Sábado, 16 de febrero
UN ESPAÑOL HABLA DE SU TIERRA
Mea culpa, mea culpa, mea grandísima culpa. He cometido el mayor de los pecados que un hombre puede cometer. Soy nacionalista. Nacionalista español, por supuesto: aquí nací y aquí he vivido siempre.
Amo a Portugal, a Italia, a Francia (por este orden), pero la única historia que me conozco al dedillo es la de España, algo así como la historia de mi familia. La del siglo XIX me la contó Galdós, que es para mí como ese abuelo que a todos nos habría gustado tener.
La historia del XX tengo la impresión de que la he vivido, aunque naciera a mediados de siglo. Desde 1970 hasta hoy, con la crisis catalana, tengo la impresión de que he sido protagonista, aunque no haya sido más que un minúsculo figurante que no ha dejado de votar ni una sola vez desde que fue posible ni de manifestarse (estuviera o no prohibido) cuando lo creía conveniente.
Soy un español de lo más típico: hablo alto y claro, tiendo a dogmatizar, a tratar de imponer mis opiniones en la mesa del café, no estoy muy dotado ni para el dominio de idiomas extranjeros ni para las sutilezas de la diplomacia, pero tampoco –más Quijote que Sancho– me faltan ciertas buenas cualidades que dicen que nos caracterizan.
Soy un español que ama a su patria, aunque no por eso deja de reconocer sus no escasos defectillos.
Ya sé que hoy arremeter contra el nacionalismo, “el mayor enemigo de Europa y de la democracia”, está de moda. Pero no por eso voy yo a abjurar de unas ideas, que no son propiamente ideas, sino creencias, para decirlo con la terminología de Ortega.
Amo a mi patria y me encuentro muy a gusto con los que aman a la suya, siempre que no quieran imponer su amor a nadie.
La patria es cosa del corazón, el Estado asunto de la cabeza y del bolsillo. ¿Es bueno o malo que tu patria y la mía formen parte del mismo Estado? Sentémonos a negociar, lleguemos a unas conclusiones y luego que la ciudadanía vote. Tranquilamente, sin imposiciones, como ciudadanos libres de un país libre.
Ser español es un honor, no una condena. ¿Qué una comunidad autónoma no quiere seguir formando parte del Estado español? Expliquemos las ventajas de serlo, aclaremos los inconvenientes de la separación, dejemos a los ciudadanos que reflexionen y luego votemos. Y respetemos el resultado de la votación, sea el que sea. Un país no es más o menos grande por su extensión en kilómetros cuadrados, sino por la libertad y la prosperidad de sus habitantes. Suiza no es inferior a Uzbekistán, aunque su extensión sea menor.
“Ahí tiene usted / confesado mi delito”, digo con Manuel Machado. “Amo a España y no quiero imponerle a nadie ese amor”. Ojalá que todo el conflicto actual termine como ese poema: “No es delito. / Ya lo sé”.
Domingo, 17 de febrero
ENCUENTRO EN CATANIA
La realidad es un estado de ánimo. De pronto, al atajar por una calle en la que no había estado nunca, me volví a sentir como en aquel invierno en Catania, un paria, un solitario, alguien al que el mundo entero había vuelto la espalda.
Era la hora del anochecer, la más melancólica del día, y no había ningún bar en aquella calle, que parecía fruncir el ceño, cerrarse sobre sí misma, mirarme de mala manera.
La mañana había sido luminosa y a dos pasos estaba mi casa, la rutina feliz. Pero yo volvía a estar en una ciudad en la que no conocía a nadie, en la que a las cinco de la tarde era de noche, en la que no había sido capaz de encontrar ningún rincón en el que leer a gusto y entretenerme con las conversaciones ajenas (allí parece que no existían los cafés a la española), en la que no había centro comerciales, en la que todo el mundo se retiraba temprano y a mí me dejara fuera o en la solitaria habitación del hotel, hasta que llegara el sueño, que siempre se retrasa cuando lo esperas.
Y sin embargo en Catania entreví la felicidad. Había pasado el domingo, también era domingo, en Siracusa. Un domingo feliz, como este hasta entré en esta calle, deslumbrante el mar en torno a la isla de Ortigia, rezumante de frescor virgiliano la fuente de Aretusa, pero al salir de la estación, ya de noche, aunque no era muy tarde, se me vino el mundo encima.
Nada más deprimente que el camino que lleva desde la estación hasta la plaza Stesicoro, cerca de la cual estaba mi hotel. Solares sin urbanizar, naves comerciales, todo mal iluminado y solitario. De vez en cuando me cruzaba con una sombra presurosa. Una vez creí escuchar cerca detonaciones que me parecieron disparos.
Tras el brillo y las memorias platónicas de Siracusa, la realidad parecía haberse convertido en una selva oscura como aquella en la que Dante se encontraba antes de entrar en el infierno. De pronto, al final de un callejón a mi izquierda, vi brillar luces. Me dirigí hacía allí, sin pensarlo.
Entre edificios oscuros, un chalet con un gran ventanal iluminado que daba sobre un pequeño jardín. Hasta la acera llegaba el rumor de la música y de las conversaciones. Sin duda se celebraba una fiesta. Yo miraba como el niño ante el escaparate de una pastelería. De pronto, un tipo elegante, de unos cincuenta años, que llegaba con una botella en la mano, se detuvo junto a mí. Iba a disculparme, no debía ofrecer muy buena imagen allí al acecho.
––¿Quiere pasar?
Le reconocí vagamente. Nos habíamos visto en la biblioteca de la Universidad. ––No estoy invitado, dije y traté de sonreír.
––Le invito yo con mucho gusto.
