Quantcast
Channel: Café Arcadia
Viewing all articles
Browse latest Browse all 704

Revelación de secretos: Aprendo a mentir

$
0
0


Sábado, 23 de febrero
CUIDADO CON LOS ELOGIOS

Como todos los escritores (como todos los seres humanos, casi me atrevería a decir), soy bastante vanidoso. Los elogios, sin embargo, me ponen siempre en guardia; mis admiradores suelen ser poco de fiar.
            Recuerdo el caso de aquel escritor portugués, callaré el nombre, que me escribía cartas y cartas de hiperbólica admiración. En una de ellas –la encontré el otro día entre papeles viejos–, me decía que había estado hablando de mí con Eugénio de Andrade y que me habría ruborizado si los escuchara.
            A este narrador, periodista y poeta le tradujeron un libro de versos al español y me pidió un prólogo. Dije que sí antes de leerlo; cuando lo leí, me interesó más bien poco. No supe cómo volverme atrás del compromiso y escribí unas páginas vagamente elogiosas, como suele ser habitual en estos casos. Pero sospecho que mi verdadera opinión se transparentaba (siempre me ha costado disimular lo que pienso) y ahí acabaron admiración y amistad.
            Nunca volví a saber de Viale Moutinho, así creo que se llamaba, aunque algunas noticias me llegaron de lo dolido que estaba con mi ingratitud.
            Los elogios de un escritor siempre han de ser devueltos y a ser posible con intereses. Por eso yo me siento muy incómodo cuando me elogian: temo no ser capaz de devolver el favor.
            Claro que existen además los simples lectores, los que no tienen mercancía que intercambiar. Me encuentro con la calle con un conocido al que no veía desde hace tiempo. Me felicita por mis artículos, que lee todas las semanas, y yo le sonrío feliz y agradecido. “¿Los lees en el blog?”, se me ocurre preguntarle. “No, no, yo no manejo Internet. Los leo en…”. Y me cita el nombre de un diario en el que hace cerca de diez años que no colaboro.
            Otro encuentro con admirador anónimo: “He leído su último libro. Me ha gustado mucho”. “¿Qué libro?”, se me ocurre preguntar porque en mi caso el último libro deja rápidamente de serlo. “El último, uno de portada verde; no, no, amarilla o quizá azul, uno en el que hablaba de poesía, creo, no recuerdo el título”.
            Ahora ya no pregunto. Cuando me elogian, doy las gracias y cambio rápidamente de conversación. ¿Por modestia? No, que yo no sé lo que es eso: para evitar desengaños.


Domingo, 24 de febrero
EL QUE NO SE CONSUELA

Algunas veces, ya en la cama, esperando que llegue el sueño, me digo: “Vamos a ver, ahora que no nos oye nadie, dime, ¿has conseguido en la vida lo que pretendías?”
            ––Pues mira –me respondo–, ahora que no nos oye nadie, voy a ser sincero: no sé si tengo todo el éxito que merezco, pero desde luego tengo todo el que necesito. Lo mismo me pasa con el dinero, aunque esté mal el decirlo. La verdad es que de uno y de otro necesito más bien poco. De la salud, hasta la fecha (cruzo los dedos, que comienza a adentrarse uno en terreno pantanoso), tampoco me puedo quejar.
            ––¿Y qué me dices del amor?
            ––Ahí también he tenido suerte. Siempre he sido rechazado. No sé qué hubiera sido de mí en caso contrario.
            Y me duermo engañosamente feliz. Hay cosas que uno no se atreve a confesar ni a sí mismo.



Lunes, 25 de febrero
TENER RAZÓN

Leo El arte de tener razón, de Schopenhauer, un libro que enseña a discutir de tal modo que uno acabe siempre triunfante, con razón o sin ella.
            Para ello nos explica una serie de estratagemas, treinta y ocho exactamente. Sospecho que alguna ya la he utilizado más de una vez. La número ocho, por ejemplo, que dice así: “Suscitar la cólera del adversario, ya que encolerizado no está en condiciones de juzgar de forma correcta. Se le encoleriza no dándole la razón en los puntos en que evidentemente la tiene, enredándole abiertamente y, en general, mostrándose insolente”.
            Sí, todas esas estratagemas me las sé de sobra y casi todas las he usado reiteradamente. Yo habría sido un buen sofista en la antigua Grecia.
            Todo tiene sus pros y sus contras, como decía Pero Grullo, y en ocasiones a uno le toca poner el acento en los pros y otras en los contras, ser abogado defensor o fiscal.
            Pero ya me aburren esos juegos dialécticos. Ahora solo me interesa tener razón de verdad, jugar limpio, aceptar cuando sea menester los argumentos y las razones del contrario.
            Cambiar de opinión cada vez me cuesta menos y me gusta más. Siempre que haya buenas razones para ello, claro.
            No me gusta que me engañen;  me gusta todavía menos engañar. Sé hacer trampas, me sé todos los trucos, no hace falta que venga Schopenhauer a recordármelos, pero no tengo que ganar ningún debate televisivo, ni entretener al personal, ni conseguir votos.
            Defiendo mi opinión sobre cualquier asunto, y con mucha vehemencia, solo mientras creo que es verdadera. En cuanto me muestran o me demuestran que no se ajusta a la realidad, deja de ser mi opinión.
            No tengo razón siempre que creo tenerla, ya lo sé, pero me esfuerzo todo lo posible por tenerla.


