Quantcast
Channel: Café Arcadia
Viewing all articles
Browse latest Browse all 705

Sin trampa ni cartón: No más política

$
0
0

Viernes, 28 de octubre
GUARDAR SECRETOS

En el taxi que nos devuelve desde el café Iruña hasta el hotel de Noáin, hablamos de los tres escritores que nacieron el año en que se inauguró –nada menos que Pessoa, Eliot y Gómez de la Serna– y luego comenzamos a recitar poemas. María José dice que ella solo recuerda los proverbios y cantares de Antonio Machado: “El que espera desespera, / dice la voz popular. / ¡Qué verdad tan verdadera! / La verdad es lo que es / y sigue siendo verdad / aunque se piense al revés”.
            Durante un rato vamos alternando los versos en coro amebeo –“Poned atención, / un corazón solitario / no es un corazón”– y de pronto oímos la voz del taxista: “Qué maravilla escuchar poesía. Creo que voy a tener que pagarles yo al final del trayecto en lugar de cobrarles a ustedes”.
            Un taxista al que le gusta la poesía no es algo a lo que estemos acostumbrados, pero lo que a mí más me sorprendió fue la facilidad con que se vuelven invisibles, como si no existieran, los que nos rodean. Recuerdo que una vez, comprando en el Mercadona, me saludó muy amablemente un desconocido: “Yo estuve muchos años de camarero en el Reconquista. ¿Sigue usted dando caña en el jurado de los Premios?”
            ¿Dando caña? Recordé algunas discusiones, un poco salidas de tono, con Anson, con Víctor de la Concha o con Sánchez Dragó, y también que de vez en cuando entraban a servirnos un café o a llenarnos la copa de agua. No recuerdo la cara de ninguno de ellos, pero resulta que ellos –al menos uno– se enteraban de todo.
            No hizo falta que se inventaran las redes sociales para nuestra intimidad fuera pública. La aireamos al hablar por teléfono o con un amigo en la cafetería,  mientras discutimos con la pareja en el taxi que nos lleva al aeropuerto.
            Quien quiera saber todo sobre cualquiera de nosotros lo tiene fácil. Inútil tomar precauciones. No se puede estar siempre hablando en voz baja, mirando alrededor, comprobando si el teléfono está pinchado, cambiando las claves de acceso al correo electrónico. Lo que de nosotros ignora el amigo más cercano lo sabe el taxista, el portero del hotel, aquel desconocido que se sentó a nuestro lado durante un largo viaje en tren.
            Lo mejor para conservar secretos nuestros secretos es airearlos como si no nos importaran. O no tenerlos, que es lo que me pasa a mí, aunque me guste fingir otra cosa para hacerme el interesante.


Sábado, 29 de octubre
INCIDENTE EN IRATI

El síndrome de Stendhal no solo puede darse recorriendo los museos vaticanos o paseando entre las maravillas renacentistas de Florencia. Yo lo sentí en la selva de Irati, ese prodigioso laberinto de hayas y de abetos, de susurrantes arroyos cristalinos y de buitres leonados sobre el azul del cielo. Comencé a caminar en la ermita de la Virgen de las Nieves, de asombro en asombro le di la vuelta al lago de Irabia, pero a mitad del camino de regreso tuve que tenderme en el suelo junto a una de las casas forestales porque de pronto me abandonaron las fuerzas –apenas si llevaba unas cuatro horas caminando, admirando, haciendo fotos– y temí desfallecer y rodar hasta el agua desde alguno de los empinados senderos.
            Cerré los ojos, sentí un sudor frío. No pude dejar de pensar en la extraña aventura de mi vida, de cualquier vida. Siempre he sido un hombre rutinario, al que nunca le pasa nada, al que le gusta que nunca le pase nada, y ahora me encontraba tendido en el suelo, casi desvanecido, sin cobertura en el móvil, en el centro de un bosque de bosques de cerca de veinte mil hectáreas, que los peregrinos del camino de Santiago que van desde San Juan de Pie de Puerto hasta Roncesvalles contemplan a su izquierda, inmenso, amenazador, casi impenetrable.
            Pero no solo el mítico Basajaun, señor de los bosques, y las Laminak, ninfas de los ríos, recorrieron estos lugares. También hubo carboneros y fabricantes de remos y de duelas y contrabandistas y cacerías de los reyes de Navarra. Ahora no hay lugar mejor para reconciliarse, en estos días soleados del otoño, con la belleza del mundo.
            Cerrados los ojos, no sabiendo si podré volver con mi propia pie o tendrán que venir a rescatarme, escucho distantes las esquilas de las vacas, como en un romance de Juan Ramón Jiménez, y también el silencio, la música mejor.
            Un ruido leve, el que hace un corazón al detenerse, y todo podría haber terminado aquí. Un sorprendente final para una vida tan predecible como la mía, en la que nunca pasa nada.


