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Sin propósito de enmienda: Amarga verdad

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Sábado, 18 de abril
UN SECRETO

Aunque sea una actividad llevada a cabo con mucho secreto, casi clandestina, me ha llegado el rumor de que un amigo neoyorquino prepara un número especial de su revista dedicado a mí. Se publicará en junio, cuando cumplo setenta años.
Me siento muy halagado, como es de suponer, aunque sepa de sobra que los homenajes, llenos de elogios convencionales, suelen ser papel mojado y carecen del menor interés para el lector.
Como uno acaba enterándose de todo, y especialmente de lo que no debería enterarse, he oído que uno de los convocados aprovecha la ocasión para ajustar cuentas en diez afilados folios. La noticia, de ser cierta, me llena de alegría. Más que lo que puedan decir mis amigos (si son amigos, nunca se decidirán a sincerarse), me divierte escuchar a mis enemigos mejores.
            Nada tan aburrido como una presentación, convencional ristra de elogios que no se cree el que los formula ni quienes los escuchan, pero sí el presentado que se ruboriza y los niega con la boca chica mientras piensa “sigue, sigue, más, más”.
            Pero la que hizo de mí Andrés Trapiello en la librería Alberti podía haberse grabado y sería uno de los grandes éxitos de YouTube. De los poco más de tres cuartos de hora que duró, dedicó más de cincuenta minutos a arremeter contra mí. Me dejó como un mudo Ecce homo ante la atónita y divertida mirada de todos los asistentes, que pensaban en un numerito previamente ensayado.
            Si su colaboración en el secreto homenaje del que yo no debería tener ninguna noticia, está a la altura de esa performance, seguro que al Cuadernos de Humo de mi amigo Hilario Barrero no le faltarán lectores. Y si el coordinador lograra la colaboración de Antonio Gamoneda, mi pim pam pum favorito, el éxito ya sería apoteósico.



Domingo, 19 de abril
ALGUNAS OBJECIONES

----¿No cree que su inteligencia está sobrevalorada?
            ----Sí, sobre todo por mí.
            ----¿Ha convertido al gobierno (que votó y tanto defendió, por cierto) en chivo expiatorio al que echarle la culpa de todo?
            ----No le echo la culpa de todo, solo de un ochenta o noventa por ciento del desastre actual. El resto se debe a la epidemia. Y no se la echo solo a él, sino al rebaño que le aplaude y trata de justificar incluso las medidas más disparatadas y dañinas.
            ----Para usted parece haber solo dos clases de personas: las que piensan como usted y las que están equivocadas.
            ----Cierto que divido a los españoles en dos categorías (y en ambas hay votantes de izquierda y votantes de derecha): los que se sienten ofendidos cuando el gobierno toma medidas que ofenden a la inteligencia (¿quiere que se las enumere una vez más?) y los que no (ya imaginará por qué).
            ----Critica a los demás desde una posición de privilegio.
            ----Correcto. Soy un privilegiado en estos tristes días. He podido continuar mi doble trabajo (colaboraciones periodísticas, clases universitarias); salgo todos los días mañana y tarde (siempre dentro de la ley, por supuesto) para preservar mi salud, no solo amenazada, como se ha hecho creer a los españoles, por el nuevo virus; guardo siempre la distancia social y no me pongo la mascarilla cuando no es necesario (no es un mágico talismán, un detentebala o una medallita de la Virgen); el temor natural al contagio no ha limitado en lo más mínimo mi capacidad de razonar ni el miedo a Grande Marlaska me ha hecho autocensurarme (¡que me censuren ellos!). Pero soy un privilegiado que lo está pasando muy mal, que no duerme la mayoría de las noches pensando en esos conciudadanos que están en la pobreza o al borde de la pobreza y se amontonan in minúsculos habitáculos insalubres; pensando, sobre todo, en los niños, sacrificados irracionalmente, como en la noche de los tiempos, para propiciar el favor de no se sabe qué ancestrales dioses.



