Quantcast
Channel: Café Arcadia
Viewing all articles
Browse latest Browse all 706

Elogio de la cordura: Yo, perro judío

$
0
0

  

Sábado, 1 de enero
EL HUEVO DE LA SERPIENTE

A pocos kilómetros del pueblo en que nací y pasé mis primeros años, Aldeanueva del Camino, hay otro con el que desde siempre ha mantenido una relación de rivalidad. El insulto favorito de los niños de Aldeanueva cuando nos peleábamos con los de Hervás era llamarlos judíos y repetir un dicho que habíamos oído a nuestros padres: “En Hervás, judíos los más”. Y ellos nos replicaban de inmediato: “Y en Aldeanueva, la judiá entera”, esto es, la judiada, la judería entera. Han cambiado los tiempos y el pasado judío de Hervás ya no es un baldón, sino un orgullo y uno de sus principales atractivos turísticos.

             Cuando leí a Américo Castro, que encontraba antecedentes semitas en la mayor parte de las grandes figuras del siglo de Oro, de Santa Teresa a Fray Luis, de Fernando de Rojas a Cervantes, me obsesioné con investigar entre mis antepasados a ver si encontraba huellas de sangre judía. No encontré nada, y bien que lo sentí, y más cuando me enteré que mi admirado Pessoa descendía de judíos portugueses.

            Pero también la verdad se inventa. Y quizá por eso uno de los momentos más emocionantes de mi vida fue aquella tarde, al comienzo del Sabbat, en que me acerqué por primera vez al Muro de las Lamentaciones. Sentí entonces en lo más profundo de mi corazón que yo era uno de ellos.

            Se puede cambiar sinceramente de religión, pero no se cambia tan fácilmente de costumbres. Teresa de Jesús se aficionó a leer porque su madre leía, algo que los cristianos viejos tenían por un desdoro (ya se sabe, como dicen unos versos de la época, que los libros “llevan a los hombres a la hoguera / y a las mujeres a la casa llana”, esto es, al prostíbulo). Yo nací en una casa sin libros, pero a los tres años ya sabía leer –sin que nadie me enseñara-- y desde entonces no he dejado de hacerlo. En la biblioteca escolar había muy pocos libros. Antes de que emigrara a Asturias –primero vino solo mi padre, luego se trajo a la familia--, a los nueve años, ya los había leído todos. El maestro, muy preocupado, avisó a mi madre: “Tanto leer no puede ser bueno”. Ella se encogió de hombros: “Si eso es lo que le gusta…” . El maestro era cristiano viejo (creo que también falangista). Mi madre, quizá no.

            También desde muy niño he sido aficionado a discutirlo todo. Debía de tener seis o siete años cuando demostré la inexistencia de los Reyes Magos por un razonamiento lógico. “¿Cuándo me dejarán los juguetes los Reyes?”, “Esta noche, mientras duermes”, ¿Y a los niños de Hervás, si hay alguno que haya sido bueno?”.. “También esta noche”. “¿Y a los de Madrid?”..” También”- “¿Y a los de Barcelona?”. “No seas pelma, hijo, esta noche les dejan juguetes a los niños de todo el mundo”. “¿Y cómo pueden estar en tantos sitios a la vez?”. “¡Y yo qué sé! Son magos. ¡Qué preguntas hace este niño!”

            Muchas veces discutí con mi maestro, mi mejor maestro, don José Ramón, que a punto yo de cumplir diez años, les dijo a mis padres que debía estudiar y que él se encargaría de prepararme para el examen de ingreso del bachillerato y de solicitar una beca. Don José Ramón era el único maestro (había también una maestra) en aquel barracón improvisado en Valliniello, al lado mismo de Ensidesa --jugábamos durante el recreo entre residuos tóxicos--, donde se amontonaban cerca de cien niños (nos dividió en dos turnos, daba clases mañana y tarde cobrando un solo sueldo) llegados de todos los puntos de aquella España famélica y miserable.

