Quantcast
Channel: Café Arcadia
Viewing all articles
Browse latest Browse all 705

A buen entendedor: Cualquier vida

$
0
0

Sábado, 14 de septiembre
PIENSO EN EL MATRIMONIO

Tengo fama de egoísta, no sé si enteramente merecida. Cierto que en el orden de mis preocupaciones el primer lugar lo ocupo yo, y quizá también el segundo y el tercero, pero luego pienso siempre en el resto del mundo.
            Y hasta ahora no me ha ido mal. Hasta ahora. Comienzo a verle las orejas del lobo. Llega uno a una edad en que el edificio se resiente y comienzan a asomar las grietas. Cierto que he llevado una vida sana: jamás he fumado ni bebido ni hecho deporte. Pero del desgaste de la edad no se libra nadie.
            –¿Y por qué no te casas? –me dicen los amigos–. Como has tenido la paciencia de esperar, tienes un campo de elección mucho mayor que si hubieras matrimoniado a su debido tiempo. Puedes escoger un hombre, puedes escoger una mujer.
            –-¿Un hombre? Me inclinaría por alguien como el Michael Caine de las películas de Batman. Elegante, discreto, de cierta edad, que se alojara en las habitaciones más apartadas del castillo, se volviera invisible cuando no lo necesitase, se ocupara de que todo estuviera siempre a tiempo y en su punto, lo mismo la comida que la ropa adecuada a cada circunstancia. Alguien que me permitiera dedicarme solo a mis lecturas, versos y melancolías, alguien que se encargara de la prosa de la vida.
            –-Un mayordomo, vamos.
            –-Sí, ya te dije, el Michael Caine de las películas de Batman. Aunque quizá fuera mejor una mujer, una secretaria para todo, siempre sonriente y espléndida, como las buenas esposas de antes; una secretaria sin sueldo, naturalmente. Dispuesta a cenar fuera cuando a mí me apetece cenar fuera y a quedarse en casa cuando a mí me apetece quedar en casa. Y por supuesto capaz de ser una abnegada enfermera, de las que pasan noches y noches sin dormir, cuando sea necesario, que acabará siéndolo más pronto o más tarde. Sí, quizá mejor una mujer.
            –-Claro, al mayordomo tendrías que pagarle un sueldo, por pequeño que fuera.
            ––En esas dudas estoy, amigo Ángel. ¡Quién me lo iba a decir a mí, que siempre he sido tan enemigo del matrimonio!


Domingo, 15 de septiembre
DAVID FOSTER WALLACE, BORGES Y YO

Me gusta el título que D. T. Max ha puesto a su biografía de David Foster Wallace: Todas las historias de amor son historias de fantasmas. Yo lo dejaría en “todas las historias”. Nunca he sido un gran admirador del escritor que un día de septiembre de hace cinco años, cuando su mujer salió de casa dejándole tranquilo, entró en el garaje, encendió las luces y se dedicó a ordenar el manuscrito y los borradores de su última novela, que no había sido capaz de terminar, y a escribirle una carta de dos páginas; luego cruzó la casa hasta el patio, se subió a una silla y se ahorcó.
            A David Foster Wallace le hizo famoso una novela de más de mil páginas, La broma infinita, que yo no tengo inconveniente en declarar una obra maestra con tal de que no me obliguen a leerla.
            Leo, sin embargo, atraído por el título, “Borges en el diván”, uno de los ensayos del volumen En cuerpo y en lo otro, y me encuentro con una lúcida reseña de un libro que yo también reseñé. Y dice lo mismo que yo, pero mucho mejor. Todos los críticos se refirieron a Borges. Una vida, de Edwin Williamson, como si fuera una obra maestra, una biografía definitiva. Yo me reí de su barato psicoanálisis que encuentra en cada escrito de Borges una muestra de sus frustraciones personales; para Foster Wallace constituye “una modalidad totalmente simplista y deshonesta de crítica literaria”.
            Esa coincidencia me hace mirar al escritor norteamericano de otra manera; yo lo tenía más por una especie de Leopoldo María Panero grafómano que por otra cosa. Ahora veo que no es solo el destructivo protagonista de la biografía de D. T. Max. Lo leo tratando de separar el grano de su talento de la paja de sus patológicas obsesiones, que críticos ingenuos han convertido en emblema de una entelequia llamada posmodernismo.



