Sábado, 9 de noviembre
TONTERÍAS
Todos los diarios nos recuerdan hoy que hace treinta años cayó el muro de Berlín de la más imprevista manera. No ya una semana, un día antes, no había quien no le diera todavía bastante tiempo de vida.
La vida de uno, como la historia del mundo, también puede cambiar de un momento a otro. No ha cambiado mucho la mía desde ese día de hace tres décadas, que yo recuerdo perfectamente (cumplir años es ir convirtiéndose en testigo de lo que para tantos es solo historia).
No he cambiado mucho mi vida, y como nada detesto más que los cambios, puedo decir que soy un hombre afortunado.
Ya entonces, y yo creo que desde siempre, me gustaba discutir y razonar y no soportaba ni las falacias ni el verbalismo que algunos confunden con la argumentación.
“¡Tonterías!” es mi réplica favorita cuando escucho decir una tontería, cosa que suele irritar –no sé por qué– a mis interlocutores.
La tontería favorita después de la caída del muro fue aquello del “fin de la historia”, según la tesis de un tal Fukuyama. Cientos de artículos se escribieron entonces, a favor y en contra, y todavía hoy algunos sacan a relucir ese libro y a decir que Fukuyama se equivocó.
Yo siempre dije que o se trataba de un título para llamar la atención o era una tontería que no merecía la pena rebatir. La caída del muro y, a continuación, la de la URSS no suponían más que el fin de la guerra fría. Pero ¿de la historia? Para eso tendría que desaparecer la humanidad.
En esa tontería se entretuvieron los “intelectuales” durante algún tiempo. A ello se añadió después lo de la “sociedad líquida”, de Zygmunt Bauman, otra metáfora llamativa que mucho ha dado que hablar y tan vacua como lo del fin de la historia.
En el prólogo a Modernidad líquida –todo es líquido para este buen hombre–, Bauman une los dos “conceptos”: “Lo que induce a tantos teóricos a hablar del ‘fin de la historia’, de posmodernidad, de ‘segunda modernidad’ y ‘sobremodernidad’, o articular la intuición de un cambio radical en la cohabitación humana y en las condiciones sociales que restringen actualmente las políticas de vida, es el hecho de que el esfuerzo por acelerar la velocidad del movimiento ha llegado a su ‘límite natural’. El poder puede moverse con la velocidad de la señal electrónica; así, el tiempo requerido para el movimiento de sus ingredientes se ha reducido a la instantaneidad”.
Bla, bla, bla, Bauman, bla, bla, bla. Filosofía, sociología, psicología, cuando se meten en generalidades, no son más que palabrería. Sigue Bauman: “el advenimiento de los teléfonos celulares puede funcionar como el definitivo ‘golpe fatal’ a la dependencia del espacio”. O sea, que desde el advenimiento de los teléfonos móviles yo, si quiero ir a Nueva York, ya no tengo que tomar un avión, me basta con teletransportarme con el móvil. Caricaturizo, pero poco. Ciertas vaguedades teóricas –las propias de las pseudociencias– o no se entienden o son una tontería. Al final del prólogo, esa tontería se hace explícita. Bauman profetiza –en una distopía, dice él, adecuada para reemplazar las de Orwell y Huxley– que “a largo plazo lo más probable es que los enchufes desaparezcan y sean reemplazado por baterías descartables que venderán los quioscos de todos los aeropuertos y todas las estaciones de servicio de autopistas y caminos rurales”.
Han leído bien. Esa es la pesadilla que imagina el teórico de la sociedad líquida: que no haya enchufes. Y si lo dudan busquen Modernidad líquida (Fondo de Cultura Económica, 2016). Como el autor murió al año siguiente, es difícil que pueda superar esa tontería. Pero no descarto que la supere alguno de sus pertinaces glosadores, aunque parezca imposible.
Domingo, 10 de noviembre
SALEN DEL ARMARIO
Día lluvioso, desangelado, la primera vez que voy a votar con más temor que esperanza. Y no porque me hayan desilusionado los políticos, como dicen y repiten por ahí, sino porque confío poco en mis conciudadanos, que parecen haber descubierto de pronto que, más que demócratas, más que de derechas o izquierda, son españoles, en el peor sentido de la palabra (yo aspiro a serlo en el mejor).
Antes de irme a la cama, ya conocidos los resultados finales, pienso que después de todo, los resultados no han sido tan malos como me esperaba. Los monstruos que escondíamos en el armario –xenofobia, homofobia, machismo, caspa franquista, la antiespaña al paredón– han salido a la luz y agitan orgullosas sus banderas rojas y gualdas (idénticas en apariencia –solo en apariencia– a la bandera de España: simbolizan todo lo contrario). A mí me dan menos miedo al aire libre que escondidos en el escalafón institucional.
