vita? Chi lo sa”.
            ¿Qué será de mi vida? ¡Quién lo sabe! De momento, me siento bien aquí, entre tantos desconocidos, en el calmo fin de semana.
            El azar me lleva poco después hasta el jardín botánico de la Universidad. Había pasado varias veces delante de él, nunca había entrado. Lo hago ahora y lo tengo todo para mí, como un prodigioso jardín privado.
            Deambulo por los estrechos senderos, aprendo el nombre de las plantas desconocidas, me dejo seducir por los mil y un aroma. Y a la memoria caprichosa me vienen unos versos de Francisco Brines: “He mirado las luces de los cielos / con pecho consolado / porque nunca se acaba el olor de las rosas”.
            Salgo y me doy de bruces con un triste recuerdo: el monolito que señala el lugar en que fue ahorcado Vassil Levski, el monje que dejó el monasterio para pasar a la clandestinidad e iniciar la lucha armada contra el gobierno. Hoy es el gran héroe nacional, en su tiempo no era más que un bandido y un terrorista.
            A un lado de la plaza, un gran solar vacío: ahí estaba el hotel Serdika, el primero en que yo me alojé en Sofía. Creo recordar que la plaza se llamaba Vassil Levski, como el gran bulevar que la atraviesa, pero ahora ha cambiado de nombre, lleva el de su madre, Gina Kuntcheva, y quiere ser un homenaje al sufrimiento de las mujeres búlgaras. Sus tres hijos –Vassil, Hristo y Petar– murieron luchando por la independencia del país.
            Mientras paseo, trato de pensar solo en la complicada historia de este país, que apenas conozco, y de no pensar en la de mi país, que conozco demasiado bien.
            ¿Qué es un héroe o un mártir? Alguien que mata y muere por la causa justa (la nuestra). ¿Qué es un terrorista? Alguien que mata y muere por la causa equivocada (no es la nuestra).
             

Lunes, 21 de mayo
SIN POR QUÉ

“¿Y por qué te gusta tanto Plovdiv?”, me pregunta mi amiga Liliana Tavakova. La verdad es que no tengo ni idea. El amor es sin por qué, como la rosa de Ángelus Silesius.
            Me gustan mucho las calles en cuesta de la vieja ciudad, con el teatro romano y las mansiones de los mercaderes de la época turca, pero mi lugar favorito es la calle Rayko Daskalov, peatonal, prodigiosamente arbolada, que lleva desde la plaza del estadio romano hasta el puente sobre el río Maritsa. Me recuerda al Paseo del Prado, en La Habana, y a la carretera que cruzaba frente a la casa de mi infancia, en Aldenueva del Camino. Huele a tiempo perdido y encontrado, huele a felicidad.
           

Miércoles, 23 de mayo
SOY UN HIPÓCRITA

Vuelvo a Oviedo cuando se inicia el congreso sobre Ángel González, al que no estoy invitado, como enseguida me recuerdan varios conocidos. Un buen pretexto para no aburrirme escuchando a mis laboriosos colegas repetir tópicos que me sé de memoria. Pero finjo sentirme muy ofendido, claro está. ¡Es tan fácil contentar a la buena gente que no me quiere bien!
           




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Viernes, 25 de mayo
EL REGIO ALUMBRAMIENTO

Mientras la historia se acelera y nadie sabe qué va a pasar la próxima semana, cuando vuelvo a estar orgullo de haber votado a Pedro Sánchez y de haber luchado con uñas y dientes por su vuelta, tengo que aguantarme las ganas de hablar de la actualidad y ocuparme de otra cosa.
            Resulta que, imitando a Podemos y su democracia directa, ante las quejas recibidas de bastantes amigos (comenzando por mi editor, Abelardo Linares, y siguiendo por mi admirada Rosa Navarro Durán), he decidido consultar a los lectores si me ocupo demasiado de política. Una abrumadora mayoría, cerca del ochenta por ciento, ha respondido afirmativamente.
            Hablemos, pues, de otra cosa. De la inmortalidad del cangrejo o del nacimiento del desdichado príncipe de Asturias, por ejemplo. El azar pone en mis manos un número de la revista Por esos mundos que da minuciosa cuenta del acontecimiento.
            El alumbramiento tuvo lugar a las doce y media de la mañana del 10 de mayo. Inmediatamente se anunció que era un niño por medio de banderas y salvas de veintiún cañonazos. Los españoles (no sé si las españolas) recibieron con alborozo indescriptible la noticia de que el trono no habría de quedar en manos de una mujer. El rey hizo un donativo de cuarenta mil pesetas para los pobres y el Ayuntamiento y la Diputación acordaron repartir veinte cartillas de doscientas cincuenta pesetas a los niños pobres nacidos en dicho día.
            A las doce y cincuenta minutos, en uno de los salones del palacio real, se presentó el recién nacido al gobierno en pleno. Iba en una bandeja cubierto con un riquísimo velo de encaje; la llevaba en sus manos el rey, vestido con uniforme de capitán general y luciendo el Toisón de Oro, el collar de Carlos III e insignias de todas las órdenes militares. Avanzó hasta el lugar en que estaba el gobierno, presidido por Antonio Maura, y este levantó los encajes. El ministro de Gracia y Justicia, como notario mayor del reino, se acercó entonces para certificar que efectivamente era un niño. Más de un centenar de personas se amontonaban en aquella espaciosa sala, comenzando por el cuerpo diplomático en pleno y terminando con los jefes de palacio, el obispo de Sión, el cuarto militar del rey, los jefes de alabarderos, los jefes de las casas de la reina Cristina y de los infantes...
            No menos nutrida fue la comitiva que le acompañó al bautizo, pocos días después. Estaba formada por dos jefes de oficios, diez gentiles hombres de caza y boca, dos maceros, diez mayordomos, dos reyes de armas, diez grandes de España cubiertos, gentiles hombres de cámara con las insignias del bautismo: duque de Tovar, llevando el salero; duque de Mantomar, el capillo; conde de Velle, la vela; duque de Béjar, el aguamanil; duque de San Pedro, la toalla; Conde de Valdelagrana, el mazapán; don Salvador Sarriá, los algodones.
            Una página entera dedica la revista a enumerar aquella interminable comitiva. que produjo la natural sensación al pasar por las galerías del palacio, atestadas de hermosas y elegantes damas ataviadas con la mantilla española y de caballeros vestidos de frac o uniforme.
            El cardenal Sancha, primado de las Españas, impuso el agua bautismal, que fue traída expresamente del Jordán, al nuevo cristiano, que lloró un rato. Luego vino la imposición de insignias al bebé, con sus discursos correspondientes: el Toisón de Oro, las Órdenes de Carlos III e Isabel la Católica. El padrino fue el papa Pío X, que le envió como regalo un preciosísimo ajuar, confeccionado por las hermanas misioneras franciscanas de Santa Elena, en Roma: un trajecito de bautismo, un corpiño hilado a mano, una falda bordada con los escudos de la familia, otro corpiño de linón, una mantillita con pelerina calada, un cubrefajas de raso duquesa, dos gorritos (uno de velo de seda y otro con encaje de punto de Bruselas), dos camisetas con entredoses, volantes y adornos de encaje de Venecia, cuatro pares de sábanas, cuatro funditas para almohada, la cubierta para la cama, de raso blanco con guirnaldas de rosa sostenidas por cordoncillos de oro, el cojín para el bautismo, con bellísimas representaciones de los emblemas eucarísticos y en el centro un gran escudo de España… Mucho tuvieron que trabajar, pienso yo, las habilidosas monjitas misioneras.
            No podía faltar la comisión del Principado de Asturias que hizo entrega al príncipe, como acto de vasallaje, de un cofre de plata conteniendo mil doblas de oro, "moneda foral con que los asturianos reconocían en tiempos antiguos el señorío sobre aquella tierra del heredero de la corona".


