Sábado, 2 de febrero
MEJOR PINOCHET
“Como dijo Alfonso Guerra, prefiero una dictadura con orden en las calles y prosperidad económica, como el Chile de Pinochet o la Arabia del Príncipe Mohammed, a una democracia caótica y en quiebra económica como la Venezuela de Maduro o la República española”, le escucho decir a alguien que habla por teléfono a mi lado en el autobús.
Tengo que contenerme para no interrumpirle gritando que Alfonso Guerra no ha dicho exactamente eso, que lo que ha dicho es... Pero pensándolo un poco empiezan a entrarme dudas de que no haya sido precisamente eso lo que ha querido decir.
Domingo, 3 de febrero
EL DESCONOCIDO DE NÁPOLES
Yo también, como toda la gente, a veces tengo ganas de huir de este mundo y refugiarme en otro que no ha existido nunca. Al igual que a los niños asustados, para espantar el miedo me cuento historias.
Recuerdo, por ejemplo, cuando una amiga que daba clases en la Universidad de Nápoles me prestó su apartamento durante un mes de verano que ella pasaría viajando por España. Estaba en el Vomero, muy cerca de la parada del funicular, y desde una de sus ventanas se veía Posilippo y la bahía y las islas de Isquia y Procida.
Una noche oí voces y ruidos en el piso de abajo, como si se estuviera produciendo una pelea. Luego un estampido, de un disparo o de una puerta que se cierra de golpe o de una moto en la calle. No me atreví a asomarme al descansillo, ni siquiera a atisbar por la mirilla de la puerta. Aquel era un barrio tranquilo, o eso creía yo, pero toda la leyenda tenebrosa de la ciudad se me vino encima y me acurruqué en la cama, entre las sábanas, temeroso de que la policía llamara a mi puerta a preguntarme si había visto algo.
Pero no vino la policía ni volvió a oírse un ruido en toda la noche. Tardé en dormirme y, cuando me levanté, ya tarde, lucía un azul espléndido. Desayuné reposadamente en una terraza al aire libre y luego bajé por retorcidas calles en cuesta y escaleras hasta el puerto de Mergellina. Por allí cerca estaban las tumbas de Virgilio y de Leopardi.
Caminaba sin prisa, no tenía nada que hacer, no me importaba perderme, la temperatura era primaveral a pesar de que estábamos en pleno verano. Me detuve, en via Caracciolo, a leer una placa que informaba que Ramón Gómez de la Serna había vivido allí. Seguramente con Carmen de Burgos, pensé yo. Qué extraña pareja. Entonces un hombre con sombrero, como de película americana de los años cuarenta, se detuvo a mi lado y, tras saludarme amablemente, dijo:
––Creo que tiene usted algo para mí.
Le miré extrañado. Hablaba en español, no en italiano.
––Debe de haberse confundido, señor.
––¿No es usted José Luis García Martín? ¿No vive en casa de la profesora… (y dijo el nombre de la profesora que me había prestado el apartamento y que yo prefiero no repetir aquí).
––En efecto. Pero ¿quién es usted?
––Mi nombre no importa. ¿Me permite?
Cogió los dos libros que yo llevaba en la mano (siempre salgo de casa con algún libro) y, sonriente, como jugando, buscó entre sus páginas. Encontró un folio doblado que yo no recordaba que estuviera allí (los libros los había comprado en la librería Feltrinelli de Piazza dei Martiri).
––¿Ve cómo sí tenía algo para mí?
Luego se llevó la mano al sombrero en un gesto de saludo y desapareció antes de que yo pudiera salir de mi asombro, como se decía en las viejas novelas de aventuras.
Lunes, 4 de febrero
ANTE EL CAMPOAMOR
Cuando voy hacia el Vetusta a tomar mi café con libros de la tarde, me encuentro con Inés Illán, que fue mi profesora de latín hace medio siglo y que sigue tan subversiva como entonces. Me cuenta que ante el Campoamor, a las siete y media, hay una concentración en apoyo a Venezuela.
––¿Has visto qué vergüenza? Pedro Sánchez se ha puesto a la cola de Trump y al frente de los países europeos que apoyan a los golpistas.
Me uno a ella, sabiendo que los defensores de la legalidad y el derecho internacional seremos cuatro gatos, bastantes menos que cuando la guerra de Irak. En estos años, las técnicas del lavado de cerebro han avanzado mucho. Si desde todas partes nos informan de que lo blanco es negro y lo negro blanco, a ver quién es el guapo que se atreve a decir lo contrario.
Atreverse hay muchos que se atreven, no soy por supuesto el único, pero se los arrincona lejos del altavoz.
¿Y por qué voy a tener yo la razón y no gente tan lista como Vargas Llosa, González o Cebrián?, me pregunto a mí mismo haciendo, un poco tramposamente, de abogado del diablo. Y digo tramposamente porque esos tres tipos serán muy listos, pero intelectualmente yo los valoro más bien poco, cada vez menos. Sus argumentos los desmontaría un niño. Se resumen a que la legalidad hay que respetarla en España (y por eso tenemos políticos que, por su actividad política “ilegal”, están en la cárcel o “huidos”), pero no en Venezuela.
Pero no voy a hablar del asunto, una causa perdida.
Todos los representantes de la nueva política, quienes sucedieron a los cómplices del juancarlismo, me han ido defraudando. Tendré que decir como San Francisco de Borja: “Nunca más serviré a señor que se puede morir”. Aunque yo siempre he estado al servicio de algo, nunca de alguien (Cela decía lo mismo, pero él nunca estuvo al servicio de nada que no fuera su mayor gloria).
