Sábado, 11 de abril
A MAL TIEMPO
“Cuando mi padre no era más que un novillero, toreó en las fiestas de Torrelavega. A mi padre le acompañaba Rafael Molina, Lagartijo, y o no estuvieron muy afortunados los pobres en su faena o no entendieron los mozos torrelaveguenses lo que ellos hicieron con el capote y la muleta. El caso es que, a la salida de la plaza, los jóvenes montañeses, indignados por lo que acababan de ver, decidieron tomarse la justicia por su mano y a la salida de los diestros la emprendieron a pedradas con ellos. Por fortuna, acertó a pasar por allí don Benito Pérez Galdós y se apresuró a protegerlos. Era tanta la veneración que en Santander y toda su provincia tenían por don Benito que bastó que intercediera en favor de los torerillos para que estos fueran dejados en paz y gracia de Dios. Luego, tras charlar un rato con ellos, les pagó la fonda y les dio algún dinero para que pudieran regresar a Madrid, pues la empresa taurina, aprovechando la indignación popular, había decidido no pagarles. Pasaron los años y aquel torerillo apedreado en Torrelavega fue conquistando fama y dinero, gloria y prestigio hasta convertirse en uno de los primeros espadas de su tiempo. Una tarde estaba mi padre sentado en el antiguo Café Inglés de la calle Sevilla cuando acertó a pasar por allí don Benito rodeado de su corte de amigos. Sin duda, se dirigía al teatro para asistir a los ensayos de Doña Perfecta. Mi padre se acercó a saludarle, le recordó su gesto de hace años y le invitó a tomar una copa. Don Benito se disculpó, tenía prisa, pero le sugirió que pasara un día por su casa. Mi padre se apresuró a hacerlo y así nació una amistad sincera, de artista a artista, de torero que hace rugir a las multitudes de entusiasmo a escritor genial. Cuando yo tenía tres años, fui prohijada por don Benito y me llevaron a su casa. Allí era yo poco menos que una reina. Mis caprichos eran leyes, mis deseos órdenes. Aquel hombre, todo bondad y corazón, había puesto en mí un infinito amor de padre. ¡Qué le voy a decir a usted de todo lo que fue para mí aquel hombre extraordinario! Todavía conservo los muñecos que él recortaba y pintaba para colocarlos sobre mi cuna, los dibujos que hacía para entretenerme. Ese es casi todo el caudal que he logrado salvar de Madrid después de unos veinte días encerrada en un sótano lóbrego y húmedo. La casa que don Benito hizo en Madrid para que yo la habitara estaba en la calle Hilarión Eslava, número 7. Allí llegaban las balas de fusil en noviembre del 36. No quiero recordar aquellos veinte días sin luz, sin comida y casi sin agua, bajo el estruendo de las bombas y las granadas. Cuando me decidí a abandonar la casa, no me llevé más que los queridos monigotes que me había hecho don Benito y el manuscrito de Nazarín. Lo consideraba tan mío que por nada de este mundo hubiera renunciado a llevármelo. Todo lo demás allá se quedó entre los escombros de aquella casa querida que tantos buenos recuerdos guarda para mí. El manuscrito de Nazarín quiero regalárselo, como muestra de agradecimiento a México, a su presidente, Lázaro Cárdenas, para que figure en la Biblioteca Nacional”.
Quien habla es Rafaela González, hija de Rafael González, “Machaquito”, y lo hace en un reportaje que publica la revista Estampa, en su otra vida mexicana, el 9 de abril de 1940. Me lo acaba de enviar mi amigo Abelardo Linares, que tiene allá en sus naves sevillanas la mejor colección de diarios y revistas, españoles y americanos, de la primera mitad del siglo veinte. Yo nada envidio más que ese tesoro prodigioso, esa inagotable cueva de Ali Babá con rincones todavía inexplorados.
¡Qué poco español, en el mal sentido de la palabra (lo hay bueno), era Cernuda! Y qué poco español, también en el mal sentido de la palabra, Galdós, que amaba a los niños, sabía ponerse en el lugar de los demás y no tenía vocación de inquisidor, al contrario que la mayoría de sus compatriotas.