Sábado, 26 de mayo
A MAL FIN NO HAY BUEN PRINCIPIO

España parece que por fin se pone en marcha, tras el tapón de los últimos años, y yo, fiel a mis compromisos, me veo obligado a hablar de otra cosa.
            ¿Quién le iba a decir a aquel niño, que recibió al nacer mil doblas de oro y todas las bendiciones, destinado a continuar la gloriosa historia de España, que iba a morir en Miami, tras estrellarse borracho contra una cabina telefónica, acompañado de la cigarrera de un cabaret, Mildred Gaynor, guapa y pobre y encantada de sacarle lo poco que le quedaba de su fortuna?
            Acababa de cumplir treinta y un años, se había casado dos veces, le habían retirado el título de Príncipe de Asturias (le dejaron en un modesto conde de Covadonga), su padre, al que había defraudado muy pronto, le odiaba, nadie de su familia asistió a su funeral (la madre le envío una desganada corona de flores), se había pasado media vida en hospitales y la otra media tratando de divertirse y olvidar.
            Cuando echaron de España a su padre, él, que debía sostener el trono, ni siquiera tenía fuerzas para abandonar por su pie el palacio en que había nacido y recibido todas las bendiciones. Tuvieron que sacarle en brazos como a un niño pequeño.
            ¡Pobre Alfonso de Borbón! Al nacer, le recibieron como a un Dios, pero toda su vida no fue más que un pobre diablo.


Domingo, 27 de mayo
ESTOY VIVO

Soy de esas personas recelosas que nunca se acaban de creer los elogios ni el afecto de los demás.  Mi vanidad es un poco extraña: detesta homenajes y reconocimientos, que siempre apestan a jubilación.
            Me gusta ser combatido, me rejuvenece ser odiado (siempre que sea sin demasiada razón, aclaro).
            Si no molestas a nadie, no eres nadie. Ese es mi lema.
            Mientras tengas enemigos, estás vivo.


Lunes, 28 de mayo
NO PIERDO LA ESPERANZA

A mi edad, y aun antes, a mucha gente le molesta cumplir años. A mí no, todo lo contrario. Me gusta tanto que a ello dedico todo un mes, el de junio. Desde el día primero, comienzo a recibir regalos. Este año tengo el pálpito de que me preparan uno muy especial para el día uno. Pero no puedo revelar nada, no sea que se frustre esa esperanza.
            Habitualmente, el 17, que es el día en que nací, estoy en Venecia, pero este año en que cumplo 68, el café espero tomármelo en Toulouse después de darme una vuelta por Montauban. Se cumplen cincuenta años del mayo francés y a mí se me ha ocurrido celebrarlo visitando la tumba de Manuel Azaña, una de mis más viejas admiraciones.
            Siempre he sido republicano, pero sin impaciencias. Mientras la monarquía funcionara, no había ninguna prisa en cambiar de régimen. Y con don Felipe me pareció que podíamos tener un jefe del Estado ponderado, equilibrado y decente. No había prisas porque llegara la república.
            Pero el nuevo reinado no arrancó con buen pie: primero, el sucio apaño de la Gestora socialista que permitió seguir en el gobierno al representante de la corrupción anterior; luego, el recrudecimiento de la cuestión catalana, que hizo perder los nervios al jefe del Estado y, mal aconsejado por su entorno próximo a Ciudadanos, le llevó a pronunciar un discurso en el que dejó de ser rey de todos los españoles para serlo solo de aquellos que pedían mano dura contra los españoles que no querían seguir siéndolo.
            La verdad es que todavía siento simpatía por don Felipe, a pesar de mi republicanismo.  Aún está a tiempo de rectificar y volver a ser lo que nunca debió dejar de ser. Le bastará con otro discurso en el que exprese su deseo de defender los derechos civiles y las libertades tanto de los independentistas como de los no independentistas, todos ellos ciudadanos españoles.


