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Acción de gracias: Lejos de nosotros

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Sábado, 16 de septiembre
CAFÉ SPORT

Entré en Chaves por primera vez hace cuarenta años. Recuerdo un día oscuro; las columnas miliarias que bordean el puente de Trajano, sobre el Támega, como fantasmas en la niebla. Sobre el caserío, al final del puente, parecía cernerse la sombra de don Sebastián, rey del misterio. No olvidaría ya nunca la torre solitaria, los cañones que apuntaban hacia España, calles en cuesta y casas con escudo, gente pausada saludándote como si te conociera de toda la vida.
            Viajaba solo, a pie, y el primer lugar en que entré fue el café Sport, con sus vidrieras a la gran plaza que tiene al fondo la biblioteca. Pedí un café, me puse a hojear el periódico y al poco rato ya no era el viajero de paso, sino un provinciano más preparado para envejecer sin prisa y sin moverme de mi rincón.
            Luego he vuelto a Chaves en más de una ocasión, pero siempre de camino a otros lugares. Solo una vez dormí en el Forte de San Francisco. Quizá por eso la ciudad no ha perdido el encanto inicial, sigue teniendo algo de llave que abre la puerta a un reino desconocido.
            Cruzo de nuevo el puente de Trajano en este día luminoso, con la ciudad y el parque mirándose en el río, vuelvo a recorrer sus calles, a sentarme en el café Sport, a hojear un fatigado periódico local que podría ser el mismo de entonces si no fuera porque la fecha es de cuarenta años después.
            Seguro que el milenario Chaves, la romana Aqua Flaviae, ha cambiado mucho en ese tiempo, seguro que yo también he cambiado. Pero tengo la impresión de que seguimos siendo los mismos. Y que como siempre, quizá porque nos vemos poco, nos llena de alegría el reencuentro.


Domingo, 17 de septiembre
FEDERACIÓN IBÉRICA

En Ovar, al comienzo de la ría de Aveiro, participo en una mesa redonda sobre las relaciones entre cultura y poder. Se celebra al aire libre, en un parquecillo atravesado por el manso río Cáster, y clausura el festival literario con el que esta localidad quieren competir con el de Póvoa de Varzím (inspirado, por cierto, en la Semana Negra).
            A mí se me dan muy mal las generalidades. La cultura puede ser un antipoder o el sustento del poder. No hay dictadura, ni democracia autoritaria, que no cuente con literatos y pensadores que le sirvan de coartada. Y que a veces no son peores que los de la oposición. Stalin fue adulado por muchos literatos mediocres, pero también por Neruda. Y la poesía de Leopoldo Panero resiste bastante mejor que la de tantos poetas antifranquistas.
            Por eso preferí hablar de por qué yo me siento en casa cuando estoy en Portugal. El amor es sin porqué, como la rosa de Angelus Silesius, pero para mi amor por Portugal encuentro dos razones. El 25 de abril tenía yo veintitrés años. Estaba a punto de tomar un tren para ir al trabajo cuando escuché las primeras noticias del golpe militar. Al principio no lo tenía muy claro y temía otra militarada como la de Chile, en este caso para endurecer la dictadura. Pocos meses después me detuvieron y, en el registro de mi casa, una de las cosas que se llevaron los policías fueron los pocos libros que tenía en portugués y las cartas de un poeta de Braga. Luego, durante los interrogatorios, me pareció adivinar el miedo de los funcionarios de la dictadura a acabar teniendo que escapar en paños menores como los sicarios de la PIDE. Desde entonces, Portugal y libertad van asociados en mi subconsciente. Cruzo la frontera, la ya inexistente frontera, y me basta oír las primeras palabras portuguesas para sentir que respiro mejor.
            Pero hay otro motivo para mi amor a Portugal. En el 76 o en el 77, llegó a mis manos un libro de un autor que desconocía: eran las poesías de Álvaro de Campos en la blanca edición de Ática con su caballo alado en la cubierta. Comencé a hojearlo y enseguida su poesía me cogió del cuello para no soltarme ya nunca: “No soy nada. / Nunca seré nada. / No puedo querer ser nada. / Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo”. Así descubría a Pessoa, su enigmática y múltiple personalidad; en la biblioteca de la Universidad de Coimbra, leí sus libros y todo los estudios sobre él y comencé a escribir una biografía –la publicó Júcar en 1983– que tenía mucho de autorretrato.
            Sin Portugal me sentiría mutilado, como dicen ahora muchos a propósito de Cataluña. Me gusta Portugal libre y cercano, amigo y aliado, nunca sometido al Estado español. Soy iberista, creo en la unidad cultural de la Hispania romana, pero eso nada tiene que ver con la añoranza de “un monarca, un imperio y una espada”.
            “¿Cómo ve el futuro político de la península?”, me preguntan. Soy muy malo haciendo profecías. Por eso me refiero solo a cómo me gustaría que fuera dentro de cincuenta años o de diez. Una Federación Ibérica formada por la República de Portugal, el Reino de España y la República de Cataluña, con los territorios asociados de Andorra y Gibraltar. La presidencia de la Federación sería rotatoria: un año el presidente de Portugal, otro el rey de España, otro el presidente de Cataluña. También la capital: un año en Lisboa, otro en Madrid y otro en Barcelona. Por supuesto, se trataría de una unión entre Estados libres y soberanos.
            “No me gusta del todo esa utopía tuya”, me dice Carlos Quiroga, mi compañero de mesa, galleguista y lusista (cree que el gallego debe abandonar la ortografía castellana y utilizar la portuguesa). “¿Dónde dejas a Galicia? ¿Y por qué el reino de España y no la república española?”
            “A Galicia la dejo donde los gallegos, elección tras elección, quieren dejarla: en el reino de España. ¿Y por qué reino? Porque ese es el régimen que quieren los españoles. Si algún día los partidos republicanos, por decisión de los electores, son mayoría en el congreso, no te preocupes que el cambio llega en una legislatura”.
            “Yo prefiero un régimen en que al jefe del Estado, si no cumple, podamos cambiarlo en la siguiente elección”.
            “No te preocupes que si a un rey lo rechaza la mayoría también tiene que irse. Para echar a Alfonso XIII bastaron unas elecciones municipales y si Juan Carlos I no se llevó consigo la monarquía, al contrario que su antecesor, fue porque tenía un heredero que cuenta, al menos por ahora,  con el aprecio mayoritario”.


Lunes, 18 de septiembre
LA PESCA EN ESPINHO

Muy cerca de Ovar está Espinho. Paseo al atardecer por sus inmensas playas de arena dorada y no puedo por menos de recordar el capítulo que le dedica Unamuno en Por tierras de Portugal y de España. Mi memoria está hecha de literatura. Tengo mucho del protagonista de El príncipe que todo lo aprendió en los libros, la olvidada obra de Benavente.
            Llego al ponerse el sol y me parece verlo iluminando a los rubios bueyes, con sus adornados yugos, tirando de las cuerdas que traen a tierra las sobrecargadas redes. Ahora ya solo podemos contemplar ese espectáculo en los azulejos, en las postales antiguas y en la prosa de Unamuno, que yo vuelvo a leer, al llegar al hotel, rebuscándola en la red (esa inagotable biblioteca portátil): “Esto de sacar las redes con parejas de bueyes es lo que más carácter da a la pesca de Espinho, asemejándola a una labor agrícola y prestando asidero a la imaginación para cotejar con la labor de los campos en esta región en que, como digo, el mar parece que se ruraliza”.
            Antes esa labor la hacían hombres y era tan penosa que quedaban exentos del servicio militar. Cita Unamuno una frase: “Bendigamos al que domó al caballo; pues, si no, la mitad del género humano estaría llevando a cuestas a la otra mitad”. Y algo así sucede a pesar del caballo, añade Unamuno. Era muy optimista. Son bastante más de la mitad los que siguen llevando a hombros a unos pocos.


Martes, 19 de septiembre
LO IMPOSIBLE

Unamuno encontraba de una triste monotonía la costa portuguesa del distrito de Aveiro, “una larga playa baja, de fina arena, y cadenas de dunas coronadas a veces por los pinos, que llegan a mirarse en las aguas”. Yo la recorro entera, desde Ovar hasta Mira, en un día gris en que el cielo parece confundirse con las aguas, y no la encuentro monótona ni triste, sino de una embriagadora melancolía. Dan ganas de parar el coche, olvidarse de obligaciones y compromisos, e imitar a esos pescadores que dejan pasar el tiempo sin pensar en nada. Pero seguimos por la carretera solitaria hasta que la interrumpe el canal que permite a los barcos llegar hasta el puerto de Aveiro. Hay que cruzarlo en el ferry. El trayecto, aunque corto, lleva su tiempo, un hermoso tiempo que parece fuera del tiempo, contemplando las dos orillas, las dunas, los bosquecillos de pinos, las grúas, el faro. Yo trato de no pensar en nada, de dejar que mis ojos se llenen con la hermosura cotidiana del mundo, pero a la memoria me vienen, como siempre, unos versos. El espectáculo de la realidad lo veo siempre subtitulado por la literatura: “Marinería. Viento. Canción antigua y vaga / de un puerto de otro tiempo. Nostalgia indefinible. / Torna un olor a brea. Un sol rosa se apaga. / En la playa un proscrito sueña con lo imposible”.


Miércoles, 20 de septiembre
LA FUNESTA MANÍA DE VOTAR

Mientras tomo un café en Vetusta, me llegan los ecos de una concentración en la plaza del Ayuntamiento. Me acerco a ver qué pasa y en seguida me sumo a ella. Un joven barbudo con micro invita a debatir sobre lo que está ocurriendo en Cataluña. Protesta un espontáneo porque, tras defender durante largo rato la intervención de la guardia civil para secuestrar papeletas, oye gritar “¡Urnas, urnas!”. El replica: “¿Ven ustedes? Son unos fascistas. No dejan opinar a los que opinamos de distinta manera”. Lo repite varias veces y yo, sin pensarlo dos veces, me acerco, tomo el micrófono y digo: “Ya hemos oído sus razones y  si alguien no las ha oído no tiene más que escuchar hoy todas las noticias, o comprar mañana cualquier periódico, para enterarse de ellas. Aquí estamos para escuchar otras opiniones”. Afortunadamente me contengo antes de exponer las mías. Solo faltaría, a mi edad, comenzar a dar mítines, micrófono en mano, en la plaza pública.
            Recuerdo que en Ovar, Pedro Guilherme-Moreira, otro de los participantes en la mesa sobre cultura y poder, dijo, tras elogiarme generosamente: “No tenemos un García Martín en Portugal”.
            Que no lo repita mucho porque al paso que vamos (el españolísimo  “lejos de nosotros la funesta manía de pensar” ha sido sustituido por “lejos de nosotros la funesta manía de votar”) es posible que pronto acaben teniéndolo.





Acción de gracias: Uso de razón

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Sábado, 23 de septiembre
ASESINATO EN LA HABITACIÓN CERRADA

Hay dos enigmas que me fascinan especialmente. Uno es el del asesinato en un cuarto cerrado; el otro es el insondable abismo de la tontería humana. Conozco todas las artimañas que los novelistas de la edad de oro del relato policial –Dorothy L. Sayers, Agatha Christie, John Dickson Carr– han ideado para que se pueda cometer un crimen en una habitación con las puertas y las ventanas cerradas por dentro.
            Pero incluso a ellos –si no recurren a la ciencia ficción– les sería difícil explicar cómo asesinaron al fiscal Nisman, que apareció en el cuarto de baño de su lujoso apartamento de Puerto Madero, la espalda apoyada contra la puerta, la pistola a un lado, cerrado el piso con llave por dentro y sin que las cámaras que vigilaban la entrada del edificio grabaran ninguna presencia extraña. La pistola se la pidió el día antes a un amigo íntimo al que había contratado como secretario privado con cargo a los fondos públicos.
            A pesar de las evidencias de suicidio, media Argentina habló de asesinato y acusó de inmediato a la entonces presidenta. ¿La razón? Que al día siguiente Nisman iba a presentar en el senado unos informes que la vinculaban con el intento de paralizar la investigación  de uno de los más graves atentados llevados a cabo en el país. Pero esos informes, que se demostraron falsos, que fueron desestimados por los jueces, no habían sido robados. A los asesinos, que se habían tomado tantas molestias para fingir un suicidio, al parecer se les había olvidado destruirlos.
            Jugando a Sherlock Holmes, y basándome solo en los datos en que coincidían todos los periódicos que informaron del caso, creo que fui el primero en asegurar que se trataba de un suicidio. Sucesivas investigaciones –con Cristina Fernández en la presidencia y ya fuera de ella–, a cargo de diferentes jueces, me fueron dando la razón. Pero media Argentina seguía creyendo en la tesis del asesinato. Incluso se realizó un documental televisivo que jugaba a ser imparcial y a ofrecer las tesis de unos y de otros. Las de los partidarios del asesinato eran de este tipo: “Yo creo que le mataron unos sicarios que vinieron de Uruguay”. Ni siquiera fueron capaces de imaginar una hipótesis sobre cómo pudieron hacerlo.
            Ahora, según El País,  “un nuevo informe de la Gendarmería, que depende del Gobierno de Mauricio Macrí, contradice a los peritos del caso de 2015, y asegura que el fiscal, que fue hallado muerto en su baño de un tiro en la cabeza, no se suicidó. Lo mataron al menos dos personas, dicen los nuevos expertos basándose en la posición del cuerpo y una droga hallada en la autopsia”.
            Leo con gran interés. Ningún enigma policial puede resultar más apasionante. “La clave está en la ketamina”, se titula un destacado. “Si lo mataron, ¿por qué no había rastros de violencia en los brazos o en las piernas, pruebas de resistencia? Tampoco había ninguna evidencia de que el cadáver hubiera sido movido”. Lo que hace dar “un giro de 180 grados al nuevo informe es la aparición de ketamina”, una droga alucinógena que se usa con efectos recreativos, y “que podría haber sido utilizada para reducir a Nisman y eso explicaría que no opusiera resistencia”.
            O sea que el fiscal se encuentra en un bar a dos individuos, los lleva a su casa (procurando que no se entere su guardaespaldas ni el portero y que no quede constancia en las cámaras de vigilancia), luego les invita a tomar algo, deja que le atonten con ketamina, y cuando no puede oponer resistencia esos misteriosos individuos rebuscan hasta encontrar el cajón donde guardaba la pistola que le había prestado su amigo, le llevan hasta el baño, le pegan un tiro en la cabeza, apoyan su cuerpo contra la puerta y luego, de alguna manera misteriosa, salen del baño (quizá filtrándose por la cerradura), limpian todas las huellas del piso y lo abandonan dejando la puerta cerrada por dentro…
            Esto es lo que cree media argentina, catedráticos e intelectuales incluidos, y esto es lo que nos cuenta, muy serio, Carlos C. Cué en un periódico presuntamente serio.
            Por eso digo que me fascinan los abismos de la tontería humana.
            Ese mismo periódico publica un amplio informe sobre la influencia de Putin en el independentismo catalán –un asunto del que ya he dicho todo lo que tenía que decir– y lo ejemplifica  con el uso de robots para amplificar los ecos de determinados tuits. Uno de Julian Assange (en El País dan por sentado que es un hombre de Putin) “logró más de 2.000 retuits en una hora y alcanzó su punto máximo, 12.000 retuits, en menos de una jornada”. Esto se debe –informa Davil Alandete– “a la intervención de bots o perfiles falsos programados simplemente para dar eco de forma automática a mensajes determinados”.
            ¿Tan idiotas nos vuelve el afán por desprestigiar a los independentistas que nadie ha caído en la cuenta de que el eco de un mensaje político solo cuenta si incide en personas reales no en perfiles falsos? ¿Qué una afirmación, verdadera o tan disparatada como los serios reportajes de ese periódico, puede tener medio millón de retuits, pero que si se deben a robots o perfiles falsos es como si no tuviera ninguno?


Domingo, 24 de septiembre
LOS MALOS SOMOS NOSOTROS

Cuando yo era niño e iba al catecismo, se decía que el “uso de razón” llegaba en torno a los siete años, la edad en que debía hacerse la primera comunión.
            A mí el uso de razón me llegó un poco más tarde. Tenía yo unos nueve años, todavía vivía en Aldeanueva, cuando el maestro nos habló de la guerra de la Independencia y nos leyó una de las historietas nacionales de Alarcón, “El carbonero alcalde”. Es un relato muy violento en el que los españoles realizan toda clase de atrocidades sobre los soldados franceses. Nos daban ganas de aplaudir cuando degollaban a uno y tiraban por un barrando a otro. ¡Habían invadido nuestro país! ¡No respetaban nuestra independencia!
            Pocos días después, sentados alrededor de la lumbre, en la oscura tarde de invierno, mi abuelo me contaba sus aventuras en la guerra de Marruecos. Allí los valerosos soldaditos españoles cortaban cabezas a los traidores moros.
            Y de pronto al niño que acababa de llegar al “uso de razón” se le ocurrió una pregunta: “Abuelo, pero si en la guerra de la Independencia los malos eran los franceses porque habían invadido nuestro país, en la guerra de Marruecos, ¿ los malos no seríamos los españoles por haber invadido el de los moros?”
            Ya no recuerdo qué me respondió mi abuelo.


Lunes, 25 de septiembre
SAN LUIS Y YO

Tras la proyección del documental Aunque tú no lo sepas, dedicado a Luis García Montero, en el teatro Filarmónica, la idea más repetida por los que intervienen en el coloquio –casi todos devotísimas señoras– es que se trata de un poeta tan admirable y de un hombre tan ejemplar que carece de enemigos.
            Yo, que he participado en todas las guerras poéticas de los últimos años, escucho con incredulidad. García Montero tuvo y tiene enemigos, tantos y tan tontos que a ellos les debe –y no a José-Carlos Mainer ni a otros críticos acríticos– el haberse convertido en el poeta de referencia a partir de los años ochenta.
            Claro que no bastan los enemigos, por muchos que sean, para convertirle a uno en alguien importante. Hace falta además saber rodearse en cada momento de los amigos, o los cómplices, adecuados. Eso que a mí me ha faltado siempre. Como crítico literario, y no solo, me ha gustado ser lo más objetivo posible con mis enemigos y lo más implacable que puedo con mis amigos. Y así me va.
            (La verdad es que, si he de ser sincero, no me puedo quejar.)


Viernes, 29 de septiembre
ESTO NO LO HA DICHO NADIE

––Estoy deseando que llegue el domingo para poder leer lo que dices sobre Cataluña, aunque me parece que ya lo has dicho todo.
            ––¿He dicho que a Rajoy y a los ministros que han firmado la orden de movilización general contra Cataluña les espera un incierto calvario judicial?
            ––¡Qué tontería! Ya no sabes qué decir con tal de llamar la atención. No hay tal movilización, solo se han tomado las medidas oportunas para que se cumpla la ley, como todos admiten, incluso ese Sánchez por cuya vuelta peleaste tanto.
            ––Basta hacer uso de razón para decir cosas obvias en las que nadie, o nadie con voz en los medios, había caído antes.
            ––Ya estamos. Otra vez pretendiendo ser el más listo.
            ––Es fácil parecer más listo que nadie cuando se es inmune a la histeria colectiva que se ha apoderado de mis conciudadanos.
            ––¿Y en Cataluña no hay histeria?
            ––-También. Es como si el domingo fuera a celebrarse un Madrid-Barça. ¿Pedirías reflexión en los hinchas de uno y otro equipo?
            ––O sea que, como a ti no te gusta el fútbol, ves más claro que nadie.
            ––Exacto. Y voy a tratar de demostrártelo. Habrá quien dude de que el referéndum que se celebra este domingo sea ilegal; de lo que no hay duda es de que es un referéndum no autorizado por quien tiene la potestad para hacerlo, el gobierno central.  Pero ¿cuántas manifestaciones no autorizadas se han celebrado en España? Dejando a un lado las de ahora mismo en Barcelona, ¿cuántas se han celebrado en el País Vasco a favor de los presos de ETA o directamente de ETA? ¿Y qué se hacía en esos casos cuando se anunciaba una? ¿Se precintaban las puertas, se decretaba el toque de queda para impedir que se vulnerara esa prohibición?
            No, simplemente se vigilaba para que no hubiera disturbios y se multaba y procesaba a los promotores. Si sospechamos que va a haber un atentado, se debe hacer todo lo posible para evitarlo. Los daños causados no tendrían marcha atrás. ¿Pero qué daños causa un referéndum no autorizado? Ninguno. No tendría validez legal, se convertiría en una encuesta más a la que cada uno daría el valor que quisiera. Ya ha habido referendos independentistas en muchos ayuntamientos de Cataluña. Ya ha habido un 9-N, que era ilegal –como demuestra el procesamiento de sus organizadores– y sin embargo se dejó celebrar, el gobierno se burló de los resultados y la justicia siguió su camino. ¿Por qué no se ha hecho ahora lo mismo?
            ––Porque antes no escarmentaron.
            ––¿Y van a escarmentar ahora? ¿Ocupar policialmente Cataluña calmará las cosas? Cuando haya elecciones en España y tengamos por fin un gobierno que nos represente (el actual es un amaño dudosamente legítimo debido a un fraude del anterior PSOE, el de Javier Fernández, a sus electores), y otro fiscal que siga otras instrucciones, es probable que veamos a Rajoy y a sus ministros acusados de malversación, prevaricación y no sé cuantos otros delitos (los que ahora recaen sobre Artur Mas). Se han gastado unos cuantos millones de euros, se ha puesto en grave riesgo la seguridad ciudadana solo para impedir algo que de ocurrir no tendría, según la legalidad española, ningún valor jurídico, una votación de la que se podrían burlar impunemente como se burlaron de la anterior. 


Acción de gracias: Un español que razona

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Sábado, 30 de septiembre
INTRANSCENDENTES TRASCENDENCIAS

Como con algunos buenos amigos en Avilés. Aunque todos pensamos en lo mismo, en lo que pueda pasar mañana, tácitamente decidimos hablar de otra cosa para tener la fiesta en paz.
            ¿En paz? Si estoy yo presente, ninguna reunión puede transcurrir sin un encendido debate sobre cualquier tema. El sosegado y apacible intercambio de opiniones parece que no está hecho para mí.
            No hablamos de política, pero acabamos hablando de religión (uno de los contertulios es José Manuel Feito, que lleva más de medio siglo de párroco en Miranda). La verdad es que siempre me ha interesado mucho el absurdo razonado de la teología.
            Comprendo que alguien pueda creer que existe un Ser misterioso y poderoso que ha creado el mundo y del que apenas sabemos nada. Pero que ese Dios se divida, sin dividirse, en tres personas distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ya me parece más difícil de tragar por alguien con uso de razón. Y sin embargo son millones los que comulgan con eso y con otras ruedas de molino.
            Yo tengo un remedio infalible para hacerle ver a cualquier persona religiosa lo ridículas que son las creencias religiosas. Le digo que analice las de otra religión distinta de la suya. Qué claro resulta entonces su divertido o cruel disparate. “Pues las tuyas –le digo– resultan igual de absurdas para los millones de fieles de una religión distinta”.
            Pero ningún creyente –ni los que creen en los alienígenas ni los creen en el ángel Maroni o en la Santísima Trinidad– se ha desanimado nunca por lo absurdo de sus creencias, más bien reafirmado.
            “Yo quiero creer, quiero tener esperanza de que hay otra vida después de esta”, dice la poeta Marian.
            Y yo le digo que, si lo piensa bien, otra vida después de esta, una vida eterna, se conciba como se conciba, sería la peor de las pesadillas. Vamos a suponer que nos morimos, hemos sido buenos, y vamos al cielo. ¿Tenemos allí conciencia de lo que hemos dejado en la tierra o no la tenemos? Si la tenemos, ¿cómo podemos ser felices viendo las desgracias que les ocurren a los seres queridos sin poder hacer nada para evitarlas o consolarles? Y si no la tenemos, ¿qué pervivencia es esa con olvido de todo lo que ha llenado nuestro corazón?
            La naturaleza es más sabia que nuestras fantasías y la nada, la consoladora nada, mejor que cualquier edén que podamos imaginarnos.
            También me divierte pensar en un Dios creador del universo. Muy inteligente no debía ser, más bien un poco torpón. La de millones y millones de galaxias, aguejeros negros y estrellas que tuvo que ir sacando de la nada hasta que por venturoso azar apareció un planeta (de momento parece que solo uno) en el que fue posible la vida humana para que pudiera encarnarse su Hijo y redimirnos de no sé que cosas.
            En fin, de estas cosas intranscendentes hablamos para no hablar de lo único que nos preocupa ahora: la situación de Cataluña.   



Domingo, 1 de octubre
ARDE BABILONIA

Para no estar pendiente todo el día de las noticias, para no pensar en lo único que me preocupa ahora, acompaño a mi ahijado y a sus padres a una fiesta infantil en el Muséu del Pueblu d’Asturies y luego a dar una vuelta por Gijón. Acaba de cumplir un año, da sus primeros pasos vacilantes, y casi cada segundo hace un nuevo descubrimiento. Todo lo mira, todo lo toca, cualquier sonido le sorprende. Pronto comenzará, como Adán en el paraíso, a poner nombre a las cosas.
            Decía Aristóteles que la mente humana, al nacer, es “tamquam tabula rasa” (bueno, él lo decía en griego), que nada había en ella que no hubiera pasado antes por los sentido. Yo miro al pequeño Martín y pienso que, más que una tabla rasa, sin nada escrito en su superficie encerada, es una tablet o un smartphone antes de que los llenemos con nuestros datos; los programas ya están ahí, solo hace falta que los dotemos de contenido para que desplieguen toda su prodigiosa capacidad.
            Miro a Martín jugando con la arena, acariciando la corteza de un árbol, observando a un orgulloso gallo que pasea por el parque de Isabel la Católica como Pedro por su casa, y pienso que los mejores informáticos del mundo no serían capaces de inventar un ordenador tan prodigioso. Y en cuanto al diseño, para qué hablar. Hasta Steve Jobs se avergonzaría de sus elegantes e irresistibles Macs de última generación si los compara con él.
            Arde Babilonia y yo haciendo el Adán antes de ser expulsado del paraíso. La verdad es que soy un maldito egoísta. ¿Cómo llegar a viejo, si no?


