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Elogio de la cordura: Miedo y esperanza

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Sábado, 8 de enero
MUCHAS GRACIAS

Comencé a comentar libros de manera regular allá por 1975. Desde 1988, lo hago todas las semanas, sin faltar una. ¿Cuántos libros habré reseñado? Calculando por lo bajo, unos diez mil. Como siempre hablo sin contemplaciones, como siempre llamo al pan pan y al memo memo (bueno esto último solo lo doy a entender,  procuro guardar las formas), pues me habré ganado, si no otros tantos enemigos, sí al menos unos cuantos cientos. Hasta ahora, cruzo los dedos, no ha habido atentados personales. Tampoco he tenido que batirme en duelo, como Clarín, porque es una costumbre en desuso. Pero de vez en cuando estalla el rencor acumulado. Ayer y hoy han sido unos días muy entretenidos al respecto. Reseñé Tiempo de paz y de memoria, un libro colectivo coordinado por la profesora Remedios Sánchez, y al poco la paz literaria saltó por los aires. Publicó en Facebook una airada réplica y de inmediato llovieron las adhesiones. Yo ni leí su réplica ni ninguno de los comentarios que suscitó, pero casi me fue transmitido todo el ajetreo en directo. “¿Has visto lo que dice de ti Remedios Sánchez? ¡Te llama machista y defensor del heteropatriarcado!”. “Pues qué bien”. “Martín, te aviso que te están vapuleando en Facebook. ¿No vas a replicar?”. “Ni siquiera voy a asomarme a ver qué pasa”. “Mejor, mejor, sufrirías bastante”. “No lo creo, pero tengo maneras más agradables de perder el tiempo”. “La peor de todos es una poeta de tu pueblo. Cuánto odio. ¿Qué le has hecho?”. Y así todo el día de ayer y el de hoy. Y yo, sin sentir la menor curiosidad de asomarme a esos humanos desahogos. Mañana ya todo se habrá desvanecido y las moscas que acudieron al hedor del pastel de rica miel que en Granada depusieron contra mí andarán por ahí revoloteando ahítas y dispersas.

            No solo no me molesta este intento de linchamiento virtual, si no que mi vanidad lo interpreta como un homenaje. Parece que lo que yo digo, algo cuenta, aunque solo sea en el submundo poético. Muchas gracias, Remedios, por animarme a seguir en la labor.

 

Domingo, 9 de enero
EN EL PALACIO REAL

Siempre me han fascinado los caserones llenos de recovecos, sótanos, escaleras que llevan a ninguna parte, estancias clausuradas. Desde que leí La de Bringas, he estado obsesionado por los entresijos del Palacio Real: “Ciento veinticuatro escalones tenía que subir don Francisco por la escalera de Damas para llegar desde el patio al piso segundo de Palacio, piso que constituye con el tercero una verdadera ciudad, asentada sobre los espléndidos techos de la regia morada. Esta ciudad, donde alternan pacíficamente aristocracia, clase media y pueblo, es una real república que los monarcas se han puesto por corona”. Cuando el narrador va a visitar a don Francisco Bringas, se pierde en aquel laberinto. Un cancerbero les había dicho: “Tuercen ustedes a la izquierda, después a la derecha. Hay una escalerita que sube, luego otra que baja…”

Echan a andar por un pasillo de baldosines rojos, que más parecía calle o callejón, alumbrado con mecheros de gas; de vez en cuando se encontraban una especie de plazoletas inundadas de luz que entraba por grandes huecos abiertos al patio. Había también pasadizos y túneles y puertas, muchas puertas de cuarterones, unas recién pintadas, descoloridas y apolilladas otras, numeradas todas, pero en ninguna parte veían el número que estaban buscando.

            ¡Qué escenario más fascinante para una historia de terror esos altos de Palacio! Yo daría cualquier cosa por poder visitarlos. Hoy, por fin, he podido asomarme, al menos en fotografía, al domicilio de don Francisco Bringas.

            Del palacio Real conozco lo que se enseña a las visitas, que es lo que menos me interesa. También he tenido ocasión de comer alguna vez en al comedor de gala que María Cristina hizo construir sobre lo que habían sido habitaciones particulares de la reina Mercedes, y de tomar café en el salón chino. ¡Cómo me habría gustado escabullirme entonces y buscar la escalera de Damas y ascender hacia aquella galdosiana ciudad escondida en lo alto! A punto estuve en uno de esos almuerzos de acercarme a la reina, que conoce bien a Galdós, y solicitar su intercesión para que me dejaran visitar lo que no se muestra del palacio.  

