Sábado, 17 de abril
LA QUEMA DE CONVENTOS
Me gusta dividir el día, como cuando daba clases, en franjas de más o menos una hora de duración. Poco antes de las nueve me pongo a escribir, a las diez ya me he cansado de escribir. Tranquilamente, atravesando el parque de Santullano, me voy hasta la cafetería de Abbás. Allí leo durante una hora y luego me dirijo a Los Porches, pasando antes por el despacho del Milán. El libro que leo en una cafetería no puede ser el mismo que en la otra, yo necesito cambiar de ocupación. Y no siempre es fácil encontrar tres o cuatro lecturas apasionantes cada día. Pero el azar suele venir en mi ayuda y unas veces es el cartero que me entrega unos envíos al salir de casa, otras el paquete de alguna editorial que me aguarda en el despacho. En la fotocopiadora de la Facultad, me encontré con Gran Bretaña y los Estados Unidos en la vida de Ramón Pérez de Ayala. Se trata de la tesis doctoral de Agustín Coletes Blanco, autor de una espléndida recopilación de los escritos viajeros de Lord Byron. Lo hojeo antes de llevármelo y con lo primero que me encuentro es nada menos que con una defensa, o al menos una justificación, de la quema de conventos que siguió a la proclamación de la República. Pérez de Ayala ha sido nombrado embajador en Londres. En el momento de presentar las Cartas Credenciales, el rey Jorge V se detiene a charlar con él más de lo habitual en estos casos. Lo que ocurrió entonces lo cuenta Ayala en una carta al ministro de Estado, Alejandro Lerroux, que yo desconocía. El rey le expresó su contrariedad “por la quema de los conventos, lamentándolo singularmente por el mal efecto que podría hacer fuera de España la aniquilación de esos edificios históricos y de varias obras de arte a poco de proclamarse la República”. El embajador pidió permiso para responder al rey y este se lo concedió sonriente: “En cuanto a los edificios históricos le dije que, en Madrid, el más viejo databa del año 1892; que eran todos caserones sin mérito artístico ninguno, y que –aunque los incendios hayan sido lamentabilísimos y reprobables-- si nos colocábamos en el punto de vista de la belleza monumental lejos de haber padecido la arquitectura civil se había desembarazado de no mezquinos estorbos para la estética de la futura capital de España. En cuanto a los tesoros artísticos, le dije que aquella misma mañana había yo leído en El Debate, periódico de los jesuitas, la enumeración trágica de los tesoros desaparecidos en la calle de la Flor, y era: una falanje (sic) de un dedo de San Francisco Javier, una mascarilla en escayola de San Ignacio (como hay doscientas), un trozo de Lignum Crucis (como hay varios millones en el mundo), y por ahí adelante. En cuanto a la relación de causa a efecto entre República y quema de conventos, le dije que en todo el siglo XIX se habían quemado conventos con monarquía, y le recordé la semana de Barcelona, bajo Alfonso XIII y con Maura y Cierva; y añadí que quizá uno de los motivos que empujaban periódicamente a los españoles hacia esos actos de violencia anticlerical obedecía a que los españoles vienen oyendo hace siglos a los extranjeros que hasta que no se libren del yugo teocrático se hallarán en las afueras de la civilización moderna y de la libertad política”.
¡Menuda lección de historia que le dio el embajador de España al rey de Inglaterra si las cosas ocurrieron así! Más bien parece que está justificando ante el anticlerical Lerroux lo acertado de su nombramiento. Luego pasaría a adular a Franco, que no le hizo ningún caso (e hizo bien) a este republicano que dejó de ser fiel republicano cuando tuvo que abandonar el botín que la república –a la vez que embajador era director del Prado y no se cuántas cosas más-- le había proporcionado.
Domingo, 18 de abril
DUDO DE TODO
Era costumbre en las casas tradicionales españolas hacer de vez en cuando limpieza general y ponerlo todo patas arriba. Lo cuenta Moreno Villa en su libro sobre Nueva York, en el que contrapone la manera de hacer limpieza en Estados Unidos, de habitación en habitación, manteniendo la comodidad del resto del hogar, con la propia de la España de su tiempo en que la casa se volvía inhabitable, toda voces y golpes y arrastrar de muebles, mientras durara el higiénico zafarrancho.
Yo también hago limpieza general al menos una vez al mes. Lo pongo todo en cuestión, incluso mis creencias más firmes, para ver qué se sostiene y qué es un arraigado prejuicio. Y cuando digo todo, digo todo, incluso aquello de lo que tengo menos dudas. “Hay mucha gente inteligente, algunos buenos amigos tuyos, que creen en Dios. ¿Por qué no admites al menos la posibilidad de que exista un ser superior que ha creado el universo?”, me pregunto. “Admito que existen exactamente la mismas posibilidades de que exista Dios que de que, en este mismo momento, unos seres invisibles, recién llegados de alguna remota galaxia, anden brujuleando entre los puestos del Fontán”.
Yo lo pongo en duda todo, incluso si la democracia (esa entelequia) es el menos malo de los regímenes políticos posibles, incluso si yo soy tan inteligente como me creo, incluso la conveniencia del matrimonio.
Todo, todo, pero lo que más me cuesta poner en duda es el grado de estupidez colectiva que cierta epidemia viral ha traído consigo. Ya se sabe que a la mayoría de la gente le metes concienzudamente el miedo en el cuerpo y dejan de pensar y puedes hacer con ellos lo que quieras. Pero sin duda hay algo más, de otra manera no se explica el comportamiento de Macron, Draghi y otros líderes políticos. Algún día habrá que estudiar cómo afecta el coronavirus no a los pulmones sino a la función cerebral.
