Quantcast
Channel: Café Arcadia
Viewing all articles
Browse latest Browse all 711

El arte de quedarse solo: La Historia y otras historias

$
0
0

Viernes, 13 de noviembre
DON BENITO

Leo poemas en el colegio Claret de Don Benito para un inquieto auditorio de adolescentes. Son cerca de un centenar, alumnos de bachillerato. Dejo pronto los poemas, temeroso de que les suenen a chino, y pasamos al coloquio. Les han repartido un cuadernillo con unos cuantos textos míos, entre ellos una selección de aforismos. La primera pregunta: “Usted ha escrito que nadie verdaderamente inteligente se dedica a la crítica. ¿No se considera inteligente?”. Sonrío: “Bueno, no hay regla sin excepción”.
            Lo cierto es que presumo demasiado de ello como para ser inteligente: dime de qué presumes… Pero de que la inteligencia es la cualidad que más admiro no me cabe la menor duda. ¿Y qué entiendo yo por inteligencia? La capacidad de ver claro, de no dejarse obnubilar por los prejuicios, de tomar la decisión más adecuada con los datos de los que se dispone, de entender el mundo y sus gentes, de hacerlo más habitable. Es la única cualidad que envidio. No me importa que alguien sea más rico, más joven, tenga más éxito que yo. Lo que me fastidia es que tenga más talento.
            Don Benito, hasta hoy, era para mí solo el escenario de un crimen famoso. Curiosamente, uno de los profesores que dirigen el aula Guadiana, en la que me toca hoy participar, se llama como el asesino de las dos indefensas mujeres, Carlos García de Paredes, y mi amiga, la profesora Inés Illán, que nació en Don Benito, tiene de segundo apellido Calderón, como Inés Calderón, la joven víctima. Aquellos hechos ocurrieron en 1902 y pudieron haber quedado sin esclarecer ni castigar si el pueblo no se hubiera puesto en pie contra los caciques.
            Este Don Benito, de calles anchas y casas blancas, apacible y próspero, poco se parece a aquel. Tiene una hermosa biblioteca en un edifico construido por Rafael Moneo y un fascinante museo etnográfico en la Casa del Conde, un edificio modernista construido a principios del XX por los condes de Orellana. Más que un museo, es una máquina de viajar en el tiempo: en sus diversas estancias, con la escuela a la que yo fui, con la botica de mi infancia, la droguería, el consultorio médico, con lo que fue la vida tradicional, en la ciudad y en el campo, hasta casi ayer mismo. Vale la pena venir hasta Don Benito solo para ver este museo y para dejar de asociar su nombre a un remoto crimen.
            En la plaza principal, frente a la iglesia de Santiago, una gran fuente con un empaque clásico que reconozco bien. Me acerco y, como me imaginaba, es de Pérez Comendador, el escultor de Hervás que no solo sabía esculpir frailes y conquistadores. Aquí el río, como en la estatuaria clásica, es un hombre desnudo, medio tendido, y la tierra un desnudo de mujer; el uno en piedra y el otro en bronce. No sé por qué les encuentro una pátina de pretenciosidad desarrollista, muy años sesenta. Nada que ver con las líricas geometrías de mi paisano Ángel Duarte, a las que no le ha salido ni una arruga.


Sábado, 14 de noviembre
CRIMEN EN EL PARAÍSO

El hermoso día de otoño se nubla con las noticias de la noche de ayer. Antes de dormirme, no veo ni escucho ningún informativo y eso me permitió descansar apaciblemente. Me despierto temprano, como de costumbre, y desde la terraza de la habitación veo amanecer tras el castillo de Medellín, que se recorta fantasmagórico en lo alto de una colina; a sus pies, el caserío del pueblo y al otro lado el largo puente sobre el Guadiana construido por los Austrias. Naturaleza e historia: un poco más allá está la llamada “bolsa de la Serena”, uno de los últimos reductos republicanos durante la guerra civil, y en Medellín nació Hernán Cortés, cuya estatua se alza poderosa en medio de la empequeñecida plaza del pueblo.
            A Hernán Cortés ya no se le admira tanto como cuando yo era niño. También el heroísmo tiene fecha de caducidad. A fin de cuentas, un genocida no viene a ser a menudo más que un héroe visto desde el lado de las víctimas.
            No es el momento de pensar en esas cosas, hoy que sangra París. Pero yo no puedo dejar de pensar en ello y algo más. En el fracaso clamoroso que ese múltiple crimen supone. No fue obra de un fanático aislado, sino de varios grupos que tuvieron que organizarse, coordinarse, armarse. ¿A qué se dedicaban los servicios de inteligencia de Francia? ¿Y los de Estados Unidos, esos que interceptan sin control alguno las comunicaciones de millones de ciudadanos? ¿A espiar a Angela Merkel?
            En toda guerra siempre hay dos bandos, ellos y nosotros, y este atentado terrorista vale por una gran batalla que han ganado ellos. Ahora a ver cómo reaccionamos. Me imagino que bombardeando Siria, sacando el ejército a la calle, cerrando las fronteras, haciéndoles la vida más difícil a los refugiados y a los que viven en barrios marginales de París o Bruselas. Y esa será una segunda batalla que también ganarán ellos. De qué poco vale la fuerza sin inteligencia. Pensamos en los integrantes del llamado Estado Islámico como en una banda de fanáticos descerebrados. Y así nos va. No solo son más crueles que el civilizado mundo occidental, también más hábiles y astutos. La guerra será larga. Y lo más preocupante es que quienes dirigen el bando del que yo formo parte fueron los mismos que se dedicaron a dar patadas en el avispero de Oriente y dejaron libres a toda esa bandada de terroríficas avispas que ahora nos amenazan.