Lunes, 16 de septiembre
MI DEPORTE FAVORITO

Abrir ventanas para asomarme a otras vidas es mi deporte favorito. Pero mire adonde mire siempre veo mi propio rostro.

Martes, 17 de septiembre
AVENTURA EN EL BRONX

Interminable charla con Abelardo Linares, como en los viejos tiempos. Pasan meses sin que se acuerde de uno y de pronto una llamada suya y dos horas al teléfono. Sigue siendo mi interlocutor preferido: tenemos los mismos intereses, casi los mismos gustos, y sin embargo no estamos de acuerdo en nada. Me cuenta sus últimos descubrimientos: unas memorias inéditas de Ricardo Baroja publicadas en la prensa antes de la guerra civil; los recuerdos del primer secretario del partido comunista, que luego se hizo falangista; docenas de libros apasionantes de los que solo él tiene un ejemplar.
Abelardo Linares es, con José Manuel Valdés, mi librero de viejo favorito. Muchas veces se ha contado la historia fabulosa de cuando compró en Nueva York un millón de libros. Estaban en un edificio de cinco plantas en el Bronx. Yo lo visité en aquel borgiano laberinto. El taxista no quería llevarnos hasta allí. Paró en una esquina que parecía el lugar más adecuado para un enfrentamiento entre bandas rivales. Le pedí al taxista que esperara, por si me había equivocado de dirección; por aquellos andurriales no resultaba tan fácil encontrar taxi como en Manhattan. Y de pronto, un tipo malencarado apoyado en una pared, nos dijo en español sin necesidad de preguntarle nada: “¿Buscan ustedes a don Abelardo? Es ahí”. Y nos señaló un edificio algo cochambroso que no tenía ningún aspecto de ser una librería. Era la inagotable cueva del tesoro donde se guardaban los fondos, casi infinitos, del librero  y editor Eliseo Torres.


Miércoles, 18 de septiembre
ENTERO Y VERDADERO

Me dan la noticia de la muerte de Juan Luis Panero y me piden que escriba algo. No soy capaz. Su poesía la descubrí muy pronto, antes quizá que sus otros admiradores, en 1975, cuando Antonio Gamoneda me envió Los trucos de la muerte, un libro que me fascinó y me deslumbró y me descubrió un camino poético ajeno a la funambulesca y epatante estética novísima que entonces dominaba. Se definía en la contraportada como “una meditación sobre la muerte y sus posibles trucos o evasiones: amor, sexo, viajes, alcohol, y sobre todo el truco más eficaz, el suicidio”. Todavía no he olvidado muchos de esos poemas, como el titulado “A la mañana siguiente Cesare Pavese no pidió el desayuno”, cuyos primeros versos recuerdo con frecuencia: “Solo bajó del tren, / atravesó solo la ciudad desierta, / solo entró en el hotel vacío, / abrió su solitaria habitación / y escuchó con asombro el silencio”.
            Juan Luis Panero ha muerto hace unos días, pero ya hacía tiempo que escuchaba con asombro el silencio. Su obra estaba terminada, el telón había caído.
            Tienen razón quienes hablan de la inmortalidad del escritor. Mueren los seres cercanos, los escritores admirados siguen viviendo. Abro cualquier libro de Juan Luis Panero y ahí está él, fascinándome con su mezcla mortal de alcohol, literatura y desesperanza. Ahí está, más entero y verdadero que las pocas que charlé con él en algún congreso literario.