            Un reportaje publicado hoy me aclara el misterio. El palacio Real, en lo que no es museo o escenario para las ceremonias oficiales, se ha convertido en un bloque de oficinas. Todo lo llena la burocracia de Patrimonio Nacional. El apartamento de Francisco Bringas lo ocupa José Luis Sancho Gaspar y yo lo veo lleno de estanterías y legajos. Pero se conserva la distribución: entrada, sala, gabinete, cocina. No había baño, el baño era compartido, como en las corralas. También compruebo que lo que fue el vestidor de  Alfonso XIII está lleno de carpetas.

            Qué poco respeto por la historia privada, tan importante como la gran historia. Yo sacaría a todos los burócratas del palacio Real y reconstruiría lo más fielmente posible lo que fueron las habitaciones particulares de los reyes y las de los nobles que los acompañaban y las de la servidumbre que habitaba los altos. También, por supuesto, las del último jefe del Estado que residió en este lugar, Manuel Azaña. Y las cocinas y los baños y toda la intendencia. Los techos de Tiepolo y las cornucopias doradas están muy bien, pero a mí no me interesa menos poder asomarme a la vida privada de las personas de otro tiempo.

Lunes, 10 de enero
A MAL TIEMPO

----Qué mal lo debes estar pasando, Martín. Tú que eres un hombre tan rutinario

----No te creas. Yo soy un poco como Groucho Marx. ¿Que no le gustan mis principios? No importa, tengo otros. ¿Que alteraran todas mis costumbres? Pues enseguida me invento otras. A mi no ven van a desequilibrar, como a tantos, los disparates de ninguna autoridad político-sanitaria. Tengo mucho defectos, pero no los tengo todos. Descuidar mi salud no se encuentra entre ellos. Ni desaprovechar la más mínima brizna de felicidad.

Martes, 11 de enero
LA BROMA INFINITA

He decidido no hablar más de esta “drôle de guerre” que estamos viviendo (vamos ya por el Tercer Año Triunfal). Mis lectores habituales se quejan, dicen que ya está bien de darles la tabarra. Pero ocurre que tengo la costumbre de leer todos los días el Boletín Oficial de Sánchez, Pfizer y Moderna (más conocido como El País) y es difícil pasar de la primera página sin decir nada. En la de hoy leo: “La industria busca una protección para todo coronavirus. La carrera por una vacuna a prueba de variantes”. Leo la noticia, y en ella se nos informa de que varios laboratorios están buscando una vacuna que nos proteja de las nuevas variantes del coronavirus como la ómicron. Cualquier persona, deduce de esa información (y del hecho de que todos los contagiados que conoce estén vacunados) que las actuales vacunas (preparadas para otra variante) han quedado obsoletas.  Lo lógico sería destruirlas y esperar a las nuevas. “¿Pero cómo vamos a tirarlas –parece que se dicen las autoridades político-sanitarias-- con lo que nos han costado?”. Y siguen chantajeando (lo que podría ser constitutivo de delito) a los pocos que aún no se han vacunado para que se vacunen y quieren vacunar a todos los niños… que no necesitan ni esta vacuna ni las que se puedan inventar. Como no pueden negar ese hecho, dicen que los vacunan… ¡para proteger a los abuelos! Y se quedan tan anchos. Bueno, sacrificar niños para propiciar a los dioses es una tradición antigua.

            No sigo, que no quiero hablar de estos temas. “Estas obsesionado, Martín”, me dicen los amigos. “Quizá es solo que ese otro virus que acompaña al coronavirus, y que afecta a la inteligencia de las personas, a mí parece que no me ha afectado”.

Miércoles, 12 de enero
LA CONSPIRACIÓN DEL SILENCIO

La inmortalidad ya no es lo que era, lo sé de sobra. Los libros tienen una vida precaria en las librerías y pronto pasan a un cuarto oscuro del que no saldrán jamás, salvo contadas excepciones. Pero yo sigo escribiendo como si fuera a ser leído hoy, mañana y dentro de cien años. Los primeros escritores que admiré estaban todos muertos: Galdós, Unamuno, Machado, Ortega. Había una excepción, Azorín, del que cuando tenía doce años me regalaron una novela suya muy menor, El escritor (me la regalaron porque a esa edad me pasaba el día escribiendo), pero pronto dejaría de serlo. Por entonces no había escritores de literatura juvenil que visitaran los colegios. El tipo de escritor que yo quería ser escribía no solo para sus contemporáneos, sino para los que habían nacido mucho después que él. Ahora sé que los escritores que perduran, salvo raras excepciones, ya fueron admirados en vida. Lope fue siempre el gran Lope y lo mismo Galdós o Lorca. Y no digamos Virgilio, Goethe o Borges. La posteridad quita de su sitial a alguno (Pereda competía con Galdós, Palacio Valdés oscurecía como narrador a Clarín), pero no levanta a nadie a no ser que haya muerto muy joven, como Keats y otros poetas románticos, o se haya mantenido inédito, como Dickinson o Pessoa.