Lunes, 2 de octubre
ELOGIO DEL PERIODISMO

En cualquier conflicto la primera víctima, ya se sabe, es la verdad. Leo los grandes titulares de todos los periódicos españoles y me entero del fracaso de la farsa independentista de ayer. Uno de ellos, no diré cuál, nos informa con grandes letras en primera página: “El simulacro de referéndum, improvisado a última hora, sin sobres y con papeletas llevadas de casa, estuvo marcado por las protestas, la tensión y las cargas policiales”.
            Los independentistas ha hecho el ridículo, piensa uno leyendo los titulares. Pero para saber la verdad no hace falta recurrir a otras fuentes. Basta con pasar a las páginas interiores. “Los mandos de la Guardia Civil que desde hace medio año han vivido por y para desmantelar el 1-O no podían ocultar su cansancio y su desilusión. Las urnas llegaron con total puntualidad a todos los colegios en un operativo que implicó a millares de voluntarios (organizados en comités de barrio y pueblos). Aparte de sospechar su existencia, nunca estuvieron sobre la pista de las urnas ‘made in China’. Es más, admiten en el instituto armado que siguen sin saber cómo, y sobre todo, cuándo se distribuyeron desde Francia”.
            Lee uno la crónica de M. Sáiz-Pardo y la impresión que saca es completamente distinta de la del titular. Las empresas periodísticas podrán ir a lo suyo (hacer negocio, adular al que manda), pero la mayor parte de los periodistas de a pie –no de los opinadores de oficio– continúan cumpliendo con su función: informar a la gente de lo que le pasa a la gente, no de lo que a sus jefes les interesaría que pasara.
            (Por cierto, una precisión: buena parte de los electores lleva siempre las papeletas de casa y los partidos despilfarran mucho dinero público en enviárnoslas a casa, pero parece que, eso tan normal, en Cataluña es un delito más.)


Martes, 3 de octubre
HABLANDO DE OTRA COSA

Ningún amigo aparece hoy a la hora de tomar el café y es una suerte, porque así me desentiendo del único tema que parece preocupar a todos estos días. Aprovecho para leer, no hacer nada (mi ocupación favorita) y anotar unas cuantas ocurrencias, no sé sí demasiado originales.
            La mala intención suele tener muy buena puntería.
            El amor no es más que una amistad con tropezones.
            Tres fracasos equivalen a un acierto.
            Aspiraba a ser muy famoso en el futuro y a pasar esta vida en confortable incógnito.
            Nunca sé a quién me voy a encontrar cuando me miro al espejo.
            “Eres para mí como un libro abierto –le dijo la mujer a su marido–. Un libro muy aburrido, por cierto.”


Miércoles, 4 de octubre
ADIÓS A TODO ESO

Estoy más acostumbrado a defraudar que a ser defraudado. Soy –o eso creía– alguien bastante escéptico que rara vez se hace ilusiones. Por eso es difícil que me desilusione. Pienso siempre lo peor –de mí y de los demás–, así que cuando me equivoco con alguien suele ser para bien.
            Esta noche no he podido dormir. La situación política es alarmante –la más grave, pero también la más ilusionante, de los últimos cuarenta años–, pero a mí lo que no me ha dejado dormir es lo mucho que me ha defraudado una persona concreta.
            Una persona de la que hasta ayer mismo pensaba que era el mejor jefe del Estado que había tenido España (tampoco es que hubiera mucha competencia).
            Cuando le escucho leer solemnemente el papelito que le ha redactado el gobierno; no censurar la violencia contra súbditos suyos que pretendían ejercer el más elemental de los derechos democráticos; no dejar ni un resquicio a la esperanza, se me cayó –qué expresivas resultan a veces las frases más tópicas– el alma a los pies.
            Lo de menos es que haya ligado la suerte de la Institución que representa a la de la minoría mayoritaria que sustenta al gobierno (a fin de cuentas, contando con el apoyo de los socialistas andaluces, eso le garantiza una o dos legislaturas).
            No ha dado la talla de estadista que yo creí ver en él. se ha olvidado de que es el rey de todos los españoles (también de los que votan a Pedro Sánchez o a Pablo Iglesias, también de los que en Cataluña no quieren ser españoles, pero todavía lo son y por ello les debe tanto respeto como a cualquier otro ciudadano); ha hablado solo para unos pocos (o quizá muchos, pero solo una parte de la ciudadanía), como el líder de una facción.
            Al menos eso es lo que yo creo. Puedo estar equivocado. No sería la primera vez. Era tal mi confianza en el actual jefe del Estado que hasta el último momento confié en que unas palabras suyas, aunque fueran solo unos pocos matices añadidos al guion que le había preparado el gobierno, ayudarían a desatascar la situación.
            Me equivoqué. Si de humanos es errar, yo muy humano debo ser. Me imagino que quienes, si alguno había, confiaban algo en mis opiniones políticas a partir de ahora dejarán de hacerlo.
            A pesar de mis convicciones republicanas, he defendido siempre al actual Rey, que me parecía honesto, cabal, trabajador y bien aconsejado. Pero a la hora de la verdad no ha sabido estar a la altura de las circunstancias.

Jueves, 5 de octubre
NADA MÁS, NADA MENOS

Mientras leo en Los Prados el libro que he de comentar la próxima semana, me llama Abelardo Linares. Le cuento mi decepción felipista y lo mucho que me ha costado tener que rechazar este año la invitación a los Premios Princesa de Asturias.
            ––¡Con lo que yo disfrutaba escuchando las citas poéticas del rey y sus palabras tan minuciosamente didácticas! Pero mi conciencia ciudadana y mi patriotismo me impide asistir; no puedo aparecer como cómplice de determinados comportamientos. Alguien tiene que salvar el honor de España.
            Escucho sus carcajadas a través del teléfono.
            ––¿Pero tú has perdido el juicio? ¿Quién te crees que eres? ¿Ortega y Gasset redactando de nuevo el “Delenda est monarchia”?
            –-Solo soy un español que razona. Nada más. Pero también nada menos.


Acción de gracias: Carácter es destino

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Sábado, 7 de octubre
PERSONA NON GRATA

Llegamos a Castropol a las diez de la mañana, un hora antes de que comiencen los actos de homenaje a Luis Cernuda. El pueblo, arrebujado en la colina que se adentra en la ría como la proa de un barco, tiene un aire ausente esta dorada mañana de otoño. Nadie en las calles, ni un ruido tras las fachadas. como si fuera el escenario de una película en un momento de descanso del rodaje.
            De pronto, la sorpresa de una plaza arbolada, ajardinada, con una aparatosa estatua a un héroe  muerto en la guerra de Cuba, el quiosco de la música y un edificio modernista, el más grande del pueblo, que fue casino y hoy es biblioteca. Luego, en la calle del Pozo, que desciende hasta el muelle, me sorprende el silencio y un inmenso magnolio que destaca con su brillo verde y sus flores blancas en el cielo tan azul.
            Cernuda estuvo quince días en Castropol en agosto de 1935. No lo pasó demasiado bien y el tedio y un difuso temor –Asturias tenía aún el rostro áspero de la revolución– lo trasladó al relato “En la costa de Santiniebla”, que escribió dos años después y publicó en la revista Hora de España.
            No volvió más a Castropol. No habría podido volver –exilio aparte– si alguien en vida suya hubiera leído aquí ese relato. Lo habrían considerado calumnioso y declarado a su autor “persona non grata”.
            ¿Cómo es el Castropol de Cernuda? “Está caído como un pájaro enfermo” sobre una colina; las calles empinadas y grises no las cruza ni siquiera la sombra de un perro fugitivo. “Nauseabunda” es la atracción que ejerce sobre el viajero. La lluvia constante le despierta “una furiosa cólera”. A la dulce “fala” del lugar la llama “jerigonza vernácula”. A pesar del mal tiempo, quiso bañarse  –en una famosa foto se ve a Cernuda tendido en la playa con Castropol al fondo–  y la consecuencia fue un resfriado que le tuvo varios días en cama. En la habitación en que se aloja ha de humedecer continuamente sus manos con agua de colonia para mitigar el insoportable olor que flotaba en el aire. “Las tinieblas, la lluvia y el viento” son la solemne trinidad que preside los días de Santiniebla y él se imagina que seguirá presidiéndolos para toda la eternidad.
            ¿Hace falta seguir? Pues aún hay más. Unos horrendos crímenes –Cernuda, en 1935, sin duda pensó mucho en la barbarie de octubre, multiplicada por la prensa– impregnaban de horror un pueblo al que el protagonista del relato jura no volver.
            Vuelve ahora, tantos años después, representado por su sobrino, Ángel Yanguas. En el mirador de la Mirandilla, con el puente de los Santos a un lado y Figueras enfrente, se va a colocar una placa que recuerda sus pasos por este lugar.
            “¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?”, se preguntaba Cernuda en “Birds in the night”, un poema escrito en una ocasión semejante: “El gobierno francés, ¿o fue el gobierno inglés?, puso una lápida / en esta casa 8 Great College Street, Camden Town, Londres, / adonde en una habitación, Rimbaud y Verlaine, rara pareja, / vivieron, bebieron, trabajaron, fornicaron, / durante algunas breves semanas tormentosas…”
            El final del poema es quizá el más violentamente misantrópico que jamás se haya escrito. Tras responderse que ojalá nada oigan los muertos (“ha de ser un alivio ese silencio interminable / para aquellos que vivieron por la palabra y murieron por ella”), concluye: “Alguna vez deseó uno / que la humanidad tuviese una sola cabeza, para así cortársela. / Tal vez exageraba: si fuera solo una cucaracha, y aplastarla”.
            Sonrío recordando esos versos mientras el alcalde del lugar y otras autoridades discursean brevemente antes de descubrir la placa. Estoy seguro de que el poeta, si estuviera hoy aquí, si muerto oyera lo que dicen los vivos, también sonreiría agradecido y cambiaría su opinión sobre esta villa que se apretuja en una colina alrededor de un tesoro: su espléndida biblioteca, heredera de aquella Biblioteca Popular Circulante que trajo a Cernuda hasta este lugar.


Lunes, 9 de octubre
EN EL TREN

Pronto se hace de noche y nada me distrae en el vagón de tren, casi sin nadie, extrañamente silencioso. Largas horas para estar conmigo.
            Hago recuento de mi vida. ¿Estoy contento con ella? En general, sí. Creo que mi lema sigue siendo válido: “Todavía aprendo”. Y entre mis aprendizajes más recientes se encuentran el de rectificar de inmediato, en cuanto me señalan un error, y el no estar orgulloso de mis defectos (me he pasado la vida presumiendo de ellos).
            Me queda por aprender un poco de hipocresía, que otros llaman diplomacia, para disimular el escaso aprecio que siento por la falta de rigor intelectual del común de los mortales, amigos o enemigos. En eso soy muy Sheldon Cooper.


Martes, 10 de octubre
LA TEORÍA DE LA LIEBRE

En el salón Velázquez del Ministerio de Cultura se decide el Premio Nacional de Poesía 2017. Somos doce los jurados; los finalistas, más de veinte. La mayoría de esos libros valen poco. Yo los hojeé en su momento y no me interesaron nada; releídos ahora, confirman la pobre impresión primera.
            ¿Cómo han llegado hasta aquí? Pues porque los ha elegido algún miembro del jurado: cada uno de nosotros podía seleccionar hasta un máximo de tres. ¿Y quién nombra al jurado? Salvo uno, decidido por el propio ministerio, diversas instituciones: la Academia de la Lengua, la Asociación de Escritores,  la Academia Gallega, no sé que asociación de periodistas, un grupo de estudios de género... A mí me seleccionó la conferencia de rectores.
            El libro que más me interesaba, al que me habría gustado mucho darle el premio, Manzanas robadas, de Miguel d'Ors, quedaba fuera de concurso por unos pocos días: se había publicado en enero de 2017, no en 2016. Otros libros seleccionados, como el de Iona Gruia, quedaban fuera porque a la autora, a pesar de haberla solicitado hace años y cumplir todos los requisitos, todavía no le han concedido la nacionalidad española.
            Valoro poco los premios. Incluido el Nobel: como dice Felipe Benítez Reyes, lo conceden unos cuantos académicos suecos, no siempre bien informados, y la gente cree que lo hace el Espíritu Santo. En los premios de poesía, suele creerse que  se los reparte una banda de mafiosos (si se publican en Visor, capitaneada por García Montero).
            Quizá no debería aceptar ir de jurado a ninguno. Pero si me lo solicitan acepto siempre, con la excusa de que es parte de mi trabajo (soy así de hipócrita).
            Ningún libro me entusiasma, pero tengo un favorito. El de un excelente poeta al que admiro desde sus primeros versos, aunque esté en las antípodas de mi pensamiento político. Pero, hombre experimentado, callo su nombre y no digo una palabra en su defensa. Ni en la suya ni en la de ningún otro. Dejo esa labor, siempre inútil y a menudo contraproducente, a más inexpertos miembros del jurado. Escucho con una sonrisa que la Balada en la muerte de la poesíamerece el premio porque su autor es un desinteresado amante de la poesía y ha escrito este libro para defenderla. O que el premio debería ir para Ana Rossetti porque vuelve al verso después de muchos años para hablar de la crisis y de los problemas del hombre de la calle. O que hay que premiar a Ángel García López porque ha escrito un libro casi póstumo después de la muerte de su mujer y ya no va a escribir más. O a Dionisia García porque, aunque, etc. Si alguien tenía alguna duda sobre el no excesivo interés de cualquiera de esos libros, le desaparecen al escuchar a sus defensores.
            Yo no digo nada, pero no puedo evitar susurrarle alguna cosa a Julia Barella, que se sienta a mi lado.
            ––Sospecho que él premio va a ser para una mujer o para un libro prepóstumo. ––Pues hay una candidata que cumple las dos condiciones.
            Mucho me habría gustado que se llevara el premio Dionisia García, una de las personas más generosas y cordiales que conozco. Pero vuelvo a hojearlo y prefiero que, si lo gana, sea sin mi voto.
            ––Qué extraño –dice alguien–, el libro de Jordi Doce en la primera votación era uno de los que menos votos tenía y luego ha llegado a estar entre los más votados.
            –-Es la liebre –digo yo recordando la teoría de Fernando Rodríguez Lafuente–. El que todos votan en segundo lugar porque no creen que sea un serio rival para su preferido.
            Llega así No estábamos allí a la votación penúltima, junto a los dos favoritos. En ese momento, yo no sé cuál va a ganar (aunque tengo claro a cuál de los dos voy a votar): a ambos autores los aprecio personal y literariamente, pero a una más personalmente y al otro más literariamente.
            De pronto, uno de los miembros del jurado, que no conoce la teoría de la liebre y se ha creído la posibilidad de que el premio vaya para Jordi Doce (tiene más votos que el que luego resultaría ganador), se decide a hablar y, para defenderlo, ataca: "El libro de Dionisia no es bueno; tú misma has dicho que no es bueno", le dice a su defensora. “¡Yo no he dicho eso! He dicho que no es mejor de los suyos, pero es un libro escrito con mucha serenidad”, responde la ganadora del año anterior, también miembro del jurado.
            Sonrío. Ya sé quién va a ganar. Un poeta que nadie ha nombrado y que yo había seleccionado en primer lugar. En efecto, desaparece Jordi Doce tras la penúltima votación y en la última gana Julio Martínez Mesanza.
            Si yo lo hubiera defendido, seguro que lo habría hundido: hablo siempre como si me creyera más listo que nadie y eso, con toda razón, suele molestar a mis interlocutores y predisponerles en contra de lo que apoyo. Uno --cosas de la edad-- va adquiriendo cierta habilidad en estos asuntos.


Miércoles, 11 de octubre
PLACERES PERDIDOS

Ayer, tras el fallo del premio, todo el mundo se despidió de mí rápidamente, nadie quiso quedarse a tomar un café y a charlar un rato (no les hizo gracia que acabara saliéndome con la mía y dando la impresión de que me burlaba un poco de sus estrategias).
            Como no tenía nada que hacer hasta las dos, me dediqué a pasear. Al subir por Prim, de pronto me vienen a la memoria unos versos: “Tu calle ya no es tu calle, / que es una calle cualquiera / camino de cualquier parte”.
            Miro hacia la derecha y me encuentro con Conde de Xiquena, donde vive uno de mis antagonistas preferidos, Andrés Trapiello. Antes, siempre le llamaba y él solía bajar y tomábamos algo en una terraza de Recoletos y discutíamos sobre Chaves Nogales, las X de los diarios o cualquier otro asunto de las armas y las letras, y el tiempo discurría tan ricamente.
            Pero ya no es mi amigo, ya no puedo llamarle, y bien que lo lamento. En fin, carácter es destino y el mío se parece algo al de Cernuda.


[Alicia Varela, en la ilustración de esta semana, me ve caminando solo por la vía del tren. Espero poder saltar a tiempo cuando se acerque el patriótico convoy.]





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Domingo, 15 de octubre
VENCEREMOS

Al salir del cine, donde he ido a ver una distraída nadería, Canción de Nueva York, me encuentro con un amigo, eufórico por la marcha de los acontecimientos, que me reprocha mi pesimismo.
            ––¿Qué es eso de repetir “tengo miedo” como un niño asustado, amigo Martín, tú que no tienes miedo a nada? Antes habrás tenido que tenerlo, cuando España iba rodando hacia el abismo mientras Rajoy se fumaba un puro, leía el Marca y repetía que aquí no pasaba nada. ¿Ahora que, gracias a algunos líderes como Albert Ribera, se han tomado por fin las medidas necesarias es cuándo tú tienes miedo? ¿Ahora que el rey ha dejado de ser rey de todos para serlo solo de los verdaderos españoles, la inmensa mayoría, es cuando tienes miedo? ¿No le elogiabas tú por ser muy distinto de su padre? Pues ya ves, hasta en eso ha demostrado ser distinto. Los buenos españoles, amparado por el rey, los jueces, las fuerzas de orden público, el ejército y toda la inmensa fuerza del Estado ya no tenemos que tener miedo. Por fin se ha hecho caso al líder de nuestro partido, por fin se va a poner en marcha el artículo 155, ese artículo que muchos dicen no tener muy claro, pero que el líder de Ciudadanos tuvo muy claro desde el principio. Permite algo tan sencillo como destituir al actual gobierno de la Generalitat y convocar elecciones. Los que envenenaron al pueblo se irán a su casa o a la cárcel. Y en esas nuevas elecciones no votarían solo los catalanes. ¿De qué servirían entonces? La inmensa mayoría de ellos han sido envenenados por décadas de educación intoxicadora y volvería a votar a los mismos o quizá a otros peores. Habríamos hecho entonces un pan como unas hostias. En las próximas elecciones catalanes, tienen que votar todos los españoles. Y si la ley no lo permite, se cambia la ley, que para eso tenemos mayoría en el Congreso y un Tribunal Constitucional formado por patriotas a los que no es necesario decir lo que hay que hacer para que hagan lo que hay que hacer. Ya ves que hasta ese Pedro Sánchez, que tú tanto defendiste, en una situación como esta ha bajado la cabeza y susurrado “a mandar”. Y es que es un patriota, como todos los buenos españoles, con su rey al frente.


Lunes 16 de octubre
NO AMANECE

El día de hoy parece que no quiere amanecer. Me levanto a la hora de costumbre: es de noche. Me siento al ordenador a escribir la reseña de esta semana y cuando termino compruebo que sigue siendo de noche. Miro el reloj por si está estropeado. Pero funciona perfectamente y marca las once. Me asomo a la terraza: una luz amarillenta, enfermiza, lo cubre todo. Comienzo a asustarme. Pienso por un momento (siento, más bien, sin pensar) que es un aviso de los cielos ante los malos tiempos que se avecinan para toda la “espaciosa y triste España”.
            Es tal mi supersticiosa congoja que, cuando pongo la radio y escucho las noticias, siento un cierto alivio. No se trata de una señal del fin de los tiempos, del fin de la democracia en España y el comienzo de una época de violencia e incertidumbre. Es algo más natural, aunque trágicamente criminal: la coincidencia de varios incendios forestales, al parecer intencionados. Luego, cuando me entero de su dimensión, mi preocupación aumenta, pero es de distinto signo.
            La oscuridad del día, su lastimosa luz, no es anuncio del Apocalipsis. ¿O lo es también? Recuerdo la frase de Pessoa: todo es símbolo y alegoría.


Martes, 17 de octubre
METEDURAS DE PATA

En un número de la Revista de Occidente (septiembre de 1967), leo un pormenorizado y ponderado elogio que Antonio Elorza (primero fue comunista, luego militó en las filas de Rosa Díez y hoy es uno de los paladines intelectuales del antinacionalismo y el antiislamismo) hace de la revolución cultural china. Termina con esta frase: “Como el viejo Yukong de su célebre relato, Mao Tse-Tung se propuso hace ya tiempo, seguido por las masas trabajadoras, acabar con las dos grandes montañas –el feudalismo y el imperialismo– que pesaban sobre el pueblo chino. En la problemática situación en que hoy se encuentra, tal vez fuera la revolución cultural, el único camino objetivamente adecuado para proseguir aquella tarea”.
            Claro que es muy fácil juzgar los errores ajenos a medio siglo de distancia. Entonces los mejores intelectuales de Europa estaban fascinados con la bárbara estupidez de la llamada –en llamativo oxímoron– “revolución cultural”.
            ¿De qué tendré que arrepentirme yo cuando pase el tiempo? Ya me avergüenzo cada día de haber votado a un tal Fernández, pero por mucho que deteste a los traidores y me guste exagerar, debo reconocer que mi metedura de pata no puede compararse a haber sido paladín intelectual de los delirios maoístas.


Miércoles, 18 de octubre
MENUDO HONOR

¿Qué siente uno cuando se ve convertido en personaje de novela? El protagonista de El rinoceronte y el poeta, de Miguel Barrero, es un experto en la obra de Fernando Pessoa, profesor en una universidad de provincias, no muy apreciado por sus colegas, que vive solo, que visita todos los años Portugal, que tiene más de sesenta años, muy apegado a sus costumbres, que recuerda con emoción el 25 de abril, que nunca ha sentido necesidad de “compañía femenina” (parece que tampoco masculina) y etc., etc.
            Me veo completamente reflejado. Las obras suyas que se citan no son en cambio mías: una edición de El libro del desasosiego y la antología El poeta es un fingidor. Esos títulos son de Ángel Crespo (según aclara la nota final), pero el investigador que un verano viaja a Lisboa llamado por el mayor especialista mundial en el poeta de los heterónimos que quiere revelarle un secreto, soy yo.
            ¿Me halaga esta identificación? Por supuesto, salvo en un pequeño detalle: además de solitario, maniático y etc, etc, el protagonista de la última novela de Miguel Barrero es tonto, completamente tonto. Y esa tontería –que se manifiesta en todos los pequeños detalles de la trama– no es accesoria: sin ella lo que la novela tiene de novela, que no es demasiado, carecería de sentido.
            El gran secreto que el prócer luso le revela es que Pessoa nunca existió (o que existió, pero fue un simple oficinista aficionado al alcohol),  que toda su obra se debe a un grupo de escritores confabulados para dotar de sentido a la profecía de un Quinto Imperio cultural. La ocurrencia no es nueva: José Ángel Cilleruelo la desarrolló en un cuento publicado hace  años. Lo que es nuevo es que mi tontorrón alter egola dé por buena sin ninguna prueba y sienta que ha dedicado su vida a una farsa. ¡Sí, menuda farsa de investigador que estaba hecho! ¿Pero no había visto los manuscritos de Pessoa, las cartas a las que adjuntaba poemas mucho antes de ser conocido, no comenta incluso el narrador su primera cuarteta, escrita a los siete años? ¿También eso fue falsificado?
            En fin, que el honor de ser protagonista de una novela queda un poco empañado cuando ese protagonista es un pobre majadero. Mi modestia habitual (más falsa que Judas) me lleva a añadir que a lo mejor es que también yo lo soy y aún no me he dado cuenta.


Jueves, 19 de octubre
EL HUEVO DE LA SERPIENTE

En la feria del libro viejo de Madrid, compré el Viaje a México de Paul Morand, traducido y prologado por Xavier Villaurrutia. Me fascina desde las primeras páginas. Parte de Saint-Nazaire en uno de los barcos correos de la Trasatlántica. Estamos en el año 1927. En las escalas españolas –Santander, Gijón, La Coruña– “como una ventosa el barco acaba de aspirar a los emigrantes vascos, asturianos, gallegos para depositarlos en los campos de caña de azúcar. Llegan a nuestro encuentro, en plena noche, de pie sobre las barcas, semejantes a los condenados de los primitivos flamencos; otras barcas los siguen, llenas de naranjas alumbradas por una bujía”.
            Paul Morand es un incansable “juglar de imágenes”, como afirma Villaurrutia en el prólogo, el mejor representante de la literatura efervescente y cosmopolita de entreguerras. Luego cometió el error de ponerse del lado de la Francia de Vichy y su brillo se eclipsó.
            ¿Cometió el error? La semilla del fascismo ya estaba en el Morand de 1927. Qué terribles páginas las que dedica al control de las fronteras este escritor que anda por el ancho mundo como Pedro por su casa. Pero esa libertad de la que él disfruta no la quiere para todos, solo para las razas superiores.
            Francia, como Estados Unidos –nos dice–, debe defender su raza y olvidar “pretextos sentimentales y pasados de moda, tales como el derecho de asilo”. Hay que contralar la emigración: “Necesitamos sangre celta, sangre sajona y germánica, sangre alpina. Miremos las estadísticas: entran eslavos, semitas, poloneses, latinos del Sur, que no necesitamos, agricultores mediocres, razas de intermediarios y de políticos futuros”. Pone el ejemplo de Chile: “En 1920 –le contó un ministro– no hemos dejado entrar sino escandinavos. En ese momento teníamos necesidad de sangre densa, laboriosa, tranquila, para la región Sur, principalmente”.
            El huevo de la serpiente ya estaba ahí. ¿Ya está aquí? Me aterra leer lo que dicen sobre Cataluña los intelectuales que yo creía de izquierdas. ¿Todos guardaban, como un alien al acecho de circunstancias propicias, a un Félix de Azúa en su interior?


Viernes, 20 de octubre
LA GUERRA NI EN BROMA

¿Quién puede creerse hoy que la Segunda Guerra Mundial, con sus masacres sin fin, al principio se veía como una broma? Pues así, la “drôle de guerre”, una guerra de broma, se la llamó durante los primeros meses. Los alemanes ocuparon Polonia, ingleses y franceses se vieron obligados, casi contra su voluntad, a declararles formalmente la guerra, y ahí acabó todo. Desde septiembre del 39 amayo del 40, franceses e ingleses movilizados se dedicaron a mirar las musarañas mientras los alemanes hacían músculo. Por fin, cansados de jugar al gato y al ratón, ocuparon Bélgica y devoraron Francia (con gran placer de muchos de los franceses) en unos pocos días.
            Lo que en la historia ocurre primero como tragedia, se repite luego como farsa, afirman los optimistas. “Si no me decís quién ha sido antes de que cuente hasta tres, os vais a enterar”, amenaza el maestro a los alumnos díscolos. Nadie dice nada. “Voy a contar hasta seis, no me obliguéis a tomar medidas que no quiero tomar”. Los rebeldes siguen a lo suyo. “Os doy de plazo hasta el sábado”, concluye.
            El sábado –mañana– veremos qué pasa. Yo creo que el maestro ha perdido su autoridad para siempre, aunque el director del colegio haya tenido que salir en su ayuda.




