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Mil y un fantasmas: Mussolini, D'Annunzio y Lázaro de Tormes

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Nada tiene que ver el café Florían de las gélidas noches de invierno con el del resto del año, cuando toca la orquesta y se llena de turistas. Ningún veneciano se asoma entonces por allí, a no ser que acompañe a algún amigo de fuera, como ningún veneciano se subiría jamás a una góndola, a no ser, claro, que sea amigo del gondolero y le lleve gratis a dar una vuelta.

            En invierno, el café parece otro. Siempre medio vacío, le anima alguna anciana tertulia o algún solitario que deja pasar el tiempo en un rincón. Uno de esos solitarios, aquel invierno de hace más de veinte años, era yo. Cuando conocí a la marquesa --siempre que vuelvo a pensar en ella la llamo así porque no me dijo su nombre y vivía en una caserón palaciego--, estaba yo leyendo Mil y un fantasmas de Alejandro Dumas, una serie de historias enlazadas que me devolvían a la adolescencia fascinada por Los tres mosqueteros. Ella también solía beber sola. Una noche salió tras de mí y me alcanzó cuando abandonaba la piazzapor la Torre del Reloj. Me sorprendió su saludo. Si buscaba un cliente, no había dado con la persona adecuada. En realidad lo buscaba, pero de un tipo distinto del que en un principio podía uno pensar. Me gustaba leer, eso era claro. Y ella tenía libros que podían interesarme. Sentía tener que desprenderme de ellos, pero a veces la necesidad… Y ya se había desprendido de tantas otras cosas.

            “¿Dónde se aloja usted?”, me preguntó. Yo paraba en un hotel frente a Santi Apostoli. “¿Quiere pasar ahora por mi casa? Le queda de camino”. Podía haberlo dejado para el día siguiente, pero si se trata de libros nunca he sabido esperar.

            Aunque no era muy tarde, ya no había nadie en las calles, estrechas y oscuras. No me pierdo en Venecia, pero solo si voy de un lugar a otro por el camino al que estoy acostumbrado. En cuanto me desvío un poco, ya estoy en un laberinto del que tardo en encontrar la salida.

            Por un estrecho pasadizo, cuando yo ya comenzaba asustarme, salimos a un pequeño campoque no reconocí. Tenía el habitual pozo en el centro y una iglesia de fachada semejante a la de tanta otras. Abrió la puerta de un oscuro edificio y nos encontramos en un patrio empedrado con una escalera al fondo. Dejamos atrás los dos primeros pisos y seguimos por otra escalera estrecha y empinada.

----Antes, todo era de mi familia; ahora tengo que conformarme con este palomar.

Por un ventanuco, se asomaba la luna. Encendió una vela. “Me han cortado la luz”, dijo. Los libros estaban en dos baldas; había otros amontonados en el suelo. El primero que hojeé era de D’Annunzio y estaba dedicado. Leí en voz alta el nombre del “caro amico”.

----Es mi padre. Estuvo con él en la hazaña de Fiume.

            Como olvidada de mí, cerró los ojos y estuvo en silencio un largo rato que comenzó a inquietarme. Luego se puso a rememorar aquella historia.

 

LA HAZAÑA DE FIUME

----Apenas conocí a mi padre. Otra habría sido mi vida si él hubiera vivido más tiempo. ¿Sabía usted que estuvo a punto de cambiar la historia de Italia? No. ¿Cómo había de saberlo? Poca gente lo sabe. Mi padre era amigo del príncipe Fritz Hohenlohe, que fue quien hizo construir la Casetta Rossa a orillas del Gran Canal. Allí conoció a D’Annunzio. Mariano Fortuny también la frecuentaba y, como era de gran estatura y muy gesticulante, casi siempre acababa causando algún estropicio, según contaba mi padre entre risas. Aquella casita era como una casa de muñecas y estaba llena de preciosos objetos de anticuario, casi todos del siglo XVIII, que era la época favorita del príncipe. ¿Conoce usted el museo Fortuny? Allí podrá ver un retrato de Donna Zita, la mujer de Fritz. Incluso la utilizó en el anuncio de no sé qué mantequilla, ya sabe usted que Fortuny era una empresario muy inventivo, además de un gran artista. Durante la Gran Guerra, los príncipes tuvieron que abandonar Venecia, ya que eran austriacos. La Cassetta Rossa quedó a disposición del poeta. Quiso ir al frente, a pesar de que ya no estaba en edad de combatir. Sus hazañas como aviador ---llegó a sobrevolar Viena, perdió un ojo durante un amerizaje-- aún siguen asombrando al mundo. Vivía en Francia cuando estalló el conflicto y desde el principio hizo todo lo posible para que Italia participara. Entramos en la guerra en 1915, nos comportamos heroicamente, pero nuestros aliados nos traicionaron. Fue la nuestra una victoria mutilada, como dijo el poeta. No nos devolvieron lo que por historia nos pertenecía, las ciudades venecianas de la costa dálmata. D’Annunzio enardeció al pueblo clamando contra aquella traición, que el gobierno de entonces oleraba sumiso. Un día, el 11 de septiembre de 1919, él solo decidió reconquistar Fiume. Se puso en marcha y en seguida muchos valientes comenzaron a marchar tras él. El primero de todos, mi padre. Las tropas que protegían aquel enclave no se atrevieron con el héroe y al día siguiente proclamaba la incorporación de la ciudad de Fiume al reino de Italia. Pero el gobierno se negó a aceptarla para no molestar a los aliados. Creó entonces la regencia de Carnaro, le dio una constitución ejemplar y leyes igualitarias y justas. Fue la utopía hecha realidad. “El paraíso en la tierra”, decía mi padre. Pero aquello no podía durar. D’Annunzio tuvo que irse y se creó el Estado Libre de Fiume, que duró hasta que Mussolini lo incorporó a Italia.

 

ENEMIGOS ÍNTIMOS

Habrá usted leído que Mussolini y D’Annunzio fueron grandes amigos, que el segundo fue el precursor del primero, el San Juan Bautista del Mesías del fascismo. Nada más erróneo. En 1920 Mussolini no era nadie comparado con el poeta, que reunía multitudes donde quiera que iba. Todavía en 1922, cuando la marcha de Roma, Mussolini no las tenía todas consigo. D’Annuzio podía haberse puesto al frente del movimiento y él no habría pasado de oscuro periodista. Por eso lo quiso asesinar. ¿No lo sabía usted? Hay muchas cosas que no cuenta la historia. El 15 de agosto de 1922 debía encontrarse con Mussolini, pero unos días antes el poeta sufre un extraño accidente y el encuentro no tendrá lugar. Dijeron que se había caído por una ventana de su casa, en realidad había sido asaltado por un par de matones fascistas, que no le dieron muerte gracias a la rápida intervención de mi padre, que por aquellos días no perdía de vista al poeta, en competencia con ese aprovechado de Tom Antongini, que luego se haría de oro contando las intimidades del escritor. D’Annunzio era un vate y por eso tenía cualidades de vidente. Adivinó que Mussolini iba a llevar a Italia a la ruina, aliándola con quienes habían sido sus enemigos en la Gran Guerra, Alemania y Austria, y enfrentándola a Francia, su otra patria. Mussolini no se atrevió a volver a atentar contra el poeta. Prefirió encerrarle en una cárcel de oro, la villa del Vittoriale, que D’Annnuzio pudo ampliar y redecorar a su gusto y le proporcionó en gran abundancia honores, cocaína y mujeres, que era todo lo que el héroe cansado necesitaba para ser feliz.

Pero antes de rendirse, el poeta hizo un último esfuerzo para liberarnos. Mussolini, ya en la plenitud de su poder, anunció su visita al Vittoriale, y el poeta sacó una pistola nacarada que guardaba en una vitrina y que  había pertenecido a Garibaldi, y se la entregó a mi padre: “Aquí está la salvación de Italia”, le dijo. Mi padre, que estaría presente en el encuentro, debía dispararle a quemarropa al dictador y luego pegarse un tiro para no delatar a nadie. No dudó ni un momento en aceptar el encargo.

Nunca logré saber por qué no lo hizo. ¿Le faltó valor en el último instante? A mi padre no le faltó el valor nunca. A quien debió faltarle fue al poeta, ya muy debilitado por los excesos, que cambiaría de idea porque no se vio con fuerza para ponerse al frente del país tras el magnicidio, como era su intención y la esperanza de muchos.

Pero le estoy aburriendo con mis historias. ¿Ha encontrado algún libro de su gusto? Ya solo me quedan los pobres restos de lo que fue una de las mejores bibliotecas de esta ciudad.

 

EL LAZARILLO PERDIDO

            Había cosas de interés entre bastante morralla. Aparté Contro uno e contro tutti y Notturno, ambos dedicados, de D’Annunzio; varios Pirandellos; una versión española de Quizá sí, quizás no con prólogo de Ramón Gómez de la Serna y un tomito descabalado en el que llamaban la atención el ancla y el delfín de Aldo Manucio.

----¿Tiene más libros antiguos como este?

----Pocos, entre ellos uno que era la lectura favorita de mi padre, un Lazarillo editado aquí en Venecia.

Se me abrieron los ojos.

----¿Puedo verlo?

----No lo tengo a mano, ya se lo busco otro día.

            Quise pagar los libros que había apartado y entonces me di cuenta de que apenas llevaba dinero. “Ya me los pagará mañana”, dijo. Pero no se los pagué nunca. Al día siguiente no apareció por el Florian ni ningún otro de los pocos días que quedaban de mi estancia en la ciudad. Intenté buscar su casa, pero no fui capaz de dar con ella. Y desde entonces no hay día en que no sueñe en que quizá ese Lazarilloque no llegué a ver –y que aún me aguarda en un rincón de Venecia-- fuera la perdida primera edición, esa que algunos darían media vida por encontrar.


Mil y un fantasmas: Un queso de bola

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Los caminos que yo prefiero son los que llevan de la vida a los libros y de los libros otra vez a la vida. ¿Quién me iba a decir a mí que hojeando un libro publicado en 1945 y firmado por la princesa Pilar de Baviera me iba encontrar con una etapa de mi vida neoyorquina que había olvidado por completo?

 “Frente a la gran verja de Palacio –cuenta refiriéndose a la tarde del 14 de abril--, en la calle de Bailén, un diminuto centinela, con la bayoneta calada, se pavoneaba de arriba abajo. La muchedumbre le hacía cosquillas y él replicaba riendo, sin interrumpir la marcha.”

            Más de medio siglo después, a ese centinela le conocí yo en una iglesia de Manhattan. Había viajado solo a Nueva York, sin una razón concreta, un poco a la aventura. Soy la persona más rutinaria del mundo, pero romper de pronto con todas mis confortables rutinas también forma parte de mi rutina.

No conocía a nadie en aquella ciudad y no me resulta fácil entrar en contacto con desconocidos; a poco de llegar comencé a arrepentirme de haber ido. Viajando en el metro, me llamó la atención uno de los viajeros. Inmóvil, con los ojos cerrados, llevaba un cartel en el que se leía: “Este cuerpo ha sido alquilado para permanecer en este lugar tres horas. Por favor, no hable con el cuerpo ni lo moleste. Si tiene alguna sugerencia, puede escribirla en la hoja de papel disponible. Gracias”.

 

RENT A BODY

Yo sabía de qué iba la aventura del alquile un cuerpo como se alquila un coche. Asombraba en Nueva York, donde no asombra nada, pero había comenzado en Oviedo y allí lo habían alquilado para que hiciera desnudo de árbol de Navidad en el Apolo, el café en el que se reunía la tertulia por entonces. Conocía además al protagonista de aquella performance, Paco Cao, que me había llevado en su coche alguna vez hasta Lugones para asistir a los ensayos de la adaptación teatral de Medea que preparé para Etelvino Vázquez y su Teatro del Norte.

            Me acerqué y escribí en el papel mi nombre y el número de teléfono de mi hotel. Por si acaso no me recordaba, mostré mi interés por el proyecto. Me hacía gracia aquella ocurrencia del siempre genial Paco Cao. Había un paquete Basic, otro Premium y un tercero de Deluxe. Uno podía alquilar el cuerpo del artista para cualquier cosa, salvo para actividades sexuales. En el paquete Basic lo alquilas como juguete o animal de compañía. Puedes alterar su aspecto físico, peinarlo, maquillarlo, y llevarlo contigo donde quieras. En el Premium ya puedes encargarle trabajos físicos o entablar conversación con él; en Deluxe, servicios intelectuales (Paco Cao es doctor en Historia del Arte), como que te ayude a redactar, o te redacte por completo, una ponencia para algún congreso.

            Me llamó aquella noche, se acordaba de mí, y me dijo que sus servicios eran caros, que no necesitaba contratarle, que podíamos quedar simplemente como amigos. Quizá me interesara acompañarle en su siguiente trabajo. Una congregación cristiana que tenía su sede en Brooklyn quería celebrar la Semana Santa de la manera más fiel posible y le había contratado para que hiciera de Cristo crucificado.

            Alquilaron la neogótica Riverside Church, frente al Hudson, para dar mayor realce a la ceremonia. Fue allí donde conocí a Atilano González, a quien tantos años después me volví a encontrar en un libro dedicado nada menos que “a la inmarcesible y graciosa memoria de doña Isabel Francisca de Borbón, Infanta de España, princesa de las dos Sicilias”. Atilano González, según me dijeron, había sido durante muchos años chófer de Louise Crane por recomendación de Victoria Kent. Estaba allí como asesor. No solo iban a representar a lo vivo la crucifixión de Cristo, con Paco Cao en el papel estelar, sino también la última cena y el lavatorio de pies a los apóstoles. Y ahí es donde entraba Atilano, que había sido testigo presencial del último lavatorio de pies en la historia de España. La historia la supe, poco después, por boca del propio Atilano, que tenía una memoria admirable a pesar de su edad.

 

LO QUE CUENTA ATILANO

Mi familia estaba muy orgullosa de que yo formara parte de la guardia del Rey. Me pidieron que hiciera todo lo posible para que los invitaran a la ceremonias de la semana santa en Palacio y allí estuvo mi madre, muy orgullosa, con mis dos hermanos pequeños, en la gran galería del Salón de Columnas. Asistieron, con los ojos muy abiertos, como a un cuento de hadas. Y no es para menos. A mí también me sorprendió, aunque no era la primera vez. Ahora quieren reproducirla estas buenas gentes, pero aquello es irrepetible. Imagínese usted un altar con un tapiz detrás que representa a la última cena, dos largas mesas con manteles blancos y en cada una de ellas doce jarros y doce platos con pan recién horneado (todavía me llega el olor). A un lado del altar, hay tres tribunas, en la del centro se sienta la familia real, a su derecha el cuerpo diplomático y a su izquierda el gobierno (aún me parece que estoy viendo la nariz ganchuda del conde de Romanones); en el lado opuesto, está el público y entre ellos mi madre, que no acababa de creérselo, fue el gran momento de su vida, y mis dos hermanos pequeños. Uno a uno, conducidos por sirvientes de vistoso uniforme, van entrando los doce ancianos y las doce ancianas. Se levantan el rey y la reina, atendidos por un duque y una duquesa, se despojan de parte de sus regias vestiduras y les ciñen unas toallas blancas que traen en bandejas de oro. Grandes de España se arrodillan ante los ancianos, les quitan un zapato y un calcetín y colocan debajo del pie una palangana. Un obispo vierte agua en ella, el rey, arrodillado, toma el pie del anciano, lo seca y lo besa. Esta operación se repite doce veces. El rey se desplaza arrodillado sobre el pavimento hasta acabar el lavatorio. La reina, que hace lo mismo con las ancianas, tiene que levantarse cada vez debido al engorro de su vestimenta. La emoción era inmensa, muchos lloraban ante aquel gesto de humildad. Luego los ancianos se sientan a la larga mesa para que les sirvan la comida. A los hombres los sirve el rey, a las mujeres la reina. Un chambelán les va pasando los platos a los reyes. ¿Qué se sirvió en aquella cena, que fue verdaderamente la última cena? Todavía se me hace la boca agua al recordarlo: una suculenta tortilla española de cebolla y patata, tres platos de pescado (era vigilia), un queso de bola entero, un pequeño barril de aceitunas, ciruelas, melocotones confitados y una torta de arroz. Con uno de los quesos de bola ocurrió cierto incidente que rompió el protocolo. Cuando uno de los grandes de España le pasaba el plato al rey dio un traspiés y el queso de bola cayó al suelo. Antes de que nadie pudiera recogerlo, rodó como con vida propia hasta el centro del salón. Todo el mundo se quedó unos instantes inmóvil, sin saber que hacer. Y entonces el embajador de Italia, que acabada de ser nombrado, se levantó de su asiento, se dirigió con paso solemne hasta el centro de la majestuosa estancia y alzó el queso en su mano y lo hizo girar unos momentos antes de entregárselo a uno de los chambelanes para que continuara la ceremonia. Mi madre, que era muy devota, me dijo después: “Parecía el Niño de la bola”. Yo, años más tarde, cuando vi al gran dictador de Chaplin jugando con la bola del mundo me acordé de aquella escena.

 

FIN DE FIESTA

¿Quién podía pensar aquel 2 de abril de 1931, Jueves Santo, lo que iba a ocurrir poco más de una semana después? El rey tuvo un gesto, uno de esos gestos que le hicieron tan popular, de besar el queso de bola antes de entregárselo al pobre al que le correspondía, como hace la gente del pueblo cuando recoge un trozo de pan que se cae al suelo, y al Grande de España al que se le había caído le hizo un juguetón gesto de amenaza con la mano como cuando se riñe a un niño tras una travesura.

            No habían pasado dos semanas cuando aquel rey al que todos creíamos tan querido escapaba a escondidas de Palacio. Aquel día me tocaba hacer guardia ante la puerta del Príncipe. No sé lo que me pasó, pero me fui poco a poco contagiando por el entusiasmo de la multitud y acabé arrojando mi fusil y uniéndome a ellos. Mi madre lloró mucho ante aquella súbita transformación de monárquico en republicano. No fue el único caso.

            A Paco Cao le vi convertido en Cristo crucificado con mucha sangre y mucho éxito entre los feligreses; al anciano que asesoraba sobre la última cena y el lavatorio no le volví a ver. Hoy me lo encuentro de pronto paseando con creciente entusiasmo juvenil frente a la entrada al palacio de Oriente. Y pienso en las vueltas que da el mundo y en las pocas vueltas que ha dado mi vida.



 

Mil y un fantasmas: Diagnóstico, asesinato

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Mi estancia en Jerusalén coincidió con el cincuentenario de la fundación del Yad Vashem, el museo del Holocausto, y fui invitado a los actos conmemorativos, entre ellos un discurso de Ariel Sharon, por entonces jefe del Gobierno. Recuerdo que en uno de los varios controles que tuve que pasar me preguntaron si llevaba armas. Mi acompañante me dijo que se podían llevar, pero que había que declararlas.  A mi lado, en la explanada al aire libre, se sentó un anciano que me saludó en un arcaizante español. Pude entrever el número tatuado en su muñeca. Me habría gustado hablar con él, preguntarle por su historia, pero enseguida comenzó el acto y al final nos dispersamos rápidamente y no hubo ocasión.

            La hubo, no mucho tiempo después, y lo que más me interesó de la historia de Benjamín Gomes, no fueron sus días en Estambul ni sus andanzas en el París ocupado ni siquiera cómo había sobrevivido en Buchenwald, sino lo que sabía de primera mano de un acontecimiento todavía no del todo aclarado por la historia.

            En París, me alojaba en un piso compartido de la Rue de Vaugirard y paseaba todas las mañanas por el jardín del Luxemburgo, tan verleniano y barojiano, pero del Baroja de Los últimos románticos y Las tragedias grotescas, no el del exilio, que prefería otro parque más cercano a la Ciudad Universitaria en la que residía. A don Benjamín, que es como yo acabé llamándole, le vi varias mañanas antes de decidirme a saludarle. Él no me veía a mí, estaba ya medio ciego, iba siempre del brazo de una joven cuidadora. Un día caminaba yo distraído, según costumbre, y casi chocamos en una de las sendas.

            ----Perdone. Usted no se acordará de mí. Pero coincidimos una vez en Jerusalén escuchando a Ariel Sharon.

            ----¿Es usted judío?

            ----No, no, aunque quién sabe. Soy español.

            ----Yo también, español de Esmirna. En mi familia siempre soñaron con recuperar su casa en Hervás, de donde los expulsó la reina Isabela.

            ----Pues yo soy del pueblo de al lado, Aldeanueva del Camino. De niño, cuando nos peleábamos, siempre les decíamos aquello de “en Hervás, judíos los más”, y ellos nos respondían con “y en Aldeanueva, la judiá entera”.

            A partir de entonces, todas las mañanas paseábamos juntos por el parque y yo escuchaba fascinado las mil y una historias de don Benjamín. Un día se decidió a contarme lo que nunca había contado a nadie, según me aseguró.

----Al general Primo de Rivera, al dictador de España, lo asesinaron. Y yo sé quién fue el asesino.

 

LA MUERTE DEL GENERAL

No soy el primero en señalar a Alberto Bandelac como implicado en la muerte del dictador a los dos meses de dejar de serlo. Alberto Bandelac fue todo un personaje. Había nacido en Tetuán un 13 de julio de 1875, aunque su familia se trasladó pronto a Tánger. Su segundo apellido, Pariente, le ligaba a una ilustre familia oriunda de Llanes. Eso decía él, pero todos sus antepasados eran judíos, residentes en el norte de África desde que fueron expulsados de España, como los míos. Le conocí poco antes de la ocupación de París. Yo era un adolescente que quería estudiar medicina y él era uno de los médicos más famosos de su tiempo. Me invitó a visitarle en su casa y me contó muchas cosas de su vida. Hasta que un día cambió de domicilio sin avisarme y no volví a verle. Luego supe que también había cambiado de nombre para disimular sus orígenes judíos. Murió en París en 1943 sin ser molestado por las nuevas autoridades. Bandelac fue nombrado médico honorario del consulado de España en París en 1903, luego médico honorario, sin sueldo, de la Embajada. La fama le vino gracias a la fórmula 606, aquel descubrimiento casi milagroso del doctor Paul Ehrlich, a quien pronto le darían el Nobel de Medicina. Fue el propio Alfonso XIII quien envió a Bandelac a Francfort para que estudiara el nuevo medicamento. ¿Cómo entraron en contacto Bandelac y el rey? Bandelac conocía como nadie todos los recovecos de la vida frívola de París y cuando algún ilustre español recalaba en aquellas tierras él era el más eficaz guía. El descubrimiento del doctor Ehrlich se comercializó con el nombre de Salvarsan. Curaba la más vergonzante y temible enfermedad de la época, la sífilis. De esa dolencia atendió Bandelac al rey de España, al rey Alejandro de Serbia, también al general Primo de Rivera, quien quiso que fuera su médico personal cuando marchó a París tras su defenestración. Ya sabe usted que la muerte del general sorprendió a todos. Cierto que tenía diabetes, pero con esa enfermedad podía sobrevivir muchos años. Tras un resfriado, que le tuvo deprimido una semana, había recuperado la moral. Murió un domingo; el jueves había asistido a una representación del Cyrano de Bergerac y luego participado en una suculenta cena. El sábado asistió a un almuerzo ofrecido por el embajador de España, Quiñones de León, y el secretario de la embajada dejó constancia por escrito de su buen humor y de su mejor apetito. Le dijo que añoraba la comida casera, que estaba cansado de la del hotel; se relamía cuando le evocaron el cocido madrileño. Ya sabe usted que murió el 16 de febrero de 1930. Ese día, cuando sus hijos fueron a visitarle al hotel antes de ir a misa, le hallaron especialmente animado e ilusionado; les insinuó que tenía un plan infalible que le devolvería al poder. Cuando regresaron a medio día, parecía dormido en su sillón favorito; había dejado caer unos papeles al suelo, las gafas las tenía colocada sobre la frente. Llamado de inmediato, su médico solo pudo certificar la defunción, al parecer a causa de una embolia.