Domingo, 15 de noviembre
ELLOS Y NOSOTROS

Mientras paseaba por Trujillo, un espléndido azul sobre los caserones de piedra, no podía dejar de pensar en las paradojas de la historia. Toda esta riqueza, todos estos testimonios de un glorioso pasado, no son más que fruto del exterminio y el saqueo. Un ecuestre Pizarro, con fantasioso atuendo, luce orgulloso sobre su alto pedestal en medio de la plaza. En Perú todavía quedan admiradores suyos, al contrario de lo que ocurre en México con el más refinado y culto Hernán Cortés.
            Es momento solo para el duelo, para lamentar los muertos alevosamente asesinados una hermosa noche de otoño en París, pero yo no puedo ponerle riendas a la imaginación. ¿Qué pasaría si esta guerra la ganan, con dos o tres golpes de audacia, como los de Cortes en el imperio azteca o los de Pizarro en el inca, los partidarios del Estado Islámico, ni más mi menos fanáticos que quienes llevaron el cristianismo a América, el piadoso cristianismo que aceptaba la esclavitud y todo tipo de barbarie contra los herejes? ¿Quiénes serían entonces los héroes? ¿De qué muertos no se acordarían nadie, serían solo una estadísticas como la de los miles y miles de indígenas asesinados en América?
            Estas cosas no se pueden decir en voz alta. Y yo no las digo. Solo las pienso. No hay piedad en las guerras. La razón la tiene siempre el que gana y estas primeras batallas las están ganando ellos.
            Ellos, nosotros. Sí, en las guerras no se puede no tomar partido. En las guerras todo el que no está conmigo está contra mí.
            Paseo por Trujillo, subo a la Torre de la Aguja, entro en iglesias y palacios, compro dulces en un convento de clausura, y no puedo dejar de pensar en toda la sangre inocente que sirvió de cimiento a esta dorada tranquilidad.
            También el civilizado mundo de hoy está construido sobre la injusticia, unos ponen bombas y otros bombardean. Un día mueren docenas de inocentes en París, todos los días mueren centenares de inocentes en Siria o Irak. Pero cuando llega el momento de tomar partido cada uno se junta con los suyos. A mi me duelen más los muertos de París que los de Mosul. En esta guerra sé quiénes son los míos, sean cristianos o musulmanes, que eso importa poco. Y sé quién es el enemigo: los que ponen su fe y su Dios por encima de todo.  


Lunes, 16 de noviembre
EL EQUILIBRISTA

Juego con tres o cuatro platos a la vez. Los lanzo al aire, los recojo, me doy la vuelta, me inclino saludando a los espectadores. Y ninguno cae al suelo.
            Ninguno ha caído todavía al suelo. ¿Cuánto tiempo durará el milagro?
            El mundo parece temblar sobre sus cimientos, silban las balas en torno mío, y yo sonrío feliz, como si nada de ello fuera conmigo.


Martes, 17 de noviembre
DOBLE ERROR

No actuar antes, sobreactuar después. ¡Qué inútil tratar de compensar un error con otro error!


Miércoles, 18 de noviembre
UNOS AMIGOS

Por la mañana comento en clase los haikus de Lluvia menuda (“Juega el niño / a enterrar a su padre. / Día de playa”) y por la tarde, inesperadamente, aparece en el café Vetusta su autora, Susana Benet. Ha venido a conocer Oviedo acompañada del pintor Gabriel Alonso. Me entrega su último libro, Lo olvidado, impreso en el otro Medellín, el de Colombia, que nada tiene que ver con el que apacible sestea entre el castillo y el largo puente sobre el Guadiana y del que yo acabo de regresar. Al comienzo del libro, una cita de Cheng Chu-Yu. “Soy más grande que el infinito / y más pequeño que un grano de arena”.
            Perfecta definición del haiku, de Susana Benet, de mí, de cualquier ser humano. Mientras paseamos la noche de Oviedo recuerdo, o invento, versos suyos: “Unos amigos. / Omnipotente y solo / Dios los envidia”.


Jueves, 19 de noviembre
EL MUNDO ESTÁ BIEN HECHO

Tras un día trabajosamente rutinario, sin la alacridad de costumbre, con plomo en las alas, el colofón feliz de Mozart y sus bodas en el teatro Campoamor. El mundo vuelve a estar bien hecho, aunque sea solo durante tres horas. Cae el telón y otra vez silban las balas.




Viewing all articles
Browse latest Browse all 711

Trending Articles