Sábado, 7 de mayo
CRISTALES ROTOS
“Hace tiempo que no cuentas historias de fantasmas”, me dice un amigo. “¿Has dejado de creer en ellos? ¿Han dejado de visitarte?”. Sonrío porque quien me lo dice lleva muerto ya más de veinte años.
“¿También en el otro mundo hay quioscos? ¿También allí se leen periódicos?”, le pregunto. “Los leemos por Internet, hay wifi gratis. A mí me gustaba más tu diario cuando hablabas menos de política y más de casas abandonadas con jardines llenos de maleza y mujeres que se asomaban un momento a una ventana con los cristales rotos”.
Domingo, 8 de mayo
A VECES
Una habitación puede ser tan espaciosa como el universo y el mundo entero tan estrecho como una cárcel.
Una pasión correspondida nunca es verdadera.
No me quieras si quieres que te siga queriendo.
A veces me duermo en un mundo y me despierto en otro.
Lunes, 9 de mayo
LA VISITA QUE NO TOCÓ EL TIMBRE
Cuando volví a casa, el televisor estaba encendido y en el Canal Historia emitían uno de esos disparatados documentales sobre alienígenas antiguos que a mí, no sé bien por qué, me fascinan tanto.
Me extrañó un poco, porque no suelo olvidarme de apagarlo, y también me preocupó como señal de que comienzan los despistes propios de la vejez. La preocupación cambió de signo cuando vi esparcidas por el suelo varias de las cartas que estaba revisando para donar a la biblioteca y un desorden en los libros que estaban sobre el sofá y la mesa que no era el habitual.
Alguien extraño había estado allí, quizá estaba todavía. Miré bien en todas las habitaciones, incluso debajo de la cama, y cuando ya estaba más tranquilo sonó el teléfono fijo. Casi nunca le hago caso; ya todos mis amigos me llaman al móvil y siempre es para alguna oferta o una encuesta o, pero aún, se trata de mi paciente acosadora, una poeta que lleva más de veinte años enviándome cartas manuscritas y por correo postal, a la antigua usanza, que siempre rompo sin siquiera abrir.
Esta vez, tras dudar un rato, cogí el teléfono. Una voz que me sonaba familiar, aunque no acerté a reconocer, me dijo que me estuvo esperando más de una hora, que qué me había ocurrido, que por qué no había llamado para avisar o disculparme. "Perdone, pero creo que se equivoca usted, yo no recuerdo ninguna cita". Hubo un silencio y una especie de sollozo, o eso me pareció a mí, antes de colgar.
Preparé una cena ligera, como es habitual --una rebanada de pan integral, queso y miel, algo de fruta-- y me senté ante el televisor donde varios expertos explicaban que los ángeles de los que hablaba la Biblia eran en realidad alienigenas que había venido a la tierra para mezclar su ADN con el nuestro, o eso creí entender. Y de pronto recordé aquella a la que no me había presentado, aquella cita con la persona a la que más he querido en la vida (si es que yo alguna vez he querido de verdad a alguien, que tento mis dudas).
Decidí no acudir deliberadamente, no sé si por miedo o por estupidez o por ambas cosas. Vi dos caminos ante mí, escogí el que me ha llevado hasta quien soy ahora. ¿El camino equivocado? Quizá. Pero ya es tarde para arrepentirse, demasiado tarde para presentarse de pronto, sin llamar a la puerta, a pedir explicaciones. Dentro de unos días hará exactamente cuarenta años.
Martes, 10 de mayo
EL SOBORNO
––Tu obsesión por ser justo te lleva a cometer las mayores injusticias –me dice mi amigo y editor Abelardo Linares–. En los escritores que no te caen bien, incluso en los que arremeten contra ti, como Eduardo Moga (deberías leer su blog), te esfuerzas por encontrar algo bueno; en cambio, de los escritores que admiras, si son amigos tuyos, te fijas solo en los errores. Eres capaz de ponerle más reparos a un libro de poemas de Juan Bonilla o a una novela de Felipe Benítez Reyes que a cualquier indigesto bodrio más o menos metafísico o a un ladrillo pintado de purpurina.
––Yo creo que simplemente exijo más a quien valoro más. Pero puede ser como tú dices. Recuerda aquella historia que cuenta Borges, creo que en El libro de arena. El aspirante a un puesto de profesor no elogia el último libro publicado por quien ha de juzgarle, sino que arremete contra él. Sabía que así, para que no pensaran que actuaba por venganza, no tendría más remedio que votar a su favor. Era un puritano obsesionado con la injusticia y la imparcialidad.