 

LO QUE NUNCA SE HA CONTADO

Los rumores sobre un posible envenenamiento circularon muy pronto, pero el rápido embalsamamiento a que Bandelac sometió al cadáver impidió que pudieran ser confirmados. Se habló de un complot masónico. La masonería, sin embargo, no fue especialmente perseguida durante la dictadura. El Grande Oriente Español contaba en 1922 con 33 “talleres”, entre logias y triángulos; en 1927, eran ya 85 para llegar a 105 a comienzos de los años treinta. No, los masones no tenían ninguna cuenta que saldar. Creo que soy la única persona que sabe cómo ocurrieron lo hechos. Esto que le voy a contar no lo he contado nunca y yo lo sé por boca de quien podía saberlo mejor que nadie, el doctor Bandelac. Poco después de que se fueran sus hijos a misa, el general recibió una visita femenina. No eran raros esos encuentros, en el hotel y fuera de él. Primo de Rivera, viudo desde muy pronto, gustaba de la vida alegre e incluso no dudó en intervenir para que una de sus amantes, conocida como la Caoba, prostituta y cocainómana, que recurrió a él tras ser detenida, fuera puesta en libertad.

            Aquella última visita, muy joven, traía con ella un regalo real: un frasquito con un poderoso afrodisíaco, el mismo que utilizaba don Alfonso para sus habituales correrías. Bandelac me dijo que todavía lo conservaba, se lo guardó en el bolsillo nada más entrar en la estancia, antes de que nadie se percatara. Cuando lo analizó, encontró rastros de un fulminante veneno.

Primo de Rivera sabía secretos del rey que podían hacer tambalear el trono, un trono que por entonces ya no era muy firme. Quizá Primo de Rivera, vuelto al poder, quizá hubiera evitado lo que vino más tarde. Todo esto me lo contó Bandelac una de las últimas veces que nos vimos.

De mi historia, mejor no hablar. Fue como la de tantos, pero yo tuve más suerte. Una suerte que llegó a avergonzarme, como si en ella hubiera algo de colaboración con los verdugos. Para no pensar en mi historia, me dediqué a la de Bandelac, que estaba llena de puntos oscuros.  Parece que durante un tiempo una de sus fuentes de ingreso era declarar inútiles para el servicio militar a los hijos de los españoles residentes en París a cambio de determinadas cantidades.  También fue confidente policial toda su vida y espía para los alemanes durante la Gran Guerra (a punto estuvo de ser fusilado cuando Mata Hari). Condecorado con la Legión de Honor, no hay sin embargo asunto turbio de su tiempo en el que no esté involucrado.

¿Por qué no conté nunca lo que sabía sobre la implicación del rey de España, que se hacía llamar duque de Madrid durante sus escapadas para desahogarse en los antros parisinos, en la muerte del dictador? Porque no tenía más pruebas que las palabras de Bandelac, nunca fui capaz de encontrar otras. Ahora se lo cuento a usted porque no quiero irme a la tumba con este secreto.


Mil y un fantasmas: Virgen con Niño

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Javier Marías y Juan Manuel de Prada tuvieron buena parte de la culpa de que yo durante un tiempo estuviera a punto de convertirme en contrabandista de arte. Residía por entonces en Nápoles, muy cerca de la aguja de San Gennaro y la iglesia del Pio Monte de la Misericordia, con su cinematográfico Caravaggio, y tenía la costumbre de dar una vuelta por el mercado de Porta Capuana, donde escaseaban los puestos de libros, pero abundaban los de pintorescos cachivaches que yo me entretenía en fotografiar. Un día, en uno de ellos vi unas cuantas copias al óleo de obras famosas: una gioconda, una última cena y cosas así. Había también una Virgen con Niño que me resultaba vagamente familiar. De pronto, me vino a la cabeza la polémica entre un irascible Javier Marías y mi entonces amigo Juan Manuel de Prada acerca de una Virgen de Giovanni Bellini que estaba en la veneciana Madonna dell’Orto y que fue robada en 1993. Lo que tenía ante mí parecía ser una copia de ese cuadro. Marías hablaba del niño como “una especie de energúmeno que no se sabe si está a punto de ahogarse o de saltar al cuello de su increíble Madre”. Ese cuadro de pequeño tamaño, ahora sustituido por una reproducción en una de las capillas laterales de la iglesia, desempeña un cierto papel en la novela La tempestad, con la que Prada ganó el Planeta, y al describirlo se refiere a “la postura un tanto quejicosa del Niño, que parecía a punto de ahogarse y de saltar al cuello de su Madre, quizá para estrangularla”. En las líneas de Prada hay un claro homenaje a Marías, cuyo “Venecia, un interior”, incluido en Pasiones pasadas es una de las mejores interpretaciones de esas ciudad siempre a punto de desaparecer en las aguas de la mala literatura. Marías, ya dije, se lo tomó como la peor de las ofensas. Ahora yo tenía ante mi la imagen de ese niño que mira boquiabierto a su madre, de rostro hermosamente apacible, y me apetecía llevarme a casa la imagen de la discordia.

            ---¿Cuánto quiere por ese cuadro?

            ----Mil euros.

            Hice ademán de marcharme.

            ----Se lo dejo en cuatrocientos. Es una copia antigua.

            Acababa de sacar cuatrocientos euros del cajero, que debían durarme hasta el fin de semana, pero sin pensarlo dije “de acuerdo, me lo quedo” y volví al hotel con la Virgen y el Niño bajo el brazo, un poco arrepentido ya de aquel capricho. Pero luego, ya en mi habitación, volví a contemplarlo y me sedujo el rostro sereno de aquella mujer. Lo pondría sobre mi mesa de trabajo y seguro que me ayudaría a concentrarme cada día a la hora de escribir. Lo miré atentamente y en efecto parecía una copia antigua de verdad, no una chapucera copia actual.

Tengo un amigo, Jaime García-Máiquez, que trabaja en el Prado y se me ocurrió enviarle una fotografía del anverso y otra del reverso. Le dije lo que me había costado. Me respondió de inmediato: “Has hecho una buena compra”.

            Mi sorpresa fue encontrármelo en Barajas a la llegada de mi vuelo.

            ----¿Has venido a esperar a alguien?

            ----A ti. ¿Has traído contigo el cuadro de la Virgen y el Niño?

            ----Por supuesto. Aquí lo tengo. ¿Quieres verlo?

            ----Aquí no. En mi casa. Esta noche duermes aquí, ya regresarás mañana a Oviedo.

            Le miré extrañado, sin saber lo que estaba pasando.

            ----Me encontré con Javier Barón y le enseñé tus fotografías, que eran de buena calidad y se podían ampliar. Él me dijo que debíamos analizar el cuadro porque parecía una copia de época, quizá del propio taller de Bellini.

            ----¿Y por qué no el propio cuadro robado?

            ----Es una hipótesis. En cualquier caso, podrías haber cometido un delito al sacarlo de Italia sin declararlo ante las autoridades.

            Por casa de Jaime, pasaron Barón –a quien yo conocía de su tiempo de profesor en la Universidad de Oviedo-- y un experto en pintura italiana renacentista. “Habría que llevarlo al Prado y analizarlo adecuadamente para estar seguros, pero yo me inclino por pensar que es el original”.

            ----Y si es así, ¿cuánto puede valer?

            ----No se puede vender. Pero seguro que el que lo encuentre recibirá una buena recompensa.

Al día siguiente, a primera hora, subí al Alsa para Oviedo con el supuesto Bellini en la maleta. Soñé con subastarlo en la Internet profunda y que me daban por él medio millón de euros, pero en bitcoins y yo no sabía qué hacer con ellos. Soñé que la Interpol me detenía por venta ilegal de obras robadas. Hablé con el director del Museo de Bellas Artes de Asturias. Me dijo que, si se les entregaba un cuadro así para analizarlo, ellos deberían informar de inmediato a la policía.

            Tuve miedo y se me ocurrió la absurda idea de volver a Italia y entregar el cuadro allí. Entre unos y otros, me había metido en la cabeza la absurda idea de que era el cuadro original ¿Un Bellini robado, buscado por la policía de todo el mundo, en el mercadillo de Porta Capuana a la espera de cualquiera que quisiera llevárselo por cuatro perras? Seguro que era una falsificación, bien hecha, pero una falsificación. Volví a Italia con el cuadro en la maleta, me alojé en el mismo hotel y a la mañana siguiente fui al mercado y busqué el puesto. Allí estaba. El vendedor pareció alegrarse mucho de verme.

            ---He hecho todo lo posible por encontrarle. Le vendí un cuadro por error. Era un recuerdo de familia. Lo conserva usted todavía, ¿verdad? Se lo vuelvo a comprar por cuatro mil euros.

            ----Lo tengo en el hotel, luego voy a buscarlo, pero antes, si no le molesta, me gustaría hacerle algunas preguntas.

            ----¿En qué hotel se aloja usted? No hace falta que se moleste, díganos la dirección e iremos a recogerlo.

            No sé por qué supuse que, si le decía la dirección, iba a tener menos ganas de contestar a mis preguntas.

            ----¿Cómo se hizo usted con ese cuadro? ¿Por qué es tan valioso?

            ----No es valioso, pero hay unos clientes que quieren recuperarlo por razones sentimentales. Me tocó vaciar un piso. Antes, los familiares del dueño, que vivía solo, se llevaron todo lo que tenía algún valor. Por descuido quedó esa Virgen con Niño, a la que tenían mucha devoción, entre un montón de trastos viejos. Menudo disgusto me llevé yo cuando vinieron a buscarlo  al día siguiente de que usted lo hubiera adquirido.

            En ese momento, dos individuos se acercaron a mí, colocándose uno a cada lado, como los policías cuando detienen a un sospechoso. Pero no eran policías.

            ----Basta de cháchara. Llévenos a su hotel, devuélvanos el cuadro y olvídese del asunto.

            ---Vuelva luego por aquí, yo le devolveré su dinero --dijo el vendedor.

            Me pareció que iban armados, no puedo asegurarlo. En cualquier caso, ni se me pasó por la cabeza tratar de escapar.

            Cuando llegamos al hotel, acababan de limpiar la habitación y el cuadro no estaba donde yo lo había dejado. Al ver la cara que pusieron, me asusté.

            ---No traté de engañarnos. Somos expertos en conseguir que la gente nos diga todo lo que sabe.

            Respiré tranquilo cuando lo encontré, vuelto contra la pared, al otro lado de la cama. Sin duda la limpiadora lo había colocado allí y luego se había olvidado de volver a ponerlo donde yo lo dejé.

            ----Ni se le ocurra hablar de esto a la policía.

            Volví junto al vendedor de Porta Capuana. Sabía del asunto tanto como yo y había pasado tanto miedo como yo.

            ---Amenazaron con ir matando uno a uno a los miembros de mi familia si no les decía dónde estaba el cuadro. Yo insistía en que lo había vendido y no conocía al comprador. Recé mucho. Verle aparecer fue como si San Gennaro se hubiera acordado de mí.

            Me vio interesado en los libros que había amontonados en un rincón del puesto.

            ----En casa tengo más. ¿Por quë no pasa por allí y los mira? A lo mejor hay alguno que le interesa.

            Quedamos en que me llevaría por la tarde, cuando cerrara el mercado. Fui en su furgoneta hasta uno de esos barrios desahuciados que aparecen en Gomorra.

            ---No tenga miedo. Aquí hay mala gente y buena gente, como en cualquier parte.

            Encontré un libro que me interesaba, las Poesías de don Alberto Lista, editadas en Madrid, en la imprenta de don León Amarita, plazuela de Santiago, en 1822. Sin duda las había llevado a Nápoles un exiliado del trienio liberal. De Alberto Lista –y no de Martínez de la Rosa, como yo creía--, son unos versos que me vienen con frecuencia a la memoria: “Feliz el que nunca ha visto / más río que el de su patria / y duerme anciano a la sombra / do pequeñuelo jugaba”.

            Nos hicimos amigos el vendedor y yo, intercambiamos de vez en cuando algún whatsapp y siempre que vuelvo a Nápoles paso por el mercado para saludarle. De aquel cuadro que tan inexplicablemente pasó por sus manos y las mías no hemos vuelto a saber. La policía tampoco ha tenido la menor noticia del Giovanni Bellini desaparecido de la Madonna dell' Orto en 1993 y sobre el que Juan Manuel de Prada fantaseó en La tempestad.



 

Mil y un fantasmas: Adiós, amiga mía

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Me senté en el Café des Arts, en la plaza del gran teatro de Bayona, frente al espolón amurallado donde el río Nive se encuentra con el Adur, a hojear un libro que acababa de comprar en un mercadillo a pocos pasos de allí. No conocía a su autor, Pierre Daguerre, pero me atraía el título, Croquis au Pied des Monts, y el que estuviera impreso en 1944, lo que convertía a Daguerre en un probable colaboracionista. Esos montes eran, claro, los Pirineos y las primeras líneas que leí hablaban de este mismo lugar en que me encuentro, una noche oscura en las que solo se oía el rugir de las aguas del Adur, cuando un comerciante, Jean Porterau, que reside en la calle de la Tour-du-Sault, se dirige al barrio de Saint.Esprit, al otro lado del río, donde viven los judíos. El libro, que no parece muy apreciado por los bibliófilos –me costó dos euros-- incluye una sorpresa: un amarillento papel en el que está escrito, arriba a la izquierda, con tinta negra “Autographe de l’écrivain” y luego con tinta azul y letra distinta: “Claude Farrèrre, St-Jean-de-Luz, 1938/9”. A tamaño mayor, y en diagonal, la firma del escritor, del que yo no había oído hablar, autor del prólogo al libro que acabo de adquirir.

            Alzo un momento la vista y de pronto veo que cruza la plaza una figura que me resulta familiar, aunque pocas veces nos hayamos encontrado, Miguel Sánchez-Ostiz. Acabo de leer un libro suyo sobre Baroja y guardo muy buenos recuerdos de su primer diario, La negra provincia de Flaubert, y de la revista Pasajes, que él dirigía, y en la que colaboré. Luego fue tendiendo cada vez más al improperio y al desahogo y dejó de interesarme. Dudo un momento antes de saludarle. Recuerdo vagamente haber dedicado una reseña poco favorable a algún libro suyo y sé de sobra lo rencorosos que son los escritores. Pero de pronto me viene a la memoria el título de una de sus novelas, En Bayona, bajo los porches y encontrarlo aquí me parece un regalo del azar.

            ----Buenos días, Miguel.

            ----Muy buenos días, pero no soy Miguel. Supongo que se refiere usted al escritor. No es la primera vez que me confunden con él, incluso en cierta ocasión estuvieron a punto de molerme a palos unas bestias abertzales a las que había sacado en Las pirañas. Menos mal que logré convencerles de que me llamo Jon, Jon Uribe, y no tengo nada que ver con Sánchez-Ostiz, aunque a saber, porque mi padre también era navarro.

            Yo me había levantado para saludarle. Como vi que era locuaz y no parecía tener prisa, le invité a sentarse y a tomar algo conmigo.

            Lo hizo, pidió un vino y enseguida reparó en el libro sobre la mesa. “Lo he leído, no está mal, son estampas de estas tierras”. Le enseñé el recorte con el autógrafo. Se emocionó al verlo.

----En Saint.Jean-de Luz, y más o menos por esas fechas, se conocieron mis padres gracias precisamente a Claude Farrère. Es una historia curiosa que quizá a usted le interese.

 

ENCUENTRO EN PETIT POINT

Claude Farrère es uno de tantos escritores en su tiempo muy famosos y que hoy han pasado de moda. Un tipo curioso, discípulo y amigo de Pierre Loti, a cuyas órdenes estuvo. Como él, era marino y recorrió medio mundo con la Armada francesa. Claude Farrère no era su nombre, como tampoco Loti se llamaba Loti. Bajo su mando navegó en un navío, el Vautour, durante los años 1903 y 1904. Al lado de Lotí defendió al imperio otomano en las guerras balcánicas. Ambos contribuyeron decisivamente a que Adrianápolis, la actual Edirne, que había sido arrebatada por los búlgaros a Turquía en 1912, le fuera devuelta al año siguiente. Por eso, en 1922 Ataturk recibió en Estambul a Farrère con grandes honores. En 1936 encabezó el apoyo de los intelectuales franceses conservadores a Franco, con quien se entrevistó, como cuenta en su libro Visite aux espagnols; en 1938 fue a Manchuria invitado por el gobierno japonés; saludó a Petain como salvador de la Francia verdadera. Siguió publicando tras la liberación como si tal cosa; siguió siendo un autor de éxito hasta que cambiaron las modas. Hoy no es ni siquiera una figura pintoresca, como lo es su maestro. Pero quizá le estoy aburriendo con estas divagaciones. Sin Farrère, sin Loti y sin Baroja yo no estaría hoy aquí hablando.

Claude Farrère, que tenía casa en San Juan de Luz, coincidió allí con Baroja al comienzo de la guerra civil, cuando todos los pueblos de la costa vasca se llenaron de refugiados de uno y otro signo. Pierre Daguerre refiere muy bien ese ambiente en uno de los capítulos, “Basses eaux”, del libro que acaba usted de comprar. Baroja se alojaba en el hotel Petit Pont, que todavía existe, y hasta allí fue Farrère a pedirle cuentas, irritado por unas declaraciones suyas que había leído en un periódico local y en las que arremetía contra este y aquel, según costumbre, y especialmente contra Pierre Loti.

            ----No le permito a usted que calumnie a un gran hombre. Le exijo que rectifique.

            ----Usted a mí no me exige nada, faltaría más. Y yo no hablo con fantoches que no me hayan sido presentados  --dijo Baroja, o dicen que dijo, y se levantó de la mesa, en la que estaba con algunos admiradores y se retiró a su habitación.

            Farrère llegó acompañado de una señora mayor, que era profesora en un Liceo y estaba escribiendo un libro sobre él, y por dos o tres jovencitas que gustaban de soñar vidas trepidantes en lugares remotos con sus libros en la mano.

            ----¡Vaya español maleducado! --dijo la más guapa de todas.

            ----¡Maleducado su padre que se presenta aquí con exigencias!, le respondió uno de los jóvenes que acompañaban a Baroja, un nacionalista vasco que acababa de cruzar la frontera.

            No sé si Baroja escribió alguna vez sobre Farrère. Si es así, debió hacerlo con su malevolencia habitual. Tenían más o menos la misma edad y los dos había sido elegidos académicos, con cierto escándalo, en 1935. Los dos eran novelistas de éxito, pero el de Farrère, algunos de cuyos títulos habían vendido un millón de ejemplares, no tenía comparación con el de Baroja. Además su vida sí que había sido una vida aventurera y heroica, no como la del español, un señor de mesa camilla. Farrère, que había participado en varias guerras, que se había salvado milagrosamente de un naufragio y de un atentado (en el que murió el presidente de la República francesa al que estaba dedicando un libro), que había participado en más de una intriga política, era el aventurero que a Baroja le habría gustado ser, además de un autor famoso.          

            Creo que no volvieron a verse, La discusión continuó durante largo rato entre aquella jovencita, que había nacido aquí en Bayona, y el nacionalista navarro; él pasaba en poco de los veinte años y ella aún no los había cumplido. Se marcharon furiosos, cada uno por su lado, pero al día siguiente, casualmente se encontraron en el paseo de la playa y la jovencita se acercó súbitamente a Jon. Cuando él, asustado, pensaba que le iba a abofetear, le abrazó y le dio un beso. Un beso fugaz, pero en la boca, algo bastante insólito en aquellos tiempos y en tiempos posteriores. Desde aquel beso, no volvieron a separarse en más de cincuenta años. Se fueron a vivir juntos antes de casarse, sin importarles el escándalo. Buena era mi madre, capaz de ponerse al mundo por montera. “Me acosté llena de furia contra aquel joven impertinente que había insultado al gran escritor y me desperté furiosamente enamorada de él”, me confesó. Pero usted quiere conocer cosas de Farrère, no de mi familia. Un escritor de extrema derecha, cierto. Pero en 1933 creó un comité de ayuda a los judíos que escapaban de Alemania. Y si fue partidario del mariscal Petain, al igual que la mayoría de los franceses en 1940,  no lo ocultó después, como Mitterrand y tantos otros, y se esforzó en defender al héroe apaleado tras la guerra. Hoy nadie lee sus libros, que andan por ahí en las librerías de viejo, pero tiene una calle a su nombre en Estambul. En mi casa estaban todos sus libros, que compraba mi madre, y todos los de Baroja, que compraba mi padre, que nunca le perdió la devoción a pesar de las concesiones del escritor al franquismo.

 

BAROJA ENAMORADO

Pero esta historia tiene un epílogo. A mi madre, Baroja solo la entrevió un momento, pero su imagen se le quedó grabada. Más de una vez se hizo el encontradizo y se la quedaba mirando, no con ojos de viejo verde, sino de tímido adolescente, que es lo que siempre fue. Alguna vez mi madre se acercó a él e intercambiaron algunas palabras amables. Ya muy mayor, mi madre me leyó unos versos de Canciones del suburbio: “Adiós, amiga mía, / no nos veremos más, / el sino nos arrastra / a cambios sin cesar. / No hay quien pueda oponerse / al destino fatal. / Yo tengo que ausentarme, /usted se casará. / Para siempre la vida / nos ha de separar”.