Acción de gracias: Tiempo de historia

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Domingo, 22 de octubre
DIVERSIÓN CON BANDERAS

––¿Qué pensaría un estadounidense que llega por primera vez a España y ve las ventanas engalanadas de banderas?
            Estamos en la Avenida de Galicia, cerca del Campo de San Francisco. Hago un rápido de recuento de los pisos con banderas y de los que carecen de ella; recuerdo que en mi barrio hay muchas menos, y saco la pertinente conclusión:
            ––Pues pensaría que los españoles son una minoría en su país, apenas el diez por ciento, y que tienen tendencia a vivir en los barrios más acomodados.



Lunes, 23 de octubre
POR QUÉ ME CONTRADIGO

La historia de España es una de mis pasiones. Creo que la conozco algo mejor que esos patriotas que gustan de enarbolar la bandera para, al menor pretexto, darles en la cabeza con ella a otros compatriotas.
            Me alejo hoy de las turbiedades del presente leyendo el “Diario de un escéptico”, las crónicas parlamentarias que Julio Camba publicó en el diario republicano España Nueva y que acaba de rescatar González Soriano.Me llevan a 1907, al “gobierno largo” de Antonio Maura, el que comenzó con el intento de regenerar España con una “revolución desde arriba” y acabó con el estallido de la semana trágica y la ejecución, el asesinato legal, del pedagogo Francisco Ferrer (ahora a los chivos expiatorios solo se les encarcela).
            En aquellas cortes amañadas, se sentaban Azorín y Galdós, pero no abrieron la boca, como era costumbre entonces y ahora entre la mayoría de los diputados. Unas palabras de Maura, el mismo Maura contra el que Pablo Iglesias llegó a decir que estaba justificado el atentado personal, me sorprenden de pronto y las hago mías.
            A partir de ahora, a quien me reproche que haya retirado, de un día para otro, mi apoyo al actual jefe del Estado, o que escuchar a los actuales líderes del PSOE en esta crisis me avergüence casi tanto como me avergüenzan González, Guerra o Fernández (de quienes también fue ferviente partidario un tiempo), le responderé con las palabras que pronunció, el 27 de noviembre de 1907. el presidente del Consejo, don Antonio Maura y Montaner:
            ––Las contradicciones, cuando son desvergonzadas mudanzas por interés, por ambición, por una sordidez cualquiera, son infamantes como los motivos del cambio; pero si yo alguna vez oyese la voz de mi deber en contra de lo que hubiera con más calor toda mi vida sustentado, en mi conciencia me tendría por prevaricador si no pisoteaba mis palabras anteriores y ajustaba mis actos a mis deberes.


Martes, 24 de octubre
ATARDECER EN LEÓN

Tras las clases de la mañana, paso unas horas en León, donde participo en un coloquio sobre los diarios o dietarios con Antonio Manilla, José Luna Borge y Avelino Fierro.           
            Antes de entrar en la biblioteca Padre Isla (hoy es el día de las bibliotecas y por eso se celebra la charla), me sorprende, a la luz desvanecida del atardecer, una fachada renacentista que no había visto nunca. ¿Roma, o quizá Florencia, en León? La luz y el color de la piedra son italianos, sin duda.
            Pronto me informo de su prodigiosa historia: se trata de una iglesia historicista; tiene mi edad, año más o menos; la construyó en los años cincuenta, don Luis Almarcha, el canónigo de Orihuela amigo de Miguel Hernández, a quien le publicó su primer libro, Perito en lunas y luego le dejó morir, porque vivía en pecado (estaba casado solo por lo civil con Josefina Manresa) en la cárcel de Alicante.
            Las torres son, como yo, de ayer mismo, pero la portada es barroca, de 1711, y procede del monasterio de san Pedro de Eslonza, hoy en ruinas.
            Mientras hablo de la escritura de diarios y me dedico a mi deporte favorito (tratar de demostrar que soy más listo que nadie), no puede dejar de pensar, con asombro y maravilla, en la iglesia, recién descubierta y apenas entrevista por mí, de San Juan y San Pedro de Renueva.


Miércoles, 25 de octubre
MANÍAS PERSONALES

Las diferencias entre patología y normalidad resultan a veces casi imperceptibles, como entre lo soñado y lo vivido en cuanto pasan algunos años. ¿Es normal esta costumbre mía de llevar minuciosa lista de todo? De los pasos que doy para ir desde mi casa hasta el café de siempre; del café de siempre hasta mi casa (dos o tres más, dos o tres menos, rara vez coinciden);  de los amigos que han dejado de serlo, siempre por decisión suya, nunca mía.
            También anoto, como no podía ser de otra manera, la razón de esas rupturas, provisionales o definitivas (aunque no hay alejamiento que no sea provisional hasta que la muerte lo convierta en definitivo).
            Este se enfadó porque lo llamé coloquialmente "facha" (lo hago a menudo), aquel porque conté en un diario que me preguntó cómo me las arreglaba para vivir solo (parece que acababa de dejar a su mujer y no quería que se supiera); unos porque si Cataluña, otros por si mi reseña se entretiene demasiado en los reparos y dedica media línea o línea y media a los elogios... En el fondo, si eran escritores, todos se enfadaban por lo mismo, porque no les valoraba tanto como se valoraban ellos. ¿Y si no eran escritores? La verdad es que nunca he conocido a nadie que se interesara por mí y no se interesara por la literatura (aunque no todos los que se interesan por la literatura se interesan por mí, qué más quisiera).
            Como en el amor, también en la amistad prefiero que me dejen. Evito así la mala conciencia y mi vanidad acude siempre presta a restañar la herida: “No sabe lo que se pierde”.
            Estas cosas --mi manía de apuntarlo todo, el encogerme de hombros cuando me entero de que alguien ha dejado de apreciarme-- deberían sin duda preocuparme un poco más. ¿Convendría que me tendiera en un diván dos o tres tardes a la semana y se lo contara a un psicoanalista? Seguro que me sería útil, aunque no sé bien para qué. Lo apunto, como una posibilidad más de entretener el tiempo cuando me jubile.
            Soy de los que piensan que, mientras yo no deje de quererme, nada está perdido. Y mientras tenga alguien más a quien querer (y nunca me ha faltado), el mundo está bien hecho (no este desastroso mundo, pero sí mi pequeño mundo).


Jueves, 26 de octubre
HISTORIAS DE AYER

Después de la presentación de mi último, o penúltimo, libro, charlo en un café cercano con varios amigos. Hablamos de lo único que se puede hablar en estos momentos. “Antes de una semana –digo yo de pronto– tendremos al ejército patrullando en Cataluña”. “Qué disparate”, dice uno. Otro: “Tú siempre tan agorero”. “Te recuerdo que, como profeta, en política nunca has dado una. Bueno sí, acertaste una, la vuelta de Pedro Sánchez, y ya ves para lo que nos ha servido”.
            Yo sonrío, no digo nada y mientras sigue la conversación, recuerdo aquella tarde en que, tras visitar al pintor James Ensor, Stefan Zweig charla con unos amigos en un café de Bruselas. Es julio de 1914. Uno de ellos afirma, preocupado: “Dicen que, en caso de guerra, los alemanes pretenden abrirse camino a través de nuestro país”. “Qué disparate –le responde Zweig–, aunque Francia y Alemania se exterminaran mutuamente, ustedes permanecerían tranquilos, les amparan los tratados internacionales”. Los belgas discrepan, el escritor austríaco termina la discusión, un poco a mi manera, con un rotundo “¡Tonterías!”. Y luego añade: “¡Que me cuelguen de ese farol si los alemanes marchan sobre Bélgica!”
            Sus amigos, afortunadamente, nunca le exigieron que cumplieran su palabra. Poco a poco las cosas comenzaron a ponerse serias: telegramas del emperador al zar, del zar al emperador, Austria que declara la guerra a Servia. Un viento frío barre las playas de aquel verano. Los turistas dejan en masa los hoteles y asaltan los trenes. Stefan Zweig subió al último tren que pasó de Bélgica a Alemania. A poco de llegar a Herbesthal, la primera población alemana, se detuvo el tren en pleno campo. Todos se arracimaron en las ventanillas para tratar de averiguar qué pasaba. Y lo que pudieron ver fueron varios trenes de carga, los vagones abiertos cubiertos de lonas bajo las que se adivinaba la amenazadora forma de los cañones. Al parar en la estación, el escritor bajó de un salto para ir a comprar algún periódico. Pero un empleado le advirtió que no podía acercarse al edificio de la estación. No necesitó acercarse para oír, por detrás de los vidrios de puertas y ventanas, cuidadosamente cubiertos, el ruido de sables y de las culatas de los fusiles al golpear contra el suelo.
            Pero al llegar a Viena comprobó que allí nadie tenía miedo: una multitud eufórica celebraba en la calle el comienzo de la guerra.


Viernes, 27 de octubre
SIN DAR NOMBRES

Días malos estos para los que no nos dejamos llevar por la histeria patriotera del momento, azuzada incomprensiblemente desde las más altas jerarquías del Estado. “¡Hay que respetar la ley, hay que respetar la constitución!”, oigo gritar a izquierda y a derecha para tratar de justificar el ominoso “¡A por ellos!”
            Y yo me digo, sin ánimo de ser más listo que nadie, que el gobierno quiere aplicar un artículo de la constitución, el 155, desarrollándolo y explicitándolo a su leal saber y entender. Los afectados, que no están de acuerdo con ese desarrollo, recurren al constitucional y el alto tribunal rechaza su recurso. ¿Quiere eso decir que renuncia a su condición de intérprete de la constitución, que le cede al gobierno esa prerrogativa? Yo no soy experto en derecho constitucional, por supuesto, pero sé leer, y sé pensar, y espero que los catedráticos en la materia justifiquen pronto lo que parece una grave ruptura del orden constitucional y no precisamente por parte del gobierno catalán.
            Más de una vez, en este remar contra corriente, en este tratar de poner un poco de sensatez en la borrachera patriótica que nos ahoga, y que no me trae más que antipatías y reproches, he recordado los versos de Cernuda: “Pero el aplauso humano tú nunca lo buscaste / y menos cuando fuera su precio una mentira”.
            En realidad, yo, menos arisco que Cernuda, sí busco el aplauso, pero solo el de los mejores, no el del vulgo municipal y espeso que solo sabe bailar al son que tocan. Y ya llegará. De momento, trataré de ser más cauto, por la cuenta que me tiene, y cuando se me pregunte por el actual conflicto, responder sibilinamente, sin dar nombres: “Unos hacen historia, hermosa historia democrática, y otros hacen el ridículo doblemente armados”.





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Sábado, 28 de octubre
QUIEN MANDA, MANDA

¡Qué poco dura la alegría en la casa del pobre! Ayer, por fin, y contra trancas y barrancas, había triunfado la democracia en Cataluña y hoy el león español, de un zarpazo, ha derribado todo el ilusionado castillo de naipes.
            ––De naipes, Martín, tú lo has dicho. No nace un nuevo Estado por mera voluntad de los ciudadanos. Necesita un ejército que lo sostenga. Propio o ajeno. En Crimea es ruso; en Letonia, las fuerzas de la OTAN, o sea, Estados Unidos.
            ––Ayer escuché, y por Radio Nacional de España, la votación de la independencia. Ya fue un logro que se celebrara. Me emocionó escuchar, al final, el canto de “Els segadors”. Temía que los locutores de Radio Nacional apostillaran la transmisión con alguna broma hiriente, con alguna de esas patochadas a que nos tiene acostumbrados estos días la prensa patriótica, o sea, todo la prensa española. Pero no, fueron respetuosos, buenos profesionales, y yo pensé en que representaban a una España mejor, de la que siempre formará parte Cataluña.
            ––Va a resultar que, después de tanto llevar la contraria, tú también eres contrario a la independencia.
            ––Ni contrario ni a favor. No es asunto mío. Contrario si la mayoría de los catalanes quieren seguir formando parte del Estado español; partidario, si desean formar un Estado propio.
            ––Lo segundo no ocurrirá nunca. Hasta ahora, para que eso no ocurriera, se aplicó la política del palo y la zanahoria. A partir de ahora se aplicará solo la política del palo, mucho más eficaz. No hay nada que negociar cuando cada una de las partes tiene su parte de razón, pero solo una de las partes tiene toda la fuerza.
            ––¿Y no vale de nada ganar una y otra vez las elecciones?
            ––De nada.
            ––Qué triste.
            ––Mañana, los españoles vamos a llenar las calles de Barcelona armados solo con la bandera rojigualda. No necesitamos más armas. Bastantes tiene la guardia civil y, si hiciera falta, el ejército. Pasado tendremos a Puigdemont en la cárcel o mendigando asilo político en el extranjero. Es lo que hay, Martín, es lo que hay. Te has apuntado al bando equivocado. Presumes de inteligente y, en cuestiones políticas, siempre metes la pata. Apostaste por Pedro Sánchez y ahí le ves, otra vez bajo el ala aleve de González y Guerra, formando el tripartito del que tanto renegó. No me extrañaría nada que mañana domingo su hombre en Cataluña se hiciera un selfie con la Pasionaria de Ciudadanos y el matón del PP, rodeados todos de banderas al viento.
            ––No acaba aquí la historia. En diciembre hay elecciones.
            ––El que no se consuela es porque no quiere. No te preocupes, que si el resultado no es el que tiene que ser ahí estarán los tribunales correspondientes anulándolo y procesando e inhabilitando a quien haya que procesar e inhabilitar.
            ––Qué triste.
            ––Será triste para ti. El resto de los españoles estamos contentos como unas castañuelas con la humillación de Cataluña, más contentos que si el Madrid derrotara al Barça por veinte a cero. Que es lo que ha ocurrido, gol arriba o abajo.


Domingo, 29 de octubre
CÓMO ME GUSTA VERME

Si no hubieras sido tú, ¿quién te habría gustado ser? Eres nervioso, irritable, un crítico malintencionado, das clase en la Universidad… Seguro que el temido Clarín.
            ––A veces pienso que soy su caricatura. Pero a mí me gustaría más parecerme a Feijoo, que llegó casi a los noventa años, que no conoció las delicias del matrimonio, que estaba al tanto de todo el movimiento intelectual de Europa, que se dedicó a combatir los errores comunes, que polemizó con este y con aquel, que le gustaba saberlo todo, discutir con todos. Una vida feliz la suya, al menos tal como yo entiendo la felicidad. Ciudadano libre de la República de las Letras, se definió; caballero andante de la razón y el sentido común, le definiría yo y me gustaría definirme a mí.
           

Lunes, 30 de octubre
DE HOY NO PASA

Llego a Tudela Agüeria un atardecer neblinoso. El taxista me deja frente a un OSCURO pabellón, que me hace pensar en el Hangar 1, donde se guardan los expedientes de la MUFO sobre ovnis.
            Me maquillan, me pone el micrófono y me dicen que mi entrevista será dentro de cuarenta minutos y que, mientras tanto, puedo esperar en la cafetería. ¡Cuarenta minutos! ¿Y qué hago yo en todo ese tiempo? No me he traído ningún libro, escribir haikus o aforismos ya me aburre, los periódicos del día los tengo leídos. Salgo un momento fuera y el fosco panorama parece el escenario perfecto para una película de terror (o para la aparición de una nave alienígena). Comienzo a lamentar haber aceptado esta invitación a hablar de mi último libro en un magazine de la televisión regional. Todo sea por la promoción.
            En el televisor de la cafetería tienen conectado el programa que me ha traído hasta aquí, De hoy no pasa, y en este momento están entrevistando a unos de los personajes que me preceden: un niño de ocho años que ha escrito un libro. Habla con tanta gracia y desparpajo que en seguido se me quita el aburrimiento. Pregunto si puedo esperar en el plató. Y puedo. Qué maravilla. El mal humor se me va de inmediato. Allí, a un lado, está Iván el Forajido (eso leo en el monitor) que, en directo, convierte la magia en madera, o la madera en magia, no sé bien; los presentadores hacen sus gracias, disparatan, regalan un jamón a quien responda adecuadamente a una llamada telefónica… Acostumbrado a Netflix y a otras modernidades, un programa como este me devuelve a la televisión de mi infancia.
            Y luego la entrevista comienza citando el prólogo de Enrique Bueres a Sin contemplaciones: “Entrevistar a José Luis García Martín es como bajar al infierno”. Y a partir de ahí todo es puro surrealismo. Yo lo paso muy bien, no sé los que me vieran, si alguien me vio.
            El viaje a Tudela Agüeria fue como un viaje en el tiempo. ¿Sirve para que se venda algo más mi libro? Lo dudo mucho. Y yo lo siento por el editor, no por mí. No soy un escritor profesional, no soy profesional en nada. Como me dijo un amigo, y me gusta repetir, yo no trabajo: juego a que trabajo. Quizá por eso me tumbo en la cama cada noche agotado y feliz, como el niño que se ha pasado todo el santo día correteando y enredando.


Martes, 31 de octubre
TODO UN PERSONAJE

Hablo de Campoamor en el salón de actos del Instituto de Estudios Asturianos, entre un crucifijo y la bandera que ahora se ha hecho tan famosa (a alguna gente le ha dado por adornar con ella sus ventanas para españolear un poco). El Instituto de Estudios Asturianos fue una institución de bien ganada fama franquista. Desde entonces se ha aireado bastante, aunque algo queda en la escenografía.
            Tuvo al frente, durante muchos años, a Jesús Evaristo Casariego, un escritor –no desdeñable, por otra parte– que había dirigido el diario falangista El Alcázar y al que se pensó invitar cuando inauguraron en el Fontán una placa que recordaba el paso por aquella plaza de García Lorca y la Barraca. Afortunadamente, alguien avisó a tiempo a los organizadores: “Ni se os ocurre. Va a contar lo que siempre cuenta. Que él estuvo allí durante esa representación y que con otros jóvenes de la Falange o de la Adoración Nocturna se dedicaron a boicotear el acto y a llamar maricón a Lorca”. Don Jesús Evaristo Casariego, director perpetuo del RIDEA, era sí. Recuerdo un artículo suyo a propósito de una conferencia en contra de la marginación de los homosexuales. Se titulaba: “La Universidad cede una cátedra a maricones y tortilleras”. Eran los años ochenta, no lo cuarenta.
            Me imagino que, tras su paso, este benemérito instituto sería desinfectado adecuadamente.


Miércoles, 1 de noviembre
CUENTO DE HADAS

Atraco a un banco en Cangas de Onís. Un thriller a la española. Rehenes, tiroteo, un guardia civil herido, el jefe de la banda que prefiere pegarse un tiro a volver a la cárcel.
            Se llamaba Juan Carlos Sahagún, había nacido en Miranda de Ebro en 1958 y antes de ser un atracador fue un héroe. El 6 de junio de 1970 se arrojó a las aguas del Ebro para salvar a dos hermanos, de 11 y 3 años, que estaban a punto de morir ahogados. Su valentía tuvo premio y resultó seleccionado en la octava edición de la Operación Plus Ultra, organizada por Iberia, la Sociedad Española de Radiodifusión y la Confederación Española de Cajas de Ahorro. A los diez niños premiados se les organizó un viaje de veinticinco días. En Roma los recibió el papa Pablo VI, en Bruselas la españolísima reina Fabiola. A Juan Carlos Sahagún, tras aquel viaje de fábula, se le concedió una beca de estudios. La vida se le había convertido en un cuento de hadas.
            ¿Cuándo cambió de rumbo? Era un atracador profesional, había estado varias veces en la cárcel. De que tenía agallas no hay dudas: se lanzó al agua aquel día de junio, sin pensárselo dos veces, cuando varios adultos miraban y no hacían nada, y dejó salir a los rehenes y luego se pegó un tiro esta mañana en una sucursal de esas antiguas Cajas de Ahorro que le habían premiado paseándole por Europa. Todo un personaje, sin duda. Merece que alguien escriba su historia.


Jueves, 2 de noviembre
RIVI CONTRA CAMPOAMOR

Me cuenta Conchita, de la librería Cervantes, las peripecias que tuvo que pasar para hacerle un homenaje a Campoamor en el teatro que lleva su nombre. “En el Ayuntamiento, me dijeron que encantados de colaborar y luego me pusieron todas las pegas posibles. Pasaron dos meses, tres meses, y no decían nada. Llamamos una vez, otra vez, primero que si los Premios Princesa, luego que si la jefa de protocolo estaba fuera, luego que ni no sé qué, nos hicieron rellenar no sé cuántos papeles, luego unos días antes quisimos anunciarlo y no dijeron que ni se nos ocurriera, que si lo hacíamos nos atuviéramos a las consecuencias, que faltaba por firmar un permiso y el concejal Rivi no encontraba tiempo para ello. Tuvimos que anunciarlo un día antes”.
            ––Y dejaron que el público se mojara frente al teatro, no abrieron la puerta hasta un minuto antes, poco faltó para que tuviéramos que aporrearla –añado yo.
            ––Creí que era una buena idea, pero parece que los que ahora administran el Campoamor odian a Campoamor. No cuentes esto en tu diario, por favor.
            –-No te preocupes, no lo haré. Yo no soy nada vengativo.




Acción de gracias: Comer lentejas

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Sábado, 4 de noviembre
DÓNDE ESTABAS TÚ

Cuenta una anécdota –quizá apócrifa– que cuando Nikita Kruschev pronunciaba, en febrero de 1956, su famoso discurso ante el congreso del partido comunista denunciando los crímenes de Stalin, una brusca voz le interrumpió: “¿Y dónde estabas tú, camarada Kruschev, cuando fueron asesinadas todas esas personas inocentes?”.      Kruschev se detuvo, recorrió con su mirada la enorme sala, los cientos de cabezas expectantes, y luego suavemente dijo: “Agradecería a quien ha formulado esa pregunta tuviera la bondad de ponerse en pie”.
            Esperó unos minutos, nadie se levantó: “Muy bien, ya tienes la respuesta, seas quien seas. Yo estaba exactamente en el mismo lugar en el que tú está ahora”.
            Me gusta imaginarme que yo me habría levantado, pero no estoy nada seguro.


Domingo, 5 de noviembre
LÍNEAS AL VUELO

Ser tan rutinario tiene sus ventajas: Cualquier mínimo cambio se convierte en una aventura.
            Voy por la mañana a Gijón, media hora escasa de autobús, y antes de encontrarme con los amigos que me acompañarán a ver un par de exposiciones, me doy un paseo por la playa de San Lorenzo, entre lluvia y sol, casi desierta, con el arco iris a un lado sobre la iglesia de San Pedro. Corretea un grupo de surfistas, algún perro pasea a su amo, las siluetas se reflejan en los charcos que ha dejado la marea. Esta plácida mañana de domingo sabe a de verdad a domingo, a infancia y lejanía.
            La exposición dedicada a la ilustración y al diseño gráfico asturiano, Líneas al vuelo,  llena varias salas del Antiguo Instituto. Se clausura hoy y por eso he roto mi costumbre dominical del paseo por el Fontán y el Campillín.
            Abarca poco más de medio siglo: las últimas décadas del XIX, las primeras del XX, hasta 1937, cuando Gijón cae en manos franquistas. Ilustraciones de viejas revistas, carteles de fiestas, portadas de libros, vitolas de puros: arte aplicado, el que yo prefiero. Un viaje en el tiempo, desde los años del Madrid Cómico, con sus prohombres cabezones en la portada, hasta los clarines contra el fascismo en los días de la guerra civil. En medio, las nostalgias burguesas de Blanco y negro, las portadas de El cuento semanal, las postales entre el folclore y la picardía que firman Valle o Piñole.
            Volutas lánguidas del modernismo, nítidas geometrías de los años treinta. Arte utilitario, arte al servicio de la cotidianidad, una espléndida lección de la historia que no suele aparecer en los libros de historia.
            Y de pronto, como inesperado fin de fiesta, Nueva York, el Nueva York de Paul Morand ilustrado por Vaquero Palacios. No conocía esta edición norteamericana de un libro que yo leí por primera vez, con fascinación adolescente, en la colección Austral.
            Escritor y pintor aparecen en el primero de los grabados ante la línea de rascacielos. ¿Llegaron a conocerse? Joaquín Vaquero Palacios era un joven becario recién llegado a la ciudad; Paul Morand, el escritor de moda, el que supo reflejar como nadie el espíritu de entreguerras. En el blanco y negro de los grabados, las escaleras de incendios, los depósitos de agua, las vías del tren elevado, los anuncios luminosos, las apresuradas gabardinas, los faros de los coches. El mundo del cine negro, el Nueva York que yo llevo para siempre al fondo de la memoria.
            Esta edición ilustrada se publicó en 1930. Yo no había oído hablar de ella. Como vivimos en un tiempo prodigioso, allí mismo, frente a la vitrina, me entero de que en Amazon tienen a la venta un ejemplar usado por catorce dólares. Lo encargo de inmediato. Hablo luego con Abelardo Linares, que lo sabe todo de libros viejos en general y de Paul Morand en particular. No la conocía. Está interesado en reeditar la obra y va a ver si puede utilizarlos. ¿Querría yo hacer el prólogo? Nada me gustaría más.
            Hace un cuarto de hora no sabía que existía este libro ilustrado por Vaquero Palacios. Ya viene de camino hacía mí desde una remota librería norteamericana, ya me ha encargado un editor sevillano que prologue una nueva edición, ya estoy dándole vueltas a mis ideas sobre el Nueva York de Paul Morand, que era también la ciudad automática de Julio Camba y la angustiosa geometría de Lorca.
            El lema de Paul Morand era “vite et bien”, rápido y bien. Es también mi lema y creo que la primera parte la cumplo a la perfección, la segunda me cuesta algo más.


Martes, 7 de noviembre
AYER Y HOY

Me encuentro en un mercadillo el libro Casos comunicantes, que recoge una serie de coloquios sobre la información celebrados en la Casa de Cultura de Avilés en 1983. Asistieron primeros nombres del periodismo de entonces (algunos de ellos también de ahora): Miguel Ángel Aguiler, César Alonso de los Ríos, José Luis Balbín, Rafael Conte, Máximo, Fernando Onega, Peridis, Fernando Savater.
            Qué lejana, casi medieval, nos parece aquella modernidad. Todo eran loas a El País, ejemplo de rigor informativo. Habla Rafael Conte, que entonces dirigía el suplemento “Libros”: “Influencias económicas en El País no existen porque va muy bien y tiene mucha publicidad. Si un editor dice: ‘Voy a contratar una página de publicidad si usted me hace una crítica’, esa es una forma de presión inoperante, porque El País deja todos los días publicidad sin colocar, no le cabe”.
            Qué remota aquella España, donde para recibir información inmediata era necesario salir de casa con un transistor, donde en la mayoría de las provincias los únicos periódicos existentes eran propiedad del gobierno, donde no había más que una televisión.
            Pero no todo ha cambiado: los jueces de la Audiencia Nacional siguen siendo los jueces de la Audiencia Nacional. Tras el coloquio sobre la crónica política, un “obrero metalúrgico de Gijón” –así se presenta– pregunta por qué no se ha hablado del caso Vinader. Yo lo había olvidado por completo. Xavier Vinader era un periodista de Interviú que se dedicaba a investigar a los grupos violentos de extrema derecha y a las fuerzas parapoliciales que actuaban en el País Vasco. Tras publicar varios reportajes sobre el tema, ETA asesinó a dos de las personas mencionadas en ellos y como consecuencia el periodista fue procesado, se exilió Francia, acabó entregándose con la promesa de un juicio justo. Se le condenó a siete años de cárcel por “imprudencia temeraria profesional con resultado de dos asesinatos”. Hubo una gran campaña a su favor. Terminó siendo indultado por el gobierno de Felipe González.
            No conocía el libro, pero sí asistido a los coloquios. Mientras lo leo ahora, unas veces viajo a la España ilusionada del primer gobierno de González y otras soy el joven de entonces que se asoma sorprendido al cada vez más amenazante presente de ahora.


