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A buen entendedor: Las cosas que a ti te cuento

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Domingo, 24 de noviembre
CABEZA ABAJO

Abro el cuaderno de las buenas intenciones y escribo. “De vez en cuando conviene poner de pie las ideas que uno da por sentadas. O incluso colocarlas cabeza abajo”.
           
Lunes, 25 de noviembre
CARNERO, CARONTE, MACHADO

Soy muy dado a pasarme de listo y por eso me divierte encontrarme con otros a los que les ocurre lo mismo. El más reciente, Guillermo Carnero. Su objetividad como estudioso queda siempre lastrada cuando se cruza con viejas obsesiones en contra de los poetas presuntamente sentimentales y confesionales: Bécquer, Antonio Machado, García Montero... Una vez le pidieron unas páginas de homenaje a Bécquer y el título que le puso ya anunciaba que no eran precisamente fervorosa su admiración: “A otro perro con esas golondrinas”.  En Cuadernos Hispanoamericanos (número 760) publica “Simbolismo y tradición clásica en Francisco Brines”. Al título le añade la coletilla de “con Antonio Machado al sesgo”. Y en él nos anuncia su gran descubrimiento: los versos finales del poema “Retrato”, que tanto emocionan a los devotos del poeta como profecía de su final en Colliure, no son más que un plagio de Luciano de Samosata.
            Esos versos me los sé, como tantos, de memoria: “Y cuando llegue el día del último viaje / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar”.
            Para Carnero son un calco, “un trasunto casi literal”, de Luciano, concretamente del décimo de sus Diálogos de los muertos: “Te cuidarás – le dice Caronte a Hermes– desde ahora de no dar entrada a ninguno que no se haya desembarazado de su equipaje y se encuentre sin peso alguno. Ponte junto a la escalerilla, pásales revista y no les aceptes si antes no les has obligado a embarcar desnudos”.
            Nadie hasta la fecha había señalado esa influencia en un poeta que suele ser aclamado “como prototipo de lo sencillo y espontáneo”, precisamente las cualidades que el novísimo Carnero más detesta.
Pero ¿quién ha dicho que Machado es sencillo y espontáneo? Una aparente sencillez y una espontaneidad conseguidas, en todo caso, a costa de mucho trabajo, como demuestran los manuscritos que se conservan de sus poemas. Según Carnero, que se inició en literatura enfrentándose a quienes paseaban “el consabido fetiche machadiano”, convertido en santón laico, Machado es considerado por la crítica “paradigma de la autenticidad confesional frente a la elaboración literaria”.
¿Qué crítica será esa? Suponemos que aludirá a algún admirador de Paco Ibáñez o de Serrat, porque ningún crítico –ni serio ni no serio– ha negado “elaboración literaria” a Antonio Machado ni hablado de simple confesionalismo en el creador de Abel Martín y Juan de Mairena.
Otra razón habría para que nadie, hasta él, advirtiera “la estrecha semejanza textual” entre el final del “Retrato” y el fragmento de Luciano: “esos dos versos se convirtieron a posteriori en un emblema del martirio en 1939 de Machado, junto a la España leal a la República: con la aplastante fatalidad de los tópicos, lo uno y lo otro, entrelazados, adquirían la entidad de las verdades palmarias”.
            Está bien arremeter contra los tópicos, amigo Carnero, pero no de cualquier modo. Vayamos por partes. El que esos versos se convirtieran “a posteriori” (no lo iban a ser a priori cuando no se recogieron en libro hasta 1912) en una emocionante profecía del final machadiano no está en contradicción con que en ellos hubiera o no el eco de un texto anterior. Otro poeta, Carlos Álvarez, recuerda la ejecución de su padre en los primeros días de la guerra civil: “Mi infancia son recuerdos de un muro de Sevilla / y el desplomarse lento de un hombre acribillado”. No les resta humana emoción  –otra cosa es su valor literario– el que parafraseen el comienzo del “Retrato”.
            Igual de emocionantes, “proféticos” y conmovedores serían los versos de Machado, aunque tuvieran como directo punto de partida el diálogo de Luciano. Pero ¿lo tienen? Ciertos que en unos y en otros se habla de “equipaje” y de “desnudez”. El sentido, sin embargo, no es el mismo. En un caso, todos los muertos, ricos o pobres, han de dejar su equipaje en tierra para subir a la barca de Caronte; Machado, en cambio, sube a ella “ligero de equipaje” porque ha muerto pobre, no porque nadie le obligue a dejar en tierra los bienes acumulados. Y él está a bordo, no desnudo, sino “casi desnudo, como los hijos de la mar”, esto es, como los marineros, sin pesadas vestiduras ni adornos que lo embaracen en sus movimientos.
            Antonio Machado tiene en mente, al escribir esos versos, el mito de Caronte, como nota cualquier lector, pero no el pasaje concreto de Luciano que Carnero supone que leyó “en algunas de las numerosas traducciones francesas disponibles antes de 1911” (ignora que el poema ya se publicó en prensa el año 1907).


Martes, 26 de noviembre
CANSO

“¿Pero tú no te cansas nunca?”, me dice un amigo harto todo el día en el periódico local. “Yo no me canso. Canso”, le respondo.

