Quantcast
Channel: Café Arcadia
Viewing all articles
Browse latest Browse all 712

Acción de gracias: No me venga usted con esas

$
0
0


Domingo, 25 de febrero
CONTRA ESTE Y AQUEL

Basta hacer algo para que alguien se moleste; basta decir algo para que alguien se enfade. Por eso yo no le cuento a nadie lo que pienso de los premios de poesía: que a menudo son más un baldón que un galardón, que si un libro se publica con premio es más raro que sea un buen libro que lo contrario.
            Yo los eliminaría todos de un plumazo, y el primero de todos el Nacional de Literatura, tanto el de poesía joven como el de poesía vieja. Dejaría solo -- no me meto en cómo desperdicia cada cuál su dinero-- los premios de financiación privada, que son los menos. Pero diputaciones, ayuntamientos, gobiernos central o autonómico, tienen otras maneras más provechosas de emplear el dinero de los contribuyentes.
            ––¿No te parece bien que se lo gasten en cultura?, me pregunta algún amigo al que me he atrevido a hacer estas confidencias en un lugar apartado cuando no nos oía nadie.
            ––¿Pero qué tendrán que ver los malos libros de poemas, o ni siquiera malos, solo mediocres, con la cultura? A mí me parecen bastantes más respetables los Marwan, los Elvira Sastre, los Iribarren –todos esos poetas que viven, o tratan de vivir, de sus lectores, que encuentran una demanda para lo que escriben– que esos otros que andan por ahí a la caza de premios y cuyos libros solo aparecen en alguna editorial seria cuando reciben algún galardón.
            ––Por editorial sería me imagino que no te referirás a Visor.
            ––Incluso Visor me vale. Yo recibo sus novedades y es más fácil que el libro que dejo a un lado tras una rápida hojeada venga avalado por un premio que publicado sin él. A mí concursar solo me parece disculpable cuando se tienen veinte años o se trata de un primer libro. Luego ya conoces el apotegma clásico: es más digno robar que mendigar, pero menos humillante mendigar que concursar.
            ––¡Esas cosas no te atreves a decirlas en público!
            ––Por supuesto que no, casi todos mis amigos poetas tienen un libro publicado en la denostada y envidiada Visor, en Hiperión o en Pre-Textos gracias a un premio y a veces incluso estando yo en el jurado.
            ––¿O sea que no estás en contra de los premios amañados sino de todos los premios?
            ––Exacto, la única diferencia entre los premios amañados y los que no lo están es que los primeros suelen recaer sobre mejores libros.


Martes, 27 de febrero
COSAS DE LA EDAD

Vivir envejece afirma tópicamente Wagensberg en su último libro de aforismos, Hasta cierta edad solo metafóricamente, le replico yo. Yo no he empezado a envejecer hasta los sesenta y muchos años y quizá por eso aún no me he acostumbrado.
            Siempre me extraña que, cuando algún conocido me encuentra paseando al pequeño Martín, me pregunte “¿tu nieto”? y no “¿tu hijo?”, que es lo que yo me esperaría.




Miércoles, 28 de febrero
EXCUSASIO NON PETITA

No solo envejezco a marchas forzadas, sino que me estoy convirtiendo en un cascarrabias. “Vale –me digo–, este o aquel libro de algún veterano contertulio, que comenzaste a leer con la mayor ilusión, te ha defraudado, pero ¿no podías callarte en lugar de contarlo en una  reseña? ¿No te estará entrando el complejo de Juan Ramón Jiménez, que se revolvió contra los poetas que antes había apoyado al ver que empezaban a triunfar y a hacerle sombra?” (Sonrío al darme cuenta de que, hasta hacerme reproches, soy un poco megalómano.) “Es posible –me respondo–, pero el libro de Martín López-Vega habría sido un poco mejor si no solo hubiera tenido en cuenta la opinión de Xuan Bello, antes de publicarlo; y que la edición de los sonetos de Juaristi que acaba de aparecer en Renacimiento no habría perdido nada si yo la hubiera echado un ojo.  Lo que me habría gustado decir en privado, tengo que decirlo en público. Y bien que lo lamento”.