Miércoles, 8 de noviembre
POR QUÉ SOY TAN ANTIPÁTICO

No pensaba asistir a la presentación del premio Ángel González de investigación literaria, pero me entero de que allí estará Gabriele Morelli, el hispanista italiano, al que me gustaría saludar. Le leo y le admiro desde hace años y me alegra poder charlar con él por vez primera. Me cuenta cómo conoció a Neruda. Era todavía estudiante y preparaba un trabajo sobre Miguel Hernández. Un profesor se lo contó a Neruda, entonces en Milán, y este le invitó a cenar para hablarle del poeta. Ahora está preparando una antología de la poesía política de Neruda.
            No pensaba asistir porque sospecho que a los responsables de la Cátedra no les resultó demasiado simpático, y tienen sus razones para ello. Soy un poco aliens en el mundo universitario: carezco del espíritu de cuerpo, de la solidaridad gremial, no practico el habitual intercambio de favores. Si el primer premio Ángel González de investigación (El sujeto boscoso, de Vicente Luis Mora) era un indigesto bodrio, pues yo no tengo inconveniente en señalarlo así; si en la revista que publican aparece un artículo poco afortunado de algún hispanista norteamericano, pues no dejo de subrayarlo en la reseña correspondiente.
            Ya sé que esas cosas no se hacen: que la crítica académica es un intercambio de flores y gratitudes. ¿Quién va a ponerle peros al libro de un catedrático que mañana puede estar en el tribunal de su oposición? Para entrar en la docencia universitaria es necesario un largo camino en el que  sucesivas pruebas van determinando la capacidad y, sobre todo, docilidad del aspirante. Lo primero que aprende el doctorando es a quien debe adular, con quien conviene tener trato y con quién no.
            Yo soy un cuerpo extraño: trabajaba mientras estudiaba, discutía con los profesores (e incluso en la defensa de la tesis doctoral), seguí otro camino y ahora puedo permitirme el lujo de ir a mi aire. Y lo curioso es que si estoy donde estoy fue precisamente gracias a Ángel González: él conoció mi revista Jugar con fuego, le habló de ella a Jesús Neira, que había sido profesor mío; su mujer, Rosario Neira, que también me había dado clase, sabía que había una vacante de interino, hizo gestiones para dar conmigo, logró enterarse de la aldea perdida en que yo daba clases, me escribió, llegué a tiempo de presentar mis papeles y etc, etc.
            La verdad es que es un lujo llevar cuarenta años en la universidad y poder seguir a mi aire, al margen del más o menos mafioso gremialismo. Algo tiene que ver el carecer de ambiciones y conformarme con el último puesto del escalafón.


Jueves, 9 de noviembre
CASAS DE ACOGIDA

Primero, cuando no tenía dinero para comprar libros, mi casa fueron las bibliotecas públicas; luego, las bibliotecas y las librerías. No todas. Hay algunas frías y distantes, funcionariales, en las que solo se entra para pedir un libro concreto. En las que yo prefiero, se entra también para pasar el rato, para estar a gusto, aunque luego siempre salga uno con algún libro que le estaba esperando y que ni siquiera sabía que existía.
            Solitario en alguna ciudad extranjera, entrar en ellas era como acogerse a un refugio, a una embajada del reino remoto de la felicidad.
            Recuerdo ahora la Feltrinelli de Catania, en la Via Etna, las frías tardes de invierno, o el Barnes & Noble, de Union Square, escenario de tantas jornadas de felicidad, o la cotidiana Cervantes. Hoy añado la Casa del Libro, en Gijón, que había frecuentado poco: cruzo la puerta y es como si entrara en un laberinto sonriente en cuyo centro no acecha ningún Minotauro, sino que aguarda un inagotable tesoro.


Viernes, 10 de noviembre
MI PLATO FAVORITO

Recordaba hace poco una anécdota de Kruschev y hoy me la encuentro en un libro de Anthony de Mello. Junto a ella, esta otra.
            Estaba un día el filósofo Diógenes cenando lentejas cuando le vio el filósofo Aristipo, que vivía muy lujosamente gracias a su costumbre de adular a los poderosos.
            ––Si aprendieras a ser sumiso al rey –le dijo Aristipo–, no tendrías que conformarte con esas lentejas.
            ––Si aprendieras a comer lentejas –le replicó Diógenes–, no tendrías tú que besarle la mano, y lo que haga falta, al rey.





Acción de gracias: Historias con fantasmas

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Domingo, 12 de noviembre
EL VINO DEL ESTÍO

Salgo de ver La librería, la lenta, tontorrona y femenina (en el peor sentido de la palabra, en el que tenía cuando había páginas “femeninas” en los periódicos) película de Isabel Coixet y es otra película la que comienza a formarse en mi imaginación mientras cruzo el parque de Los Prados de vuelta a casa.
            El misántropo protagonista de la historia está deseando leer El vino del estío, de Ray Bradbury, pero muere antes de recibir el paquete en que su amiga la librera se lo enviaba. Yo lo leí fascinado, hace muchos años, y no he podido olvidar el comienzo: “Era una madrugada tranquila. La oscuridad cubría el pueblo y se estaba bien en la cama. El verano se adivinaba en el aire, el aliento del mundo era largo, tibio y perezoso. Bastaba levantarse y asomarse a la ventana para saber que este era realmente el tiempo de la libertad y de la vida, que esta era la madrugada primera del verano”.
            Toda la magia de los veranos de la infancia está en ese libro. Ahora, mientras camino por Los Prados, me levanto con Douglas, el protagonista; subo, sin hacer ruido, hasta lo más alto de la casa, y allí, ante la ventana abierta en la oscuridad, espero el momento preciso, luego aspiro profundamente y soplo. “Las luces de la calle se apagaron como velas en una tarta negra”, recuerdo bien la frase del libro. Luego soplo suavemente una vez y otra vez y las estrellas comienzan a desvanecerse. Apunto con el dedo: allí, ahora aquí, y aquí… Las ventanas de las casas del pueblo se fueron recortando en la oscuridad. A continuación dije: “Mamá, papá, hermanito, despertad, es la hora”. Comenzó a oírse el apagado rumor de los despertadores. El reloj del Ayuntamiento retumbó sobre el pueblo. Los pájaros empezaron a cantar en los árboles. Como un director de orquesta, apunté hacia el este y el sol, obediente, comenzó a levantarse.
            Douglas cruzó los brazos y sonrió con una sonrisa de mago. Sonreí yo también, director de orquesta del universo en la primera mañana de un verano que no ha existido nunca, salvo en las páginas de un libro y en mi imaginación.
            Al llegar a casa, de la película de Isabel Coixet ya ni me acordaba, pero le estaba agradecido por su inesperado regalo.       

  
Lunes, 13 de noviembre
FABIO, LAS ESPERANZAS CORTESANAS

¿Qué tienen en  común la “Epístola moral a Fabio”, del capitán Andrés Fernández de Andrada, y la nueva campaña publicitaria de Toyota? Pocos saben que el eslogan “Conduce como piensas”, que promociona el Toyota Hybrid, está inspirado en uno de los endecasílabos del poema clásico: “Iguala con la vida el pensamiento”.
            Conduce como piensas, esto es, compórtate –condúcete– de acuerdo con tus creencias.
            Una epístola moral y una campaña publicitaria moral. Así se explica en la página oficial de la compañía: “Conduce como piensas es una actitud, es ser consecuente con nuestros pensamientos y actos. Esta campaña de Toyota es una invitación a reflexionar, a hacernos más preguntas que respuestas y a abrazar el cambio para mejorar y cuidar el mundo en que vivimos”.
            En uno de los Mupis que promocionan el Toyota C-HR, leo “¿Qué piensas de la libertad de expresión? Si estás en contra, no contestes”.
            Me gusta la publicidad creativa –y más si se inspira en la poesía del siglo de Oro–, pero en este caso creo que se pasan un poco. Esa sorprendente reflexión yo la superpondría a un retrato de Nicolás Maduro y la utilizaría mejor para anunciar La Sexta.
            “Enseñar es mi manera de aprender” dice un aforismo de Enrique Baltanás que a mí me gusta repetir. La verdad es que, como profesor de “Literatura y publicidad”, estoy aprendiendo muchas cosas. Voy a acabar haciéndole la competencia a mi amigo el poeta Fernando Beltrán, maestro en la materia. Hace unos días, por cierto, comentamos en clase su poema “Los lápices de Ikea” junto al catálogo de este año.


Martes, 14 de noviembre
NOVELA EPISTOLAR

Felipe Boso, poeta experimental de los años setenta, traductor de poesía alemana, no solo guardaba todas las cartas que recibía, sino además copia de todas las que enviaba. Por eso ahora se ha podido editar un monumental volumen con su correspondencia y la de sus corresponsales.
            Yo me escribí con él en la época de Jugar con fuego, y aquí están las cartas que nos intercambiamos. No sé me ocurre leerlas, por supuesto, pero si hojeo el volumen acá y allá, y lo encuentro lleno de noticias curiosas y divertidas maledicencias.
            Quizá, o sin quizá, Felipe Boso no fue un poeta destacado (yo creo que la poesía experimental, en gran media, sirvió de refugio a mediocridades), pero se carteó con todo el que significaba algo en su momento y este volumen, de poco afortunado título (Mi jaula es una celda), vale como retrato de una época, como una entretenida novela colectiva que puede abrirse por cualquier página y nunca nos defrauda.


Miércoles, 15 de noviembre
UN ENCUENTRO EN SEVILLA

Al final del coloquio sobre diarios más o menos íntimos, celebrado en el antiguo convento de Santa Clara, muy cerca de la Alameda de Hércules y de la Casa de las Sirenas donde jugaba de niño el torero Belmonte, una pregunta del público.
            ––Usted ha dicho que el diario es un género de no ficción, que usted se limita a contar lo que le pasa, que no inventa nada, pero muchas veces nos cuenta historias de fantasmas, ¿no le parece eso contradictorio?
            Mientras me hacen la pregunta observo que por la puerta al fondo de la sala entra un rezagado. Lleva sombrero, corbata, un traje de buena factura, como un señorito sevillano de otro tiempo. Creo reconocerle.
            Así vestía la última vez que nos vimos, en la Academia Sevillana de Buenas Letras, durante un homenaje a Cernuda. La primera vez fue hace unos cuarenta años. Acababa de publicar su primer libro de versos, con prólogo de Francisco Brines, y yo, con mi impertinencia habitual, le señalé algunos errores métricos. No se lo tomó a mal, todo lo contrario, le entusiasmaban esas cuestiones.
            Me solía enviar sus poemas antes de publicarlos y me recomendaba a algún nuevo poeta que había descubierto (le gustaba hacer de maestro). Nos distanciamos, no sé por qué razón, y yo le dediqué un artículo bastante cruel, según mi estilo, que se publicó creo que en La Razón. Nos reconciliamos –o eso creí yo– durante el homenaje a Cernuda. Murió muy poco después. Y un amigo –siempre hay buenos amigos para estas cosss– me mostró lo último que había publicado en su blog: un ripioso romance contra mí y contra otro de sus primeros amigos, Abelardo Linares, a quien el día de nuestro encuentro en Sevilla –hace cuarenta años– me presentó como “el mejor poeta joven que hay hoy en España, aunque aún no ha publicado nada”.
            Estoy deseando que termine el coloquio para acercarme a saludar al caballero del fondo. Pero antes de que termine veo que se levanta, me hace un gesto de despedida y sale lentamente.
            Si creyera en fantasmas, diría que es Fernando Ortiz que ha venido a disculparse por el desafortunado romancillo. Pero de sobra sabe que no hace falta, que yo tendría muchas más impertinencias de las que disculparme.
            Quizá se ha ido antes de acabar porque no le gusta andar saludando a unos y otros y cada vez detesta más la vida literaria. 


Jueves, 16 de noviembre
LAS NAVES DEL TESORO

Ayer estuve en Valencina de la Concepción, visitando las naves en que mi amigo Abelardo Linares guarda su fabuloso tesoro. Si alguna vez me pierdo por Sevilla, que me busquen por estos inagotables corredores. Nada más llegar, me enseña su más reciente adquisición: una colección de la revista Electra, de la que tanto hablan todos los manuales de literatura, pero que pocos han tenido la suerte de tener en sus manos.
            “Para la admisión y revisión de los originales que se nos remitan –leo–, han quedado constituidas, por ahora, las siguientes secciones.
            Cuentos, Novelas y Teatro, a cargo de D. Ramón del Valle-Inclán.
            Crítica, Religión, Sociología, Política y Actualidades, a cargo de D. Ramiro de Maeztu.
            Versos, a cargo de D. Francisco Villaespesa.
            Secretario de la Redacción, D. Manuel Machado”.
            Unos números después de la sección de Crítica, Religión y Sociología se ocupa Pío Baroja.
            Estamos en 1901. La literatura española pasa por este puñado de jóvenes que se agrupan en torno a Galdós.
            El primero de “Los poetas de hoy” que publica en la revista es Antonio Machado. Aquí y allá asoma el poeta de Soledades, con sus fuentes, sus limoneros y sus melancolía, pero titubeante entre versos torpones. Su hermano, en cambio, ya nos ofrece, sin el menos titubeo, uno de sus mejores poemas, el espléndido “Felipe IV”, que aquí lleva el subtítulo “Retrato de la época”, que desaparecería en las ediciones posteriores.
            Pero en esta prodigiosa cueva del tesoro, guiado por la mano sabia del mago guardián, basta abrir cualquier revista para hacer un descubrimiento, como el número de Raza, publicado el 12 de octubre de 1927, en que Antonio Machado publica un largo poema “Parábolas”, que no pasaría a ninguno de sus libros (aunque aprovecharía alguno de los versos). Seguía siendo un poeta algo torpón, que necesitaba corregir mucho, nada que ver con la genial capacidad de improvisación de su hermano.


Viernes, 17 de noviembre
OCUPACIÓN BASTANTE


Las interrupciones en la rutina forman parte, y son quizá la mejor parte, de mi rutina. El día de ayer, por ejemplo, soleado y feliz, sin nada que hacer, salvo pasear por la orilla del río recordando el monólogo de don Álvaro (“¡Sevilla, Guadalquivir, / cuán atormentáis mi mente, / noche en que vi de repente / mis breves dichas huir”); atravesar sus blancos puentes; subir a la Torre de los Perdigones para acariciar desde allí la ciudad en la cámara oscura (que a mí, no sé por qué, me trae a la memoria las novelas de Julio Verne y los inventos del TBO); entrar en las iglesias que me salen a cada paso a descubrir Murillos o saludar a enjoyadas vírgenes; fotografiar escaparates pintorescos y sorprendentes trampantojos; recordar viejos tiempos con mi amigo José Luna Borge, que me sirve de guía; encontrarme con un poeta en cada esquina (aquí José Ramón Ripoll, allá Javier Lostalé, a la vuelta el místico José Mateos, con su pinta a medio camino entre vendedor de la Once y Freddy Krueger); discutir con este y con aquel y, en fin, no hacer nada, que para mí es, como para Cernuda, ocupación bastante.


Acción de gracias: Peter Pan

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Domingo, 19 de noviembre
TODAVÍA NO

Mientras tomo un café antes de ir al cine, leo una entrevista con Carlos Pumares, crítico cinematográfico: “En la mayoría de las ciudades del mundo ya no hay cines. Esto se ha terminado. Los festivales son el último refugio”. ¿Cuántas ciudades sin cine conocerá este hombre? Quizá se refería solo al centro de las ciudades. Pero parece que no: “Se acaba lo de ir al cine, mirar la cartelera, ir a comprar las entradas antes, si son numeradas”.
            Carlos Pumares tiene pocos más años que yo. ¿A qué edad deja uno de ver la realidad real para refugiarse en la realidad virtual de sus prejuicios? Como él está viejo y hace tiempo que ha dejado de ir al cine, salvo en los festivales –donde le reservan una butaca y le regalan galletitas (eso dice en la entrevista)–, piensa que todo el mundo hace lo mismo, que han cerrado las salas. Le bastaría con mirar la cartelera en cualquier periódico, con darse una vuelta por cualquier centro comercial…
            Me aterra pensar que pronto seré como él, que me convertiré en un cruzado del “cualquier tiempo pasado fue mejor”: los jóvenes no leen, ya no se escriben cartas, los libros están a punto de desaparecer, cada vez se cometen más faltas de ortografía, la gente ya no charla cara a cara, sino a través del teléfono, etc., etc.
            De momento, tomo mis precauciones. Un día al mes –el segundo domingo, salvo si estoy de viaje, que entonces queda para el domingo siguiente– hago limpieza general: escribo en el papel una serie de cosas sobre las que estoy completamente seguro y las pongo en cuestión. Compruebo su firmeza, busco pruebas, comprobaciones externas; como si se tratara de hipótesis científicas, rechazo todas las que no sean falsables. No me libro así de prejuicios, pero los disminuyo bastante.
            Me gusta estar en posesión de la verdad, cierto, pero en la verdad verdadera, no en la que me conviene, y por eso agradezco que me señalen cualquier error; rectifico con gusto y de inmediato.
            A Pérez-Reverte siempre le he tenido por un articulista tosco y sin matices, “políticamente incorrecto” (como todo el mundo en este país) y por un novelista populachero, un guionista de tebeos y películas de serie B. Hoy, antes de hacer cola para comprar la entrada y entrar a ver Liga de la justicia, me da por leer su artículo en XL Semanal, “Recogiendo el guante”,y compruebo que es espléndido, una pequeña obra maestra, con su inicio costumbrista (la comida en casa Lucio), la habitual crítica de  un error lingüístico, el alarde de erudición y el final metaliterario, como de soneto de Lope.
            No me queda más remedio que rectificar. Pérez-Reverte es un gran articulista, al menos cuando no se sube al púlpito y se convierte en una especie de Prada filibustero. ¿Será también un buen novelista? Tendré que releer alguna obra suya sin prejuicios.
            ¡Qué poco me queda para ser un Carlos Pumares, en el peor sentido de la palabra! Pero todavía no, todavía no…


Lunes, 20 de noviembre
EL CLUB DE LA LUCHA

“Las generaciones –afirma Schopenhauer, afirma Nietzsche y afirmo yo– son herméticas, aparte de antropófagas entre sí. Cada una es como un insulto para las demás. Este es un mundo competitivo en el que nos estorbamos los unos a los otros. Los jóvenes de veinte desearían que la jubilación llegase a los treinta años; los viejos de setenta, a los noventa: todavía se consideran muy útiles. De ahí que estemos siempre en guerra, contra los que nos preceden, porque ocupan el sitio que desearíamos ocupar nosotros, y contra los que nos siguen porque están impacientes por ocupar nuestro sitio”.


Martes, 21 de noviembre
LAS TRAMPAS DE LA MEMORIA

¿En qué convierte un comunista de toda la vida cuando deja de serlo? En un anticomunista de toda la vida.
            La de Francisco Félix Montiel fue muy larga, duró casi un siglo. Cuando murió, en 2005, era el último superviviente de las cortes republicanas.
            Se acaban de publicar sus memorias, Los almendros de Urci. Montiel fue comunista durante doce años, entre 1936 y 1948, pero si hemos de creer lo que nos cuenta no sabe bien por qué tanto tiempo, ya que desde el principio entró con mal pie, se negó a acatar directrices y en varias ocasiones intentaron quitarlo de en medio sus presuntos camaradas por medios expeditivos.
            A uno de esos intentos de asesinato se refiere más de una vez en sus memorias. Estamos en marzo de 1939. Él es uno de los comunistas que en Madrid (donde era director de los servicios de propaganda) se enfrentaron a Casado cuando se rebeló contra el gobierno de Negrín. Al triunfar el golpe, tuvo que esconderse “en la residencia modesta de un camarada que era empleado de un hospital”. Veamos lo que ocurrió a continuación: “Me dijeron que vendrían a buscarme al día siguiente para llevarme a otro lugar más seguro todavía. Y llegó la camioneta, muy temprano por la mañana. El dueño de la casa tenía prisa por llegar a tiempo a su trabajo. Y salió primero. Los de la camioneta lo confundieron conmigo, se lo llevaron y lo dejaron muerto en un descampado”.
            Páginas adelante, en conversación con un sobrino del asesinado, vuelve a contar la historia: “La tarde anterior había venido uno de los camaradas que estaban en el secreto para avisarme que al día siguiente, muy temprano –fijamos la hora exacta: las cinco y media–, vendría a recogerme un camión que había podido ser sustraído del ejército –los únicos vehículos que podían circular– y en el que varios comunistas responsables íbamos a viajar a Valencia… para embarcar después con destino a Francia… Tu tío Miguel tenía que salir casi a la misma hora para dirigirse al hospital donde trabajaba como enfermero. Quisimos evitar que alguien pudiera vernos juntos en la calle, y el acuerdo fue que él saliera después de mí. Sin embargo, me entretuve ordenando papeles, recogiendo ropa y dejando unos encargos a tu tía. Miguel se impacientó, y me dijo: ‘No te preocupes, me voy delante’. Nos despedimos y se fue. El camión me debía esperar a la vuelta de la casa, en la esquina siguiente; esas eran las instrucciones. Cuando salí, llegué al lugar previsto y el camión no estaba. Volví a la casa. Fue una sorpresa para tu tía, que ya se creía liberada del riesgo de tenerme alojado. Pero la sorpresa más grande, naturalmente, la tragedia para la pobre Teresa, fue cuando pasado un largo rato vinieron a comunicarle el macabro hallazgo”.
            Un poco inverosímil la anécdota. ¿Después de ser derrotados por Casado los comunistas son capaces de apoderarse de un camión militar para tratar de eliminar a uno de los suyos, no sabemos muy bien por qué? ¿Habiéndose fijado con exactitud la hora en que debía ser recogido, el bueno de Montiel se entretiene en ordenar papeles, hacer las maletas y encargándole no se sabe qué cosas a la dueña de la casa?
            No solo resulta difícil de creer lo que nos cuenta el comunista arrepentido Montiel, también sabemos que es mentira. El editor de las memorias –Jerónimo Molina Cano– incluye como apéndice el escrito que Montiel presentó en 1939 informando del desarrollo del golpe casadista. Ahí leemos que a él le buscaron refugio en una casa en la que estuvo tres días, hasta que pudo salir por sus propios medios para llegar hasta Valencia. “Una casa muy poco adecuada –añade–, pues al dueño lo habían paseado”.
            No es la única interesada mentira en que pillamos al memorialista. En mayo de 1938, viajó a la URSS con otros camaradas. La patria del socialismo le desilusionó y fue el único que no se dedicó a elogiarla a su regreso –según nos cuenta–, lo que sentaría muy mal en el partido. Como ilustración a sus memorias, encontramos, sin embargo, una primera página del diario Unidad, del 30 de julio de 1938, donde en grandes titulares el camarada Montiel declara que “la clase obrera de la URSS tiene asegurada una vida libre y confortable”.
            Pero lo peor fue lo que ocurrió en Murcia entre septiembre y octubre de 1936: los asesinatos judiciales y extrajudiciales de elementos derechistas alentados desde el diario Nuestra Lucha, órgano de las Juventudes Socialistas Unificadas a cuyo frente estaba Montiel. En sus memorias pasa muy por encima de ese episodio. Dice que, aprovechando su ausencia, alguien coló un artículo animando a esas ejecuciones. Él se enfadó mucho, tanto, que abandonó la dirección del periódico. Pero no fue un artículo, fueron varios, una campaña organizada como tal (se dieron incluso nombres de quintacolumnistas) y esa campaña no cesó hasta que Montiel, diputado del partido socialista, pero ya criptocomunista, no perdió el control del periódico. Por cierto, cuando Montiel se pasó al partido comunista lo hizo con armas y bagajes, esto es, conservando su acta de diputado.
            Volvió a España en los años sesenta, protegido por Fraga y se pasó medio siglo arremetiendo contra las dobleces y las mentiras comunistas desde su tribuna predilecta, el ABC (su ideólogo favorito, Gonzalo Fernández de la Mora). Sabía de qué hablaba, sin duda.


Miércoles, 22 de noviembre
QUÉ CURIOSO

Me acusan a menudo de escribir demasiado, o de publicar demasiados libros, pero nunca quienes tienen la costumbre de leerme ni quienes suelen comprar mis libros.


Jueves, 23 de noviembre
METAFICCIÓN

La Red de Investigación sobre Metaficción en el Ámbito Hispánico –vaya nombre– celebra estos días un congreso en la Universidad de Valladolid. Sorprendentemente me dedican una de las comunicaciones, pero no hablan de mí ni como poeta ni como diarista, sino como usuario de Facebook. La autora, Carmen Morán Rodríguez, ha tenido la amabilidad de enviarme previamente su texto.
             Siempre resulta algo incómodo leer lo que escriben de uno, acierten o no (sobre todo si aciertan); lo que a mí me gusta es hablar, aunque sea bien, de los demás.
            Los motivos recurrentes en mis actualizaciones de Facebook serían “las escaleras, los espejos, los gatos, las ventanas, los anuncios publicitarios y los collages formados por los restos de afiches en las paredes, las pintadas callejeras y las esculturas clásicas. Su recurrencia los eleva de meras imágenes a auténticos emblemas”.
            De todo lo que dice, yo me quedo con la cita de Bill Shankly, el entrenador escocés del Liverpool, que le sirve de cierre: “Algunos dicen que el fútbol es una cuestión de vida o muerte. Tonterías, es algo mucho más importante que eso”. 
            También para mí, según Carmen Morán, la literatura sería algo mucho más importante que una mera cuestión de vida o muerte.


Viernes, 24 de noviembre
LA MISMA EDAD

Mis contertulios habituales comenzaron teniendo la edad de mis hermanos pequeños, luego la de mis hijos; ahora tienen la edad de mis nietos. Pero yo, con mi complejo de Peter Pan, sigo creyendo que somos más o menos de la misma edad.