Leer a Galdós, recordar a Galdós, me consuela ahora que cada día parece peor que el anterior pero mejor que el siguiente.Domingo, 12 de abril
BUENA CARA
Esperamos separados tres o cuatro metros, respetando las normas sanitarias, no como los soldados que patrullan calles y parques, siempre muy juntitos, casi codo con codo, de dos en dos o de tres en tres, y sin mascarilla, ni como los policías que andan a la caza de los vehículos en que viajan dos personas en el asiento delantero con ellos dos en el asiento delantero.
Me entretengo observando a mis sufridos conciudadanos, humillados y ofendidos por las autoridades con el pretexto de protegerlos de la pandemia, y me dan ganas –lo hago con el corazón-- de irlos abrazando uno a uno, incluso a esa joven que lleva un trapo con los colores de la bandera española a modo de mascarilla.
Un edificio frente a mí --cuántas veces habré pasado frente a él sin fijarme-- lleva en lo alto la fecha de construcción: 1950. Somos de la misma quinta y aquí seguimos los dos contra viento y marea, aguantando lo que nos echen.Respiro hondo, dejo que me acaricie el sol mientras la cola avanza lentamente, aunque demasiado rápida para mi gusto. Aspiro una bocanada de salud y felicidad y sonrío recordando la frase de Rafael Azcona: “Como fuera de casa, en ningún sitio”.
Lunes, 13 de abril
LA BICICLETA
Calígula nombró senador a su caballo y el populacho de Roma le aplaudió enfervorizado. Seguro que si hoy el Presidente del Gobierno de España nombrara Ministro de Sanidad, no a su caballo, que no tiene, sino a su bicicleta, la audiencia de las cadenas generalistas saldría a los balcones a aplaudir tan sabia decisión.
Y bien mirado no estaría tan mal: cierto que, en el control de la epidemia, la bicicleta no sería mucho más eficaz que el ministro, pero por lo menos no tomaría medidas que atentaran gravemente contra la salud de todos, especialmente de los niños.
Martes, 14 de abril
PEQUEÑO TEATRO
(La acción transcurre en un balcón: abajo, una corta calle peatonal; a la izquierda, un parque; a la derecha, el edificio del Milán y la entrada a la plaza de Santullano. Al comienzo de la plaza, tres operarios municipales, muy cerca unos de otros, charlan alegremente mientras colocan adoquines que llevan varios años levantados; en la calle, una baldeadora va y viene rociándola con su agua lustral una y otra vez; en el parque, zumban dos máquinas cortacésped. Un padre charla con su hijo, que aún no ha cumplido los cuatro años.)
NIÑO.- Papá, papá, ¿por qué no puedo bajar al parque a coger dientes de león y a buscar caracoles?
PADRE.- Pregúntaselo al Ministro de Sanidad, hijo mío, yo no sabría qué decirte.
NIÑO.- ¿Me pondré malo si bajo?
PADRE.- No, hijo mío, te pondrás mucho mejor, pero el ministro dice que puedes poner enfermos a los demás.
NIÑO.- ¿A quiénes? ¿Al conductor de la baldeadora? ¡Pero si no me deja subir a ella! ¿A los que cortan el césped? ¿A los dientes de león? ¿A los caracoles?
PADRE.- (Besando al niño). A ninguno, hijo mío. Pero estas son cosas que tú no puedes entender. Ni tú ni nadie con dos dedos de frente.
(El padre echa una hojeada a la primera página del periódico que está sobre una silla: “El virus no se ceba con los niños; el encierro, sí”, dice un titular. Y luego, tras indicar las protestas de varios presidentes autonómicos por el encierro de los niños, lee estas líneas increíbles: “El Ministro de Sanidad ha pedido a la Asociación Española de Pediatría que cree un grupo para analizar bajo qué condiciones se podría llegar al desconfinamiento de los niños”)-PADRE.- Pobre hijo mío, naciste en un país civilizado y de pronto te encuentras en medio de una pesadilla. Es como si una bruja nos hubiera lanzado una maldición.
HIJO.- ¿Una bruja muy mala, muy mala, como la que engordaba a Hansel y Gretel para comérselos?
