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Elogio de la cordura: España sin honra

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Sábado, 2 de abril
NO PENSAR

A la memoria me vienen estos días con mucha frecuencia unos versos del “Discurso a los jóvenes”, de Ángel González: “Si alguno de vosotros / pensase / yo le diría: no pienses. / Pero no es necesario”.

            No es necesario aconsejar hoy a la inmensa mayoría que no piense. “Es que para ti —me suele replicar mi amigo José Cereijo—  solo piensa, o solo piensa bien, el que piensa como tú”.

            Algo de cierto hay en lo que dice. En cuestiones de opinión, cada uno tiene la suya, pero hay otras no opinables, y en las que es posible, informándose, razonando correctamente, alcanzar una verdad lo más objetiva posible.

            “¿Pero tú te imaginas —me suele replicar mi amigo Xuan Bello— lo que sería una sociedad en la que cada uno pensara por cuenta propia? Totalmente ingobernable. Tú  no sabes los disparates a los que puede llegar cierta gente si la dejan pensar por cuenta propia. Mejor así, Martín, mejor así. Que la mayoría se crea que la verdad es lo que le cuenta el telediario. Y tú piensa de verdad y busca la verdad verdadera que, como nadie te hace caso, no acabarás como Julian Assange y otros héroes del mundo libre.”

Domingo, 3 de abril
 LICENCIA PARA ROBAR
 

El viernes pasado estuvimos discutiendo en la tertulia —es un tema recurrente— sobre si la Constitución española permite o no que un ladrón o un asesino sea jefe del Estado. Yo sigo afirmando que no, aunque se empeñen en afirmar lo contrario fiscales, ministros y catedráticos de Derecho. “Lo tuyo es sostenella y no enmendalla, Martín. Por muchas y fundadas razones que te den los especialistas, tú vas a seguir en tus trece. Tú no cambias de opinión así te maten”, “Pues sí —le replico a mi amigo Lino—, en ese punto es difícil que cambie de opinión mientras no cambie la Constitución y el artículo 56.3 no diga lo que dice, que no es lo que dicen que dice los que lo citan siempre maliciosamente amputado. Solo me puede hacer cambiar de opinión el Tribunal Constitucional, que hasta el momento no se ha pronunciado. Si el jefe del Estado se convierte en ladrón y asesino (hablo en hipótesis, por supuesto), únicamente permanece en su puesto con la complicidad del gobierno y también con la del Parlamento, que puede destituirle”, “¡Pero eso es un disparate!”, oigo decir. Y luego cambiamos de tema porque ya todo el mundo, salvo yo, está harto del asunto.

Hoy en el Fontán encuentro un libro que tiene que ver con que un malhechor, un Luis Roldán, un Luis Candelas, un Harvey Wenstein pueda ser jefe del Estado español y no se le pueda llevar ante la justicia. A la mayoría de los españoles les parece una simple anécdota; yo lo siento como una grave ofensa y no tanto a mí como a mi país.

Se trata de los Recuerdos de un anciano, de Antonio Alcalá Galiano, en su primera edición de 1878. Aparece en un puesto en el que hay libros interesantes de finales del XIX y principios del XX, pero casi todos en bastante mal estado y muchos —la primera edición de Nazarín, por ejemplo— con la página de la portada arrancada. Seguramente allí había firmado el anterior propietario y al heredero que los vendió le parecía una vergüenza que se supiera quien se había desprendido de ellos. Aquí todos somos, o éramos, como el hidalgo del Lazarillo que, antes de salir de casa, se echaba unas migas en la barba para que los vecinos no sospecharan que no había comido. Afortunadamente estos Recuerdos de un anciano están muy bien conservados y llevan un sello que les añade valor: “Librería / de Juan Martínez / Plazuela de Riego / Oviedo”. Es la misma librería en la que compraba sus libros Clarín y a través de la cual enviaba sus colaboraciones a la prensa de Madrid y también las cobraba. Es la misma librería —ya con el nombre de Ojanguren, pero todavía en el mismo sitio: plaza de Riego, esquina Altamirano— en que yo entraba deslumbrado en mis años de estudiante, y en años posteriores, y siempre salía impaciente con alguna maravilla.

            Uno de los capítulos se titula “Deposición del rey por las Cortes en Sevilla el 11 de junio de 1823”. El gobierno, junto con el rey, se había trasladado a Sevilla porque “los cien mil hijos de San Luis”, las tropas francesas que habían entrado en España para restaurar el absolutismo, amenazaban ya la capital. Cuando esas tropas llegaron a Despeñaperros, decidieron trasladarse a Cádiz. El rey se negó. Y las cortes aprobaron entonces una propuesta, presentada por Alcalá Galiano, que declaraba su incapacidad y nombraba un regente. Conseguido el propósito de que no se quedara en Sevilla para recibir con los brazos abiertos al enemigo, le devolvieron sus poderes. “Pues qué, ¿ya no estoy loco?”, dijo con sorna Fernando VII, que pocos días después condenaba a muerte a todos los que habían votado en contra suya.