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Sábado, 25 de noviembre
CON QUÉ POCO ME CONFORMO

“¿Y a ti cuánto tiempo te gustaría vivir?”, me pregunta un amigo tras leer en el periódico que hoy entierran a una avilesina que hace pocos días cumplió 110 años y que todavía en su último cumpleaños quiso probar la tarta.
            “Yo no aspiro a vivir tanto como ella –le respondo–. Yo, que viví entero medio siglo XX, con otro medio siglo, con la mitad del siglo veintiuno, me conformo”.


Domingo, 26 de noviembre
LO QUE ME CONTÓ UN AMIGO

A pesar de la lluvia, del frío, de lo pronto que anochece, hay días en que no me apetece volver a casa, sobre todo cuando nadie me espera. Ayer me retrasé quizá más de la cuenta. Estuve bebiendo, no solo, que eso me deprimiría más, sino con algún conocido ocasional, que es como si estuviera solo. Era casi de madrugada cuando volví a casa, pero tampoco había bebido tanto, no tambaleaba al andar ni veía visiones. O no debería verlas.
            A poco de dejar la plaza de San Miguel y comenzar a subir las escaleras del Seminario, que llevan hasta mi casa, vi a una mujer sentada en medio de los escalones, con un vestido de fiesta, negro y elegante, los hombros desnudos, indiferente a la lluvia. Inmediatamente noté algo raro. No era muy joven, pero era muy guapa, y me dio la impresión de que resplandecía. Como si lo que yo estuviera viendo fuera un collage, con el fondo en blanco y negro y la figura recortada y pegada encima de una imagen en brillantes colores.
            Me detuve ante ella. “¿No tienes frío?”, le dije. Alzó la vista hasta mí, sorprendida, como si no me hubiera visto hasta ese momento. “¿Frío?”, repitió, como si no entendiera. La verdad es que la lluvia parecía no mojarla; su peinado estaba intacto, como recién salido de la peluquería. Pero la llovizna que caía al salir del Savanna se había convertido en un chaparrón. Yo, que nunca llevo paraguas, estaba empapado y deseando llegar a casa para quitarme la ropa.
            La mujer se levantó, me miró sin verme, y se puso a caminar hacia uno de los edificios que bordean la escalinata. Comenzó entonces a escucharse la música. Allí se celebraba una fiesta, sin duda. En el jardín se oían risas y conversaciones. Yo me quedé parado bajo la lluvia, sin entender lo que pasaba. La desconocida, luego supe que se llamaba Eva y que había muerto en los primeros días de la guerra civil, se volvió y me hizo un gesto con la mano para que la acompañara.
            “¿No te apetece una copa?”, dijo sonriente y guiñándome un ojo y a mí recordó el guiño que Cleopatra le hace a César en la película de Mankiewicz, que yo había vuelto a ver hacía pocos días. “Sí, pero antes debo ir a mi casa a cambiarme; vivo aquí al lado”, respondí.
            Ella se dio la vuelta y entró y yo subí de dos en dos los escalones, llegué a casa (mi mujer y mi hija estaban fuera), me di una ducha rápida, me puse ropa elegante y volví a la fiesta, prometiéndomelas muy felices. Naturalmente no había fiesta ninguna, aquel chalet de arquitectura vagamente art decó llevaba cerrado mucho tiempo, estaba en muy malas condiciones, no parecía adecuado para ninguna fiesta, ni siquiera de okupas.
            A pesar de todo, empujé la cancela del jardín, que no estaba cerrada con candado, y entré. Cascotes, basura, el marco de una ventana a punto de desprenderse. “No creía haber bebido tanto”, me dije al salir para volver cariacontecido a casa. Y entonces me la volví a encontrar, sentada en el mismo sitio, abstraída. Alzó la cabeza en silencio y se quedó un rato mirándome.
            “Has tardado mucho”, me dijo. “La fiesta terminó hace tiempo”. Se puso en pie, le di la mano y la llevé a mi casa. No era demasiado joven, pero era muy guapa, de una belleza un poco regordeta que a mí me recordaba a la Elizabeth Taylor de la película de Mankiewicz.
            Durante toda la noche jugué a ser César y Marco Antonio. Me desperté con una resaca tremenda, a pesar de que no había bebido mucho. Casi deseé que me hubieran cortado la cabeza, como a Marco Antonio, para no tener que seguir soportándola. Ya se me ha pasado un poco. ¿Qué película vas a ver esta tarde en el cine?


Lunes, 27 de noviembre
BUENOS CONSEJOS

Siento cierta debilidad por los libros de autoayuda, llenos de buenos consejos. “Ya es hora de que abandones todos los viejos patrones y empieces una vida nueva, una vida natural, una vida no represiva, una vida de júbilo y no de renunciación”, leo en un libro de Osho, descrito por el Sunday Times de Londres, según se indica en la solapa, como “uno de los diez mil artífices del siglo XX” (demasiados artífices me parecen a mí, como para que sea un gran honor contarse entre ellos).
            Yo no quiero abandonar mis viejos patrones, continuamente remendados, que todavía me sirven para ir tirando; tampoco quiero empezar una vida nueva, sino que la que tengo, muy de mi gusto, me dure todo lo posible. En lo demás estoy de acuerdo: quiero una vida no represiva, salvo de los malos instintos, de las yerbas venenosas que crecen en el alma en cuanto uno se descuida; una vida de júbilo ante el regalo de cada amanecer y no de renunciación, salvo cuando no haya otro remedio, que cada vez va siendo con más frecuencia.


Martes, 28 de noviembre
UN AMIGO PRECAVIDO

Me llega un hermoso tomo, editado por la Residencia de Estudiantes, con la correspondencia entre Juan Larrea y Gerardo Diego. Es la historia de una amistad que comienza en 1916, cuando ambos rondan los veinte años, y termina en 1937, cuando uno de ellos llama “judas” al otro por haber tomado el bando equivocado en la guerra civil. Hay luego un epílogo, que dura hasta 1980, pero ya la confianza se ha roto y son cartas entre dos supervivientes que recuerdan los viejos tiempos.
            Al interés para la historia literaria se le añade el meramente humano, casi de novela costumbrista. En 1927, el año gongorino, Juan Larrea, que quiere desplazarse a París y no se lleva bien con su familia, le pide un préstamo a su amigo. Este se lo concede gustoso, pero con ciertas garantías. Las explicita Larrea en carta del 31 de mayo: “Te adjunto un recibo que espero que tenga toda la fuerza legal en el triste caso de que tuviera que hacer fe. Tal como te lo envío parece que daría con mis huesos en poco grato lugar caso de negarme a reconocer mis compromisos. Y desde luego, el embargo. Para responder de tu nunca bien agradecido préstamo, dispongo en caso de apuro de mis bienes actuales a los que si no he tocado es, como sabes, para no levantar sospechas en mi familia. De modo que, si por dicha o por desgracia, viniera yo a morir mis herederos no tendrían más remedio que pagarte a tocateja. Y si en un momento determinado te hace falta todo o parte de mi deuda no tienes más que decírmelo y puedes tener la seguridad de que, sea como sea, te será inmediatamente entregada.  Como verás, te he fijado un interés del 6 % anual que te pagaré trimestralmente para que no se me vaya acumulando y no se me olvide la gratitud que te debo”.
            ¿Y qué responde Gerardo Diego? “No te preocupes, hago ese favor con mucho gusto, para eso están los amigos. Lo que no puedo aceptar de ninguna manera es ese 6 % de interés. ¡De ninguna manera, de ninguna manera! Con un 4,5 %, que es lo que me paga el banco, me conformo. No me envíes más, aunque tenga un papel firmado por ti en que lo indicas, porque te lo devolvería”.
            Con esas garantías y esos intereses cualquiera hace favores a los amigos. Sospecho que el santanderino Gerardo Diego, de no haber sido poeta, habría sido Emilio Botín.


Miércoles, 29 de noviembre
PARA UN HOMENAJE

De Ramón de Campoamor creemos saberlo todo, pero sigue estando lleno de sorpresas. Pocos “estudios biográficos” tan disparatados como el que le dedica a Cánovas, su jefe político, entonces en la cumbre de su gloria. “A pesar de ser poco calumniable, no he conocido sin embargo a un hombre de quien más nos guste murmurar a todos”, comienza. Y luego no hay página en que no nos deje una humorada.
            “Según decía un hombre competente, solo en tres estados se puede encontrar la felicidad terrena: siendo, desde los veinte a los treinta años, viuda, hermosa y rica; desde los treinta a los cuarenta, general con fortuna; y de los cuarenta para arriba, arzobispo”.
            “Los partidos políticos son como los salvajes, que hallan muy higiénico el comer carne cruda de misionero mártir”.
            “Los envidiosos, esos admiradores inversos, son el más firme pedestal de la gloria”.
            “El chiste corrosivo y la reticencia son en él golpes secretos que el contrario no puede ni prever ni parar. Parece que le ayuda un genio invisible que le aparta la espada del contrario para que él pueda herir con acierto y sin peligro. En su manera de discutir, empieza por crear con sus ideas generales una especie de círculo del infierno, y después que ha rodeado de llamas a sus contrarios, a un fuego más o menos lento, unas veces los fríe y otras los cuece, aunque, como el maestro Dante, es más aficionado a freír que a cocer”.
            Aristóteles, “ese genio pedestre que ha condenado al entendimiento humano a una cojera incurable al arrojar violentamente desde el cielo a la tierra al Ícaro del platonismo”.
            “Si es un encanto oírle hablar de lo que sabe, es más encantador todavía oírle discurrir sobre lo que no entiende”.
            “Sin malevolencia alguna, y solo por sobra de ingenio, muestra a los que le escuchan los lunares más inesperados de sus amigas y las pecas de sus amigos”.
            “A la hora de repartir cargos, al tonto honrado prefiere el pillo listo”.
            “Cuando más espiritualista es una construcción, más tiene que estar bien asentada en el fango de la realidad”.
            Faltaba poco tiempo para que a ese hombre poderoso, que con tanta paciencia se dejaba embromar por Campoamor, el anarquista Angiolillo le disparara una bala certera en el balneario de Santa Águeda. El desengañado epitafio ya se había enunciado al final de este eutrapélico homenaje: “Yo fui todo, y todo es nada”.


Jueves, 30 de noviembre
AUGUSTO Y YO

A propósito del emperador Augusto, leo en una reciente biografía de Cleopatra: “Carecía de las debilidades que hacen atractivo a un ser humano”.
            Sospecho que en eso nos parecemos.




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Sábado, 2 de diciembre
MÁS VALE TROCAR

“Más vale trocar / placer por dolores / que estar sin amores”. Escucho, en la iglesia de San Juan el Real, al coro de mi amigo Javier Almuzara cantar a Juan del Enzina.
            ¿Más vale trocar placer por dolores que estar sin amores? Hace tiempo que ya no pienso así. La edad nos vuelve más hedonistas.
            Yo prefiero los pequeños placeres de cada día al tormento del gran amor. De esos ya he tenido bastantes. Casi siempre no correspondidos, y entonces lo pasaba mal; alguna vez correspondidos, y entonces acababa pasándolo peor.
            “Más vale trocar / los grandes amores / por placer sin dolores (de cabeza)”.


Martes, 5 de diciembre
LA PIEZA 25

Cuando tengo clase a las doce, como varios días de este semestre, no puedo pasar por mi mesa redonda habitual de Las Salesas. El recambio lo he encontrado en la panadería-cafetería Granier, cercana al Milán. Llego a las once, pido un cortado y, si está libre mi mesa del fondo junto a la ventana, soy feliz.
            Siempre llevo trabajos de los alumnos y algún libro reciente; también hojeo el periódico (una hora da para mucho). No me molesta el rumor de las conversaciones ajenas; todo lo contrario.
            Hoy, tras corregir unos cuantos comentarios al anuncio de la Lotería Nacional (una de mis asignaturas se titula “Literatura y publicidad”, soy así de afortunado), continúo con La pieza 25. Operación salvar la infanta, de Pilar Urbano, asombrosa y verídica novela negra.
            Leo cada vez más admirado y abochornado. Admirado por el minucioso trabajo de la autora, por los innumerables pequeños detalles exactos; abochornado como español por el retrato de mi país que de estas páginas se desprende.    
            Urdangarín y la infanta compran un palacete en Barcelona cuyo importe supera en mucho al que ellos pueden pagar con sus ingresos declarados. El anterior jefe del Estado, a través de un emisario de la Casa Real, le hace llegar al propietario de La Vanguardia una detallada nota sobre cómo debe tratar su periódico el asunto. Termina con un “te pido”, que en realidad es un “te ordeno”: “Que presentes como una aportación positiva que los duques de Palma fijen su residencia en Barcelona. Que lo presentéis como algo natural de compra inmobiliaria, con los riesgos de endeudarse que tienen las parejas jóvenes de hoy”.
            El propietario de La Vanguardia, tercer conde de Godó, aspiraba al título de Grande de España. Pasó por el aro, en esa como en tantas otras cosas, y le fue concedido.
            Apenas hay página en el libro sin una inmundicia de gente que teníamos por decente. Dan ganas de decir aquello de “un país como este no es el mío”. Pero sí, es el mío, es nuestra querida España en el período más largo de paz, prosperidad y democracia que ha tenido en toda su historia.


Miércoles, 6 de diciembre
UN DÍA TRISTE

Cómo nos han engañado. La posverdad (que es como ahora se llama a las mentiras de siempre) no la inventaron las redes sociales, tampoco El País: forma parte de la esencia misma del periodismo, es lo que permite que una empresa periodística pueda ser un buen negocio aunque esté en números rojos.
            Subrayo, en el libro de libro de Pilar Urbano, unas pocas líneas referidas al anterior jefe del Estado: “No era precisamente ese tipo campechano y simpático que la gente creía. ¡Ni hablar! Las bromas podía gastarlas él, no tú; y había que andarse con tiento para llevarle la contraria. De puertas adentro, el Rey era un señor geniudo, pagado de sí mismo, egoísta y mandón. Un capitán general de ordeno y mando, déspota con el servicio, sin distinguir entre camareros, chóferes, valets de cámara, edecanes civiles o ayudantes militares de alta graduación. De humor cambiante, un día eufórico y guasón, y otro día irritable. Despectivo, hasta grosero a veces, con la Reina. Y con un ego de rey que ni su hijo Felipe le aguantaba”.
            Pero eso es lo de menos, lo de más son sus “negocios”. Con que sea verdad la mitad de lo que se ha contado sin que nadie lo desmienta, Urdangarín queda convertido en una hermanita de la caridad.
            Yo voté ilusionado esta constitución, pero hoy nada tengo que celebrar. Todo lo contrario. La han utilizado, como la banderita que adorna cinturones y ventanas para dar con ella en la cabeza a quienes piensan de un modo distinto.
            Pero he prometido no hablar de lo que unos llaman política y yo llamo historia de España. Y no voy a hacerlo, prefiero que primero hablen las urnas. Después del 21 de diciembre veremos qué pasa.
            Yo me temo lo peor. Una vez que se abandonan los escrúpulos democráticos ya no hay marcha atrás: tricornio y tente tieso.
            Espero equivocarme. Mi amigo Abelardo Linares siempre me dice que, al contrario que en literatura, en política no doy una. Ojalá tenga razón.


Jueves, 7 de diciembre
LA REDOMA AZUL

“A todo el mundo le gusta que le cuenten una buena historia, pero a nadie le gusta que le cuenten cuentos, especialmente si son cuentos de fantasmas como los que a ti te gusta contar”, me dijo Miguel.
            Estábamos en el Vetusta, con más gente de la acostumbrada, en la mesa peor iluminada, y yo pensé que tenía que improvisar una buena historia si no quería que me volviera a aburrir con el cuento de sus cuitas amorosas. Tenía sobre la mesa (yo nunca salgo de casa sin un libro: sería como si saliera desnudo) las Divagaciones de un haragán, de Jerome K. Jerome, que había comprado por la mañana en un puesto del Fontán. Lo había comprado porque guardaba un buen recuerdo de Tres hombres en una barca, leído a la hora de la siesta en una de esas interminables tardes del verano extremeño, cuando no había nada que hacer y no se podía salir a la calle, y por la dedicatoria a su mejor amiga, “que nunca critica mis defectos, ni me pide dinero, ni se elogia a sí misma; a la compañera de mis horas de ocio, al consuelo de mis penas; a la que comparte mis desdichas y esperanzas”. Tras media página de elogios esa amiga resulta ser la más veterana de sus pipas.
            Al ir a comprarlo, me entretuve un momento hojeando el volumen, y cuando levanto la vista me veo reflejado en una redoma de vidrio como de gabinete de alquimista. La señalé con el dedo.
            ––¿Cuánto pide por ella?
            El mismo vendedor al que había pagado un euro por el libro de Jerome K. Jerome me respondió con una cantidad astronómica. Creí que no había oído bien. Pero él la repitió más despacio. No había ninguna duda.
            ––Es que es mágica –aclaró sonriente–. ¿No ha oído hablar usted del cuento de Aladino? Dentro hay un genio dispuesto a concederle a su poseedor tres deseos.
            Sonreía y yo le seguí la broma.
            ––¿Y no se los ha pedido usted ya?
            ––A mí no me la vendieron, me la regalaron (bueno, en realidad la encontré entre los trastos de una mudanza) y así no vale.
            ––Me gusta su forma y parece antigua. Pídame una cantidad razonable.
            ––Quinientos euros. Ni uno más ni uno menos.
            ––Cincuenta. Es todo lo que tengo.
            ––Hecho.
            Nos estrechamos la mano, me dio el frasco de impreciso color azul y me despidió con un “suerte y cuidado con lo que pide”.
            Yo caminé hacia el Campillín, como hago todos los domingos (ayer no era domingo, pero era fiesta o sea que como si lo fuera), sabiendo de sobra que no había hecho una buena compra, sino que había hecho el primo.
            La misteriosa redoma cada vez se parecía más a la caprichosa botella de algún licor. A pesar de eso, me entretuve en pensar qué tres deseos pediría si fuera verdad que había un genio dentro.
            ¿Qué era lo que yo más deseaba? ¿El premio Nacional de Literatura, el Nobel? Premios no, gracias, que soy alérgico. ¿Una mujer que quiera compartir su vida conmigo? Bueno, eso más que un premio sería una condena. ¿Un hombre que ídem? Preferiría un perro, o mejor un gato. No estoy yo hecho para la vida de pareja en ninguna de sus variedades.
            Y mientras andaba en estas cavilaciones, no te lo vas a creer, amigo Floriano, pero de la botella, dejémoslo en vulgar botella, comenzó a salir una especie de humo, primero casi imperceptible, luego cada vez más denso, de un color también extrañamente azul. Me asusté un poco. Estaba yo entonces frente al escaparate de la librería de Valdés, donde siempre me detengo un momento todos los domingos, a pesar de que, tras un desagradable incidente, hace tiempo que no la frecuento. Dejé la botella en el suelo, decidido a olvidarla allí, pero una mujer que esperaba el autobús en una parada cercana me miró con mala cara. Quizá pensó que se trataba de un artefacto explosivo, de un cóctel molotov o algo así. Para disimular, me agaché, hice como que me ataba el cordón del zapato, la recogí y seguí caminando. En el pasaje que lleva desde el antiguo colegio Hispania hasta la calle Magdalena, que siempre suelo utilizar, y como no había nadie a la vista, abandoné la botella en una esquina. Al darme la vuelta un momento, antes de salir a la calle, llena de gente a aquella hora, miré hacia atrás y me pareció ver que, como en las viejas película, el humo se hacía más denso y comenzaba a formar una figura vagamente humana. Aceleré el paso.
            ––Pues a mí se me ocurren qué tres deseo podías pedir –me dijo mi amigo, que por supuesto no se había creído nada de lo que le había contado–. Podías pedir que me den el Nobel a mí, ya que tú no lo quieres; y que mi exnovia vuelva a mí, que no puedo vivir sin ella, y que este billete de lotería que me acaban de regalar resulte premiado.
            ––¿Quieres que vayamos a ver si la botella todavía sigue allí? Apenas pasa gente por ese atajo que no ataja nada.
            Fuimos y allí estaba, todavía humeante. Mi amigo Miguel se asustó.
            ––Creí que lo habías inventado todo. A saber lo que habrá contenido, quizá algo venenoso. Mejor nos vamos. Para el Nobel ya hay tiempo, y si ella no vuelve, sabes lo que digo, que le den, que no me faltan candidatas a sucederla.


Viernes, 8 de diciembre
NO BRILLA LUZ ALGUNA

El subtítulo de la obra de Jerome K. Jerome, “Libro para los días de asueto y de pereza”, resulta sugestivo, pero su humor se ha vuelto trasnochado y sin gracia. El último párrafo, sorprendentemente, parece el comienzo de un cuento de terror, el cuento de mi vida, de cualquier vida: “Me he quedado solo en mitad de un camino que es todo oscuridad. Tropiezo a cada paso, aunque no sé con qué, ni me importa averiguarlo, con tanto mayor motivo cuanto que ni el camino parece conducir a ningún punto bien determinado ni brilla luz alguna que pudiera guiarme”.


Acción de gracias: Un robo y otros cuentos

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Sábado, 9 de diciembre
LA VERDAD DE LAS MENTIRAS

Soy tan rutinario que hasta tengo un día para los debates religiosos: el sábado, herencia quizá de mis imaginarios antepasados judíos.
            Para mí no hay religiones verdaderas y falsas. Todas son verdaderas, incluso las creadas por falsarios para hacer negocio a costa de los más ingenuos.
            Lo que las convierte en verdaderas no es su adecuación a realidades del trasmundo, sino el que alguien crea en ellas.
            Importa poco que haya un Dios o varios dioses o ninguno. Zeus o el Dios de los cristianos dejan de existir cuando nadie cree en ellos; y vuelven de nuevo a la vida en cuanto alguien los invoca con fe.
            Las creencias modifican la realidad, crean realidad.
             La Virgen no pierde el tiempo apareciéndose a quienes no creen en ella.
            (Voy anotando las ideas que me parecen más interesantes entre las que surgen a lo largo del debate.)
            La verdad de una religión está en su éxito. Solo son verdaderas las religiones que triunfan: eso demuestra que tienen de su parte a Dios.
            Cristo no es más importante que Apolonio de Tiana, otro taumaturgo de su tiempo, porque hiciera más milagros (le gana Apolonio), sino porque sus seguidores fueron creciendo a lo largo de los siglos hasta llenar el mundo y los del segundo desaparecieron.
            Cristo es un invento de los cristianos, no al revés. Sin ellos no es más que un pobre hombre, uno de tanto iluminados de su tiempo.
            En el siglo II los cristianos eran como los nihilistas en la Rusia del siglo XIX, unos hombres –según el espléndido comienzo del Discurso verdadero de Celso– “sin patria ni tradiciones, asociados entre sí contra todas las instituciones religiosas y civiles, perseguidos por la justicia, universalmente cubiertos de infamia, pero autojustificándose con la común execración”.
            Esa secta, una especie de carcoma que iba destruyendo los fundamentos mismos de la sociedad romana, que no respetaba la ley, podía haber desaparecido como tantos otros cultos durante el derrumbe del imperio, pero supo metamorfosearse a tiempo para ocupar su lugar. Triunfó, como el bolchevismo en Rusia y dejó de ser una fuerza antisistema para convertirse en el Sistema, en el nuevo imperio que aspiraba al dominio universal.
            Leemos admirados diversos pasajes del discurso de Celso, llenos de buen sentido e inteligencia.
             ––¿Y cómo ha llegado ese texto hasta nosotros? ¿Cómo no lo destruyeron los cristianos una vez que ocuparon todos los resortes del poder?
            ––No ha llegado.
            ––¿Es un apócrifo entonces? Podía haberlo escrito Savater antes de haberse convertido en un fanático nacionalista español.
            ––No, no. Hasta donde sabemos este discurso verdadero es verdadero. Uno de los padres de la iglesia (luego tildado de herético), Orígenes, se dedicó a refutarlo y en su réplica incluyó abundantes citas del texto original. Su Contra Celso ha salvado a Celso. Yo siempre he creído que para perdurar en la historia nada como contar con buenos y abundantes detractores. Se llama discurso verdadero contra los cristianos, pero igualmente va contra los judíos, ya que por entonces todavía no era fácil distinguir entre unos y otros. Así comenta el Génesis: “Dios habría fabricado con sus propias manos un hombre, habría soplado sobre él, habría sacado una mujer de sus costillas, les habría dado unos mandamientos, y una serpiente que contra ellos se había erguido contra ellos triunfó: buena fábula para las viejas, narración donde contra toda piedad se hace de Dios un personaje tan pobre desde el comienzo que se muestra incapaz de hacerse obedecer por el único hombre que él mismo había formado”.
            Dios existe, pero no tiene manos ni pies, piedra ni palo para castigar: su poder son los fanáticos que creen en él. Por eso Apolo soporta las burlas con bastante más paciencia que Jehová o que Alá.


