Sábado, 9 de diciembre
LA VERDAD DE LAS MENTIRAS
Soy tan rutinario que hasta tengo un día para los debates religiosos: el sábado, herencia quizá de mis imaginarios antepasados judíos.
Para mí no hay religiones verdaderas y falsas. Todas son verdaderas, incluso las creadas por falsarios para hacer negocio a costa de los más ingenuos.
Lo que las convierte en verdaderas no es su adecuación a realidades del trasmundo, sino el que alguien crea en ellas.
Importa poco que haya un Dios o varios dioses o ninguno. Zeus o el Dios de los cristianos dejan de existir cuando nadie cree en ellos; y vuelven de nuevo a la vida en cuanto alguien los invoca con fe.
Las creencias modifican la realidad, crean realidad.
La Virgen no pierde el tiempo apareciéndose a quienes no creen en ella.
(Voy anotando las ideas que me parecen más interesantes entre las que surgen a lo largo del debate.)
La verdad de una religión está en su éxito. Solo son verdaderas las religiones que triunfan: eso demuestra que tienen de su parte a Dios.
Cristo no es más importante que Apolonio de Tiana, otro taumaturgo de su tiempo, porque hiciera más milagros (le gana Apolonio), sino porque sus seguidores fueron creciendo a lo largo de los siglos hasta llenar el mundo y los del segundo desaparecieron.
Cristo es un invento de los cristianos, no al revés. Sin ellos no es más que un pobre hombre, uno de tanto iluminados de su tiempo.
En el siglo II los cristianos eran como los nihilistas en la Rusia del siglo XIX, unos hombres –según el espléndido comienzo del Discurso verdadero de Celso– “sin patria ni tradiciones, asociados entre sí contra todas las instituciones religiosas y civiles, perseguidos por la justicia, universalmente cubiertos de infamia, pero autojustificándose con la común execración”.
Esa secta, una especie de carcoma que iba destruyendo los fundamentos mismos de la sociedad romana, que no respetaba la ley, podía haber desaparecido como tantos otros cultos durante el derrumbe del imperio, pero supo metamorfosearse a tiempo para ocupar su lugar. Triunfó, como el bolchevismo en Rusia y dejó de ser una fuerza antisistema para convertirse en el Sistema, en el nuevo imperio que aspiraba al dominio universal.
Leemos admirados diversos pasajes del discurso de Celso, llenos de buen sentido e inteligencia.
––¿Y cómo ha llegado ese texto hasta nosotros? ¿Cómo no lo destruyeron los cristianos una vez que ocuparon todos los resortes del poder?
––No ha llegado.
––¿Es un apócrifo entonces? Podía haberlo escrito Savater antes de haberse convertido en un fanático nacionalista español.
––No, no. Hasta donde sabemos este discurso verdadero es verdadero. Uno de los padres de la iglesia (luego tildado de herético), Orígenes, se dedicó a refutarlo y en su réplica incluyó abundantes citas del texto original. Su Contra Celso ha salvado a Celso. Yo siempre he creído que para perdurar en la historia nada como contar con buenos y abundantes detractores. Se llama discurso verdadero contra los cristianos, pero igualmente va contra los judíos, ya que por entonces todavía no era fácil distinguir entre unos y otros. Así comenta el Génesis: “Dios habría fabricado con sus propias manos un hombre, habría soplado sobre él, habría sacado una mujer de sus costillas, les habría dado unos mandamientos, y una serpiente que contra ellos se había erguido contra ellos triunfó: buena fábula para las viejas, narración donde contra toda piedad se hace de Dios un personaje tan pobre desde el comienzo que se muestra incapaz de hacerse obedecer por el único hombre que él mismo había formado”.
Dios existe, pero no tiene manos ni pies, piedra ni palo para castigar: su poder son los fanáticos que creen en él. Por eso Apolo soporta las burlas con bastante más paciencia que Jehová o que Alá.
Martes, 12 de diciembre
HAY COSAS QUE NUNCA CAMBIAN
Por estas fechas, hace exactamente ochenta años, comenzaron a aparecer en el ABC de Sevilla, fragmentos del diario privado de Manuel Azaña. Querían ser un arma más, un arma letal, contra los republicanos. En ellos, el presidente de la República hablaba con total sinceridad de sus correligionarios, y sus impresiones no siempre eran favorables. Al contrario de lo que posteriormente ocurriría con las agendas de otro político –el consejero catalán Jordi Turull– esos papeles no habían sido requisados por la policía y filtrados después a la prensa afín. Habían sido obtenidos de manera más rocambolesca. Tras el comienzo de la guerra, Cipriano Rivas Cherif fue nombrado cónsul en Ginebra; su cuñado, el presidente de la República, le pidió que llevara con él, para preservarlos mejor, los nueve cuadernos en que había ido dejando constancia casi diaria de su actividad pública desde que comenzaron sus responsabilidades políticas. Pretendía que sirvieran de base para la redacción de unas futuras memorias, que no tendría tiempo de escribir.
No fue una decisión muy acertada. En Ginebra, se encontraba destinado un joven diplomático, Antonio Espinosa San Martín, que en un principio se mantuvo fiel a la República, al contrario que la mayoría de sus compañeros, pero que en seguida se dio cuenta de que no había tomado la mejor opción. No podía, sin embargo, desertar sin más y volver a la zona llamada nacional. Allí le tenían por un traidor. Nadie le había obligado a tomar la decisión que tomó y a firmar incluso la destitución de quien había sido su jefe. Tenía que hacerse perdonar, no podía volver con las manos vacías.
