Domingo, 14 de septiembre
VERDAD VERDADERA
La verdad en el arte no siempre resulta verdadera. Hacen falta algunas especias para que la carne cruda de la verdad resulte digerible en la literatura o en el cine. Entro a ver Boyhood, de Richard Linklater, como quien se dispone a asistir a un experimento. Doce años en la vida de una familia rodados a lo largo de doce años. Una buena idea para un documental, quizá no tan buena para una película de ficción. El protagonista, Mason, es un niño de seis años al comienzo; un joven de dieciocho al final. Podían haber sido rodados por actores distintos, pero es el mismo Ellan Coltrane el que va creciendo ante nuestros ojos. El tiempo a veces se detiene, a veces se acelera, como en la vida misma. Y uno sigue la historia, tan bien contada, tan creíble, con la emoción de estar asistiendo a algo más que una película.
Richard Linklater filma el misterio, el trivial e indescifrable misterio de vivir. ¿Si alguien leyera este diario desde sus comienzos, hace más de un cuarto de siglo, tendría la misma impresión? No me imagino a nadie capaz de semejante hazaña.
Lunes, 15 de septiembre
POR QUÉ SOY TAN VANIDOSO
“Qué vanidoso eres”, me dice un amigo. Y no le desmiento, solo sonrío. Como otros ejercitan incansablemente la acreditada virtud social de la falsa modestia, a mí me gusta jugar a la falsa vanidad. Al contrario de lo que se piensa, la falsa modestia es una descortesía, una fatigosa solicitud del elogio ajeno. En cambio, basta dar a entender que uno es muy listo para que los demás piensen todo lo contrario. Y en mi caso tienen razón (por una vez voy a jugar yo también a la falsa modestia).
A otra cosa no, pero a hipócrita no me gana nadie. Finjo tan bien la falsa vanidad que todo el mundo cree que es verdadera.
Martes, 16 de septiembre
MI ABUELO Y YO
Hay temas de los que procuro no hablar, o hablar lo menos posible, como el conflicto catalán. Encasquillado cada uno en sus prejuicios, resulta muy difícil que nadie haga cambiar a nadie de su posición. Uno siempre pensará que la suya es la verdadera y que el otro está equivocado. Escucho, sin embargo, decir algo que “la unidad es un valor moral” a quien por su profesión –ocupa un alto cargo de libre designación papal en la iglesia católica– algo debería saber de moral y debo esforzarme mucho para no salir a la palestra y replicarle: “Pero vamos a ver, hombre de Dios, ¿cómo va a ser un valor moral la unidad si esa unidad es impuesta? Hasta usted, enemigo del divorcio, reconocerá que un matrimonio, si no es aceptado libremente por los contrayentes, resulta inválido?”
Por muy arzobispo que sea, seguro que, en cuanto lo piense un poco, acaba reconociendo que la unidad solo es un bien cuando no es forzada. Pero enseguida añadirá, como mi amigo José Luis Piquero (milita en Izquierda Unida, pero en cuando le tocan a las esencias patrias razona como un arzobispo), que la unión de Cataluña y España no tiene nada que ver con un matrimonio.
Y entonces yo cambio de tema. Qué fuerza tienen los mitos. Renuncio a hacer de Quijote contra los prejuicios de mi tribu, a fin de cuentas ni mejores ni peores que los de la tribu vecina. Pero si cada uno tiene sus razones, y abogados que las defiendan, la razón –si no toda, al menos en su mayor parte– en este caso la tiene el gobierno catalán y no del español, quien quiere que los ciudadanos opinen y no quien pretende callarles la boca..
Es difícil librarse de los prejuicios, y yo me imagino que, como todo el mundo, estaré lleno de ellos. Pero del mito del patriotismo opresor (no del patriotismo bien entendido) me libré muy pronto. Lo he contado más de una vez. Sé que no tenía más de diez años porque entonces aún vivía en Aldeanueva del Camino. El maestro nos había leído un cuento de Pedro Antonio de Alarcón, una de sus Historietas nacionales, creo que “El carbonero alcalde”, en la que los guerrilleros españoles atacaban a los soldados franceses con toda clase de sádicas artimañas. Era una guerra justa, los franceses habían invadido nuestro país, los españoles defendían su patria, nos decía el maestro. Pero mi abuelo había estado en la guerra de Marruecos y le gustaba hablarme de sus andanzas allí, de lo crueles que eran los moros, del desastre de Annual. Y un día, después de haber escuchado por la mañana al maestro y por la noche, una la noche de invierno, junto al fuego de la cocina, las batallitas de mi abuelo, le dije con mi ingenuidad infantil. “Pero, abuelo, si en la guerra de la Independencia los malos eran los franceses porque había invadido nuestro país, en la guerra de Marruecos los malos no eran los moros, sino nosotros, que habíamos invadido su país”.
