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Sin propósito de enmienda: Una navaja bien afilada

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Sábado, 23 de noviembre
DE DÓNDE VENIMOS

“Hoy he tenido un rato de flirt con una secretaria del Instituto, muy buena moza, y a la que nunca se me había ocurrido conquistar. De pronto se me metió la idea en la cabeza –o no sé dónde–, la llamé a mi despacho, cuando ya se había ido todos menos ella y yo… y me puse joven y bárbaro. Las mujeres ahora andan tan desnudas y provocativas, que es dificilísimo no sentirse desatentado con ellas”.
            Estamos en 1960, quien escribe es un poeta de misa diaria, franquista de pro (el mejor amigo de Rosales y Panero), directivo del Instituto de Cultura Hispánica. Lo hace en un diario que corrige una y otra vez y en el que aspira a reivindicarse para la posteridad.
            Lo que nos cuenta en esa breve nota, lo que  él califica elegantemente de flirt, solo puede ser considerado, en el mejor de los casos, como abuso sexual (más bien parece una violación).
            Dos días después de la anotación, que lleva la fecha del jueves 21 de julio, se marcha de vacaciones a Málaga, y el domingo siguiente escribe: “Voy temprano a misa, me confieso de mis bobadas madrileñas –no tan bobadas puesto que he debido confesarme de ellas– y me quedo más tranquilo de lo que estaba, aunque aún siento un aire de frivolidad interior que me orea peligrosamente”.


Domingo, 24 de noviembre
JEREMÍADAS DE OTOÑO

“Los viejos, por famosos que sean, tienden a quedarse solos”, me dijo una vez Eugénio de Andrade. Había coincidido con Rafael Alberti en un encuentro mundial de poetas y lo vio apartado en un rincón. Se acercó a saludarle y charlaron ampliamente de la poesía española de los años veinte y treinta, que Andrade conocía muy bien, y también de la lírica medieval portuguesa y española.
            “Es difícil envejecer sin un poco de gloria o un poco de amor”, escribió Juan Gil-Albert en un aforismo que yo repito a menudo. A él la gloria le llegó tardíamente, a los setenta años. De pronto se convirtió en el escritor de moda. Todas las editoriales se disputaban sus libros inéditos, escritos durante el exilio interior de la posguerra. Pero vivió veinte años más y al morir ya nadie se acordaba de él y sus obras completas, editadas por la Diputación de Valencia, se apolillaban –se apolillan– en un almacén.
            Yo ya le voy viendo los cuernos al toro y, la verdad, me aterran. No he sabido adular, no he sabido hacerme querer. ¿Qué escritor que me conozca no tiene cuentas pendientes conmigo?Siempre cito el caso de Javier Rodríguez Marcos, que dejó de mencionar mi nombre en los diarios en que hace información cultural, desde el mismo momento en reseñé su libro Frágil. ¿Cuántas veces no se han enfadado conmigo Martín López-Vega, Lorenzo Oliván, Andrés Trapiello por mis palabras sobre sus libros? Xuan Bello, que es un santo varón, todavía no, pero todo se andará: siempre insinúo que, desde hace algún tiempo, se deja llevar demasiado por las vacías volutas de estilo.
            No he cultivado las provechosas relaciones literarias. Y eso que he tenido, desde siempre, buenos modelos. Yo podría haber sido un Vicente Gallego, no dejando poeta o crítico sin dedicarle un poema o, en su defecto, un José Luis Morante.
            Pero he preferido ir de independiente e insobornable por la vida. Ahora, de viejo, aprovecharán todos para echarme una paletada de olvido y vetarme en sus cátedras, en sus congresos y en sus do ut des.
            Me divierte mucho que mi viuda favorita, en su diatribas contra mí siempre insista en que yo, al contrario de lo que quiero dar a entender, nunca he sido “amigo íntimo” de Ángel González.
            ¿Pero de qué escritor he sido yo amigo íntimo? Siempre me he esforzado en guardar las distancias. Hace más de treinta años que conozco a Luis García Montero y siempre me refiero a él como García Montero, nunca como Luis. Y Ángel González fue siempre Ángel González, nunca Ángel.
            Recuerdo un poema de Cernuda, “Supervivencias tribales en el medio literario”, en contra de esa campechanía, tan española, de hablar de Pepe Hierro en cuanto se le ha visto dos veces. Yo nunca hablaré en público de la poesía de Carlos, como aquella catedrática en un congreso en Jerez, sino de la poesía de Barral, de Bousoño o de Carlos Sahagún.
            Sospecho que no he sabido hacerme querer. Siempre he dejado que los demás se acercaran a mí (nunca demasiado, por supuesto), pero yo no me acercado a nadie, por mucho que me conviniera.
            Y encima, para deprimirme más, estos días todos los periódicos hablan de ancianos que han perdido el contacto con vecinos y familiares y mueren solos en sus casas. Al principio, me parece que no hablan de mí. Pero leo los artículos y compruebo que para ellos un anciano es una persona de más de sesenta y cinco años.
            Ando con un poco de gripe. Espero que pase pronto y estos negros pensamientos se desvanezcan con ella.
            A fin de cuentas, en el mundo literario, es posible que no me quiera nadie –no tengo “amigos íntimos”–, pero me odia mucha gente. Y ya se sabe que nada como ser odiado para mantenerse joven.