.           “Los escribió pensando en mí”, me dijo. Y añadió: “Es una suerte que tu padre nunca supiera nada de esta historia, porque admiraba tanto al novelista que le creo capaz de hacerse a un lado para dejarle el campo libre, y entonces tú no habrías nacido”.




 

Mil y un fantasmas: El misterio de las esmeraldas

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Fui a Andernos-les-Bains para pasar una breve temporada de descanso y acabé descubriendo el misterio de unas esmeraldas robadas hace más de un siglo. Andernos es una de las localidades que rodean la bahía de Arcachon, al sudoeste de Francia, Me levantaba temprano, paseaba por los cercanos bosques de pinos o por la orilla de la playa, me bañaba cuando lo permitía la marea (a veces las aguas se retiraban durante varios días y quedaba a la vista el fondo fangoso de la laguna), tomaba un café en la Plaza del Mercado, cerca del Bois de la Broustic, en el que gustaba de perderme durante los lentos atardeceres, y por las noches, antes de retirarme a dormir, un helado en la plaza de Louis David, a la luz de la luna, frente al paseo de madera que se adentra en las aguas y sirve de embarcadero. Louis David, el prócer de la localidad, había construido a principios del siglo pasado una hermosa mansión que ahora era un centro cultural; el jardín, con solemnes árboles centenarios y en el que quiso que lo enterraran, estaba abierto al público y siempre lleno de apacible melancolía. Le había puesto a la villa el nombre de “Ignota” porque cuando la construyó se alzaba lejos, al fondo de la bahía, entre cabañas de pescadores y criadores de ostras. Louis David, que luego fue alcalde y senador, consiguió que por allí pasaran las principales celebridades de la época, entre ellas Gabriel D’Annunzio, el propietario de unas esmeraldas perdidas y encontradas de sorprendente manera.

 

VIDA DE POETA

En enero de 1910, D’Annunzio partió de Génova hacia París con la intención de pasar allí unas semanas. Permanecería en Francia, por razones no del todo claras, más de cinco años, hasta que en 1915 regresó a Italia para conseguir que entrara en la guerra con los aliados.

            Se alojó en el hotel Meurice, en la rue de Rivoli, el preferido entonces por las celebridades, aunque él pretendía ir de incógnito. Hizo poca vida social los primeros días, pero enseguida se dejó arrastrar por la voluptuosa alegría de vivir que caracterizaba a la ciudad en aquellos años anteriores a la Gran Guerra, como si entreviera ya el precipicio al que se acercaba.

            Seis meses pasó D’Annunzio en París, en los cuales no escribió una línea, cambió de amante como de camisa (y cambiaba tres veces al día), aceptó todas las invitaciones y todas las tentaciones, pidió préstamos que sabía que no podía devolver (estaba acostumbrado), se dejó querer a cambio de dinero (no sería la primera vez), apuró cada día como si fuera a morir al siguiente. Pero al día siguiente no murió y se encontró cercado por los acreedores y por su última amante, una aristócrata controladora que se había gastado con él una fortuna y se empeñó en poner orden en su vida. Cuando incluso pensaba en suicidarse para escapar del cerco, se volvió a enamorar.  Un amor forzosamente clandestino:  si llegara a conocimiento de su amante oficial, podía darse por muerto. “Si me dejas, te mato y luego me mato”, le había dicho más de una vez. Para escapar del infierno en que se había convertido el paraíso de París, pidió ayuda a su mejor amigo, al conde Robert de Montesquieu, al mismo que Proust inmortalizaría pronto en su búsqueda del tiempo perdido con el nombre de Baron de Charlus, y que presumía de ser descendiente nada menos que de D’Artagnan, el famoso mosquetero.

            Montesquieu preparó cuidadosamente la huida. El equipaje fue saliendo poco a poco hacia  Hotel de l’Isly, cerca de la estación de Saint-Nazare, y un buen día el poeta desapareció dejando una dirección falsa, a la que enviar el correo (allí se lo recogía un amigo del conde proustiano) y a su secretario para todo, Antongini, que era quien debía lidiar con la amante abandonada y con los acreedores furiosos jurando y perjurando que él no sabía nada, que también había quedado burlado y sin dinero.

            Mientras residió en París, D’Annunzio no fue capaz de escribir ni una línea. En la villa Saint-Dominique, en Arcanchon, escribió alguna de sus obras más célebres, como El martirio de San Sebastián, a la que puso música Debussy. Allí fue feliz, al menos en los primeros tiempos. Tomaba el sol, paseaba a caballo o con sus galgos por los inmensos arenales, respiraba el aire puro de los pinares. Hacía poca vida de sociedad. No frecuentaba el casino.

            Pocas veces abandonó aquella cárcel dorada, con algo de desierto y de oasis, incluso cambió de nombre. Alquiló la casa diciendo ser Guy d’Arbes y tardó en saberse en la localidad, frecuentada entonces casi solo por enfermos adinerados, que era el famoso y escandaloso poeta. Parecía huir de algo más que de una amante y unos cuantos acreedores.

            Eleonora Duse le había regalado tres esmeraldas que el poeta llevaba siempre consigo como un talismán. Eran también un último escudo financiero. Las empeñó muchas veces, le sirvieron para escapar a Arcachon, pero siempre las recuperaba. Hasta que un día –tras un baile en la Ópera de París-- le desaparecieron, creía que para siempre..

            Ocurrió en diciembre de 1913, durante una de las escasas escapadas de Arcachon. Era el primer baile de máscaras que se daba en la Ópera de París desde al menos quince años. El poeta llevaba un traje de caballero veneciano del siglo XVIII. A pesar de la máscara, muchas damas le reconocieron. Él coqueteó con todas, pero solo se dejó seducir por una que apenas llevaba cubierta más que dos partes del cuerpo: la mitad del rostro, con una máscara de seda, y el triángulo de Venus, con una mínima piel de leopardo. Con aquella bacante desapareció y no volvió al hotel parisino hasta bien avanzada la mañana siguiente. Regresó malhumorado a Saint-Dominique. Había perdido o regalado –o le habían robado, no recordaba bien-- sus fabulosas esmeraldas y temía que si no las recuperaba sobre él se iban a acumular todas las desgracias.

            El último viaje del poeta, antes del regreso a Italia y de su reinvención como gran héroe patrio, fue a Andernos, a pocos kilómetros. Louis David inauguraba Ignota con una gran fiesta y D’Annunzio no podía negarse, aunque su humor no estaba precisamente para celebraciones. Se alegró, sin embargo, de haber ido. Yo me enteré de lo ocurrido allí por una rara casualidad.

 

ENCUENTRO CON ARSENIO LUPIN

Hay en Andernos varias “boîtes à livres”, pequeñas bibliotecas callejeras donde se pueden dejar y llevarse libros. En el cartel con las normas, encontré dos que me gustaron especialmente: “dona solamente libros que ames” y “los libros con connotaciones religiosas o sectarias no tienen sitio aquí”. A veces me sentaba cerca de la iglesia de Saint-Eloi, junto al gran olmo que desafía al mar, y allí observaba la caja de libros colocada en uno de los lados. Pude comprobar que de vez en cuando se acercaba alguien, a veces una pareja joven, y curioseaba en las estanterías hasta llevarse algún volumen.

            Yo también me llevé uno y aclaré así el misterio de las esmeraldas desaparecidas. Lo firmaba Maurice Leblanc y era una edición reciente, pero con la estética retro de la original. Sin duda se debía al nuevo interés por el ladrón de guante blanco que había traído consigo una exitosa serie televisiva, Lupin. “El misterio de las esmeraldas” se titulaba uno de los capítulos y en él aparecía un poeta satánico, que había tenido que huir de París por participar en la muerte de una mujer, y la hermana de aquella mujer que buscaba venganza. Todo muy rocambolesco y poco sutil, pero la descripción de la mansión en que se celebra una fiesta de disfraces coincidía punto por punto con la de Louis David, y el árbol exótico bajo el cual tiene lugar la escena final todavía estaba allí, en el parque, muy cerca del lugar que ahora ocupaba la tumba del propietario.

 

EL ENGAÑO A LA VISTA

Arsenio Lupin se presentó sin disfraz y, como en la carta robada de Poe, nadie pensó que fuera el famoso ladrón sino un invitado disfrazado de Arsenio Lupin. D’Annzunzio, que iba de lastimoso Pierrot, se encontró con una Colombine que lucía las fabulosas esmeraldas que ella había hecho que le regalara en la única noche que pasaron juntos.

            Cuando terminó la fiesta, las esmeraldas, y otras muchas joyas, habían desaparecido. Del resto de las joyas nunca más se supo. Las esmeraldas le fueron devueltas al poeta cuando los acreedores habían dado con él, la amante despechada llamó a las puertas de Saint-Dominique y la justicia francesa estaba a punto de prender al poeta. Su suerte cambió entonces por completo. Alguien saldó sus deudas, un famoso cronista sudamericano sedujo a su vengativa amante y el gobierno francés llegó a un acuerdo con él –fabulosamente bien retribuido-- para que lograra que Italia declarara la guerra a Alemania.         

            Hasta su muerte llevó consigo D’Annunzio aquellas esmeraldas que le había devuelto, no Arsenio Lupin, un personaje de ficción, sino Marius Jacob, ladrón y caballero y gran admirador del poeta, en quien Maurice Leblanc se había inspirado para crear a su héroe.




Mil y un fantasmas: Incidente en Ginebra

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En alguna parte había leído que yo era bueno resolviendo misterios y quería contratarme. “Solo lo soy en la ficción”, respondí. Estábamos en un restaurante portugués cercano a los Bains de Pâquis, en Ginebra, y acabábamos de conocernos. Yo había llegado a la ciudad aquella mañana y lo primero que hice fue subir a Instagram un selfie con el Jet d’Eau al fondo. Al poco tiempo, recibí un mensaje. “¿Está en Ginebra? Si le parece, podemos cenar juntos esta noche. ¿Dónde se aloja?”

Al principio, pensé no responder. Éramos solo amigos de Facebook, o sea que no nos conocíamos de nada. Luego recordé que, hacía algún tiempo, me había enviado un libro de versos y que trabajaba en Naciones Unidas. Como nada me deprime más que cenar solo en una ciudad a la que acabo de llegar, le dije dónde quedaba mi hotel y ella me sugirió un restaurante cercano. Ahora estábamos frente a frente, tras haber hecho el pedido, esperando a que nos sirvieran. Era de un rubio oscuro, tendría unos cincuenta años, sonreía un tanto nerviosa. Comenzamos hablando de literatura. A Gamoneda le había gustado mucho su libro; también a Antonio Colinas, de quien era una gran admiradora; se escribía con Clara Janés y la sirvió de guía una vez que pasó por Ginebra. Y de pronto, como en una película de los años cuarenta, el elogio de mis capacidades detectivescas y su deseo de contratarme. Creí que no iba en serio y le seguí la broma. Pero iba. Había dado con una chiflada, qué se le va a hacer. Parezco un imán para quienes no están en sus cabales. “Mañana tengo que madrugar; he de retirarme pronto”, dije.  “Tomemos una copa aquí cerca y se lo cuento todo. No le entretendré mucho”. Me resultó imposible negarme, aunque bien que lo intenté.

 

LO QUE ME CONTÓ LA MUJER

En el bar de un hotel frente al lago, el mismo en que se alojaba la emperatriz Isabel cuando salió a dar su último paseo, me contó una historia que al día siguiente me era difícil de reconstruir en todos sus detalles. “Se trata de que encuentre a una persona, de que la encuentre o de que al menos averigüe lo que le ha pasado, porque me temo lo peor. Se trata de mi compañero de piso aquí en Ginebra, mi mejor amigo. No somos pareja, aunque algunos lo piensan. Es gay, bien parecido, y uno de los edecanes o secretarios, o como quiera llamárseles, del rey Juan Carlos, cuando todavía era rey de verdad y no a título honorífico, se encaprichó con él. Le invitaron a numerosas fiestas privadas, ya sabe usted a qué me refiero, y él no tuvo mejor idea que hacer algunas fotos. Los teléfonos móviles debían dejarlos fuera, por supuesto, pero a él se las arregló para burlar la vigilancia. Me enseñó algunas fotos que me escandalizaron. No quiero ver más esas cochinadas, le dije. Él se reía. Era un experto informático y trabajaba precisamente en esa banca a la que el rey llevó una maleta con no sé cuántos millones de euros que le había regalado no sé quién por su cara bonita. Quizá mi amigo también sustrajo información financiera confidencial, no se limitó a hacer fotos de aquellas bacanales a lo Dominique Strauss-Kahn, ya sabe usted, el director del Fondo Monetario Internacional. Para el fiscal Bertossa habría sido un buen informante. Pero no creo que desapareciera por tener constancia de trapicheos que nadie ignora en paraísos fiscales, sino por alguna de las fotos. Se temía algo y me mandó tres o cuatro. No me metas en esto, le dije. No eran de las más escandalosas, ni mucho menos. Agrandó una de ellas en el teléfono y me mostró una cara familiar.

----Fíjate quién tenemos aquí, me dijo.

Y yo reconocí a un político que ya forma parte de la historia de España.

----A este quizá no le conozcas, no sale mucho en los periódicos, pero te aseguro que mataría para evitar que estas imágenes se dieran a conocer.

----Tú has visto muchas películas. ¿Hay alguien en España que no sepa de esas francachelas y de esos negocios sucios? Todos los periódicos guardan abundante información al respecto, que no publican o publican solo con cuentagotas y aclarando que todo lo que hacía el rey estaba protegido por la inviolabilidad que le garantiza la constitución.

----El manto que tapaba la desnudez del rey cada vez está  más lleno de agujeros. Pero no es a él a quien temo. Está convencido de que, haga lo que haga, nunca le pasará nada porque tiene derecho a todo. Temo a los otros, a sus cómplices, a los que miraron para otro lado cuando él hacía de las suyas. Y sobre todo al prócer que alguna vez le acompañó en sus desahogos de cintura para abajo.

Me mandó esas fotos antes de desaparecer y ahora yo se las mando a usted para que vea que no le estoy contando ninguna película. Porque ya sé que no cree. Y aún no le he contado lo más extraño. Mi compañero, mi amigo del alma, Juan Domínguez, desapareció en un cementerio, o al menos fue en un cementerio donde yo le vi por última vez. El cementerio al que me refiero, seguro que usted lo conoce bien, no es nada tétrico. Todo lo contrario, se trata de un apacible parque en el centro de la ciudad. Seguro que ha estado allí visitando la tumba de Borges. Mi amigo Juan iba de noche, cuando ya estaba cerrado, la verja es muy fácil de saltar. No me pregunte qué iba a hacer allí. Tenía muchas habilidades informáticas, ya le dije, podría haber sido un hacker de lo más malicioso, si lo hubiera querido, pero a la vez era muy ingenuo. Creía en ovnis, psicofonías y esas cosas. La noche de su desaparición había quedado con alguien, no me dijo quién.. Nos acercamos al cementerio por la calle de la Sinagoga y, poco antes de llegar, dijo que se arrepentía de haberme enviado las fotos, que las borrara, que no quería meterme en líos. No creo que pensara en que le podrían secuestrar o matar, pero temía algo. Me dio un gran abrazo.

----Llegaré tarde, no me esperes despierta.

----Nunca te espero. Y, por favor, no me traigas ningún ligue a casa.

Le vi caminar entre los árboles. Creí entrever unas sombras al fondo. Al día siguiente, no llegó a ninguna hora, ni me llamó, ni respondió a mis llamadas y comencé a alarmarme. Denuncié la desaparición. A los dos días, me dijeron que tenían constancia de que había vuelto a España. Pero, si eso es así, no se ha puesto en contacto con ninguno de sus familiares. Su madre ha denunciado su desaparición en España, pero allí la consideran voluntaria, dicen que no pueden hacer nada. En fin, ya sabe usted lo que es la justicia española cuando investiga algo que de cerca o de lejos tiene que ver con el Inviolable. Le pagaré bien, no se preocupe.

Y me alargó un sobre, que en vano traté de rechazar.

 

MEJORES GUIONISTAS

No recuerdo cómo terminó la noche, solo que me desperté a primeras horas de la tarde del día siguiente con un taladrante dolor de cabeza. No tengo por costumbre beber, pero aquella vez bebí más de lo conveniente. Todo lo que había oído, o todo lo que recordaba de lo que había oído, me parecía el argumento de una mala película. Tengo cierta experiencia con las mentes algo averiadas. Parece que las atraigo. ¿Qué habría visto en mí aquella mujer para tomarme por un detective de novela negra? Menos mal que había ido a Ginebra dos días antes de empezar el trabajo. Quería aprovechar ese tiempo libre para pasear a mi aire por una de mis ciudades favoritas. Me acerqué hasta la Isla de Rousseau, entre el lago y el Ródano, y allí, bajo los árboles, la fresca brisa ayudó a tranquilizarme. Luego no pude evitar acercarme a Plainpalais. No buscaba pistas, por supuesto. Comenzaba a olvidar la absurda mala noche pasada. Me dediqué a saludar a los buenos amigos que en aquel lugar esperan pacientemente mi visita: Leo Ferrero, muerto tan joven en accidente de automóvil, ahora para siempre al amparo de sus padres; el puritano Calvino, a quien el justiciero azar le había puesto como compañera a una prostituta, y Borges.

            Ya había olvidado las confidencias de aquella loca cuya invitación había tenido la absurda idea de aceptar, ya había recorrido todos los lugares que amo del centro de la ciudad, como saludándolos uno a uno, cuando al volver al hotel me encontré con todo revuelto y destrozado en mi habitación. Dios mío, pensé, la mala película continúa. Llamé a recepción desde el teléfono fijo. Quedaron tan asombrados como yo. Nadie había oído ningún ruido extraño. Busqué entonces mi teléfono móvil. No lo encontré. Estaba seguro de que lo había llevado conmigo. ¿Lo había perdido o me lo habían sustraído? Comencé a asustarme de verdad.

            Pero no hubo más incidentes. Adquirí otro teléfono y salvé lo que pude del anterior, terminé mi trabajo en Ginebra, regresé a España y preferí pensar que todo eran fantasías de aquella pobre mujer. Pero aún no las tengo todas conmigo. La realidad, al contrario que las series de televisión, no necesita de buenos guionistas. A la realidad no le importa que sus historias carezcan de gracia y verosimilitud.



Mil y un fantasmas: Qué pasó en 1968

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El 17 de junio de 1968 Franco vino a Asturias a inaugurar el aeropuerto. Ese día habló desde el balcón del Ayuntamiento de Avilés a una multitud enfervorizada. Lo recuerdo bien porque a punto estuve, si no de ser linchado, sí de recibir algunos golpes. Iba yo camino de la biblioteca, que entonces estaba en la calle Jovellanos, cerca de la Cruz Roja, y tenía que atravesar el Parche. Me detuve curioso en la calle San Francisco. Escuché malamente una vocecita aflautada y luego al gentío que, tras los gritos de rigor, se puso a cantar el “Cara al sol”. Yo lo miraba todo lleno de curiosidad, como quien asiste a una grabación del No-Do en vivo y en directo. Un tipo malencarado se fijó en mí: “¿Y tú por qué no cantas? ¿Eres comunista o qué?”. Rápidamente me escabullí. Lo que yo tardé en saber es que ese día estuvo a punto de cambiar la historia de España.

            Tardé en saberlo y solo ahora me atrevo a contarlo, rompiendo la promesa que le hice a mi informante, uno de mis mejores amigos en los años del bachillerato en el Carreño Miranda, al que luego perdí la pista y reencontré en el lugar más inesperado, nada menos que en Estambul.

 

ENCUENTRO EN ESTAMBUL

Estaba yo sentado en uno de los bancos de Sultanahmet, la gran plaza ajardinada entre la Mezquita Azul y Santa Sofía, sin nada que hacer, como era mi costumbre habitual al caer la tarde. Me alojaba en un hotel cercano, el Pierre Loti, rodeado de maravillas: el hipódromo, la fuente alemana, regalo del emperador Guillermo II  (Lotí decía que de ella habían manado todas las desgracias para el imperio turco), la catedralicia cisterna subterránea, el inagotable Gran Bazar con su arrabal dedicaso a los libros-.Pero ya había desaparecido el asombro de los primeros días y, como un natural del lugar, con nada disfrutaba más que con el ir y venir de la gente y el tibio sol de la tarde. Pasó cerca de mí un grupo de ruidosos turistas –no podían negar que eran españoles-- y uno de ellos se me quedó mirando y, tras un rato de dudas, se acercó a mí.

----Tú eres Martín, ¿no? ¡Vaya sorpresa encontrarte aquí! Tú a mí seguro que no me reconoces. ¡Han pasado tantos años desde que nos vimos por última vez! A ti te veo de vez en cuando en los periódicos.

            De golpe me vino a la memoria su nombre y las largas charlas sobre lo humano y lo divino entre clase y clase en el instituto o luego volviendo a casa por la calle Galiana o paseando por la orilla de la ría. Le di un fuerte abrazo.

El grupo se alejaba Venían de Santa Sofía, iban hacia la Mezquita Azul.

----Cuidado no los pierdas.

----Ven conmigo, te voy a presentar a mi mujer.

            Su mujer, afortunadamente, no era aquella primera novia que tanto había contribuido a que nos distanciáramos. Hacían aquel viaje guiado en compañía de otro matrimonio. Selena, que así se llamaba, no puso ningún inconveniente a que Ramón abandonara el grupo y se quedara conmigo.

----Te lo devolveré sano y salvo a la hora de cenar.

----Quédatelo todo el tiempo que quieras, ya lo tengo muy visto.

Y corrió sonriente hacia el grupo, que ya se alejaba al trote.

No me podía creer que estuviéramos otra vez los dos juntos, era como recobrar de pronto buena parte de lo mejor de mi adolescencia.

----¿Quieres que te enseñe yo lo que no has visto de la ciudad, Ramón? Nada me gusta más que hacer de guía”.

            ----Y a mí nada me disgusta más que andar por ahí en rebaño, oyendo los comentarios tontos de unos y de otros. Si te parece, paseamos un poco y luego nos sentamos a tomar algo y charlamos de esto y aquello, como en los viejos tiempos.

Por estrechas callejuelas llenas de gente, descendimos hasta  la orilla del Cuerno de Oro, cruzamos luego el puente de Gálata y nos sentamos en una terraza frente a la parte asiática de la ciudad. “Inevitable citar a Espronceda”, dije yo.

            Y allí me contó que su padre había muerto hacía pocos meses y que, antes de morir, le confesó un secreto. Era cazador, había cazado infinitas piezas, pero en el momento decisivo no se atrevió a abatir la que más le importaba: el dictador Francisco Franco.