            Don José Ramón tenía mucha paciencia conmigo cuando yo le discutía la solución de alqún problema de matemáticas (de esos de pensar, que eran lo que me gustaban) o mi obsesión favorita:  si los franceses eran los malos en la Guerra de la Independencia, los españoles no podían ser los buenos en la guerra de Marruecos.. “A veces me haces pensar en cosas en las que nunca se me había ocurrido pensar”, me dijo una vez y ahora lo recuerdo con orgullo. Le volví a ver, ya pasados los noventa años, pero con su inteligencia intacta en un encuentro en el Atrio que preparó mi añorado José Manuel Feito. “Usted fue mi mejor maestro”, le repetí. “Ya te lo he leído. Muchas gracias. Y tú fuiste uno de mis mejores alumnos”, me dijo sonriendo con ironía porque sabía que yo esperaba que dijera que había sido su mejor alumnos. “Tuve alumnos muy buenos –aclaró--. Tuve esa suerte”. Y me habló de algunos de ellos.

            Todo lo que soy se lo debo en buena parte a él. El instituto estaba lejos, no había autobús. Me recuerdo, niño de diez años, caminando unos cuantos kilómetros, en el frío del invierno y antes de amanecer cruzando el puente Azud, con la cartera y la tartera de la comida. Había clases mañana y tarde, pero el Carreño Miranda no tenía comedor. Los que vivíamos lejos llevábamos nuestra comida. Luego fueron siguiendo el mismo camino mis cuatro hermanos. Mis padres no habían acabado la escuela, pero todos sus hijos fueron a la Universidad y tres de ellos se doctoraron. Eso me parece muy judío.

            ¿Pero por qué cuento yo ahora de esto?  Uno de mis frases favoritas (yo soy muy de hacer frases) dice: “Nunca hablo de mis humildes orígenes. No me gusta presumir”.

            Hablo porque de pronto me he sentido extranjero en mi tierra. A poco de llegar Hitler al poder, hubo manifestaciones contra él en varias ciudades del mundo y se pidió que se decretara el boicot económico a Alemania. Hitler respondió boicoteando los comercios de los judíos. Durante un día nadie entró a comprar en ellos. Ni siquiera los clientes habituales, los amigos de toda la vida. De un día para otro, el mundo cambió para medio millón de alemanes. Algunos intuyeron lo que se avecinaba y emigraron, otros no lo hicieron porque no pudieron o porque pensaban que no era para tanto. El partido comunista todavía era legal, el holocausto no estaba en la mente de nadie, ni siquiera en la de Goebbels.

            El día en que, sentado en la misma mesa de Los Porches en que me sentaba desde hacía cuarenta años, el camarero se negó a servirme el café si no le demostraba que era ario, que no era judío, esto es que tenía el pasaporte Covid, el mundo cambió para mí. Alguien había comenzado a empollar en Asturias el huevo de la serpiente. Y basta con que dejemos que asome su lengua bífida para que no haya marcha atrás.

Domingo, 2 de enero
PATRIA QUERIDA

Un estudiante chino, que pasó algún tiempo por la tertulia, se enfadaba cuando le confundían con un japonés. “En mi país hay muchos locales con un cartel que pone: Se prohíbe la entrada a perros y japoneses”, decía. En mi Asturias, patria querida, acabo de tropezar con un bar en el que un cartel advierte: “Se prohíbe la entrada a perros y no vacunados”.

Lunes, 3 de enero
DELINCUENTE FRUSTRADO

Hoy me iba a convertir por primera vez en un delincuente. Hoy iba a incumplir por primera vez deliberadamente una ley. Una ley, por cierto, que muy dudosamente es una ley, que no es más que una resolución de la consejería de Salud del Principado de Asturias que viola nada menos que la Constitución española y vulnera los derechos humanos. Pero aún así no fue incapaz de incumplirla. Está claro que no valgo para político ni menos aún para jefe del Estado español (que puede hacer de su capa un sayo y pasarse el código penal por debajo del puente colgante, según los fiscales y los “expertos” constitucionales). El delito que estuve a punto de cometer es muy menor, cualquiera se reiría de mis escrúpulos.

            ---Tú, que has estado en las cárceles de la democracia orgánica, la de Franco, ahora me sales con esas, Martín, no te puedo creer.

            ---Cierto, estuve siete días con sus siete noches incomunicado en una celda de la Dirección General de Seguridad, tres meses en cárcel de Carabanchel en la galería de los presos más peligrosos, seis meses en libertad provisional, teniendo que presentarme cada semana en el gobierno militar. ¿Algo habría hecho? Nada. Cuando el caso pasó de la justicia militar al Tribunal de Orden Público, lo primero que hizo el juez fue sobreseer el caso. Volví a mi trabajo (estaban en suspensión de empleo y sueldo), me pagaron los haberes de esos meses y en mi expediente figuran como si hubiera trabajado. Ningún delito, ni por acción ni por omisión, ni siquiera de opinión (entonces estudiaba y trabajaba y no tenía tiempo para ninguna actividad política).

