Viernes, 25 de enero
REALISMO SUCIO
Nada interesa más a la audiencia, como bien saben los directivos de Telecinco, que las peripecias escabrosamente sentimentales de los demás.
Hoy acapara la tertulia un poema de Facebook en el que una poeta enumera, sin perdonar detalle, las razones que ha tenido para echar de casa a su pareja, también poeta y buen amigo de todos nosotros. Como no es la primera ruptura escandalosa que ha protagonizado, todos tenemos muchas cosas que contar.
––¿Y esto es una tertulia literaria?, protesta Alicia Pertierra. ¡Parece más bien un programa de Sábado Deluxe con García Martín haciendo de Jorge Javier Vázquez!
La verdad es que el poema se las trae: “Estás podrido. / Estás sucio. / Apestas el mundo. / No tengo suficiente lejía / para retirar esa mugre / de mi casa”.
––A esto llevan las redes sociales. A que ya no haya intimidad. Por eso yo, como Silvia, me niego a estar en Facebook, dice Almuzara.
––Qué culpa tendrá Facebook. Airear los trapos sucios para diversión del personal es decisión de cada uno. Hay desahogos que se pagan con el precio del ridículo.
Será decisión de cada uno, pero lo elegante, cuando algún conocido mete tan estrepitosa y tan públicamente la pata, es mirar para otro lado, no hozar con recochineo en el tema, que es lo que hacemos nosotros. Vuelvo a casa con mala conciencia.
Sábado, 26 de enero
ECKERMANN EN VELINTONIA
La literatura, cuando no es grande, envejece antes que los alrededores de la literatura. Me aburren, desde hace tiempo, los poemas de Aleixandre, que me fascinaron cuando era joven, pero vuelvo a hojear los Cuadernos de Velintonia, de José Luis Cano, y paso un rato muy entretenido con la chismografía de la época. Recuerdo que, cuando los leí por primera vez, me indignaron la insistencia del poeta en dejar constancia de sus presuntos escarceos eróticos y su silencio sobre la verdadera historia de su corazón, que luego se ocuparían de airear Molina Foix y Ruth Bousoño.
El tiempo, que tan cruel se muestra con la escritura que pretende permanecer al margen del tiempo, enriquece la que está ligada a nuestra pequeña historia. “Me habla Vicente con mucho entusiasmo de Alejandro Duque Amusco, poeta sevillano de veinte años a quien ha conocido hace algunos días, aunque ya habían cruzado alguna carta el pasado verano. Estudia Farmacia en Granada y es un apasionado de la poesía aleixandrina, sobre todo de La destrucción o el amor. Fue a verle el último verano a Miraflores para conocerle”.
Tantos años después, Alejandro Duque Amusco publica en el número de Clarín ahora en imprenta un enésimo estudio de la poesía de Aleixandre. Me emociona esa fidelidad. Recuerdo que le encontré un día en Madrid, a principios de los ochenta. Charlábamos tranquilamente de esto y de aquello (yo había reseñado su primer libro) cuando de pronto miró el reloj y se levantó de un salto. “He quedado con Vicente a las seis –me dijo– y no puedo llegar tarde. Ya sabes cómo es Vicente. Tiene programadas las visitas como un médico o un dentista. Te retrasas cinco minutos y pierdes la vez, hace pasar al siguiente”.
Me divierten las intrigas de estos años en torno a la Academia y las rencillas entre poetas. Gil de Biedma sale especialmente malparado. También Luis Cernuda, presentado como rencoroso y mala persona. “Recuerdo que una vez en mi casa, Luis cogió de la biblioteca el ejemplar, dedicado por él a Salinas, de su primer libro Perfil del aire y tachó la dedicatoria impresa poniendo encima la palabra merde. Me indignó aquel gesto de Luis, aparte de estropearme el ejemplar”.
¿Estropear el ejemplar? En una subasta como la reciente de Durán esa simple palabra manuscrita habría aumentado en mucho su valor.
José Luis Cano quiso ser el Eckermann del Goethe de Velintonia. Subrayo algunas frases: “Me asombra que hombres tan inteligentes como Laín, Aranguren y Marías crean en un Dios providente y todopoderoso, compatible con la tremenda crueldad de la existencia y el azar injusto que rige el mundo”, afirma Aleixandre. Y Cano responde: “Quizá Dios prefirió suicidarse antes de hacerse cargo de un mundo que había creado en un momento de irresponsabilidad”.
Domingo, 27 de enero
HAIKUS DE INVIERNO
Los dos muy solos, / ancho y ajeno el mundo / en torno nuestro.
Ya no recuerdo / si alguna vez te quise /ni si te quiero.
Ni Dios lo sabe. / ¿Hizo bien o hizo mal / cuando hizo el mundo?
La lluvia insiste / tras la puerta de casa, / muerta de frío.
Lunes, 28 de enero,
ME ENTERO DE TODO
Soy un hipócrita. Mucha mala conciencia por andar chismorreando en la tertulia con las morbosas desventuras sentimentales de un amigo, aireadas en las redes sociales, y hoy llamo a Xuan Bello, que seguro que está al tanto de todo, para enterarme de los detalles. Es como The Dreamers, la pelicula de Bertolucci, que a mí me gustó tanto cuando la vi por primera vez, pero sin Cinémathèque, sin correrías por el Louvre, sin americanos en París.