Domingo, 30 de octubre
EPISODIOS NACIONALES

Paseo por los jardines del parador de Argómaniz, contemplo la sierra Gorbea sobre la llanura alavesa, y me gusta pensar que Napoleón también se alojó en este viejo palacio. Muy cerca tuvo lugar la batalla que Galdós narra en El equipaje del rey José, la que decidió el final de la aventura napoleónica en España.De vivir entonces, yo habría sido sin duda uno de los afrancesados y, como Goya o Moratín, acabaría exiliado en Burdeos, que no me parece el peor lugar para vivir olvidado de las tribulaciones patrias, del gusto, tan español, de gritar “vivan las cadenas”..
            Me gustan los lugares que me cuentan una historia. Y raro es el sitio que no lo hace. Cierro los ojos y contemplo al batallón de húsares británicos cargar contra la berlina del rey José y a este saltar aterrado sobre un caballo y huir dejando desparramado alrededor del carruaje todo el tesoro que llevaba consigo.



Lunes, 31 de octubre
EL PEQUEÑO MARTÍN

No sé si los niños vienen todavía con un pan debajo del brazo, pero para mí traen siempre consigo un territorio nuevo. Nunca visito la casa de ningún amigo. No hay nada que me haga abandonar mi rutina, las cuatro calles habituales, salvo ese prodigio, esa maravilla que nunca me canso de admirar, que es un recién nacido.
            El pequeño Martín me ha regalado la Corredoria, un barrio muy cercano a mi casa, pero en el que nunca había estado antes. Ahora me resulta familiar la parada de autobús en Cuatro Caños.
            Hoy Martín me ha llevado –es un decir, dormía en su cochecito con la tranquilidad de quien sabe que el universo entero gira a su alrededor– hasta la biblioteca pública, al lado mismo de la carretera y sin embargo tan secretamente apacible.
            Sabe ya que me gustan los libros y que solo hay otra cosa en el mundo que me gustan tanto como ellos: los seres humanos en general y los gatos y los bebés en particular.


Martes, 1 de noviembre
SIN ESPERANZA, CON CONVENCIMIENTO

Parece que ya tenemos presidente, pero el gobierno sigue en funciones. No hay ninguna prisa. La legislatura será larga, durará todo lo que permita la ley y un poquito más. Y será tranquila. El amansado PSOE no dará ninguna guerra, andará muy entretenido tratando de asestarle la puñalada definitiva a ese ingenuo que se creía lo que decía y prometía. Sin esperanza, pero con convencimiento, le he enviado mi apoyo a la plataforma que acaba de crear.
            A nadie le gusta reconocer que ha fallado en sus análisis, que ha fracaso en todas sus previsiones. Pero a mí no me queda más remedio que admitir la humillación. Nunca me había imaginado una situación como esta, con la izquierda (o lo que yo hasta ayer mismo creí tal) sirviendo de muleta al partido más corrupto de la historia de España (aunque reconozco que en eso hay mucha competencia). Pero la realidad es la que es.
            A los votantes estafados solo nos queda el derecho a la pataleta. Yo lo he ejercido hasta quedarme ronco. Ahora me vuelvo a mis cuarteles de invierno a esperar a que escampe. No más política.


Miércoles, 2 de noviembre
ACERCA DE LA INMORTALIDAD

“Si ahora apenas nadie nos lee –me dice un amigo poeta–, ¿quién crees que va a hacerlo después? Desengáñate, eso de la inmortalidad que tanto te preocupa es una tontería”.
            La verdad es que no me preocupa. Me preocuparía si yo me convirtiera en un atractivo turístico y me inmortalizaran como uno de esos feos muñecotes junto a los que se fotografían los turísticas. Recuerdo la estatua de Berlanga en Sos del Rey Católico. Da un poco de grima verlo descalzo y desmañadamente sentado junto a la Peña Feliciana, el lugar más emblemático del pueblo. Pasea uno por aquella hermosas calles empedradas, se pierde en la judería, se cobija bajo el gran soportal de la mínima plaza mayor, visita las pinturas de la cripta de San Esteban y al salir se encuentra de pronto con ese espantajo. Berlanga rodó aquí La vaquilla y ese fue el pretexto para ridiculizarlo.
            Yo me conformo con que me sigan leyendo, aunque sea tan poco como ahora, dentro de cien, doscientos o mil años. Y con que le den mi nombre a un colegio o a una biblioteca. Uno es así de falsamente modesto.



Jueves, 3 de noviembre
ESE  MUERTO ESTÁ MUY VIVO

Qué susto cuando, en la presentación de un libro de poemas, me encuentra en la librería Cervantes al senador Areces, a quien yo confiadamente voté y que luego, en cuanto tuvo mi voto, no dudó en correr para regalárselo a Rajoy. Me conozco, sé que mi saluda no tardaré en decirle lo que pienso de él. Hago como que no le veo, no quiero provocar un incidente que desluzca la presentación de Lengua del duelo, un título muy adecuado para este momento.
            Como en el famoso capítulo de la espada del vizcaíno en el Quijote, interrumpo aquí la historia. Dejo a Javier Fernández (espero que pronto haya que explicar en nota quién es este señor), apretando con un pie el freno para retrasar todo lo posible el congreso de su partido (“¿Qué es eso de que los militantes deciden? ¡Esto no es Podemos!”) y alzando con las dos manos la pala de enterrador para asestar un fuerte golpe en la cabeza de Pedro Sánchez, sepultado vivo, si pretende salir de la tumba.


           



Viewing all articles
Browse latest Browse all 705

Trending Articles