Domingo, 15 de diciembre
REGALOS
Una de esas mañanas luminosas en las que el mundo parece estar bien hecho. Dejo a un lado el mercadillo de Campillín, con su amontonamiento de trastos viejos y de enigmáticas lenguas y de vidas difíciles, y camino por la solitaria parte alta del empinado parque entre los oros del otoño; al fondo, erguida sobre los tejados, sin poder competir con los esbeltos árboles, la torre de la catedral.
Me dejo acariciar por el sol tibio y busco el camino más largo para volver a casa. De pronto, sin que me dé yo cuenta, el ritmo de mis pasos se acompasa al ritmo del endecasílabo:
Tengo en las manos todo lo que tuve / y todo lo que quise y no fue mío,
un amor, una casa, un monte, un río, / un cielo muy azul sin una nube.
Estoy ahora donde nunca estuve / y en el cansado espejo un rostro espío / y le miro llorar mientras yo río / y un frío mortal hasta mi pecho sube.
Te miro a ti mirarme enamorada / y me sé Dios, el Dios en quien no creo, / un Dios vuelto a ser hombre y sombra y lodo.
Todo lo tengo entre mis manos, nada / que valga lo que el sueño y el deseo. / Porque la nada vale más que todo.
Llego a casa, enciendo el ordenador, escribo los versos. “Contad si son catorce y está hecho” me digo con Lope. ¿Tienen algún mérito los versos que se escriben solos? Si lo tienen, no es mío. Yo me limito a recibirlos como un regalo más de este domingo de otoño en que el mundo parece estar bien hecho.
Lunes, 16 de diciembre
LOS PELIGROS DE INTERNET
Hay quienes toman todas las precauciones posibles para proteger su intimidad, pero ni aun así consiguen que le interese a nadie.
Martes, 17 de diciembre
ESTAR DE MÁS
Leo un artículo titulado “La paranoia, un mal menor”. Y recuerdo un libro de Carlos Castilla del Pino, El delirio, un error necesario. Preferimos pensar que nos espían, que nos persiguen porque eso nos resulta más consolador que reconocer la verdad. Que somos insignificantes, que no interesamos a nadie, que no hay quien se preocupa de nosotros.
Pero yo no soy capaz, como mi buen amigo José Luis Piquero y tanta otra buena gente, de engañarme viendo en Facebook a un Gran Hermano que lee todos los mensajes privados que envío e incluso aquellos de los que me arrepiento y borro antes de enviar.
Todavía, no. Pero acabaré así, me temo. Envejecer es estar de más. Y qué consolador pensar que Alguien, en la omnipresente red, no nos pierde de vista.
Miércoles, 18 de diciembre
INEVITABLE
Resulta inevitable que los demás siempre nos defrauden. Se empeñan en hacer lo que a ellos les interesa hacer y no lo que a nosotros nos interesa que hagan.
Jueves, 19 de diciembre
CAMINITO DE AVILÉS
“Pero es que a ti nada te gusta más que llevar la contraria”, me dice mi amigo Ángel mientras, en una oscura tarde de perros, me lleva hacia Avilés a una lectura poética minuciosamente organizada por mi amiga Marian Suárez.
––Te equivocas. Hay algo que me gusta todavía más: que me lleven la contraria. Así no tengo la mala conciencia de ser yo quien inicia el debate. Porque a la gente eso de que intenten demostrarle que no tiene razón no suele hacerles demasiada gracia.
––Especialmente si te empeñas en tenerla siempre tú.
––Pues ahora me empeño en todo lo contrario.
–-No te creo.
––Ya sabes que soy un hombre de obsesiones. Antes creía que a los sesenta años dejaba de aprenderse y me angustiaba llegar a esa edad. Ahora que la he rebasado me aterroriza otra idea, la de que llega un momento en que el cerebro pierde toda flexibilidad, es incapaz de cambiar de ideas, los datos de la realidad dejan de afectarle. Es una obsesión bien fundamentada. La pongo a prueba con toda la gente de más edad que yo que conozco. No importa que sean personas activas, brillantes, de muy varios saberes, como mi admirado José Manuel Feito. “Es que hubo un tiempo –me dice tras discrepar yo de un poema suyo contra la llamada “memoria histórica”, esto es, contra la “moda” de enterrar dignamente a los familiares vilmente asesinados– en que ser rojo estaba mal visto, era peligroso. Pero es que ahora hemos pasado al extremo contrario. Ahora lo que no se puede decir públicamente sin que te insulten es que eres de derechas. Y vamos a ver, ¿cómo no va a tener uno todo el derecho del mundo a ser de derechas como otros lo tienen a ser de izquierdas?”. Al principio creí que bromeaba. Luego vi que hablaba en serio y yo le mencioné el gobierno que tenemos, Abc y La Razón , ciertas tertulias televisivas… Pero la siguiente vez que nos encontramos volvió a salir el tema y volvió a repetir la misma falacia: que ahora la gente de derechas vive tan perseguida como en tiempos de Franco quienes eran de izquierda. Más pronto o más tarde todos nos volvemos invulnerables a la realidad y al rigor de la argumentación, amigo Ángel. Por eso yo ahora, cuando discuto con alguien, presto mucha atención a lo dice, trato de ver si tiene razón y, si la tiene, nada me alegra más que rectificar. Respiro aliviado cuando compruebo que todavía soy capaz de cambiar y reconocer mis errores.