Lunes, 20 de abril
QUÉDATE EN CASA
           
Si quieres vivir libre de todo riesgo, quédate en casa, atranca la puerta, no comas ni bebas (¿quién te garantiza que la comida o la bebida no están contagiadas?) y, sobre todo, no respires, ya que el virus puede flotar en el aire y, aunque lleves mascarilla, entrarte por los ojos. Ten por seguro que, a los pocos minutos (sobre todo si consigues no respirar), ya estarás libre de cualquier contagio para toda la eternidad.



Martes, 21 de abril
CRISIS DE ANSIEDAD

Se me aceleró el corazón, se me nubló la vista, comencé a sudar. Me tendí en la cama, no sabía qué hacer. ¿Llamar a un médico, pedir un taxi para ir a urgencias? La verdad es que nunca he tenido necesidad de llamar a un médico, nunca he tenido que ir a urgencias. Pero estoy a punto de cumplir setenta y alguna vez tiene que ser la primera.
            Afortunadamente, no me había abandonado del todo la lucidez. ¿Cuándo había comenzado a sentirme mal? Muy poco después de mirar en el teléfono las decisiones del consejo de ministros. Lo hice ilusionado. ¡Por fin podrán salir los niños de su arresto domiciliario! Esta mañana, al ir a comprar, me encontré con un padre que llevaba a dos niños pequeños de la mano, los dos muy pálidos, asustados, caminando torpemente. Quizá era la primera vez que salían de casa en mes y medio. Desde una distancia de tres o cuatro metros –yo respeto siempre las normas para evitar contagios, al contrario que policías y soldados, al menos los que patrullan Oviedo--, no me pude contener y exclamé, alto para que me oyeran el padre y la mala gente que acecha en las ventanas: “¡Qué alegría ver niños en la calle! ¡A ver si de una vez respetan sus derechos y los dejan salir!”
            Unos pasos más allá, me dio un vuelco al corazón: un vehículo de la policía nacional –dos agentes sin mascarilla en los asientos delanteros—se acercaba sigiloso, como un tigre al acecho de su presa. ¿Llevaría el padre el justificante de que su mujer trabajaba y no podía dejar a los niños solos en casa? Como no lo llevara, seiscientos euros como mínimo de multa y un mes en que quizá no podría pagar el alquiler.
            Leo en el teléfono las declaraciones de la ministra portavoz y quedo atónito. Sin duda se trata de una fake news. Busco y rebusco en los titulares de todos los diarios y no hay duda: la gran medida para hacer más llevadero el encierro de los niños es que puedan acompañar a sus padres a la compra o al banco, aunque no, por supuesto, cuando saquen a pasear al perro por el parque (¡un niño en un parque sin nadie, los ancianos caerían muertos por centenares!).
            Siempre he sido alérgico a la estupidez. El Consejo de Ministros del reino de España decide que, para “aplanar la curva” (lo he oído en la televisión acompañando al mantra “quédate en casa”), lo mejor no es que los niños paseen al aire libre, sino por estrechos pasillos entre las baldas del supermercado.
            ¿No será mi enfermedad psicosomática? En lugar de llamar a un médico, llamo a un amigo y pongo a Pedro Sánchez y a sus excelentísimos ministros como se merecen. Mano de santo. Los síntomas físicos comienzan a aliviarse. Eran solo una somatización del estupor y el cabreo. Me siento humillado, ofendido, pisoteado, maltratado. Y no por una panda de malhechores, sino por el Gobierno de España.
            Por la tarde, tengo clase. Dudo si anularla. Pero nunca he perdido una clase y no va a ser esta la primera vez. Enciendo el ordenador y me amina ir viendo aparecer, puntuales, las caras de los alumnos. Hablamos de Emilia Pardo Bazán, leemos y comentamos un artículo suyo de 1901, “Como en las cavernas”, y por una hora me olvido del Gobierno de España (¡qué mancha para cualquier persona que se valore a sí misma haber formado parte de este gobierno!) y soy feliz. El artículo termina con una frase que yo aplico, no diré a quién, pero resulta fácil de adivinar: “Execración eterna contra los que lo cometieron y contra quien no lo repruebe desde el fondo del alma con la tremenda severidad que inspira”.
            Y luego, cuando menos lo esperaba, recuperado de mi crisis de angustia, pero no del hundimiento moral (¡en mi país se toman las medidas más absurdas y crueles del mundo democrático!), un amigo me llama con la nueva noticia. ¡El Gobierno de España ha rectificado y permitirá salir a pasear a los menores de catorce años acompañados de un progenitor! 