            Su padre, muy conocido en Avilés, tenía una clínica dental en un edificio junto al palacio de Ferrera, frente al Ayuntamiento.

 

EL ATENTADO

----Hubo varios intentos de atentado contra Franco. Los investigué todos, pero no encontré ninguno que pudiera haber tenido alguna garantía de éxito. El último, que yo sepa, fue en 1970 cuando Joseba Elósegui, que había sido capitán de gudaris durante el bombardeo de Gernika, pretendió abrazarse a Franco envuelto en llamas cuando este presidía un encuentro de pelota vasca en el frontón de Anoeta, en San Sebastián. Qué cosa más absurda. ¿Cómo pensaba que le iban a dejar acercarse al dictador? Se prendió fuego, eso sí, y se lanzó desde una de las galerías superiores. No murió y creo que más tarde llegó a ser senador.

            Lo de mi padre era otra cosa. Mi padre, curiosamente, no tenía relación con la oposición franquista. Sus amigos en Avilés eran gente como José-Víctor Carreño, el escritor, más bien próximos al régimen o completamente identificados con él. José-Víctor Carreño le contó muchas veces a mi padre los días que había pasado encerrado en la iglesiona de Gijón. Mi padre no le habló nunca de mi abuelo, que fue condenado a muerte junto al poeta Lumen, Luis Menéndez Alonso, el creador de la Biblioteca Circulante de Avilés, la actual Bances Candamo, que tú entonces frecuentabas todos los días. La sentencia del poeta se cumplió de inmediato. ¡Había puesto los libros al alcance de todos! ¡Había envenenado al pueblo! ¿Cabe imaginar mayor delito? Mi abuelo tuvo más suerte y su pena fue conmutada por treinta años de reclusión, que se quedaron en media docena. Salió convertido en otro, no quiso volver a saber de política, en mi casa no se hablaba de lo que había ocurrido. Pero mi padre no fue capaz de olvidar, guardó dentro el rencor y lo fue cultivando, sin que nadie se percatara de ello, hasta que llegó el momento.

            Y el momento llegó al enterarse de que Franco iba a venir a Avilés con motivo de la inauguración del aeropuerto de Asturias. Cuando se enteró de que hablaría desde el balcón del Ayuntamiento, frente a las ventanas de la consulta y frente al lugar donde su padre y el poeta Lumen y tantos otros habías sido condenados a muerte en juicio sumarísimo, el palacio de Ferrera, pensó que existe la justicia histórica. Si mi padre hubiera leído a Borges, habría repetido esos versos que tú citas con tanta frecuencia: ”Algo que no se nombra / con la palabra azar rige estas cosas”.

            Estábamos en una terraza del puerto de Karaköy, pero yo no veía el pausado discurrir de los barcos por el estrecho del Bósforo. Mi mente estaba en otra parte y en otro tiempo. La plaza del Ayuntamiento, que los avilesinos llamamos el Parche, llena de gente; yo detenido en la esquina de la calle de San Francisco, bajo los soportales; Franco, Franco, Franco –según los gritos de rigor-- en el balcón del Ayuntamiento, y un hombre con un rifle en una ventana frente a él. Me imagino el estruendo de los disparos, porque dispararía más de uno por miedo a fallar, el alarido de la multitud, toda España atónita con la noticia.

Fue precisamente en el Parche, cuando iba camino del Instituto, que entonces estaba en el Carbayedo, pocos años antes, cuando otro niño me dio la noticia: “¡Han matado a Kennedy!”. Pero a Franco no lo mataron, a pesar de todas las circunstancias favorables.

 

POR QUÉ NO

----Mi padre era cazador, ya te dije. Días antes, le avisaron que tenía que depositar la escopeta en el cuartel de la guardia civil. Así lo hizo. Pero tenía otra, de gran precisión, con la que podía matar leones o elefantes, que nunca había declarado.

Cuando Franco salió al balcón y dijo aquello de “Españoles” y le interrumpieron los aplausos, él ya estaba listo. Solo le quedaba apuntar bien y apretar el gatillo.

            ¿Por qué no lo hizo? “¿Por qué no lo hiciste, papá?”, le pregunté cuando me lo contó. Sabía yo, y sabía él, que entonces le quedaba poco tiempo de vida. “Unos meses”, dijeron los médicos. Pero murió a las pocas semanas.

            “No lo hice porque pensé en tu madre, no lo hice porque pensé en ti. En mis fantasías de tantos años, desde la adolescencia, no pensaba en vosotros. Tras acabar con el dictador, me pegaba un tiro. Y no me importaba irme al otro mundo si antes libraba al mundo de esa alimaña. Pero antes de apretar el gatillo tuve un momento de lucidez. ¿Qué iba a ser de tu madre, qué iba a ser de ti? No sabíais nada, no eráis culpables de nada. Tuve la precaución de mandaros fuera. Es ese monteo estabais con los abuelos de León. ¿Pero os iban a dejar en paz? Fui cobarde, tuve miedo de lo que os pudiera ocurrir y no apreté el gatillo”.

 

 


Mil y un fantasmas: Tengo miedo

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Si contara lo que sé, peligraría mi vida. Pero si no lo contara no podría mirarme cada mañana al espejo sin avergonzarme. Por eso recurro a la estratagema –no sé hasta qué punto eficaz-- de contarlo como si fuera un cuento.

            Pasaba yo unos días de verano en Cap Ferret, entre el océano y la bahía de Arcachon. El pretexto –yo siempre necesito algún pretexto laboral para abandonar mi rutina, soy alérgico a las vacaciones--  era investigar la estancia allí de Jean Cocteau y Raymond Radiguet durante los veranos de 1920, 1921 y 1922, cuando jugaban a ser Verlaine y Rimbaud y se gestó esa fulgurante obra maestra que es El diablo en el cuerpo. Busqué incluso el mismo hotel en Piquey, el Chantecler, denominado así en honor de Edmund Rostand, amigo del dueño, pero ya no existía. Me alojé solo en una cabaña, en medio del bosque y muy cerca del agua. Quería hacer de Robinson por un tiempo, pero hay experiencias que resultan más gratificantes cuando son imaginadas que al hacerse realidad. Fui de inconveniente en inconveniente, de desastre en desastre, hasta que encontré a Viernes. Pero esa es otra historia.

            Una tarde, a poco de llegar, en la Playa del Horizonte, a la que me había acercado para visitar el búnker que formaba parte del Muro Atlántico con que los alemanes trataron en vano de frenar el desembarco aliado, se me acercaron dos individuos que, sin identificarse, me dijeron: “Tiene usted que venir con nosotros”. “¿Qué pasa?”, pregunté extrañado. Ellos respondieron algo en un francés que no entendí y maquinalmente los acompañé hasta el aparcamiento. Cuando abrieron la puerta de un coche negro y con cristales tintados, vi que se acercaba un grupo numeroso –dos o tres familias con niños--  y entonces, sin pensarlo, eché a correr hacia ellos. Los atravesé y seguí corriendo. El coche negro se puso en marcha para seguirme. Me desvié a la izquierda en cuanto abandoné el terreno de las dunas. Cerca estaba el mercado, lleno de gente a aquella hora, y logré despistarles. Pasé mucho miedo por la noche en la cabaña. Si me buscaban allí, no habría escapatoria. Me dormí casi al amanecer. Cuando desperté, ya muy avanzada la mañana, pensé que todo había sido una pesadilla.

            Nada extraño ocurrió los días siguientes hasta el encuentro el Le Thiers, el restaurante frente a la playa de Arcachon. Había ido yo al cine a ver Stillwater, la película de Tom McCarthy que en España han titulado Cuestión de sangre. Me interesó por muchas razones: por el personaje de Matt Damon, representante de esa América profunda que dicen que vota a Trump y de la que tanto se burlan los exquisitos; por la relación que establece con las dos hijas, la real y la de su amiga francesa; por las veladas –o no tan veladas-- referencias al caso de Amanda Knox.

 

ASESINATO EN PERUGIA

En 2007, en un piso de estudiantes de Perugia, una estudiante inglesa de 21 años, Meredith Kercher, fue brutalmente asesinada. Todos los indicios apuntaban hacia su compañera de piso, Amanda Knox, su novio de entonces, Raffaelle Sollecito, y un subsahariano, Rudy Guede. La estudiante inglesa se negó, al parecer, a participar en un violento juego sexual –estupefaciente y alcohol por medio-- y acabó de la peor manera. Los presuntos asesinos fueron condenados a muchos años de cárcel. Los abogados de la norteamericana Amanda Knox iniciaron un hábil juego para anular la sentencia. Se trataba de desprestigiar a la policía italiana, que habría actuado de la manera menos profesional posible. Un tribunal de casación confirmó la sentencia, pero finalmente fue anulada en 2015 por el tribunal supremo italiano al considerar que, de acuerdo con el testimonio de dos peritos independientes, “no respetó los protocolos” al recoger y procesar los restos de ADN encontrados en el cuchillo y el sujetador de la víctima y que se correspondían con los de la pareja de amantes.

            Se anuló la condena de la americana y el italiano, pero curiosamente no la de Rudy Guede, que no tenía quien lo defendiera y que había sido condenado como colaborador en el crimen, no como autor principal.

            Hay un documental de Netflix que ridiculiza al fiscal italiano y presenta a Amanda Knox como una víctima de su inquina; hay un libro en preparación –por él ha cobrado un anticipo de un millón de dólares-- en el que cuenta su historia. Judicialmente está libre de todo cargo, pero eso no quiere decir que haya sido absuelta No hay una explicación mínimamente creíble de los hechos sin su intervención. Los dos amantes dicen que no estaban en el piso de Via della Pergola cuando ocurrieron los hechos, que estaban en casa de él (cada uno es la única coartada del otro), que Rudy Guede entró a robar, que minutos después llegó Meredith y que el ladrón, amigo de todos ellos, para no ser reconocido, fue a la cocina, cogió un cuchillo, la apuñaló por la espalda, se entretuvo asestándole puñalada tras puñalada (más de cuarenta) y luego, tras dejar toda la estancia cubierta de sangre, huyó.

            Nadie se cree eso, pero Amanda Knox demandará a quien se atreve a decirlo en voz alta. En la película, Matt Damon hace de padre coraje que luchar por conseguir sacar a su hija de la cárcel y demostrar su inocencia. Logra lo primero, pero la hija acaba reconociendo que participó en la muerte de su compañera de piso, de la que también era amante. Y lo prodigioso de la película es que no la vemos –al contrario que a su contrafigura real-- como un monstruo, sino como una víctima más.

            Tom McCarthy sabe, como lo sé yo, que solo en la ficción se puede contar la verdad. En Le Thiers estaba citado con un activista antivacunas francés. Quería pasarme una información para que yo tratara de publicarla en la prensa española.

            Me contó que tenían un equipo investigando la conexión entre las empresas farmacéuticas que fabrican las vacunas –especialmente la norteamericana Pfizer, que ya antes se había apuntado el éxito del Viagra-- y especialistas sanitarios, políticos y medios de comunicación. Habían calculado que al menos un diez por ciento de los fabulosos ingresos –que seguirían creciendo mes tras mes, año tras año-- se dedicaban a engrasar los canales que permitían la aprobación exprés y la inoculación casi manu militari de aquella especie de bálsamo de Fierabrás a toda la población de los países ricos, incluidos los niños incluso los fetos en gestación.

            ---Ninguna publicación seria publicara nada de lo que descubráis, ni en Francia ni en España, os acusarán de conspiracionistas, antisemitas y cosas así.

            ---Estamos acostumbrados, pero si me he puesto en contacto con usted es porque hasta ahora tenemos múltiples indicios, pero las únicas pruebas que podrían ser aceptadas por un tribunal apuntan a una política española.

 

NO SOY UN HÉROE

Me asusté, le conté lo que me había ocurrido en la Playa del Horizonte. Empecé a volverme paranoico. ¿Me estarán siguiendo ya agentes del CNI como a Corinna von Larsen? A fin de cuentas, todo es posible en un país donde el Defensor del Pueblo ha de recordarle públicamente al ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska --el que alentaba a los policías para que persiguieran y sancionaran a los irresponsables que se atrevían a pasear solos por un bosque durante los meses de la Gran Encerrona Inconstitucional-- de que tiene la obligación de respetar la ley.

            No quise ni echar una ojeada a los documentos que me presentaba el activista francés. Me quemaban en las manos. Soy un poco paranoico, lo sé. Estoy lleno de miedos, pero temo menos a los que engañan que a los que tan dócilmente se dejan engañar. ¿Lanzarán pronto una campaña con nombre y apellidos contra los que se resisten a dejarse vacunar? ¿Pondrán un policía, y si no hay suficientes, un vecino que se ofrezca voluntario en cada portal para no dejar salir a la calle a quien no lleve colgado al cuello el certificado de vacunación? Vivimos en un tiempo en que lo inimaginable ayer hoy lo acepta con total normalidad el rebaño inmunizado desde siempre a cualquier atisbo de pensamiento crítico.

Yo ya había comenzado a sospechar de esa persona –no quiero dar pistas sobre su identidad, n quiero ni insinuar que ocupa un cargo importante en el gobierno-- al leer su encendida defensa de la necesidad de una tercera dosis por mucho que se oponga la Organización Mundial de la Salud, y seguro que luego defenderá una cuarta y más tarde una quinta hasta que el dinero sucio les salga por las orejas.

            No quiero saber cosas que solo puedo contar como si fueran un cuento. No quiero ser en un mundo enloquecido el Alonso Quijano que se vuelve cuerdo y sale a deshacer entuertos y a recibir los palos de todos.

            Volví a mi cabaña, me senté en el porche, frente al agua espejeante de la bahía, y me puse a degustar –en compañía de Viernes, pero esa es otra historia-- media docena de ostras y un buen vaso de vino blanco.

 

 

 

Elogio de la cordura: ¡Vacúnate, ho!

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Sábado, 28 de agosto
PIDO UN MILAGRO

Con la música me pasa lo mismo que con el éxito y el chocolate (y añadiría que con el sexo, si uno no fuera un caballero y un caballero no habla de esas cosas), que me gustan, pero que no los necesito.

            Porque escucho tan poca música, porque no es en mí una costumbre, la escucho siempre con la emoción y el asombro de la primera vez. Un venturoso azar –en el que intervienen Steven Wright, que toca la viola en la Ospa, la poeta Dalia Alonso y, por supuesto, Javier Almuzara-- me lleva esta tarde de sábado hasta la catedral. La Misa de la Coronación de Mozart sonó por primera vez en la coronación de un emperador. Así me siento yo desde que suenan las primeras notas, como si el mundo entero girara en torno mío y el propio Dios viniera a sentarse a mi lado (respetando la distancia de seguridad, por supuesto) para escuchar agradecido.

            Agnus Dei, cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, canta la soprano, Beatriz Díaz, desde el púlpito.

            “Cordero de Dios, devuelve la cordura al mundo”, susurro yo a mi acompañante. “Difícil me lo pones, pero se hará lo que se pueda”, me responde mesándose la larga barba –se parece a Walt Whitman-- y guiñándome un ojo.

            Dios no existe, ya lo sé, pero existe en la música. Unos compases más y otra vez solos, como en el poema de Ángel González.

Domingo, 29 de agosto
YO, MERCACHIFLE

Salvo a la estupidez, soy alérgico a pocas cosas. Una de ellas, el regateo. Hasta hace unos días en León, solo había regateado dos veces en mi vida y las dos involuntariamente. En un puesto del Fontán encontré una primera edición de El Hotel del Cisne, una de esas  epigonales novelas barojianas llenas de destartalado encanto. “Dos mil pesetas,” me dijo el vendedor cuando pregunté el precio, Como llevaba la otra mano ocupada con libros, dejé la novela de Baroja para sacar la cartera. Al vendedor creyó que me parecía cara. “Mil quinientas”, dijo entonces.

En el otro regateo, el vendedor fui yo. El bibliófilo José Manuel Fuentes García, el mejor coleccionista de poesía española contemporánea, me preguntó si yo tenía un raro folleto de Miguel d’Ors, Canciones, oraciones, panfletos…, lo único que le faltaba para completar la bibliografía de ese poeta. Me pagaría por él doscientos euros. Le dije que lo tenía y que no tenía especial interés en conservarlo, pero que me parecía mal venderlo estando firmado y siendo un regalo del autor. “Pues si algún día cambia de opinión, le doy cuatrocientos euros”. Y se lo envié de inmediato, no por el dinero, que también, sino porque demostraba un interés mucho mayor que el mío.

            Dos éxitos involuntarios en el regateo y un sonoro fracaso. Pasé el otro día por el mercadillo de los sábados en León. Muchos menos vendedores de lo habitual y ningún libro de interés. Cuando ya estoy a punto de marcharme –no le dediqué ni cinco minutos--, veo en un puesto de quincallería dos tomos, uno de ellos algo deteriorado, de lo que me parece una novela por entregas de principios del siglo XX. Me atrae el título, La “Estrella Polar” en el Mar Ártico, que parece de Julio Verne, y el autor, Luis Amadeo de Saboya. Pregunto el precio. “Setenta y cinco euros”. “Veinticinco”, “Sesenta”. Dudo un momento. Me acuerdo entonces de mi amigo Daniel Rodríguez Rodero, que suele alardear en la tertulia de haber comprado aquí muchas primeras ediciones, algunas de ellas dedicadas, y de no haber pagado por ellas nunca más de diez euros. Como sé que va a pasar algo más tarde, le encargo por teléfono el regateo. “Seguro que me lo iba a dejar por cincuenta euros, a ver si consigues un precio menor”. No lo consigue.

            Cuando tengo los dos volúmenes en las manos, ya he indagado en Internet y ya sé que se trata de una rara maravilla y que el autor nació en el Palacio Real de Madrid y murió, desengañado de todo, en una cabaña africana abrazado a su último amor, una joven somalí.

            Hace unos días no había oído hablar de Su Alteza Real Luis Amadeo de Saboya, duque de los Abruzos, hoy podría dar conferencias sobre él. Uno es así de obsesivo.

Lunes, 30 de agosto
LUIS AMADEO DE SABOYA

No he encontrado referencia de La “Estrella polar” en el Mar Ártico en su original versión italiana. La traducción española, de Eduardo Tedeschi, se publicó en 1903, en la editorial Maucci, donde aparecieron muchas de las grandes novelas de principios de siglo. El libro cuenta con 243 ilustraciones, casi todas ellas fotografías, dos panoramas (fotografías desplegables de casi un metro de extensión), tres mapas y un plano. Se lee como una novela de aventuras llena de datos exactos y precisiones científicas. Me imagino a Julio Verne, ya al final de su vida, devorando la versión francesa, que apareció en 1904, y exclamando: “Este es el libro que me habría gustado escribir, esta es la aventura que me habría gustado vivir”.

            Cuando en 1899, el duque de los Abruzos organizó una expedición para alcanzar el Polo Norte, tenía solo veintiséis años, pero ya había dado dos veces la vuelta al mundo y realizado la primera ascensión al monte San Elías, en Alaska, de más de cinco mil metros.

            No fue él quien llegó lo más cerca del Polo que se había llegado hasta entonces, sino el comandante Cagni. La congelación de una de las manos y la amputación de dos dedos, le obligó a quedarse en el campamento base. Pero esa amputación no le impediría, pocos años después, la ascensión al K-2, en el Karakórum, ni lograr en el Chogolisa la mayor altura que ningún ser humano había logrado hasta la fecha.

            Fue uno de los mayores exploradores que haya existido nunca, pero no fue capaz de enfrentarse a su primo, el rey de Italia, que le prohibió casarse con la joven norteamericana de la que se había enamorado, Katherine Elkins, por ser una plebeya.

            Me gustan los regalos del azar. En un mercadillo de León descubrí, imprevistamente, a uno de mis héroes, nacido pocos días antes de que su padre, rey de España, abdicara hastiado de sus ingobernables súbditos..

Martes, 31 de agosto
YA LO DIJO MAQUIAVELO

Mete el miedo en el cuerpo de la gente y harás con ella lo que te dé la gana.

Miércoles, 1 de septiembre
RULETA RUSA

“Eres un irresponsable, Martín, te comportas como si tuvieras un revólver cargado con una bala en el cajón de la mesa en que escribes y, cada vez que te aburres, lo sacaras y te dedicaras a jugar a la ruleta rusa”.

            Tertulia virtual de los miércoles (la presencial es los viernes). Hemos leído con atención algunos de los poemas del último número de Anáfora –los de Sabina, Juaristi, Manuel García-- y apenas si les hemos dejado un hueso sano. Llegamos a la conclusión de que pocos poemas resisten una lectura atenta y la conversación, no sé cómo, recayó en los estrenos cinematográficos. Comenté que el domingo había visto Annette, el disparatado e hipnótico musical de Leos Carax, y que, una vez más, estuve solo en la sala. Enrique Bueres, uno de los contertulios habituales, el más dañado de todos por la tontemia de estos últimos tiempos, intervino entonces: “Seguro que aprovechaste para quitarte la mascarilla. Eres un irresponsable, Martín, te comportas como si tuvieras un revólver…”

            Yo me acogí a la quinta enmienda y me cuidé mucho de decir si en las dos horas y media que dura la película, solo en una sala de techos altos y de más de doscientas butacas, me había quitado algún instante la mascarilla. Sé en qué país vivo y no quiero darle la más mínima excusa a las autoridades sanitarias del Principado para que cierren de una vez por todas las salas de cine.  

Jueves, 2 de septiembre
YO, CONSPIRANOICO

Cada día me vuelvo más conspiranoico. Ahora no se me va de la cabeza la idea de que Joe Biden, ese abuelito torpón que manda drones vengativos contra vehículos cargados de niños, es una marioneta que alguien maneja a su antojo. A veces pienso que el candidato de Putin era él y no Trump.

Viernes, 3 de septiembre
CUALQUIER COSA

Estaba leyendo la correspondencia de Philip Larkin con Monica Jones, cuando de pronto suena el teléfono.

            ---Vacúnate, ho… Que ya solo me quedas tú para que Asturias alcance el ciento por ciento de vacunados. Figúrate qué éxito para nuestra comunidad. Daremos ejemplo al mundo. Vacúnate, por fa. Qué éxito para mí, un chico de Laviana superando a todos los líderes mundiales. Pedro no podría negarme nada, me haría ministro. ¡Vacúnate, ho!

            Confieso que al principio creí que era el propio Presiente del Principado quien me llamaba, como uno más de los ilustres asturianos –Sonia Fidalgo, Pablo Texón, no sé si Xuan Bello--  que participan en la exitosa campaña del “vacúnate, ho” o “vacúnate, ne”. Pero una súbita carcajada me hizo comprender que se trataba de una broma

            ----No te lo habrás creído, ¿verdad?

