Domingo, 23 de junio
LO QUE ESPAÑA NECESITA
Paseo por el mercadillo del Fontán, como cada domingo, y me encuentro, como tantos otros domingos, con mi amigo el psiquiatra José Luis Mediavilla que me habla, como siempre, de la novela que, según él, estoy publicando por entregas cada semana. “Yo no escribo ninguna novela –le respondo fingidamente enfadado–; el de la novela en marcha en Andrés Trapiello”.
––Eso es lo que tú crees. Y hablando de otra cosa, ¿piensas que este país tiene solución?
––La tiene. No una solución mágica, pero sí capaz de devolvernos la ilusión.
––Pues a mí no sé me ocurre ninguna.
––Lo primero que hay que hacer es cambiar la jefatura del Estado. Será la señal de que comienza una nueva etapa en la historia de España. Luego una reforma constitucional y gente nueva al frente de los viejos partidos. Necesitamos un jefe del Estado que no nos avergüence, políticos que no cobren ni hayan cobrado sobresueldos, que no hayan mirado para otro lado ante la corrupción estructural de la España del juancarlismo.
––¿Apuestas por la república? Me parece que para eso todavía tendremos que esperar.
––No, aún no ha llegado la hora de la república. Los cambios de Régimen son siempre complicados, solo tienen lugar cuando ha fracasado el anterior. Y de momento ha fracasado un determinado monarca, con quien no será benévolo el tribunal de la historia (ni quizá otros tribunales), pero no la monarquía. Por primera vez en la historia de España, hay un heredero capaz y a la altura de sus responsabilidades.
–-No me imaginaba que fueras felipista.
––Soy realista. Aprendí, no sé si en Maquiavelo o en Pero Grullo, que por muy mal que estén las cosas siempre pueden ponerse peor. La república –con todo lo que implica de replantearse la estructura del Estado, de decidir si será unitaria o federalista, presidencialista o no: un año o dos de discusiones, con la que está cayendo– es la opción siguiente. La primera, la más fácil, la que más consenso encuentra, es la de la inmediata coronación de Felipe VI.
–-¿Y tú crees que un cambio de personas cambiará algo?
–-No será solo un cambio de personas, aunque eso no sea poco. Será otra monarquía, más acorde con los tiempos, sin privilegios, sin secretismos, sin negocios raros, sin vida privada al margen de la ley y las buenas costumbres.
–-Pues el rey no va a abdicar.
–-Pues lo hicieron su padre y su abuelo y su bisabuela y su tatarabuelo. El único de sus antepasados de los últimos siglos que no abdicó fue Alfonso XII, y eso porque murió antes de cumplir los treinta años. Abdicar es una tradición en la monarquía española. Claro que Juan Carlos no olvida que la corona se la debe a Franco, no a su padre, y quizá por eso –y por otras razones que callo– prefiera seguir el ejemplo del Caudillo, anteponiendeo sus propios intereses a los del país. Pero esta España no es la España de Franco, es una democracia, todo lo imperfecta que se quiera, y dispone de mecanismos suficientes, recogidos incluso en la Constitución , para hacerle recapacitar.
––¿Recogidos en la Constitución ?
––Sí, en ella se habla de la inhabilitación del rey.
–-Dejémoslo estar. Te prefiero como crítico literario a como experto en derecho constitucional. Me quedo con tu idea de que el cambio de ciclo en España comienza con algo tan simbólico como un cambio en la jefatura del Estado. A Jung le habría encantado la idea, y a Freud, por lo que tiene de dar muerte –simbólica, por supuesto– al padre.
Lunes, 24 de junio
PARA UN ARTE POÉTICA
En verso me resulta imposible mentir. Por eso últimamente solo escribo en prosa.
Martes, 25 de junio
DECIR Y NO DECIR
No sé si contar lo que me ocurrió el otro día. No es demasiado verosímil, parece una anécdota inventada, pero ya se sabe que la realidad, al contrario que la literatura realista, no gusta demasiado de la verosimilitud. Paseaba sin rumbo y sin prisa por las callejuelas de Venecia, cruzaba puentes, me metía en patios sin salida, de vez en cuando atravesaba un campo, como allí llaman a las plazas, casi siempre desconocido. Al igual que ocurre en los laberintos, en más de una ocasión llegué al mismo lugar por distintos caminos. Pero no me sentía perdido. Es difícil perderse cuando uno no va a ninguna parte.
De pronto noté que me seguían. Lo supe antes de sentir los pasos que se detenían cuando yo me detenia, antes de volverme y ver el mismo rostro a no mucha distancia. Paseaba a última hora de la tarde, ya casi anochecido, por lugares cercanos a Fondamenta Nuove, enteramente solitarios.
Venecia es una ciudad extraña. Todos los visitantes se concentran en unos pocos sitios y dejan el resto para sus habitantes, que gustan poco de callejear y pronto se recogen en sus casas.