Martes, 12 de diciembre
HAY COSAS QUE NUNCA CAMBIAN

Por estas fechas, hace exactamente ochenta años, comenzaron a aparecer en el ABC de Sevilla, fragmentos del diario privado de Manuel Azaña. Querían ser un arma más, un arma letal, contra los republicanos. En ellos, el presidente de la República hablaba con total sinceridad de sus correligionarios, y sus impresiones no siempre eran favorables. Al contrario de lo que posteriormente ocurriría con las agendas de otro político –el consejero catalán Jordi Turull– esos papeles no habían sido requisados por la policía y filtrados después a la prensa afín. Habían sido obtenidos de manera más rocambolesca.   Tras el comienzo de la guerra, Cipriano Rivas Cherif fue nombrado cónsul en  Ginebra; su cuñado, el presidente de la República, le pidió que llevara con él, para preservarlos mejor, los nueve cuadernos en que había ido dejando constancia casi diaria de su actividad pública desde que comenzaron sus responsabilidades políticas. Pretendía que sirvieran de base para la redacción de unas futuras memorias, que no tendría tiempo de escribir.
            No fue una decisión muy acertada. En Ginebra, se encontraba destinado un joven diplomático, Antonio Espinosa San Martín, que en un principio se mantuvo fiel a la República, al contrario que la mayoría de sus compañeros, pero que en seguida se dio cuenta de que no había tomado la mejor opción. No podía, sin embargo, desertar sin más y volver a la zona llamada nacional. Allí le tenían por un traidor. Nadie le había obligado a tomar la decisión que tomó y a firmar incluso la destitución de quien había sido su jefe. Tenía que hacerse perdonar, no podía volver con las manos vacías.
            Mientras fingía entusiasmo republicano, acumulaba el botín que le serviría de salvaconducto: una carta de Fernando de los Ríos, notas de los depósitos de dinero en los bancos suizos, un recibo del pago de diez mil francos a un periodista del Journal de Genève, informaciones sobre una compra de armas en la que había intervenido los anarquistas… ¿Sería suficiente? El joven y ambicioso diplomático no estaba del todo seguro.
            Una tarde se encontró casualmente con que el cónsul estaba leyendo a un puñado de escogidos amigos un cuaderno manuscrito de cubierta negra, imitando a piel, conteras y lomo de amarillo, y de vez en cuando interrumpía la lectura para deshacerse en elogios de la clara prosa y la aguda inteligencia del autor, su cuñado, don Manuel Azaña.
             De inmediato supo lo que tenía que hacer. Esos cuadernos ni siquiera se guardaban en la caja fuerte. Cuando descubrieron el hurto, Rivas Cherif creyó que faltaban dos tomos, pero en realidad Espinosa San Martín se llevó tres.
            Los cuadernos fueron entregados a Nicolás Franco, quien se apresuró a pasárselos al Generalísimo y este a un periodista de su confianza, Joaquín Arrarás, que de inmediato comenzó a publicarlos, troceados y adecuadamente comentados, en el ABC de Sevilla.
            Como prólogo, se le pidió a un reputado grafólogo que analizara la letra, “temblona, vacilante y tortuosa”, de Azaña: mostraba un carácter sádico, rencoroso, tortuoso, a un impotente y a un afeminado, a un auténtico monstruo, en una palabra.     Esos fragmentos se reunieron luego en un tomo, Memorias íntimas de Azaña, que durante muchos años fue el único testimonio de los cuadernos robados, que se creían perdidos para siempre, como el discurso de Celso se salvó en la prosa condenatoria de Orígenes.
            Reaparecieron de la manera más inesperada posible. José María Aznar, por entonces liberal y azañista de pro, desveló en una entrevista que los estaba leyendo. Se los había pasado su ministra de cultura, Esperanza Aguirre. La familia de Azaña reclamó de inmediato esos bienes robados. Esperanza Aguirre dijo que se los había entregado Carmen Franco, quien los había encontrado en la biblioteca familiar.
            No sé por qué me ha venido hoy a la cabeza esta historia. O sí lo sé. Hay cosas que nunca cambian. Pero si aquellos patriotas ganaron la guerra no fue precisamente por las indiscreciones de Azaña sobre el pésimo gusto artístico de Fernando de los Ríos o las tosquedades de Indalecio Prieto, sino por otras razones más contundentes. Tampoco ahora, sea cual sea el resultado de esta otra discordia entre españoles, me parece a mí que van a tener mucho que ver las indiscretas revelaciones que se encuentren en papeles incautados por la policía y de inmediato exhibidos en la prensa afín como botín de guerra.


Miércoles, 13 de diciembre
¿QUÉ FUE DEL LADRÓN?

De los diarios robados de Azaña se publicaron veintidós entregas en los diarios de la zona nacional; de las revelaciones de cierta agenda, creo que se van a publicar bastantes menos. Comienza el juicio a los expresidentes de la Junta Andaluza y otras serán las noticias de primera página.
            La Marca España está quedando hecha unos zorros. Yo prefiero dejar a un lado el guirigay de la actualidad  y entretenerme con la novela de la historia. ¿Qué sería de Antonio Espinosa San Martín, el ladrón de los cuadernos de Azaña? Parece que se salvó por poco de la Comisión de Responsabilidades; por un voto. Franco, como Roma, no pagaba traidores. Despreció a Pérez de Ayala, que se pasó la guerra adulándole, que se ofreció para escribir un libro laudatorio, que quiso rendirle personalmente pleitesía. Espinosa San Martín fue destinado a Fez y luego lo más lejos posible, a Sidney. Su carrera diplomática tardó en despegar: fue encargado de negocios en Caracas, consejero en Washington y cónsul general en Nueva York. Murió en 1968, cuando su hermano era ministro de Hacienda. ¿Pensaría alguna vez en los cuadernos que había robado? Yo me lo imagino hojeando, poco antes de morir, el tomo de la editorial Oasis en que se publicaron por primera vez los diarios y recordando la voz de Rivas Cherif leyendo aquellas páginas. Y en lo muy otra que hubiera sido su vida si el chisgarabís del cuñadísimo hubiera guardado los cuadernos que tan imprudentemente le fueron confiados en la caja fuerte.


Jueves, 14 de diciembre
EL ROMPECABEZAS INCOMPLETO

Releo un cuento de Emilia Pardo Bazán publicado en Blanco y Negro a comienzos de enero de 1899. Se titula “El rompecabezas”. Habla de un niño, Eloy, al que los Reyes le regalan un rompecabezas geográfico, el mapa de España, que su madre, viuda reciente, había logrado adquirir por módico precio; así aprendería jugando, piensa la buena señora. El niño,  al tratar de unir la piezas que forman España, de pronto se detiene: “Mamá, el juguete está incompleto. Falta aquí mucha España. No encuentro la isla de Cuba. Ni a Puerto Rico… ¡Falta España!”
            La madre, con los ojos llenos de lágrimas, reponde: “Acierta el rompecabezas. Esas tierras ya no son España. Allí murió tu padre”.
            No dijo nada Eloy, pero con un manotazo rechazó el regalo de Reyes.


Viernes, 15 de diciembre
CUANDO NO SE QUIERE

Qué razón tenía Freud. Cuando no se quiere hablar de una cosa, al final acaba uno no hablando de otra cosa.


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Domingo, 17 de diciembre
SENTAR CABEZA

“Un hombre solo no es más que medio hombre”, escribí una vez. exageraba: si tiene gripe, no es más que un cuarto. O menos.
            Toda la noche sin dormir, en medio de negros pensamientos. Me repetía la rima de Bécquer: “Al ver mis horas de fiebre / e insomnio lentas pasar, / a la orilla de mi lecho, / ¿quién se sentará?”
            Decidí que esto no podía seguir así, que la buena vida tenía que acabar; buscaría un alma gemela que, en momentos como este, me pusiera la mano en la frente, me tomara la temperatura, me preparara leche con miel o cualquier otra poción mágica, como en los días de la infancia.
            Pero por la mañana el sol espléndido me levanta el ánimo y hace que me olvide de  los buenos propósitos.
            Ya sentaré la cabeza cuando sea un poco mayor.


Lunes, 18 de diciembre
DERECHO A VETO

Uno de los coordinadores de Maremagnum pasa por Las Salesas y me muestra las pruebas de La luz a ti debida, el monográfico que le van a dedicar a Ángel González a los diez años de su muerte. Me sorprende que comience con un puñado de poemas inéditos, muy en su estilo último, hechos como al desgaire, solo música, emoción y unas pocas palabras verdaderas.
            ––¿De dónde los habéis sacado?
            ––Nos lo ha pasado Susana, pero con una condición. Insistió mucho en que en este número no podían colaborar los García (ya sabes, García Montero y García Martín) ni ninguno de sus acólitos.
            ––Pues acólitos míos no veo, porque no tengo, pero los de García Montero forman la mitad del número.
            ––Pero ella no lo sabe. Y no se te ocurra comentar esto, que es capaz de obligarnos a retirar los poemas o a destruir la edición. Ya sabes cómo se las gasta.


Martes, 19 de diciembre
TEORÍAS DE LA CONSPIRACIÓN

Martín López-Vega me envía, junto con su nuevo libro, el catálogo de la exposición que el Instituto Cervantes dedica a Arturo Barea. Por la colaboración de William Chislett me entero de que, un artículo publicado por George Pendle en 1952, motivó una queja de “las autoridades culturales de Madrid” por haberle incluido entre los escritores españoles: “Esa gente me informa de que usted ya no es un escritor español, del mismo modo que Conrad no es un escritor polaco; me dicen que usted dicta a su esposa (en una lengua que evitan precisar) y que, a continuación, ella traduce sus pensamientos al inglés”.
            Algo de verdad había en esa afirmación. La obra maestra de Barea, La forja de un rebelde, se publicó en inglés antes que en español y del inglés tuvo que ser traducida al español porque los presuntos originales se perdieron.
            Toda la obra de Barea que vale la pena fue escrita en colaboración con su mujer, Ilsa Barea, que tenía la cultura que a él le faltaba. Quizá ambos nombres deberían ir juntos en la cubierta de sus mejores libros.
            Busco alguna referencia a este asunto en el catálogo y no la encuentro. Sí una pintoresca afirmación de Antonio Muñoz Molina, converso de la conspiración contra la Tercera España.
            Resulta que Arturo Barea no encajaba en la “cultura recuperada del exilio”, marcada “por la hegemonía comunista en el antifranquismo”. A Barea se le silenciaría por señalar los crímenes en la zona republicana, como a Chaves Nogales o a Elena Fortún, dos de las actuales estrellas radiantes de la Tercera España.  Y si Barea era políticamente incómodo en los años setenta, “por la fértil alianza del sectarismo y la ignorancia”, vuelve a serlo ahora, “en estos años, más de una década ya, en los que, desde trincheras nuevamente abiertas, se imponen visiones cada vez más simplonas de la República y de la Guerra Civil, un género que en la literatura podría calificarse de novela rosa roja”.
            El que La forja de un rebelde, en cuanto pudo editarse en España (la primera edición en lengua española apareció en Buenos Aires), se reeditara una y otra vez, y en colecciones populares, el que se hiciera de ella una famosa adaptación para televisión española, no puede nada contra los apriorismos de Muñoz Molina. El “sectarismo y la ignorancia” hacía que de los escritores exiliados solo se tuviera en cuenta a los comunistas, como Alberti y Bergamín. ¿Se desdeñó a Cernuda, a Francisco Ayala o a Jorge Guillén por no ser comunistas? ¿Se prefirió a Herrera Petere o a Juan Rejano?
            ¿Y qué “novela rosa roja” es esa que ha proliferado durante los últimos años, los del gobierno del Partido Popular? Sospecho que la primorosa caligrafía de Muñoz Molina no se corresponde con la adecuada sutileza intelectual.
            En la zona republicana, hubo siempre diversidad de opiniones, a pesar de que la guerra impusiera la censura (Barea fue censor), y nunca se dio la unánime aceptación de los dogmas comunistas, ni durante la guerra ni en el exilio. Muñoz Molina se ha decidido ahora, tantos años después, a combatirlos. Al parecer, antes no se atrevía a leer ni a Cernuda ni a Barea porque se lo prohibían los comunistas.


Miércoles, 20 de diciembre
EN EL PARQUE FERRERA

Como todo el mundo, yo también detesto la Navidad. Y como todo el mundo no podría pasar sin ella. La alegría de que acabe, y de que no vuelva hasta el año que viene, es una de las mejores alegrías de cada año.
            Soy como el Scrooge de Dickens o el gigante egoísta de Oscar Wilde, pero muy respetuoso con las tradiciones, así que cumplo todos los ritos, salvo el de la misa del gallo. El Belén, de tamaño natural, me lo suelen colocar bajo la ventana de mi habitación, delante de los caños de San Francisco, porque yo, que vivo solo, en Nochebuena ceno en familia, pero me voy a dormir a mi hotel favorito, el Ferrera (ahora creo que se llama Palacio de Avilés). Me basta recorrer la calle de Rivero para llegar hasta él. La noche del 24 es como un a prolongación más de mi casa.
            Aunque me acueste tarde, nunca demasiado, el día de Navidad me gusta madrugar, ver amanecer sobre los árboles del parque. A esa hora está cerrado al público, pero abierto para mí. Me abrigo bien –ya no nieva en Navidad, pero suele hacer bastante frío– y salgo por la puerta de atrás del hotel. Qué distinto a esa hora, sin nadie, que con el trasiego habitual, o solo un poco más tarde, cuando lo abren y comienzan a cruzarlo perros con sus dueños o esforzados practicantes del running.
            Siempre recuerdo la primera vez que entré, cuando todavía era propiedad de los marqueses, saltando las altas tapias de piedra, junto a las que cruzaba cada día camino del Instituto Carreño Miranda. Entonces era un espacio mágico, ahora lo sigue siendo, especialmente en la mañana de Navidad.
            Me siento como un viajero del futuro y caminando por la rosaleda del jardín francés espero encontrarme con el niño que yo era allá por 1960 o 1961, cuando el mundo se iba poco a poco abriendo ante mis ojos como una inagotable maravilla.
            ¿Qué le diría, si me lo encontrara, al niño que fui, que sigo siendo? Confío en que no se avergonzara demasiado de mí.
            Siempre espero un milagro en este primer paseo de Navidad, siempre parece que va a ocurrir lo inesperado. Pero nunca ocurre nada. Solo una vez…
            Me di cuenta de que no me había atado bien los cordones de los zapatos y me senté en un banco para solucionar el problema. Noté algo extraño, alcé la cabeza y sentado en el otro extremo, mirándome, estaba Papá Noel.
            Un papá Noel de trapo que seguramente algún niño había olvidado allí la tarde antes. Nada raro, nada extraordinario, pero a mí me pareció que me miraba fijamente y como que se sonreía, aunque sus ojos y su boca estaban solo insinuados en la tela de la cara. Junto al banco, había un árbol hermoso, traído de lugares remotos; levanté la vista: en una de sus ramas estaba enredado el trineo. “Los niños son muy brutos”, pensé. “Seguro que algún niño mayor lo ha lanzado hasta allí y luego no fue capaz de bajarlo”.
            ––Te traigo lo que me pediste, dijo el Papá Noel.
            ––Yo no te le pedido nada. Nunca. Cuando era niño los juguetes se los pedíamos a los Reyes Magos.
            ––Los Reyes Magos no existen.
            ––Tú tampoco.
            ¿Qué hago hablando con un muñeco?, pensé de pronto. ¿Estaré borracho? Pero si yo nunca bebo.
            Me froté los ojos, miré hacia el extremo del banco: el muñeco ya no estaba allí. “La navidad nos vuelve a todos un poco tontainas, la sensiblería no es buena para la salud”. Se me habían humedecido los ojos de lágrimas, no sé por qué, quizá porque recordaba aquella copla  que leí por primera vez en un cuento de Alarcón: “La Nochebuena se viene, / la Nochebuena se va / y nosotros nos iremos / y no volveremos más”.
            Alcé los ojos para ver si el carro seguía entre las ramas o todo había sido una ilusión óptica, pero allí estaba, con Papá Noel sujetando las riendas. Me hizo un gesto de despedida.
            ––Ya tienes lo que me pediste, me gritó.
            ––¡Yo no te he pedido nada!, le respondí también a gritos.
            ––¡Mira en tu bolsillo!
            ¿En mi bolsillo?, repetí, aunque seguramente ya no me oyó, porque a toda velocidad había desaparecido en el cielo ya límpidamente azul.
            Un aviso del teléfono me hizo saber que me había llegado un WhatsApp. Era un vídeo. Toqué la pantalla y apareció en ella un bebé, mirándome muy serio con sus grandes ojos, agarrándose los pies con sus diminutas manos.
            Miré hacia lo alto, donde ya no quedaba ni la más mínima señal de un carro de renos que quizá no había existido nunca, y dije: “Gracias, Papá Noel o quien quiera que seas. Qué bien me conoces. Me conoces mejor que yo mismo”


Viernes, 22 de diciembre
APRENDO A CALLAR

“¿Cómo vas a tener amigos –me dice uno de los pocos que me quedan–, si nada le molesta más a la gente que el que le den lección y tú te pasas la vida dándolas?”
            ––Me estoy enmendando. Ya no hablo de política. Da un puñetazo en la mesa el jefe del Estado –quién lo iba a decir, con lo educado y profesional que parecía–  y todos se lanzan como un solo hombre a la yugular de las instituciones catalanas. Antes de volver a votar a esa gente, preferiría dar mi voto a la cabra de la legión. Intelectualmente, no hay mucha diferencia.
            ––Pesimista te veo.
            ––-No creas. Unos –los míos– siguen haciendo el ridículo apoyados por jueces, fiscales, grandes bancos, Juan Manuel Serrat y hasta –quién me lo iba a decir– Pedro Sánchez. Pero otros –que también son los míos– siguen haciendo historia, hermosa historia, con la fuerza solo de su palabra y sus votos. Hoy me siento orgulloso de Cataluña. Pero estas cosas no se pueden decir en público, no vaya a ser que mis queridos compatriotas, siempre tan respetuosos con las opiniones ajenas, me apedreen.



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Sábado, 23 de diciembre
ELOGIO DE LA VANIDAD

Soy de esas personas, bastante insoportables, que tienden a considerarse más listos que nadie. Hablan con un matemático y le discuten algún punto de las matemáticas, con un catedrático de Derecho Constitucional y discrepan de la interpretación habitual entre los expertos de tal o cuál artículo de la Constitución, con un teólogo y no están de acuerdo con la lectura que la iglesia católica (o la evangélica, según se trate) hace de esta o aquella expresión griega puesta en boca de Jesús.
            Como de sobra sé que no tengo enmienda, procuro sacarle todo el partido posible a esta tendencia mía de querer tener siempre la razón. Últimamente andaba bastante deprimido porque todos los días leía algo en los periódicos sobre un asunto que no acababa de entender.
            “¿Cómo voy a ser más listo que nadie –me decía con tono burlón (la verdad es que reírme un poco de mí mismo es una de mis actividades favoritas)– si ni siquiera soy capaz de entender qué es un bitcoin?”
            Acabo de empezar a ponerle remedio. Comienzo con un vídeo titulado “Bitcoin, explicado para torpes”, sigo con la entrada de la Wikipedia y de ahí voy pasando a otros enlaces. Una hora después ya voy viéndolo un poco claro. Ahora lo que se me va volviendo más misterioso es el dinero de toda la vida.
            Hay unos señores que se llaman “mineros” y que se dedican a crear bitcoins mediante complejos sistemas informáticos, como los mineros tradicionales se iban a California en busca de oro. El número de bitcoins que se pueden crear es limitado: exactamente veintiún millones. Todas las transacciones que se hacen entre usuarios quedan registradas para siempre en miles de ordenadores y son imposibles de falsificar.
            Comienzo a entender, pero no entiendo del todo. Me vería en dificultades para explicar qué es lo que realmente se crea cuando se crea un bitcoin. Parece más fácil cuando se trata de un euro o un dólar porque pienso en la moneda o el billete. Pero la mayoría de los dólares o euros que circular por el mundo (o por la tarjeta que llevo en mi bolsillo) no tienen existencia física.
            Seguiré investigando. Ser vanidoso tiene sus ventajas. Recuerdo el ejemplo de Ortega sobre aquel hondero que se entrenaba todas las noches para llegar a alcanzar la luna. Nunca lo conseguiría, por supuesto, pero si no cejaba en el empeño acabaría siendo uno de los mejores honderos del mundo.
            Yo nunca conseguiré ser más listo que nadie, de eso estoy seguro y también de que, gracias a mi empeño por serlo, no resulta fácil vencerme en cualquier debate.


Domingo, 24 de diciembre
MISA DEL GALLO

¿En que se parece la Navidad al bitcoin? En que su número es limitado y en que son enteramente virtuales: celebramos el nacimiento de un niño, que si nació no nació ni tal día como hoy ni en el año en dicen que nació.
            Celebramos que en la infancia celebrábamos la Navidad.
            Celebramos que hemos dado un paso más hacia la tumba.
            Celebramos que sabemos inventar jaulas y no llaves para escapar de ellas.
            ¿En el Paraíso celebran la Navidad? ¿Jesucristo tiene que soplar las 2017 velas de un gran pastel?
            ¿Jesucristo sigue cumpliendo años o se mantiene en los 33 para toda la eternidad?
            Las religiones son una empresa basada en la confianza, funcionan a la perfección mientras los clientes crean que existe un Dios (el que exista de verdad o no carece de importancia). Dios es un ente virtual, como el bitcoin o cualquier moneda. No existe, pero sostiene y hace funcionar el mundo.


Lunes, 25 de diciembre
CONEY ISLAND

Quizá no fue una buena idea ir a ver Wonder Wheel, la nueva película de Woody Allen, el día de Navidad. Al principio me pareció el regalo perfecto, sobre todo cuando la taquillera me dijo que los puntos de mi tarjeta de las salas Yelmo me daban derecho a la entrada gratis.
            Pero era un regalo envenenado, que me deja muy mal sabor de boca. La última vez que estuve en Coney Island, con un grupo de amigos, fue hace casi veinte años. Una mañana radiante, con la gran noria presidiendo las melancólicas barracas, más desoladas entonces que en el colorín de los años cincuenta que nos muestra Woody Allen. Pero luego el día se nubló y cayó un repentino chaparrón que nos hizo refugiarnos bajo el paseo de madera, en los mismos lugares en que Mickey hace por primera vez el amor a Ginny. El día se nubló, también emocionalmente, y ya solo recuerdo, o solo quiero recordar, los perritos calientes que comimos en Nathan’s, los últimos que comimos juntos.
            Y luego están las navidades, esa otra noria emocional, con los sentimientos a flor de piel, con tanta gente como vamos dejando en el camino y que, de pronto, cuando menos lo esperas, se presenta a la cena, como en el anuncio de Coca Cola (“Estamos más cerca de lo que creemos”), y hay que hacerles sitio en la mesa y en un corazón tan vacío donde no cabe ya ni una ausencia más.
            La película de Woody Allen defrauda a todos. Comienza como un divertido juguete y termina con un final tan sin esperanza que nos corta el resuello. Woody Allen lleva años intentando que no le tomen por un payaso o por un aprovechado que va donde le pagan bien (Roma, Barcelona, París) rueda un telefilme promocional, toma el dinero y corre.
            “¡Yo soy el nuevo Ingmar Bergman, no un payaso, no un simple cómico de Brooklyn!”, grita sin que nadie le haga demasiado caso.


Martes, 26 de diciembre
EL VERDADERO FINAL

Inesperadamente, pero sin demasiada sorpresa, un amigo que trabaja en Amazon (es un alto ejecutivo) me informa de que Woody Allen cortó en el montaje los últimos minutos que había rodado de Wonder Wheel. El final que vemos en las salas de cine es un falso final. Tras el rostro desolado de Ginny, esa nueva Blanche DuBois, Clitemnestra que ha sacrificado a Ifigenia para nada, vuelve a aparecer sonriente, como en las primeras secuencias, Mickey, el donjuanesco salvavidas.
            “Así acababa la obra que yo escribí con mis experiencias de aquel verano en Coney Island imitando a mis admirados Tennesse Williams y Eugene O’Neill. Fue un gran éxito de crítica, aunque no duró más que una semana, quizá porque se estrenó en Navidad y a la gente no le gusta que le cuenten dramones por esas fechas, bastante tiene con lo que tiene en casa y en la primera página de los periódicos. Las cosas fueron de otra manera y quizá hubiera tenido más éxito si las hubiera contado tal como fueron”.
            Volvemos a la escena en que la dulce Caroline, tras despedirse de Mickey a la puerta de la pizzería Capri, camina sola seguida de un ominoso coche negro. El automóvil se detiene junto a ella. Se abre la puerta y un hombretón la obliga a entrar. Pero dentro está su marido, que la abraza y le cuenta que ha confesado y está en un programa de protección de testigos. Quienes fueron a buscarla a la casa de su padre, el bondadoso bruto Jumpty, no eran matones de la mafia, sino policías; querían ofrecerla también protección para que testificara ante el gran jurado.
            Ginny acepta finalmente la invitación a pescar de su marido, prueba, en un intento de congraciarse con él, a lanzar torpemente la caña y su anzuelo se enreda con el de un joven pescador solitario y atormentado. Es el comienzo de una buena amistad, otra vuelta de la noria que, por unos momentos, parece quedarse inmóvil mientras la nueva pareja, en lo más alto, creen poder tocar el cielo con las manos.
            El niño pirómano acaba ingresando en el cuerpo de bomberos y es el primero en llegar a cualquier incendio, como si supiera antes de que empezara dónde van a producirse; ha salvado más vidas que nadie y ha recibido más condecoraciones que ningún otro miembro del cuerpo.
            “Y yo, bueno, yo he terminado el Máster en la Universidad de Nueva York y me gano la vida en el teatro. Tampoco me puedo quejar”.
            Vemos al sonriente Mickey en Time Square ofreciendo entradas a mitad de precio para los musicales de Broadway.


Miércoles, 27 de diciembre
SU OTRO BANCO

Sigo dándole vueltas al asuntillo del bitcoin, a la cadena de bloques y al enigmático Satoshi Nakamoto. Se me ocurre pensar que lo que ha creado un grupo excepcional de ingenieros informáticos –Nakamoto es un cuento– no es ni más ni menos que un banco descentralizado que convierte al mundo entero en paraíso fiscal. Un banco que se dedica, como todos, a captar nuestro dinero y a producir beneficios que redistribuye entre sus accionistas. ¿Y quiénes son esos accionistas? En primer lugar, los llamados “mineros”, que con sus ordenadores particulares crean y mantienen la “cadena de bloques”, que es como el gran libro de cuentas del banco, donde se anotan todas las transacciones, un libro de cuentas que es de acceso público, que no puede ser alterado y del que se guarda copia en miles de ordenadores distribuidos por el mundo.
            Los bitcoins son las acciones de ese banco digital. Suben continuamente –al menos de momento– porque cada vez hay más gente interesada en complementar su banco de toda la vida con ese otro banco que le permite hacer pagos rápidos y con bajo coste a cualquier parte del mundo, sin que nadie husmee la razón de esos pagos, y guardar los ahorros a escondidas del fisco.
            Ese nuevo banco sin oficinas ni banqueros que compren periódicos y les hagan cambiar su línea editorial es la Wikipedia de los bancos. Pero una Wikipedia que se ha convertido en una empresa muy rentable para los intermediarios informáticos (cada vez hacen falta equipos más poderosos y gente más preparada para sostenerla) y para los especuladores de toda la vida.  Hay quien dice que el nombre del presunto creador del prodigioso artefacto no es más que un anagrama de las grandes compañías que están detrás y son su primeras beneficiarias: SAmsung, TOSHIba, NAKAmichi y MOTOrola.


Jueves, 28 de diciembre
ES EL MEJOR

“Es el mejor de tus discípulos”, me dice Graciano García en la Biblioteca del Fontán mientras escuchamos a Javier Almuzara presentar su libro A la de tres. Un poco fastidiado porque tenga más admiradores que yo, mientras él lee sus haikus me entretengo en escribir otros.
            Ventanas ciegas, / puertas tapiadas. Todos / seguimos dentro.
            Mejor que mármol / para tan largo sueño / la tierra leve.
            Todos los sueños / no valen lo que vale / un despertar.
            En el poema / los ojos del lector / dejan su huella.
            Cuántas palabras / para no decir nunca / lo que me importa.





Acción de gracias: Otra vuelta de tuerca

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Viernes, 29 de diciembre
UN POBRE HOMBRE

Antes de irme a dormir, suelo hojear algún libro de esos que me acompañan desde siempre Hoy le toca a Stendhal. “El hombre inteligente –él escribe “l’homme d’esprit”– debe emplearse en adquirir el dinero necesario para no depender de nadie; si una vez adquirido pierde su tiempo en aumentar su fortuna, no es más que un pobre hombre”.
            Me voy a la cama con una sonrisa. Yo no he perdido ni un minuto, he seguido el consejo de Stendhal.


