Sábado, 16 de noviembre
SE GRATIFICARÁ
De vez en cuando, y sin avisar, le viene a uno a visitar la melancolía. Mientras como solo en Avilés, me da por pensar que los amigos con los que hablaba de literatura todos los sábados se van haciendo más viejos, van desapareciendo y no son sustituidos por otros.
El que más resiste es José Manuel Feito, que a sus ochenta y cinco años, todavía tiene ánimos para debatir conmigo sobre cuestiones teológicas o sobre lo que se tercie, aunque siempre se queje de que yo no hago más que llevarle la contraria.
––Un día voy a decir que Dios no existe para que tú me demuestres y te demuestres, con todo tipo de argumentos, que existe.
Yo soy como los antiguos griegos o los judíos: día sin discusión, sin una buena discusión sobre cualquier materia intelectual, es día perdido.
Pero me temo que pronto solo podré debatir conmigo mismo (otra de mis actividades favoritas, por cierto). En Avilés ya no va quedando nadie que quiera enredarse dialécticamente conmigo.
¿Tendré que poner un anuncio en Internet? Algo así como: “Piense lo que piense sobre cualquier asunto político, filosófico, literario o teológico, pásese por el Atrio, cualquier sábado, de 13 a 14 horas, y García Martín le demostrará que está usted equivocado. Se gratificará adecuadamente”.
Domingo, 17 de noviembre
BUENOS SUEÑOS
¿Pierden libros, ciudades y personas su magia cuando nos acercamos demasiado a ellos? ¿Va dejando de tener interés el mundo según vamos cumpliendo años y conociendo mejor “el único argumento de la obra”? ¿Cuánto tiempo hace que no me pasa nada extraordinario, nada digno de ser contado?
Volvía yo a casa desde Los Prados, donde había estado releyendo a Nietzsche, que nunca me cansa, bajo una lluvia terca y maleducada, que me empapaba por completo a pesar del paraguas, cuando de pronto vi una moneda que brillaba medio oculta entre la yerba del parque.
Nada más cogerla perdió su brillo, pero era una moneda antigua, muy desgastada, con un vago perfil de emperador romano.
“¿Cuándo el mundo dejó de ser un lugar donde el prodigio era posible? –pensé–. ¿En qué momento un día gris comenzó a seguir a otro día gris y la única esperanza fue que todo siguiera como estaba, que tardara el mayor tiempo posible el inevitable derrumbe del tinglado?”
Apreté la moneda en la mano: “Si fuera un talismán, si pudiera pedirle tres deseos”.
Y se los pedí. El primero era el más sencillo o el más complicado, según se mire. Me sonrió al pasar. Devolví la sonrisa. Y esta noche no cené solo.
El segundo y el tercero me los callo. No pedí hacerme rico, no pedí el éxito literario (siempre he pensado que entontecen irremediablemente), no pedí, como Fausto, volver a ser joven (entre otras cosas, porque tengo la impresión de seguir siéndolo).
Pedí cosas tan sencillas que da un poco de vergüenza repetirlas. La moneda –la observé al llegar con una lupa– es falsa, una reproducción de una moneda antigua. Pero por si acaso (funcionó una vez, ¿por qué no las otras dos?), la guardaré debajo de la almohada. Que al menos me ayude a tener buenos sueños.
Lunes, 18 de noviembre
LA BIBLIOTECA
Hasta que no comencé a trabajar, en marzo de 1972 (y más o menos en el mismo trabajo que tengo ahora), pasé hambre. Pero hambre de libros: en la biblioteca Bances Candamo solo se podía sacar uno al día y ninguno los fines de semana, los días de fiesta, las abundantes vacaciones. Y yo no tenía dinero para comprar libros. A veces, los que me interesaban ni siquiera se podían conseguir en España, o muy difícilmente.
Recuerdo los artículos sobre la literatura del exilio que aparecían en Ínsula. Antes de poder tener una sola obra de Max Aub en mis manos, ya había soñado largamente con ellas. Como otros sueñan con grandes mesas llenas de comida, yo soñaba con inmensas bibliotecas en las que no faltaba ni uno solo de los títulos que a mí me interesaban y otros muchos igualmente apasionantes, pero que yo ni siquiera sabía que existían.
De vez en cuando vuelvo a tener uno de esos sueños. Entro en la biblioteca, una biblioteca que se parece mucho a la librería Strand de Nueva York, subo y bajo escaleras, me pierdo entre los anaqueles, y de pronto me llama la atención un grueso tomo encuadernado en piel. Lo saco con esfuerzo, busco una mesa para depositarlo en ella y al hojearlo me parece que todas las páginas están en blanco. Pero no del todo; a la derecha, abajo hay un pequeño texto. Miro la portada: El haiku en la literatura española desde el Poema del Cid hasta Susana Benet.
Leo con sorpresa y admiración muchos de esos haikus, pero al despertarme solo recuerdo uno, firmado no sé si por Calderón o por Azorín: “Esto es la vida: / una mitad de sueño / y otra de olvido”.