Cerca de San Francesco delle Vigne, di rápidamente la vuelta a una esquina, me detuve y, cuando apareció mi perseguidor, o que quien yo creía tal, me planté de pronto frente a él. “Buona sera”, dije. Sonrió sin susto ninguno, como si esperara que le esperara, y luego dijo, en un italiano contaminado por el dialecto local: “¿Le apetece venir conmigo? Hay lugares en esta ciudad que todavía no conoce y que le gustaría conocer”. Me excusé, tenía prisa, me esperaban. Pero me había visto callejear y no resultaba demasiado convincente. Él se puso en marcha, sin mirar hacia atrás, seguro de que le seguiría. No caminamos mucho. Cerca de Madonna dell’Orto, en la misma Fondamenta en que se encuentra la casa de Tintoretto, creo que se llama la Fondamenta dei Mori, entramos en un caserón desvencijado. Al fondo del patio se veía un jardín, lo atravesamos, cruzamos otro patio, atravesamos varios estrechos corredores, subimos una empinada escalera. “¿A dónde me llevas?”, me atreví a preguntar. Mi acompañante sonrió sin decir nada e hizo un gesto amable para que tuviera paciencia.
La tuve, y nunca me arrepentiré de haberla tenido. Pero lo que ocurrió después son cosas que un caballero jamás debe contar.
Miércoles, 26 de junio
EN LA NOCHE DE BODAS
En 1917, a sus cincuenta y dos años, Yeats estaba enamorado de dos mujeres, Maud Gonne y su hija Iseult, pero se caso con una tercera, George Hydee-Lees, para poder seguir estando enamorado de las otras dos y tener la casa en orden.
George era treinta años más joven que el poeta, le admiraba, asistía a todas sus conferencias, formaba parte como él de la Orden Hermética de la Aurora Dorada. La noche de bodas, Yeats se entretuvo componiendo un poema a Iseult Gonne. George comenzaba a pensar que no había tomado una buena decisión.
Y entonces ocurrió el prodigio. George entró en trance. Un espíritu venido de no se sabe dónde comenzó a mover su mano, a darle consejos a Yeats, a dirigir su vida y su obra.
Yeats quedó fascinado con aquella materialización de todos sus sueños. George se convirtió en una figura central, olvidó por ella a todas las demás mujeres. Al menos durante un tiempo. Pero las seniles aventuras ya no le importaron a George.
Murió mucho años después del poeta. Poco antes se atrevió a confesarle a algún biógrafo que todo aquel trance espiritista había sido un engaño, que nunca hubo escritura automática, que todo había sido una ocurrencia para retener a su marido.
Pero de aquel engaño brotó la mejor poesía de Yeats. Y quizá no fue un engaño, aunque ella lo creyera así.
“Miénteme, George, miénteme –rezo yo antes de dormirme–, haz realidad todos mis sueños, líbrame de mí mismo”.
Jueves, 27 de junio
ELOGIO DE LA CALUMNIA
Soy un hombre tan anodino que solo calumniándome se puede decir de mí algo interesante.
Viernes, 28 de junio
EL HÉROE Y LOS ESCARABAJOS
Tal día como hoy, hace 99 años, fue asesinado en Sarajevo el archiduque Francisco Fernando, heredero del trono austriaco. Conmemoro el aniversario leyendo el Diario de guerra, de Ernst Jünger, sus experiencias en el frente entre finales de 1914 y agosto de 1918. Se trata de quince cuadernos que han permanecido inéditos hasta fechas muy recientes.
Jünger utilizó estás páginas para sus Tempestades de acero, pero qué diferente esa novela autobiográfica de estas anotaciones todavía sin condimento literario ninguno. La guerra no le parece una calamidad, fue a ella voluntario para escapar de unos estudios y una vida rutinaria que detestaba. Ya antes se había escapado de casa y se había alistado en la legión. Observa a los heridos y a los muertos, de su bando o del contrario, con la misma impasibilidad que a los coleópteros que colecciona. Solo una vez siente piedad: “Furioso avancé –escribe en marzo de 1918–. Entonces vi al primer enemigo. Un inglés estaba agachado, herido, en medio del camino en hondonada batido por la artillería. Levantando la pistola me acerqué a él, entonces con gesto suplicante me presentó una tarjeta postal. Vi una fotografía en la que había una postal y por lo menos media docena de niños. Ahora he de decir que me alegro de haber dominado mi furia loca y haber pasado de largo a su lado”.
Solo hace un siglo de aquella barbarie. Jünger nunca se pregunta por las razones o sinrazones de aquella carnicería. Tuvo ocasión de preguntárselo más de una vez durante los más de ochenta que aún le quedaban de vida. No creo que encontrara la respuesta, ni que le importara demasiado. Los héroes y los sabios como él están por encima del bien y del mal y observan al ser humano, esa “bestia paradójica”, como la calificó Machado, con la misma objetividad que a los escarabajos. Quizá no merecemos otra mirada.
Sábado, 29 de junio
REGALOS
Comencé a celebrar mi cumpleaños el pasado día 17, en Venecia, y terminé de celebrarlo ayer en la tertulia, con la tarta que trajo Catarina y músicas de Bach y Mahler, pasión y resurrección, aportadas por Almuzara.
Como tenía treinta años cuando comenzaron las reuniones de los viernes y acabo de cumplir sesenta y tres, pienso que el mejor regalo es la propia tertulia, con sus versos y sus burlas, el que todavía haya quien aguante mi empeño por tener siempre razón.
Estaba también Francisco Alba, convaleciente de la más grave cornada que nos puede dar el destino, que con estoicismo y sabiduría ejemplares está siendo capaz de convertir su dolor en música. Y estaba –con él, en él– Carmen, que otro cumpleaños me regaló un dibujo con todos los tertulianos convertidos en figuras de un friso clásico.
Los muertos no se van del todo. Se quedan dentro de nosotros, nos dejan en herencia lo mejor de sí mismos para hacernos mejores.