AMAR LA VIDA
En el mercado de Arcachon, encuentro un vendedor de aforismos grabados en decorativos trozos de madera. Muchos son anónimos y parecen más bien banales frases de autoayuda, pero otros los firman Baudelaire, Nietzsche, Borges. Miro a ver si encuentro mi nombre, uno es así de vanidoso, y lo que encuentro son dos o tres frases que podría haber escrito yo: “Nunca hablo de mis humildes orígenes porque no me gusta presumir”, “Era tan inteligente que ni se le notaba”, “El poder entontece y a algunos les hace falta muy poco poder para entontecer completamente”. Este último me hace sonreír, porque un amigo me ha hecho llegar un amenazador tuit del mayoral de mi comunidad autónoma.
Pero yo ahora estoy lejos de casa, en un lugar en el que no me importaría quedarme a vivir: la bahía de Arcachon. Vine siguiendo las huellas de Rafael Barrett, que aquí murió hace ciento diez años. Se alojó en el hotel Regina Foret. ¿Será el mismo que la Residencia Villa Régina que encuentro en la Ville d’Hiver? Quizá sí. En la publicidad, se indica que lleva abierta desde hace más de un siglo.
Se me ocurre mirar, por curiosidad, los precios de los apartamentos en esta zona. Prohibitivos, incluso lo más baratos. Pero eso no impide que, mientras paseo a lo largo de la inmenso arenal, temprano en la mañana, sueño con llevar aquí una vida feliz de jubilado. A media hora de tren, está Burdeos y allí la librería Mollat, una de mis sucursales favoritas del paraíso. Pero cada vez me interesa más otro libro, el de la naturaleza, que por esta zona despliega algunos de sus capítulos más hermosos: la mágica Île aux Oiseaux en el centro de la bahía, la gran duna de Pilat a un lado, los bosques de pinos con sus ciervos volantes. Pasaría las horas pescando en Aiguillon o navegando a mi aire por la bahía o incluso atreviéndome alguna vez con el Atlántico.
Debería haber ahorrado, pero el ahorro no es lo mío. A la memoria me viene un aforismo que leí no se dónde (o que acabo de inventar, como suelo tener por costumbre): “Un caballero ha administrado bien su fortuna cuando a su muerte no deja más dinero que el necesario para pagar sus funerales”.
Me gusta la luz del paseo marítimo, sentarme en una terraza a ver pasar el tiempo, pero no me gusta menos perderme en la colina de la Ville d’Hiver con sus caserones de fantasiosa arquitectura escondidos entre los árboles. Y ascender al observatorio del parque Mauresque, esa torre metálica con escalera de caracol que termina en una plataforma de madera, para avistar las aves y los colores de las landas y los navíos lejanos y sentirme el rey del mundo. Lo construyó, empleando materiales sobrantes del ferrocarril, un ingeniero cuyo nombre no recuerdo, pero sí el de su jovencísimo ayudante: Gustave Eiffel.
En Arcachon murió Barrett, pero en pocos lugares resulta más fácil amar la vida.
EN QUÉ MANOS ESTAMOS
----¿Y qué vas a hacer ahora se nos obliga a los asturianos a usar siempre mascarilla, tanto si es necesaria como si no? --me preguntan quienes conocen lo indignado que estoy por los atentados contra nuestra salud que se llevan a cabo precisamente con el pretexto de proteger nuestra salud--. ¿No habías dicho que pensabas redactar un manifiesto, pasarlo a la firma de profesionales de prestigio, recaudar dinero y luego publicarlo en los periódicos? ¿Un manifestó que afirmara que obligar a llegar mascarilla cuando se puede mantener la distancia de seguridad tiene tanto efecto a la hora de contener el virus como encenderle velas a la virgen de Covadonga?
