Domingo, 16 de marzo
ELOGIO DEL TURISTA
Al anciano Maurice Barrès le preguntaron qué deseo pediría y él respondió: “Tener veinte años y viajar a Italia por primera vez”.
Lo leo en las Cartas de Italia, de Josep Pla, uno de esos libros a los que uno, como a Italia, nunca se cansa de volver. Su idea de la felicidad se parece mucho a la mía: “Llegar a una ciudad desconocida, dirigirme al hotel, tomar un baño, vestirme y salir a la calle al azar, a curiosear y a hacer de franco forastero”.
Quien ha vivido largos años, o toda la vida, en París, Venecia o Nueva York no conoce lo mejor de París, Venecia o Nueva York. El secreto de una ciudad está a la vista de todos, pero solo sabe verlo el viajero de paso.
Las ciudades hechas de historia y de literatura a menudo se muestran ceñudas con sus habitantes, pero siempre sonríen al enamorado que las visita por primera vez, o que vuelve continuamente a ellas, pero siempre con la ilusión de la primera vez.
Lunes, 17 de marzo
MIS TERRORES FAVORITOS
Siempre he vivido lleno de temores, pero no siempre han sido los mismos. Ahora me angustia el miedo a quedarme sin ideas, a que no se me ocurra nada a la hora de escribir.
Un miedo absurdo, porque nadie se ha muerto de no escribir y lo que sobran son escritores en el mundo. Si me ganara la vida escribiendo, resultaría preocupante, pero no teniendo ninguna obligación, ¿por qué me preocupa no ser capaz de cumplir con una obligación que no tengo?
Cierto que siempre bromeo con eso de la posteridad, con que me gustaría ser leído dentro de cien o de mil años, y la verdad es que no me molestaría demasiado pasar a las páginas de la historia de la literatura (que para mí es como la historia de mi familia). Pero no me parece que la posteridad se vaya a ocupar mucho de mí, siga o no siga escribiendo. No es cierta, o solo lo es en muy pequeña parte, la afirmación de que el tiempo es el mejor juez y arregla los entuertos de los contemporáneos. El tiempo lo único que hace es añadir más paletadas al olvido. No hay gran nombre de la historia de la literatura que no fuera reconocido como tal por sus contemporáneos. ¿Y Pessoa? ¿Y Bécquer? ¿Y Cervantes?, me replicará alguno. El reconocimiento no siempre es inmediato; a veces se retrasa. Ni Pessoa ni Bécquer vivieron lo suficiente para ver publicada su obra, y Cervantes conoció el éxito con su Quijote, y las burlas de algún envidioso coetáneo, como Lope, no hacen sino acrecentar ese éxito. Cuando un escritor llega a los sesenta años y publica desde los veinte todo lo que escribe, no hay sorpresa posible post mortem.
Estas cosas las pienso, pero no se me ocurre decirlas en público. Por una doble razón: porque parecen una petición para que alguien las refuten, y porque hay otros escritores –y de más talento- a los que todavía se les ha hecho menos caso que a mí.
En realidad, yo no tengo la sensación de que se me ha hecho poco caso, aunque me queje a menudo de ello. He disfrutado siempre del mayor de los lujos, el de decir lo que quería, sin preocuparme demasiado de si molestaba o no.
La verdad es que no estoy demasiado a disgusto con mi destino literario. “Yo he hecho lo que he podido, / fortuna lo que ha querido”, y si los que escriben los manuales del futuro no me tienen en cuenta, pues qué se le va a hacer, pero seguro que no me van a quitar el sueño en la plácida eternidad.
Y no sería muy grave que no escribiera más. ¡Hay tanta gente con talento en el mundo! Podrá no ocurrírseme nada a la hora de escribir, pero de lo que estoy seguro es de que no me faltarán maravillas a la hora de leer.
O sea que no debería estar preocupado, pero el hombre es un animal paradójico. Y hay noches de insomnio, demasiadas noches, que me aterra el miedo a no ser capaz de escribir una línea más. Para probarme lo contrario, nada más levantarme, antes de desayunar, todavía no sé si dormido o despierto, acostumbro a pergeñar un soneto como quien hace una crucigrama, doy luego a la tecla de borrar y me voy a la primera clase recuperado el buen ánimo.
Esta mañana, por juego, he decidido conservar esos versos y los releo antes de ir a acostarme para evitar que se repita la absurda pesadilla de ayer.
La lluvia que en la calle cae callada / y desterrada del oscuro cielo, / el llanto que en mis ojos pone un velo, /el corazón que corre hacia su nada,
la realidad que sigue ensimismada / y la verdad que súbita alza el vuelo: / es tarde ya para cualquier anhelo / y todo es soledad y sombra helada.
A mi lado respiras todavía / --ayer no eras, no serás mañana--, / eternidad que dura un solo día.
Un dios cansado mira a su criatura / --tras de tanto fervor tanta desgana--, / simple ejercicio de literatura.
Miércoles, 19 de marzo
LOS QUE NO VALEMOS PARA OTRA COSA
Abro el correo que me envían desde el Vicerrectorado de Profesorado y Ordenación Académica indicando la capacidad docente para el curso 2014-1015: “Carga inicial: 320 horas. Reducciones de la carga docente (total 0 horas). Carga final: 320 horas”. Debería sentirme un poco avergonzado. En la Universidad , como bien dijo el ministro Wert, hay que reducir la carga docente a los mejores para que se dediquen a la investigación y a la gestión, y aumentársela como castigo a los que no sirven para la política universitaria o no son capaces de conseguir un proyecto de investigación homologado.
Debería sentirme avergonzado de ser –tras dar clases durante cuarenta y dos años (y no ya sin ningún año sabático, sino sin ningún día de baja)– uno de los profesores con más docencia. Debería sentirme avergonzado, pero me siento orgulloso, y espero que el señor ministro me disculpe por ello.