Lunes, 19 de abril
ELOGIO DE LA SOMBRA
No tengo nada de bibliófilo ni de coleccionista de primeras ediciones, pero qué alegría me llevé al encontrarme el borgiano Elogio de la sombra en la librería de viejo del Centro Reto. Los libros de poesía se encuentran un tanto incómodos en las recopilaciones de poesías completas, que es donde yo había leído esa obra de Borges (una de mis favoritas), quieren que los tengamos en las manos exentos, que les prestemos toda nuestra atención. Yo disfruto con esta nueva lectura, en Los Porches, de poemas que me sé de memoria y de otros que había olvidado, o que no había leído nunca. Este libro se escribió en los años en que Borges estaba casado con Elsa Astete y a ella está dedicado uno de los primeros poemas, titulado escuetamente con su nombre: “Noches de largo insomnio y de castigo / que anhelaban el alba y la temían, / días de aquel ayer que repetían / otro inútil ayer. Hoy los bendigo”. Pronto maldeciría esos días de un matrimonio del que tuvo que huir –lo ha contado con detalle Norman Thomas di Giovanni, su eficaz cómplice-- como quien escapa de una cárcel de alta seguridad. El soneto “Elsa” desaparecería pronto de su obra, lo mismo que uno de los versículos –“Es una alta casa del Sur en la que mi mujer y yo traducíamos a Whitman, cuyo gran eco ojalá reverbere en esta página”-- del poema que comienza con “¿Qué será Buenos Aires?”
Borges es una de las pocas devociones juveniles que conservo; cualquier minucia referida a él me sigue apasionando. Por el colofón compruebo que Elogio de la sombra se terminó de imprimir el 24 de agosto de 1969, el día en que cumplía 70 años, los mismos que yo tengo ahora. Aún tuvo tiempo de escribir muchos libros admirables. El interés por su obra seguiría creciendo. La tirada de Elogio de la sombra fue de seis mil ejemplares; la de El oro de los tigres, de 1972, de ocho mil; la de Historia de la noche, del 77, de doce mil. Unas líneas del prólogo que no tienen sentido en la Poesía completa (“En estas páginas conviven, creo que sin discordia, las formas de la prosa y la del verso”), adquieren su sentido al leer la primera edición, en la que también se incluyen breves relatos –“El etnógrafo”, “Pedro Salvadores”-- que luego pasaron a otros volúmenes. No se entiende muy bien que elimine “Una oración”, poema en prosa de muy borgiano final: “Quiero morir del todo; quiero morir con este compañero, mi cuerpo”.
Martes, 20 de abril
NO EXACTAMENTE
Me cuenta la directora de la Cátedra Alarcos que ha estado hablando con Jon Juaristi, a quien presento el jueves en el Aula Magna, y que le ha dado un recado para mí: “Dile a García Martín que es un cabronazo. Se ha pasado la vida machacándome por facha y ahora quiere que Ayuso arrase en mayo en Madrid y pronto en toda España”.
Miércoles, 21 de abril
EL CAMINO DEL ÉXITO
¡A cuántas humillaciones tiene que someterse un triunfador para llegar a serlo! Sin arrastrarse no se alcanza ninguna cumbre. Claro que no basta con humillarse y arrastrase para conseguir el éxito, pero si no compras al menos un billete ten por seguro que nunca te va tocar la lotería.
Viernes, 23 de abril
TOQUE DE QUEDA
“Os juro, señor, que si he incumplido las normas de nuestras sabias autoridades, si he puesto en grave riesgo mi salud y la del resto de la ciudadanía, ha sido por causas ajenas a mi voluntad. Verá usted, señor agente, a las ocho de la tarde tuve que participar en un acto académico presidido por el rector de la Universidad. Terminó cerca de las diez y a esa hora nos dirigimos, con el conferenciante invitado, a la terraza del Club de Tenis, donde estaba prevista la cena. A las once en punto, de acuerdo con las acertadas disposiciones de nuestras autoridades, abandonamos el local. Tuvimos que acompañar a la directora de la Cátedra Alarcos hasta su casa y luego tuve yo que llevar al invitado, Jon Juaristi, hasta el hotel en que se alojaba. Le juro, señor, que yo quería que aceleraran el paso todo lo posible, que quería poner en riesgo mi salud y la de mis conciudadanos el menor tiempo posible, pero la directora de la Cátedra es persona de cierta edad y con dificultades para caminar y además ha de pararse de vez en cuando para recuperar el aliento (cosas de las mascarillas que .—razones tiene la Sanidad que la salud no entiende-- se nos obligan a usar tanto si son necesarias como si no). Cuando la dejamos en su casa, pudimos caminar con mayor rapidez, pero antes de llegar al hotel Principado, a la altura de la calle Uría, vimos que se nos acercaba un coche de la policía. ¿Qué hacemos, Jon? ¿Echamos a correr cada uno por su lado, como en tiempos de Franco, y si nos alcanzan a alguno nos comprometemos a no delatar al otro?, le pregunté a mi acompañante. Pero el coche pasó de largo y yo pude dejarle en su hotel y continuar hasta mi casa en la calle Murillo. Si no fuera por los vehículos del servicio de limpieza y el trasiego de los cubos de basura, el silencio de las calles sería aterradoramente acusador. ¡Llegué a casa cerca de las doce de la noche! Mea culpa, mea culpa, mea grandísima culpa, señor agente. Pero sea piadoso conmigo y que este gravísimo incumplimiento de las sabias normas de nuestro amado líder, que tan eficaces están siendo, no conste en mi expediente”.