            ----¿Y te torturaron, Martín?

            ----Me reservo mi opinión. Aún recuerdo las palabras que me dijo un sonriente inspector, o lo que fuera, la primera vez que entré en la sala de interrogatorios: “Compórtate, tío, que parece que te vas a cagar de miedo. Aquí no se tortura a nadie, eso son inventos de los comunistas, aquí con un par de hostias bien dadas todos cantan la tarara”.

            ----¿Y tú cantaste?

            ----Yo no delaté a nadie, lo cual no tiene mucho mérito porque no tenía a nadie a quien delatar. Más mérito tiene que me negara a firmar una declaración amañada en las que acusaba a personas que solo conocía de nombre. Pero estas son batallitas que tienen que ver con aquella democracia orgánica. Lo que importan ahora son las que tienen que ver con esta democracia sanitaria que nos ha caído encima. Entre los perseguidos siempre se crean redes de solidaridad. Nada más publicarse la disparatada disposición de la consejería de Salud, me llegaron varias listas de cafés y restaurantes donde se negaban a solicitar el pasaporte. Y, más importante, tres desconocidos solidarios me enviaron su pasaporte. Uno de ellos, compartía conmigo nombres y apellidos (lo comparte más de uno en Asturias, así que no delato a nadie), son las ventajas de tener un nombre tan vulgar. Una amiga, católica practicante, me envío textos de Santo Tomas y de toda la jurisprudencia cristiana que avalaba el negarse a cumplir leyes injustas. Lo tenía todas a mi favor. Paseaba bajo la lluvia, estaba empapado, necesitaba ir al servicio, vi a través del ventanal una cafetería iluminada y calentita y con solo un cliente en la barra. Trato de entrar. “¿Tiene usted el pasaporte Covid?”, me gritó el camarero. “Sí”, le dije. Saco el teléfono del bolsillo, pero antes de enseñárselo me di la vuelta y seguí caminando bajo la lluvia.

            Cada uno es como es. Qué le vamos a hacer. Yo no podría ocupar nunca el cargo de consejero de Salud del Principado de Asturias. Me moriría de vergüenza antes de firmar ciertas disposiciones que solo sirven para chantajear a los ciudadanos (“vacúnate, hombre, que contagiarte podrás contagiarte igual –esta maldita Ómicron--, pero por lo menos podrás ir al cine y tomarte una cervecita a cubierto”), o solo con dar una vuelta –lo que debería ser mi obligación-- por los Centros de Atención Primaria. Sé de qué hablo: acompañé el otro día a una amiga durante las horas que tuvo que esperar bajo la lluvia antes de que la malatendieran en el Centro de Salud de Pumarín y tuve ocasión de escuchar muchas historias..

Martes, 4 de enero
SOBRE TODO

De pronto me viene a la memoria un verso de Marina Tsvietaieva, glosado por Eugénio de Andrade: “Todos los poetas son judíos, / todos marcados / por una estrella negra, / sea rosa o amarilla”.

            Todos los marginados, maltratados,  excluidos, todos los chivos expiatorios son judíos. Sean homosexuales, negros, inmigrantes o no vacunados, sean hombres o mujeres o ambas cosas o ninguna de ellas, sean asturianos o palestinos. Sobre todo si son palestinos.

Miércoles, 5 de enero
EN CASO DE NECESIDAD

No estoy yo muy seguro de que, a pesar de todo, no acabe cometiendo un delito. Leo el nuevo tomo del diario de José María Souvirón en una cafetería cercana a casa, disfrutando feliz como en los buenos tiempos de este apacible rincón de mi biblioteca. La camarera no me ha pedido ningún pasaporte al entrar. Pero sí se lo pide a una señora mayor que se levanta de su mesa de la terraza y entra preguntando por el servicio. “¿Tiene usted pasaporte?”, “Sí, pero me he olvidado el teléfono en casa”, “Pues entonces no puede pasar”.  “¿Pero por qué se lo pide a ella si no me lo ha pedido a mí?”, le digo. “Es que a veces me olvido, que una no puede estar en todo, para quinientos euros que me pagan”.

