Sábado, 9 de abril
DE RANAS Y PRISMAS ÓPTICOS
Refiere Siri Hustvedt en su último libro, Los espejismos de la certeza, un curioso experimento. A varias personas se les colocan prismas ópticos que, literalmente, volvían sus mundos del revés. “Tras varios días de visión confusa, los ojos se les adaptaron y empezaron a ver de nuevo con normalidad. A las pocas horas de retirarles los prismas, volvieron a ver del derecho”. No ocurre así en el caso de las ranas. Y ello se debería a que estas, al igual que el resto de los mamíferos de sangre fría, “están más programadas que las personas”.
Cómo puede saber John Dowling, autor del experimento, si las ranas con unos prismas ópticos ven del derecho o del revés no parece preocuparle a Siri Hustvedt. Tampoco de qué manera se deduce de ese hecho el que estén más “programadas” que las personas. Es un experimento “científico” y eso le basta. A mí me basta para dejar de leer su libro.
“Hay que hacer caso de la ciencia y no de los bulos que circulan por Internet”, nos decían cuando encerraron a los niños durante meses —un caso claro de maltrato infantil— basándose precisamente en bulos y no en ninguna evidencia científica.
Domingo, 10 de abril
MALO MALÍSIMO
“Te buscas enemigos, Martín, y a los enemigos no hay que buscarlos, vienen solos. Dedica tu esfuerzo a conseguir amigos, que buena falta te hacen, o te van a hacer”.
Agradezco el consejo, pero tampoco tengo tantos enemigos y suelen ser enemigos cómodos, de los que viven lejos y pueden hacerte poco daño, todo lo más no invitarte a algún acto literario, no votarte en algún concurso (e intrigar para que no te voten), vetarte en sus periódicos, no citarte nunca.
Nada que no pueda soportar con facilidad. Andar por ahí haciendo bolos, poco o nada pagados, divierte al principio, pero luego es una lata; lo de los concursos lo llevo todavía mejor, porque soy demasiado orgulloso como para someterme al juicio de nadie, si puedo evitarlo; algo más me fastidia que no hablen de mí en los medios de más difusión, sobre todo por los editores, que pierden la publicidad gratuita, y lo último no es enteramente cierto. “Vaya donde vaya, todo el mundo me habla mal de ti”, me dicen los amigos cuando vuelven de algún sarao más o menos literario.
Si no buscas el éxito inmediato y fácil, esas cosas divierten. A fin de cuentas, en cualquier película el papel de malo malísimo suele ser el más agradecido.
Lunes, 11 de abril
SOY UN EGOISTA
Casi todas las personas que cuentan algo en este mundo —reyes, presidentes, escritores, actores— se han vacunado cuantas veces ordena la autoridad más o menos sanitaria y más o menos competente; han dado positivo en esa enfermedad que justifica desatender o mal atender todas las otras enfermedades y han tenido que pasar cuarentenas varias. Yo no. Soy un egoísta que se preocupa solo de su salud y no de las conveniencias electorales o de los intereses farmacéuticos.
Martes, 12 de abril
ES MI NATURALEZA
Sabía desde hace algún tiempo que Ricardo Álamo, uno de los pocos admiradores con los que cuento, estaba preparando un magno libro sobre el tema del plagio, los apócrifos y otras supercherías literarias. Lo recibí por fin hace unos días y comencé a leerlo de inmediato. Qué decepción. No es más que un batiburrillo sin criterio alguno ordenado en forma de diccionario.
Ya sé que lo que debía hacer, por el autor (al que aprecio y estoy agradecido) y por el editor, que ha invertido dinero en este tocho, es callarme en público y dedicarle vagos elogios en privado. Pero no puedo evitar escribir una reseña subrayando errores e insuficiencias conceptuales. Es mi naturaleza. Ya me habría gustado a mí ser un Luis Alberto de Cuenca.
Mi artículo, que debería haberse publicado el fin de semana, aparece en Internet antes de tiempo y hoy mismo, poco antes de irme a dormir, me llega un correo del autor de Plagiarios. No me atrevo a leerlo. Todo lo que diga contra mí estará más que justificado.
Miércoles, 13 de abril
REGAÑINA REAL
“¿Vas a ir a la comida con motivo del Cervantes al palacio real?”, le pregunto a Jon Juaristi en la tertulia de los miércoles, que ha acabado convirtiéndose en un ejercicio de esgrima entre los dos. “Hace tiempo que no voy a esos saraos, yo no soy un cortesano como tú”. Sonrío. La verdad es que resulta un tanto raro, ahora que cada vez me siento más ajeno al sistema, ahora que no encuentro ningún partido al que votar, que cuando me llamaron de Protocolo para invitarme a esa comida, que vuelve a celebrarse tras dos años de parón, dijera que sí sin pensarlo un momento. Siempre vuelvo con algo que contar.