Jueves, 20 de marzo
ESTAFAS JUAN RAMÓN, S. A.
Me llega hoy, obsequio de la editorial, un libro que estaba deseando leer. Nada menos que una obra mayor e inédita de Juan Ramón Jiménez, Vida, la autobiografía que comenzó a escribir en 1923 y que quedó sin concluir, como tantas otras cosas suyas. El otro sábado el suplemento cultural más leído subrayaba el acontecimiento dedicándole la portada, y mi amigo Andrés Trapiello, uno de los grandes conocedores del poeta, lo glosaba encomiásticamente.
El volumen, de mil páginas, encuadernado y en formato de bolsillo, es un hermoso objeto que uno no se cansa de acariciar. Picoteo acá y allá disfrutando por anticipado de las horas de placer que me esperan.
Pero debería haberme limitado a acariciarlo y a hojearlo, como cualquier reseñista que se precie. Solo así sería capaz de escribir con el entusiasmo de mi buen amigo Andrés y tantos otros periodistas culturales. He cometido el error de leerlo, página tras página, y aunque todavía voy solo por la mitad, ya he podido darme cuenta de que se trata de otra estafa.
Este no es un libro de Juan Ramón Jiménez, aunque casi la mitad de lo que incluye lo haya escrito él. Este es un libro que avergonzaría a Juan Ramón Jiménez.
Mercedes Juliá y Mª Ángeles Sanz Manzano han realizado un trabajo minucioso durante largos años. Tan minucioso como el de quien construye con palillos de dientes una réplica de la torre Eiffel, y exactamente con el mismo valor intelectual: ninguno.
Estas cosas, por supuesto, no las diría yo en público, ¿para qué? Se enfadaría demasiada gente. Renuncio a hacer una reseña. Pero alguien, con más valor que yo, debería ser capaz de decir que hay formas más agradables de despilfarrar el dinero público (el libro está subvencionado y, por supuesto, a las profesoras que se dedican a prepararlo se les reduce su carga docente) que manosear los papeles de Juan Ramón y enturbiar su obra.
Juan Ramón Jiménez y Fernando Pessoa son dos de los mayores poetas del siglo XX y, además, un inagotable venero para la investigación universitaria. Cada poco un nuevo investigador avanza unos pasos en su escalafón publicando el enésimo libro inédito de cada uno de ellos. ¿Y cómo se hacen esos libros? Con mucha paciencia y un desconocimiento completo de lo que es una obra literaria, con material ya publicado y con cualquier borrador inédito, que se encuentre por ahí o que otros investigadores hayan desdeñado. Y si hay varias versiones de un mismo texto, no se escoge la más acabada, sino que se ponen una tras otra para aumentar páginas.
Vida, la magna obra autobiográfica de Juan Ramón Jiménez que se anuncia como un magno acontecimiento, lleva el subtítulo de “Volumen I. Días de mi vida”, y el primer fragmento que incluye dice “Mis hados orientales” (escrito con mayúsculas) y el segundo “Abrí los ojos, vi un mundo, etc”. Las correspondientes notas nos indican que ambos fragmentos son inéditos y que están escritos “en el reverso de un menú del Washington Sanitarium & Hospital”.
Los tres últimos capitulillos de la primera parte, titulada “Niñez, mocedad, juventud”, vale la pena copiarlos íntegros. El que lleva el número CCXLIV dice así: “Mi letra / Juan R. Jiménez / Juan R. Jiménez / Juan Ramón Jiménez”. El numerado CCXLV: “El Imparcial / Luis López Ballesteros, generoso y noble conmigo”. Y el siguiente: “El Imparcial / López Ballesteros / Escelente conmigo / Agradecimiento”. Y no son las únicas llamativas piezas de este mosaico. Otro ejemplo: “Blanco y Negro / (Navarro Ledesma)”. El siguiente lleva título “Colaborador” y ofrece esta variante: “Blanco y Negro, ABC. / Navarro Ledesma”.
¿No hay entonces ningún texto de interés en estas mil páginas? Por supuesto que los hay, incluso podría editarse con ellos un sugerente volumen juanramoniano de casi un centenar de páginas, pero pocos no han sido ya publicados en otros volúmenes.
En las notas, las editoras distinguen entre “texto” (“prosa publicada por el poeta”) y “ante-texto” (prosa inédita o publicada en ediciones póstumas, confudiendo mero borrador inacabado con texto completo, aunque inédito). En el cuerpo del libro no; con el mismo tipo de letra y al mismo nivel aparece una maravillosa página juanramoniana que una simple palabra garabateada en un trozo de papel.
Como tantos investigadores literarios, las editoras de este volumen han olvidado lo que es una obra literaria, la confunden con un trabajo de investigación (o lo que en la Universidad se entiende por tal). Este nuevo volumen juanramoniano no va destinado a los lectores, sino a los profesionales académicos de Juan Ramón, sirve para hacer carrera académica, no para dar a conocer una nueva obra del poeta. Al poeta le parecería una ofensa y una estafa a los lectores que se dejen engañar por los suplementos. Pero no seré yo quien diga estas cosas. Buscaré otro libro para la reseña de la próxima semana.
Viernes, 21 de marzo
SIGO SIN SER EL MÁS VIEJO
En la tertulia de hoy, que cambia de sede, nos dedicamos a buscar nombre para una nueva revista literaria. Será la cuarta que publica la tertulia, tras los irreverentes Cuadernos de Oliver, la efímera Escrito en el agua y la añorada Reloj de Arena. Cuando preparamos la primera, creo que ninguno de los contertulios de esta tarde había nacido. Me divierte comprobar que, a pesar ello, sigo sin ser el más viejo.