Martes, 29 de mayo
LO QUE MÁS ENVIDIO

Reúne Ricardo Álamo en Escritores al desnudo las respuestas a los cuestionarios Proust y Bolaño de varios escritores. Yo me avergüenzo al releer las mías, por demasiado sinceras. ¿Te consideras un hombre inteligente?, dice una de las preguntas. Y soy el único que responde con un escueto “sí”, sin matizaciones ni bromas (“Si lo admitiera, no lo sería”, afirma Fernando Iwasaki; “Me considero un hombre curioso, con tendencia a saber cosas absurdas”, Luis Alberto de Cuenca), aunque sospecho que la mayoría, por no decir todos, si fueran sinceros habrían respondido de la misma manera. A fin de cuentas, todo el mundo se queja de su memoria, pero pocos de su inteligencia.
            La verdad es que la inteligencia es la cualidad que más admiro y la única que envidio. ¿Es más rico que yo? Pues con su pan se lo coma. ¿Tiene más éxito que yo? Pues que lo disfrute. ¿Es afortunado en el amor? Pues no le arriendo la ganancia. Pero escucho o leo a alguien más inteligente que yo (soy muy sensible a la inteligencia ajena) y mi primera reacción es amarillecer de envidia. Afortunadamente, se me pasa pronto.
            Me gustaría tener más talento que el que tengo, pero como eso no es posible trato de sacarle todo el partido al poco o mucho que tengo (creo que lo hago bastante bien). Y tras la primera reacción de envidia, que no puedo evitar, me llena de alegría comprobar que el mundo está lleno de gente que vale más que yo (bueno, lleno, lleno... Tampoco hay que pasarse en la falsa modestia).

Miércoles, 30 de mayo
MI VERDAD

Miento mucho, pero no engaño a nadie.


Jueves, 31 de mayo
POR FIN

¡Vaya momento que he escogido para dejar de hablar de política! Tras unas cuantas horas llenas de temores y esperanzas, por fin parece seguro que Rajoy se marcha, Rivera se queda en la cuneta y España se pone en marcha. Y yo, que siempre cumplo mi palabra, no puedo hablar de ello.

           

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Viernes, 1 de junio
LAS COSAS COMO SON

No hablo de política, por supuesto, pero tampoco comulgo con ruedas de molino. Escucho la pataleta final del portavoz del partido que hoy deja el gobierno.
            Dice algo que Pedro Sánchez será presidente por un fraude de ley porque los gobiernos los eligen los españoles y no oscuros pactos de despacho. Y yo, que he prometido no hablar más de política, y que cumplo siempre mi palabra, no puedo por menos de recordar cómo llegaron al poder los que hoy nos abandonan por la puerta de atrás.
            Rajoy fue el candidato más votado en  2015, pero a pesar de ello no solo no formó gobierno, sino que ni siquiera aceptó el encargo del rey para intentarlo. Cuando se repitieron las elecciones, volvió a serlo, pero tampoco podía ser investido presidente, ni en primera ni en segunda vuelta, porque los síes eran menos que los noes.
            Fue entonces, y no ahora, señor Hernando, cuando se puso en marcha una operación de despachos para hacerle presidente violentando la decisión de los votantes. Intervinieron en ella Felipe González, Juan Luis Cebrián y muchos otros próceres. Se opuso el que hoy será presidente del gobierno, que se negó  a estafar a quienes le habíamos votado.
            No hace falta que recuerde lo que ocurrió: se le obligó a irse, por ser fiel a su palabra, y se puso al frente del partido a un títere que, sin consultar con la militancia, cambió el “no” a Rajoy por un “quédese usted, señor Rajoy, que los mercados le necesitan”. Javier Fernández, intentando justificar lo injustificable, pronunció una de esas frases que merecen grabarse con letras de oro en el Congreso: “lo democrático es abstenerse para que no haya elecciones”. ¡Lo democrático es que no haya elecciones!
            Resumo: Rajoy volvió a ser presidente del Gobierno en 2016, no por voluntad de los españoles (que claramente habían dicho que debía irse), sino porque se obligó a decenas de diputados (solo unos pocos resistieron) a votar en contra de su compromiso electoral. La segunda legislatura de Rajoy fue legal (se cumplieron formalmente todos los requisitos), pero de dudosa legitimidad: no contaba con el apoyo de la mayoría de los diputados, sobre todo después de que los militantes, que son quienes deciden, recuperaran el poder en el partido socialista.
            En fin, que la moción de censura ha permitido, por fin, que tengamos un presidente acorde con los resultados de las elecciones de 2016: el que han decidido, y por mayoría absoluta, los diputados, libremente y sin imposición externa alguna: en la votación anterior se les obligó desde fuera del Parlamento a votar contra su conciencia y contra sus electores.
            ¿Recordar esto es hablar de política? Creo que no. Es solo que aún no he perdido la memoria. Y no sé si seré o no tan inteligente como me creo, pero de una cosa estoy seguro: mi inteligencia (poca o mucha) está bien educada: trata de buscar siempre la verdad de los hechos, no la que a mí me conviene.


Sábado, 2 de junio
BASTANTES MÁS

¿Y si, cuando alguien deja de ser tu amigo, en lugar de lamentarlo sientes que te has quietado un peso de encima?
            A mí me ha pasado con tres o cuatro. ¿A cuántos les habrá pasado conmigo? Seguro que a bastantes más.


Domingo, 3 de junio
RECURRENTE PESADILLA

Entro a ver Basada en hechos reales, la película de Roman Polanski, sabiendo que lo voy a pasar mal. Lo que cuenta es una de mis recurrentes pesadillas, la admiradora que acaba convirtiéndose en carcelera.
            He tomado todas las precauciones para que eso no ocurra, la principal de todas no ser importante. “La celebridad atrae a los chiflados como la luz a las polillas”, me dijo una vez Rosa Montero. Yo ni he tenido ni tendré nunca que firmar horas y horas (solo de pensarlo me entran sudores fríos), como la protagonista de la película de Polanski (y de la novela de Delphine de Vigan), pero poseo un peligroso talón de Aquiles: soy muy sensible a la adulación.
            Me aterra la sonriente admiradora que llega con un libro mío a Las Salesas, que me pide permiso para volver, que me regala por mi cumpleaños una primera edición de Cantos de vida y esperanza (“Sé que gustan estas cosas”, “Te habrá costado una fortuna”, “Ni un euro, un tío abuelo o bisabuelo mío fue amigo de un poeta de Cádiz, Eduardo de Ory, amigo de Rubén Darío”), que pasa a visitarme a casa un día que me retiene la gripe, que me pone la mano en la frente para ver si tengo fiebre, que se hace con una copia de mis llaves no sé bien con qué pretexto… Escapo a tiempo, pero dejando jirones de piel entre sus garras.
            Veo la película de Roman Polanski y me veo a mí mismo resbalando por las escaleras, rompiéndome una pierna, necesitando ayuda durante meses… Y a una angelical admiradora ofreciéndomela y esforzándose en no molestar hasta que el caballo de Troya está dentro de los muros, y entonces se quita la careta y comprendo que no tengo escapatoria.
            Es estas cosas pienso mientras veo la película de Polanski, con estas cosas sueño a menudo. Afortunadamente siempre me despierto en el último momento, cuando estoy a punto de casarme con la viuda de Rafael Alberti, o peor aún con otra viuda de cuyo nombre no quiero acordarme.