            ----Yo, a estas alturas de la película, ya me creo cualquier cosa.

Elogio de la cordura: Mintieron y mintieron y mintieron

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Sábado, 4 de septiembre
VENTAJAS DE LA VANIDAD

“Antes creía en Dios, ahora creo en Ian Gibson”, dije. Todos me miraron asombrados.

----Ya sabemos que eres amigo de ironías y paradojas, Martín, pero ahora te pasas un poco.

----Son cosas de la vanidad, ya sabéis que a mí me gusta presumir de ser la persona más vanidosa del mundo.

----Líalo un poco más. ¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra?

----Cuando yo era niño, me decían que había que portarse bien porque Dios veía todo lo que hacíamos. Ahora procuro no hacer nada que pueda avergonzarme, porque me imagino que en el futuro habrá un biógrafo que investigará mi vida con tanta minucia como Ian Gibson la de Lorca y no habrá nada, nada, que no saque a la luz.

----¿O sea que eres un santo varón que en su vida ha hecho nada malo?.

----A sabiendas, desde que soy consciente de que me están grabando, de que todo lo que haga o diga quedará registrado en un grueso volumen de más de mil páginas, no.

----¡Pues sí que eres vanidoso! ¿De verdad crees que tu vida, que ahora no interesa a nadie, va a ser objeto de estudio en el futuro?

---Hago como si lo creyera, y me va bien así y no hago daño a nadie con ello.

Domingo, 5 de septiembre
UN IMPRESENTABLE

Leo las cartas de Philip Larkin a su enamorada perpetua, Monica Jones, y quedo vacunado contra su poesía durante bastante tiempo. Qué personaje tan mezquino, tacaño, chismoso, tan falto de interés y de grandeza: “Me evado de toda responsabilidad  familiar, profesional, emocional, social, ni siquiera ahorro dinero o ayudo a mi madre.”

            Envidioso de su amigo el novelista Kingsley Amis, que tuvo más éxito que él. Después de haberle invitado a un concierto, sobre el que Kingsley escribió una reseña, se lamenta de que no le haya devuelto el dinero de la entrada: “El día algo ensombrecido por el texto de Kingsley sobre el concierto de Condón, el dinero que obtendrá por ello y el dinero que yo pagué por su entrada. No veo que los asuntos de dinero de Kingsley se rijan por ningún sentido de justicia. Es bastante generoso con las cosas que le gustan –compra vino y comida para sus amigos y demás--, pero como devolverme el pago de su entrada no es divertido, pues no lo hace”.

            Y no hay carta en la que no hable mal de su madre, una continua molestia para este egoísta y amargado solterón: “Llamo a mi madre porque cumple 82 años  y diez minutos más tarde estoy diciendo tacos y gritándole. Viéndolo ahora con perspectiva me parece increíble. De hecho, es la reacción inmediata  y contante que suelo tener con ella en cualquier circunstancia. La llamada dura 55 minutos a un coste de más de 2,5 libras. Las llamadas telefónicas a larga distancia siempre resultan insatisfactorias.”

            Y este mezquino personaje –al que uno se alegra de no haber conocido—escribió algunos de los poemas más lúcidos y verdaderos de nuestro tiempo. Son los misterios de la creación poética.

Lunes, 6 de septiembre
CONFESIONES INCONFESABLES

Vivo solo, bien a mi pesar. Lo que a mí me gustaría es compartir piso con el doctor Watson, o con la doctora Watson de la serie televisiva Elementary, que en eso no soy nada discriminativo (tampoco me importaría , todo hay que decirlo, compartir mansión con el mayordomo de Batman, Michael Caine).

Creo que voy a poner un anuncio en Internet, indicando condiciones: buena apariencia, inteligencia superior a la media, buen carácter, buen sueldo. Las relaciones sexuales quedarían rigurosamente excluidas y la admiración por mi inteligencia sería requisito obligatorio.

            Estas son cosas con las que me gusta fantasear, pero que no me atrevería a confesar a nadie, aunque sospecho que más de uno estaría de acuerdo en que compartir cama con la persona con la que uno comparte casa –y encima tener que hacer el amor con ella cada cierto tiempo--  resulta poco higiénico y escasamente afrodisíaco.

Martes, 7 de septiembre
POETA Y CABALLERO

¿Leemos de la misma manera a un poeta cuando es amigo nuestro que cuando deja de serlo? Yo me esfuerzo en juzgarlo con la misma equidad. Abro el nuevo libro de Miguel d’Ors, Viaje de invierno, y tropiezo en el primer poema, “A todas esas cosas”: “Ya sé que he de dejarlas aquí cuando me vaya, / y que antes o después, aunque me sobrevivan, / acabarán en nada –descuidos, asistentas / primitivas, carcoma, inundaciones, robos, / mudanzas, simplemente el uso…”.

            ¿No hay un asomo de racismo en el adjetivo “primitivas” aplicado a las asistentas en lugar del esperable “torpes”? ¿No se entrevén ahí los pueblos primitivos, a los que durante siglos nos dedicamos a explota , masacrar y civilizar? Esa asistenta que se hace equivalente a la carcoma o a una inundación será una emigrante rumanas, ecuatoriana o paraguaya, quizá con sangre indígena, aún no civilizada del todo.

            En “Luces de bohemia” contrapone la “pirotecnia de sueños” de los modernistas –cisnes y japonerías-- con su miseria cotidiana. Las hetairas de las que hablan no eran más “pobres bestias gordas y analfabetas”. No parece que para escandalizarse ante ese considerar “bestias” a las prostitutas –aunque se compadezca de ellas: “pobres”--  haga falta ser feminista, basta con ser humano.

            Y luego la guinda del pastel. En “Tres deseos” nos indica las tres cosas que quisiera ver antes de morir. La primera es un cuadro de Vermeer; la segunda, “la luna límpida y alta, / derramando su fulgor / sobre la noche de Salta / o Santiago del Estero / --la Cruz del Sur a estribor—“, y la tercera “Rodríguez Zapatero / con un mono de color / naranja guantanamero”.

Curioso sentido del humor el de este poeta que se muestra orgulloso de que las cajeras del supermercado le consideren todo un caballero, algo que requiere “además de ser maduro, / no sé, un porte, un talante, / un estilo correcto y elegante / que pasa entre lo chato de la vida y la gente / con un toque de humor benevolente / como a medio camino / entre lo British y lo cervantino”.

            Quizá de haber seguido siendo amigo mío Miguel d’Ors (un gran poeta, por otra parte, y en  otra parte de su obra), en las asistentas primitivas, las bestias gordas y analfabetas y Zapatero preso en Guantánamo, yo no habría visto más que un toque de humor benevolente, entre lo British y lo cervantino.

Miércoles, 8 de septiembre
EN EL BOSQUE

Paso la mañana en el bosque de La Zoreda, a pocos kilómetros de Oviedo, donde no había estado nunca, gracias a la benevolencia de un amigo que me sirve de guía en aquel insólito laberinto, lleno de extraños búnkeres, edificios en ruinas escondidos entre la vegetación y un silencio quebrado de pronto por el canto de un pájaro que parecía anunciar, como en el soneto de Gerardo Diego, una revelación: “Súbito, ¿dónde?, un pájaro sin lira, / sin rama, sin atril, canta, delira, / flota en la cima de su fiebre aguda”.

            Solo después, ya de vuelta de aquel mágico territorio, supe que allí había estado la Fábrica de Explosivos de la Manjoya, fundada en 1870 y que funcionó hasta bien entrado el siglo XX. Lo que yo he visto son restos de polvorines, hornos, almacenes y talleres, vueltos ya un elemento más de la naturaleza, hermoseados por lo que –tan impropiamente-- se llama “maleza”.

Paseo entre los robles, las hayas, los castaños, iluminados por la luz de septiembre, y en ningún lugar me he sentido más cerca de la divinidad. Creo entrever una ardilla y no me sorprendería ver aparecer de repente al ágil corzo o al fiero jabalí. El ruido del tráfico está a poco minutos, pero cuesta imaginarlo en este lugar que parece de otro mundo más hermoso y verdadero. Antes de la temerosa fábrica –una explosión se llevó por delante a siete trabajadores--, hubo aquí un caserón dieciochesco y antes, mucho antes, un asentamiento neandertal. Me abro camino entre la vegetación, admiro al abejorro que revolotea sobre una planta cuyo nombre ignoro, y de vez en cuando levanto los ojos al azul del cielo que se asoma entre el verde y el dorado de las ramas.

            Quizá este sea el destino final de cualquier construcción humana: los restos de los rascacielos de Nueva York hermosamente recubiertos por la maleza y quienes los habitaron tan perdidos y remotos como los neandertales que un día pisaron por donde yo piso y levantaron los ojos al mismo cielo.

Sábado, 11  de septiembre
PARA UN MONUMENTO

Propuesta para un monumento a levantar ante de la Casa Blanca o frente a la sede de la OTAN. Sobre un montón de cadáveres en bronce o mármol –los soldados se entremezclan con mujeres, civiles y niños afganos--, figura el siguiente epitafio: “¿Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes / y hemos matado a tantos tan estúpidamente? / Los padres de la Patria, los próceres y líderes / del Mundo Libre, la Democracia, los Derechos Humanos, / mintieron y mintieron y mintieron /

durante veinte años. Eso es todo”.

 

Elogio de la cordura: La piedra negra

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Domingo, 12 de septiembre
PIERDO LA PACIENCIA

No es frecuente. Soy la persona más tranquila y comprensiva del mundo, pero a veces yo también pierdo la paciencia.

            En un comentario en la Red, escribe José Luis Piquero: “Yo, al vacunarme, cumplo con mi deber de ciudadano, cosa que tú no cumples. ¿No hace falta? Tampoco hace falta votar (¿qué es un voto entre millones?) y votas con orgullo. Lo que algún día estudiaremos los que te conocemos es cómo has llegado a las posturas que tienes ahora. Espero que todas tus filípicas se conserven con ese fin”.

            Y fue entonces cuando, quizá por primera vez, perdí la paciencia.

            “No me vengas con bobadas, Piquero. ¿Desde cuándo protegerse de una enfermedad (que es lo que, supuestamente, hacen Pfizer y Moderna en los países ricos y AstraZeneca en los pobres) es un deber ciudadano y no un derecho? Tú no me proteges a mí vacunándote: te proteges, si es que te proteges, a ti. A mí me protejo yo (y hasta el momento bastante bien, cruzo los dedos), tomando todas las precauciones para evitar contagios: mucho aire libre, evitar aglomeraciones, sobre todo en lugares cerrados, utilizar la mascarilla en los contactos interpersonales en que no se puede mantener la distancia de seguridad (y nunca, jamás, cuando se pasea a solas por el campo o a la orilla del mar), etc. Quienes no protegen la salud de los ciudadanos son esas autoridades político-sanitarias cuyas recomendaciones tú sigues con los ojos cerrados y de las que yo a menudo me cachondeo.  Imponen el aforo limitado en los teatros y bibliotecas, pero no en los transportes públicos. Los autocares que hacen el trayecto entre Oviedo y Madrid (entre cinco y seis horas de encierro) van siempre llenos, los viajeros codo con codo. Y lo más risible es que te permiten que el asiendo de al lado vaya vacío si pagas el adecuado suplemento. Si la limitación de aforo es necesaria en un aula o en una sala de estudios (con todas las ventanas abiertas), ¿cómo es que no resulta obligatoria en un autobús, en un tren o en un avión? ¿Y de verdad tienes tú tan mala opinión de estas vacunas que no te las pones porque te ayuden a conservar la salud sino por un deber ciudadano? ¡Dios mío, Dios mío, a qué extremos ha llegado la tontemia! Superas incluso a Enrique Bueres y a Adrián Barbón, que yo creía insuperables. ¿Mi deber de ciudadano es contribuir a que los políticos saquen pecho (y ellos creen que votos) al presumir en los medios de que han vacunado más que nadie? ¡Menudo mérito! Pagan las vacunas, mediante leoninos contratos que no hacen públicos, con el dinero que hace falta en sanidad y educación, y cuentan con la ciudadanía más dócil. La mayoría es como tú, no como yo: traga lo que le echen.

Lunes, 13 de septiembre
ATARDECE EN LA PLAZA
 

Soy tan rutinario que hasta he convertido en rutina las alteraciones de la rutina. “¿Por qué no te vienes a pasar unos días a Sahagún? -- me sugiere mi amigo José Luna Borge-- Yo estará hasta principios de noviembre y mi casa es grande y tienes sitio de sobra, puedes dedicarte a escribir y leer sin que te molesten y además te enseñaría maravillas como un palacio renacentista, con una fabulosa loggia sobre una plaza que parece italiana  y que seguro que no conoces?”.

Esto me lo dijo hace dos o tres días y ya estoy apuntando estas notas en una terraza de la Plaza Mayor, después de haber saludado la torre de San Lorenzo, esa especie de palomar de arcángeles, de la que enamoré nada mas verla la primera vez.

            Si acepté la invitación tan rápido fue porque hace unas semanas, cuando pasé por aquí, quedé intrigado con un recuerdo de Venecia que me encontraron en la Casona de San Benito, construida sobre las ruinas del monasterio benedictino y convertida por sus dueños –herederos directos de quienes compraron el monasterio cuando la desamortización de Mendizábal-- en un pintoresco museo que algo tiene de gabinete de curiosidades.  Allí me mostraron una foto de Valle-Inclán, que desconocía, y una piedra negra sobre la que hay un diseño floral, dos pequeños leones y las palabras “Ricordi” y Venezia”, todo elaborado con brillantes teselas.

“Dicen que esta piedra negra es un trozo de la adoran los musulmanes en la Meca”, indicó, medio en broma, medio en serio, el dueño de la casa al mostrárnosla. Parecía, efectivamente, proceder de un meteorito. ¿Y quién utilizaría un meteorito para fabricar con él un recuerdo de Venecia? No se podían fotografiar los objetos y yo no pude averiguar nada más. Por eso aproveché de inmediato la invitación de mi amigo, a quien conozco desde que estudiamos juntos en la vieja Facultad de Filosofía y Letras, junto a la estatua de Feijoo. Lo primero que hice  al legar s Sahagún –soy así de impaciente-- fue ir hasta la Casona de San Benito, al lado mismo del gran arco triunfal por el que pasa la carretera, pero estaba cerrada.

Tengo entre manos un misterio que resolver, ¿qué más puedo pedir? A veces tengo la impresión de que la vida me trata mejor de lo que merezco.  Quizá pronto empiece a cobrármelo todo con intereses usurarios.  Pero de momento, mientras se pone el sol, procuro no pensar en ello. “La tarde se puso íntima / como una pequeña plaza”.. escribió Lorca. Una plaza soportalada y asimétrica, unamuniana y machadiana, con un rústico kiosco de madera, con tiendas de hace más de un siglo, con una fuente y niños que juegan, con vecinos que se reúnen para charlar de sus cosas. A esta hora, en este lugar, hay que darle la razón a Guillén: el mundo está bien hecho.

Martes, 14 de septiembre
DONNAFUGATA

Entro en el palacio de Grajal, mandado construir por Hernando de Vega a comienzos del siglo XVI. Está en restauración, tiene una parte visitable –el claustro, la escalera monumental, la loggia sobre la gran plaza-- y otra en reconstrucción. Me cuelo por una puerta secreta y recorro tenebrosos pasadizos, inmensos salones desconchados, con el suelo lleno de excrementos de palomas y las vigas del techo al descubierto. Temo que el suelo se hunda, temo no ser capaz de salir del laberinto. Recuerdo aquel paseo por los rincones secretos de Donnafugata, en la película de Visconti, y me parece que de pronto, en cualquier oscuro recodo, voy a encontrarme con Tancredi y Angelica entretenidos en sus escarceos eróticos.

Jueves, 16 de septiembre
MISTERIOS SIN RESOLVER

Siempre he sido un poco vanidoso, ¿para qué negarlo?, y sospecho que ese defecto se va acentuando con la edad. Me gusta resolver misterios solo con la información periodística, como una especie de Auguste Dupin. La misteriosa muerte del fiscal argentino Alberto Nisman fue uno de ellos. Siguen todavía mareando la perdiz con la tesis de un asesinato orquestado nada menos que por Cristina Fernández. Desde el principio estaba claro que se trataba de un suicidio. Del caso de Amanda Knox prefiero no decir nada, por motivos obvios. Estos días se ha hablado mucho de la falsa denuncia de la agresión homófoba a un chaval de Malasaña. Es raro que nadie haya visto que la denuncia puede ser falsa y la agresión verdadera. No le agredieron unos desconocidos, sino unos conocidos a los que no se atreve a denunciar. ¿Se imagina alguien que una mujer denunciara que, cerca de su casa, unos desconocidos le habían grabado la palabra “puta” en una de las nalgas y que luego las cámaras descubrieran que no había habido tal agresión y que ella dijera que había sido una denuncia falsa? Se investigaría quien le había tatuado con una navaja el insulto, quizá su marido, y no se aceptaría la tesis del consentimiento. Pues aunque no sea una mujer, ese chico merece el mismo trato, y no las burlas –Boris Izaguirre escribió que la palabra que debían haberle tatuado en el glúteo era “imbécil”--  a causa del daño que ha causado a la comunidad LGTB,

Viernes, 17 de septiembre
PARA UN CUMPLEAÑOS

Esta tarde, en el parque, me di cuenta. ¿Qué ha sido del recién nacido con sus ojos enormes? Era el bebé más guapo de la Tierra. Me han asegurado que es el mismo que unos meses más tarde devoraba los libros. El mismo que habló en lenguas de aves y de ángeles, el que dijo mamá y dijo gracias. El que ahora corre hacia la fuente y sabe encontrar la hierba buena y es amigo de la araña cruz. El que tiene ya un gesto tan mayor y de pronto se enfada y no sabe por qué.

Esta tarde, en el parque, me di cuenta. Le decimos adiós todos los días. Pero él no hace caso, entretenido en saludar al mundo con las manos abiertas, inconsciente y ruidoso como un río de incontenibles aguas. Como un río de fotos y de vídeos y ropa ya pequeña a cuya orilla nos sentamos a maldecir y a bendecir al tiempo, mientras él se hace cada día más joven y nosotros más viejos.

Elogio de la cordura: El negocio del miedo

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Sábado, 18 de septiembre
LA LEY DEL SILENCIO

Quedo por la mañana en Avilés con un amigo, de los que repiten que soy un paranoico, que lo de hablar de la Ministra d la Tercera Dosis es pasarse un poco, que cierto que las farmacéuticas ganan dinero, pero honestamente, como otra empresa cualquiera, que los periódicos publican un día sí y otro también artículos en favor de la vacunación total, incluso para los neonatos, no por razones inconfesables, sino porque están convencidos de que son la panacea, todas esas cosas que estoy harto de oír, como llamarme incívico, irresponsable, perroflauta, fascista, por no haber agachado aún la terca cabecita y pasado por el aro. Le llevo un ejemplar de Babelia, en el que Jordi Amat reseña El imperio del dolor, de Patrick Radden Keefe, que acabo de leer.

            ---Esa reseña desmiente tus insinuaciones. El País no tiene inconveniente en elogiar un libro que se adentra “en los turbios negocios farmacéuticos”, como dice la entradilla.

            ---En los negocios de los Sackler, una familia que ya ha sido juzgada, condenada por la opinión pública, y que no fábrica vacunas. Pero el libro no habla solo de ellos. Mira las páginas en las que he colocado un post-it, observa el nombre que se repite una y otra vez: Pfizer, Pfizer, Pfizer. ¿Aparece alguna mención en la reseña? Pues resulta fundamental en el origen de la riqueza de los Sackler. Arthur, el fundador de la dinastía, fue un genio en la publicidad farmacéutica. El primero en dirigirla a los médicos, en organizarles congresos bien pagados, en ocultar los efectos negativos. Y su gran cliente inicial fue Pfizer. El capítulo sexto cuenta una historia ejemplar. En 1956, se inaugura en Washington el IV Simposio Anual sobre Antibióticos. El encargado de pronunciar el discurso inaugural es el doctor Henry Welch, un alto cargo de la FDA, la organización federal encargada de aprobar los medicamentos, “un hombre con el poder de catapultar o sepultar un fármaco”. En su discurso, Welch anunció triunfal que se iniciaba una nueva era en la terapia antibiótica. La primera había sido la de los antibióticos “de espectro reducido”, como la penicilina; la segunda, la de los de amplio espectro, como la Terramicina, de Pfizer; la tercera se caracterizaría por “la combinación sinérgica de diversas terapias con las que se podrían combatir incluso infecciones que se resistían a las terapias tradicionales”. Apenas una hora después del discurso de apertura, Pfizer publicó un comunicado de prensa en el que anunciaba la tercera era en el tratamiento antibiótico y presentaba un nuevo medicamento, la Sigmamicina, anunciado como la primera “combinación sinérgica” capas de atacar a los gérmenes “que han aprendido a sobrevivir a los antibióticos más antiguos”. Las palabras de Henry Welch, una autoridad de la agencia que controla los medicamentos, se utilizaban para avalar la nueva terapia.

            Luego se supo –gracias a una investigación periodística seguida de otra en el Senado-- que aquel congreso había sido financiado íntegramente por Pfizer, que Welsh era asesor bien remunerado de varias revistas médicas que vivían de la publicidad farmacéutica, que el famoso discurso que sirvió para lanzar la Sigmamicina había sido supervisado por los publicitarios de Pfizer, que la famosa frase sobre la tercera era de los antibióticos que utilizaron en la promoción había sido incorporada directamente al discurso por ellos, que del discurso imprimieron más de doscientos mil ejemplares, teóricamente para repartir entre los médicos (acabaron en un almacén), que por contrato el supervisor Welch recibía el cincuenta por ciento en concepto de derechos de autor. A comienzos de los sesenta, se supo que si Welch cobraba diecisiete mil quinientos dólares anuales por su puesto como algo funcionario encargado de controlar los medicamentos, había recibido cerca de trescientos mil dólares de la industria farmacéutica. Se tardó cinco años, y una investigación rigurosa, para averiguarlo. Ahora es importante que esa vieja historia no salga a la luz. O que se cuente en un grueso libro,, pero que en un a reseña ni siquiera se menciones.

            ---¡Eres un paranoico, Martín! ¿Tú crees de verdad que del periódico le advierten a Jordi Amat que cuidadito con molestas a Pfizer, que de ella vivimos?