Miércoles, 22 de abril
UN EXPERTO

Aún me dura la alegría por la liberación, muy limitada, de niños y niñas a partir del domingo (que fuera a partir de hoy, como parece lógico, ya sería demasiado). La medida llega mes y medio tarde, pero por lo menos llega.
Seguro que en el gobierno de España (los que han formado parte de él dentro de no mucho, avergonzados, lo ocultarán en su currículum) hay quien piensa que llega demasiado pronto, como los más descerebrados de mis conocidos y algún “experto” como Antonio Moreno, neumólogo pediátrico del Hospital Vall d’Hebron”, quien tras afirmar en una entrevista que el coronavirus apenas afecta a los niños y de que no hay ninguna prueba de que contagien más que los adultos (“en los próximos meses podremos saber si ocurre o no como con la gripe”), a la pregunta de por qué entonces un confinamiento tan estricto, responde: “Tiene mucho sentido porque, por ejemplo, durante el confinamiento estamos viendo en el hospital muy pocos niños con otro tipo de infecciones respiratorias, como bronquitis, neumonías, asma…”
Uno lee, vuelve a leer, y se frota los ojos. ¿Insinúa que, aunque desaparezca el coronavirus, debemos seguir teniendo a los niños para siempre confinados porque es la mejor manera de acabar con la bronquitis, la neumonía y el asma?
¡Pero en que manos está nuestra salud, Dios Santo! ¿No se le ha ocurrido pensar a este buen doctor que si llegan menos casos a los hospitales es porque se han cerrado la mayoría de las consultas y porque quienes se sienten enfermos, a menos que se estén muriendo, no encuentran quien los atienda? Y luego añade: “Yo creo que a los niños el aislamiento no les pasará mucha factura. Los niños tienen mucha capacidad de adaptación”. ¡Y este hombre es pediatra! ¡Merecía ser ministro del gobierno de España!
Al final, reconoce que los niños han estado mucho tiempo en casa y ahora no están infectados y difícilmente serán infectados. A pesar de eso dice que hay que ser muy prudentes, que se debe evitar que haya mucho contacto con otros adultos u otros niños.
No se preocupe, “experto”, que no lo habrá, salvo con su padre o madre, como en casa. Los españoles, preocupados por su salud, cumplen a rajatabla las medidas sanitarias –al contrario que las fuerzas del orden--; las que algunos se saltan –yo no, no soy tan valiente, pero bien que me gustaría ser capaz de atreverme-- son las arbitrarias, esas que no sirven para contener la enfermedad, sino para demostrar que quien manda manda y para tratar de llenar las depauperadas arcas públicas con multas de seiscientos, mil o más euros a quien se atreva a caminar solo, sin perro ni bolsa de la compra.


Jueves, 23 de abril
UN SUEÑO

Duermo tarde, poco y mal, y casi siempre tengo pesadillas. Pero esta noche no.
            Soñé que los rituales aplausos de las ocho de pronto se convertían en silbidos, pateos y gritos de “basta ya” y “vete, vete” y no duraban unos minutos sino que seguían y seguían. Cuando unos descansaban, otros ocupaban su lugar, así una hora y dos y un día entero hasta que nuevamente volvieron a convertirse en aplausos cuando comenzó a circular la noticia de que el presidente del Gobierno, nuevo Ceaucescu, había abandonado la Moncloa a borde de un helicóptero con rumbo desconocido.




Viernes, 24 de abril
ABISMOS DE LA CONDICIÓN HUMANA

----¿Pero es que no has aprendido nada en esta situación, Martín?, me pregunta un amigo.
            ----He aprendido algo que prefería no saber: que buena parte de mis compatriotas están escasamente dotados para el pensamiento racional, aunque hayan cursado estudios universitarios y conseguido asaltar los cielos del Boletín Oficial del Estado, y que son capaces de sacrificar la salud de los niños con cualquier pretexto, o sin pretexto alguno, aunque sean pediatras, padres o ministros de Sanidad.



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