            Cuento estas cosas en la tertulia virtual de los miércoles y se ríen un poco de mí. “No escoges mal la gente con la que compararte, no”, dice Abelardo Linares.

            ----Pues esa es la gente con la que me gustaría compararme, qué le vamos a hacer. La falsa modestia nunca ha sido mi fuerte. Ni la hipocresía. Y sigo escribiendo para los lectores de hoy y para los de mañana, aunque los de hoy sean pocos y los de mañana más que dudosos. Todavía tengo enemigos ingenuos que, de vez en cuando, arremeten contra mí en público. Nunca se lo agradeceré bastante. Los otros, los que tienen alguna influencia, saben que el mejor arma es el silencio. Hice crítica algún tiempo en El Cultural. Me fui porque no estaba muy de acuerdo con que, si yo era el crítico de poesía, el libro de la semana lo escogiera la directora sin haberlo leído. Así se hace en todas partes, ya lo sé. El libro de la semana, que ocupa la portada de los suplementos culturales, no es más que el lanzamiento de la semana y la crítica una forma de publicidad. El caso es que lo dejé y desde entonces mi nombre no volvió a aparecer jamás en ese suplemento, ni aunque se hablara de un libro colectivo en el que yo participara. No es un único caso. El único estudioso de Ángel González vetado en la cátedra Ángel González soy yo, y todo por ponerle algunos reparos a los libros de su directora (que, por cierto, no financia la cátedra con su dinero).

            ----No te quejes. Tienes lo que te has buscado.

            ----No me quejo. Estoy muy bien donde estoy. Una infancia pobre es una riqueza que no se agota nunca, dijo Nanni Moretti. Como puedo vivir con muy poco, desde que comencé a trabajar –a los veintiún años--  he tenido más dinero del que necesitaba. Y soy tan vanidoso que nunca he precisado del elogio ajeno (aunque me guste y lo agradezca),, Siempre he sabido quién soy, siempre he sido consciente de lo que valgo, poco o mucho, según con quien me compare. Nada si lo hago con quien me gustaría compararme. Ya sabéis, mis primeros ídolos: Unamuno, Galdós, Machado.

Jueves, 13 de enero
GRACIAS

Cómo se agradecen los pequeños detalles, la bondad que quiere pasar inadvertida. Desde fuera, y con tantos problemas como hay en el mundo, los míos parecen insignificantes. Me han expulsado de casi todos mis rincones de trabajo, me han convertido en un paria en mi propio país y sin motivo alguno y con escasa o nula cobertura legal. Eso es lo que más me ofende, que hayan convertido la democracia española, que tanto costó traer, en una democracia con apellido, como la democracia orgánica o la democracia popular: la democracia sanitaria, en lo que todo vale solo con apelar a que pueden llegar a faltar camas en los hospitales.

Pero en la cafetería donde leo por las tardes de siete a ocho piden con desgana el pasaporte a todo el mundo y apenas lo miran (como quien cumple una incómoda obligación), pero a mí no. Si lo hicieran, me habría dado la vuelta. Salgo a la calle con papeles falsos, como un emigrante ilegal, pero no soy capaz de mostrarlos. Cada uno es como es. Nunca olvidaré esa delicadeza de dejarme pasar para que me siente solo en la larga mesa y abra el libro de la tarde –siempre distinto del de la mañana-- sin ponerme en un aprieto. Yo no digo su nombre para no ponerles en un aprieto. Algún día podrá decirlo. Ahora solo puedo decir gracias, de todo corazón.

Viernes, 14 de enero
YO NO

¿Saldremos de esta? Quizá sí, pero sin prisa ninguna. Ya leo que quieren tratar como una enfermedad más lo que convirtieron en una plaga bíblica. “No hay que apresurarse”, advierten los timoratos a los sensatos.

No sé si saldremos de esta, pero sé que yo, si salgo (me quedan menos de treinta años para cumplir cien, el tiempo se acaba), lo haré con la satisfacción de no haber estado ni entre los autores del disparate –cómo se han lucido los líderes de la Unión Europea-- ni entre sus sumisos súbditos convertidos en cómplices.


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