Sábado, 26 de septiembre
JARDINES DE LA FONTE BAIXA
Un buen lugar este mirador frente al cementerio marino de Luarca, junto a las columnas romanas traídas de la Dacia, en los prodigiosos jardines de la Fonte Baixa, para hacer un alto en el camino y pensar en el largo trecho ya dejado atrás, en el corto o largo, pero sin duda mucho más corto, que nos queda por recorrer.
Un buen lugar, mejor, para no pensar en nada, para dejarse acariciar por el sol de otoño, acompañar por el azul del mar y los verdes innumerables del otro mar que me rodea; para dejarse advertir por las blancas tumbas que se acurrucan junto a la esbelta capilla.
¿Advertir de qué? De que ahora soy el rey del mundo, de que toda esta belleza es para mí, pero que tarde o temprano, más temprano que tarde, tendré que abandonarla.
Pero mejor no pensar en eso y, como un verdadero monarca, pasar revista a estas disciplinadas criaturas vegetales que se me presentan en el uniforme de gala del otoño.
Saludo primero a un viejo amigo, el ginkgo biloba, uno de los pocos seres vivos capaces de resistir un ataque atómico. Luego al más anciano del jardín, un algarrobo milenario que ha tenido que trasladarse aquí porque la autopista Madrid-Valencia le dejó sin casa. Me divierto con la gunnera manicata, o paraguas de los pobres, y sus hojas semicarnívoras de un metro de diámetro. Saludo a los pinos de Florida y a los naranjos mejicanos. También a las sequoias y al árbol ciempiés de los manglares. En el acer palmatium rojo, un raro bonsái japonés de colorido ramaje en forma de cúpula, creo encontrar una capilla dedicada a una divinidad desconocida. Inclino la cabeza e imagino una oración: “Dios que no existes, /cuando todo me falte, / tenga tu nada”.
Inagotables jardines de la Fonte Baixa. La aristocracia del mundo vegetal ha venido a refugiarse aquí y convive perfectamente con plebeyas especies nativas. Un aguerrido escuadrón de leylandis los protege de cualquier asechanza, especialmente del aire marino. Viven despreocupados de todo como en el más lujoso resort.
Me gustaría acampar aquí una noche, contemplar las estrellas, escuchar el rumor del mar, el murmullo otoñal de las hojas, y al amanecer sumar el mío al aplauso de los nenúfares.
Domingo, 27 de septiembre
SI YO FUERA RICO
En la hermosa biblioteca del monasterio de San Juan de Corias apenas si hay libros; los centenarios estantes de nogal lucen en su desnuda belleza. Y en las paredes, para completar el símbolo, hay colgado solo marcos vacíos, como si de la decoración se hubiera encargado un artista iconoclasta.
Como el sueño se retrasa, me venido hasta este solitario lugar a fantasear un poco. Si yo fuera rico, en nada me gustaría más emplear mi dinero que en llenar estos estantes de libros, pagar a un bibliotecario para que los ordenara y cuidara, como se cuida un jardín, y conceder becas, de uno a tres meses, para que aquí se alojara un estudioso o un poeta y dedicara ese tiempo a investigar, a escribir versos o a no hacer nada en este tranquilo e inmenso falansterio junto al Narcea.
También dotaría unas becas de postgrado para los mejores estudiantes de cada una de las especialidades de la universidad de Oviedo con la condición de que, al final de la beca, el estudiante debería debatir conmigo, en público, sobre un tema de su especialidad previamente escogido por mí. ¡Cómo disfrutaría, los días previos, estudiando matemáticas o físicas o derecho o filologías varias para tratar de no quedar en ridículo! Como el tema lo escogería yo, huiría de asuntos que interesan solo a especialistas y me centraría en lo que nos afecta a todos. Yo creo que las materias con las que más disfrutaría debatiendo son las matemáticas y la teología, las más rigurosamente imaginarias.
Antes de volver a mi habitación (en el primer piso, todas con nombres de escritor: Jovellanos, Clarín, Campoamor, Palacio Valdés…), me acerco casualmente a una de las paredes y compruebo que lo que yo creía marcos vacíos eran marcos pintados: un trampantojo.
Como mi propia vida, pienso. Siempre queriendo aparentar lo que no soy. ¿Y qué soy? Quizá solo un curioso impertinente y un ignorante soberbio, pero un ignorante también de inagotable curiosidad.
Miércoles, 30 de septiembre
AGUAFIESTAS
Como la mayoría de la gente, tengo la costumbre de hacer balance antes de irme a la cama. El día de hoy fue largo, demasiado, y el balance final no demasiado positivo.
Comenzó con un homenaje a Jaime Gil de Biedma en la biblioteca del Milán. La duración prevista era de doce a una, lo que dura una clase. A las doce y media, todavía se estaban dando las gracias a este y a aquel, al político que acababa de entrar y al que no había podido venir. A mí hacerles perder el tiempo a los demás me parece peor que robarles la cartera.