Sábado, 30 de diciembre
TERTULIAS DE TINTA Y DE PAPEL

“¿Cómo has conseguido que tu tertulia dure ya casi cuarenta años?”, me preguntan a veces.
            ¿Ya ha pasado tanto tiempo? No me había dado cuenta. Yo no hice nada, simplemente estaba ahí todos los viernes y el que quería venía a tomarse un café y charlar un rato y cuando se cansaba dejaba de venir. Eso es todo. Durante esos años además iban naciendo nuevos contertulios para sustituir a los que desaparecían.
            La verdad es que a mí me gusta la gente, pero no necesito a nadie para estar acompañado. Esta mañana en el Atrio, tras leer los periódicos y mientras llegaba José Manuel Feito para acompañarme a comer y discutir un rato,  lo he pasado muy bien con Unamuno y otros viejos amigos. Los entrevista el Caballero Audaz en un tomo de Lo que sé por mí, la serie en que reunió las interviús (como se decía entonces) publicadas en La Esfera y que yo ahora quiero reeditar.
            “Aquí en España somos católicos hasta los ateos”, dice Unamuno y a ver quién se atreve a llevarle la contraria. Y en seguida lanza otra de sus paradojas: “Aquí en España asusta el desnudo; en cambio, el desvestido no”. Luego se pone confidencial: “Preferiría morirme a volver a la edad de los dieciséis a los veinticuatro años. Esa es la peor edad, la más peligrosa para el hombre: a esa edad nos acometen las preocupaciones de salud –todos creemos estar tísicos–, crisis de creencias, disparates románticos, crisis de pubertad, los estudios, la aguda nostalgia del terruño, la opresión de la conciencia de nuestra insignificancia, en fin, mil destructores del alma; por eso casi todos los muchachos se malogran a esa edad; raro es el que consigue resistir los embates”. ¿Sobre la vida literaria? “A la mayor parte de los literatos españoles lo mejor es leerlos y no tratarlos, o quizá lo contrario, no sé bien”.
            “Galdós y yo nos queremos mucho”, dice doña Emilia. Y el entrevistador, al que le han llegado viejos rumores, no puede evitar una ligera sonrisa y un fugaz pensamiento: “Qué curioso, en presente resulta menos comprometedor que en pasado: Galdós y yo nos hemos querido mucho”.
            A continuación habla de la causa a la que dedicó su vida: “Yo soy una radical feminista. Creo que todos los derechos que tiene el hombre debe tenerlos la mujer; y es más creo que hay una relación directísima entre los derechos y privilegios concedidos a la mujer y el estado de cultura de las naciones. Este aserto es muy fácil de demostrar pues está al alcance de las inteligencias más miopes el observar que los países más adelantados son Suecia, Noruega, Dinamarca y Finlandia, y es donde la mujer se halla casi al nivel del hombre; en cambio, en los países menos adelantados es donde se considera a la mujer bestia de apetitos y carga. No tenemos más que mirar a Marruecos. En España algo hemos adelantado, pero estamos más cerca, no solo geográficamente, de Marruecos que de Noruega. Aquí hemos adelantado en lo peor: aquí, donde ninguna mujer encuentra mal bailar un tango, por ejemplo, encontraría muy mal ir a las aulas universitarias a estudiar Lógica y Ética”.
            Unas páginas más allá interviene Azorín: “Mis libros me han producido muy poco. El que más, La voluntad, unas dos mil pesetas. Yo vivo y he vivido siempre del periodismo”. En los años veinte, cuando inició su polémica aventura teatral, más de uno le debió recordar esta entrevista: “Yo he escrito una obra de teatro, que no se ha estrenado y que se publicó en un volumen, La fuerza de la sangre, y no escribiré más para el teatro, no tengo condiciones”.
            Baroja cuenta que un día Lerroux le invitó a comer en el Café Inglés y le convenció para que se presentara como candidato de su partido. “La democracia es muy agradecida –le dijo– y se entusiasma con el hombre de letras que quiere servirla”. Poco después asistió a un mitin. Él era uno de los candidatos, pero no tenía que hablar y se sentó entre el público. El orador elogió sobre todo a Baroja, que ya tenía nombre como escritor. Un obrero, que se sentaba a su lado, le dijo al oído: “Ya me está reventando a mí oír hablar tanto de ese Pío Baroja; ese señor será todo lo intelectual que quieran, pero por aquí no ha aparecido más que a la hora de coger un cargo”.
            Cansado de escuchar a este y a aquel, cierro el libro, abro el cuaderno y anoto: “Puedo vivir sin pareja (es como mejor se vive), pero no puedo hacerlo sin un interlocutor inteligente con el que discutir de esto y de aquello. Menos mal que siempre tengo un libro a mano y, en última instancia, me tengo a mí que soy la persona a la que más me gusta llevar la contraria.


Domingo, 31 de diciembre
LA GENTE NORMAL

Somos animales gregarios. No podemos escapar al nerviosismo del rebaño. Yo trato de que este último día del año, ya sin compromisos familiares, sea un día como todos los demás. Me resulta imposible.
            Pero tampoco está tan mal comprobar que, a pesar de ir de raro por la vida, uno es como todo el mundo.
            Y es que yo seré muy raro, tanto como mi admirado Sheldon Cooper, pero a rara, a verdaderamente rara, si se mira bien, nadie gana a la gente normal.


Lunes, 1 de enero
EL MEJOR REGALO

Procuro que el primer día del año sea como me gustaría que fueran todos los días del año. Me levanto a la hora de siempre. A las nueve ya estoy escribiendo, para las once ya he terminado. Paso luego por el despacho de la Facultad, contesto algunos correos, ordeno papeles, voy a tomar café a Las Salesas, si es día laborable, o a Dos de Azúcar, si es domingo, leo los periódicos (en papel), hojeo algún libro…
            Que la mañana del primer día del año sea como cualquier otra mañana es el mejor regalo que me puede hacer cada nuevo año. Soy así de aburrido. Conmigo que no cuenten para ninguna fiesta. Yo solo lo paso bien cuando lo paso bien, no cuando por obligación tengo que pasarlo bien.


Martes, 2 de enero
MALA CONCIENCIA

¿En qué momento tiene uno que dejar de aconsejar a sus amigos más jóvenes? Pues en el momento en que dejan de ser jóvenes y ya no lo necesitan. A los veinte años te miran con admiración, te pasan tus poemas, no publican nada sin que tú des el visto bueno. Pero pronto, antes de que te des cuenta, tus observaciones dejan de tener interés.
            El pasado jueves estuve en la presentación del último libro de Javier Almuzara, A la de tres. Si me hubiera pedido consejo, yo le habría dicho que un libro de haikus resulta en exceso monótono, que mejor reducirlo a dos o tres series e intercalarlas con otros poemas. Me alegra no habérselo dicho. ¿Para qué? No me habría hecho ningún caso, y quizá con razón. Yo nunca he tenido tantos admiradores como los que se reunieron para aplaudirle. También le habría aconsejado que no explicara sus poemas, que una presentación no es un taller de literatura. Pero eso ya se lo llevo diciendo desde hace más de veinte años. Habla muy bien y lo sabe y en el pecado lleva la penitencia.
            Con Martín López-Vega tengo una cierta mala conciencia. El sábado reseñé su último libro, Gótico cantábrico, y creo que dejé demasiado claro que ciertos poemas me parecen un disparate y que el conjunto no funciona. Pienso que el resultado habría sido mejor si me hubiera pasado el original antes de publicarlo, como hacía con los primeros libros, que son –claro está– los que a mí más me gustan. Su concepción de la poesía ha ido cambiando en estos años de errabundia, ya no es el que era cuando frecuentaba la tertulia. Ahora detesta el soniquete del endecasílabo y la tradición de la poesía española. Seguro que Almuzara le parece redicho y decimonónico (aunque solo es dieciochesco, como Mozart).
            Esperaba su habitual respuesta a mis reseñas: “Como siempre, no te has enterado de nada”. Pero esta vez ni siquiera ha replicado.
            Tratando mal a los jóvenes escritores, cuando lo son, y peor cuando dejan de serlo, no hay manera de que algún día esté rodeado de un coro de aduladores, como mi admirado Luis García Montero. Y bien que me gustaría.


Miércoles, 3 de enero
EN LA PELUQUERÍA

No solo entrevistó a escritores José María Carretero, el Caballero Audaz. Su deriva ideológica le llevó a adular a personajes como “el glorioso mutilado Millán Astray” o el pacificador de Cataluña, Martínez Anido, a quien entrevista allá por 1920, cuando en un plis plas, con el beneplácito regio y entre los aplausos de la patronal y de toda la prensa española, acabó con la conflictividad laboral y los atentados. Era un hombre valiente, al que no le temblaba el pulso si había que aplicar la ley. Cuenta la siguiente anécdota: “A veces, y para pulsar bien la opinión obrera, me disfrazo por las noches y me voy al Puerto, al Paralelo, a Gracia o a otros centros proletarios. Unas veces voy solo y otras con algún amigo. Una noche me metí en una peluquería que tenía fama de ser un foco de sindicalistas. Iba yo con un gran chambergo, una chalina y mis barbas descuidadas. Fingiendo leer, aguardé mi turno escuchando todo lo que allí se decía. Cuando me llegó la vez, el peluquero, que era un significado sindicalista, muy peligroso por cierto, me deslizó al oído:
            ––¿Apuro mucho, mi general?
            ––¿Cómo me has reconocido?
            ––Porque yo he peleado en África con usted, en el Regimiento de Cazadores de Cataluña.
            ––Entonces ya sabes cómo me las gasto, así que punto en boca y aféitame con mucho cuidado.
            Y no pasó nada más. Con esa gente, ya sabe usted, Caballero Audaz, firmeza y aplicar la ley”.
            Los tiempos cambian. No me imagino yo al actual virrey de Cataluña yendo disfrazado a las peluquerías de Barcelona para escuchar lo que dicen los independentistas mientras finge hojear el Marca.




Acción de gracias: Fuera de casa

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Jueves, 4 de enero
REGALO DEL AZAR

Los días fuera de casa no tienen veinticuatro horas, tienen al menos cuarenta y ocho. He paseado por el Foro y por el Lungotevere, bajo un cielo espléndido y una temperatura veraniega; he visitado la exposición “Trajano. Construire l’Impero, creare l’Europa”, dispersa entre los restos de lo que fueran sus mercados, el primer gran centro comercial del mundo; he admirado los tesoros de la antigüedad de Roma que en homenaje a Winckelmann se exponen en los Museos Capitolinos; he visitado media docena de librerías, docena y media de iglesias; me he perdido en no sé cuántas callejuelas, y de pronto me encuentro que todavía son solo las ocho, demasiado pronto para cenar e irse al hotel.
            No sé qué hacer para evitar la melancolía. Sin mis rutinas, estoy  perdido. Ahora sería el momento de irme al café de siempre, con uno de los libros recién comprados y esperar a que llegue algún amigo. Pero aquí estoy solo conmigo mismo y temo que del sótano donde encierro todo aquello en lo que no quiero pensar empiecen a rezumar las aguas negras y acaben empapándome por completo.
            Me encuentro en la plaza Barberini, junto a la fuente del Tritone, rodeado de gente, pero sin una cara conocida. Recuerdo vagamente que por aquí había un cine. En efecto, ahí está. Y entre las películas hay una que se titula Napoli velata y que comienza dentro de pocos minutos. El azar, que suele jugar a mi favor, me ha resuelto en problema.
            La película, de Ozpetek, una especie de Almodóvar turco-italiano, comienza bien, con las escaleras de un decimonónico palazzonapolitano que se retuercen hipnóticamente sobre sí mismas. El guion, lleno de descosidos, no tiene ni pies ni cabeza: en una fiesta, una doctora cuarentona cruza un par de miradas con un joven y poco después se van los dos a casa de ella y se pasan la noche haciendo el amor (y lo sé porque, durante al menos un cuarto de hora, Ozpetek filma minuciosamente todos sus encontronazos, caricias y jadeos). Lo pasan muy bien y quedan para verse al día siguiente. ¿Dónde? En el Museo Arqueológico Nazionale (como si dos madrileños que acaban de ligar quedan para verse en el Prado). Un pretexto para que el director nos muestre a la protagonista, una maravillosa Giovanna Mezzogiorno, paseando de una sala a otra, deteniéndose en el Gabinete Secreto, superponiendo en su imaginación las imágenes eróticas que contempla con las que guarda de la noche anterior. El joven no aparece, no responde a las llamadas. Al día siguiente, la doctora tiene que reconocer un cadáver y resulta que es el del joven con el que estaba citado, al que luego cree ver en diversos lugares, como en Vértigo de Hitchcock (se trata al parecer de un hermano gemelo del que nadie sabía nada). Pronto me olvido del argumento y me entretengo con los escenarios: la Piazza del Gesù Nuovo, con la columna de la Inmaculada, cruzada varias veces; las nuevas estaciones del metro (que aún no conozco); el claustro de San Martino (donde se juega al bingo); el puerto de Mergellina; la silueta virgiliana del Castel dell’Ovo… También aparece, claro, la capilla de Sansevero, con su fascinante Cristo Velato, que ha inspirado el título.
            Ozpetek pasó dos meses en Nápoles dirigiendo la Traviataen San Carlo. Su visión no deja de ser la de un pretencioso turista.
            A mi me divierte este paseo fantasmagórico por una ciudad que amo, me cambia el humor. Mañana a primera hora tomo el tren para Nápoles. La coincidencia me parece un regalo del azar.


Viernes, 5 de enero
EN CASA

En Nápoles tengo casa. Es una librería, como no podía ser de otra manera. Tras tres o cuatro horas pateando la ciudad, entro en La Feltrinelli de Piazza dei Martiri, paseo entre las mesas de novedades, hojeo este libro y aquel, y me llevo dos a la cafetería: L’arte del viaggio, de Cesare de Seta (“Al contemplar una ciudad se termina por contemplar el propio rostro”), Il caso David Rossi, de Davide Vecchi.
            En cuanto abro este último, no puedo dejar de leer. Me recuerda el caso del fiscal argentino Alberto Nisman. También aquí se trata de un suicidio que para muchos encubre un asesinato. Una fascinante novela policíaca de la vida real.
            David Rossi era el “manager” –así se le denomina en italiano– del Monte Paschi di Siena, el más antiguo banco del mundo, el orgullo de la ciudad de Siena. Él se encargaba de las relaciones con la prensa, de repartir prebendas y subvenciones, y lo hacía con generosidad. Pedid y se os dará, era su lema. La ciudad estaba encantada con su munificiencia; era el único sienés entre los dirigentes de la entidad, otro motivo de orgullo.
            Pero de pronto comienza los problemas: se han hecho negocios de dudosa legalidad, el banco entra en quiebra, varios de los dirigentes son detenidos. Es un escándalo nacional. David Rossi capea como puede el temporal, sigue en su puesto. El 6 de marzo de 2013 alas 19.02 telefonea a casa. Le dice a su mujer que llegará en media hora, que antes pasará a recoger la cena, que tiene encargada. A las 9.10, su mujer lo llama para recordarle que pase por la farmacia, que necesita unas medicinas. No contesta. Le manda un mensaje. Vuelve a llamarle. A las 19.32 le escribe “estoy comenzando a asustarme”. Entre las 20.06 y las 20.16 le llama dieciocho veces sin obtener respuesta. Pide ayuda a su hija. Le llama ella y alguien descuelga el teléfono, pero no hay respuesta. A las 19.41, Gian Carlo Filippone, el jefe de la secretaría de David, ha recibido una llamada suya, pero colgaron antes de que pudiera responder.  Poco después, la mujer, la hija y el secretario van a buscarle a su oficina. La puerta del despacho está cerrada. Entra solo el secretario. La ventana está abierta. Se asoma. Allí abajo, en un callejón, ve el cuerpo de David.
            La tesis del suicidio es aceptada de inmediato, pero deja muchos cabos sueltos. Davide Vecchi los va señalando uno a uno. Ninguna novela policíaca más apasionante que este caso de la vida, reabierto tres años después y vuelto a cerrar porque había desaparecido todas las pruebas que podrían llevar a los presuntos asesinos.
            Se descubre que, dos días antes de morir, David Rossi le había enviado al administrador delegado del banco, el siguiente correo: “Tengo miedo. Quiero hablar con los magistrados… ¡Ayudadme! Mañana podría ser demasiado tarde”.
            Pero ese correo no reabre las investigaciones, sino que lleva al procesamiento de Davide Vecchi por publicarlo en el diario en que colabora.
            Si me descuido, termino el libro en mi rincón favorito napolitano, La Feltrinelli de Piazza dei Martire. Pero la ciudad me espera. Me acerco al Lungomare, ahora un paseo peatonal, al fondo la silueta difuminada de Capri. Camino sin prisa, paso delante de los hoteles –el Vesubio, el Excelsior– donde se alojaron Oscar Wilde y González-Ruano y tantos otros viajeros ilustres de finales del XIX y principios del XX. Saludo a la estatua de Augusto que aparece en la cubierta de Rosa rosae, la novela de Víctor Botas. Me llego hasta la plaza del Plebiscito, la fachada de las Galerías está cubierta por un inmenso velo (¿Napoli velata?). En la plaza del Municipio subo al metro. Se anuncia como el más bello metro del mundo, pero está parada está en medio de un descampado perpetuamente en obras. Me bajo en Universitá, simplemente para seguir la ruta de Giovanna Mezzogiorno tras su fantasma. Aún tengo tiempo, antes de volver a la estación, de recorrer San Gregorio Armeno, la calle de los belenes, y de tomarme un café en el bar Nilo, frente a la estatua Corpo di Napoli.


Sábado, 6 de enero
EL CASO MATTARELLA

Los días fuera de casa, ya lo dije, no tienen veinticuatro horas, sino cuarenta y ocho. Dejan demasiado tiempo para pensar en lo que uno no quiere pensar. Subo hasta lo algo del Vittoriano y tengo toda Roma a mis pies. Voy reconociendo las plazas y las cúpulas, la silueta del río, las siete colinas.
            La vida de cada uno es también una novela de misterio, con final abierto y nunca feliz. Soy un hombre afortunado: tengo a mis pies la ciudad tantas veces soñada y en lo alto el azul purísimo del cielo. He terminado por hacer, contra viento y marea, siempre lo que quise, soy lo que quiero ser.
            ¿Por cuánto tiempo? Las vigas comienzan a crujir, el desgaste de la edad a hacer de las suyas. Pronto empezarán las visitas al taller. Me creía Supermán y soy solo una frágil criatura, como todos. Siempre vivimos de milagro, pero llega un momento en que somos más conscientes de ello, A mí esa sensación de que debemos ir dejando lista la casa porque en cualquier momento puede llegar la hora de la partida, me ha llegado en Roma.
            Busco refugio en la Feltrinelli del Largo di Torre Argentina, frente a los restos del antiguo senado donde asesinaron a Julio César. Me gustan especialmente estas ruinas porque un cártel advierte que en ellas los gatos son bienvenidos. Esta vez veo pocos, solo dos o tres. Antes eran docenas y María Zambrano acostumbraba venir a alimentarlos.
            Compro la Repubblica. Nada como echar una hojeada a los males del mundo para olvidarse de los propios. Hace exactamente treinta y ocho años, un 6 de enero de 1980, fue asesinado en Palermo el presidente de la región siciliana, Piersanti Mattarella (su hermano es el actual presidente de la República). Una crónica enviada desde Palermo añade nuevos datos a aquel crimen, por el que fueron condenados algunos mafiosos menores. Al parecer, la extrema derecha colaboró activamente. En un registro, se encontraron parte de las matriculas utilizadas para falsificar la del vehículo del crimen. Esta pista fue desechada de inmediato porque a alguien no le interesaba seguirla. Ahora se reabre, pero no llevará a nada. En las novelas negras de la vida real, al menos en las que transcurren en Italia y tienen que ver con banqueros y políticos, nunca se aclara el misterio.


Domingo, 7 de enero
UNA ESPOSA EJEMPLAR

En una de las librerías de Port’Alba, en Nápoles, compré Testimone del tempo, un libro de crónicas de Enzo Biagi. Comienza así: “Tengo cincuenta años. La edad adecuada para intentar un balance. Siempre me gustó mi trabajo y todavía me agrada. Aun en los momentos más duros me ha hecho compañía”.
            Le parecían muchos años los cincuenta y vivió hasta los ochenta y siete. Nunca se sabe lo que nos queda por vivir. Pero sesenta y ocho, que son los que yo voy a cumplir, invitan a hacer balance. Yo trato de evitarlo viajando en el tiempo con este volumen de crónicas. “Cuando esperábamos el primer hijo –afirma Katia, la viuda de Thomas Mann–, siempre me decía que quería un varón porque las mujeres no sirven para nada”. Tanto ella como el periodista encuentran natural esa afirmación, Una esposa ejemplar, para Enzo Biagi: “Administraba los derechos de autor, corregía las pruebas, atendía al cuidado de los hijos y a incrementar la gloria de Thomas. Enseñó a los muchachos a renunciar al azúcar, porque le gustaba al escritor: de esa manera no se enteró jamás de las restricciones”.
            En 1970, esto era lo que se pedía de las mujeres. Que estuvieran siempre dispuestas a sacrificarse para mayor gloria del varón.


Miércoles, 10 de enero
EL ESPERPENTO NACIONAL


Leo en el  Corriere della Sera que el anterior jefe del Estado, ese que el otro día vimos orondo y uniformado junto al actual (que parece haber olvidado sus propósitos de regeneración), tiró por la borda un día a una modelo para que no le pillara la reina. Y la pobre no sabía nadar. ¿Será verdad o una de esas mentiras que según dicen propagan los rusos para desprestigiarnos?


Acción de gracias: Las orejas del lobo

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Sábado, 13 de enero
MALA NOCHE Y BUENOS PROPÓSITOS

Hay dos clases de problemas: los importantes y los de los demás.
            Anoche pasé una mala noche: sudores, fiebres, la gripe –que siempre había sido respetuosa conmigo– en todo su esplendor.
            ¿A quién llamar? ¿A quién molestar? No sabía qué hacer, así que no hice nada, y al final me quedé dormido. Me desperté algo más tarde de lo habitual y con la sensación de que lo peor había pasado.
            Vivir solo es lo mejor del mundo cuando se tiene salud; cuando no se tiene… Me sobró tiempo, en esa noche insomne, para hacer recuento de amigos. Me di cuenta de que no tengo ningún hombro en el que reposar la cabeza, ningún paño de lágrimas. Soy demasiado orgulloso para las exhibiciones de debilidad. Lo mío es dar consejos, debatir, tener razón, nunca reconocerme necesitado de afecto o de unas palabras de ánimo.
            Lo que a mí más me gustaría, cuando necesito ayuda, es no tener que pedirla. Que lo demás lo adivinaran y la ofrecieran como una ocurrencia suya.
            Ese era yo hasta la pasada noche. Un hombre que creía que la buena salud y la suerte le iban a durar toda la vida.
            La gripe no es solo una enfermedad. Es también una metafísica. A mí me ha hecho ver el mundo de otra manera. Me ha llenado de buenos propósitos.
             Soy demasiado egoísta para seguir mostrándome tan egoísta. A partir de ahora, voy a procurar mostrarme más tierno y sensible con los demás.
            Juan Gil-Albert decía que era difícil envejecer sin un poco de gloria o un poco de amor. Yo, la verdad, y aunque me esté mal el decirlo, gloria tengo toda la que necesito (como soy más orgulloso que vanidoso, aunque finja lo contrario, el aplauso externo los homenajes, municipales o no, los necesito poco), pero amor…
            El amor tampoco lo necesito demasiado, si he de ser sincero. ¿Y para qué voy a fingir si estoy hablando solo? Salvo cuando estoy enfermo y necesito mimos; luego, si te he visto, no me acuerdo.
            ¿Cambiaré a partir de ahora? No estoy demasiado seguro. Los buenos propósitos que hacemos cuando nos encontramos en el fondo de un pozo, los olvidamos de inmediato cuando de un salto nos vemos fuera y bajo el esplendor del cielo. Y yo, hasta ahora, siempre he sido buen saltarín. A ver si consigo conservar la agilidad al menos algunos años más.


Domingo, 14 de enero
QUÉ PASÓ EN SIRACUSA

Cuando era niño, siempre estaba disponible para la aventura. Y no había día en que no se presentara. ¿En qué momento dejó de hacerlo? Pasó el tiempo, demasiado tiempo, y he dejado de lamentarlo. Ahora lo que más sentiría es que apareciera. He aprendido a taponar con la costumbre las grietas del mundo. Pero a veces…
            Tomaba un café, como cada tarde, en mi rincón habitual de Los Prados, garabateando unas cuantas ocurrencias (el libro que había llegado conmigo había dejado de interesarme a las pocas páginas), cuando de pronto una joven sonriente se me acercó sorteando las mesas.
            ––Me alegra encontrarle aquí.
            Parecía conocerme, pero a mí su cara no me sonaba de nada; quizá fuera una antigua alumna.
            ––¿Puedo sentarme un momento? Gracias. Tengo muy pocas personas en las que confiar y usted es una de ellas, yo diría que la única. Le estoy muy agradecida.
            Y antes de que yo pudiera hacer nada por impedirlo, se me acercó y me dio un beso. Aquello comenzó a ponerme de mal humor.
            ––Perdona, pero no recuerdo su nombre. ¿Está segura de que no me confunde con otra persona?
            ––¡Siempre tan bromista! Nos conocimos en Siracusa, hace ahora un año. Yo salí de casa dando un portazo, acababa de reñir con mi novio, y usted pasaba por allí y chocamos y estuvimos a punto de ir los dos al suelo. Como soy española, me pareció una buena señal aquel encontronazo con otro español. Acabamos tomando algo en una terraza frente a la catedral y luego… Noto que se ruboriza. Seguro que ya lo recuerda todo.
            ––¡No recuerdo nada!
            ––Si he de serle sincera, no se debe del todo a la casualidad este encuentro de ahora. Quería encontrarle. Leyéndole, no resulta difícil. He vuelvo con mi novio de entonces, que es muy celoso pero adorable. Cuando yo le conocí estudiaba y trabajaba como guía turístico. Ahora da clases de italiano aquí en Oviedo, donde yo también trabajo. Es muy siciliano de película en apariencia, pero en realidad incapaz de matar una mosca. Está obsesionado con lo que pasó aquel día en que lo dejé. Nos reconciliamos al día siguiente, así que tampoco pudo pasar gran cosa. Pero fue la única noche que no hemos estado juntos desde que nos conocimos. El que viniéramos a Asturias, el que le reconociera leyendo el periódico, puede ser una gran suerte o lo contrario. ¿Y si le da por pensar que todo fue una artimaña mía para que siguiéramos cerca? Por eso he pensado que mejor encontrarnos los tres y que le vea y que le diga que no pasó nada y que le haga sentirse un poco ridículo sintiendo celos, a sus treinta años, de alguien que tiene por lo menos setenta, aunque sospecha que yo tengo cierta debilidad por los hombres mayores.
            ––¡Qué absurdo! Yo no recuerdo nada porque no pasó nada, no pienso participar en ningún encuentro.
            ––Pues Salvatore por las buenas es muy bueno, pero como se le crucen los cables… Un profesor mío, en Catania, tuvo que pedir urgentemente el traslado a Milán.