Miércoles, 27 de febrero
A BOTE PRONTO

¿Cómo le gustaría que fuera el último día de su vida?
            ––Como cualquier otro.
Un consejo para ser feliz.
            ––Conformarse con serlo solo un poco.
¿Monogamia o poligamia?
            ––Polimonogamia
¿Religión?
            ––Cualquiera que no me obligue a comulgar con ruedas de molino, o sea, ninguna.
¿Prohibiría algún libro?
            ––Sí, pero no diré cuáles. Algunos los han escrito amigos míos.
Una razón para leer poesía.
            ––Que te guste la poesía.
Una razón para no leerla.
            ––Que conozcas al autor.
¿Cree que la novela está sobrevalorada?
            ––No por mí.
¿Todavía lee periódicos en papel?
            ––Sí, y todavía bebo agua en vasos de cristal, aunque hace tiempo que se ha inventado el plástico.
Una obra maestra que no haya sido capaz de terminar.
            ––Muchas, pero no creo que fueran obras maestras.
¿Cree en el amor eterno?
            ––Por supuesto, pero suele durar poco tiempo.
¿Cuántos libros lee al día?
            ––Muy pocos, bastantes menos de los que dejo de leer.
¿A quién piensa votar en las próximas elecciones?
            ––No lo diré. Le haría perder votos
¿Le gusta España?
            ––Sí, mucho. Los españoles, un poco menos; se me parecen demasiado.
¿Cree que es una democracia plena?
            ––Prefiero no responder.
¿Qué hace falta para triunfar en literatura?
            ––Si lo supiera, habría triunfado.
¿Es necesario saber mentir sin ruborizarse para hacer carrera política?
            ––Sí, pero esa habilidad suele ser connatural a los seres humanos.
¿Es usted un hombre vanidoso?
            ––Al menos procuro parecerlo.
¿Le gustaría ser más leído?
            ––Según por quién.
¿Hace suyos los versos de Machado: “Y al cabo nada os debo; debéisme cuanto he escrito. / A mi trabajo acudo, con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimenta y el lecho en donde yago”?
            ––A mí nadie me debe nada
Un escritor con el que le gustaría tomar un café,
            ––Cualquiera que admire (y cualquiera que me admire)
¿Envidia a alguien?
            Por supuesto
¿Podría dar nombres?
            ––Prefiero no darlos, a no ser que estén muertos como Sócrates y Sherlock.
¿Su deporte favorito?
            ––La falsa modestia, aunque últimamente lo practique poco.
¿Qué le gustaría hacer antes de morirse?
            ––Nada que no haya hecho ya. Lo que más me gusta es repetirme



Jueves, 28 de febrero
ENCUENTRO EN SEVILLA

Alguien, no sé si Oscar Wilde o quizá yo mismo, escribió que la realidad es casi completamente imaginaria.
            Como todas las paradojas, no pasa de ser una obviedad camuflada. De mis amigos, de mis amantes, de los políticos que apoyo o detesto, sé cuatro o cinco cosas e imagino el resto. Todos ellos, como los centauros y las sirenas, son criaturas mitad reales y mitad imaginarias.
            Había quedado citado yo, hace de esto algunos años, en Sevilla, donde él vivía, con un poeta con el que solía cartearme y al que no conocía personalmente. Él elogiaba mis poemas y yo me esforzaba por hacer lo mismo con los suyos, aunque la verdad es que me interesaban más bien poco. Quedamos para comer en un restaurante cerca de la Giralda. No llegamos a hacerlo. Tomando algo antes, las primeras palabras que me dijo fueron: “Esos poetas que tú reseñas y has antologado son una mierda. El primero de todos, Fernando Ortiz”.
            Y luego siguió despotricando contra Víctor Botas, Miguel d’Ors, Sánchez Rosillo y no sé cuántos más.
            Yo trataba de responder, tomándomelo primero un poco a broma, pero pronto pude comprender que iba en serio. La gente de las mesas cercanas comenzó a mirarnos cada vez con menos disimulo. La verdad es que llegué a temer una agresión. Mi interlocutor era alto, fuerte, con una fea carota que se fue encendiendo de ira. Dije que tenía que ir al baño, pagué discretamente la cuenta al camarero y me escabullí sin que él se diera cuenta. Los tres días que pasé en Sevilla andaba temeroso de encontrármelo en cualquier esquina.
            Le conté lo sucedido a Fernando Ortiz, que no daba crédito: “Pero si me para cada vez que me ve y me tiene media hora elogiando mis versos. Hasta se sabe algún poema mío de memoria, como el soneto a Blanco White”.
            Cuando volví a Asturias, releí sus cartas, todas llenas de deferencias y signos de admiración, sin ninguna reticencia, pero si en lugar de haber quedado citados en un bar hubiéramos quedado en su casa, como él propuso, yo no sé si ahora lo estaría contando.
            Bastante tiempo después, creí reconocerlo en Ginebra, cuando esperaba, en la estación de Cornavin, a dos amigos, José Cereijo y María Taibo, con los que iba a desplazarme hasta Lausanne. Volví a asustarme, volví a temer que se lanzara sobre mí y tratara de estrangularme, que fue lo que sentí por un instante en aquel bar de Sevilla. Pero no era él, o no me reconoció, o me había olvidado.


Viernes, 1 de marzo
A TODO SE APRENDE

La verdad es que a todo se aprende. Siempre he tenido dificultad para elogiar a quien conviene elogiar y no a quien lo merece. Pero cada vez se me da mejor mentir. Ya hasta sería capaz de escribir un elogio de la justicia española, de los toros o de la poesía última de Pere Gimferrer.


Viewing all articles
Browse latest Browse all 704

Trending Articles