            El artículo 59.2 de la Constitución afirma que “si el Rey se inhabilitare para el ejercicio de su autoridad y la imposibilidad fuera reconocida por la Cortes Generales, entrará a ejercer inmediatamente la Regencia el Príncipe heredero de la Corona”.

Uno de nuestros contertulios habituales es Daniel Rodríguez Rodero, opositor a  poeta y a notarias, que de la letra de la ley se las sabes todas. “No cantes victoria, Martín, ese artículo está previsto para si el rey tiene una grave enfermedad, como ocurrió con Franco y el entonces Príncipe de España. La reconocerían los médicos y el congreso se limitaría a ratificarla. Es absurdo pensar que la iniciativa pueda partir de un congreso escandalizado por los negocios irregulares del monarca. Lo redactores de la Constitución se la cogieron con papel de fumar y no escribieron ‘fuere inhabilitado’ sino ‘se inhabilitare’, una forma reflexiva que indica que él mismo tiene que reconocer su incapacidad”. “Y si tras un accidente queda en coma, ¿cómo va a reconocerla?”, “Entonces lo hace el equipo médico habitual”, “Esa forma verbal puede ser reflexiva o impersonal, sin indicar el sujeto. Si el rey incumple la Constitución y las leyes que ha jurado cumplir y hacer cumplir, queda incapacitado para sus funciones y deber ser inhabilitado por el congreso. Y si no lo hace se convierte en cómplice”, “Pero Juan Carlos no juró la constitución para ser rey —ya lo era por voluntad de Franco—, simplemente la acató”, “Acatarla es aceptarla en todos sus puntos, también en el de cumplir las leyes. No está por encima de ellas. Si no las cumple, al margen de la cuestión de si está sujeto o no al código penal, se inhabilita como jefe del Estado”.

Martes, 5 de abril
ÁNDATE CON TIENTO

“Estás obsesionado con el rey desterrado, Martín, pero no te he visto indignarte con las matanzas de Bucha, como toda persona decente”, “En cualquier guerra hay muertos, de eso no hay duda, por eso yo estoy en contra de todas las guerras. Si en Bucha ha habido masacres, genocidio, crímenes de guerra, eso es algo que habrá de investigar una comisión independiente dirigida por la ONU. No basta con lo que diga una de las partes. ¿Sabes por qué detuvieron y luego asesinaron al periodista Luis de Sirval en el Oviedo de 1934? Había llegado a Asturias para informar sobre la revolución de octubre, ya abortada cuando él llegó. Se hospedaba en una fonda en la que también se alojaban huéspedes del hotel Europa, incendiado durante la lucha. La mesa era común y allí Sirval conversaba con otros comensales. En la prensa se daba cuenta de las atrocidades de los revolucionarios: curas descuartizados y puestos en venta, hijos de guardias civiles con las cuencas vacías, monjas asesinadas y luego violadas. Sirval desmentía tales infundios. Incluso contó que a un cura que el ABC daba por descuartizado y vendido en una carnicería él lo había entrevistado el día antes. Eso bastó para que fuera denunciado, encarcelado, asesinado por los legionarios que estaban allí para imponer el orden al margen de cualquier ley”, “Pues ten cuidado no vaya a entender alguien que te pones del lado de Putin y, asesinarte no, pero expulsarte de tu trabajo, no dejarte publicar en ninguna parte, acribillarte en las redes sociales, eso sí”, “¡Pero si yo solo quiero informarme antes de opinar!”, “Ándate con tiento, que no es momento de escrúpulos sobre lo que es verdad y lo que no. Lo único que importa, ya lo dijo Pedro Sánchez, es colocarse del lado correcto de la historia”.

Jueves, 7 de abril
RECUENTO

Sin ser un poco inconscientes, sin olvidarnos de la espada de Damocles que pende sobre nuestras cabezas, ¿cómo podríamos vivir?

            De vez en cuando, me gusta hacer recuento de los cotidianos instantes de felicidad que soy capaz de arrebatar a la negrura del tiempo.

            Un libro recién llegado que parece escrito solo para mí y que comienzo a leer con un café y un vaso de agua en Noor o en Los Porches.

            Un paseo solitario por los alrededores, escuchando distante el mugido de las vacas y muy cerca los pájaros cantores, con la ciudad al fondo emborronada por la niebla, atento a las florecillas del camino.

            Un rato de charla —presencial o virtual— con buenos amigos, siempre empeñado yo en tener la razón (y teniéndola casi siempre).

            En el parque infantil, al lado del colegio Novo Mier, mientras Yara abre los ojos asombrada ante tantos enigmas multicolores y Martín hace circenses malabarismos en el tobogán o en los columpios.

            Preparar algo sencillo y cenar solo, pero en la mejor compañía.

            Dormir de un tirón para despertar como un recién nacido a la maravilla del mundo.        

 

 


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