En la mesa redonda, surgió un tópico muy repetido: que a Gil de Biedma le negaron el ingreso en el partido comunista por ser homosexual. Las cosas no fueron enteramente así, como ha demostrado López Arnal en un libro reciente, La observación de Goethe. Militar en el partido comunista en los años cincuenta no era como entrar en su selecto club que se reserva el derecho de admisión y te rechaza por ser judío o ser homosexual. Requería un temple especial para poder resistir las torturas si se era detenido y llevar una vida espartana que no se permitiera ninguna relajación en las estrictas normas de la clandestinidad. Jaime Gil de Biedma, señorito de buena familia, acostumbrado a las juergas interminables (pocos días antes de solicitar el ingreso se había estrellado borracho con el coche de su padre), no daba el perfil adecuado, independientemente de que fuera o no homosexual. No aceptar esa solicitud era hacerle un favor. Podía servir mejor al partido colaborando desde fuera como “compañero de viaje”, y así lo entendió él. Luis García Montero, que no ha leído el libro al que me refiero (cuenta también cosas muy interesantes sobre otro hecho que sirvió para desprestigiar a Manuel Sacristán, primero amigo y luego bestia negra de los poetas del grupo de Barcelona) me dice que a él eso se lo contó el propio Gil de Biedma. Y Josefina Martínez añade “entonces punto redondo, no hay más que hablar”. Pero si hay más que hablar. Uno mismo no es la mejor autoridad para hablar de su pasado. Todos lo arreglamos a nuestro gusto. Y además es muy probable que esa amañada historia tenga su origen en el propio poeta, años después. Recordé que José Agustín Goytisolo, cuando dejó de estar de moda la poesía social, presumía de no haber participado nunca en ella. “Yo nunca escribí en un poema la palabra España”, llegó a afirmar en público. Yo, que ya le había oído varias veces semejante afirmación, me limité a levantar la mano y leerle un poema suyo incluido en la antología de José Luis Cano El tema de España en la poesía española actual. “Ese poema lo he corregido” replicó y efectivamente donde decía España ahora decía “país” Los poemas pueden corregirse; el pasado, no. Pero no era el momento de entrar en esas discusiones, aunque a mí nada me gusta más que eso y no las vacuas florituras.
Luego llegó el momento de reunirse para fallar el premio Emilio Alarcos y la discusión de todos los años. Vicente Gallego, el ganador del año pasado, comió con nosotros. Se marchó antes de que comenzáramos a debatir. Yo cogí un papel, apunté un número y un título y le dije: “No lo abras hasta la tarde. Voy a jugar a ser Patrick Jane, el mentalista”.
La discusión de siempre luego en la cena. García Montero: “En beneficio de la poesía, cualquier miembro del jurado que sabe que un buen poeta se ha presentado al premio y su libro no ha sido seleccionado debe solicitarlo”. Yo: “Cualquier miembro del jurado, si no está de acuerdo con la preselección, puede pedir todos los libros, pero no uno concreto porque se presentan anónimamente”. Vicente: “Eso es ridículo, ¿cómo va a poder leerlos todos?”. Josefina: “Eso lo hizo una vez Gamoneda en el premio Jovellanos, según me han contado; le pareció muy floja la preselección y se encerró un día entero con todos los libros presentados; salió con la cabeza como un bombo y tuvo que aceptar que no había nada mejor que los preseleccionados”. Yo: “Pues ya me cae mejor Gamoneda, en ese punto se comportó como un jurado honesto. O se acepta o no se acepta la selección previa, si no se acepta, todos los presentados tienen el mismo derecho a otra lectura por parte del jurado, no solo sus amigos”.
“Hay que respetar escrupulosamente las normas porque estamos jugando con dinero público”, añado yo, que en estas cuestiones siempre acabo adoptando un antipático aire entre Savonarola y Robespierre. “No importan que nos critiquen, sino que los que nos critican no tengan razón”, concluyo.
Acabo sacando de sus casillas incluso a los habituados a insidiosas asambleas políticas como García Montero: “¡Haces más daño tú a este premio con esa columna del domingo siguiente contando los pormenores que todos los detractores de los premios!”
Lo dudo. Porque la mala costumbre que yo critico, jamás he permitido que se aplicara en este premio y Vicente Gallego, que asiste a nuestro debate, lo sabe de sobra: hace años un libro suyo no preseleccionado trató de ser rescatado por Ángel González y yo conseguí que no lo fuera. Ganó un libro excelente de un autor desconocido, que es una de las funciones de los premios, más noble que contribuir a mejorar la economía del poeta ya reconocido.
Una persona que se empeña en tener razón, y yo no hago otra cosa, aburre y cansa. Y si además la tiene, irrita profundamente. Cuando nos despedimos, me voy con bastante mala conciencia: mi afán justiciero siempre acaba estropeando lo que debería haber sido una grata velada entre amigos.
Pero antes de dormirme, algo me hace volver a sonreír. Tras el fallo del premio, recordé el papelito que le di a Vicente Gallego y le pido que lo abra. Aparece el número y el título del libro ganador.
¿Cómo adiviné, antes siquiera de que habláramos de ninguna obra, cuando no sabía las preferencias de nadie, qué libro iba a ganar? Un mentalista no revela sus trucos, que no tienen nada que ver con la magia, sino solo con la capacidad de observación y deducción.
No seré tan listo como me creo, pero… Y me duermo tranquilo después de un día fatigosamente largo y en el que no me parece haber mostrado mi mejor perfil.
Jueves, 1 de octubre
CONTRA LA ADULACIÓN