----Con la diferencia de que las velas a la virgen al menos no dañan la salud mientras que las mascarillas sí. Es como si nos encerraran en una habitación obligándonos a respirar una y otra vez el aire viciado que sale de nuestro pulmones. Profesionales tiene la sanidad asturiana que deberían redactar ese manifiesto y otro indicando el daño para la salud que supone lavarse las manos cuanto más mejor. Lavarse continuamente las manos por miedo al contagio es una patología muy estudiada. La tuvo Manuel de Falla. Consigue lo contrario de lo que pretende: deteriora la piel, una protección natural, y aumenta el riesgo de infección.
----¿Y no decías que pensabas presentar una demanda contra esa medida que no tiene ninguna justificación sanitaria?
----Ni justificación sanitaria ni justificación jurídica. He leído tres o cuatro veces, con incredulidad creciente, la resolución de 14 de julio de 2020 de la Consejería de Salud. Entre los “fundamentos de derecho” se citan varias leyes que permiten a las comunidades autónomas adoptar medidas “sanitariamente justificadas”, cuando existan “indicios racionales que permitan suponer la existencia de peligro para la salud de la población”, “un riesgo inminente”; cuando lo requieran “motivos de extraordinaria gravedad o urgencia” podrán adoptar “cuantas medidas sean necesarias para asegurar el cumplimiento de la Ley”.
Y los motivos “de extraordinaria gravedad o urgencia” que se señalan en la resolución son los siguientes: 1/ “el carácter de los brotes surgidos en otras Comunidades Autónomas”, 2/ “la relajación en el uso de las mascarillas por parte de la población, incluidas las personas que visitan el Principado de Asturias en el presente período estival, 3/ “la alternativa entre uso de mascarilla o distancia de seguridad da lugar a frecuentes manipulaciones de aquella cuando se pone o se quita en función de esa distancia, incluso a un uso inadecuado al colocarla, por ejemplo, debajo de la barbilla, todo ello en el supuesto de que realmente se atienda a esa distancia, lo que puede pasar inadvertido más fácilmente cuando cada vez más personas circulan sin mascarilla”.
El punto primero sobra: no es competencia de Asturias resolver los problemas de otras comunidades. El punto segundo, la supuesta relajación, se soluciona aumentando el control policial. El punto tercero es el más alucinante: ponerse la mascarilla cuando es necesaria y quitársela cuando no es necesaria (algo que todo el mundo hace muchas veces al día: para tomar un café, para comer, para fumar, para sonarse) se convierte en peligroso cuando se hace porque caminamos por un lugar en el que no hay “aglomeración de personas” y es posible mantener la distancia de seguridad. Y para prevenir estos motivos supuestamente “de extraordinaria gravedad o urgencia” –colocarse, por ejemplo, la mascarilla por debajo de la barbilla--, al Consejero de Salud, Pablo Ignacio Fernández Muñiz, no se le ocurre otra cosa que declarar obligatorio el uso de mascarillas, aunque pueda garantizarse el mantenimiento de una distancia de seguridad interpersonal, “en las vía públicas de los núcleos urbanos” (en las vías públicas, no en los parques ni en las playas: ahí parece que no hay peligro, al menos de momento) y en las vías públicas de las zonas rurales “cuando se produzca una aglomeración de personas” (de donde se deduce que las personas pueden aglomerarse en el campo asturiano siempre que vayan provistos de mascarilla). No sigo. La resolución está llena de perlas que harán las delicias de cualquier lector al que el miedo no le haya privado de la capacidad de razonar. Y ningún jurista dejará de llevarse las manos a la cabeza.
Hay dos meses para presentar recurso contra esta resolución. Motivos no faltan. Me imagino que ya se estará trabajando en ello. Pocas veces se ha argumentado menos una resolución con graves efectos punitivos.
UN POEMA DE MARILYN MONROE
Me dicen que estoy viva,
que debo dar gracias a Dios
por estar viva.
Me dicen que estoy viva.
y debe ser verdad,
solo en la vida caben
este dolor,
este vacío,
este no ser nadie
en las manos de todos,
solo en vida se puede
desear con tanta fuerza,
como al mayor amor,
la muerte.