—Te lo preguntaba, Jon, porque me gustaría que, si asiste la presidenta de la Comunidad de Madrid, me la presentaras. Me gustaría saludarla y hacerme una foto con ella. Luego la publicaría en Facebook con un breve texto:” Gracias, Isabel”.
—¡Quién te ha visto y quién te ve!
—En lo político, estoy en las antípodas, pero fue la única que defendió a los ciudadanos cuando las arbitrarias, dañinas, y a menudo simplemente estúpidas, restricciones presuntamente sanitarias.
—Si quieres te organizo una entrevista con ella para que puedas adularla todo lo que creas conveniente. Con el anterior jefe del Estado, tuve yo un curioso tête à tête.Resulta que, estando yo en Pamplona, me preguntó un periodista que por qué no iba a ir a una manifestación de “Basta ya”. Les dije que allí había muchas ikurriñas y ninguna bandera nacional. Y luego me explayé en consideraciones poco amables sobre esa enseña nacionalista. Lo reprodujeron en primera página los periódicos. Toda la oposición exigió en el congreso que dimitiera. Yo llamé a Aznar. “¿Lo que has dicho es cierto?”, “Sí, presidente”, “Pues entonces no dimitas”. Y no dimití, pero el rey me llamó a la Zarzuela. Me tuvo dos horas esperando en un pequeño cuarto ante su despacho. Colgada en la pared había una carta de Unamuno a Alfonso XIII en la que le pedía una entrevista. Era lo único que tenía allí para leer, así que me la aprendí de memoria. El rey, cuando creyó que ya me había macerado bastante, me mandó pasar. Me recibió con cara de pocos amigos. Yo, para romper el hielo, le hablé de la carta de Unamuno. “¿Qué carta?”, me preguntó extrañado. Nunca había oído hablar de la carta que tenía allí al lado ni quizá del tal Unamuno.
Juaristi era por entonces, en los primeros años del corriente siglo, director del Cervantes. Su escenificación de la entrevista con el anterior monarca tiene mucha gracia, pero yo no me atrevo a contarla: todavía contiene material explosivo. Por algo los que se entrevistaban con el anterior jefe del Estado se comprometían a no repetir sus palabras. Es una de las muchas diferencias con el actual, que no dice en una audiencia privada nada que no pueda repetirse en público.
—La paciencia no es mi virtud, Jon. Yo, al contrario que tú, a la media hora me levantaría y me largaría y que me llame otra vez si tiene algo que decirme. Y si me cesan, pues que me cesen.
Claro que esto lo digo porque nunca he tenido ninguna prebenda gubernamental, que a saber lo que haría si la tuviera. Es muy fácil presumir de no haberse nunca vendido cuando nunca le ha querido nadie comprar a uno.
Jueves, 14 de abril
ME CONFORMO
Un largo paseo matinal en este día de hermoso azul, como recién creado. Al volver a casa, en una ventana me encuentro con la bandera de la República. Lleva el escudo, cosa poco frecuente. La corona de ese escudo, la corona de Castilla, le salvó de desaparecer en más de un edificio oficial. La ilusión de aquel otro 14 de abril, que no viví, pero del que leí tanto, y con el que soñé tanto que es como si lo hubiera vivido, vuelve a mí, aunque sea solo por unos instantes.
Sigo soñando con la república, pero ahora me conformo —monarquía o república— con tener un jefe del Estado que no se dedique a acumular dinero negro, que no nos avergüence.
Viernes, 15 de abril
SIN COMENTARIOS
Es la impactante noticia que abre todos los telediarios: la fuerza aérea británica bombardea Dublín y, simultáneamente, comienza la invasión de la isla. Desde que llegó al poder el partido Irlanda Una, Grande y Libre, cuyo primer objetivo es la liberación de toda la isla, los ataques al Úlster han sido continuos. Después de varios intentos de acuerdo, el gobierno británico —que tuvo más paciencia que con las Malvinas— se ha decidido a intervenir. Las represalias de la Unión Europea contra la potencia que la humilló con el Brexit han sido inmediatas: se suspende cualquier intercambio comercial, se incautan los bienes de los ingleses residentes en el extranjero, se prohíbe la BBC, se cierran los centros del Instituto Británico, se cancelan las representaciones de Shakespeare, se retiran los libro de Dickens y Agatha Christie. A Irlanda comienza a llegar ayuda humanitaria de todas partes, especialmente en forma de armamento de última generación y de dinero para contratar mercenarios.
Este es el argumento de la novela que estoy planeando, una distopía que deje entrever lo que pienso y no me atrevo a decir sobre el actual conflicto bélico