            ----O quizá la precaución la tomó él por sí mismo, recordando el caso Echevarría.. Ya sabes que a Ignacio Echevarría le expulsaron fulminantemente de Babelia por atreverse a ponerle peros a un lanzamiento de Alfaguara, entonces de la misma empresa que El País.  Yo confío en que, aunque hagan falta algunos años, una investigación periodística y una comisión del Congreso, se acabe desvelando la presunta colusión entre ciertos medios periodísticos, los encargados de proteger nuestra salud y los que se dedican a hacer sucios negocios con ella.

Domingo, 19 de septiembre
COMETO UN PLAGIO MÁS 

“Todo poeta, si lo es de verdad, nos plagia”, escribió, o debió haber escrito, Ortega. El poeta no es más que un portavoz de lo que sentimos o intuimos y no acertamos a decir. Publico hoy unas líneas en el cumpleaños de un joven amigo, Martín López Martínez, que no son más que una variación del poema, “Ángel y Heráclito”, de Jesús Beades. Pero pocos textos tan míos a pesar de que apenas lo he escrito yo.

Lunes, 20 de septiembre
INICIO DE ELEGÍA

La juventud, esa isla dichosa / que solo existe cuando se deja atrás.

Martes, 21 de septiembre
SUBTÍTULOS

Cuando paseo, me gusta ir leyendo los subtítulos. En esta mañana gris, mientras voy dejando mis huellas en la arena negra de la playa de los Quebrantos (qué bien los nombre ponía quien se lo puso a este hermoso arenal junto a un cementerio y debajo de un monte todavía con trincheras de la guerra civil), a la memoria me vienen los versos de Rubén Darío, que por aquí pasó algunos veranos: “Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, / y el temor de haber sido y un futuro terror… / Y el espanto seguro de estar mañana muerto, / y sufrir por la vida y por la muerte y por / lo que no conocemos y apenas sospechamos”.

Miércoles, 22 de septiembre
NO SOY NADIE

Como todo el mundo, yo también tengo mi psicoanalista, al que le cuento cosas que no contaría a nadie. No se trata de viejos traumas de infancia, de rencores inconfesables, de perniciosas perversiones. Tengo una memoria que hace bien su trabajo y ha leído a Nietzsche: lo que no mata engorda. Las dificultades superadas te hacen más fuerte y aquel desdén amoroso que entonces te dolió tanto quizás ahora –visto lo visto-- sea el mejor regalo que te hicieron nunca.

De lo que ahora me arrepiento es de mi falta de ambiciones. De no haberme esforzado lo más mínimo por lograr un primer lugar en el mundo literario. Si yo fuera premio Nobel, por ejemplo, mis opiniones tendrían su peso, se reproducirían en todas partes. Tampoco hace falta ese premio. Preferiría haberme convertido en un autor de referencia como Unamuno, en un “excitator hispanie”.  Estas son cosas que uno solo puede confesar a su psicoanalista, obligado a guardar el secreto profesional. He sido en exceso aficionado a encogerme de hombros. No puedo negar que me ha ido bien así. He escrito lo que he querido sin tener que adular a nadie ni tener que callarme lo que no gustaba al patrón de turno. Pero la libertad tiene un precio y ahora me toca pagarlo. Sigo siendo libre para decir lo que crea conveniente, pero donde pocos me escuchen. Querido psicoanalista, leo las recientes estadísticas sobre la vacunación en Asturias y no sé si reírme o llorar. Resulta que el único grupo de edad en que ya se ha cumplido el sueño  hoy de cualquier político, vacunar al cien por cien de la población, es el que comprende a los que están entre los 70 y los 79 años, o sea el mío. Ni me llamaron para vacunarme, ni leyeron mis continuas proclamas de que solo me vacunaría por razones sanitarias o causa de fuerza mayor (una pistola en la sien sería un buen argumento). Les basta con borrarme de un plumazo de sus estadísticas, como a un mosquito molesto.  Ya me conformaría con ser, ya que no un  premio Nobel o un Unamuno, un autor que vende mucho. Seguro que a Karmelo C. Iribarren o a Elvira Sastre no se atreverían a humillarlos así. Pero estas son cosas que solo le puedo contar a mi psicoanalista. Lo malo es que no tengo, ni he tenido nunca, psicoanalista. O sea  que no se las cuento a nadie, ni a mí mismo. 

Viernes, 24 de septiembre
REGALO LIBROS

La faja promocional de El imperio del dolor, afirma: “Incluido en la lista de lecturas de Barack Obama”. A mí se me ha ocurrido la idea de comprar varios ejemplares y enviárselos a la Ministra de la Tercera Dosis, a Adrián Barbón y a Pepa Bueno, directora de mi diario de referencia. No sé si tendrán tiempo de leerlo. Mejor que no lo comiencen porque entonces no podrán parar y las farmacéuticas les tirarán de las orejas por dejar, aunque sea unos segundos, de promocionar su gran negocio.

El imperio del dolor nos cuenta una historia de ambición, filantropía, crimen, impunidad, corrupción institucional, poder y codicia. Pero aunque lo leyeran, no creo que les sirviera de mucho. A la gente le cuesta entender las cosas más elementales si su cargo político, su sueldo o su lucrativo sobresueldo dependen de no entenderlas.

Elogio de la cordura: El fútbol o la vida

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Sábado, 25 de septiembre
TÚ TAMBIÉN

“Toda buena acción acaba recibiendo su merecido”, leí alguna vez en alguna parte. Y estos días tengo la ocasión de comprobar su gran verdad. La gratitud por un favor dura lo que dura la esperanza de recibir nuevos favores. “Al maestro, cuchillada”, afirma otro apotegma que suele cumplirse a rajatabla. Para no pensar en la trivial miseria cotidiana, ando dándole vueltas en las horas de insomnio a una pieza teatral, a una tragedia a la manera unamuniana, en la que los protagonistas sean el conde Ciano y Mussolini. Releo para ello el diario del primero. Termina el 8 de febrero de 1943, tres días después de haber sido destituido como ministro de Asuntos Exteriores, con su visita al palacio Venecia para despedirse del Duce: “Me invitó a que fuese a verle con frecuencia. ‘Hasta todos los días’. La despedida ha sido cordial. De esto estoy muy contento, porque a Mussolini le quiero, le quiero mucho, y la cosa que más ha de faltarme será el contacto con él”. El diario termina con esa declaración de amor, pero empieza con unas palabras fechadas el 23 de diciembre de ese mismo año: “Dentro de pocos días un tribunal de comparsas hará pública una sentencia que está ya decidida por Mussolini, bajo la influencia de un círculo de prostitutas y tiralevitas que desde hace algunos años apesta la vida política italiana y que ha llevado al país al abismo. Acepto con serenidad mi inicuo destino”. Sería fusilado en Verona dos semanas después.

            Alterno la lectura del diario con la memorias de Dino Alfieri, que fue embajador en Berlín durante los años en que Galeazzo Ciano era ministro. A su suegro Mussolini debía Ciano su rápida y exitosa carrera política. “Durante los primeros años y durante mucho tiempo, Mussolini demostró a Ciano estimación, confianza y simpatía. Después de que Ciano le había puesto al corriente de los asuntos del día, según acostumbraba a hacer todas las mañanas, el Duce le retenía a su lado para hablarle de varias cosas; y a menudo le mandaba llamar por la tarde al palacio Venecia para comentar con él lo acontecimientos internacionales más recientes, para ponerle al corriente de sus proyectos y para consultarle sobre los cambios en los altos cargos del Estado y del partido”. Le quería como a un hijo y sin duda pensaba en él como su sucesor. Pero a Ciano aquella situación de privilegio se le subió a la cabeza y pronto comenzó a intervenir en asuntos ajenos a su competencia y a criticar en privado las decisiones de Mussolini, a quien seguía adulando en público. Mussolini se enteraba de todo, pero nunca le llamó la atención. Se limitó a ir dejándole fuera de su círculo de confianza. Y Ciano, en lugar de tratar de recuperar esa confianza, fue sintiéndose cada vez más ofendido y acentuando las críticas. Hasta que llegó la sesión del Gran Consejo, el 24 de julio. En ella Ciano vota la proposición que serviría de pretexto al rey para la destitución de Mussolini.  Y cuando este, tras ser liberado por los alemanes, le tiene en sus manos no aceptará las súplicas de su hija, de sus nietos, para librarlo del fusilamiento. La traición de quien había sido su favorito abrió una herida imposible de cerrar de otra manera.

            No escribiré esa obra, pero entretengo el insomnio imaginando un último encuentro entre los dos, tras la sesión del Gran Consejo y antes de que Mussolini visite al rey y sea detenido. “¿Tú también, hijo mío?”, le pregunta dolido aquel trágico fantoche que así quiso emular una vez más a Julio César.

Domingo, 26 de septiembre
SABOR A MÍ

Solo veo cine en el cine y al cine voy siempre dispuesto a dejarme engatusar, divertir, emocionar, conmover. Y las películas que prefiero, aunque hablen de mundos muy distantes, son aquellas que tienen “sabor a mí”. El protagonista de Cry Macho tiene más de noventa años y a esa edad es capaz de derribar a un contrincante de un puñetazo, de escapar en coche a la persecución de la policía, de cumplir un difícil encargo, de enamorar y enamorarse. Mientras suena el bolero de Los Panchos yo pienso también “en esa compañera / que me esperaba y que quizá me espera”. Todavía me faltan algunos años para llegar a esa edad –veinte para ser exactos-- y ya no creo ser capaz de hacer nada de eso. Pero no importa la inverosimilitud del casting: sin Clint Eastwood como protagonista (el guion anduvo rodando por ahí desde 1970), la película sería otra cosa. Vemos su rostro anciano y a su trasluz el de Harry el sucio y el de todos los sucesivos héroes y antihéroes que fue.

            Algo de Lázaro de Tormes y de Huckleberry Finn tiene el protagonista infantil de Cry Macho, reflexión sobre la paternidad biológica y la verdadera, ese tema que ahora me trae a mal traer; enésima historia de frontera y road movie, una ración de melancólica felicidad.

            Envejecer así, como este viejo vaquero, y al final poder decir sin lágrimas, como en el soneto de Guillén, “embiste, / justa fatalidad. El muro cano / va a imponerme su ley, no su accidente”.

 

Lunes, 27 de septiembre
MALA COSA

Tener el síndrome de Casandra: veía venir la desdicha y no podía hacer nada por evitarla. 

Martes, 28 de septiembre
LA CAÍDA DE ÍCARO

Vivimos en una burbuja, en una pompa de jabón. Rueda irisada,  vuela y vuela. Somos conscientes de su fragilidad, pero creemos –o queremos creer-- que es para siempre. Y de pronto, cuando la creíamos eterna, estalla.

            Acaba de estallar. ¿Qué será de mí?

Miércoles, 29 de septiembre
TAN INTELIGENTE

Era tan inteligente que hasta era capaz de darse cuenta de lo poco inteligente que era en los asuntos verdaderamente importantes.

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Jueves, 30 de septiembre
MALA SUERTE

“Procura que tu felicidad no dependa de nadie más que de ti mismo”. Buen consejo, amigo Epicuro ¿Pero cómo conseguirlo si uno tiene la mala suerte de no ser Dios?

Viernes, 1 de octubre
PRÓRROGA

Lo más emocionante de muchos partidos suele ser la prórroga. Es lo que ocurre con el nuevo libro de Carlos Marzal, Nunca fuimos más felices, que tiene por excusa al fútbol, pero que es “un libro de amor: de amor a mi hijo, de amor al fútbol, de amor a las cosas, de amor a la vida”.

            La prórroga tiene dos partes, cara y cruz. En la primera, se nos describe una comida con amigos, la mayor parte escritores, que tuvo lugar el 1 de mayo de 2017. Fue una celebración feliz. Marzal –que es un escritor que ama la divagación y el circunloquio-- no nos ahorra ningún pormenor: la excursión previa por la sierra de la Calderona, el apetitivo (con su teoría correspondiente), el menú y su catálogo de arroces, la variedad de bebidas. Llegamos a impacientarnos un poco ante tanta demorada insistencia y complacido irse por las ramas, pero el autor quiere que quede claro que aquella tarde del 1 de mayo de 2017 estaban todos “en la cresta de la felicidad, o, mejor dicho, en la meseta de la felicidad (en una cresta mesetaria, un fenómeno de la geografía física que existe en mi escritura, en mi gratitud), porque éramos felices de forma sostenida, entre amigos, junto al fuego”.

            Y en un instante, la catástrofe. El hijo de Carlos Marzal –once años entonces-- le pide al poeta Antonio Cabrera que salga con él al patio a jugar un poco a la pelota. Al cabo de un par de minutos, volvió a entrar: “Papá, sal, que Antonio se ha caído y se ha hecho daño”.

            Lo que ocurrió después se nos cuenta en la parte segunda de esta prórroga, escrita con estoica serenidad, sin énfasis melodramático, pero que no se puede leer sin lágrimas en los ojos: “Antonio salió de su casa en  La Vall aquel uno de mayo y no volvió a jamás a pisarla. Cuando digo nunca más, hay que leer y entender eso: nunca más. Nunca más entre sus objetos, entre sus libros tal y como los había dispuesto. Nunca más frente al paisaje que asoma desde sus ventanas. Nunca más en su sillón frente a su flexo de lectura, de los que habló en algún poema. Nunca más al lado de todo lo que queramos añadir. Nunca más”.

Murió dos años después, el 17 de junio de 2019. Un traspiés, una caída aparentemente trivial, un mal golpe en la cabeza y se despertó prisionero en la carcasa de un cuerpo inerte.

Antonio Cabrera era también ornitólogo, amaba el vuelo y hasta el último instante no dejó de volar, amar, soñar, de darnos una lección de serenidad. Cierro Nunca fuimos más felicesy abro Tierra en el cielo, su colección de haikus sobre aves. El titulado “Grulla” dice así: “Volar, volar. / Darle al atardecer / su flecha triste”.



Elogio de la cordura: No tengo enmienda

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Sábado, 2 de octubre
ACAMPARÍA

“Si hubiera hoy elecciones generales, ¿a qué partido votarías, amigo Martín?”, “A ninguno.”, “¿Te quedarías en casa tú que tan partidario fuiste siempre de los socialistas, contra viento y marea, y del apaño del 78?”,”Me quedaría.”, “Y si hubiera otro 15-M, otra enmienda general contra las consecuencias del 15-M y todo lo demás, ¿acamparías en Sol en señal de protesta?”, “Acamparía.”

Domingo, 3 de octubre
VUELVE, BOND
 

“Con extremada tristeza, tomo hoy mi pluma para escribir estas últimas palabras en las que dejaré para siempre constancia de los singulares dones que distinguieron a mi amigo, el señor Sherlock Holmes,”

            Me imagino la desolación y el asombro con que los seguidores de Holmes leyeron en The Strand hace exactamente 131 años, allá por 1891, “El problema final”, la verídica crónica de la desaparición del detective, abrazado a Moriarty, en las cataratas de Reichenbach. Es la misma que siento yo hoy al salir del cine tras asistir al estreno de Sin tiempo para morir. Y las caras largas del resto de los espectadores, su silencio de duelo, me hacen suponer que su impresión es idéntica. Ganas me dan de iniciar una petición via Change.org solicitando ya que James Bond resucite de inmediato.

            Todos sabíamos que este iba a ser el último Bond de Daniel Craig. En Sin tiempo para morir ya ni siquiera es el Agente 007 (ese número mítico corresponde ahora a una mujer, interpretada por Lashana Lynch), pero sigue siendo James Bond y James Bond no puede morir.

            La película, que tan mal acaba, no puede empezar mejor, con imágenes de Noruega y de Italia unidas por una impactante elipsis: Madeleine, niña, escapa de su perseguidor por un lago helado y el hielo se quiebra y se hunde en las aguas y la vemos a punto de asfixiarse; cuando logra salir, estamos en Italia, en esa Italia de aguas azules y ciudades encaramadas en colinas que en el cine representa siempre el paraíso. Luego los títulos de crédito, una obra maestra que no habrían desdeñado en firmar Dalí y Buñuel y que podrían exhibirse independientemente en algún festival de cortometrajes.

            James Bond no puede morir, no debe morir ni tampoco envejecer demasiado. Desaparecido Daniel Craig, ahora queda buscar otro actor –en torno a los cuarenta años, que es la edad ideal del personaje-- que viva nuevas aventuras en ese tiempo sin tiempo, el tiempo del mito, que es el suyo. Y el nuestro cuando abrimos los ojos asombrados y sin parpadear asistimos al trepidante carrusel de unas aventuras que nos llevan de un extremo al otro del mundo, haciendo realidad nuestro ensueño adolescente.

Lunes, 4 de octubre
JUAN RAMÓN SUPERSTAR

También la historia de la literatura se puede contar como un cuento de buenos y malos. José Antonio Expósito, en Ecos de una voz, ha escrito un trepidante disparate, que tiene a Juan Ramón Jiménez por superhéroe y a todos los demás escritores de su tiempo por villanos y rastreros imitadores. ¿Qué era Azorín más que un adulador de Franco que se dedicaba a avillanar su prosa en los periódicos? A Lorca, por su parte, le bastaba ver una foto del poeta en bata para hacerse él otra con la misma doméstica indumentaria. ¿Que Juan Ramón tenía un Ford, regalo del hermano de Zenobia? Pues Pedro Salinas se compraba otro? Hay mucha erudición en este libro --Juan Antonio Expósito conoce bien el archivo del poeta y rescata papeles inéditos--, pero también mucho malintencionado chisme (Juan Ramón Jiménez fue el gran sismógrafo y el gran chismógrafo de su tiempo): Un ejemplo, entre mil: “JRJ le oyó contar a Antonio Machado que en una ocasión ‘un señor canoso, inflado y suavón’ pidió en una peluquería de moda si le podían teñir el pelo de blanco. Y el peluquero le contestó: ‘De blanco no, señor, pero tengo un tinte muy elegante que lo pone violeta’. ‘Pues, hombre, eso es lo que yo quería’. Quien quería lucir el pelo violeta era Eugenio d’Ors”. Anécdota tan fiable como aquella otra en que hace morir a uno de los hijos de Pérez de Ayala en la guerra civil.

            Hay escritores que son también personajes o, sobre todo, personajes. Juan Ramón Jiménez interesa quizá más que como autor de inagotables libros de poesía inéditos, pasto de filólogos, como enredador mayor, para bien y para mal, de la vida literaria de su tiempo. En el ameno libro de José Antonio Expósito da mucho juego como superhéroe, pero en una película de la Marvel quizá quedaría mejor como supervillano.

Martes, 5 de octubre
COMETO UN PREMIO MÁS

Detesto los premios literarios, nunca me presentaría a ninguno, nunca aceptaría ser jurado de ninguno, pero son ya veinte convocatorias las que llevo participando en el Emilio Alarcos. Siempre me digo que nunca más, que esta será la última vez y siempre acabo reincidiendo. Pero, en fin, ya lo dijo Ortega: yo soy yo y mis contradicciones. También me propongo callar en las reuniones, hacer como que escucho atento, no interrumpir a Josefina Martínez cuando nos refiere una vez más sin perdonar detalle su vida y milagros, no discutir con nadie.

Pero el hombre propone y Dios dispone y, año tras año, acabo interrumpiendo a todo el mundo –hasta a Josefina, lo que ya es mérito--, no dejándolos hablar y tratando de demostrar que, no ya lo que dicen, sino su entera manera de razonar resulta errónea, que deberían asistir a clases de lógica. Y lo peor de todo, lo que hace inexplicable que todavía me aguanten, es que en la mayor parte de los casos tengo razón. Una es la Aurora Luque que habla en sus poemas, con tan sabia, precisa y emocionada palabra, y otra la que no acierta más que a enhebrar un tópico banal tras otro cuando se refiere a las redes sociales, a James Bond (“ese insoportable machista”) o al tema estrella de la noche, mi reiterara afirmación de lo dañina para la salud y la integridad de las personas que ha sido la gestión de la pandemia, casi peor, o peor sin casi, que la propia pandemia.

            Cada año, además, me piden que presente al poeta premiado, que pocas veces ha contado con mi voto. Salgo como puedo del compromiso. A fin de cuentas, mentir un poco está socialmente aceptado si se trata de una presentación.

Me alegra conocer a Antonio Praena, todo un personaje cuyas andanzas teológico culturistas sigo desde hace tiempo, y simpatizo enseguida con David Hernández Sevillano, que habla en sus mejores poemas de la aventura de descubrir el mundo con sus hijos. Menos mal que no saben que hice todo lo posible para que el premio no fuera para ellos.

            Tenemos luego, tras el fallo, la lectura de poemas y todo lo demás, una nutrida y disparatada tertulia, como las de antes, en el Chelsea. Allí Berta Piñán se quita la negra mascarilla perpetua de consejera, deja de guardar distancias y vuelve a ser la poeta de siempre. Menos mal que Adrián Barbón no sigue mi Facebook y no ve las fotos, ni tiene tampoco la costumbre de leerme (le amargaría el desayuno los domingos), porque si no, es capaz de ponerla a hacer penitencia por dar tan mal ejemplo. 

Miércoles, 6 de octubre
CONTRA LOS POETAS

Ando últimamente bastante obsesionado conque los poetas –y no solo ellos, claro-- son bastantes ajenos al pensamiento racional, que el razonamiento lógico les resulta una lengua extraña. Por eso en la tertulia virtual de hoy decido poner a prueba la inteligencia, y la paciencia, de los contertulios habituales y les propongo una serie de problemas lógicos. Sencillitos, que no quiero asustar. Por ejemplo: “Tienes dos jarras de agua, una de cuatro litros y otra de tres, Puedes llenarlas y vaciarlas cuantas veces quieras. ¿Cómo conseguirías la cantidad exacta de dos litros en una de ellas?”

            Para mi sorpresa, los contertulios –incluso los que son buenos poetas—salen bastante bien parados de la prueba.

            En un compendio de sabiduría hinduista, leo el siguiente apotegma: “Si quieres saber lo que vales, divide por dos lo que crees que vales; si quieres saber lo que valen los demás, multiplica por dos lo que crees que valen”. Me temo que es lo contrario de lo que yo hago.

Jueves, 7 de octubre
EN LA SUITE PRESIDENCIAL

Un buen amigo que trabaja desde hace años, lo mismo que su mujer, en un importante medio de comunicación, me cuenta que ha sido invitado a pasar unos días en Cádiz alojado en la suite presidencial de no sé qué hotel. “Es la más fastuosa suite en la que yo haya estado nunca, Martín”. Luego, es así de ingenuo, comienza a recitarme las ventajas de la tercera dosis, como si fuera la ministra del ramo, y me anima a que corra a ponérmela. “Te queremos mucho, no queremos que nos faltes”. Yo, como no soy mal pensado, no relaciono una cosa con la otra.