Jueves, 1 de marzo
LA ZORRA Y LAS UVAS

––¿No te gustaría ser un triunfador, Martín? ¿Publicar un libro y que se hagan eco todos los medios de comunicación y que te lleven y te traigan en gira promocional por toda la geografía patria como se decía en esos tiempos del franquismo que ahora se han vuelto a poner de moda? Tú publicas y publicas y nadie se entera,
            ––Nadie se entera, salvo aquellos a los que interesa lo que escribo. Para mí triunfar no es tener que engañar a los lectores, como Muñoz Molina o Javier Cercas, y estar obligado a fingir que cualquier cosa que escribo es una novela. Para mí el triunfo es seguir publicando, cuarenta años después del primer libro, sin hacerle concesiones al mercado.
            ––El que no se consuela es por qué no quiere.
            ––Bueno, ya conoces mi fábula favorita, la de la zorra y las uvas, esa en la que una zorra trata de alcanzar un racimo de apetitosas uvas y al final, tras fracasar en sus saltos, se da la vuelta desdeñosa y afirma: "Están verdes". Eso es más o menos lo que me pasa a mí con el éxito. No me molesta en absoluto, estaría encantado de ser un escritor de éxito, siempre que no tuviera que escribir novelas o fingir que las escribo ni tener que hacer giras promocionales para colocar el producto ni escribir reseñas elogiosas de los autores que publican en el mismo grupo editorial, y siempre que no implicara recibir ningún premio, especialmente los institucionales, casi todos de geriátrico, como el reina Sofía. Yo creo que Juan Goytisolo se murió de vergüenza por haber tenido que aceptar el Cervantes para no morirse de hambre. 
            ---Hombre, tanto como morirse de hambre...
        

