Sábado, 16 de marzo
EN EL ESCENARIO
Me gustan los regalos del azar (y a veces el azar se llama Catarina). A las seis paseaba yo por Avilés, olvidado de que hoy (no había conseguido entrada, se agotaron hace meses) cantaba Cecilia Bartoli en Oviedo. A las ocho, estoy en el escenario del Auditorio junto a la puerta de salida de músicos y cantantes. Cecilia apareció de pronto tocando la pandereta y su primera sonrisa fue para mí. También la última al final de la actuación (y hubo otras entremedias, cada vez que hacía una salida de escena). “¿Bene, bene?”, preguntó alguna vez. Y yo: “¡Molto bene! ¡Molto bene!”. Antes del último bis, tras los inacabables aplausos, asomó la cabeza y me dijo: “¿Otro?”. Y yo: “¡Otro, otro!”
Claro que luego, a la hora de firmar su disco, a quien reconoció fue a mi amigo Javier Almuzara, y fue ella quien le pidió fotografiarse juntos. A mí, lo primero que veía al salir al escenario, parece que me había mirado sin verme.
Mientras escuchaba las arias de Agostino Steffani pensaba en aquel misterioso personaje, que tuvo una vida de novela (Donna Leon la malnoveló en Las joyas de la corona) y que habría quedado para siempre convertido en una nota a pie de página de la historia de la música si la curiosidad de Cecilia Bartoli, su afán de no limitarse a lo consabido (que es precisamente lo que más aplauden sus admiradores), no la hubiera llevado a acercarse a las muertas partituras y repetirles las palabras evangélicas: “Levántate y canta”. Y de qué prodigiosa manera lo hicieron: “Amami, e vederai / ch’Amor non ha più stral, / vibrolli tutti al seno mio per te”.
Pensaba en el misterioso compositor, mientras me dejaba acariciar por la música, y admiraba los prodigiosos juegos de manos, lo tenía muy cerca, de Michael Metzler, el esbelto percusionista. Con qué minuciosa delicadeza cogía y dejaba crótalos, tintineantes campanillas, exóticas castañuelas o se llevaba las manos a la boca, con gesto pastoril, para fingir el rumor del viento.
Me gustan los regalos del azar. El de haber compartido escenario con Cecilia Bartoli no es el menor de ellos.
Domingo, 17 de marzo
RECUERDOS OLVIDADOS
Cuando uno llega a cierta edad, su cabeza se convierte en una casa vieja en la que se han ido amontonando trastos y papeles, algunos vagamente recordados, pero que no sabemos dónde están, y otros sepultados para siempre en el olvido. Los libros perdidos aparecen a veces cuando, al pasar, empujo sin querer un inestable montón que súbitamente se viene al suelo. Las cosas que uno ni recuerda ni quiere recordar asoman a veces en sueños o al azar de un imprevisto encuentro.
En 1965 tenía yo quince años, vivía en un barrio obrero de Avilés cercano al cementerio de la Carriona y estaba obsesionado con la ufología y la parapsicología. Con un amigo de mi edad, que tenía una grabadora, decidimos saltar una noche el muro del cementerio y dedicarnos a grabar psicofonías. La primera noche no obtuvimos ningún resultado, quizá porque nos asustamos bastante al ver lo que nos parecieron unas luces moviéndose entre los panteones y escapamos, nunca mejor dicho, como alma que lleva el diablo. Pero nos atrevimos –yo era entonces muy atrevido, no como ahora– a intentarlo una segunda vez. Y entonces…
Ha reaparecido, entre los cachivaches del trastero, la cinta que grabamos. La creía perdida. Para poder volver a escucharla tendría que llevarla a un local especializado a que la convirtieran en una grabación digital. No sé si me atreveré a hacerlo. Debería. Para comprobar que es verdad lo que había olvidado y ahora he vuelto a recordar.
La segunda noche en el cementerio no pareció pasar nada especial. Era una hermosa noche de verano, muy luminosa y cálida. Los historiados panteones, con sus columnas, sus ángeles y sus alegorías, parecían el escenario de alguna película. Pero no de terror. No teníamos miedo, nos encontrábamos tranquilos, nos habríamos quedado más tiempo si no fuera no queríamos que nos echaran en falta y se preocuparan en casa.
La grabadora, bastante aparatosa, estaba en marcha. Tardamos unos días en escucharla. Pensábamos que solo habría grabado el silencio y el canto espaciado de algún ave nocturna.
Y así fue los primeros minutos. Pero cuando ya íbamos a apagarla, aburridos, oímos la primera voz. Una voz que se quejaba. El lamento solitario se convirtió de pronto en un quejumbroso coro. “Son los condenados del infierno”, dijo mi amigo. “Quizá son las proyecciones de nuestro subconsciente”, repliqué yo, que ya había leído a Freud en los tomos de su obra completa que había en la biblioteca pública
De pronto, un alarido que alarmó incluso a los vecinos (bajaron a ver qué pasaba) y luego el silencio, interrumpido solo por el crepitar de la cinta al irse desenrollando. “Tenemos que llevarla a la policía”, dijo mi amigo. Y yo: “Se reirán de nosotros”. “Podemos mandarla por correo”.
