Sábado, 19 de enero
UN VIAJE EN TREN
Uno de mis terrores infantiles, al entrar y salir de Asturias, era que el tren, aquellos trenes todavía de vapor, se averiara en Pajares dentro de un túnel y todos los viajeros muriéramos asfixiados.
Esa fantasía mía estuvo a punto de hacerse realidad en uno de los viajes del poeta José María Souvirón, según leo en su recién editado diario, tan representativo por otra parte del recio ideario falangista de la época.
Viajaba en el ferrocarril trasandino de Santiago a Buenos Aires para incorporarse al bando nacional en la guerra civil española. En lo alto de la cordillera, cuando atravesaban un largo túnel, la locomotora se detuvo, continuó echando humo y los viajeros comenzaron a ahogarse. El revisor les dijo que no se les ocurriera salir, que aguantaran.
En el compartimento del poeta, salvo él, todo eran mujeres, así que, naturalmente, él tomó el mando: “Yo me asfixiaba como cualquiera de ellas, y tenía tanto miedo como cualquiera de ellas, pero tuve que hacer de tripas corazón y conducirme como varón robusto y bravo”.
Las mujeres gritaban histéricas. Una de ellas llevaba dos botellas de whisky en la maleta. Se las bebieron y eso ayudó a calmar los ánimos. Bajaron del tren y a oscuras, tosiendo y tropezando, comenzaron a caminar hacia uno de los lados. Por ninguna parte se veía la salida, así que no supieron si habían elegido el camino más corto.
Por fin salieron al aire libre, entre montañas cubiertas de nieve y cuando comenzaba a hacerse de noche. Morirían congelados, era lo más probable, pero al menos no asfixiados. Aparecieron unos guardias con linternas y los llevaron a un caminillo cerca de las vías.
Poco a poco fueron llegando los otros pasajeros. Al encargado del restaurante, lo traían entre cuatro. Se hicieron a un lado para que los demás no vieran que estaba a punto morir. Al parecer había respirado demasiado humo tóxico.
Emprendieron camino hasta un puesto de carabineros y allí les dieron pan y queso, lo único que había. A la mañana siguiente llegó una caravana de automóviles en los que se metieron apretujados. Pasaron casi más angustia que en el tren: el suelo estaba resbaladizo y los coches patinaban al borde de aterradores precipicios.
Cuando llegaron a Mendoza, el bueno de Souvirón, cansado de hacer de hombre fuerte, no pudo resistir más, sufrió un desmayo y cayó al suelo como una señora histérica cualquiera. Tardaron un día más en llegar a Buenos Aires.
Domingo, 20 de enero
MI FILÓSOFO FAVORITO
Mi filósofo favorito es el mismo que el de don Miguel de Unamuno, que no era Kierkegaard, como cree la gente, sino Pero Grullo. Y de sus irrefutables aforismos el que prefiero afirma que todo tiene sus pros y sus contras.
Una de las principales reglas del arte de ser feliz (o del de intentar serlo) consiste, cuando no podemos cambiar una situación, en disfrutar de los pros y atenuar en lo posible los contras.
“Disfruta de lo que tienes, olvida lo que te falta”, me repito a mí mismo como un cansino libro de autoayuda.
Pero qué imposible olvidar a quien tanto me falta.
Lunes, 21 de enero
LO QUE HAY QUE OÍR
Recordé la frase de Woody Allen: “La realidad no imita al arte, sino a las malas series de televisión”.
Estaba yo sentado, como cada mañana a esa hora, en la mesa redonda de Los Porches, leyendo un monográfico de la revista portuguesa Ler dedicado a Os Maias, la inagotable novela de Eça de Queirós, cuando al otro extremo (la mesa es colectiva, como en los viejos mesones) se sentó un tipo con un maletín, que de inmediato sacó el teléfono y empezó a hablar con unos y con otros, al parecer clientes.
De pronto, no pude por menos que prestar atención. El tono obsequioso habitual había cambiado a otro más tabernario. “¿Me estás amenazando? ¿Me estás amenazando? Eso también puedo hacerlo yo. Si tú tienes tus matones, yo tengo los míos. Los míos son mexicanos. ¿De dónde son los tuyos? Ya te he dicho que se te pagará, lo que haya que pagarte, que no es lo que tú pides, después del verano. Y si no estás conforme, te jodes, tío, y no me vengas con amenazas”.
Traté de centrarme en la entrevista con Carlos Reis, experto queirosiano, que fue mi profesor en Coimbra hace no sé cuántos años. Resultaba difícil, aunque la discusión había terminado. Otra llamada y comienza a contar lo que ha ocurrido. “Está muy exaltado el dichoso Méndez. No para de dar la tabarra. Pues que se ande con cuidado porque vamos a tener que acabar cortándole las orejas”.