––Ese relato creo que se titula “El soborno”. El puesto de profesor depende de la opinión de un viejo catedrático. Uno de los aspirantes es amigo suyo; el otro, es el que redacta una recensión negativa contra su última publicación.
––Y finalmente “cede a la vanidad de no ser vengativo”, como dice Borges. Yo también cedo a esa vanidad.
––No es tu única vanidad, me temo. Aunque ya sé que a ti nada te gusta más que presumir de defectos que no tienes para ocultar mejor los que sí tienes.
Miércoles, 11 de mayo
ATEOLOGÍA Y ESCATOLOGÍA
Dios es incoloro, inodoro e insípido, como la nada y la felicidad.
Lo que más le gusta a Dios es no hacer nada.
Los dioses lloran cuando alguien se ríe de ellos.
El infierno, visto desde fuera, es más entretenido que el paraíso.
Si los muertos no resucitan, es porque no quieren.
A pocos les gusta morir, pero nadie se lamenta de estar muerto.
A los fantasmas también les asustan los fantasmas por eso prefieren estar entre los vivos.
Hay quien nos sigue odiando hasta después de muerto.
Hay muertos de poca conversación y otros que no se callan nunca.
Creo en el otro mundo, pero no en este.
Jueves, 12 de mayo
ALGO SABEMOS
“Sabemos muy poco sobre el valor de la obra de nuestros contemporáneos, casi tan poco como sobre el valor de nuestra propia obra”.
No estoy yo muy de acuerdo con esa afirmación de Eliot, salvo que tenga un valor general: sabemos muy poco sobre cualquier cosa. El valor de una obra lo deciden, en lo fundamental, los contemporáneos. Los que vienen después se limitan a matizar. Y también intuimos el valor de nuestra propia obra, aunque si esté es escaso –que suele ser lo habitual– tratemos de engañarnos.
A nadie le gusta reconocer que es un autor de segunda o de tercera fila, lo que tampoco es tan fácil como parece. Autores de primera final hay media docena en cada siglo, aunque si se trata del siglo XX nos parezca, por la cercanía, que hay algunos más.
Los escritores de segunda final no suelen tener capítulo propio en las historias de la literatura, pero sí algunos párrafos; de los de tercera se recuerdan los nombres, aunque sea a pie de página. Y luego están los otros, cientos y cientos, de los que ni huella queda, aunque alguno de sus libros pueda aparecer en los saldos de las librerías de viejo.
Yo creo saber en qué división juego, pero ese es un secreto que me guardo para mí. A fin de cuentas, por poco que valga uno, siempre queda el consuelo de que son legión los que valen menos. Y algunos de mucho renombre. Esos son los que más me divierten. Porque yo no envidio el éxito, no lo necesito (aunque tampoco lo rechazaría, para qué nos vamos a engañar), sino el talento.
Entre los nombres que promocionan semana tras semana los suplementos, junto a muchos cantamañanas, no escasean los que tienen más talento que yo. Y eso es lo que me fastidia un poco, para qué nos vamos a engañar, aunque lo disimule todo lo que puedo porque la envidia es siempre una pasión vergonzante.
Diga lo que diga Eliot, algo sí sabemos sobre el valor de la obra de nuestros contemporáneos y sobre la de uno mismo, aunque a veces lo disimulemos. Resulta poco elegante, salvo que se trate de un ejercicio de falsa modestia, reconocer la propia mediocridad.
Viernes, 13 de mayo
SI BIEN SE MIRA
Estaba enamorado de sí mismo, pero de vez en cuando se era infiel con alguna mujer bonita.
La tierra no es más que un circo ambulante que anda dando tumbos por el universo.
Cada dos años habría que cambiar de pareja, cada cinco de trabajo y cada diez de nombre.
En el vacío no hay agujeros.
Un dolor de muelas pesa más que un piano.
Las mujeres nunca defraudan a quienes no gustan de las mujeres.
Se encerró con siete llaves y luego se las fue tragando una a una.
La luna no se acaba de creer que las estrellas sean más grandes que ella.
Los papeles en blanco odian al escritor.
El ser humano en cuanto tiene uso de razón se dedica a abusar de ella.
A los espejos les gusta Narciso.
Apareció el ser humano y el mundo se convirtió en inhumano.
Los animales no tienen vergüenza.
El alcohol es la anestesia de los juerguistas.
Las cosas serias solo son de verdad serias si se toman un poco a broma.
Era tan exquisito que lo que le molestaba de un vulgar asesino era la vulgaridad.
Narciso y yo no somos dos.