Sábado, 1 de febrero
TAMPOCO HAY QUE EXAGERAR
Soy la persona más falsa del mundo (bueno, una de las más falsas, tampoco hay que exagerar). Siempre ando por ahí presumiendo de defectos que no tengo (para ocultar mejor los que sí tengo, por supuesto).
Domingo, 2 de febrero
CUALQUIER TIEMPO PASADO
Siempre alegra escuchar en boca de otro las obviedades que uno se pasa la vida repitiendo. “Se escucha mucho entre el profesorado eso de que cada año llegan peor los alumnos. ¿Está usted de acuerdo con que su formación es cada vez más deficiente?”, le pregunta Andrés Montes al historiador José Álvarez Junco, recién jubilado.
Y este responde haciendo uso de algo tan insólito como es el sentido común: “Ese es un discurso propio de viejos. Desde que tenemos relatos humanos, todos los mayores se ha quejado de que la juventud no tiene valores, no sabe expresarse, no tiene inquietudes. Los que ahora son jóvenes probablemente reproducirán llegado el momento ese mismo discurso que ahora sufren, del que no me fío nada”. Y luego añade: “En la Universidad española ha ocurrido una cosa clarísima, indiscutible, en los últimos cincuenta años: ha pasado de tener cincuenta mil estudiantes, los que había cuando yo accedí a ella, a tener un millón y medio. Para saber si ha disminuido el nivel habría que comparar aquel grupito selecto de los cincuenta mil con los cincuenta mil mejores de ahora, que, desde luego, son mucho mejores que los de entonces”.
Pero seguiremos escuchando el tópico (del que ya se burlaba Manrique) de que cada vez estamos peor. Y es que, cuando nos hacemos viejos, siempre sale perdiendo en la comparación el confuso presente con el idealizado tiempo de nuestra juventud.
Lunes, 3 de febrero
CERCAS Y OTRAS TRAPACERÍAS
Hay temas en los que prefiero no entrar, nunca me ha gustado añadir más leña al fuego. Pero leo a Javier Cercas y no puedo no dejar constancia de mi asombro ante cómo nublan el entendimiento los enraizados prejuicios del nacionalismo propio, invisible para los que han decidido demonizar presuntamente todo nacionalismo. Cercas, él cree que muy razonadamente, arremete así contra buena parte de los catalanes:
“En vez de pedir la secesión con claridad y limpieza como hacen en Quebec, los nacionalistas han decidido que la única forma de llegar a ella consiste en engañar con trapacerías como el derecho a decidir y, agitando la bandera de la democracia, en intentar saltarse la ley, que es la principal garantía de la democracia, en vez de intentar cambiarla”.
O sea que los independentistas no piden la secesión “con claridad y limpieza”. No sé lo que entenderá Cercas por limpieza, pero Oriol Junqueras, y miles y miles de manifestantes, no la pueden pedir más alto ni más claro. Otra cosa es que la pida también la mayoría de los catalanes. Pero para saber si la piden o no la única manera posible es preguntárselo. Resulta, sin embargo, que preguntárselo es una “trapacería”. La verdad es que mi respeto por Javier Cercas como persona y como espléndido narrador, sigue intacto; pero mi aprecio por su capacidad para el razonamiento lógico ha decrecido bastante.
Pedir permiso para hacer una consulta a los catalanes no es saltarse la ley, sino todo lo contrario, respetarla escrupulosamente. Lo que no cabe en ninguna cabeza es que los catalanes no puedan opinar sobre si desean formar un estado propio o seguir formando parte del Estado español. Cuando, además, lo cierto es que sí pueden (legalmente) crear partidos políticos que propugnen la independencia y darles su voto. ¿Y no se les puede consultar sobre ese punto? Pues de una manera o de otra va a haber consulta. Directa, mediante un referéndum no vinculante (que sería legal en cuanto lo autorizara el gobierno) o indirecta, sumando el voto de los partidos que en las próximas elecciones llevan ese punto en su programa.
Todavía no está claro, amigo Cercas, que la mayoría de los catalanes quiera la independencia (como los españoles más pusilánimes dais por sentado), ni tampoco que, en caso de que la quisieran, el resto de los españoles se opusiera a ella impidiendo con su voto los cambios legislativos necesarios. Ser español, admirado Cercas, es un honor, no un castigo; la primera condición para ser español es querer serlo. Y somos mayoría los españoles que queremos serlo sin necesidad de que la Constitución nos obligue a ello; y con una pedagogía adecuada –que nada tiene que ver con el adoctrinamiento nacionalista de uno u otro signo– serán también mayoría los españoles que no quieran obligar a nadie a ser español contra su deseo.
Pero este es un tema en el que resulta difícil razonar sin ofender los sentimientos de otras personas. Y conste que yo no tengo especial relación con Cataluña (de hecho, mi mejor amiga catalana es muy vehementemente contraria a la independencia); yo lo único que defiendo es la racionalidad y el derecho de los ciudadanos a expresar su opinión sobre los asuntos que les conciernen. Pero ya se sabe que, como dijo Ernst Jünger, “es más fácil liberarse de la cárcel de un tirano que de las cadenas de una idea”.