Lunes, 4 de junio
¡MUERA LA INTELIGENCIA1

El profesor Antonio Insuela, de cuyo minucioso conocimiento de la historia literaria siempre saco buen provecho, me pasa unas fotocopias de El Diluvio, “diario republicano y federal”, publicado en Barcelona hasta el final de la guerra civil.
            En la primera página del 27 de enero de 1937, encuentro el siguiente titular: “Las últimas palabras de Unamuno”. Tomando como fuente “un periodista extranjero, recién llegado de Salamanca”, se nos describe el famoso acto del 12 de octubre del 36: “Unamuno presidía, representando al general Franco. Aunque no tuviese intención de intervenir, el ataque dirigido a los vascos provocó por su parte una apasionada réplica: ‘Se ha hablado aquí de la España y de la anti-España. Pues bien, yo afirmo que en los dos lados hay patriotas y anti-patriotas. Yo me considero atacado, como vasco, y el obispo de Salamanca, sentado a mi lado, es catalán. Nosotros dos somos tan españoles como vosotros, por lo menos. Del lado rojo, nos dicen que las mujeres van a luchar al frente. En este lado, las mujeres no toman noblemente parte en la lucha. pero llevando medallas o insignias asisten a los fusilamientos y a las ejecuciones’. En este momento se produjo un escándalo indescriptible. El general Millán Astray, el Goebbels español, se levantó gritando: ‘¡Muera la inteligencia!’ Este grito sacrílego en la Universidad de Salamanca causó una enorme sensación. El profesor Bermejo protestó e hizo notar: ‘¡Estamos aquí en la casa de la inteligencia!’. El poeta monárquico Pemán exclamó: ‘No, no digamos muera la inteligencia, sino mueran los malos intelectuales’. La sesión terminó entre mumullos y Unamuno fue destituido de su cargo de rector vitalicio y sustituido por el profesor Madruga”.
            Una rápida consulta en Google me permite encontrar la misma información, y el mismo día, en el diario ABC, con el antetítulo “Si quieres aprender, no vayas a Salamanca” y el título “¡Muera la inteligencia!”. Se indica la fuente: el diario francés Vendredi.
            Sigue luego, en ambos casos, una entrevista con Unamuno en la que precisa el sentido de su intervención. Y yo, al leerlo, recuerdo el revuelo que hace un mes causó un artículo de El País,  “Lo que Unamuno nunca le dijo a Millán Astray”. Resulta que según Severiano Delgado, historiador y bibliotecario, nada ocurrió como se nos ha contado. Todo es un mito creado por Luis Portillo en un relato que se publicó, traducido al inglés, en 1941. Se volvió a publicar en 1953, pero en España no se enteró nadie del asunto hasta que en 1961 lo citó Hugh Thomas en su estudio de la guerra civil.
            Recuerdo que, cuando leí ese artículo, firmado por Sergio del Molino, un escritor presuntamente serio, como el diario en que aparecía, no pude contenerme y escribí al margen: “¡Qué bobada!”, que es lo que digo siempre que leo o escucho una bobada. Tuvo un cierto recorrido y fue comentado por otros periódicos como un gran descubrimiento que echaba por tierra uno de los mitos de la izquierda.
            Sergio del Molino afirmaba muy seriamente: “Toda la investigación de Severiano Delgado se basa en documentos digitalizados de acceso gratuito en bibliotecas y archivos, por lo que cualquiera puede comprobar su investigación desde su casa”.
            ¿Y por qué no lo comprobó Sergio del Molino o el propio periódico? Está claro que no tiene un servicio de fact check como el de The New Yorker. El relato de los hechos no puede preceder de una invención de 1941 porque ya se había publicado en varias ocasiones años antes. El “historiador” (qué cosas) Severiano Delgado reconstruye lo que de verdad ocurrió aquel 12 de octubre basándose “en los pocos testigos del acto que escribieron su testimonio”. Pero entre esos pocos testigos se olvida del principal, Miguel de Unamuno, que anotó previamente los puntos de su intervención en un sobre (se conserva en su casa-museo) y que comentó el acto en varias cartas, entre ellas dos, estremecedoras, a Quintín de Torre: ”¡Hubiera usted oído aullar a esos dementes de falangistas azuzados por ese grotesco y loco histrión que es Millán Astray!”
            Esas cartas, por cierto, no están inéditas ni publicadas en oscuros centones universitarios, sino recogidas en dos volúmenes de la colección Austral. Si Severiano Delgado es bibliotecario debe ser de esos que no tienen por costumbre leer los libros que fichan ni los documentos que custodian.
            Y luego en El País se escandalizan de la gran cantidad de fake news que circulan por las redes. Es como si un equipo de científicos que trabajara para un laboratorio farmacéutico que nos vende costosos medicamentos que no curan nada pero tienen dañinos efectos secundarios pusiera el grito en el cielo porque un charlatán de feria trata de vender una pócima que lo cura todo.


Martes, 5 de junio
SE REPITEN, ME REPITO

Afirma el anterior presidente del Gobierno que se va por oscuras maniobras y no porque haya perdido “el respaldo de los españoles”, ya que fue el candidato más votado en las últimas y en las penúltimas elecciones.
            Lástima que no estuviera yo delante cuando dijo esas palabras. Sin meterme en política, allá cada uno con sus ideas, le respondería: “Vamos a razonar un poco, señor Rajoy. En las elecciones de 2015, usted, aunque perdió más votos y más escaños que nadie respecto de las anteriores, fue efectivamente el candidato más votado. Y el rey, cumpliendo con su deber, le encargó formar gobierno. ¿Lo formó usted? No, señor, ni siquiera lo intentó. Le dijo al rey que se buscara a otro que usted ni se tomaba la molestia de ir al Parlamento. ¿O sea que entonces sabía que es presidente del Gobierno quien obtiene la confianza de la cámara y no directamente el candidato más votado en las elecciones? ¿Lo ha olvidado desde entonces? No ofenda nuestra inteligencia, señor Rajoy”.


