Haikus de Aldeanueva

No es posible volver a la infancia, ese extraño país "donde todo sucede de manera distinta", pero ella acostumbra a volver a nosotros cuando menos lo esperamos: al regresar al pueblo y acariciar los árboles secos, que una vez fueron frondosos, junto a la escuela; al encontrarse, en un mercadillo, con un deteriorado ejemplar de la cartilla en que aprendimos las primeras letras o de la Enciclopedia Álvarez; ante una vieja fotografía; en cualquier descampado donde se acaba de improvisar un campo de fútbol; ante un tiovivo que gira y gira en la noche de fiesta, mientras arde la noche azul, como en el poema de Antonio Machado, "toda sembrada de estrellas".

De los lugares propicios a la felicidad, los escenarios de la infancia son los más proclives a la melancolía.

Qué triste suerte

la de Adán, que fue hombre

y no fue niño.

Mi vida es esto.

Un puñado de arena.

Y sopla el tiempo.

Toda la noche

sin dormir, en la cama.

Aguardo un beso.

Con cuánta fuerza

Dios lanzó la canica

del universo.

Llamo a mi casa

y al abrirme la puerta

no me conozco.

Siempre la infancia,

cometa que alza el viento,

ancla en la tierra.

Casa Consuelo.

Olores y sabores

ultramarinos.

“Más, más deprisa”,

grita Dios al tiovivo

del universo.

En el desván

florecen las semillas

que no he plantado.

Hay quien lo duda.

¿Fui niño alguna vez?

Lo sigo siendo.

Niño que fui,

¿dónde te has escondido,

que no te encuentro?

Fiesta en la plaza.

La alegría es la misma,

otros los niños.

Bota gigante

que aplasta ejércitos,

bota de niño.

Humo en el aire,

mi vida en estas calles

se desvanece.

Ahí está siempre,

donde juegan los niños,

el paraíso.

A, eme, o, erre…

Deletreo en las nubes

catón de infancia.

Llévame a casa,

niño que una vez fui.

Tan orgulloso.

Hoy ha escrito su nombre

por vez primera.

Aquellos ojos

que miraban las nubes

en este instante.

Junto a la escuela

aún sigue el olmo aquel

tan machadiano.

Manjar de dioses,

el pan y aquella onza

de chocolate.

Junto palabras

como cuando era niño

piedras del río.

Plaza del pueblo.

Sigo jugando solo

en un rincón.

Abres la puerta,

tantos años después,

y me sonríes.

¿Son las de entonces

estas risas de ahora?

Son las de siempre.

Qué bien que hueles,

rosa nunca cortada,

en la memoria.

Vueltas y vueltas

los días con sus noches,

otro tiovivo.