Muy pronto aprendí yo que “los buenos” no son siempre los nuestros, que los buenos, en cualquier conflicto, son los que defienden una causa justa. Claro que, si el conflicto es armado, y yo dijera estas cosas públicamente, me fusilarían por traidor. De momento no hemos llegado a esos extremos.
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Miércoles, 17 de septiembre
EN EL CAMPOAMOR
Soy de esas personas que habitualmente hacen dos cosas a la vez (ninguna bien, por lo general); lo que no sabía es que puedo pensar y sentir tres cosas al mismo tiempo. Desde que súbitamente estalla la tormenta en el escenario hasta los acordes en los trombones que anuncian el suicidio de Otelo, me dejo llevar por el carrusel de la música de Verdi, seducir por las perfectas voces. Pero a la vez no paro de reírme interiormente ante el ridículo y la incongruencia de la puesta en escena. El culpable del desaguisado no es alguien que pasaba por allí, sino todo un profesional, Bruno Berger-Gorski, que ha dirigido no sé cuántas óperas y ha sido premiado no sé cuántas veces. Sitúa la obra en unos imprecisos años cuarenta, convierte los niños, mujeres y marineros chipriotas que cantan en torno de Desdémona y le ofrecen flores y frutas como regalos en supervivientes de alguna batalla con la cabeza vendada y apoyados en una muleta; el dormitorio de Desdémona, donde reza su famosa Avemaría antes de ser asesinada, en callejón con pintadas en las paredes… Hay sesiones de fotos en el escenario (se ha inspirado en Diana de Gales para recrear a su Desdémona), pero a la vez cuelga el estandarte con el león de Venecia y se habla de trirremes y el coro entona cantos de gratitud mientras los soldados violan a las mujeres que salen a recibirles..
Desde hace tiempo se ha extendido la idea de que la puesta en escena de una ópera puede estar completamente al margen del libreto y de la música, ir incluso en contra de ellos, que son solo un pretexto que no puede coartar ni la imaginación ni la libertad de quien se encarga de ese menester, otro artista.
Disfruto con la música, me río de la puesta en escena (y de los presuntos expertos que confunden esos gratuitos caprichos con la modernidad) y la vez voy analizando el endeble, muy endeble, libreto de Arrigo Boito: Yago es un malo de tebeo, pero aún así, resulta el personaje más coherente de todos: Otelo se comporta como un crédulo idiota y Desdémona, más que ingenua, parece simplemente tonta. Si no fuera por la música, ¿cómo emocionarnos ante criaturas semejantes? Claro que en Shakespeare tampoco la historia es mucho más coherente. En su último libro, Donne, se ocupa Andrea Camilleri de la “infinit`d’incongruenze temporali, caractteriali, psicologiche” que se encuentran en la trama. La primera, que entre el desembarco de la pareja en Chipre y el final de la tragedia apenas pasan treinta horas: mucha prisa tendrían que haberse dado Casio para seducir a Desdémona y cometer adulterio. Camilleri da una curiosa explicación del comportamiento de Desdémona: no es ingenua, sino suicida: sabe que con su amor por el moro ha traicionado a su clase y por eso busca la muerte.
La música, por hermosa y conmovedora que sea, no es suficiente para tenerme a mí tres horas sentado en un teatro; necesito hacer otras cosas; como no puedo leer, me entretengo analizando las ocurrencias de Berger-Gorski y la endeblez del argumento.
Sospecho que he envejecido, pero no he madurado: sigo siendo el niño que necesita estar siempre jugando con algo, destrozando algo, para no aburrirse.
Jueves, 18 de septiembre
ME MIRO AL ESPEJO
Mi entretenimiento favorito en los últimos tiempos consiste en la observación minuciosa de una fascinante y variopinta especie animal: los seres humanos. No me canso de estudiarles, de analizar su comportamiento. Son miles de millones los individuos que la integran y no hay uno igual a otro. Yo me siento en la mesa de la cafetería y les escucho hablar en la mesa de al lado o pasar al otro lado de la cristalera: son un espectáculo inagotable. Estos días, fiestas de San Mateo, las calles, las plazas los locales del centro de Oviedo se llenan de gente. ¿Qué les atrae? La ciudad se vuelve hostil: atruena la música –lo de música es un decir– de los chiringuitos y escenarios callejeros; no encuentra uno sitio donde sentarse; los camareros, desbordados, atienden peor que nunca… Y, sin embargo, no solo los sufridos jóvenes, que se apuntan a cualquier cosa, sino familias con niños, matrimonios ancianos, gente que parece no salir ninguna otra noche del año, tratan de abrirse camino entre el barullo, beben cualquier cosa para aturdirse y soportar la fiesta.