Miércoles, 6 de junio
VIDA SANA

Sonrío al leer los tuitssobre el deporte del nuevo ministro de Cultura. Me siento identificado. Como he dicho más de una vez, yo llevo una vida muy sana: no fumo, no bebo, no hago deporte.


Jueves, 7 de junio
MIENTE CAMPOAMOR

En este mundo traidor / algo es verdad o es mentira, / no todo es según color /
del cristal con que se mira.

Acción de gracias: Oveja negra

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Sábado, 9 de junio
ILUSIONES MÍAS

––Pero ¿tú crees en la posteridad? ¿Crees que dentro de cien o doscientos años se recordará tu nombre? Y en cualquier caso, ¿importa algo?
            ––Sí, a la primera pregunta. No sé, a la segunda. Sí y no, a la tercera. Me gusta la historia de la literatura y creo que el destino natural de los que escribimos es formar parte de ella, aunque sean mayoría los que se quedan en la cuneta. ¿Me quedaré yo? Tengo esperanzas de que eso no ocurra. Claro que si ocurre, si llego demasiado pronto a esa meta, el olvido, a la que hasta Homero acabará llegando, no será demasiado grave, ya que no me voy a enterar. Me hace ilusión pensar que, desaparecido yo y todos los que me conocieron,  habrá un puñado de lectores (tampoco hace falta que sean muchos, más o menos los que tengo ahora) a los que sigan interesando mis libros, se sepan de memoria algunos versos míos.
            ––¿Y qué más te da si no crees en la otra vida y no te vas a enterar?
            ––Nadie deja de hacer testamente porque no se entere de lo que va a pasar tras su muerte. Yo procuro ponérselo fácil a la posteridad para que me recuerde, pero si no lo hace tampoco me voy a enfadar.  


Domingo, 10 de junio
LA VERDAD NO ESTÁ DE MODA

La desfachatez intelectual tituló Sánchez-Cuenca un libro cargado de razón y buen sentido. Parece que esa desfachatez no afecta solo a los intelectuales. Hoy el periodista Carlos Herrera ofrece materia para un nuevo capítulo. Resulta que, en el mismo diario en que me río yo de los disparates de Severiano Delgado a propósito del encontronazo entre Unamuno y Millán-Astray, publica él un artículo en el que da por buena la versión rosa del episodio.
            El 12 de octubre de 1936, en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, no ocurrió nada de particular, fue “un acto bastante banal, muy de aquellos años, en los que se acababan dando cuatro voces y marchando a tomar el aperitivo”.
            Me froto los ojos y vuelvo a leer. Esto no lo afirma un trol o alguno de mis tercos contertulios de los viernes, sino un periodista famoso y en el suplemento dominical más leído.
            Según él, en la España en guerra lo habitual era darle cuatro voces a un mando militar y luego “aquí no ha pasado nada” e irse junto a tomar unas cañas. Vivir para ver, y este señor pontifica cada día en no sé qué emisora.
            Se cree el cuentecillo de que el “Viva la muerte” y toda la parafernalia del enfrentamiento fue un invento del año 41 popularizado en los sesenta. El que esa versión ya circulara en enero del 37, y no solo en España, es algo que carece de importancia.
            ¿Tampoco importa lo que le ocurrió a Unamuno después? Según Herrera, el general y el rector (de inmediato dejaría de serlo), se dieron un apretón de manos y no se fueron juntos de copas porque Unamuno no bebía alcohol. Incluso dice haber visto fotografías de ambos en franca camaradería.
            Qué cosas. Que un periodista invente una noticia falsa que conviene a quien le paga ha sido algo habitual en todos los tiempos; que un periodista serio se crea una noticia falsa inventada por un periódico de la competencia y la propague a todos los vientos es algo menos habitual. Habría que citar a Unamuno: “Dios nos dio el pensamiento como prueba. / Dichoso el que no sabe que lo lleva”.

Lunes, 11 de junio
LA EDUCACIÓN DE UN PRÍNCIPE

Para pareja o yerno, búscate la mejor persona del mundo, pero en una novela o en una película dan poco juego las personas ejemplares. La biografía de Felipe VI tendrá, sin duda, cierto interés, pero la de su padre, cuando pueda contarse con todos sus detalles, será tan apasionante como la mejor serie televisiva, dejará en un juego de niños a Los Soprano.
            Quizá solo otro rey español fue tan querido y popular, Fernando VII. Reinó solo un cuarto de siglo, vivió apenas cuarenta y nueve años, pero por cuántas rocambolescas peripecias tuvo que pasar. El papel de Franco en la vida de uno, lo cumplió Napoleón en la del otro.
            A mí me ha fascinado e intrigado desde que leí los Episodios nacionales (los comencé a leer cuando tenía catorce años y sigo volviendo a ellos como otros al Quijote). Ahora, por fin, puedo conocer al detalle la vida de ese personaje repulsivo y elusivo, el mayor villano de la historia de España, si hemos de creer a la historiografía liberal.
            Emilio La Parra le ha dedicado una biografía ejemplar: bien documentada, bien contada, sin más juicios de valor que los imprescindibles. ¡Cuántos pequeños detalles exactos que ayudan a comprenderlo!  A los diez años, su régimen horario era el siguiente: se levantaba a las seis de la mañana; una vez vestido, reza con su preceptor, que después le instruirá “en algún punto de gobierno o política cristiana”; de siete a ocho, estudia latín; desayuna a las nueve y el maestro le explica después la lección y “le ejercita en lo atrasado”; de nueve a diez y cuarto, se peina y oye misa; luego media hora de lectura de historia y lección de baile; seguidamente pasa al cuarto de sus padres a informarles de su salud y aprovechamiento; vuelve luego a su habitación, donde permanece con el maestro de Historia hasta las doce y cuarto. A esa hora se sirve la comida. Hasta las dos, tiene tiempo libre para hacer lo que le apetezca y dormir la siesta. De dos a tres estudia la lección que por la mañana le haya puesto el profesor de Latín; a las tres sale a dar un paseo con su hermano Carlos y los respectivos acompañantes; al volver del paseo, se dirige al cuarto de sus padres “a preguntarles cómo han pasado la tarde y hacerles manifestaciones de amor filial”; tras la merienda, repasa la lección de Gramática hasta las seis; a esa hora, entra el maestro a explicársela hasta las ocho, en que ha de rezar el rosario junto con su preceptor; después hace examen de conciencia y pide a Dios que le perdone sus defectos; a continuación lee en el Año Cristiano el santo del día; a las nueve de la noche, se le sirve la cena; después puede entretenerse en lo que guste hasta que vaya a la cama, que será a las diez o poco antes. Los meses de verano, se ha de levantar una hora antes, a las cinco de la mañana.
            No sé yo si Franco educó al príncipe de España con tanto rigor como los reyes de España al príncipe de Asturias. En cualquier caso, el resultado no fue muy diferente.