Martes, 19 de noviembre
METEPATAS
Soy un metepatas incorregible. Antes de la presentación de Las aventuras de Martín, comento con los amigos que me han acompañado a Avilés la entrevista que publican hoy en el periódico local: “Un desastre. El periodista debía ser un becario que no se enteraba de nada”. Un chico tímido, que estaba al lado, me escuchó atentamente despotricar contra el entrevistador. Al final del acto, se acercó a saludarme: “Espero que lo que escriba mañana le guste más”.
Miércoles, 20 de noviembre
TODAVÍA NO
Escucho, muy fragmentariamente, unas declaraciones de Alfonso Guerra y siento vergüenza ajena. “Ah, tiempo ingrato, ¿qué has hecho?”, me digo. Recuerdo que hace años, muchos años, a finales de los ochenta y primeros noventa, cuando su acoso y derribo, yo salí más de una vez en su defensa. Abelardo Linares, a uno de mis diarios, que él editaba, quiso ponerle una faja que dijera algo así como “el único libro en que se habla bien de Alfonso Guerra”.
Mis amigos dicen que yo me empeño siempre en llevar la contraria. Y puede que tengan razón. En un linchamiento, yo nunca me pondré del lado de los que vociferan y tiran piedras, sino del pobre individuo que corre y se defiende como puede. Y eso sin averiguar antes si es o no un ladrón o asesino.
Me pasa a todos los niveles, incluido el denostado Brexit o el demonizado independentismo. No soporto la unanimidad que se jalea a sí misma. Cuando la multitud grita “a por ellos”, yo siempre estaré con las víctimas del pogromo, por mucho que me repitan que son inhumanos prestamistas.
¿Me avergüenza Alfonso Guerra o me avergüenzo de mi mismo por haberle defendido? Más lo primero que lo segundo, aunque también lo segundo: cuando yo le apoyaba, él era uno de los máximos valedores de un cutre mafiosillo disfrazado de líder minero, Fernández Villa.
Repito, una vez más, “Reunión de antiguos camaradas”, el dístico de José Emilio Pacheco: “Ya somos todo aquello / contra lo que luchamos a los veinte años”.
Yo no. O todavía no.
Jueves, 21 de noviembre
MALTRATO JUDICIAL
––¿No vas a decir nada de Chaves y Griñán, Martín? Claro, como son de los tuyos y, por mucho que retuerzas el asunto, no puedes hablar de presos políticos, como se trata de una condena por corrupción, achantas la cabeza y te callas. ¡Qué vergüenza!
––¡Qué vergüenza!, digo yo también. Vergüenza por los pícaros que se aprovecharon de la situación, por los intrusos y sindicalistas que cobraban comisiones d escándalo (todavía no han sido juzgados, por cierto) y vergüenza también por la sentencia.
––¿No me irás a decir que estás en contra? Ni una sola voz del partido socialista se ha alzado para defender a esos delincuentes.
––Porque temen perder votos. La gente oye hablar de quienes cobraban una jubilación sin haber pisado la empresa y de algún corrupto cargo que malgastaba el dinero público en clubs de alterne y le atribuye esos hechos a Chaves y Griñan.
––Ellos lo permitieron.
––Pero lo curioso es que no se les condena por permitir esos hechos deleznables (ni, por supuesto, por ningún acto de corrupción). Se les condena por conceder unas ayudas a unas empresas en crisis simplificando los trámites. Y yo me pregunto: si ese procedimiento, según el tribunal, es delictivo, todos los trabajadores que cobraron y cobran una jubilación gracias a él, ¿tienen que devolver el dinero?, ¿los que crearon otras empresas gracias a esas ayudas tienen que venderlas y devolver la ayuda que recibieron? Otras preguntas me planteo: vamos a suponer que nadie se aprovechara de esos procedimientos simplificados para facilitar concesiones, ¿serían por eso menos delictivos? Según el tribunal, no. La condena sería igual aunque no hubiera habido ningún “intruso” ni nadie hubiera pagado sus consumiciones en un puticlub con una tarjeta de la administración. Y siguen las preguntas, si esos procedimientos, que se hacían con luz y taquígrafos Y se mantuvieron durante diez años, eran ilegales, susceptibles de largas condenas de cárcel e inhabilitación, ¿cómo es que nadie los denunció? ¿A qué se dedicaban los fiscales, los inspectores y los políticos de la oposición? Demasiadas preguntas sin respuesta. La sentencia se acata, qué remedio, y luego se recurre. Ya veremos qué dice el tribunal supremo. Pero yo ahora me siento solidario de Chaves y Griñán y tengo mis dudas sobre si el tribunal que les condenó pretendió hacer justicia o hacer política. Afortunadamente, yo no tengo que adular a los votante y puedo decir lo que pienso.
––O sea, que te avergüenzan Guerra y Savater, pero no Chaves y Griñán.
––Exacto.
Viernes, 22 de noviembre
AL NO QUERERME
Llevo conmigo la gastada moneda que encontré el domingo brillando entre la hierba. Ya no brilla. Pero yo sigo considerándola un talismán. Me concedió el primer deseo que le pedí. Para saber si me concede o no los otros dos, hace falta tiempo.
Quizá sea mejor que no me los conceda. Recuerdo otro de los haikus leídos en la biblioteca soñada: “Al no quererme, / no sabes cuánta dicha / me regalaste”.