Y todas esas barbaridades las decía en voz alta, rodeado de gente que tomaba tranquilamente café, como si estuviera solo en su oficina de no sé qué negocios raros.
Martes, 22 de enero
EN POCAS PALABRAS
Un libro que no leería nunca.
––El Ulises de Joyce. Pero podría dar conferencias sobre él.
¿Qué frase se tatuaría si se viera obligado a ello?
––Me muero porque me quieran. Ya me la he tatuado. Con tinta invisible.
¿En qué país le gustaría haber nacido?
––En la Grecia de Sócrates.
¿En qué país le gustaría morir?
––No me gustaría morir.
¿A quién envidia?
––A todas las personas más inteligentes y cultas que yo.
¿Cerveza, vino o whisky?
––Agua. Del tiempo.
La música que prefiere.
––El rumor de la mañana cuando la ciudad despierta.
Su fin de semana favorito.
––El que se parece a los otros días de la semana.
El lugar ideal para las vacaciones.
––Nunca tomo vacaciones si puedo evitarlo.
¿Cuál es la cualidad que más le gusta en una mujer?
––La misma que en un hombre.
¿Cuál es la cualidad que más le gusta en un hombre?
––La misma que en una mujer.
¿Y es?
––La inteligencia.
Algo que no le canse nunca.
––Ver vivir.
Una ciudad.
––Cualquiera donde haya alguien a quien quiera.
Un libro que no se cansa de leer.
––El libro de la vida.
Si no fuera quien es, ¿quién le habría gustado ser?
––Dios.
¿Cree en Dios?
––No, pero es uno de mis temas de conversación favoritos.
Algo de lo que no tenga ninguna duda.
––Que todo es dudoso, incluso que todo sea dudoso.
Su pareja ideal.
––El doctor Watson.
¿Qué libro le gustaría haber escrito?
––El que estoy comenzando a escribir.
Miércoles, 23 de enero
SECUELAS
Hacia tiempo que no recordaba días como estos, de lluvia perpetua, de la mañana a la noche. Dan ganas de no salir de casa, encender un buen fuego en la chimenea, y acurrucarse junto a ella con un inmenso novelón en las manos, mejor Dumas que Dostoyevski, aunque tampoco sería mal momento para decidirse a releer En busca del tiempo perdido.
Pero a mí esos deseos de encerrarme en casa para resguardarme del mal tiempo se me pasan pronto. Afortunadamente, todavía no estoy jubilado, todavía tengo mis clases, y cuando estas falten me quedarán mis tertulias, de las que nadie me puede jubilar.
Por otra parte, salvo por casos de fuerza mayor, muy mayor, me resultaría imposible estar un día entero sin salir de casa. Mi amigo Marcos, me recuerda que una vez, hace más de veinte años, estuve en la cama con gripe y él, Xuan Bello y Silvia Ugidos se ocuparon de ir a la farmacia y prepararme un zumo de naranja. Pero no creo que el fuera de combate durara más de un día. Luego me las apañé como pude. De momento, he tenido suerte en el tema de averías. Una vez me quedé afónico, pero coincidió con un periodo en que no había clases, sino exámenes, y no tuve que pedir la baja.
No necesito recurrir al psicoanálisis para averiguar de dónde viene esta fobia mía a quedarme en casa, llueva o nieve, con fiebre o sin ella. Podían ser peores las secuelas del encierro forzoso en tiempos de aquel general. No me quejo.
Jueves, 24 de enero
EL MUNDO AL REVÉS
¿Qué pasaría si Hillary Clinton, con las buenas razones democráticas de que había sacado más votos que el otro candidato, se proclamara, en contra de la Constitución, la presidente legítima de Estados Unidos, incitara a sus partidarios a manifestarse violentamente y pidiera a los otros países que no reconocieran al gobierno del suyo y que aplicaran sanciones económicas que perjudicaran gravemente a sus conciudadanos basándose en el principio de que, cuanto peor con Trump, mejor para sus intereses?
¿Qué pasaría si en Francia un partido político decide no presentar candidato a las elecciones presidenciales, por creerlas perdidas, y luego se dedica a deslegitimar al ganador?
Pero esas cosas –el mundo al revés– solo pasan en Venezuela. Allí los golpistas son aplaudidos por los demócratas del resto del mundo. Allí la Constitución y las leyes solo obligan al gobierno, los opositores pueden pasárselas por debajo del puente colgante.
No entiendo nada. O lo entiendo demasiado bien. Un movimiento de verdad revolucionario, si triunfa democráticamente, se convierte en un ejemplo demasiado peligroso para los otros países donde unos pocos viven cada vez mejor en sus confortables recintos murados mientras la mayoría sobrevive sometida a la ley neoliberal de la jungla.
Eso al menos es lo que yo pienso en este día que me llena de vergüenza. Pero ya se sabe, o eso al menos dicen mis amigos, que yo de política no entiendo nada.