Mientras fingía entusiasmo republicano, acumulaba el botín que le serviría de salvaconducto: una carta de Fernando de los Ríos, notas de los depósitos de dinero en los bancos suizos, un recibo del pago de diez mil francos a un periodista del Journal de Genève, informaciones sobre una compra de armas en la que había intervenido los anarquistas… ¿Sería suficiente? El joven y ambicioso diplomático no estaba del todo seguro.
Una tarde se encontró casualmente con que el cónsul estaba leyendo a un puñado de escogidos amigos un cuaderno manuscrito de cubierta negra, imitando a piel, conteras y lomo de amarillo, y de vez en cuando interrumpía la lectura para deshacerse en elogios de la clara prosa y la aguda inteligencia del autor, su cuñado, don Manuel Azaña.
De inmediato supo lo que tenía que hacer. Esos cuadernos ni siquiera se guardaban en la caja fuerte. Cuando descubrieron el hurto, Rivas Cherif creyó que faltaban dos tomos, pero en realidad Espinosa San Martín se llevó tres.
Los cuadernos fueron entregados a Nicolás Franco, quien se apresuró a pasárselos al Generalísimo y este a un periodista de su confianza, Joaquín Arrarás, que de inmediato comenzó a publicarlos, troceados y adecuadamente comentados, en el ABC de Sevilla.
Como prólogo, se le pidió a un reputado grafólogo que analizara la letra, “temblona, vacilante y tortuosa”, de Azaña: mostraba un carácter sádico, rencoroso, tortuoso, a un impotente y a un afeminado, a un auténtico monstruo, en una palabra. Esos fragmentos se reunieron luego en un tomo, Memorias íntimas de Azaña, que durante muchos años fue el único testimonio de los cuadernos robados, que se creían perdidos para siempre, como el discurso de Celso se salvó en la prosa condenatoria de Orígenes.
Reaparecieron de la manera más inesperada posible. José María Aznar, por entonces liberal y azañista de pro, desveló en una entrevista que los estaba leyendo. Se los había pasado su ministra de cultura, Esperanza Aguirre. La familia de Azaña reclamó de inmediato esos bienes robados. Esperanza Aguirre dijo que se los había entregado Carmen Franco, quien los había encontrado en la biblioteca familiar.
No sé por qué me ha venido hoy a la cabeza esta historia. O sí lo sé. Hay cosas que nunca cambian. Pero si aquellos patriotas ganaron la guerra no fue precisamente por las indiscreciones de Azaña sobre el pésimo gusto artístico de Fernando de los Ríos o las tosquedades de Indalecio Prieto, sino por otras razones más contundentes. Tampoco ahora, sea cual sea el resultado de esta otra discordia entre españoles, me parece a mí que van a tener mucho que ver las indiscretas revelaciones que se encuentren en papeles incautados por la policía y de inmediato exhibidos en la prensa afín como botín de guerra.
Miércoles, 13 de diciembre
¿QUÉ FUE DEL LADRÓN?
De los diarios robados de Azaña se publicaron veintidós entregas en los diarios de la zona nacional; de las revelaciones de cierta agenda, creo que se van a publicar bastantes menos. Comienza el juicio a los expresidentes de la Junta Andaluza y otras serán las noticias de primera página.
La Marca España está quedando hecha unos zorros. Yo prefiero dejar a un lado el guirigay de la actualidad y entretenerme con la novela de la historia. ¿Qué sería de Antonio Espinosa San Martín, el ladrón de los cuadernos de Azaña? Parece que se salvó por poco de la Comisión de Responsabilidades; por un voto. Franco, como Roma, no pagaba traidores. Despreció a Pérez de Ayala, que se pasó la guerra adulándole, que se ofreció para escribir un libro laudatorio, que quiso rendirle personalmente pleitesía. Espinosa San Martín fue destinado a Fez y luego lo más lejos posible, a Sidney. Su carrera diplomática tardó en despegar: fue encargado de negocios en Caracas, consejero en Washington y cónsul general en Nueva York. Murió en 1968, cuando su hermano era ministro de Hacienda. ¿Pensaría alguna vez en los cuadernos que había robado? Yo me lo imagino hojeando, poco antes de morir, el tomo de la editorial Oasis en que se publicaron por primera vez los diarios y recordando la voz de Rivas Cherif leyendo aquellas páginas. Y en lo muy otra que hubiera sido su vida si el chisgarabís del cuñadísimo hubiera guardado los cuadernos que tan imprudentemente le fueron confiados en la caja fuerte.
Jueves, 14 de diciembre
EL ROMPECABEZAS INCOMPLETO
Releo un cuento de Emilia Pardo Bazán publicado en Blanco y Negro a comienzos de enero de 1899. Se titula “El rompecabezas”. Habla de un niño, Eloy, al que los Reyes le regalan un rompecabezas geográfico, el mapa de España, que su madre, viuda reciente, había logrado adquirir por módico precio; así aprendería jugando, piensa la buena señora. El niño, al tratar de unir la piezas que forman España, de pronto se detiene: “Mamá, el juguete está incompleto. Falta aquí mucha España. No encuentro la isla de Cuba. Ni a Puerto Rico… ¡Falta España!”
La madre, con los ojos llenos de lágrimas, reponde: “Acierta el rompecabezas. Esas tierras ya no son España. Allí murió tu padre”.
No dijo nada Eloy, pero con un manotazo rechazó el regalo de Reyes.
Viernes, 15 de diciembre
CUANDO NO SE QUIERE