Martes, 4 de febrero
UNA HISTORIA DE AMOR
“Diarios, epistolarios: la quinta rueda del carro, y quizá la única que sigue girando póstumamente”, anota Jünger en El autor y la escritura. Y yo no puedo estar más de acuerdo. Hace tiempo que me resulta bastante ajena la poesía de Aleixandre, pero no deja de fascinarme el personaje, aquel caballero que escondía –a la vista de todos– tantos secretos. Leo ahora su epistolario con un joven de veinte años, el poeta portugués Albano Martins, muy precisamente anotado y prologado por Blas Sánchez Dueñas, y descubro una tácita y sutil historia de amor en la que la realidad es solo un mínimo pretexto para la fantasía.
Miércoles, 5 de febrero
NO HE DE CALLAR
“Ten mucho cuidado con lo que dices”, me advierte un amigo. “No vaya a ser que te pase lo que a los Morancos”.
“Pues no tengo ni idea de lo que les ha pasado a esos señores, que no se encuentran precisamente entre mis humoristas favoritos”.
Me lo explica mi amigo y luego, al llegar a casa, veo que hablan de ellos en mi programa de televisión favorito, El Intermedio. Resulta que los cómicos actúan en Barcelona y, con ese motivo, les entrevistaron en no sé qué emisora. Sale en la conversación la situación catalana y ellos, informalmente, opinan lo que cualquier persona con buen criterio y no mediatizada ideológicamente opinaría, algo así como que para saber lo que quieren los catalanes lo mejor es preguntárselo. Las descalificaciones, los insultos (aterra escuchar a Jiménez Losantos) no se hicieron esperar. Y uno de ellos se vio obligado a pedir disculpas por el otro, a hacer autocrítica, como Padilla en la Cuba de Castro: “Mi hermano es demócrata y por eso dijo lo que dijo, pero no ha leído la Constitución y por eso no sabía que prohíbe preguntar a los catalanes”.
Yo, al escucharle, sentí vergüenza de compartir nacionalidad con los que le obligan a humillarse de esa manera. No, amigo, la Constitución no prohíbe hacer preguntas a los catalanes ni tampoco procesar al ciudadano Juan Carlos de Borbón si, en su vida privada, incurre en algún delito, aunque esto último lo afirmen –contra toda evidencia– incluso los catedráticos de derecho constitucional. La inviolabilidad del rey solo se refiere a sus actividades como Jefe del Estado, a aquellas que son refrendadas por el presidente del gobierno o por algún ministro. De sus actividades privadas la Constitución no dice nada y, por tanto, están sujetas al código penal y a un tribunal ordinario como las de la infanta Cristina o cualquier otro ciudadano.
“¿Y no tienes miedo –me pregunta mi amigo– de que al decir esas cosas te pase lo que a los Morancos y te veas amenazado en los medios, boicoteado y obligado a retractarte públicamente?”
“Pues claro que tengo miedo”, le respondo. “Pero me perdería el respeto a mí mismo y no podría dormir tranquilo si en asuntos que afectan a los derechos de los ciudadanos me callara por cobardía. Tampoco puedo callar antes los sofismas, y con mayor motivo si quien incurre en ellos, no es el buen señor de la calle que opina en un café, sino personas tan admirables (y tan admiradas por mi, aunque últimamente me lo estoy pensando) como Javier Cercas o Fernando Savater”.
Jueves, 6 de febrero
INTELIGENCIA MILITAR
“A veces leo libros solo con el fin de tener más motivos para despreciar a sus autores”.
Este aforismo podría ser de Oscar Wilde o podría ser mío, pero es –quién lo iba a decir– de Sabino Fernández Campos.
Viernes, 7 de febrero
PREFIERO CALLAR
“Me sorprende, Martín, no encontrar en tu diario ninguna referencia a los trapos sucios sobre el Niemeyer que están sacando a la luz estos días en la comisión de investigación. Está visto que también sabes callar cuando te conviene”.
“Cuando me conviene, no; cuando conviene. A mí el Niemeyer me parece una hermosa idea, y hermosamente realizada en un tiempo récord. Quizá lo más duradero de la labor de Areces, lo que quedará para la historia. Eso lo saben de sobra sus detractores y llevan años tratando de impedirlo. Pero no parece que lo vayan a conseguir. Lo que no fue capaz de conseguir el tándem Álvarez Cascos-Crabiffosse no lo va a conseguir ninguna presunta comisión de investigación por mucho empeño que ponga en ello.
“¡Menudo demócrata que estás tu hecho! Así que descalificas una comisión de investigación que representa la voluntad popular…”
“A mí me parece que las comisiones de investigación con conclusiones predeterminadas por la aritmética parlamentaria se descalifican ellas solas. Conozco maneras más provechosas de perder el tiempo”.
“O sea que tú crees que la gestión del Niemeyer ha sido perfecta, que no se han cometido delitos”.
“Todo lo contrario, creo que hay indicios de irregularidades administrativas e incluso de presuntos delitos. Ante eso lo que hay que hacer es presentar la denuncia en el juzgado correspondiente y esperar a que la justicia decida, algo que ya ha hecho esta administración, no la anterior, que parecía preferir los periódicos a los juzgados y denunciar la mala calidad de las fotografías de Jessica Lange, de las esculturas de no sé quién o incluso del Shakespeare de Kevin Spacey que detectar, como era su obligación, posibles irregularidades en la gestión administrativa. Pero del Niemeyer, ya te dije, ahora prefiero callar, no echar más leña al fuego. Lo mejor es esperar a que escampe, dejar que pase la tormenta (minúscula, por cierto, en relación con los escándalos del Guggenheim bilbaíno). Llegará el día en que todos los asturianos (incluidos los políticos) estén orgullosos de él. Tiempo al tiempo.