Estuvimos de acuerdo, y yo estaba a punto de hacerlo, pero ese mismo día en que tenía el paquete listo para ir a Correos, me enteré de que habían encontrado un cadáver cerca de las tapias del cementerio. Llevaba varias semanas muerto y no presentaba aparentemente ninguna herida, aunque tenía en la cara un gesto de terror. “Como en las malas películas”, pienso ahora. Mi amigo y yo nos asustamos mucho, por lo que podía habernos pasado y por lo que podía pasarnos si alguien nos relacionaba con el crimen. Decidimos destruir la cinta, no pensar más en el asunto. Y tan poco pensé en el asunto que, cuando mi amigo José Luis Piquero nos contó en Óliver sus peripecias en el cementerio de El Salvador en busca de psicofonías, me reí de él y ni me acordé de que yo había pasado por una chifladura semejante. La verdad es que olvidé muchas otras cosas de aquellos años. Recuerdo más los libros que leí entonces que mi vida por aquellas fechas. Escribía mucho y la historia del cementerio se fue mezclando con mis fantasías de entonces. El amigo con el que salté las tapias estudió derecho y ahora es fiscal. Me lo acabó de encontrar y hablamos del rey y de Bárcenas, no de la cinta. Pero al volver a casa apareció sin buscarla.
¿Seguirá conservándose en ella aquel grito que aterró mi adolescencia? Mañana, cuando pase por las Salesas, la llevo a Fotoprix para ver si pueden convertirla en un archivo digital y así salgo de dudas.
Martes, 19 de marzo
SECRETO
No cuento más. Algunas cosas es mejor que sigan siendo secretas. Y yo, aunque no lo parezca, soy muy bueno a la hora de guardar secretos.
Miércoles, 20 de marzo
CONTANDO BATALLITAS
Hace más de cuarenta años que di mi primera clase. Fue un veinte de marzo de 1972. Y desde entonces, día tras día, hasta hoy. Creo recordar que en esas más de cuatro décadas no he tenido ni una baja. Y no porque no haya estado nunca enfermo, sino porque, como soy tan ordenado, procuraba que gripes y afonías coincidieran siempre con vacaciones o puentes largos. Y los días siguen teniendo veinticuatro horas.
Como para celebrar este aniversario, luce un espléndido día de primavera y yo tengo que dar más clases que nunca, mañana y tarde, en el Milán y en la antigua Escuela de Magisterio, en uno y otro extremo de la ciudad.
En el Milán acabo a las doce y a las doce empiezo la clase siguiente en el otro extremo de la ciudad. Hoy he logrado ir de un sitio a otro, y cuesta arriba, en solo veinte minutos, un récord difícilmente superable (pero yo estoy en buena forma: he tomado la precaución de no fumar ni practicar deporte).
No es fácil mantener la atención de más de ochenta alumnos durante tres horas seguidas (dos clases de hora y media con un leve intervalo) hablándoles de rimas y de sinalefas y de versos de Antonio Machado.
No es fácil, pero nada fácil merece la pena. Termino el día agotado, sonriente y feliz. Soy un hombre de suerte.
Durante todas estas horas de clase he resistido a la tentación de contarles a los alumnos que tal día como hoy entraba por primera vez en una escuela (era una escuela unitaria, en Granda, con niños de todas las edades) y que, casi medio siglo después, sigo haciendo el mismo trabajo y no con menos entusiasmo. Todavía no soy tan viejo como para aburrir contando batallitas y colgándome medallas (todo el mundo sabe, por otra parte, que las medallas que uno mismo se cuelga son siempre falsas).
Jueves, 21 de marzo
LO QUE INTERESA SABER
Mi amigo Vicente me manda el enlace de una entrevista con Andrew Morton encabezada por el siguiente titular: “El Rey ha estado con 1500 mujeres a lo largo de su vida”.
No sigo leyendo. “De esas cuentas”, le digo a mi amigo, “lo único que me interesa saber es quién pagó la cuenta. Porque una cosa es irse de picos pardos y engañar a la santa esposa (eso es algo que queda entre ella y él) y otra pasarle los gastos al erario público”.
Yo soy poco respetuoso con mi vida privada, que me gusta pública, pero muy respetuoso con la vida privada de los demás. A mí lo único que me interesa es saber de las andanzas privadas del jefe del Estado es si utilizó o no la Constitución para taparse las vergüenzas. Y si nuestros gobernantes electos conocieron, consintieron, toleraron comportamientos impropios de un caballero o directamente ilegales, si miraron para otro lado.
Lo que interesa saber es si hubo o no un planificado saqueo de las arcas públicas, si se recibieron comisiones por mediar en determinados negocios, si se aceptaron costosos regalos de empresarios que tenían tratos con el Estado español, cosas así. No el número de mujeres con las que DSK, Berlusconi o nuestro valetudinario monarca han estado a lo largo de su vida.
Viernes, 22 de marzo
NI UN DÍA SIN LÍNEA
Al volver de la tertulia, recuerdo que fue también en 1972, al poco de jurar fidelidad a los Principios Fundamentales del Movimiento para que me dieran mi primer trabajo (eso tengo en común con el rey, eso y no haber cambiado desde entonces de trabajo), cuando se publicó mi primer libro de poemas.
Soy un hombre afortunado, aunque algunos días lo dude. Tantos años después y aún no he escrito una línea por obligación o por dinero. Tampoco quizá ninguna especialmente memorable. Pero aún no he perdido la ilusión de conseguirlo. Por eso soy un hombre afortunado, porque (como dice hoy mi horóscopo) aunque lo pierdas todo, si no pierdes la ilusión, no has perdido nada.