Viernes, 2 de marzo
OTRO REGRESO

Nos conocíamos desde hacía casi cuarenta años, desde los tiempos de Jugar con Fuego, al principio nos escribimos con asiduidad, luego más espaciadamente, pero nos habíamos visto pocas veces. La última en Madrid, cuando aún vivía Aleixandre. Se despidió apresuradamente porque había quedado con él y no quería llegar tarde a la cita. "Si lo haces --me dijo--, pasa tu turno y ya no te recibe".
            Y ahora, de pronto, inesperada e inexplicablemente, me invitaba a pasar unos días con él en una casa que acababa de comprar en Portugal, cerca de Coímbra, en un lugar paradisíaco que cruzaba el río Ceira antes de desembocar en el Mondego.
            La tentación era grande, pero siempre me ha costado aceptar invitaciones. Soy sociable solo algunas franjas del día; luego necesito retirarme a mi caverna, cerrar puertas y ventanas, alimentarme de oscuridad. "Si voy --le dije--, me alojaría en el Astória, como siempre, si es que sigue abierto".
            "Si vienes --me respondió--, te quedas en mi casa. Y no solo porque me consideraría ofendido si no lo hicieras, sino porque no podrías evitarlo cuando sepas que forma parte de la Quinta da Urgeiriça, la Quinta de los Brezos en español, la misma a la que vino a vivir Eugénio de Andrade con su madre en 1943, la misma, como sabrás bien, en que escribió su primer libro importante.
            ¡Cómo no iba a saberlo! Desde que leí el prólogo a Memórias da Alegría, su antología de versos y prosas sobre Coímbra, había soñado con aquel lugar que me imaginaba, para decirlo con el título de Soto de Rojas, "paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos". ¡La quinta da Urgeiriça!
            “Yo no vivo en el edificio principal, construido a finales de los años veinte por Raul Lino, sino en una casa más pequeña, con piscina, que construyó en un extremo del jardín a mediados de los años cuarenta, Ricardo Serra, que fue precisamente el anfitrión del poeta cuando anduvo por aquí”.
            Ricardo Serra, a quien nunca menciona Andrade en sus recuerdos de Coímbra, es quizá el personaje principal del Diario en que Matilde Ras cuenta su estancia en Portugal entre 1941 y 1943; un personaje misterioso y fascinante, del que parece enamorada, capaz de hacer realidad los deseos de todos los que se acercan a él. Tenía un raro pasado de aventurero, publicó dos libros de cuentos, algún poema, pero luego desapareció sin dejar rastro.
            ¿Guardaría algún recuerdo suyo la Quinta da Urgeiriça, ahora dedicada a la agricultura ecológica, según pude averiguar por Internet.
            Desplazarse hasta Coímbra, para quien no tiene coche, no resulta fácil, aunque no sea tan complicado como en mi primer viaje: en tren hasta Medina del Campo para allí, de madrugada, tomar el Lusitania Express, que enlazaba París con Lisboa. Convencí a un amigo para que me hiciera de chófer, a cambio yo le serviría de guía en Oporto, donde haríamos una parada previa, y en Coimbra.
            Aparcamos cerca de la estación y desde allí llamé a mi amigo, como habíamos quedado; él vendría a buscarnos para llevarnos a su casa. "No hace falta --le dije yo-- con el GPS no hay problema por escondida que esté". Pero él insistió en que le llamáramos. Lo hice. No respondió. Insistí. El teléfono estaba apagado o fuera de cobertura.
            Fuimos hasta allá, equivocándonos dos o tres veces, por hermosos parajes. De vez en cuando nos deteníamos para hacer algunas fotos. Llegamos hasta la quinta que yo tantas veces había visitado en sueños. Estaba en lo alto de una colina. Las vistas eran espléndidas, pero el conjunto residencial no debía asemejarse gran cosa a lo que era en los años cuarenta. Un pequeño chalet blanco, algo apartado del resto, llamó mi atención. Ahí debía de vivir mi amigo, pensé al ver muy cerca la piscina de la que me había hablado.
            De un coche aparcado cerca salió al vernos un joven con traje oscuro. ¿Veníamos a ver la casa? Era el empleado de la agencia. No, no, venimos buscando a don Juan Costa, que vivía allí o en algún lugar cercano.
            ––Aquí no; lleva más de un año en venta; hoy ha llamado una persona interesada, creí que serían ustedes, disculpen.
            Preguntamos también en el edificio principal, sin resultado. Tampoco le conocían en el bar del pueblo en el que entramos a tomar algo.
            Para ser una broma resultaba algo pesada y bastante extraña. Volvimos hasta Coímbra y pronto se me pasó el mal humor. Aparcamos de nuevo el coche cerca de la estación y comenzé el itinerario que hago siempre que vuelvo a esa ciudad, capital de la melancolía: el Largo da Portagem, con su prohombre en bronce en el centro y el consultorio de Miguel Torga a un lado; la Rúa Ferreira Borges, estrecha y elegante, donde estuvo el Café Arcadia; el café Santa Cruz, en que siempre hay que hacer la primera parada; la vuelta hasta el Arco de Almedina; la subida por las calles inverosímilmente empinadas; la Universidad, con la dorada biblioteca y la Porta Férrea; bajar luego por las escaleras monumentales, llegarse hasta el Jardín Botánico, bajar por Alexander Herculano hasta la Praça da República, adentrarse en el Jardim da Sereia; descender la Avenida hasta la plaza frente a la iglesia de Santa Cruz; perderse por las rutas de la Baixa; llegarse hasta el río, cruzar el puente de Santa Clara... Cien veces he hecho ese camino, mil veces lo volvería a hacer, nunca me cansa. Infierno y paraíso aquella Coímbra de mis mocedades: “Tuvo que ser así, de nada me arrepiento. / Ahora soy más feliz, pero estoy muerto”.





Viewing all articles
Browse latest Browse all 712