Viernes, 8 de octubre
LA PEOR ALERGIA

La alergia a la estupidez es la peor de las alergias. Se la encuentra uno por todas partes y en todas las épocas del año.




Elogio de la cordura: Mi deporte favorito

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Sábado, 9 de octubre
DESMONTANDO A EINSTEIN
 

Un bar elegante de Madrid. La hora del cock-tail. Hombres y mujeres ríen, beben, fuman y crean un ambiente de zumbido multiforme que subraya amablemente una melodía amortiguada, surgiendo de un altavoz oculto. En un rinconcito, mi amigo X, un diplomático muy enterado, que vive en el extranjero desde hace muchos años, un diplomático “de carrera” y no “de ocasión”, me habla con la seguridad de quien “sabe lo que dice” y “dice lo que sabe”.

            ----Pero eso que me cuentas --exclamé sorprendido--  ¡es sensacional!

            ----Y completamente cierto. El periódico sueco Nya Dagligt Allechanda denunció ostensiblemente el plagio del judío Einstein, demostrando que había copiado las obras de Goldner. En un cierto sitio de sus cálculos, Goldner había omitido “el factor dos”, y resulta que ciento diez años después “el gran sabio judío”, al ocuparse del mismo problema, “coincidió” olvidándose también en el mismo sitio del factor dos. En Francia, por otra parte, el coronel Cops explicó la teoría de la relatividad reduciendo a muy poco, y a veces a nada, la parte personal de ese matemático judío, lanzado por la prensa de su raza como una vedette de music-hall. Pero nada hay tan significativo para observar la arrogancia de ese judío vanidoso como el incidente acaecido durante una visita a Chile. Un sabio chileno refutó su teoría y como no encontraba argumentos para defenderse ante esa refutación definitiva, dijo: “Nadie en el mundo puede refutar mi teoría y menos que nadie un chileno”. ¡Así es como discute las cuestiones científicas esa vedette judía creada a fuerza de reclamo!

            (Leo Esto, el semanario que dirigía Domingo de Arrese, y que se publicó entre 1934 y 1936. Estaba próximo a la CEDA y a los obispos y pretendía contrarrestar la influencia de Crónica o Estampa. “Misterios del judaísmo” se titula el artículo que aparece en primera página el 21 de junio de 1934. En la entradilla se lee: “La clave del intenso dramatismo mundial se esconde en la penumbra inquietante de la Sinagoga”, y al pie de una de las ilustraciones: “Huyendo de la patria deicida, el pueblo judío –nuevo Caín eternamente errante-- ha invadido todas las naciones”. No se limita a desenmascarar a Einstein el autor de esa sensacional información, Julio Arozena Martí, sino que, gracias al bien enterado amigo diplomático con el que charla en un elegante bar de Madrid, nos descubre las mil y una artimañas de esos deicidas para apoderarse del mundo. No estaba solo Hitler cuando decidió meterles en cintura. Contaba con el aliento y el aplauso de los buenos españoles que votaban a Gil Robles y proclamaban su fervor católico en los malos tiempos de la República).

Domingo, 10 de octubre
UN ELEGANTE BODRIO
 

----Veo que has vuelto a recuperar tus buenas costumbres dominicales. ¿Qué película has visto hoy?

---Madres paralelas.

----Pues no hace falta que me digas nada. Eres más previsible que Carlos Boyero. ¿Cuántos fallos de guion has encontrado esta vez?

----¿Quieres que te los mencione o es una pregunta retórica? Comienzo por los más insignificantes, pero que ayudan a que no te creas nada. Teresa, la mala madre –es de derechas-- de una de las protagonistas, dice: “Me divorcié por el Tribunal de la Rota, y ya sabes lo que es eso. Tuve poco menos que declararme puta y me quitaron la custodia de mi hija”. Pero el Tribunal de la Rota no concede divorcios, sino anulaciones y no las basa en la conducta inmoral de los cónyuges sino en la invalidez del matrimonio religioso, sus argumentos son de otro tipo. Probablemente Almodóvar confunde divorcio con separación, que es lo que existía antes de la ley del divorcio, que es de 1981, anterior a los hechos que se cuentan. Quizá estaba pensando en casos como el de Ana María Matute, que perdió la custodia de su hijo al decidir separarse de un marido maltratador, pero eso fue durante el franquismo. Yo me entretuve –además de en admirar a Penélope Cruz-- en deconstruir el guion de Almodóvar, que parte de dos noticias periodísticas: una joven, al llegar a su mayoría de edad, se hace un análisis genético y descubre que no es hija de sus padres, que hubo un cambio de bebés en el hospital;  al abrirse una fosa común, se descubre junto a los restos de uno de los ejecutados un sonajero. ¿Vas a ir a ver la película?

----Ni loco. Conozco maneras más agradables de perder el tiempo..

----Pues entonces no te importará que te haga algún spoiler. Dos madres comparten habitación y por estas cosas que pasan en los hospitales les entregan los bebés cambiados. Las dos son madres solteras. ¿Y cómo descubren el error? Pues porque el padre biológico de uno de ellos, meses después, cuando lo ve por primera vez, tiene la intuición (¡la fuerza de la sangre!, que diría Echegaray) de que no es suyo. O sea que la madre, que lo tuvo en sus brazos, no nota nada cuando se lo devuelven de una revisión cambiado por otro y el padre, en cambio, lo descubre al verlo meses más tarde por primera vez. No sigo, nada se sostiene en este melodrama más falso que Judas entremezclado con un simplón panfleto sobre la memoria histórica. Una de las madres es una adolescente que ha sido violada, pero cuyos padres, que no han denunciado para no causarle un “trauma”, deciden que tenga el hijo no deseado. Aunque los padres sean de derechas, todo lo egoístas y malas personas que puede ser la gente de derechas según Almodóvar, su comportamiento carece por completo de verosimilitud. Y encima la adolescente violada lleva en el móvil la foto de los violadores, sus compañeros de estudio, como recuerdo. En fin, un elegante bodrio: buenos actores, buena fotografía, buena música y un guion que hace aguas por todos lados.

----Debería haberte contratado a ti como guionista

----Debería haber contratado un guionista y, si quería conservar todo el protagonismo, pagarle el doble para que aceptara que no apareciera su nombre. 

Lunes, 11 de octubre
EL MEJOR NEGOCIO

Encontrar la solución y luego –con la eficaz ayuda de expertos y políticos venales-- crear el problema.

Miércoles, 13 de octubre
LA CONSTITUCIÓN NO HA CAMBIADO

Me repiten tanto que soy como aquel conductor que iba en dirección contraria por la autopista y pensaba que los equivocados eran todos los demás que me han comenzado a entrar dudas. ¿Cómo es posible que solo yo sepa lo que dice el articulo 56.3 de la Constitución, que siempre se cite mutilado, convirtiendo un punto y seguido en punto final? ¿Habrá habido, en los días del terror sanitario, algún cambio encubierto de la Constitución?

Para salir de dudas, consulto con un amigo que ha sido miembro del Tribunal Constitucional. Me asegura que sigue diciendo lo mismo: “La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Sus actos estarán siempre refrendados en la forma establecida en el artículo 64, careciendo de validez sin dicho refrendo, salvo lo dispuesto en el artículo 65.2”. Me asegura también taxativamente que el artículo 64 –el que indica que los actos del Rey serán refrendados por el Presidente del Gobierno y, en su caso, por los Ministros competentes-- no ha sido objeto de ninguna modificación. El apartado 64.2 conserva por lo tanto toda su vigencia: “De los actos del Rey serán responsables las personas que los refrenden”.

            O sea, que de aquellos actos del Rey en los que no está sujeto a responsabilidad otros son los responsables. La no sujeción a responsabilidad del jefe del Estado no supone que su actuación como tal no esté sujeta a responsabilidad, sino que les corresponde a otros: el gobierno que es quien le da el aval a sus actos.

            ¿Y qué ocurre si un jefe del Estado, insatisfecho con sus “escasos” honorarios, decide montar en Palacio, junto a su compañera sentimental, una especie de gestoría dedicada a facilitar los buenos negocios, dados sus contactos e influencia, cobrando a cambio suculentas comisiones? Pues que o bien tales actividades está sujetas a la inviolabilidad y entonces debe responder de ellas quien las ha refrendado o no ha cumplido con su obligación de refrendarlas, esto es, el presidente del Gobierno, o son actividades particulares de un ciudadano que, como cualquier otro, debe responder ante la ley. La respuesta la doy yo, mi informante decide, en este caso, reservarse su opinión.

Jueves, 14 de octubre
SABIO  Y CARISMÁTICO

No es cómodo ser amigo mío. Mi deporte favorito es poner a prueba la paciencia y la inteligencia de los demás. A José Manuel Feito, sabio y carismático, le gustaba hablar y siempre estaba rodeado de oídos admirativamente atentos. Solo yo le llevaba la contraria (“basta que yo diga blanco para que tú digas negro”, me repetía), pero a pesar de ello seguíamos viéndonos y debatiendo de todo lo humano y lo divino (y nunca mejor dicho esto último porque la teología era uno de nuestros temas favoritos). Hoy se le dedica un homenaje en Avilés y yo escucho a sus buenos amigos tratando de pensar en otra cosa para no emocionarme demasiado, pero al final no puedo evitar que los ojos se me llenen de lágrimas. Mi deporte favorito es jugar a la esgrima verbal con alguien inteligente, bien informado y que no piense como yo. Qué buenas partidas jugué con José Manuel Feito, el cura de Miranda. Y las sigo jugando.

 


Elogio de la cordura: No te acostumbres

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Sábado, 16 de octubre
DECÍAMOS AYER
 

“En mi tiempo…”. Me divierte esa expresión que escucho a veces en gente de mi edad. Yo no me siento un superviviente de otros tiempos mejores o peores que ha llegado a una época que no comprende del todo. Más bien soy un hombre de este tiempo nacido antes de tiempo y por eso ha tenido el privilegio de vivir en el pasado y de poder volver a otras épocas de las que guarda memoria personal.

Entre 1972 y enero de  1975 se publicaron las entrevistas que Monserrat Roig reunió en Los hechiceros de la palabra y que, en muchos casos, yo leí cuando aparecieron en Triunfo o Destino. Las releo ahora y me doy cuenta de lo arcaica que era lo que yo viví como eufórica modernidad en aquel final del franquismo. Visita a Josep Pla y por el camino se encuentra “con un labrador empujando, paciente, solitario y silencioso, el arado con  un caballo”; antes de saludar al escritor, observa a una mujer “que lava, restriega la ropa con fuerza, en un lavadero situado a la izquierda de la casa si se mira hacia el sur”.

            Dos secretarias aturdidas van y vienen delante de una puerta. “Oye, tú, pregunta que cómo se llama el pueblo aquel de Almería donde se ruedan westerns”. Llaman por teléfono a un amigo de la Transmediterránea que quizá se acuerde. Hace falta saber el nombre de ese pueblo porque lo ha preguntado una voz potente que está detrás de la puerta. Esa voz es de Camilo José Cela, que entonces para cualquier duda que hoy resuelve Internet llamaba a gritos a sus temerosas secretarias, como un todopoderoso señor feudal.

            Pero no son las condiciones materiales las que nos distancian de aquella época en la que yo comencé a trabajar y publiqué mi primer libro. Nos deja atónitos la barbarie moral. Y quien la manifiesta es nada menos que el escritor que entonces mejor representaba la modernidad, Juan Benet. Cita a Faulkner –cómo no-- y dice que la ética de un escritor deber ser escribir un buen libro, “aunque para ello deba matar a su madre, violar a su hermana,  robar a su padre y quemar la comunidad donde vive”. 

Solo una boutade del novelista sureño, por supuesto. Pero  el autor de Volverás a Región y otros contundente ladrillos de la época parece tomársela en serio: “Probablemente, esas cosas no se ponen delante de uno, pero si se pusieran delante, debería violar a su hermana para escribir bien”. La réplica de Monserrat Roig: “No creo yo que sea necesario violar a la hermana de uno para escribir bien…”. Y la respuesta de Benet: “No, si esa fuera la panacea produciría doble satisfacción en mucha gente”.

            Y lo más terrible es que lo escandaloso es el incesto, no la violación. Esa parece que era entonces una actividad bastante normal y bastante corriente, aunque no parece que ayudara a escribir mejor.

Domingo, 17 de octubre
UNA BUENA IDEA

Qué buena idea la que leo hoy en un suplemento dominical. Resulta que una cadena de supermercados holandesa ha decidido instalar, junto a las cajas normales y las cajas rápidas, cajas lentas, para aquellas personas que no tienen ninguna prisa y les gusta tener un rato de conversación con el cajero o la cajera. Personas de edad que por lo general viven solas, la mayoría de ellas.

            Una buena idea que espero que pronto se extienda por aquí. No es que yo las necesite, yo soy más bien de alta velocidad. Lo que no nos vendría mal a los que escribimos es que, en los locales que frecuentamos, entrenaran a los empleados para decir de vez en cuando “Muy bueno ese artículo que hoy publica en el periódico” o “Enhorabuena por su último libro, creo que está teniendo mucho éxito”.

            Al llegar a cierta edad, unos necesitan un rato de conversación y otros uno o dos elogios diarios, aunque sean mera cortesía. Menos mal que nos queda Facebook.

 

Lunes, 18 de octubre
EL PEOR POETA DEL MUNDO

----¿Tienes un momento? Te voy a leer unos poemas que aparecen en El Cultural a ver qué opinas de ellos: “Era quien en noche clara de verano se adentraba. / Su último amor ha largo tiempo se le había ido. / Él no se lamentaba. Mas de púrpura se inflamaba / el rubor de la llaga de su corazón herido”.

----No sigas, no sigas. Sé quién es ese autor.

----Stefan Zweig, el peor poeta del mundo si hemos de juzgar por esta traducción.

----Zweig no es el peor poeta del mundo, pero Richard Gross sí es el peor traductor del mundo, al menos en lo que a la traducción poética se refiere. Es austriaco y se atreve a traducir al español, para el que carece de oído literario: “A guisa de introducción” titula un poema; “Solos, ambos a dos” comienza otro. Y cree que lo primero que hay que conservar al traducir un poema es la rima. Ningún ripio le es ajeno, como ningún arcaísmo o ridículo neologismo.

----¡Y no te parece una vergüenza que reproduzcan esas versiones en un suplemento y que en otro los saluden alborozados como un acontecimiento literario.

----Bueno, Abelardo, eso solo indica que la prensa cultural es publicidad por otros medios, que nada tiene que ver con la crítica. Y que la competencia en materia poética es menos abundante de lo que se cree. Hay muchos profesores y estudiosos tan capacitados como Mainer que carecen completamente de ella. Ese libro que todos elogian, Cuerdas de plata, lleva un prólogo de César Antonio Molina.

----¡Le escribiré preguntándole como puede avalar tal disparate!

----En realidad no lo avala.. El prólogo, extenso, que mezcla literatura de viajes con indagación biográfica y ensayismo, merecía un edición independiente. Yo aconsejo a quienes compren este libro, si tienen algún respeto por Zweig y por la poesía, que abandonen su lectura en cuanto terminen la admirable introducción. Y no lo avala porque cuando César Antonio Molina cita la poesía de Zweig no lo hace con los disparates de Gross, sino en la versión de Fernando Maristany, publicada hace un siglo.

Martes, 19 de octubre
QUÉ DISPARATE

No gana uno para sobresaltos. Leo un titular periodístico: “Sánchez aboga por acabar con la inviolabilidad legal del Rey”. Qué disparate, eso supondría un cambio de Régimen. Generalmente los titulares no recogen la literalidad de las declaraciones, pero en este caso parece que se le aproximan bastante. Sánchez estaría dispuesto “a eliminar o matizar la inviolabilidad del rey en una futura reforma constitucional”, una inviolabilidad que habría servido legítimamente en su momento, pero no sirve ya en una democracia consolidada.

            El jefe del Estado, estimado Pedro Sánchez, es inviolable y no es responsable de sus actos como jefe del Estado porque sus actuaciones no las decide él, sino el gobierno, que es el responsable de las mismas. Si Felipe VI no puede negarse a firmar un indulto a los líderes catalanes, tampoco puede ser responsable de la posible ilegalidad de esa medida. ¿Queda  claro? A la Constitución, en este aspecto, no hay que cambiarla, basta con conocerla, sin mutilarla, y aplicarla, cosa que últimamente –a juicio del Tribunal Constitucional-- parece que no se ha hecho con excesiva frecuencia.

Si yo fuera corresponsal de un periódico importante, en la próxima rueda de prensa de Pedro Sánchez, le diría: “Presidente, en lugar de una pregunta, voy a hacerle un ruego. He traído conmigo un ejemplar de la Constitución. ¿Podría leernos completo el artículo 56.3 y luego el 64, que en él se menciona?“

Después de leerlos en voz alta y en público, con una multitudinaria audiencia por testigo, no se atrevería Pedro Sánchez a decir que hay que eliminar la inviolabilidad del Rey, que le hace a él responsable de su actuación como jefe del Estado, no al monarca, “que carece de responsabilidad”. Ni ningún fiscal, juez o catedrático de Derecho Constitucional se atrevería a volver a afirmar, o a dar a entender, que la Constitución autoriza al rey a actuar en su vida privada al margen del código penal, como un Ceaucescu cualquiera, o que le protege de cualquier actuación legal si delinque, lo que viene a ser lo mismo.

Miércoles, 20 de octubre
ELOGIO DE LA REPETICIÓN 

Un escritor debe ser brillantemente monocorde,  repetir siempre las mismas cosas, pero sin que nunca nos cansemos de escucharle.

Jueves, 21 de octubre
ES IMPORTANTE

“¿Es importante la cultura para el que se dedica a escribir?”, le preguntaron una vez a Francisco Umbral. “Es fundamental, salvo quizá en el caso del poeta lírico. Pero nunca estorba. Sobre todo porque, si no tienes cultura, ¿de dónde vas a plagiar?”

Viernes, 22 de octubre
A LA ESTUPIDEZ, POR EJEMPLO

Aunque a todo se acostumbre uno, hay cosas a las que no conviene acostumbrarse.



Elogio de la cordura: Las maravillas del mundo

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Sábado, 23 de octubre
FUEGO EN LOS HUESOS

El azar, al menos de momento, parece que me quiere bien. Como hoy no he ido a Avilés, termino mi ración de lectura en uno de los riñones favoritos de mi biblioteca –el McDonald’s de Los Prados--  antes de lo habitual. No sé qué hacer con el tiempo que me sobra, aunque estoy acostumbrado, desde la más tierna infancia, a que me sobre tiempo. Me acerco hasta la cartelera de los Yelmo y compruebo que dentro de cinco minutos comienza la transmisión de una ópera desde Nueva York. El título, Fire Shut Up in My Bones, no me dice nada. Nunca había oído hablar de ella, pero basta una breve consulta en el teléfono para darme cuenta de que no puedo perdérmela. Y qué emocionante desde el principio esta historia de humillación y superación. El libreto está basado en la autobiografía de Charles M. Blow, un periodista de The New York Times; el título procede de un pasaje de Jeremías: “Pero había en mi corazón algo así como un fuego ardiente prendido en mis huesos y aunque yo trabajaba para sofocarlo no podía”.

            Cuánta verdad, cuánta magia y cuánta fuerza en esa madre coraje, Billie, la soprano Latonia Moore, y cómo nos llega al corazón la fragilidad del niño Charles, Walter Russell III, objeto de abusos, demasiado delicado para la rudeza del barrio en que ha de desenvolverse.

            El músico de jazz Terence Blanchard ha sacado a la ópera del museo arqueológico y la ha puesto de patitas en la calle. ¡Ya era hora! Aquí en Oviedo piensan que modernizar la ópera es darles un teléfono móvil a los personajes de La flauta mágica o situar la Agripina de Haendel en un motel de carretera, algo así como si la pintura acabara en el siglo XIX y lo único que nos quedara hacer fuera pintarle bigotes a la Gioconda o repintar las Meninas con los personajes vestidos con ropa actual.

            El teatro neoyorquino estaba lleno –era la última función de la ópera que inició la temporada en septiembre--, pero la sala de cine casi vacía, al contrario de lo que solía ser habitual. Desde tan lejos, se ve mejor y con una propina añadida: nos dejan adentrarnos entre bastidores. Mientras entrevistan al director y a los cantantes, el coro masculino ensaya, o juega a ensayar, lo que yo llamo el ballet de las tentaciones, entre la danza, el encuentro erótico y el combate y ese borrador previo tiene tanto encanto como la representación posterior, con tenerlo esta mucho.

            En un cruce de carreteras, un joven se encuentra con su destino, y qué acierto que este destino lo representa una soprano en la que todo es hermoso: la sonrisa, la voz y el nombre, Angel Blue. Yo también estoy en una encrucijada de caminos. No es la primera vez. Pero no acabo de acostumbrarme.

Domingo, 24 de octubre
LINTERNA MÁGICA

Qué sucesión de maravillas. Ayer fue la música dolorida y vibrante de Terence Blanchard, hoy abrir los ojos asombrados, como cuanto era niño, ante la pantalla convertida en linterna mágica por Wes Anderson.

            No sé cuál de las tres historias que cuenta en La crónica francesa me gusta más si la burla del arte contemporáneo, si el homenaje a mayo del 68 o el thriller gastronómico-carcelario.

            ¿Cuántos años hacía que no me daban ganas de volver a ver una película nada más terminar de verla? El mundo de Wes Anderson es el mundo en que a mí me gustaría quedarme a vivir. Y La crónica francesa –o en su defecto The New Yorker-- el único periódico en el que me gustaría trabajar.

Lunes, 25 de octubre
ELOGIO DEL ERROR

Hay aciertos a los que solo se llega después de haberse equivocado mucho. Yo, que razono tan bien cuando de pura lógica se trata, en las cosas importantes de la vida suelo disparatar bastante. Pero gracias a uno de esos errores, a un afortunado error, estoy ahora donde estoy, que es donde siempre quise estar, aunque no lo supiera.

Martes, 26 de octubre
BIEN HECHO

Los días vuelven a saberme a poco y eso quiere decir que vuelven a saberme bien. ¿Por cuánto tiempo? De sobra sé que estos hermosos días de otoño, como los otros días, tienen los días contados. Pero de pronto eso ha dejado de preocuparme. Del mañana no hay certeza, pero hoy el mundo está bien hecho y se tiende frente a mí y se deja acariciar. 

Miércoles, 27 de octubre
CALLA, CALLA

Lo que tiene interés periodístico interesa mucho hoy, pero poco mañana. Lo que tiene interés histórico interesa siempre. Pero no siempre resulta fácil la distinción.