Ni sé que se puede hacer cuando el problema no son los gobernantes, sino los gobernados. Execrar al gobierno de Venezuela, da votos, pero no solo a las derechas, sino también a buena parte de la izquierda. Y de Cataluña, ni hablo.
Habrá qué resignarse y citar Espronceda: “Truéquese en risa mi dolor profundo. / ¿Que haya un golpe más qué importa al mundo?”
Martes, 5 de febrero
ALGO ES ALGO
Si nadie te odia, es que no eres nadie. Y como yo no soy nadie en la Universidad y no he competido nunca por ningún puesto ni hago sombra a nadie, pues nunca me ocurrirá lo que a López Otín.
O eso creía. El pasado jueves, a ir a entrar en clase, veo que la profesora anterior sigue sentada en la mesa atendiendo a una alumna. Me quedo esperando fuera. Pasan cinco minutos. Me asomo de nuevo a la puerta abierta. Está con otra alumna. Cinco minutos más y comienzo a extrañarme. ¿Me habré equivocado de aula? No, ahí están mis alumnos, que me miran tan extrañados como yo. Por fin se levanta, recoge muy lentamente sus cosas. Cuando parece que va a salir, vuelve a por el paraguas, que tarda un rato en encontrar. Sale y yo pongo buena cara para sonreír y responder “no importa” cuando pida disculpas por la tardanza. Pero no dice nada, no saluda, solo se limita a mirarme con desdeñoso gesto de Gorgona. A punto estuve de convertirme en piedra.
¿Cuánto tiempo me había tenido fuera esperando? ¿Media hora? Eso me pareció a mí, pero como soy tan impaciente y tan puntual a lo mejor no fue tanto, solo veintiocho o veintinueve minutos (o quizá solo ocho o nueve).
Al ir a firmar, vi el nombre de la profesora y se aclaró el enigma. Era Araceli Iravedra, autora de numerosos estudios sobre la poesía española actual, minuciosamente documentados, y directora de la cátedra Ángel González. Supe entonces cuál era mi delito: he reseñado alguno de sus libros y, entre vagos elogios, he insinuado que sus cientos y cientos de páginas sobre docenas y docenas de poetas de hoy –buenos, malos y peores– podían haber sido escritas sin leer ninguno de sus poemas. Nada nuevo en la literatura académica.
Me gustaría acercarme a ella y decirle: “Tampoco es para tanto, mujer. A fin de cuentas yo escribo en periódicos, no en revistas indexadas. Es más elegante desdeñarme, no soy ningún obstáculo a la hora de los sexenios y la financiación pública de tales acríticos recuentos”.
Como no soy precisamente el admirable López Otín, nadie va a pasar años y años maquinando la manera de destruirme. Pero tampoco es que no sea nadie. Tengo, al menos, una colega que me detesta. Algo es algo.
Miércoles, 6 de febrero
PLANTEAMIENTOS SIN DESENLACE
Aunque admire a mucha gente, de no ser quien soy solo hay dos personas que me habría gustado ser: una es Sheldon Cooper, la otra Sherlock Holmes.
Leo ahora, alternando una con otra, dos aventuras apócrifas del detective inglés. Una la firma Bonnie Macbird, que ha sido guionista en Hollywood; la otra, Carlos Pujol, el admirado traductor y ensayista (y también poeta y novelista).
En ninguna de las dos está bien recogida la magia del personaje, pero se acerca más a ella Bonnie Macbird, que en su truculento –whisky, fantasmas y cabezas cortadas– Espíritus inquietos no aspira más que a conseguir un solvente producto de consumo (yo lo leí imaginándome la película) que el benemérito Carlos Pujol y sus misterios de Barcelona. Comienza bien: “Baker Street está muy lejos del río, pero a veces, en las noches de verano, a altas horas de la madrugada se oyen sirenas de barcos. Es un sonido gemebundo, como si alguien pidiese socorro en medio de la oscuridad”.
En el epílogo a Los secretos de San Gervasio, la aventura barcelonesa de Sherlock Holmes recién reeditada, escribe Pujol: “En una novela policíaca, lo mejor es siempre el planteamiento; la novela policíaca ideal no debería tener desenlace, que siempre decepciona”.
Por eso yo ahora, cuando vuelvo al Holmes original, releo solo los primeros capítulos de sus novelas o los primeros párrafos de los relatos. El resto prefiero imaginármelo.
Y de la aventura napolitana contar solo el intrigante comienzo, no el decepcionante final.
Jueves, 7 de febrero
ENTRE LO MALO Y LO PEOR
El gran dilema del político: ¿qué hacer cuando hacer lo que debe hacer le resta votos?
¿Qué haría yo –me pregunto– si tuviera que presentarme a las próximas elecciones? ¿Diría lo que pienso sobre los “demócratas” venezolanos o sobre de qué lado están la democracia y los derechos humanos en el conflicto catalán?
Me lo callaría, naturalmente, como aconseja Maquiavelo.
Viernes, 8 de febrero
EN EL PECADO, LA PENITENCIA
“Ya sé que te ha defraudado Pedro Sánchez, como a otros (aunque no a tantos como a ti te gustaría), por su postura sobre Venezuela, pero no te preocupes que en el pecado lleva al penitencia. Ya verás cómo, en cuanto se descuide, el triunvirato le aplica la doctrina Guaidó y saca la España ‘constitucionalista’ a la calle y uno de ellos se autoproclama presidente interino y Trump y Bolsonaro le reconocen de inmediato. Y no sé si lo harán con el aplauso de González, pero seguro que sí con el de Alfonso Guerra”.