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Nada personal: Continuará

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Sábado, 9 de marzo
UNA ESTRELLA CRUEL

La historia tiene razones que la razón no comprende. Heda Margolius Kovály, nació y murió en Praga y padeció las dos barbaries que marcaron el siglo XX. Casi toda su familia desapareció en los campos de exterminio nazi y su marido, fervoroso comunista, fue detenido, acusado de crímenes imaginarios y ejecutado en 1952.
            De las dos barbaries, quizá no la más sanguinaria, pero sí la más incomprensible es la segunda. Los nazis dividían el mundo en buenos y malos, y estaba claro dónde ponían la línea de separación. Pero en la Rusia de Stalin y en los demás países del socialismo real, ser fiel comunista, seguir las consignas del partido, procurar no separarse lo más mínimo de la cambiante ortodoxia oficial, no era garantía de nada. En cualquier momento podían detenerte, torturarte, hacerte confesar tus crímenes.
            Y nadie dudaba, o nadie parecía dudar, de la sinceridad de esas confesiones. Los periódicos –nos cuenta Heda en sus memoriasademás de la transcripción oficial de las actas judiciales, “traían también otros artículos, a menudo más asombrosos que el propio juicio”: una carta de Lisa London, la mujer de Arthur London, condenado a cadena perpetua, atacando al hombre “con el que había convivido dieciséis años, con el que había criado una familia y con el que había luchado contra los nazis en la Resistencia francesa”, o la petición de un chico de dieciséis años (“solicito que mi padre reciba el mayor castigo, la pena de muerte. Y deseo que le lean esta carta”).
            “Es difícil saber –añade Heda– cuál de los dos destinos fue más trágico: si el del padre, que fue hacia su muerte acompañado de aquellas palabras, o el del hijo, que tendría que vivir toda la vida con el recuerdo de haberlas escrito”.
            La historia del nazismo es abominable; la del comunismo, abominable e incomprensible. Y parecía que no iba a tener fin. Pero lo tuvo. Recuerdo bien aquellos días de 1989 en que todo comenzó a venirse abajo, como en un sueño.
            Heda Magolius Kovály, que había nacido en Praga en 1919, que había salido de su país en 1968, vivió lo suficiente para ver el derrumbe de un mundo que parecía eterno. Murió en Praga en el 2010.
            Leemos Bajo una estrella cruel y en más de un pasaje sentimos que nos cuesta respirar. La crueldad de la historia puede ser tan absurda y tan incomprensible como la más brumosa y retorcida de las pesadillas.


Domingo, 10 de marzo
FRAGA Y YO

“En los hombres hay que creer hasta cierto punto, esperar de ellos hasta cierto punto y amarlos hasta cierto punto”. La desengañada afirmación es de Manuel Fraga y la encuentro en las Conversaciones en Madrid, de Salvador Paniker, un libro de entrevistas que fue un éxito en 1969 porque llegaba lo más lejos, en materia de libertad de expresión, a que se podía llegar en aquellos momentos. “Creo que la naturaleza humana es buena, aunque un poco estropeada”, decía el ministro. Qué curioso descubrir que algo tengo en común con él: “Mi vida es perfectamente regular y organizada”.
            Una experiencia apasionante leer lo que se pensaba del futuro de España en 1969, cuando yo tenía diecinueve años. Recuerdo que leí este libro por primera vez entonces, o muy poco después. Lo releo ahora y es como si regresara a aquel verano de la llegada a la luna y de la proclamación del heredero del dictador, como si me sentara junto al joven ilusionado que yo era a contarle lo que pasaría en las décadas siguientes.
            ¿Mejor o peor de lo que esperado? Ni tan malo como temíamos ni tan bueno como soñábamos.
            Pero el futuro de entonces ya es pasado y de nuevo el presente se tambalea y el futuro está lleno de incertidumbres. Como siempre, por otra parte, aunque tendamos a olvidarlo. No sería presente si no fuera inestable, si no pudiera venirse abajo en cualquier momento, y no sería futuro si no estuviera lleno de incertidumbres.


Lunes, 11 de marzo
CON LOS AÑOS

“¿Sigues siendo tan vanidoso como siempre?”, me pregunta un amigo que hace tiempo que no me ve (ni me lee).
            “Lo intento, pero cada día me cuesta más. Con los años, uno se va conociendo mejor y cada vez le resulta más difícil encontrar motivos para envanecerse”.