Me hizo entrar con él a aquel salón que yo había visto desde fuera y que por unos momentos me pareció la imagen misma de la felicidad, como en El gran Meaulnes, la novela de Alain-Fournier. Pero nada más entrar le llamaron –“disculpa un momento”– y me dejó solo, entre gente a la que no conocía.
Todas las miradas si fijaron en mí, o esa impresión me dio, y empecé a sentirme mal, sin saber qué hacer ni qué decir. Lo cierto es que todos siguieron con sus conversaciones sin hacerme mucho caso. Una joven interpretaba al piano canciones de Reynaldo Hahn sobre poemas de Verlaine (yo recuerdo que las había escuchado por primera vez en el apartamento neoyorquino de Muñoz Millanes), se cansó de tocar, recibió unos corteses aplausos y tras inclinar con gracia la cabeza se acercó a mí. ––No te conozco. ¿Eres amigo de Mirna?
––No la conozco, en realidad no conozco a nadie. Estaba en la puerta y…
De pronto, pareció perder todo interés por mí. Yo me encontraba cada vez más incómodo. Una pareja, en el centro del salón, comenzó a discutir. Cada vez lo hacían en voz más alta y como si estuvieran solos. Yo no los entendía porque, aunque comenzaron en italiano, pronto pasaron al dialecto.
La pianista volvió a acercárseme.
––Vámonos, esto comienza a ponerse desagradable. Son los dueños y parece que se han olvidado de que tienen invitados. Ella es muy celosa y él coquetea con todas, también conmigo, pero yo no le hago ningún caso.
Fuimos paseando hasta la plaza de la catedral. Había una gran luna y el frío parecía haber desaparecido. Hablamos de Giovanni Verga, el día antes había estado yo visitando su casa, de Caballeria rusticana, y luego de Pirandello. Ella era profesora de literatura italiana en un liceo.
––Así es si así os parece. Qué razón tenía Pirandello. También la verdad se inventa.
––Eso lo dijo, antes que él, o a la vez que él, Antonio Machado.
Yo le hablé de un libro, muy pirandelliano, del psiquiatra Castilla del Pino, El delirio un error necesario. A veces para poder soportar la realidad tenemos que inventarnos otra realidad.
En la plaza Stesicoro, a un lado el anfiteatro romano, al otro la gran estatua de Bellini, teníamos que separarnos. Mi hotel estaba en dirección contraria a la de su domicilio. Pensé en invitarla a cenar para seguir charlando. Pero tardé en decidirme. Ella me miraba sonriente. A nuestro lado se detuvo un autobús. Me dio un rápido beso y subió de un salto en cuanto se abrió la puerta.
Yo debía de quedar triste, pero la verdad es que volví al hotel de buen humor. Me sentía aliviado. La felicidad mejor verla desde fuera, soñarla al otro lado del cristal. Si lo atravesamos, deja de ser felicidad.
Lunes, 18 de febrero
RETRATO Y AUTORRETRATO
“Célibe y maniático, lúcido y pesimista, viviendo para su tarea de investigación, sin más aficiones ni pasiones que su trabajo, razonando inhumanamente, frío y certero, con un insufrible orgullo e invulnerable a cualquier tentación, acorazado contra cualquier debilidad”.
Qué bien me conoce quien escribió esas líneas. Podría haberlas escrito cualquiera de mis enemigos mejores. Pero no hablaba de mí, sino de Sherlock Holmes.
Miércoles, 20 de febrero
RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS
Tuve que visitar esta mañana dos clases de tercero de primaria (alumnos de ocho o nueve años) para evaluar a unos profesores en prácticas. Me sorprendió la manera cómo enseñan a los niños a arreglar sus desavenencias: “Cuando surge un conflicto entre el alumnado, los profesores les ofrecen la posibilidad de solucionarlo entre ellos saliendo al Iguaderu. Una vez allí uno de los alumnos se sitúa bajo la boca para exponer el problema según él lo ve. Mientras tanto, el otro permanece bajo la oreja y escucha. Solo puede escuchar, esto es muy importante. Cuando el primero acaba de hablar, cambian de sitio: el que antes hablaba ahora escucha y el que antes escuchaba ahora habla. Podrán cambiar de sitio las veces que necesiten hasta aclararse. Al final, si llegan a un acuerdo, se dan la mano y vuelven a la clase o al patio. Si no lo resuelven, piden ayuda a una profesora o profesor”.
Me enseñan el rincón del Iguaderu, bajo un gran ventanal: una mesa, dos sillas y sobre cada una de ellas un gran cuadro representando en un caso una boca y en el otro una oreja. Hay también una hoja de papel donde se anota la fecha y si finalmente llegaron a un acuerdo. En los cuatro casos de febrero, hay empate: dos veces se llegó a un acuerdo y otras dos veces no.
Está claro –pienso al salir del colegio, muy esperanzado con lo que he visto– que a los líderes de la nueva derecha española no les enseñaron a resolver así sus conflictos. Seguro que no fueron a un colegio público, como el Novo Mier. Debería estar prohibido que se transmitan las sesiones parlamentarias en horario infantil. Son un pésimo ejemplo.
Disparates que antes solo se oían en las tertulias de la telecaverna en las que solía participar Juan Manuel de Prada, ahora se escuchan en el Parlamento con total naturalidad. Yo estoy expectante por ver si mis compatriotas, en las próximas elecciones, premian o castigan esa desfachatez. Comparado con el actual líder de la oposición, Gabriel Rufián resulta todo un caballero.
Jueves, 21 de febrero
COSAS DE LA EDAD
La alegría de ganar y el fastidio de perder me duran exactamente lo mismo: más o menos cinco minutos.
Viernes, 22 de febrero
OTRA CONFESIÓN
No estar enamorado es mi manera de ser feliz; estar enamorado, mi manera de no olvidar que sigo vivo.