            La democracia sanitaria es tan democracia como la democracia orgánica o la democracia popular, Resulta bastante menos sanguinaria, pero en compensación es bastante más ridícula. Me reconforta tener en el bolsillo, aunque no lo haya usado nunca, el teléfono con el pasaporte de otro José Luis García Martín. A veces compro un libro y buco un lugar donde sentarme inmediatamente a leerlo. Antes, tras salir de Cervantes, lo hacia en Los Porches, a donde quizá no vuelta jamás, ahora lo hago en una terraza. ¿Y qué pasa si de pronto siento una urgencia diurética, algo muy propio de cierta edad? ¿Tendría que buscar una esquina o arrimarme a un árbol como un perro? Aunque eso sea lo que soy para las autoridades del Principado (con el aval del Tribunal Superior de Justicia, no lo olvidemos), prefiero incumplir la ley y entrar en la cafetería en busca del servicio a morirme de vergüenza. Porque los perros no vacunados, los perros judíos, todavía somos humanos y sentimos dolor y vergüenza. Vergüenza ajena, sobre todo, señor Pablo Ignacio Fernández Muñiz, todavía consejero de Salud del Principado de Asturias. Cuando no se sabe qué hacer para frenar una cadena de contagios desbocados a pesar de las vacunas, se dimite y se deja el sitio a otro que sepa hacer algo, pero no se hace el ridículo ni se maltrata a ningún ciudadano.

Jueves, 6 de enero
RÍNDETE

Después de una maravillosa mañana de Reyes, acompaño a Yara, a Martín, a sus padres y a unos amigos, con sus tres niños, a la puerta del restaurante (un Burger King, por cierto, que no están los tiempos para muchos despilfarros). Allí los dejo, yo no puedo acompañarles. Cuando salgo del Coviran, a donde he entrado para comprar algo y comer a solas, me encuentro con un amigo.

----Desengáñate, Martín, no patalees más, acomódate como todos. Esto va a durar más que la guerra de los treinta años. Las vacunas que, hace unos meses parecían la solución, ahora son el problema. Si la pandemia remite y se convierte en una especie de gripe que nos visita todos los años, se acaba el negocio de las Pfizer y las Modernas, un negocio tan suculento que deja en calderilla las ganancias de Pablo Escobar, y completamente legal, con dinero que no necesita ser blanqueado para sanear las arcas del Partido Demócrata en Estados Unidos y centros de investigación en todo el mundo que avalen la necesidad de vacunar a todo el mundo, niños y no natos incluidos. La diferencia entre vacunar cada año a los que lo necesitan –pongamos que un veinte por ciento-- y vacunar a toda la población dos o tres veces al año es tan inconmensurable que no van a dejar que se les escape el negocio. Haz como yo, Martín, tápate las narices ante el hedor, y da tu brazo a torcer. Por cierto, no sé si te dije, que he dado positivo. Pero yo, como estoy vacunado, puedo contagiarme, no sentir ningún síntoma, o sentirlos y tener que ir al hospital sin que nadie me eche en cara nada. Pero imagínate que el que te contagias eres tú (también los no vacunados pueden contagiarse, aunque sea poco probable si toman las precauciones elementales), entonces te pondrán en la picota de los periódicos, se burlarán de ti, incluso es posible que te impongan el copago de los gastos sanitarios. Vacúnate y podrás volver al cine. Esto va a durar. No creo que los que tenemos más de veinte años nos libremos de la obligación de usar mascarillas cuando son y cuando no son necesarias ni de vacunarnos cada cuatro o seis meses. No puedes hacer nada, la mayoría lo acepta agradecida. Prefieren morir de cualquier cosa a dar positivo, aunque sea asintomático. No podemos hacer nada. Tardará en pasar, pero pasará esta pandemia de estupidez colectiva. Mientras tanto, carpe diem, humíllate lo imprescindible y vive de la mejor manera posible”.

Viernes, 7 de enero
SIN COMENTARIOS

El gobierno de Asturias toma medidas –véase el BOPAdel 27 de diciembre de 2021-- que ofenden la inteligencia y la dignidad de los asturianos, pero la mayoría de los asturianos no se sienten ofendidos

 


Viewing all articles
Browse latest Browse all 706

Trending Articles