––Pues yo no te he visto hacerlo nunca.
––Bueno, tampoco es algo que ocurra muy a menudo. Pero ocurre.
––Entonces supongo que le pedirás disculpas a Rodrigo Olay por haber sacado su nombre a relucir con motivo del Adonais.
––Hombre, no, todavía no he llegado al extremo de fingir que estoy equivocado para rectificar y demostrarme así que aún tengo vida intelectual.
––También andas discutiendo en otro blog con José Luis Piquero. ¿Cuántas discusiones eres capaz de mantener a la vez?
––No muchas, tres o cuatro. Eso en la vida real no es posible, pero en Internet sí. Es como jugar varias partidas de ajedrez al mismo tiempo. Me divierte. Además en el mundo virtual tienes la ventaja de que, si haces sangre a tu contrincante, la sangre no te salpica.
––Creo que José Mateos y Piquero presentaban Internet como una amenaza, como un mundo en el que estamos continuamente vigilados, un riesgo para nuestra intimidad. No entiendo que no estuvieras de acuerdo. No me negarás que lo tuyo, a veces, es discutir por discutir.
––Es que una cosa es el aprovechamiento de los “big data”, de los muchos datos que se almacenan en Internet, para fines comerciales o de otro tipo, y otra la intrusión en la intimidad. Yo reservo hoteles con cierta frecuencia en determinadas ciudades y, como consecuencia de ellos, me llega publicidad con descuentos hoteleros. Pero todo es automático. Nadie hay al otro lado, en el centro de la Red , diciendo “hombre, este García Martín ya se va otra vez a Venecia, qué andará maquinando por allí, nada bueno, seguro”. A mí, la verdad, del espionaje que pueda hacer el gobierno norteamericano de mi correo privado me preocupo poco. Claro que puede violarse el secreto de las comunicaciones, pero lo mismo en Internet que en el correo ordinario.
––O sea, que a ti no te preocuparía que tu intimidad estuviera expuesta a la vista de todos.
––En absoluto. Yo no soy Belén Esteban, y bien que lo siento. En mi caso, nadie se tomaría la molestia de mirar.
Viernes, 20 de diciembre
PASEOS
“Nadie sabe quién es Elena Ferrante” se lee en la solapa de Un mal nombre, segunda entrega del tríptico napolitano que comenzó con La amiga estupenda. No sé si el misterio sobre la autora añade algún interés a esta fascinante historia sobre dos amigas y el Nápoles de los años sesenta. Yo me la imagino como su personaje, Elena Greco, Lenù, la amiga que marcha a estudiar a Pisa y acaba escribiendo una novela, quizá esta que estamos leyendo. Antes de irse, da un paseo que es una despedida de su ciudad: “Crucé la via Garibaldi, subí por los Tribunales y en la piazza Dante tomé un autobús. Fui hasta el Vomero, primero pasé por la via Scarlatti, luego por Villa Santarella. Después bajé en el funicular hasta la piazza Amedeo”. Y yo la sigo en ese paseo y me detengo un rato en el mercadillo junto al Castel Capuano y luego entro a admirar una vez más el Caravaggio del Pio Monte della Misericordia y compro libros en Porta dell’Alba… También yo recorro las calles apacibles y burguesas del Vomero y luego desciendo en el funicular hasta la piazza Amedeo, la única plaza vertical del mundo.
Sigo siendo el niño solitario que, en cuanto puede, se escapa de casa en busca de aventuras. En las novelas, en las películas, me gusta acompañar a los personajes en su deambular por las ciudades que amo. Y no perdono el más mínimo error topográfico. Antes de llegar por primera vez a Lisboa, Nápoles o Venecia, ya me sabía el plano de esas ciudades de memoria. Para estar en ellas no necesito estar en ellas. Parece que estoy siempre en el mismo lugar y estoy siempre practicando mi deporte favorito: dar la vuelta al mundo en ochenta sueños.
Sábado, 21 de diciembre
EL OJO DE DIOS
Yo también, como cualquier persona, tengo mis paranoias y mis consoladoras fantasías. Cuando era niño, creía en Dios, un Dios que lo veía todo y que nunca dejaba de observarme. Ahora creo en la posteridad. Vivo como si, después de mi muerte, un futuro Ian Gibson fuera a escribir mi biografía en dos tomos de más de mil páginas cada uno, vivo como si mis más mínimos secretos fueran a quedar un día al descubierto. Y por eso me esfuerzo en no hacer nada que pueda avergonzarme. Y por eso agradezco los elogios, pero no los necesito. A mi manera de entender la vanidad los únicos elogios que le interesan son los que pueda recibir dentro de cien, doscientos o mil años.
La paranoia, un mal menor; el delirio, un error necesario. Pero yo tengo la suerte de que mi paranoia y mi delirio molestan poco (o eso creo) y me ayudan a ser mejor. Y además no hay desengaño posible, nunca tendré ocasión de comprobar lo equivocado que estaba (en caso de que lo estuviera, que no creo).