Miércoles, 27 de noviembre
 A MI SERVICIO

No trabajo, solo juego a que trabajo y estos días me toca hacer el papel de escritor profesional e ir de un sitio a otro presentando mi último libro. Mentiría si dijera que la labor me molesta. El libro solo es un pretexto para hablar de cualquier cosa. Pero el papel de escritor profesional únicamente resulta divertido cuando uno no es escritor profesional.
            Como escritor y como lector soy un hombre afortunado. Siempre he escrito lo que me ha dado la gana, nunca por dinero ni por obligación, y cuento con un ejército de profesionales que trabajan día y noche para que cuando a mí me apetece leer un libro (mañana, tarde y noche) tenga siempre una gran variedad de ellos entre los que elegir.
            A veces me siento un explotador, un aprovechado del esfuerzo ajeno. Los lectores como yo no somos negocio para nadie. Quienes sostienen la industria cultural son los beneméritos lectores gregarios, los que leen lo que hay que leer en cada momento, a los que les bastan la media docena de opciones que se promocionan en cada temporada: su Planeta de turno, o su Tiempo entre costuras, o sus Sombras de Grey o las memorias de Belén Esteban o de José María Aznar. También los que no leen, pero compran el libro del que se habla con la vana intención de leerlo cuando tengan tiempo, ayudan más a la industria cultural que los lectores como yo, los lectores caprichosos que necesitan tener siempre delante medio centenar o un centenar de títulos entre los que escoger la lectura de cada día.
            Para satisfacer al lector no gregario hay que publicar miles y miles de libros al año. A unos pocos nos apetece leer a este raro poeta letón nunca antes traducido al español, a otros la antología de Porfirio Barba-Jacob que acaba de publicar Luis Antonio de Villena, al de más allá un libro de viajes de los años veinte o los aforismos de Ramón Eder. Los editores, los grandes y los pequeños, se esfuerzan en que haya un libro para el gusto de cada lector y las librerías apenas si tienen espacio para tantas novedades, para dar gusto a tantos gustos dispares.
Vivir de editar libros o de venderlos o de escribirlos es vivir de milagro. Y siempre hay gente dispuesta a ello, no importa la mala situación económica, las quiebras constantes. Gracias a tanta gente que vive de milagro es posible el milagro incesante de la mesa de novedades de las librerías, donde siempre se esconde el libro que estábamos buscando, aunque muchas veces ni siquiera sabíamos que existía.
Soy un privilegiado y no me avergüenza reconocerlo. Tengo todo un esforzado ejército de buenos profesionales –editores, distribuidores, libreros– que trabaja día y noche para satisfacer mis caprichos de lector.

Jueves, 28 de noviembre
MENOS LA MELANCOLÍA

A veces juego a estar triste y entonces me repito unos versos de José Bergamín: “¡Qué poco me va quedando / de lo poco que tenía! / Todo se me va acabando / menos la melancolía”.


Viernes, 29 de noviembre
TENTACIONES

Siempre que entro en una librería acabo encontrando lo que no sabía que buscaba. Por ejemplo, hoy en Cervantes Un tiempo para callar, de Patrick Leigh Fermor. No conocía ni la editorial, Elba, ni al autor, todo un personaje. Nacido en 1915, en 2010, cuando se publicó el libro, aún vivía, retirado en Kardamili, un paradisíaco lugar del sur de Grecia, después de una existencia aventurera. A los dieciocho años –leemos en el prólogo– “se había hartado ya de juergas y entró en plena crisis existencial”. Decidió entonces ir a pie hasta Costantinopla. Llevaba por todo equipaje un par de mudas, unos pocos libros, un saco de dormir, lápices y cuadernos. Sin apenas dinero, confió siempre en la buena voluntad de los desconocidos: “En general fue acogido con cariño y generosidad; joven y guapo, tenía carisma a toneladas y un inusual talento para la conversación”. Fue luego un héroe de guerra: en Creta, a donde había sido lanzado en paracaídas, organizó un comando para secuestrar al general Kreipe, jefe alemán de la isla. La operación resultó un éxito y más tarde sería llevada al cine en una película protagonizada por Dick Bogarde. En 1984, a los sesenta y nueve años, atravesó a nado el Helosponto. La travesía duró dos horas y tres cuartos y cuando llegó a la orilla europea (había comenzado en Asia) lo único que necesitó para reanimarse fue champagne y whisky.
            Qué envidia. La vida de Patrick Leigh Fermor, Paddy para los amigos, me interesa más que el relato de sus estancias en la abadía benedictina de Saint Wanderville o en la Trapade Solesmes.
            Me tienta la vida aventurera y me tienta la mudez laboriosa del claustro. Para retirarme del mundo todavía estoy a tiempo; para cruzar a nado el Helosponto –aunque aún no tenga sesenta y nueve años– me temo que ya no.



Sábado, 30 de noviembre
MIENTRAS ESPERO

¿Quién escribe lo que uno escribe? Esta mañana, mientras espero el autobús como cada sábado para ir a Avilés, me entretengo anotando viejas coplas que no sé de dónde vienen.
No recuerdo que te quise / ni que tú no me querías / ni que me casé con otra /
para olvidarte algún día.
Las cosas que a ti te cuento / no son verdad ni mentira. / Son los sueños que yo tengo, / por los que perdí la vida.
Mejor estar solo yo solo / que solo estando contigo. / Juntos, qué lejos estamos; / lejos, te tengo conmigo.
El querer y el no querer,  / el mar y el agua del río, / lo que pasa y lo que queda / son solo tiempo perdido.




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