            ----¿Y por qué no hablas de la lucha por la oficialidad del asturiano, Martín? ¿No crees que tiene interés histórico?, me pregunta Xuan Bello.

            ----Hay muchas cosas de las que no hablo, aunque tenga opinión sobre todo, como todo el mundo.

            ----Tú estás obsesionado con el anterior jefe del Estado y siempre que puedes lo sacas a relucir, como si no hubiera otras cosas interesantes de las que hablar.

            ----Y otras de las que no se puede hablar si no quieres arriesgarte a que te echen del periódico, te cierren tu canal de YouTube o borren tus mensaje de las redes sociales. Y no importa que seas el presidente democrático de un país democrático, te pueden tratar de cerrar la boca igual.

            ----Eres un conspiranoico, Martín. ¿Lo sabías?

            ----¿Cómo no voy a serlo si leo los periódicos?

            ----Pues poco caso les haces. No habrás leído en ellos una sola línea en contra de las vacunas y, sin embargo, todavía no te has vacunado.

            ----Calla, calla. Eso es un secreto. ¿No querrás que me lapiden?

Jueves, 28 de octubre
EL LARGO VIAJE

Asisto a la entrega del premio Jovellanos a Anna Caballé con un cierto recelo. Hoy es la entrega, pero yo hace tiempo que he leído El saber biográfico y lo he reseñado y, como es habitual en mí, le he señalado todos los descosidos.

Pero me recibe muy amablemente. O no conoce la reseña o me conoce lo suficientemente a mí como para que no le sorprendiera. No es un Fernando Valls, a quien no le gustó algo que dije, y ahora aprovecha el prólogo a los diarios de Chirbes, donde enumera a todos los diaristas contemporáneos ,para silenciarme y hacerme así brillar por mi ausencia, uniendo a la mezquindad cierta candorosa ingenuidad.

            Anna Caballé se refiere a los diarios de Jovellanos –tan atentos a todo, tan prodigiosamente enciclopédicos-- y a la noche del 13 de marzo de 1801 en que fue detenido mientras dormía en esta misma casa en que ahora nos hallamos. Acudió a detenerle el regente de la Audiencia de Oviedo, Andrés de Lasaúca, que antes le había investigado sin encontrar nada en su contra. Pero ahora nada podía hacer para oponerse a unas órdenes que venían de muy arriba y que exigían el máximo rigor. Me imagino, mientras escucho a la escritora, aquella escena, que tan bien narró Ceán Bermúdez: “Sorprendido el señor don Gaspar en su cama, antes de salir el sol le hicieron vestirse y que entregase sus papeles. Se le prohibió el trato con sus amigos y parientes, que deseaban verle y consolarle, y solo se permitió el preciso con algunos criados, para disponer lo que había de llevar en el viaje y prevenir lo conveniente al arreglo de su casa. Estuvo encerrado en ella el día 13, presenciando el acto de cerrar su selecta librería y antes de amanecer el día 14 le sacaron de Gijón”.

            El viaje hasta Barcelona, en donde embarcó para Mallorca,  duraría nada menos que un mes y durante ese tiempo se hizo amigo de su carcelero, Andrés de Lasaúca, a quien convirtió en su amanuense. La artrosis le impedía usar la mano derecha. Gracias al regente de la Audiencia que lo acompañaba pudo seguir con su diario. En las últimas líneas es el copista, algo más que copista, quien habla: “La hora de nuestra separación se acerca. ¿Qué hado siniestro la ordena? Pero mi compañero seguro de su inocencia, se entrega en los brazos de la providencia divina y ambos concluimos este Diario, que en tan largo y molesto viaje nos ha ofrecido un honesto e inocente entretenimiento. ¡Denos el cielo algún día el placer de repasarlo juntos con la misma buena unión que lo escribimos!”

            Se despidieron, después de largos abrazos, entre lágrimas. Pocos casos hay de diarios en colaboración, y ninguno como este, concluye Anna Caballé. Pero de súbita amorosa amistad entre cautivo, o cautiva, y carcelero hay más de uno, pienso yo. Y recuerdo la historia del pintor y su guardiana en La crónica francesa.

Viernes, 29 de octubre
ILUSIÓN

“Te haces la ilusión de que sigues la marcha del mundo, pero hace tiempo que el mundo va por un camino y tú por otro”, me digo. Pero no acabo de creérmelo.



 

Elogio de la cordura: Ni olvido ni perdono

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Sábado, 30 de octubre
UN BUEN NEGOCIO

“Te propongo participar en un negocio, Martín. Rentabilidad segura. Tiene que ver con la vanidad y eso no puede fallar. Una empresa al estilo de Glovo, pero que no lleve a casa alimentos para el cuerpo, sino para el espíritu. No, no se trata de libros, que eso no sería novedad. Se trata de distribuir elogios bajo pedido. ¿Te sorprende? Deja que me explique. Seguro que tú, además de socio de la empresa, serás un buen cliente. Imagínate que estás una mañana en Los Porches o una tarde aburrida en cualquier cafetería. El libro que has llevado contigo prometía mucho, pero se desinfla a las pocas páginas. Nada te gustaría más que el que apareciera alguno de tus lectores para elogiarte y darte conversación. Los amigos tienen la mala costumbre de aparecer solo si tienes una lectura apasionante. Y lo único que suele aparecer es un poetastro para que leas sus poemas y se los comentes “con total sinceridad”, aunque pobre de ti si lo haces. ¿Qué te parecería si en ese momento pudieras marcar un número y al poco tuvieras contigo a una persona dispuesta a comentar tu último libro o a debatir sobre la supuesta inviolabilidad total del jefe del Estado, según la Constitución española? No tendrías que pagar nada, por supuesto, bastaría con que estuvieras suscrito al servicio por una módica cuota mensual. También la empresa se encargaría de patrocinar trabajos de fin de Grado o de fin de Máster, o incluso tesis doctorales. ¿Qué escritor no estaría encantado de recibir a un joven estudioso interesado en su obra? Cualquier estudiante, cualquier licenciado, cualquier desempleado aficionado a la lectura podría darse de alta en nuestro servicio. Para dar conversación, no hace falta ser experto en el autor que nos contrate. Basta con que busque sus datos en Internet y a partir de ahí le haga alguna pregunta. A los escritores nada les gusta más que hablar de sí mismos. ¿Te apuntas entonces? Con diez mil euros sería suficiente para iniciar la empresa. Antes de un año, comenzarás a recuperarlos con intereses. ¿Que eso es una especie de prostitución intelectual, que los elogios comprados no satisfacen a nadie? Parece mentira que digas eso, Martín, tú que estás cansado de torear vanidades ajenas. Los poetas intercambian elogios por elogios, adulan para conseguir una mísera reseña, los editores invitan a comer al crítico a un buen restaurante para que les trate bien. Todo tiene un precio, Martín, los suplementos culturales son casi solo publicidad encubierta. ¿Sabes cuánto cuesta cada reseña elogiosa de la última novela de Pérez-Reverte, por ejemplo? Lo que nosotros ofrecemos es un complemento para paliar la soledad del escritor. Con un elogio a tiempo, se curan muchas depresiones. ¿Tú no te apuntarías a un servicio de elogios y conversación sobre el tema que más te interesa, tú mismo, a domicilio? ¿Y qué estudiante de Literatura que no sabe a qué tema dedicar su TFG o su TFM no aceptaría una pequeña beca para dedicarlo a un determinado autor, que además le facilitaría todos los datos y todo el material que necesita? Piénsalo bien. Es un negocio seguro, con futuro”.

Domingo, 31 de octubre
EL BUEN PATRÓN

¿Quién no podría poner nombre y apellidos a ese buen cabrón, a ese patrón paternalista que Fernando León de Aranoa ha convertido en protagonista de su última película? Todos hemos conocido a alguien así, aunque a veces no fuera un empresario, sino un político simpático y caciquil, como suelen ser los alcaldes que arrasan en las urnas.

Lunes, 1 de noviembre
SOL DE OTOÑO

Playas de San Pedro, de Aguilar, de Xilo, solitarias en este día festivo en el que los que siguen en el camino recuerdan a los que ya han llegado a la meta. Se anuncia mal tiempo, pero hoy el otoño ha querido mostrarnos su mejor cara y se ha puesto las mejores galas y el sol nos acaricia con delicadeza mientras caminamos por la orilla del mar.

            A la memoria me viene el endecasílabo de Manuel Machado: “el mar, el mar, y no pensar en nada”. Pero yo pienso en muchas cosas, incluso en algunas en las que pensar no quiero.

Martes, 2 de noviembre
ANTE EL ESPEJO

De Monforte de Lemos me llega una larga carta a la antigua, de las de tinta, papel y sello, en la que un para mí desconocido Víctor Vázquez Quiroga, me dice que tardó en leerme porque en los círculos ovetenses en los que él se movía por los años ochenta y noventa, yo era considerado un “tontaina narcisista”.

Sonrío. Lo de “narcisista” pase (aunque yo soy de los que le preguntan al espejo no si hay alguien más guapo, sino si hay alguien más listo), pero lo de “tontaina”… Eso creo que ni entonces ni ahora.

Miércoles, 3 de noviembre
BUENAS RAZONES

Si la importancia de una persona depende del número de sus enemigos, va a resultar que yo soy más importante de lo que creía. Bastó que José Luis Piquero publicara en su Facebook una fotografía en la que aparecemos juntos allá por 1987 o 1988 para que un laborioso escritor asturiano iniciara una sarta descalificaciones e insultos. El odio le salía por las orejas. ¿Que le habré hecho a este hombre?, pensé. Y no tardé en recordarlo. Si el amor puede ser sin porqué, el odio tiene siempre su porqué. Hace años este escritor me pidió que presentara una novela suya. Me resistí todo lo que pude, entre otras cosas porque el género no se encuentra entre mis favoritos. “Antes muerto que casado, y antes casado que novelista”, suelo repetir. Pero insistió e insistió y cometí el error de aceptar. “Yo hablo cinco minutos y luego tú comentas la novela”. El salón estaba lleno, doscientas o trescientas personas, había fletado autobuses desde su pueblo. Comenzó a hablar, le cogió gusto y siguió hablando durante casi una hora. Al principio tenía gracia, pero luego era un chiste alargado y alargado. Yo me aburría. Soy muy impaciente y la impaciencia me vuelve un poco agresivo. Resultado: que cuando me tocó hablar en lugar de decir lo que pensaba decir de la novela dije lo que pensaba de la novela. Poco faltó para que tuviera que salir del local protegido por la policía.

            Ya sé que no dice mucho a mi favor, pero no sé de ninguna persona que me odie que no tenga buenas razones para hacerlo.

Jueves, 4 de noviembre
LA VERDAD ES LA VERDAD

“Caminamos con bastante descaro hacia una forma –que la gente traga--  de dictadura. Se están tomando medidas –decretos leyes-- que se saltan a las bravas la Constitución y cualquier sombra de Estado de Derecho. Corresponderían a un estado de excepción, pero no al de alarma. El parlamento se ha ‘eclipsado’, y así evita Sánchez cualquier oposición; se establece la censura de los medios de comunicación que no están comprados por el gobierno; la mentira se apodera de la nación, y la gente sigue tragando. Solo Vox está haciendo una oposición contundente, y acaso cuanto esto pase pueda llevar a los tribunales a esta gente. Pero ni PP ni Ciudadanos plantan cara que perturbe mucho al presidente”.

            Eso es lo que pensaba, y escribía, en abril de 2020 el poeta José María Álvarez en el diario inédito que ahora publica en el libro Tigres en el crepúsculo. Eso es lo que entonces pensaba y decía yo, lo que pensaban quizá algunos más, aunque lo callaban. Ahora ya lo piensa más gente, incluso el Tribunal Constitucional.

Lo de dictadura aplicado a aquella etapa en que, “para proteger nuestra salud” (qué ironía más orweliana), se nos impedía dar un paseo a solas por el campo si no íbamos acompañados de perro no era una metáfora, sino el más exacto calificativo jurídico. Felipe VI tuvo un gobierno al margen de la Constitución como lo tuvo Alfonso XIII en tiempos de Primo de Rivera. Esto ahora lo decimos José María Álvarez y yo. Más pronto o más tarde figurará así en los libros de historia.

            ----¿Y no te da vergüenza coincidir con Vox?

            ----Pues no, amigo Piquero, en este punto concreto, que es en el único en el que coincido, no me da vergüenza. Ya se sabe que la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero, aunque algún porquero no esté de acuerdo. En aquel tiempo en que la contención de una grave epidemia sirvió de pretexto para las mayores barbaridades contra la salud y la integridad de las personas, solo Santiago Abascal se atrevió a denunciarlo en voz alta: “El Gobierno trata a los españoles como a niños y a los niños peor que a los perros”.

Viernes, 5 de noviembre
SIN SALIDA

Siempre presumiendo de ser más listo que nadie (dime de qué presumes…) y he caído en un enredo sentimental del que no sé cómo salir sin hacer daño y sin hacerme más daño aún. ¿Cómo no lo vi venir? ¿Cómo un supe retirarme a tiempo? Hay tonterías disculpables a los veinte años, pero a mi edad… Claro que yo, para ciertas cosas, dudo mucho que haya superado la adolescencia.



           

 

Elogio de la cordura: Científicamente probado.

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Sábado, 6 de noviembre
PEQUEÑAS COSAS

“Enumera diez pequeñas cosas que hacen tu vida más feliz”, me preguntan en una entrevista a propósito de mi nuevo libro, Sin propósito de enmienda.

            Pues así, a bote pronto, y sin orden ni concierto, se me ocurren las siguientes: pasear por la orilla del mar un soleado día de otoño; abrir el buzón y encontrarme con un libro apasionante del que ni siquiera había oído hablar; debatir sobre las cosas que pasan con alguien inteligente y bien informado; acompañar al parque al pequeño Martín; desayunar en la terraza de un hotel contemplando los tejados y la cúpulas de una ciudad a la que llegué la noche antes y que todavía no conozco; el café y el periódico una mañana de domingo en mi cafetería favorita; terminar un trabajo, cualquier trabajo; solucionarle un problema a un amigo; desmontar las mentiras oficiales; cumplir la palabra dada.

Domingo, 7 de noviembre
IRRACIONAL O ESTÚPIDO

----Martín, ¿tú qué eres, irracional o estúpido? Quien dice que eres una cosa u otra no soy yo, sino nada menos que Antonio Damásio, director del del Instituto del Cerebro y la Creatividad en la Universidad del Sur de California y premio Príncipe de Asturias. Eres irracional o estúpido. Te leo sus declaraciones: “Si sabes que existe la posibilidad de que mueras y aún así decides no vacunarte, es que eres irracional o directamente estúpido. No hay vacuna contra la estupidez”. ¿Qué tienes que replicar?

---Con lo último, estoy de acuerdo: no hay vacuna contra la estupidez.. En cuanto a lo primero, vamos a analizarlo. Es un ejercicio que debería enseñarse en las escuelas: la práctica del pensamiento crítico, no fiarse de los argumentos de autoridad. “Si sabes que existe la posibilidad de que mueras…”. Hombre, Damásio, esa posibilidad –que más que posibilidad es una certeza--  existe, te vacunes o no. Aceptemos que es una manera de hablar. Lo que quiere decir es que existe la posibilidad de que mueras de Covid si no te vacunas y que no existe tal posibilidad si te vacunas. Pero las vacunas no te protegen al cien por cien. Los vacunados también se contagian y mueren de Covid. Aunque los periódicos tienen la consigna de no informar de ello, alguna vez se descuidan y lo hacen. ¿Es menor la probabilidad de que mueras si estás vacunado que si no lo estás? Eso nos dicen, pero yo no conozco ningún estudio serio al respecto. Difícil de hacer, por otra parte. Lo cierto es que la inmensa mayoría de los contagiados por Covid, estén vacunados o no, no solo no mueren o no necesitan hospitalización, sino que ni siquiera presentan síntomas. No doy cifras concretas porque están al alcance de todos los que las busquen sin dejarse engañar por los titulares periodísticos. Y te recuerdo que no doy opiniones, eso está prohibido en los ejercicios de análisis crítico. Debe basarse el razonamiento en datos compartidos y aceptados. Damásio, en esa entrevista, habla de vacunarse, como si hubiera una sola vacuna. Pero hay varias, que compiten entre sí, y parece que no todas igualmente eficaces, si hemos de hacer caso a las autoridades. ¿Es menos estúpido el que se vacuna con Pfizer o Moderna que el que se vacuna con AstraZeneca o con Jansen? Y no hablo ya de la vacuna rusa, avalada por científicos, pero no por la OMS, que es más una organización política que científica. En cualquier caso, no nos dan la posibilidad de escoger. Te toca la que te toca, aunque luego te digan que una de ellas –la más barata—“tiene indeseables efectos secundarios y por eso te vamos a poner la segunda dosis de otra mejor y las que nos sobran de la primera las mandamos a Costa de Marfil, que somos muy solidarios con los pobrecitos subsaharianos, como en tiempos del Domund con los negritos”.. Bueno, ahora estoy burlándome un poco, cosa que no debería.  “Si con las vacunas evitas la posibilidad de morir y si te vacunas evitas esa posibilidad”, pues cierto que es estúpido no hacerlo, a menos que tengas tendencias suicidas. Pero esas vacunas, aprobadas en un tiempo exprés, forzando al máximo todos los controles, pueden ser útiles para los grupos de riesgo, pero para el resto de la población resultan innecesarias. Yo propondría un reto a Antonio Damásio, que averigüe cuántos individuos sin enfermedades previas de entre 12 y 30 años han muerto de Covid y cuando han muerto por la vacunas contra la Covid. Se sorprendería. La progresiva extensión de la obligación de vacunarse contra la Covid –y con Pfizer o Moderna, que es donde está el negocio-- no obedece a una razón sanitaria, sino política y empresarial.

----¡Eres un antivacunas de libro, Martín!

----Un antivacunas raro. Mañana me vacunan contra la gripe, Lo hago desde que cumplí sesenta años y me va muy bien. Pero nadie me obliga a ello, ni directa ni indirectamente. Lo hago porque creo que me conviene. ¿Me convienen también esas otras vacunas que te permiten viajar a Estados Unidos (siempre que las acompañes de una PCR reciente que ni Biden se fía demasiado de ellas), entrar en un restaurante y otros privilegios? Yo prefiero tomar otras precauciones para reducir riesgos: evitar aglomeraciones, no usar mascarilla cuando no es necesaria, no tener encuentros íntimos con personas desconocidas, esas cosas. Ya sé que no hay seguridad total, pero tampoco la hay por mucho que te vacunes con tres, con treinta dosis o con las que la buena marcha de los negocios crea necesarias.

----¡Eres un negacionista de libro, Martín!

----Es que no puedo evitar no pensar. Yo creo que esa vacuna contra la estupidez, que Damásio cree que no existe, a mí me la pusieron nada más nacer.. ¿Sabes la cantidad de enfermedades que acechan a cualquiera, especialmente a quien pasa de los setenta años? Pues voy a decir una herejía (que no es tal, solo una obviedad), pero de todas ellas –cáncer, infarto, ictus y tantos etcéteras-- la que menos me preocupa es la de dar “positivo”.

Lunes, 8 de noviembre
LO MÁS CERCA DE LA FELICIDAD

¿Es posible tener nostalgia del presente? Borges en un poema declaraba tenerla de Islandia cuando aún estaba en Islandia. Yo me imagino en un futuro próximo, cuando se derrumben sobre mí todas las inclemencias de la edad que hasta el momento me han respetado, y ya siento nostalgia de estos días iguales que parecen pasar sin dejar huella, de estos días contemplativos y combativos, en los que no faltan los problemas, pero que quizá sean lo más cercano a la felicidad que no es permitido estar.

Martes, 9 de noviembre
VA A SER QUE SÍ

----¡A cualquier cosa llaman una elección democrática! Resulta que hay miles de votos por correo de electores con el mismo número de teléfono o de nacidos el mismo día, el uno de enero de 1918, o sea, con 103 años cumplidos.

            ----Eso ocurrió en Nicaragua, ¿no? Daniel Ortega es el mejor discípulo de Chávez a la hora de manipular elecciones.

            ----Pues no. Te leo el comienzo de la crónica que Iker Seisdedos, corresponsal en Washington, publica hoy en El País: “Los republicanos de Racine, condado de Wisconsin de doscientos mil habitantes entre Milwaukee y Chicago, descubrieron hace tres semanas veintitrés mil votos de las presidenciales de 2020 procedentes de electores registrados con el mismo número de teléfono. No solo eso. Había otros cuatro mil atribuidos a ciudadanos de 103 años nacidos el mismo improbable día: 1 de enero de 1918. Como Biden se llevó el Estado por veinte mil votos, al fin salían las cuentas de la conspiración”.

            ----¿Es cierto eso? ¿Le retiraron la victoria a Biden en ese Estado?

            ----Sigo leyendo: “La Comisión Electoral de Wisconsisn aclaró que la obligación de aportar un teléfono y una fecha de nacimiento dejó de ser efectiva hace tiempo y que al migrar las bases de datos muchos municipios con menos de cinco mil habitantes rellenaron los registros con cifras genéricas”.

            ----¿Eso pasó en Estados Unidos? ¡Eso no pasa ni en Nicaragua!

            ----Eso es lo que cuenta el corresponsal de El País, que se traga y quiere que nos traguemos la explicación de que poner como fecha de nacimiento a unos miles de votantes el 1 de enero de 1918 es “rellenar los registros con cifras genéricas”. Va a acabar resultando que las sospechas de fraude no eran simple paranoia. Pero me cuidaré mucho de comentar esto en público, que con aludir al negocio redondo de ciertas farmacéuticas ya me he ganado fama de conspiranoico. Tampoco investigaré quiénes son los más generosos donantes del Instituto del Cerebro y la Creatividad  que dirige alguien que se ha atrevido a llamarme irracional y estúpido porque pongo en cuestión los abusivos ingresos de determinadas empresas.

Miércoles, 10 de noviembre
CONTENIDO PATROCINADO

“Científicamente probado” era una muletilla que se repetía en los anuncios de televisión para que creyéramos que un detergente lavaba más blanco que otro. Ahora cualquier disparate (encierro de niños, cierres perimetrales, vacunación a los adolescentes contra una enfermedad que tienen escaso o ningún riesgo de padecer) se justifica de idéntica manera. Entonces se sabía que era publicidad, hoy no. Esas informaciones y entrevistas a científicos que nos llaman imbéciles o estúpidos porque no hemos perdido la costumbre de pensar por cuenta propia deberían ir acompañadas de la indicación “contenido patrocinado”, que es la manera elegante de decir que se trata de mensajes publicitarios.


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