Sábado, 24 de abril
EL DEDO SOBRE EL MAPA
Como en la adolescencia, vuelvo a viajar con el dedo sobre el mapa o con una de esas invitaciones que me salen al paso en las librerías de viejo. En 1940, mal año para andar por esos mundos, Antonio Pérez de Olaguer da su segunda vuelta al mundo. Yo entretengo mis melancolías acompañándole. “¿Qué nos reserva el porvenir?”, se pregunta. “Realmente, después de viajar en uno de estos enormes Savoias, todo puede esperarse. Dentro de cincuenta años se navegará por el aire como hoy se surca el mar. Habrá grandes trasatlánticos aéreos capaces para unos cuantos miles de personas. Este Savoia en que viajo transporta cómodamente a treinta pasajeros. Cada uno de ellos tiene, aparte de un holgado espacio para moverse, su mesita de escritorio para que, durante el viaje, si es financiero, pueda trazar sus números, y si es poeta pueda tejer sus versos. El ancho pasillo permite pasearse y los amplios ventanales asomarse al exterior, como a un balcón, y contemplar el paisaje sin par de las nubes y del sol y del azul, y, allí abajo, el contorno en dilatada perspectiva de la tierra y el mundo, tan pequeños”. Tras una hora de vuelo desde Roma, el avión desciende en la ciudad marítima de Ancona, donde ha de tomar un hidroavión que lo lleve a Trieste: “Al contrario del Savoia este ‘Hidrovolanti Bimotore Machi MC 94’ es menudo y entrometido. Parece, todavía en el puerto, juguete de las olas revueltas; y en el aire da la impresión de un gorrión, joven y audaz, que gusta de aventuras de vuelo con inconsciencia de adolescente”.
Con inconsciencia de adolescente, me subiría yo a ese hidroavión que revolotea sobre las olas, me asomaría a esos amplios ventanales del soñado Savoia para contemplar desde lo alto las tempestades de un mundo en guerra.
Domingo, 25 de abril
PUDIERA SER
Los listos, los triunfadores --no digo las grandes farmacéuticas para que no me apedreen por negacionista-- encuentran primero la solución y luego crean el problema.
Lunes, 26 de abril
UN GUION ORIGINAL
Me entero de que Una joven prometedora, la impactante película de Emeral Fennell que ayer vi en el cine, ha ganado el Oscar al mejor guion original y sonrío al recordar una pequeña pifia en la que nadie parece haber reparado. Una compañera en la universidad de la protagonista, arrepentida, le entrega el vídeo que se grabó durante una etílica fiesta, con violación incluida, y que anduvo circulando entre los participantes. El hecho ocurrió hace siete años y ella se lo pasa en su teléfono de entonces. “Guardo todos mis teléfonos viejos –le dice--, para conservar las fotos”. Nos parece que no hemos oído bien. ¿No se le ocurre que el vídeo puede enviarlo por correo o por Whatsapp? ¿Cómo lo recibió ella? ¿Le entregaron también un teléfono? ¿Y no ha oído hablar de la obsolescencia de la tecnología? ¿Sigue funcionando un teléfono que dejamos de usar hace años? ¿Alguien usa los teléfonos viejos como álbum de fotos? ¿Ha oído hablar de la nube Emeral Fennell, directora y guionista? ¿Nadie más que yo se fija en esos pequeños detalles que dan verosimilitud a una historia?
Martes, 27 de abril
COSAS DE LA EDAD
“No hay monumento de civilización que no sea un monumento de barbarie”, escribió Walter Benjamin. En la reciente edición facsímil de Tobogán, revista de las postrimerías del ultraísmo en la que la vanguardia apenas si se limita a la estética de la cubierta, tropiezo con unas “Nuevas notas sobre don Juan”, de Gregorio Marañón, puro disparate, como casi todo lo que escribió este benemérito sabio sobre las diferencias entre hombre y mujer (baste un ejemplo: la mujer se caracterizaría por “su simplicidad amorosa y su ideal monogámico”) y me golpea en la cara uno de los aforismos que firma Antonio de Hoyos y Vinent: “Cuando para una entrevista de amor hacemos muchos preparativos, no es que deseemos, es que aspiramos a que nos deseen a nosotros. Cuando un hombre desea realmente a una mujer, la tumba sin preparativo ninguno”.
Esto se escribía en 1924, pero hace solo cinco o seis la protagonista de Una joven prometedora sería una loca vengativa dispuesta a amargar el futuro de unos buenos chicos que se habían pasado un poco –cosas de la edad-- en una fiesta universitaria.