Y además gracias a ellos, me digo cínicamente, la derecha no ha ganado las elecciones. No hay mal que por bien no venga.
Lunes, 11 de noviembre
ECONOMÍAS
Voy de indiscreto por la vida, pero hay que cosas que callo para no perjudicar mi imagen. Llevo meses lamentándome de mi próxima jubilación, pero a nadie le he contado –ni pienso contarla– la verdadera y prosaica razón de mis quejas.
No daré más clases, pero no pienso dejar de dar clases, aunque sea de otra manera, que es precisamente la que a mí más me gusta: la de mi maestro Sócrates.
Siempre habrá jóvenes de cualquier edad dispuestos a debatir de esto y de aquello. Borges –ahora releo sus colaboraciones en Sur– decía que Junín, una de las gestas de la historia argentina, “son dos civiles que en una esquina maldicen a un tirano”.
La historia de la literatura no la hacen los catedráticos de literatura o los aspirantes a tan benemérita condición, esos solo la momifican, sino dos o tres jóvenes que se leen sus poemas y comparten sus descubrimientos en torno a unos cafés o unas cervezas. Y si de vez en cuando aparece por allí Sócrates, o sea yo, para llevarles la contraria, mejor que mejor.
Me fastidia la jubilación por una razón muy prosaica, ya digo: mi sueldo se va a recudir considerablemente, un tercio más o menos.
Cobraré la jubilación máxima, eso sí, por algo llevo cuarenta y siete años cotizando, pero en el sueldo de un profesor universitario hay una serie de complementos que al jubilarse desaparecen.
Y no es que, a partir del próximo septiembre, tenga que cambiar los viajes a Venecia o a Palermo, por otros a Benidorm o a Torrelodones con el Inserso, no: una vueltecita de vez en cuando, como ahora, por mis rincones favoritos podré seguir permitiéndola.
Lo que me preocupa son los fondos para la Fundación JLGM, que de acuerdo con mis deseos no podrá recibir ninguna ayuda pública. La he planificado para que sea útil con poco dinero, pero una cantidad mínima es necesaria. A partir de septiembre me va a costar más conseguirla.
Martes, 12 de noviembre
VENCEDORES Y VENCIDOS
Me llama un amigo: “¡Habéis cedido! ¡Pablo ha torcido el brazo a Pedro! Habrá gobierno de coalición”.
Yo no sé de cesiones ni de humillaciones, solo sé que parece que habrá gobierno tan pronto como sea posible. La noticia me alegra el día.
––¡Pero tú estabas radicalmente en contra de un gobierno de coalición! ¡Lo has escrito! ¡No puedes negarlo!
––Yo de lo que estaba en contra es de que, antes de ponerse a negociar, se lanzara en público la exigencia de que “o somos ministros o nada”. Y además nada de cualquier ministerio, queremos poder elegir el que más nos interesa. Ahora, por lo menos, se guardan las formas. Escucha lo que dice el preacuerdo.
Saco mi teléfono y leo:
––“El nuevo Gobierno se regirá por los principios de cohesión, lealtad y solidaridad gubernamental, así como por el de idoneidad en el desempeño de las funciones”. No se habla de quién va a ocupar tal cargo y quién tal otro, eso ya se dirá cuando se invista al presidente, que es único capacitado para elegir a los ministros.
––¡Pero tendrá que elegir a quien diga Pablo si no quiere que la coalición se rompa al día siguiente!
––Y Pablo lo que diga Pedro si no quiere que otras elecciones le manden a hacer compañía a Albert. Recuerda Los intereses creados de Benavente. Un pacto que convenga a ambas partes rara vez se rompe.
Miércoles, 13 de noviembre
SIMA O CIMA
El mismo sitio no es el mismo sitio para quien ha llegado hasta allí ascendiendo penosamente que para quien ha rodado hasta él desde un lugar más alto.
Viernes, 15 de noviembre
ESTO ES LO QUE HAY
“El hombre es un animal racional”, dijo Aristóteles. En lo primero acertó plenamente, pero en lo segundo se equivocó por completo.
Si los seres humanos fuéramos racionales, ¿cómo podría ser posible que el destino de un gran país, España, dependiera solo de la decisión de un hombre encarcelado desde hace años y para muchos años por ese mismo país?
De lo que vote el partido que preside Oriol Junqueras depende que antes de Navidad tengamos en España un gobierno progresista o que, tras nuevas elecciones, otro muy distinto con Casado al frente y Abascal como hombre fuerte.
La historia de España, la vida de cada uno de nosotros y la de nuestros hijos, será muy distinta según Junqueras tome la decisión de abstenerse o la de votar en contra.
Yo, que soy algo vengativo, y que sé lo que es padecer malos tratos y cárcel por motivo políticos, no dudo de lo que decidiría. Pero Oriol Junqueras es cristiano, hombre de bien y quizá se sienta inclinado a perdonar.