Martes, 12 de junio
ELOGIO DEL ERROR

El azar, como de costumbre, es quien mejores regalos me hace en este mes de mi cumpleaños. En un puesto del Campillín (el off Broadway del Fontán), entre un montón de libros a dos euros, me encontré con la edición de 1928 de la Vida de don Quijote y Sancho, como un regalo del propio Unamuno por haberle defendido de las garras de la posverdad. Es el primer tomo de una edición de sus obras completas iniciada ese año por Renacimiento. Al comienzo aparecen breves comentarios de las firmas “de mayor reputación de las letras contemporáneas”.
            Me sorprende encontrar entre ellas, junto a las de Ramón y Cajal o Pérez de Ayala, a la del poeta Alfonso Camín, aquel superviviente de la bohemia modernista al que yo tuve ocasión de conocer cuando su regreso a Asturias en los años ochenta. Fácil versificador, no tenía ninguna cultura; por las páginas de Cansinos cruza con sus maneras de hampón. Todo un personaje, que encaja mejor en las páginas de una novela picaresca que en las de la historia literaria.
            El prólogo lo firma Unamuno “en el destierro de Hendaya” y en él afirma haber corregido no solo las muchas erratas de la primera edición, “sino los errores del original, hijos de mis precipitaciones de improvisador”.
            Respiro aliviado: yo también soy un improvisador, un fa’ presto, según la expresión italiana. Por eso de vez en cuando meto estrepitosamente la pata. Pero hay ciertos errores que son inseparables de nuestros aciertos, de los de Unamuno y de los míos, si se me permite la petulancia.


Miércoles, 13 de junio
CORRECCIÓN DE ERRATAS

“¿Y qué te parece la dimisión del ministro de Cultura?”, me pregunta un amigo malicioso sospechando que no me hace demasiada gracia.
            ––Yo no habría dimitido, por supuesto. Pero no hay mal que por bien no venga. Desde el principio, fue visto como la única errata en un gobierno ejemplar. Ahora este revuelo por su litigio con Hacienda permite corregir esa errata.
            ––Si dimite, por alguna razón será. El inocente no dimite.
            ––¿Importa inocencia o culpabilidad? Lo que cuenta es el ruido mediático, el barullo y la descalificación, con razón o sin ella. Recuerda los versos de Echegaray en El gran galeoto: “Contra las olas del mar / lucho con brazos viriles. / Contra miasmas sutiles / no hay manera de luchar”. Una mujer perdía su honra en cuando en los corrillos se murmuraba de ella, aunque fuera la más virtuosa del mundo, y el marido tenía que actuar en consecuencia para conservar su buen nombre: en tiempos de Calderón, darle muerte, convirtiéndose así en El médico de su honra. Lo mismo pasa hoy con los políticos si perjudican, con razón o sin ella, a quien los nombró: Pero solo se les hace dimitir
           

Jueves, 14 de junio
VUELA SOLO

Habla Javier Almuzara de su adaptación de Fuenteovejuna (ha convertido la obra de Lope en el libreto de una ópera que se estrena en septiembre). Como llegó a la tertulia hace treinta años, muy jovencito, yo sigo empeñado en darle consejos, aunque hace tiempo que vuela solo y ha dejado de hacerme caso.
            A pesar de ello, como si aún fuera su asesor, anoto algunas observaciones mientras le escucho. La primera de todas que no se puede hablar en público sin tener el reloj delante y saber la hora exacta en que se ha de terminar; cada minuto de más, es un punto de menos en el aprecio al conferenciante, por ameno que sea.
            En segundo lugar, que una intervención pública puede ser hablada o leída (hablada no quiere decir improvisada, sino bien memorizados sus puntos principales y siguiendo un guion), pero nunca las dos cosas. Leer un párrafo y luego glosarlo, nunca da buen resultado: el habla y la escritura tienen ritmos diferentes, casan mal, salvo que lo que se lea sea un cifra o un dato preciso.
            En tercer lugar, conviene no interrumpir un fragmento literario para hacer observaciones como si se estuviera en clase.
            Anoto estos puntos, y otros, pero al final no se me ocurre decirle nada. ¿Para qué? No me iba a hacer ningún caso. Y quizá con razón.


Viernes, 15 de junio
Y NO DIRÉ MÁS

No entiende Iñaki Urdangarín por qué le han condenado, por qué la próxima semana tiene que entrar en la cárcel. Debo de ser el único español al que le da un poco de pena. Dicen que es la oveja negra de la familia, yo le veo más bien como el chivo expiatorio. Siempre fue el yerno ejemplar (le recuerdo en el palco del Campoamor junto a la reina Sofía), que hizo todo lo que le pidieron que hiciera para que la infanta pudiera llevar una vida acorde con su categoría.
            Alterno la lectura de mi folletón favorito, los periódicos, con la de la biografía de Fernando VII, no menos apasionante: nunca hubo tanta distancia entre la verdad oficial, la del rey deseado, y la verdad real, la del malandrín sin escrúpulos. ¿Nunca? A mí el fascinante personaje me recuerda a otro de tiempos más cercanos.