Martes, 12 de marzo
PARA VIVIR MÁS

Nos entretienen estos días las historias de los papas, apasionantes como un novelón de Dumas o de Dan Brown. Y yo recuerdo un episodio que conmovió al mundo en 1848. Fue aquel un año de revoluciones en toda Europa. Las tormentas del 48 tituló Galdós uno de sus Episodios Nacionales. Qué pobre sería mi vida, cualquier vida, si solo hubiera vivido lo que he vivido. También lo que he leído forma parte de mi biografía. El conde de Fabraquer, José Muñoz Maldonado, diputado a Cortes, publicó La revolución de Roma el año 1849. Nos narra la historia del poder temporal de Pio IX “desde su elevación al trono hasta su fuga de Roma, y convocación de la Asamblea Nacionalen 30 de diciembre de 1848”. Una olvidada historia que apasionó al mundo. Y que me apasionó a mí contada con la vivacidad de un reportero y con la retórica de la época: “En los momentos en que Roma, la ciudad eterna, presenta a la Europa del siglo XIX, tan agitada y combatida por las revoluciones políticas, el funesto espectáculo del pontífice, vicario de Jesucristo, teniendo que huir y buscar en una tierra extranjera un hospitalario asilo, no será fuera de propósito que nosotros, testigos de tan lamentable acontecimiento, escribamos estos sucesos que han afligido y contristado profundamente nuestro corazón”.
            Cuando el libro se publica, el Papa aún no ha vuelto a Roma. El conde de Fabraquer termina anunciando una nueva cruzada: “En todas partes se alzará un grito igual al que ha resonado en la república francesa y en la monarquía española. Atravesando el Océano como una chispa eléctrica se mostrará en todos los contornos del globo: en los archipiélagos del Asia, en las montañas de la Armenia, en las llanuras de Persia, en la ribera de las cascadas del Nilo, en las llanuras de Thon-King, sobre las márgenes del Japón, en las orillas del Ganges,  en la cima de los Andes, y sobre las ruinas del antiguo mundo en Thebas, en Menfis, en Atenas, y en todas las partes del globo donde exista un adorador de Cristo”.
            A esa exaltada retórica se contrapone la sobria prosa del teniente general don Fernando Fernández de Córdova, quien en 1882 publicó La revolución de Roma y la expedición española a Italia en 1849 donde cuenta la intervención del ejército español en la restitución del poder temporal del papa.
            Releo ahora esos libros y pienso en lo aburrida que sería mi vida si solo hubiera vivido mi propia vida. Pero he vivido muchas otras. No creo en la metempsicosis, por supuesto, pero no hace falta creer en ella para darse cuenta de que la historia universal es la historia de mi vida, y que lo que le pasó a cualquier hombre, o a cualquier mujer, me pasó también a mí. Es la magia de la historia, es la magia de la literatura. Leo para vivir más. Sueño para ver mejor.



Miércoles, 13 de marzo
AMBICIONES MÍAS

Tuve una pesadilla. Soñé que me nombraban papa, quedaba secuestrado en el Vaticano y no podía volver a Oviedo ni a recoger mis cosas en casa ni a despedirme de la familia y de los amigos.
            Cuando por la tarde me enteré de la fumata blanca, sentí un poco de pena por el buen hombre de Buenos Aires al que le tendrán que mandar por correo sus objetos personales y tendrá que despedirse por skype de sus amigos más cercanos. Seguro que se le llenaron los ojos de lágrimas al recordar la Avenida de Mayo, el Obelisco, Palermo, la Boca… Quizá los vuelva a ver antes de morir, pero desde la pecera del papamóvil. No me extraña que la primera vez que trataron de elegirle suplicara a sus colegas que no le votaran.
            En broma, aunque bastante en serio (como casi siempre que hablo en broma), más de una vez he afirmado que me gustaría ser poderoso, ser gran financiero o papa, por ejemplo, no tener que dar cuentas a nadie sino a Dios (que nunca le pide cuentas a nadie, al menos en esta vida). Pero si ser papa supone cambiar mis costumbres, no poder ir a la tertulia los viernes ni pasar los sábados por Avilés, entonces lo siento mucho, pero no quiero ser papa. Mucho mejor, caso de que yo fuera cristiano (en realidad lo soy, aunque ateamente desteñido) ejercer de párroco en algún pequeño lugar, ser un cura erudito e incansable y querido por todos como mi admirado José Manuel Feito, ser el último (o uno de los últimos, tampoco hay que presumir) en el escalafón eclesial o funcionarial, pero el primero en otros escalafones.


Jueves, 14 de marzo
CAMBIOS

Desde 1996, mi rutina diaria incluye una visita a la editorial Nobel, al lado del Reconquista. Nunca estoy demasiado tiempo: cinco, diez minutos, rara vez media hora. Reviso el correo postal que llega para Clarín, el diseño en el ordenador, pregunto si ya se han enviado a colaboradores y suscriptores los ejemplares del último número. Cosas así. La revista se va haciendo en mi cabeza y en cualquier momento del día (hay quienes tienen la costumbre de llamarte a media noche para quejarse de alguna errata). Pocos son los días, en invierno o verano, en que he dejado de pasar por este piso de Ventura Rodríguez. Hoy lo hago por última vez. A partir del lunes las oficinas estarán en el Centro Cívico, donde durante años se reunió la tertulia Óliver.
Soy patológicamente sensible al cambio. Lo primero que hago al llegar a casa, cuando ha estado en ella la asistenta, es devolver a su sitio exacto cualquier objeto que haya sido desplazado medio centímetro.
            Nombrarle a uno papa debe ser como volverle la vida del revés. Yo creo que me moriría a los pocos días, como Juan Pablo I, y sin necesidad de que saquen de la caja fuerte el informe sobre los crímenes del clero. Pero sospecho que al nuevo papa no le quitarán el sueño los cambios ni mucho menos ese informe. Si no se lo quitaron los desaparecidos de la dictadura argentina, no parece que lo hagan los dineros negros de la banca vaticana ni la mafia rosácea de ciertos purpurados.


Viernes, 15 de marzo
OTRO ROLDÁN

La novela de la historia, mi culebrón favorito. Un país de cuyo nombre no quiero acordarme tiene por jefe del Estado a un presunto Roldán, a un vitalicio Berlusconi. ¿Qué pasará cuando los jueces no puedan seguir cerrando los ojos ante las evidencias? Los periódicos se han convertido en capítulos de un folletín por entregas. Cada día termina con un apasionante “continuará”.



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