Las fantasías eróticas, cuando dejan de ser fantasías, a menudo dejan también de tener gracia.
Martes, 29 de enero
MI BIBLIOTECA
Mi biblioteca, como mi calle o la ciudad en que vivo, solo muy parcialmente es de mi propiedad. Mi biblioteca no son solo esos pocos miles de libros que llenan mi casa, disciplinados alfabéticamente en algunas habitaciones o amontonándose sin orden en cualquier rincón.
Mi primera biblioteca, la mítica Biblioteca de Alejandría en mi memoria, fue la biblioteca Bances Candamo de Avilés. Por aquel entonces, hablo de 1963 o 1964, había que pedir los libros en préstamo rellenando una ficha y a través de la ventanilla. Solo se podía sacar uno al día y yo dejaba para los fines de semana los libros más extensos y recuerdo bien la angustia de los largos puentes o el cierre durante la Semana Santa.
En casa no había más libros que los que yo podía comprar con mis pocos ahorros. Qué emoción cuando me dejaron pasar por primera vez al depósito de libros. Allí, en una estantería, estaba todo Galdós: comencé por una punta y acabé por la otra. Mis primeras lecturas literarias fueron los autores del 98, los narradores del XIX y los poetas del 27.
Nunca he sido un coleccionista de libros, nunca me han interesado las primeras ediciones si había una segunda, tercera o cuarta más accesible y mejor. Detesto las ediciones de bibliófilo, los ilegibles libros antiguos que hay que hojear con guantes y, muy especialmente, los caros libros de artista.
Los libros, para mí, son una máquina de leer, la más eficaz que se haya inventado nunca. Más que los libros, solo un continente, me interesan las obras que contienen. Prefiero leer en papel, sobre todo la lectura placentera, y si es poesía leer fuera de casa, en una de mis cafeterías habituales.
Vaya donde vaya llevo mi biblioteca conmigo, aunque no lleve ningún libro. Llamo mi biblioteca a los lugares en que puedo encontrar libros de mi gusto y a los rincones en que puedo sentarme tranquilamente a leerlos.
Mi biblioteca italiana, mi casa en Italia, por citar un ejemplo, son las librerías Feltrinelli, la de Torre Argentina en Roma, la del corso Cavour en Palermo, la de Piazza dei Martiri, en Nápoles, con sus cafeterías donde leer sin prisa la obra que acabo de encontrar en uno de sus estantes. ¿Y no es mi casa, uno de los mejores rincones de mi biblioteca, aquella mesa de la cafetería de Barnes & Noble que da sobre la arboleda de Union Square?
A dos pasos de mi calle Murillo, tengo la biblioteca del Campus del Milán, donde trabajo. A menudo necesito un libro que sé que tengo, pero que no está en su sitio, así que en lugar de perder tiempo buscándolo paso por la biblioteca universitaria y me lo entregan a los pocos minutos. ¿Cómo no la voy a considerar mi biblioteca?
Todos los días necesito hojear libros nuevos. Unos me los trae el correo a domicilio, otros a la redacción de la revista que dirijo, pero donde encuentro los más interesantes es en la mesa de novedades de la librería Cervantes, al lado mismo de uno de mis rincones de lectura favorito, la cafetería Los Porches, en el centro comercial de Las Salesas.
Nunca entendí la queja de quienes se lamentan de los muchos libros que se publican y que ni en varias vidas tendrán ocasión de leer. A mí esa queja me resulta tan incomprensible como la de quien, en el bien surtido mercado de cualquier ciudad, se lamenta de las muchas cosas que no tendrá ocasión de comer.
Como vengo de un tiempo de escasez, la abundancia de la oferta siempre me llena de felicidad. Cada día necesito hojear al menos media docena de libros, nuevos o viejos (pero nuevos para mí), entre los que encontrar el que voy a leer ese día. A menudo por la mañana no sé el libro que leeré por la tarde, aún no ha llegado a mis manos.
Como lector, voy de sorpresa en sorpresa. Y estoy lleno de gratitud por las docenas y docenas de profesionales –editores, libreros, bibliotecarios– que trabajan incansables para que el caprichoso e insaciable lector que yo soy siempre que entra en una librería o en una biblioteca encuentre un motivo de felicidad.
Miércoles, 30 de enero
CON LA PIEDRA EN LA MANO
Una inexplicable infección vírica en el Bioterio de la Universidad de Oviedo obligó a sacrificio inmediato de cinco mil ratones, modificados genéticamente a lo largo de más de veinte años. Eran la base de las investigaciones de Carlos López Otín sobre el cáncer.
Coincide ese hecho con una campaña anónima de desprestigio del científico, el más reconocido internacionalmente, de quien se hablaba como próximo premio Nobel.
La retirada de varios artículos científicos de la revista Journal of Biological Chamistry, al parecer por pequeños problemas formales, es el golpe final. López Otín pide la baja –la primera en toda su vida laboral– y se aleja de Oviedo. Hasta este momento era el investigador más premiado y apreciado de esta Universidad. Cada poco, la prensa informaba de sus nuevos éxitos. Mala cosa. Ya Cernuda habló de “la furia de hombre ibero / que acecha lo cimero / con la piedra en la mano”.
Si esto fuera una novela negra, López Otín contrataría a un detective para que averiguara quién o quiénes le han puesto en el punto de mira. Alguien de su entorno científico más cercano, seguramente; quizá alguien con quien tomaba café todas las mañanas.