Acción de gracias: Olor de mes de junio

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Sábado, 16 de junio
ESTACIÓN INTERNACIONAL

Xavier de Maiestre escribió Viaje alrededor de mi cuarto; Marguerite Yourcenar, Una vuelta por mi cárcel. Todos mis viajes son una cosa y otra. Me asusta el mundo ancho y ajeno, no me atrevo a poner un pie fuera de la cárcel de la costumbre.
            Esta vez comienzo el viaje alrededor de mi cuarto o de mi celda en la estación Internacional de Hendaya, lugar de encuentro y despedida, rosa de los vientos donde todo parece posible.
            Desde Hendaya miraba airado Unamuno la España pachorrienta de Primo de Rivera y vertía su indignación en las incendiarias Hojas libres; desde Hendaya, contemplaban los exiliados españoles cómo sus compatriotas se masacraban al otro lado del río.
            Junto al monumento a Pierre Loti, herrumbrosos cañones que apuntan aún hoy hacia Fuenterrabía. A Pierre Loti ya no lo lee nadie, pero hubo un tiempo en que nos hacía soñar con sus exóticas fantasías, con su erotismo orientalizante y demodé.
            Siempre que paso por Hendaya, me acerco hasta el castillo de Abadía, situado en un alto rodeado de mar y de verdor. Neogótico, con cocodrilos de piedra vigilando las entradas, parece producto de algún capricho extravagante, pero es obra de un explorador y científico, Antoine d’Abbadie, que quiso que fuera un observatorio astronómico y un laboratorio geológicvo. A su muerte, lo legó al Instituto de Francia.
            Yo recorro esta mañana de nubes y claros, de sol y llovizna, sus solitarios alrededores. Pienso en Antoine d’Abbadie, que solo tenía cuarenta años cuando adquirió esta propiedad, y ya había recorrido el mundo, que se había aventurado en la remota Abisinia, cuyo arte quiso recrear en el interior del castillo.
            Murió en 1897, cuando tenía una año menos de los que yo cumpliré mañana. Dejó un hermoso legado, yo no dejaré más que un montón de palabras, aire en el viento.
            ¿Importa eso? Mientras doy una vuelta alrededor de mi cuarto, o de mi celda, acaricio la hermosura del mundo, tan frágil, tan imperecedera. Y soy todos y soy nadie: los dioses no tienen más sustancia de la que tengo yo, como escribió Juan Ramón Jiménez.
            El regalo de estar aquí no se nubla por saber que algún día no estaré. Todo lo contrario, esa certeza multiplica su brillo y su esplendor.


Domingo, 17 de junio
FINAL EN MONTAUBAN

Quizá es porque llego buscando un cementerio por lo que Montauban me parece un cementerio, una ciudad muerta.
            Todo está cerrado, no hay nadie en las calles. Cruzo el puente sobre el turbio Tarn; frente al museo de Ingres me encuentro con un doliente centauro de bronce; la gran torre de la iglesia de Santiago parece a punto de desmoronarse; por la rojiza plaza doblemente porticada solo se pasea el tedio… Solo sé, cuando llego a Montauban, que aquí residió sus últimos días, y aquí está enterrado, Manuel Azaña, dimitido presidente  de la derrotada República, igualmente odiado por unos y por otros.
            Residía cerca de Burdeos cuando la invasión alemana. La rendición ocurrió un día tal como hoy, el 17 de junio de 1940. Francia quedó partida en dos. En la zona ocupada quedó L’Eden (irónico nombre), la casa de la familia Azaña en Pyla-sur-Mer.
            Para editar que el expresidente fuera detenido por la Gestapo, se decidió su traslado a Montrauban, bajo el régimen de Vichy. En Mantauban no se encontró más alojamiento que una pequeña habitación de un piso compartido con otros exiliados republicanos. Un día oyeron la algarada de unos falangistas bajo las ventanas. Se decidió el traslado al Hotel du Midi, junto a la catedral.
            Su residencia había sido saqueada por la policía alemana y española y su cuñado, Cipriano Rivas Cherif, detenido y trasladado a Madrid. Él nunca lo supo.           Cuando condenaron a muerte a otro de los detenidos en Francia, Julian Zugazagoitia, la mujer de Azaña visitó al obispo de Montauban para que intercediera. Mandó un telegrama a Franco y otro al Vaticano. A la mañana siguiente, pasó por el hotel para interesarse por el enfermo. Le hicieron pasar a verle, sabiendo que a Azaña le gustaría aquella visita. “Muy complacido y sonriente –le escribió su mujer, Dolores, a Rivas Cherif–, sentado al lado de la chimenea, en el corto tiempo que estuvo, le habló de ti, de los niños, de su juventud en la Universidad del Escorial, en fin, de cuanto le preocupaba, sobre todo de vosotros, como una idea fija. Poco más pudo decirle porque estaba muy mal. El obispo, viendo sin duda que se cansaba, nos dejó enseguida”.
            Mucho se ha fantaseado con este coloquio entre Azaña y el obispo; en España se tomó como una abjuración final de sus ideas.
            Yo miro hacia las ventanas del Hotel du Midi, me imagino a Azaáa asomándose por última vez a una de ellas. Esta plaza atardecida y soliaria fue la última visión que se llevó del mundo.
            Visito luego su tumba. Dolores de Rivas Cheriz marchó a Vichy inmediatamente tras el entierro. Dejó el encargo a unos amigos de cómo quería la sepultura definitiva: “Simplemente una lápida de piedra, con dos cipreses a su cabecera, y en la piedra una cruz de bronce sobre la inscripción: Manuel Azaña 1880-1940”.
            Esa cruz –que a él, creyente o no, no le molestaba, y de la que era más digno que la incivil jerarquía católica española– está ahora casi siempre oculta por una bandera republicana.