Jueves, 19 de septiembre
EN EL WALHALLA

El dios Wotan avanza hasta el centro del teatro, camino del Walhalla, y allí, bajo la gran lámpara, canta: “En el glorioso resplandor / la fortaleza se ilumina. / Se acerca la noche, / ofrece un seguro refugio. / A ti te saludo, fortaleza, / a salvo de terror y miedo”.
            Quién pudiera también encontrar, como los dioses, un seguro refugio, a salvo de terror y miedo, aunque perdiera a cambio todo el oro del Rhin.
            Durante dos horas y media lo he encontrado en el teatro Campoamor. Dios existe en la música –afirmaba Ángel González–, unos compases más y otra vez solos.
            Otra vez solos, no: otra vez a merced de los demonios.
Y de pronto me viene a la memoria el majestuoso Walhalla, blanco y resplandeciente en una colina sobre el río, que Luis de Babiera, no el amigo de Wagner, sino el de Lola Montes, construyó para alojar a los dioses y héroes de Germania. Yo estuve en él y puedo asegurar que –como cualquier refugio en que tratamos de burlar las asechanzas de la vida– tiene más de frío panteón que de paraíso.


Viernes, 20 de septiembre
QUÉ SE LE VA A HACER

Elena Fortún, la un tiempo famosa autora de Celia, cuenta el momento de su nacimiento: “Y cuando mi madre, inconsciente, estuvo colocada sobre la cama, un vagido brotó de aquel envoltorio. ‘Está vivo –dijo mi padre–. Está vivo y es varón’. El médico rectificó casi enseguida: ‘Está viva y es hembra…’, ‘¡Hembra…! ¡Qué se le va a hacer!’ Entonces mi madre abrió los ojos y dijo humilde: ‘¿Lo sientes? Yo también”.
            Leo Elena Fortún, periodista, de Maria Jesús Fraga, y más que sus escritos me interesa la vida de Encarnación Aragoneses, la mujer que para escribir usó el nombre de uno de los personajes creados por su marido. Una amiga suya, María Lejárraga, fue más allá y se escondió por completo tras el nombre del marido, Gregorio Martínez Sierra.
            Eran otros tiempos, quizá no tan remotos. Carmen Baroja, una de las fundadoras de Lyceum Club, asociación dedicada a fomentar la cultura de la mujer, cuenta que organizó docenas de conferencias, pero que no pudo asistir a ninguna. Ella se encargaba de las gestiones, recibía al ilustre autor, se ocupaba de que no faltara ningún detalle, pero en el momento en que este iba a comenzar a hablar desaparecía. Su marido, el editor Caro Raggio, cenaba a las ocho en punto y no le gustaba cenar solo.
            El marido de Elena Fortún era el autor importanate; ella comenzó a escribir para distraerse en las páginas de la mujer o en las dedicadas a los niños. Pero pronto tuvo más éxito y no tardó en ganar más dinero que él. Comenzaron entonces los problemas matrimoniales. Criados ya los hijos, la escritora pasó largas temporadas en casa de María Martínez Sierra, que seguía escribiéndole los textos a su marido, a pesar de que él la había dejado por la actriz Catalina Bárcena. Aquel abandono del domicilio conyugal “fue una campanada” en el Madrid presuntamente avanzado de los años treinta. Como de todas las mujeres que no se ajustaban al patrón común, de Elena Fortún se dijo que era lesbiana. Y quizá lo fuera. Pero eso importa poco.
            Se fue al exilio, la nostalgia la hizo volver a la España de Franco, tan distinta a la que ella había dejado. Su marido, celoso primero de su éxito, luego cada vez más dependiente de ella, se quedó en Buenos Aires y allí se suicidó; ella murió poco después, solitaria y angustiada en una España que ya no era la suya porque la suya no estaba en ninguna parte.

            David Foster Wallace, Juan Luis Panero, Elena Fortún: A debida distancia, cualquier vida es de pena.



Viewing all articles
Browse latest Browse all 705

Trending Articles