Lunes, 25 de noviembre
VUELVE EL HOMBRE

16 de julio de 1958: “Los moros tienen motivos para rebelarse. Pero son unos bestias, unos bestias sucios y sanguinarios que tienen que ser contenidos. Los moros tienen razón, pero son unos animales que dejan parar las moscas en los ojos con tracoma, sin moverse, por siglos, hasta que un día se levantan a matar, a matar y a hacer crímenes”.
            15 de marzo del 59: “El francés es un ser suficiente, mamón y desagradable” (se refiere al francés en general, no a un francés concreto).
            17 de marzo del 59: “Dos criados maricones nos ‘atienden’ con desplantes y groserías. Uno de ellos, más asqueroso que el otro si es posible, lleva el pelo teñido y las uñas desconchadas de pintura. Es procaz, cabroncillo y respondona. Estoy a punto de darle una torta y dejarle para siempre de perfil, pero me contengo no vaya a transformarse esto en una casa de putas”.
            Termino de leer el segundo tomo del diario de José María Souvirón, un poeta malagueño que colaboró con Altolaguirre en las primeras publicaciones del 27, que luego se hizo falangista fervoroso y fue, junto con Panero y Rosales, sus grandes amigos, uno de los apoyos intelectuales del franquismo.
            Era un hombre culto, que conocía muy bien las literaturas inglesa y francesa. Su diario está lleno de observaciones inteligentes. También de ataques contra los poetas del 27 y contra Celaya y Otero. Aleixandre y Guillén, de quien se burla inmisericordemente, son dos de sus bestias negras.
            Es un hombre preocupado por su familia (sus hijos viven en Chile), de misa diaria, orgulloso de haber abandonado a los poetas de su generación para unirse a los de la siguiente porque aquellos carecían de moral.
            Es también racista, homófobo y abusador sexual en algún rato perdido y no tiene inconveniente en dejar constancia de ello a la menor ocasión. En eso se parece a los nuevos españoles que acaban de entrar en el congreso, a los agresivos cruzados contra el feminismo, los emigrantes y la dictadura progre.  


Martes, 26 de noviembre
DIATRIBA Y HOMENAJE

Yo soy raro, eso lo tengo asumido desde siempre (y siempre he estado orgulloso de ello), pero sospecho que ser raro es tan frecuente que casi no constituye ninguna rareza.
            Cuando voy hacia la biblioteca del Campus para asistir al homenaje al profesor Antonio Fernández Insuela (un paciente erudito a la antigua usanza y una de las mejores personas con las que he tenido ocasión de tratar), me encuentro con un joven poeta y doctorando cuyo último libro acabo de reseñar.
            Espero que aluda a ello, yo querría preguntarle por algunos puntos a las que no me referí en mi artículo y que me han dejado intrigado.
            Pero saluda y pasa de largo. Parece que no quiere hablar del asunto.
            Me extraña. Lo habitual es dar las gracias, y más si la reseña resulta elogiosa. Quizá el joven poeta, tan aplicado, no sea tan inteligente y valioso como a mí me parece.
            O quizá es solo que yo soy un poco mal pensado.
            Mal pensado y cosas peores, exactamente lo contrario que mi admirado profesor Insuela: ni un paciente erudito, solo un lector curioso, ni una de las mejores personas con las que mis colegas han tenido ocasión de tratar.


Miércoles, 27 de noviembre
LE BENEFICIE O NO

La inteligencia es una navaja bien afilada. O la manejas con cuidado o corres el riesgo de cortarte.
            La inteligencia es un arma de destrucción masiva.
            Vale más ser listo que ser inteligente.
            El poeta, cuando es listo, no alaba más que a quien puede devolverle redoblado el elogio.
            El inteligente busca la verdad, le beneficie o no.
            El listo solo si le beneficia.
            Yo no sé si soy inteligente o solo me lo creo, pero de lo que no tengo duda es de que no soy listo.


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