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El arte de quedarse solo: Siempre y ahora

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Viernes, 2 de octubre
A MÍ CONMIGO

 “No me puedo sufrir a mí conmigo” es un verso de Villamediana que me gusta repetir. Pero no recuerdo que alguna vez fuera exacto: siempre me he llevado conmigo bastante bien, aunque a veces haya fingido otra cosa para hacer un poco de literatura (eso que queda tan mal en la literatura).
            Lo que no comprendo algunos días es cómo me aguantan los demás. Me temo que hoy ha sido uno de ellos: me he comportado como un viejo cascarrabias.
            Vuelvo de la tertulia, después de haberme metido con todo el mundo, los ausentes y los presentes, bastante descontento conmigo mismo. Esta ha sido una semana especialmente ajetreada. Y a una persona tan maniáticamente rutinaria como yo nada le altera más que el que le cambien sus horarios. Eso me saca, literalmente, de mis casillas.
            Menos mal que  he tomado la precaución de vivir solo y en mi casa nadie tiene que aguantarme. Salvo yo que, afortunadamente, me aguanto bastante bien..


Sábado, 3 de octubre
NECESARIO, PERO IMPOSIBLE

Nada me gusta más que el espectáculo de la inteligencia y hoy lo encuentro donde menos pensaba, en un debate sobre teología. No en el habitual de cada sábado con mi amigo José Manuel Feito, sino en la entrevista que Carlos Eymar le hace a Javier Gomá en El ciervo. Eymar se muestra seducido desde el comienzo: “Javier Gomá me recibe en su amplio y luminoso despacho, decorado con magníficos cuadros de arte abstracto. A sus cincuenta años, apolíneo, en mangas de camisa y corbata, parece encontrarse en el cénit del poder y del prestigio, como un Aquiles insustituible de la polis hispánica”.
            La experiencia religiosa no puede para Gomá calificarse de tal: “Porque por experiencia yo entiendo aquellas actividades de la subjetividad que cualquier persona comparte, con independencia de sus creencias, de su ideología, de la época y de la geografía en las que vive. Y en lo que se refiere a la experiencia de Dios no podemos pretender que sea una experiencia inherentemente humana de tal manera que quien no la tenga pueda ser llamado hombre no integral”.
            Las ideas sobre la resurrección y la inmortalidad del alma le parecen “anticuadas, poco convincentes, piadosas, vienen bien para un funeral o una homilía. Pero si uno se pregunta con seriedad cuál es la esencia de la individualidad y ve que es la mortalidad, entonces tendrá forzosamente que pensar en una mortalidad prorrogada”.  Incluso Cristo, después de muerto, ya “no es el mismo, pero es él mismo”.
            A Javier Gomá, católico, en otros tiempos le habrían llevado a la hoguera y es raro que en estos tiempos los guardianes de la ortodoxia no le hayan dado algún sonoro aviso: “¿Dios es amor? Eso es lo que dice San Juan. Pero el evangelio de San Juan es literatura suya. En boca de Jesús la palabra amor apenas la encontramos”.
            A Javier Gomá, creyente, como a mí, ateo, le interesa especialmente la figura del Jesús histórico, del Galileo (como él prefiere llamarlo), desligada de las interpretaciones posteriores. Por eso le defraudó tanto como a mí la obra del papa Ratzinger, supuesto gran teólogo, sobre Jesús: “En su introducción habla del Jesús histórico y en su desarrollo lo ignora por completo. Y razona sobre Jesús en tres libros, ignorando enteramente cualquier resultado que tenga que ver con el Jesús histórico. Es un libro edificante, piadoso, en una línea completamente antigua, siendo así que en la introducción se siente en la obligación de integrar el método exegético, histórico”.
            Para Javier Gomá, creyente, como para mí, ateo, el Jesús histórico “murió fracasado y equivocado”. Lo que él anunciaba –un reino de Dios inminente, que va a transfigurar las bases de la realidad– no llegó y además es un “concepto que después desaparece prácticamente de la teología del cristianismo”.
            Ni siquiera está claro, por lo que sabemos del Jesús histórico, que él pensara que era Dios. No lo afirmó claramente nunca y lo más probable es que se hubiera espantado ante semejante idea.