Lunes, 18 de junio
UNA INSCRIPCIÓN

La encuentro en Burdeos, frente al Pont de Pierre, cuando voy camino del barrio de Saint Michel: “La Junta Española de Liberación dedica esta lápida a la memoria de Pablo Sánchez, exiliado español, muerto en este lugar por las balas nazis el 27 de agosto de 1944 en defensa de la libertad”.
            Acababa de retirar la última carga explosiva con que los alemanes, en retirada, querían volar el hermoso puente construido por Napoleón. Alzó los brazos en señal de triunfo y en ese momento una ráfaga de metralleta acabó con su vida.


Miércoles, 20 de junio
EN EFECTO, TONTERÍAS

Recibo un correo de Severiano Delgado, el bibliotecario salmantino que pretendió “desmontar” el mito de Unamuno: “Como he visto que en su blog Café Arcadia se refiere a las tonterías que escribo, tengo el gusto de enviarle mi investigación ‘Arqueología de un mito’, porque estoy interesado en conocer su opinión al respecto”.
            Leo su documentado estudio sobre el acto del 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, corroboro que las dice, y así se lo hago saber.
            De su propio trabajo se deduce exactamente lo contrario de lo que hizo creer a Sergio del Molino (¡menudo periodista!), de lo que divulgó El País de entonces (el periódico, como el país con minúscula y sin cursiva, ya es otro).
            El incidente del Paraninfo, en sus rasgos fundamentales, fue conocido casi de inmediato, a pesar de la censura franquista. Y nada tuvo de incidente banal. Fue un acto heroico por parte de Unamuno, nadie más hizo algo semejante (puede compararse con la actitud de otro catedrático, Jorge Guillén, en la inauguración del curso en Sevilla).             
            Copia Severiano Delgado el testimonio de uno de los presentes, Eugenio Vegas Latapie. Menciona Unamuno, en sus improvisadas palabras, a José Rizal, y fue exactamente en ese momento cuando “Millán Astray se puso en pie y lanzó un grito, ahogado en parte por la gran ovación con que fue acogido. Pero yo le oí perfectamente decir ‘Muera la intelectualidad traidora’. Admito que muchos no pudieron oír la última palabra de la frase, por el tumulto que se desencadenó. Entre las imprecaciones, las amenazas y los insultos, llegó a percibirse el ruido característico de algún arma que se montaba. Insisto en que me encontraba muy cerca de Millán Astray; puedo por ello negar rotundamente que lanzara después ningún otro grito, ni mucho menos el famoso ‘¡Viva la muerte!’, que es el grito de la Legión. ¿Lo lanzó, en medio del alboroto, dirigiéndose a los legionarios de los que siempre se hacía acompañar y que se hallaban también en el Paraninfo? No tengo razones para ponerlo en duda. Lo que afirmo es que, después de lanzado aquel primer grito suyo, como réplica a ciertas palabras de Unamuno, tras unos instantes de angustiosa indecisión, él mismo, en voz muy alta y con tono imperativo, se dirigió al rector, que se mantenía erguido en pie detrás de la mesa, para ordenarle: ‘¡Unamuno dé el brazo a la señora del jefe del Estado!’. Es muy posible que esto salvara la vida del rector. Del brazo de doña Carmen salió del Paraninfo entre los insultos y amenazas de muchos de los allí presentes”.
            Esto es lo que cuenta un testigo, esto es lo que reproduce Severiano Delgado. Y sin embargo, en un artículo publicado en El País el pasado 11 de junio, insiste en que no pasó nada, que todos los que intervinieron –Carmen Polo, Millán Astray, Unamuno y el obispo– se despidieron formalmente a la puerta de la Universidad y que incluso todos, salvo el obispo, subieron al mismo coche (¿Millás Astray con su guardia de legionarios? Qué apretujada debió de quedar doña Carmen Polo).
            Después del acto, varios de los participantes fueron a comer, invitados por el Ayuntamiento: “Naturalmente –continúa Eugenio Vegas Latapie–, no se habló de otra cosa que de lo ocurrido por la mañana en la Universidad. Antes de emprender viaje Pemán aquella misma tarde, convinimos en que hablaría yo con el generalísimo, para poder explicar el alcance y las consecuencias del hecho. En carta fechada en Cádiz, el día 16, me preguntaba Pemán: “Estoy preocupado por cómo terminó lo de Salamanca. ¿Hablaste con Franco?”.
            ¿Y por qué se preocuparía Pemán si todo fue un incidente banal recreado fantasiosamente por un tal Luis Portillo en 1941 y luego copiado y hecho popular por Hugh Thomas en un libro traducido al español en 1963?
            Pero todo vale para lograr un minuto de fama, pareció pensar Severiano Delgado. Y encontró el mejor aliado en un diario que atravesaba el periodo más negro de su historia. Y la falsa noticia –la valentía de Unamuno, ¡otro mito de la izquierda!-- se echó a volar por esos mundos, acogida gozosamente por Carlos Herrera y tantos otros comunicadores de su misma categoría.


Viernes, 22 de junio
ACCIÓN DE GRACIAS

Hago recuento de regalos en este mes en que cumplo sesenta y ocho años: las ventanas que se abren de golpe e inesperadamente en un país que olía a cerrado y sacristía; una mañana en San Juan de Luz; el mercadillo dominical de la Place Saint Michel y las primeras ediciones de Paul Léautaud que allí me esperaban; el velero ruso Kruzenshtern, tan alto como una catedral, que me fue a visitar al puerto de San Juan de Nieva, en otro cumpleaños, y ahora vuelvo a encontrar en el puerto de La Lune; el pequeño Martín, que cada día me descubre inabarcables y diminutas maravillas; el té que compro en la Compagnie Anglaise des Thés (Rue Port Neuf, Bayona), ya elogiado por el duque de Angulema cuando pasó por aquí, en 1823, al frente de los cien mil hijos de San Luis; un camino de sirga en Toulousse y el canto apacible de pájaros sin nombre interrumpido por la estridente urraca; la gran roca de la playa de Biarritz y de un poema de Víctor Botas, “El perplejo”, en el que yo voy “camino de Óliver con un puñado de libros y revistas bajo el brazo”; el que siga yendo todavía; una cita de Gabriel Miró: “Es la felicidad la que tiene su olor, olor de mes de junio”; un poema que habla de un ciruelo en flor y del deseo de resucitar a Dios para poder darle las gracias.

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