Miércoles, 28 de abril
MENUDA EMPANADA
En la tertulia virtual de los miércoles, tenemos una sección que se titula “La trituradora”, Llevamos un poema de un autor conocido, no decimos su nombre, y lo leemos con una mínima exigencia crítica. Algunos, pocos, resisten; la mayoría se desmoronan y no nos queda en las manos ni un verso indemne. ¿Qué ocurriría si aplicáramos el mismo criterio al trato que los diarios serios dan a la actual situación sanitaria? Se me ocurre hacer la prueba con uno que firma hoy Antonia Laborde, corresponsal el Washington de El País. “Estados Unidos permite a los vacunados no llevar mascarilla al aire libre”, dice el titular. La noticia se amplia en la primera frase: “Estados Unidos anunció ayer que las personas completamente vacunadas –es decir, transcurridas dos semanas del último pinchazo-- no están obligadas a llevar mascarilla al aire libre, salvo en aglomeraciones”. Se nos indica a continuación que esas restricciones ya había sido levantadas a principios de marzo por los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades. Y continúa: “los que no han recibido el primer pinchazo” también pueden ir con el rostro descubierto “cuando salgan a andar, correr o montar en bicicleta”. Señala luego las diferencias entre vacunados y no: los primeros pueden liberarse de la mascarilla cuando hagan deporte en el exterior solos o con convivientes y también en las terrazas de los restaurantes. O sea, exactamente lo mismo que los no vacunados. Señala que los CentroS para al Control de Enfermedades “advierten que las actividades multitudinarias al aire libre siguen representando un riesgo e instan a los ciudadanos, independientemente de si han recibido o no la vacuna, a usar la mascarilla en eventos deportivos y espectáculos en vivo”. Las actividades de mayor riesgo siguen siendo “encuentros en espacios cerrados donde la gente cante, grite, no pueda mantener la distancia física o que no que no estén bien ventilados”. Y continúa para enredarlo más: “Por ahora, la evidencia sugiere que las personas vacunadas completamente tienen menos posibilidades de contagiarse o transmitir el coronavirus a otras personas. Lo que aún se desconoce es cuánto dura la protección de las vacunas y cuánto protegen contra las variantes de virus emergentes”. O sea, que no se sabe cuánto protegen ni por cuánto tiempo. Y no se vayan porque aún hay más. Copio el párrafo final del artículo: “Cada vez más científicos cuestionan el uso de las mascarillas al aire libre, ya que las brisas dispersan las partículas que pueden transportar el virus. La agencia europea dedicada al control de las enfermedades infecciosas, por ejemplo, solo recomienda llevar el cubrebocas en el interior de los locales públicos y sugiere que se puede considerar su uso en entornos al aire libre con mucha gente”.
Antes ha indicado que “según apunta la guía” (una guía que no menciona) “relajar ciertas medidas para las personas vacunadas puede ayudar a mejorar la aceptación de los fármacos contra el coronavirus” (muy poca confianza tienen en esos fármacos quienes nos los promocionan si necesitan sobornar con un regalito al paciente)..
¡Menuda empanada mental la de Antonia Laborde! El artículo pretende ser un alegado en favor de las vacunas y lo único favorable que dice que ellas es que, si nos vacunamos, a lo mejor nos dejan no usar mascarilla en los lugares en que la mascarilla no sirve para nada. Y lo más aterrador es que esa empanada parece ser la doctrina oficial de los medios de comunicación.
Jueves, 29 de abril
CONFUSIONES
Leo las memorias londinenses de un José Pla que no es el José Pla que todos conocemos. Muchos de los artículos del primero aparecen en las bibliografías del segundo, más famoso, y aún hoy es difícil decidir la autoría de alguno. Félix Grande me contó una vez que, a poco de comenzar él a darse a conocer, cuando ya había publicado Blanco Spirituals y se hacía un nombre como autor comprometido, empezaron a aparecer en las revistas de la época poemas religiosos firmados por Félix Grande. Sus amigos se asustaron pensando en una conversión repentina. El autor de esos textos era otro Félix Grande, un sacerdote que tuvo cierto relieve en el franquismo. El primer Félix Grande lo demandó y logró que la justicia le obligara a firmar como Félix Grande García. Lo malo es que el siguiente apellido del José Pla menos famoso, profesor primero en Londres y luego funcionario de la Sociedad de Naciones en Ginebra, era Cárceles. Al escritor Miguel Rojo le salió en el mismo diario en que colabora habitualmente otro Miguel Rojo, que no está dispuesto a añadir a ese eufónico Rojo ningún Martínez. Yo he tenido suerte. Mi nombre está entre los más vulgares del mundo. Hay docenas de personas que se llaman como yo, pero milagrosamente ninguna se dedica a lo mismo que yo. Recuerdo que una vez me invitaron a una conferencia en Zaragoza y que el taxista que enviaron a buscarme me indicaba una y otra vez lo mucho que le había alegrado el encargo. Ni que decir tiene cómo halagaba eso mi vanidad.
----Tiene usted que recoger a José Luis García Martín, me dijeron. ¡A José Luis García Martín!, me repetía yo sin acabar de creérmelo.
A mí ya me estaba pareciendo un poco raro tanto entusiasmo. Por fin se aclaró el enigma: “Figúrese usted que yo también me llamo José Luis García Martín”.
Viernes, 30 de abril
DESAYUNO EN MANILA
Como en la adolescencia, los libros se han convertido en mi vehículo favorito para viajar en el espacio y en el tiempo. Sigo dando la vuelta al mundo con el carlista Antonio Pérez de Olaguer. En Trieste, me emociono ante la tumba de Carlos V, “in prosperis modestus in adversis constans”, modesto en la prosperidad y en la adversidad constante, y sonrío luego ante el paraíso gastronómico de Filipinas: “Verdaderamente, en Manila se comía bien. Su solo recuerdo produce ciertos mareos íntimos. ¡Ah, amigos míos! En el Casino Español, por ejemplo, ustedes no podían pedir nunca un par de huevos fritos. No. Eso no se estilaba. Tres huevos, como mínimo, nadando en aceite entre diques de jamón, era lo normal. Yo, desde luego, sufro al evocarlo. Había en Manila cierto hidalgo –filipino de pura cepa—que tuvo la osadía de desafiarme --¡a mí!—a ver quién de los dos comía más en un desayuno. Nos citamos a las diez de la mañana en Tom’s Divie Kitche. Luché desaforadamente en tan original concurso. Lo hice –pueden ustedes creerme—por puro patriotismo y a fin de dejar bien sentado el pabellón nacional. Y gané… Gané por un muslo de pollo, una lata de hígado condensado y cinco plátanos. Le saqué esta ventaja, que les dará a ustedes idea de lo que fui capaz en aquel desayuno, del que tardé cinco días en reponerme…”