 Domingo, 4 de octubre
CRIMEN Y CASTIGO

Como soy tan fiel a mis costumbres, no dejo de ver cada nueva película de Woody Allen. Pero la magia que tuvo un tiempo, y que perdió para mí con Vicky Cristina Barcelona,no ha vuelto a recuperarla nunca: ahora, cuando más serio se pone, más risa me da. Desde entonces (quizá desde mucho antes, pero yo entonces no lo veía) no rueda más que naderías, encantadoras en algunos casos, como Magia a la luz de la luna, y chapuceramente pretenciosas en otros.
            Me cuesta tomarme en serio Irrational man, esa reescritura de Crimen y castigo. No me creo nada. Las alusiones filosóficas que suelta en clase el barrigudo y borrachín profesor de filosofía (Joaquin Phoenix) no muestran precisamente conocimientos filosóficos (¿qué es eso de que, según Kant, si escondemos a un judío en casa y un nazi nos pregunta por él tenemos que decirle dónde se encuentra?) y el que se decida a matar a un juez porque, según oyó en una conversación de cafetería, le otorga la custodia de los hijos al marido y no a la mujer, no plantea ningún problema moral: solo ejemplifica su tontería. ¿Ni siquiera se le ocurre escuchar al marido antes de dar por buena la versión de la mujer? ¿Ignora que, en cualquier pleito, y más en uno de pareja, hay que oir a las dos partes? Me gustaría saber que habría hecho ese Abe Lucas, presunto genio de la filosofía en crisis existencial, si hubiera leído en Facebook lo que cuenta una conocida poetisa, ganadora del premio Hiperión, colaboradora de ABC: “Una noche llego a casa y me tropiezo, porque no veo por un ojo y tiene a bien estar prácticamente a oscuras, con una maleta que ha ha puesto en el pasillo. Me hago mucho daño y lloro y él cenando en el salón con la indiferencia del psicópata;: ni una sola palabra, ni siquiera una mirada. Ya tenía mucho miedo, pero entonces me quedo helada de terror. Casualmente, empiezan a aparecer por el suelo trozos de cristales, cáscaras de plátano, helados a medio comer… un día le digo que nos divorciemos y que me pase una pensión hasta que yo me recupere del ojo y me contesta que ni hablar, yo le digo entonces que de qué voy a vivir, y él me dice que me meta a puta, bueno, ni de puta, añade, porque eres vieja y fea”.
            Y la historia continúa con vaciamiento de cuentas bancarias y cuantas sevicias se pueda uno imaginar.: Y no es un cuento, sino una confesión abierta en Facebook.
            ¿No escucharíamos la versión de esa pareja que parece hacer luz de gas con cáscaras de plátano, y al psiquiatra de la poeta, por supuesto, antes de tomar una decisión sobre lo que pasa? El personaje de Woody Allen decidiría asesinarlo sin entras en más averiguaciones y luego resulta que ese hecho le soluciona todos sus problemas existenciales, y los de erección mejor que cualquier dosis de viagra.
            Pero lo peor no es eso, sino que haya críticos y psicólogos que tomen en serio los presuntos problemas éticos que plantea este último disparate de Woody Allen, entretenido por cierto, sobre todo en su segunda mitad, si se prescinde de pretensiones culturetas, un poco a la manera de aquellos “Alfred Hitchcock presenta” de la televisión en blanco y negro..


Lunes, 5 de octubre
AMANECER EN CENTRAL PARK

¿Hay fórmulas para escribir un best seller? Sí, pero no siempre funcionan. En caso contrario, la mayoría de las editoriales, y de los escritores, no se dedicarían a otra cosa.
            A mí me gusta la que emplea Guillaume Musso en Central Park, que es la misma de las películas y las series de televisión que más me entretienen (pero que no son las que elogian una y otra vez los entendidos). Un comienzo insólito: Tras una noche de marcha por los Campos Elíseos, la inspectora de policía Alice Schäfer aparece esposada a un desconocido en medio de un bosque. No sabe cómo ha llegado hasta allí. Lo último que recuerda es el momento en que, unas horas antes, abrió la puerta de su coche en el aparcamiento subterráneo de la avenida Franklin Roosevelt. El desconocido tampoco recuerda nada, solo que es músico de jazz y la noche anterior actuó en un local de Dublin. Pronto descubren que lo que creían un bosque es el Ramble, la parte más agreste de Central Park.
            Un comienzo intrigantemente absurdo y luego el más detallado realismo. Yo disfruto siguiendo sus andanzas por Nueva York: salen del parque junto al Dakota, roban allí un teléfono a un adolescente que forma parte de un grupo de “ruidosos españoles”, bajan luego hasta el Lincoln Center, roban un coche en la esquina de Amsterdam Avenue con la calle Sesenta y uno, utilizan los iPad a disposición del público en la nueva tienda de Grand Central (yo estuve allí el día que se inauguró), llegan hasta Red Hook, el antiguo barrio de estibadores al oeste de Brooklyn… Y en medio (la accción transcurre en pocas horas) los traumáticos recuerdos de la inspectora (que trabaja en el 36 del Quai des Orfèvres, como Maigret) en París: “Rue Réaumur, después rue Beaubourg: cruzo el Marais por el oeste y desemboco frente a la plaza de l’Hôtel-de-Ville, repleta de luces. A lo lejos, la silueta de las dos torres macizas y la aguja de Notre-Dame se recortan en la oscuridad”.
            Me gusta entrar con los protagonistas en la FAO Schwarz, la más hermosa juguetería del mundo, frente al hotel Plaza, con sus porteros disfrazados de soldados de plomo. Me llevó a ella por primera vez  Hilario Barrero y la he visitado luego siempre que pasaba por Nueva York para sentir nostalgia de una infancia que nunca tuve. No podré hacerlo más: los alquileres de la zona la obligaron a cerrar el pasado julio.
            No sé si lo que yo busco en un best seller es lo que busca todo el mundo: una historia enigmática y trepidante situada en escenarios reales en los que uno ha estado y a los que le gustaría volver. La realidad haciendo verosímil la ficción y la ficción añadiéndole un toque de magia a la cotidianidad. Y que no pase de trescientas páginas.

            
Martes, 6 de octubre
FOREVER NOW

Termino la novela de Guillaume Musso. Nunca debería haberlo hecho. Qué absurda explicación del problema inicial. Cierra uno el libro con la sensación de que le han tomado el pelo. Por eso a mí no me gusta acabar esta clase de libros. Mejor quedarse con el enigma inicial y el escenario y luego imaginar el resto.
            De Central Park me quedo también con las citas que inician cada capítulo: “Un buen enemigo es el mejor maestro” (Lao Tse), “El destino nos persigue como un demente armado con una navaja de afeitar” (Tarkovski). Y mi favorita, de Emily Dickinson: “Forever is composed of nows”. El siempre está hecho de ahoras.







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