¿Qué le mueve al rebaño humano a apretujarse en un pequeño espacio durante unos determinados días del año? No lo sé, trato de averiguarlo y en eso me entretengo. Mis amigos más inteligentes procuran dejar Oviedo, o al menos no aparecer por las calles del centro, durante estas fechas. Pero yo, no por masoquismo, sino por curiosidad, voy a todas partes, tomo nota, formulo hipótesis sobre el comportamiento de esa parte de los seres humanos que no sale de fiesta cuando les apetece sino cuando ancestrales costumbres lo ordenan, que pasan la noche fuera de casa solo cuando toca, aunque no se diviertan nada. La fiesta para muchos de ellos es un deber, no una fiesta; es una obligación, no un disfrute.
Me fascina esa endémica especie animal, los seres humanos, ya dije. Y como yo pertenezco a ella (aunque haya quien lo dude), paso mucho tiempo mirándome al espejo, observándome de reojo: tengo la impresión de soy tan raro, tan fascinante, tan insoportable casi siempre, tan seductor a ratos como cualquiera. En la especie humana ser raro es lo normal; no sería uno normal, completamente normal, si no fuera de lo más rarillo.
Viernes, 19 de septiembre
ENHORABUENA, ESCOCIA
Lo que define a una democracia no es quién gane o pierda el partido, sino que se pueda jugar el partido.
Sábado, 20 de septiembre
EN DEFENSA DE LA LEGALIDAD
Ayer en la tertulia, que pudo celebrarse casi con normalidad a pesar de que Oviedo estaba casi en estado de sitio a causa de las fiestas, hablamos, cómo no, del resultado del referéndum escocés y de cómo el resultado, que parecía inclinarse hacia la independencia, cambió hacia el polo opuesto cuando el gobierno inglés dejo de meter miedo con los riesgos de la secesión y se dedicó a hablar con el corazón en la mano, a soltar alguna que otra lagrimita y a hacer atractivas ofertas de última hora.
¿Aprenderá Rajoy la lección? Qué va. Se le ve feliz de que los escoceses hayan dicho no, pero no cae en la cuenta de que, para que digan no, hace falta que previamente se les consulte y se les permita decir sí o no. ¿Pero cómo va a consentir él eso a los catalanes? Parece pensar como Cánovas, para quien era español quien no podía ser otra cosa. ¿Quién iba a querer seguir siendo español si se permitiera dejar de serlo? Esa pobre idea tiene de España el presidente del gobierno de España.
Digo yo que un día como hoy me gustaría ser ciudadano británico y no español para poder estar orgulloso de mi país, cuando un contertulio, que conoce bien mis afinidades socialistas, me interrumpe:
––Pues Pedro Sánchez también es contrario a la ilegal consulta catalana.
––¡Pues si es así debería caérsele la bonita cara de vergüenza!
Y me entretengo en explicarles lo que no he visto que haga ningún jurista “español”: que esa consulta, una vez aprobada la ley que permite convocarla no es ilegal, que sigue sin serlo aunque el gobierno (qué vergüenza esos ministros con la cartera en la mano, dispuestos a salir corriendo a anularla en cuanto suene la señal) la recurra y pida su suspensión cautelar. Esa suspensión no invalida la ley, solo impide que se aplique, hasta que el Constitucional se pronuncie, para evitar daños irreparables en el caso de que acepte los argumentos del recurso. Porque puede no aceptarlos. No es posible anticipar la decisión del tribunal. Por otra parte, na ley se puede recurrir y no pedir su suspensión cautelar (ocurrió, por ejemplo, con el Estatut); es lo que debería ocurrir con la ley de consultas: la votación del 9N en ningún caso produciría daños irreparables, no es vinculante.
Continuo perorando en la tertulia: “La artimaña legal del gobierno para que no haya votación ese día es producto de una decisión política, no obligada por ninguna ley. A mi entender, es una torpe decisión política. Si esa votación se hubiera aceptado desde el principio, el resultado habría sido probablemente como el de Escocia y se habría acabado el problema. Enconado el asunto, me atrevo a profetizar que los partidarios del no a la independencia apenas superarán el treinta por ciento. De ahí que se haga todo lo posible, con ley, sin ley o contra ella, para impedir la consulta”.
–-¡Tú pareces encantado con que Cataluña se independice, a ti te ha fastidiado que los escoceses hayan dicho no!
––Es posible. Pero como demócrata acepto de buen grado que los ciudadanos puedan decidir lo contrario. No me confundas con Mariano Rajoy ni menos con Pedro Sánchez. Sigo siendo socialista, pero de los de Rodríguez Zapatero, a quien se debe la afirmación más democrática y sensata sobre este asunto: “Cataluña será lo que quieran los catalanes”.