(El padre besa al niño y lo abraza y no sabe qué responder. ¿Cómo explicarle que al Ministro de Sanidad, después de un mes de clausura de los menores a cal y canto, solo se le ocurre pedir que se cree un grupo “para analizar bajo qué condiciones se podría llegar al desconfinamiento de los niños”? ¡Pero si no hace falta analizar nada! ¡Basta con que se les permita salir en las mismas condiciones que a los perros! El padre aparta los ojos del niño, para que no vea que a ellos asoma una lágrima, y en la otra esquina de la primera página del periódico lee: “El contagio en hogares, clave de la persistencia del virus”.)
PADRE.- (Tras enviar al niño con su madre, dice para sí).Claro, tanto quédate en casa, quédate en casa, que el virus ha hecho caso y se ha quedado en casa. Ahora el lugar más seguro son las calles, tan limpitas, tan desinfectadas, y el más peligroso cualquier hogar donde no viva solo una persona. Los antiguos chinos tenían la costumbre de formular un deseo en el primer baño de su hijo. Recuerdo un poema con ese título, no sé si de Li Po o de Tu Fu: “Todos desean un hijo inteligente. Qué poca / experiencia la suya! Yo lo prefiero / adulador, estúpido, ignorante… / Así será feliz. Y, si se empeña, / puede que hasta ministro!
(La acción es rigurosamente cierta; los diálogos, solo verosímiles. Desde donde yo estaba podía ver los gestos de mis vecinos, pero no escuchar sus palabras.)
Miércoles, 15 de abril
LO QUE HEMOS PERDIDO
----¿Cómo celebraste ayer el aniversario de la República, Martín?
----Pues la verdad es que ni me acordé de ella. Ahora lo urgente es otra cosa: recuperar la democracia.
Jueves, 16 de abril
TODO EL PESO DE LA LEY
Estos días me viene a menudo a la memoria un chiste sin demasiada gracia que se contaba allá por primeros setenta, cuando estaba de moda el libro de Umberto Eco Apocalípticos e integrados: “¿En qué se parecen una lavadora y una televisión? En que la primera te lava la ropa y la segunda te lava el cerebro”.
Hoy no cabe duda que las técnicas de lavado han avanzado mucho: la ropa blanca queda más blanca que nunca y las cabecitas de mis compatriotas, gracias a los buenos oficios de las cadenas generalistas, públicas o privadas, brillan impolutas sin la más mínima mancha de cualquier pensamiento propio.
En los años cincuenta, en plena Edad Media, me encontraba yo en la plaza de mi pueblo esperando el momento de entrar en la iglesia para oír misa. De pronto, veo venir a un vecino escoltado por dos guardias civiles.
----¿Qué ha hecho?, pregunto.
-----Estaba en su huerta, trabajando. ¡Un domingo!
Poco faltó para que la gente que esperaba no le abucheara y aplaudiera a las fuerzas del orden.
Abril de 2020, otra vez en plena Edad Media, grandes titulares en un periódico: “Interior investiga si Rajoy violó el confinamiento”. Fernando Grande-Marlaska, ministro de Interior, anuncia pomposamente a los medios que su Departamento está investigando si un anciano, que hacía ejercicio por consejo de su médico, ha salido a correr solo por los alrededores de su casa. “Si ese gravísimo hecho se confirma –dicen que afirmó con contundencia el ministro-, caerá sobre el infractor todo el peso de la ley”.
Sobre los que permitieron que murieran como ratas los ancianos ingresados en residencias, cuando tan fácil hubiera sido evitarlo haciéndoles test a sus cuidadores y apartando a los que dieran positivo, no caerá el peso de ninguna ley. Sobre un anciano que sigue los consejos de su médico sin poner en riesgo su salud ni la de nadie, sí.
Haber vuelto a la Edad Media, cuando las epidemias se trataban con medidas punitivas, penitenciales y ejemplarizantes, sin ningún valor sanitario, es lo que tiene.
Viernes, 17 de abril
REÍR POR NO LLORAR
“Es preferible morirse con arreglo a las leyes de la medicina que vivir con vilipendio de ellas” (Molière, El médico a palos).
“Es preferible morirse con arreglo a las leyes del confinamiento que vivir con vilipendio de ellas” (Pedro Sánchez al declarar la vigésimo tercera prórroga del Estado de Alarma e insinuar que no será la última).