Lunes, 15 de enero
SAN PABLO Y YO

Viendo un documental de National Geographic sobre la construcción de la catedral de San Pablo, se me ocurrió pensar que podría considerarse como un símbolo de mi vida, de cualquier vida.
            Es obra de la tenacidad y del ingenio. Los suelos arcillosos no podían sostener semejante edificio, los arcos se vinieron abajo varias veces, no había manera de levantar la inmensa cúpula que debía superar a la de San Pedro en Roma… Chistopher Wren se pasó la mayor parte de su vida tratando de hacer realidad su sueño, convirtiendo cada fracaso en un reto a superar, cambiando una y otra vez su proyecto inicial precisamente para que se pareciera más al que siempre había soñado.
            ¿Qué importan los trampantojos, las falsas ventanas. los arbotantes ocultos, la fea estructura de ladrillo que sostiene la esbelta linterna?
            Conseguir que tu vida sea una obra de arte, asombro del tiempo, que la oscuridad y las caídas contribuyan a realzar la perfección final del resultado: ese debería ser el empeño.
            En estas megalomanías me entretengo mientras veo la televisión antes de irme a la cama.


Miércoles, 17 de enero
NO HAY CASO

––¿Y no estás ya cansado de esa polémica en torno a la nonata Fundación Ángel González que un día sí y otro también mancha los periódicos asturianos? ¿No crees que ya huele un poco?
            ––Huele, no: apesta. Y tan cansado estoy que, en cuanto la veo venir, paso página.
            ––¿Y no cree que la razón, como siempre, está entre unos y otros, que nadie la tiene del todo?
            ––No, no lo creo. Como mi opinión puede ser parcial, le he pasado un amplio dossier del asunto a un conocido que es abogado del Estado y experto jurista, además de buen lector de poesía. Conocía el asunto de referencias; al estudiarlo, se ha quedado sorprendido. “No hay caso –me dijo–, no hay conflicto. El testamento reconoce una heredera y nadie ha impugnado ese testamento (podían haberlo hecho sus sobrinos o esos otros familiares que al parecer existen); por lo tanto es válido a todos los efectos y no hay nada más que hablar. Veamos ahora que pasa con la polémica Fundación. Por razones en las que no vamos a entrar, parte de los patronos nombrados por el poeta dimitieron de su cargo. Ante eso, lo más lógico es que la heredera universal y presidenta de la Fundación nombre otros patronos y la ponga en marcha. Nadie ha discutido esa capacidad suya. Pero hay otra opción: si, como ella ha afirmado varias veces, crear una Fundación no era deseo verdadero del poeta, sino que le fue “impuesta”, puede disolverla. Nadie ha mostrado la más mínima intención de oponerse a cualquiera de las dos opciones. No hay, pues, ningún conflicto en relación con la herencia del poeta”.
            ––La heredera habla de unos derechos de autor cobrados indebidamente.
            ––Si tiene constancia y pruebas de ello, debe denunciarlo, pero no en los periódicos, sino en el lugar correspondiente. Esto no lo dijo mi amigo, lo digo yo y cualquiera con dos dedos de frente.
            ––Y si todo está tan claro, si nadie discute los derechos de la heredera, ¿a qué vienen todas estas polémicas?
            ––A que la heredera, extralimitándose en su papel, quiere controlar no solo los derechos de autor del poeta, sino también quiénes pueden ser admiradores suyos y quiénes no, quiénes han sido de verdad amigos y quiénes mienten al afirmarlo. Ignora que, para leer a un escritor, admirarle, estudiarle, no hace falta pedir permiso a nadie. Y que el cobro de los derechos de autor no va acompañado del derecho a decidir quiénes deben participar en un homenaje a él dedicado y quiénes no.
            ––¿Y qué crees que busca con esas declaraciones permanente ofensivas?
            ––Yo no entro en las intenciones ajenas. Por mi parte, el asunto ha terminado. Quedémonos con la poesía de Ángel González y hagamos un esfuerzo por olvidar ciertas grimosas, pringosas, penosas circunstancias que tratan de oscurecerla en los últimos años. De ciertos espectáculos, propios de la televisión basura, conviene no formar parte.


Jueves, 18 de enero
EN CAPRI

Veo el documental de Mary Beard sobre Calígula, o sobre Patucos, como le llama ella (su nombre es un diminutivo del calzado de los soldados romanos, que sus padres le pusieron ya de niño, como a una especie de mascota del regimiento) y no puedo por menos de sentir simpatía por ese símbolo del mal. En realidad, un desdichado joven que fue asesinado a los veinticuatro años y cuya historia nos fue contada por sus enemigos.
            Me lo imagino en Capri, al cuidado de quien había mandado matar a su padre y a la mayor parte de su familia. ¿Qué sentiría al caminar junto a Tiberio por aquellas abruptas soledades?
            Calígula quería ser adorado como un dios, pero era solo un pobre hombre. Un niño asustado. Como yo, como tú, como todos.


Viernes, 19 de enero
NINGUNA PRISA

“La meta es el olvido”, me repito con Borges a menudo. Pero yo, que soy poco ambicioso, no tengo ninguna prisa por llegar a la meta.




Acción de gracias. Reflexiones de un alienígena

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Sábado, 20 de enero
POR QUÉ NO HABLO DE POLÍTICA

Hace cuarenta años fui a votar por primera vez con toda la ilusión del mundo; desde entonces, con mayor o menor entusiasmo, no he dejado jamás de hacerlo. Pero si mañana hubiera elecciones no sabría a quién votar.
            Me avergüenzan todos los partidos españoles, y muy especialmente los más afines a mí, los de la izquierda.
            No voy a decir por qué. Pero voy a contar una historia. Durante el reinado de su católica majestad, Isabel II, la esclavitud seguía siendo un gran negocio. El comercio de esclavos estaba prohibido, y barcos ingleses vigilaban el territorio de Fernando Poo para evitar que partieran cargamentos de tan lucrativa mercancía. Pero los cristianísimos súbditos de la corona española seguían haciendo de la suyas. La propia corona daba ejemplo y buena parte de la inmensa riqueza de la madre de la reina, la ex regente María Cristina, de ahí procedía.
            ¡Y pobres de los abolicionistas! Iban contra el más sagrado de los derechos, el de la propiedad. La esclavitud estaba reconocida por todas las leyes, tratar de acabar con ella era subvertir el orden público. Ahí estaban los jueces –el Tribunal Supremo como máxima autoridad– para defender el derecho de los propietarios. “La ley es la ley”, decían entonces los buenos españoles cuando se metía en la cárcel a quienes ayudaban a un esclavo huido.
            Yo estoy orgulloso de Blanco White, de Carolina Coronado, de Emilio Castelar y de los otros políticos republicanos que se opusieron a leyes injustas; estoy avergonzado del resto de los españoles de entonces, comenzando por la reina, siguiendo por los obispos, los políticos liberales o moderados, los buenos padres de familias, las señoras de misa diaria.
            ¿De quién podría sentirme orgulloso hoy? No de los patriotas de la banderita en los balcones ni de los del tricornio y tente tieso, por supuesto, pero tampoco de quienes más me han decepcionado en menos tiempo, Pedro Sánchez o Pablo Iglesias, pactistas, componedores, temerosos de que declarar claramente que están a favor de la abolición de la esclavitud (del primero no estoy tan seguro de que lo esté) les haga perder votos.
            Esa es la razón de que no hable de política. Me siento un extraterrestre en una España de la que, hasta hace bien poco, me sentía orgulloso. Hoy, leyendo los titulares de los periódicos nacionales, escuchando las declaraciones de sus líderes presuntamente de izquierda, siendo vergüenza. ¿Seré el único? No me puedo creer que el miedo a dar libertad a los esclavos (o a dejar decidir libremente a siete millones de ciudadanos su destino político) haya hecho perder por completo la dignidad a mis compatriotas.
            No me lo puedo creer, pero temo que me lo hagan creer a golpe y porrazo. Por eso no hablo de política.


Domingo, 21 de enero
NUESTRO TOM HANKS

Si en España algún día se rueda una película como Los archivos del Pentágono sobre el actual conflicto político, de algo estoy seguro: el protagonista, no será el director de El País ni mucho menos Juan Luis Cebrián.
            Al maravilloso Tom Hanks le veo más bien interpretando al sufrido, paciente y sabio Oriol Junqueras.


Lunes, 22 de enero
POR QUÉ NO ME DEDICO A MIS VERSOS

Con qué poco se conforma la literatura cuando es solo literatura.
            Un libro o es algo más que un libro o no es nada.
            Un poeta al que solo le interesa la poesía no es un poeta que pueda escribir algo que merezca la pena.


Martes, 23 de enero
ALGO HUELE A PODRIDO

Cada vez estoy más convencido de que soy un ser de otro planeta. Tengo dudas de mi españolidad. Solo así se explica que resulte inmune al virus que parece haber entontecido a mis compatriotas, sea cual sea su nivel cultural.
            La última doctrina del Tribunal Supremo, según leo hoy en la portada de los periódicos, me deja estupefacto. ¿Sentará jurisprudencia? En ese caso, pondrá patas arriba todo el sistema judicial. La noticia es la siguiente: el fiscal pide se reactive la orden de arresto contra un presunto delincuente huido de la justicia; el juez encargado del caso dice que de ninguna manera, que eso es lo que quiere el presunto delincuente y que él no está para darle ese gusto.
            Me froto los ojos, vuelvo a leer la noticia. O sea que, a partir de ahora, si un delincuente comete un delito y al juez le da por pensar que lo que en realidad quiere es ser detenido, pues automáticamente queda libre.
            ¿Y a nadie más que a mí le parece rara esa decisión judicial? Tan rara, al menos, como el presunto delito: tratar de cumplir su programa electoral. Y tan rara como el “delito” que piensa evitar el juez no deteniéndole: que pueda votar y ser votado en el Parlamento para el que fue elegido en unas elecciones algo anómalas, pero legítimas..
            En fin, yo me limito a manifestar mi extrañeza. No entro en política. Pero algo me huele a podrido, y no precisamente en Dinamarca.


Miércoles, 24 de enero
LOS DEPORTADOS DE FERNANDO POO

¿Quién fue Juan Pablo Soler? Un demócrata de la época de Isabel II. Sus ideas le llevaron a Fernando Poo. Hoy ya no te llevan tan lejos: solo a Bruselas o a Estremera. Le escucho contar su historia en el Anuario republicano federal publicado por J. Castro y Compañía, en Madrid, allá por 1870.
            No se creerá en estos tiempos de democracia, ahora que tanto se habla de derechos individuales y de libertad, pero pocos días hace que solo por sus opiniones eran encarcelados y conducidos como fieras a una playa inhospitalaria, a un lejano cementerio, hombres llenos de vida, sin más motivo que amar una idea.
            Fernando Poo guarda los cuerpos de algunos de estos infortunados, y en la Península se conservan los demás, macilentos y abatidos todavía, porque no es posible que se curen las heridas que les abrieron los malos tratos, aquel clima insano.
            Cubierta de frondosos y espesísimos árboles, Fernando Poo se levanta en medio de los mares como un bosque que encanta por su hermosura. La isla apenas mide doce leguas de extensión por ocho de anchura. Difícilmente halla espacio para posarse la planta europea. El bosque lo llena todo, bosque en el que solo pueden habitar los indígenas. Un alto pico, elevado en el centro, la domina.
            Los pocos europeos que allí residen se encuentran congregados en la capital, única población civilizada. Pero qué población. Las casas son de madera, las calles se hallan cubiertas de hierba y ni una mujer blanca se pasea por ellas. Aquellas barracas no albergan sino a los empleados del gobierno, a ocho o diez especuladores ingleses, a dos comerciantes españoles, y a una veintena de africanos que han recogido en las colonias inglesas un tinte de civilización que les da cierto realce sobre los otros.
            Ni un café ni una casa de huéspedes se encuentra en la isla. Si algún viajero llega a aquellas latitudes, como no encuentre un alma misericordiosa que le recoja en su morada, se ve precisado a habitar su barco.
            Multitud de culebras monstruosas, algunos puerco espines y antílopes son los animales que pueblan el bosque. La hormiga es abundantísima y tan fiera que causa estragos en las plantas y gran incomodidad en las personas. Las inextinguibles arañas y las cucarachas que vuelan son compañeras inseparables del hombre.
            No hay industria en el país, apenas si se explota nada, pues los comerciantes ingleses se limitan a levantar almacenes para distribuir en islas cercanas los géneros que exportan. Las comunicaciones con España son raras. De tres en tres meses acostumbra a ir un vapor con provisiones y dinero para los empleados; lleva también la correspondencia. De Inglaterra va un barco mensual, que es el verdadero correo. Alguna escuadrilla extranjera que vigila nuestros buques para impedir la trata de negros es lo que generalmente completa el número de viajeros que por allá llega.
            A este lugar fueron conducidos treinta y un patriotas después de la sublevación de Loja, diecinueve después de los sucesos de junio de 1866 y ciento cincuenta de La Habana en la misma época.
            Yo fui uno de los allí enviados después del 22 de junio. Cogidos a media noche, sin haber tomado parte en sublevación alguna, fuimos entre guardias civiles, atadas las manos con esposas y los brazos con cuerdas. Maniatados, en tren de tercera, llegamos a Barcelona sin tolerarnos comunicación ninguna. Paseados por sus calles y expuestos a la vergüenza pública, nos llevaron por fin a un pontón hediondo, el bergantín Alsedo.
            Nos metieron en el sollado, inhabitable; escaseaba el aire y sofocaba el calor del mes de julio. Nos incomunicaron, nos pusieron un centinela de vista a cada uno y nos colocaron con grillos, sujetos los pies a una enorme barra de hierro que pesaba sobre nuestros tobillos. Una tabla, suspendida de dos cuerdas atadas al techo nos servía de asiento. Desde las cuatro de la mañana hasta las ocho de la noche, esa era nuestra situación. Sin poder hablar ni escribir ni leer, presos en aquel tormento, pasábamos una vida fatigosa. Para descansar retiraban la tabla, nos arrojaban al suelo y con el hierro en los pies quedábamos a él amarrados sin poder movernos.
            Después de mes y medio de nuestra salida de Zaragoza, tras pasar por las mazmorras de Alicante y Cádiz, una mañana el capitán de la urca Mari-Galante se presentó para decirnos que nos preparáramos para partir con rumbo a Fernando Poo.
            En el sollado nos hacinaron. Para comer nos daban galleta podrida, para beber agua corrompida y llena de gusanos. Ni mezclada con vinagre podíamos beberla. El agua del mar, introduciéndose por las grietas, bañaba nuestra miserable cama. Lo mal unidas que estaban las tablas que cerraban nuestro calabozo hacían que con el balanceo se produjese un chirrido tan estridente, agudo y continuo que nos quebrantaba el alma.
            Dos días antes que los peninsulares, habían llegado a Fernando Poo los deportados de La Habana. A los cubanos los arrojaron a la intemperie. Por comida les suministraban algunas onzas de arroz, un poco de tocino lleno de gusanos y escasa parte de galleta podrida. Apenas uno espiraba los restantes se apoderaban de sus harapos para cubrir las carnes. Decían que eran grandes criminales, pero no se les había formado causa siquiera. Uno de ellos aseguraba y probaba con cartas de su mujer, que el haber resistido esta exigencias brutales de un inspector de policía en La Habana era la causa de su deportación. Habían venido en el barco como negros.
            A los de Loja se les había tratado como facinerosos y con la cadena al pie se les obligaba a trabajar. Habían tomado parte en una conspiración inocente, que no causó daño más que a ellos.
            A los de junio de 1866 no se nos había formado causa alguna y de los expedientes gubernativos solo resulta que éramos demócratas, es decir que teníamos una idea que poco después aclamó la nación y que fue inscrita con letras de fuego en el palacio de la Asamblea Nacional.


Acción de gracias: Un Cristo, dos pistolas

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Domingo, 28 de enero
DEBUSSY EN BICICLETA

A la salida del Campoamor, donde acabo de aburrirme con Pelléas et Mélisande, de Debussy, me encuentro a Javier Almuzara en su estado natural, o sea, rebosante de entusiasmo.
            ----Qué maravilla, qué maravilla. La orquesta lo dice todo, casi no hacen falta las palabras.
            ----Lo que no hacen falta son las bicicletas.
            ----Bueno, pero tampoco molestan.
            ----¡A qué extremo de sometimiento ha llegado el público de la ópera, que soporta cualquier majadería sobre la escena con tal de que no resulte demasiado ofensiva o agresiva!
            ----¿No me dirás que no te ha gustado? ¡No me lo puedo creer!
            ----No podía no gustarme, soy un admirador de Maeterlinck y su estética evanescente tan fin de siglo. Escuchando a Debussy me venían a la memoria los versos de Verlaine y Manuel Machado. Pero a pesar del susurro subyugante de la orquesta, me alegro de no haber renovado mi abono y de reincidir lo menos posible. No soporto la tontería gratuita y en la ópera, al menos en la de Oviedo, pero sospecho que no solo, resulta habitual. Los directores de escena tienen por costumbre no leer el libreto o tomarlo como pretexto para lucir sus ocurrencias. Pelléas et Mélisande transcurre en el país, fuera del mapa y el calendario, de los cuentos de hadas. Hay un bosque y una fuente y una mujer que huye, no sabemos de qué, y un príncipe cazador que la ve y de inmediato se enamora de ella. ¿Y qué hace el bueno de René Koering? Pues monta en bicicleta a la doncella y al príncipe. ¿A quién se le ocurre ir de caza en bicicleta? ¿Qué doncella sin fuerza y sin memoria se pierde entre la fronda de un bosque en bicicleta? Claro que peor es lo de la escopeta del final. Como ponerle a un Cristo dos pistolas. La obra de Maeterlinck es toda sugerencia, los silencios valen más que las palabras, pasa sin balidos un rebaño de corderos, símbolo del destino humano, y el pastor nos dice que no vuelven al redil (van al matadero, pero eso tenemos que imaginarlo nosotros). La obra termina sin gritos, sin aspavientos, muere Mélisande sin haber tenido en brazos a su hija, sin un grito, sin un lamento; Golaud, su celoso y duditativo marido, solloza y el rey le dice: "Ahora debemos guardar silencio. Es terrible, pero no es tu culpa. / Era un pequeño ser / misterioso como todo el mundo."
La obra termina así, con los sollozos contenidos de Golaud, con Mélisande muerta como dormida. Pero al director de escena, ese final, tan Maeterlinck, tan Debussy, le parece insulso y hace salir a Golaud en busca de una escopeta, ponérsela bajo la barbilla y... Por lo menos tiene la delicadeza de hacer bajar el telón antes de que oigamos el disparo. Y por hacer ese destrozo, por emborronar con sus brochazos la sutileza de la obra, encima le pagan. Qué cosas. Y otro detalle, amigo Almuzara, en el que tú, con tu entusiasmo acrítico, no has reparado. Pelléas et Melisande tiene cinco actos, divididos en quince cuadros. En este montaje los tres primeros se nos dieron todos juntos. Díez sutiles cuadros, más de hora y media de duración, sin un respiro. Pero eso va en contra de la intención del compositor, que quería actos breves, no las interminables tabarras wagnerianas. Entre acto y acto debería haber un intermedio, aunque solo fuera de cinco minutos: se encienden las luces, el público relaja su atención, tose si es menester, deja que la emoción repose y luego vuelve a escuchar y a atender a la escena con renovada atención. No me fío mucho de los que dicen que disfrutaron con esa primera parte. Como estaba en el palco municipal, más adecuado para contemplar la sala que el escenario, a la vez que escuchaba música y voces y procuraba no ver los disparates de la puesta en escena (Mélisande se asoma a la ventana de la torre, pero en la "modernización" de Koering se pone de rodillas sobre una mesa), me entretenía contando las pantallas de los móviles que se encendían: poco antes del final de la primera parte parecían un reguero de luciérnagas. Me acordé mucho de aquella frase de Peter Ustinov que te gusta citar: los matrimonios decentes solo duermen juntos en él palco de la ópera. ¡Qué diferencia con la Tosca del Metropolitan que vi ayer en Los Prados! Claro que en Nueva York son tan antiguos que, si el primer acto transcurre en una iglesia de Roma y en tiempos de Napoleón, no se les ocurre, como harían en Oviedo, situarlo en una peluquería o en tiempos de Mussolini, presuntamente para “actualizar” la historia. Claro que para eso, si me permites la broma, lo que debían haber hecho, cuando entra Cesare Angelotti, huido de los esbirros del poder central tras el fracaso de la fugaz República, era haberle puesto la careta de Puigdemont. Fue en quien yo pensé de inmediato.


Lunes, 29 de enero
UNA POSIBLE EXPLICACIÓN

Leo Antes del gran silencio, de Maurice Maeterlinck: “La clave de las desgracias de los pueblos es su estupidez. Todas las explicaciones políticas o económicas no son más que ornamentos literarios en torno de esa estupidez profunda, casi incurable, y que no se  ha enmendado desde los tiempos prehistóricos”.


Martes, 30 de enero
LA FUNDACIÓN

Llega un momento en la vida en que el tiempo nos alcanza, afirmaba Cernuda. A mí me ha alcanzado este año en que cumplo sesenta y ocho, una edad razonablemente adulta. El gran viaje puede tener lugar mañana mismo, como a cualquier edad, o dentro de cinco, diez o veinte años, pero en cualquier caso conviene tener listas las maletas, o mejor –para ese viaje no hacen falta maletas--, dejar la casa en orden.
No ser rico tiene sus ventajas: hay poco que repartir y sin apenas valor económico. Pero no me agrada demasiado pensar que mis libros, fotos, papeles personales van a andar por ahí en cualquier mercadillo, como los de uno de mis profesores en la Facultad, encontrados en el rastro de Gijón.
            Ya sé que yo no soy Aleixandre ni Ángel González, que dejo bien poco botín por el que disputar, pero no me gustaría que el piso en el que vivo desde hace treinta años, el único propio que he tenido, se vaciara para venderse o alquilarse y los libros que valen algo fueran a una librería anticuaria y el resto a cualquier trapero. Y menos gracia me hace que los derechos de mis libros queden al arbitrio de quien pueda utilizarlos a su capricho y para satisfacer rencillas personales.
            He pensado por eso en crear una Fundación. Quién me lo iba a decir a mí que detesto tanto todo lo que tenga que ver con el papeleo burocrático.
            Ya he leído la legislación al respecto. Sería una fundación privada que no aceptaría en ningún caso ayudas públicas. Su patrimonio: mi piso de la calle Murillo, libros, papeles y los derechos de autor que pueda devengar cualquiera de mis obras. Un patrimonio escaso, bien lo sé, pero suficiente para sus fines: preservar el legado de José Luis García Martín (qué raro resulta esto de hablar de uno mismo en tercera persona) y facilitar el trabajo a quien quiera estudiar o editar su obra. Nada más. No creo que diera mucho trabajo a los patronos, que tendrían que hacer su labor gratis.
            Como soy una persona bastante obsesiva, ando estos días aburriendo con el fúnebre tema a mis amigos.
            ---¿Pero no has donado ya cartas y libros a la Biblioteca de Asturias?
            ----Sí, ya tienen fichados más de cuatro mil documentos, que pueden ser de alguna utilidad para el estudio de la poesía española del siglo XX. La fundación sería complementaria y con material que interesa solo a quienes se interesen por mi obra.
            ----¿Crees que los habrá?
            ----Tengo mis dudas, pero me quedo más tranquilo con todo dispuesto para servir de la mejor manera posible a los lectores del futuro.
            ----¡Se van a enfadar contigo tus sobrinos!
            ----No creo. En dinero, lo que dejan de repartirse es poco; más bien les quito dolores de cabeza.
            ----Y se los das a los amigos que escojas como patronos.
            ----Del desafortunado caso de Ángel González he aprendido mucho. A mí me gustaría crear la fundación en vida para que luego todo fuera rodado, sin polémica alguna. Y poner como condición no aceptar dinero público ni homenaje con políticos de por medio. Cada uno es vanidoso a su manera. La mía, lo mismo ahora que dentro de cien años, queda plenamente satisfecha con un puñado de lectores interesados en lo que escribo. Y que quien quiera publicarlo, reproducirlo, difundirlo, incluso parodiarlo o copiarlo sin citar el nombre del autor, pueda hacerlo; la fundación serviría solo para facilitar esa labor.



Miércoles, 31 de enero
LA GRAN DECEPCIÓN

Cada día entiendo menos lo que pasa en España. Hablo poco de política; voy a hablar menos. Que esté tranquila mi amiga Rosa, que siempre me riñe cuando lo hago.
Últimamente, en todos los discursos del jefe del Estado --en Davos o ante el cuerpo diplomático--, le oigo vanagloriarse de haber evitado gracias a la constitución y la aplicación de las leyes el más grave ataque a las instituciones que ha tenido nuestro país.
¿Pero lo ha evitado? El problema sigue ahí, cada día más grave. Y no lleva trazas de solucionarse a corto plazo. Que Rajoy, un notario hábil en el día a día pero sin visión de futuro, piense que la victoria de los "constitucionalistas" consiste en lograr que Puigdemont no sea presidente de la Generalitat (como no lo fue Mas), se comprende, pero no que piense lo mismo Felipe de Borbón. Yo le creía con otra capacidad intelectual. Quizá está mal aconsejado, pero es él quien escoge a sus consejeros. Y sus discursos se los escribirán otros, pero por lo que yo sé siempre dicen lo que él quiere decir y la última palabra y cualquier delicado matiz son cosa suya.
            A mí me parece que desde el momento en que quiso sustituir la inacción del presidente del gobierno, puso en grave riesgo a la institución que representa. Puedo estar equivocado, por supuesto. Y a veces pienso (con los años se va haciendo uno cada vez más realista) que sería bueno que lo estuviera.


Jueves, 1 de febrero
NO EN VENEZUELA

Escucho al ministro de Justicia (¡de Justicia!) de un país de cuyo nombre no quiero acordarme que a un político, por su actividad política, se le puede encarcelar e inhabilitar antes de que un tribunal lo juzgue.
            Y pienso que, por muy mal que estén las cosas, nunca están tan mal que no puedan ponerse peor.


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