Sábado, 12 de marzo
UN PUÑETAZO
Hubo un tiempo en que yo soñaba con encontrar tesoros, pero no de joyas ni monedas, sino de libros que no se encontraban en ninguna parte. Por Ínsula, que leía en la biblioteca Bances Candamo, sabía de la obra de Sender, de Ayala, y sobre todo del poliédrico Max Aub, pero ninguno de sus libros estaba a mi alcance. Hoy encuentro en la casa de Avilés Mis páginas mejores de Max Aub, quizá lo primero que se editó de él en España tras la guerra civil —yo lo compré a finales de los sesenta— y lo hojeo con emoción. Ahora soy yo el escritor “en los umbrales de la vejez” que habla en el prólogo: “No hice sino escribir porque es lo único que me divierte. Llevo la literatura en la sangre. Mi amargura es no ser mejor escritor del que soy”.
“Hice lo que pude”, añade luego y aclara que mintiendo. ¿Hice yo lo que pude? Creo que sí. Podrá faltarme talento, pero no ganas ni tiempo ni voluntad.
Hojeo el libro dejándome llevar por la melancolía, pero de pronto siento un puñetazo. En “Las conversaciones de San Cristóbal”, una de las partes de la ficticia biografía de Jusep Torres Campalans, habla el pintor con el biógrafo, que lo creía muerto y lo ha encontrado en una aldea de Chiapas: “Las mujeres son aquí como las había soñado: agradecidas en cualquier momento. Siempre dispuestas a lo que se quiera: obedientes. No esclavas: es su gusto, serviciales y calladas. Físicamente, para los europeos, tienen el defecto de no ser del mismo número: de la cintura para arriba uno, de ahí para abajo menores. Se acostumbra uno fácilmente. Y una piel como no la hay. Con la gran diferencia de que aquí están deseando tener hijos, no para echárnoslos encima, sino para tenerlos ellas, porque es lo natural. En Europa, al contrario, lo que temen es quedar preñadas”.
Pocos párrafos tan ofensivos para las mujeres y tan representativos de la mentalidad colonial. Obedientes, serviciales, calladas, siempre dispuestas a dar placer al hombre, así debían ser. Y dejarse preñar y malcriar luego a sus hijos como pudieran sin molestar al varón.
Es una novela, esa era la mentalidad de la época, ¿de qué me escandalizo? De que el autor, que aparece también como personaje, no replique nada. De que la novela se reedite sin que nadie ponga peros a ese párrafo.
—¿Y qué harías tú? ¿Censurarlo?
—Comentarlo, no dejarlo pasar sin más.
Vuelvo a Oviedo, busco el libro, y respiro aliviado al ver que esas palabras terminan con una nota. “Seguro que Max Aub se distancia de alguna manera”, pienso. Pero en la nota solo se lee: “¿Hasta qué punto, pienso, se trasluce aquí cierta amargura contra Ana María Merkel?”
A Max Aub, como a sus lectores de entonces, esas palabras le parecían una gracia, o quizá una exageración, pero nunca una barbaridad. Algo hemos cambiado, y para bien.
Domingo, 13 de marzo
VER LO QUE NO VEÍAMOS
Algo hemos cambiado. No podemos leer hoy como leíamos ayer. En el Fontán encuentro Del sentimiento trágico de la vida en una edición de 1931. Yo leí ese libro de Unamuno muy joven y tardé en recuperarme de la impresión. Seguro que entonces no me percaté —hemos tardado todos en percatarnos— de lo que inmediatamente me llama la atención al releer, sentado en un banco al grato sol primaveral, el primer capítulo. Se titula “El hombre de carne y hueso” y en sus diecisiete páginas repite no menos de ochenta veces la palabra “hombre” y una sola la palabra “mujer”.
—Martín, ya estás como esas feministas enloquecidas. “Hombre” en tiempos de Unamuno, y hoy en día, significa tanto hombre como mujer. Es el término no marcado de la oposición masculino-femenino. Si a alguien le preguntan si tiene hijos, le preguntan por los hijos y las hijas.
—De sobra me sé ese argumento gramatical. Pero la realidad es otra. Cuando Unamuno habla de hombre se refiere quizá, en su intención, al ser humano en general, pero consciente o inconscientemente deja fuera a las mujeres. Y eso se puede demostrar. Te leo un párrafo: “El teléfono puede servirnos para comunicarnos a distancia con la mujer amada. Pero esta ¿para qué nos sirve?”
El teléfono le sirve al hombre, entre otras cosas, para comunicarse con la mujer amada. El hombre del que habla Unamuno no es el ser humano en general.
Otra prueba: “A medida que se cree menos en el alma, es decir, en su inmortalidad consciente, personal y concreta, se exagera más el valor de la pobre vida humana. De ahí arrancan todas las afeminadas sensiblerías contra la guerra”.
Esas sensiblerías afeminadas son las de ciertos hombres, a los que les ha dado por el pacifismo; a las mujeres no se les puede descalificar como “afeminadas”.
Las mujeres —ciertas mujeres— nos han enseñado a leer de otra manera. Y los maestros de antaño nos muestran ahora sus desconchones.
Lunes, 14 de marzo
POR QUÉ SOY TAN ANTIPÁTICO
—Hay dos cosas, Martín, que te perjudican mucho y que deberías tratar de cambiar. Una, esa manía tuya de creerte más listo que nadie; la otra, cuando comentas un libro, aunque sea de tu mejor amigo, destacar siempre los puntos débiles.
—No es que yo me crea más listo que nadie, qué tontería. Soy bastante bueno para detectar el talento ajeno, el talento literario sobre todo, pero no solo. No me creo más listo que nadie, Xuan, faltaría más, aunque a menudo pueda dar esa impresión. ¿Y sabes por qué? Si se colocan varios diapasones muy cerca uno del otro, cuando se golpea uno todos se ponen a vibrar con la misma nota. La gente común, la mayoría de la gente, es igual. La prensa oficial les dice que Rusia es culpable y todos se ponen a aullar contra Rusia mientras corren a alistarse en la División Azul.
—¡Ya estás defendiendo otra vez a Putin! Eres incorregible.
—Yo no defiendo a Putin ni a Biden, que en la guerra de Ucrania —a la que ni siquiera tiene que enviar soldados— ha encontrado la manera de sacarse la espinita de Afganistán, y cuenta con que le salve las elecciones de mitad de mandato en las que los republicanos parecía que iban a arrasar. Hará todo lo posible para que el gobierno de Ucrania tarde en llegar a un acuerdo razonable para ambas partes; no le interesa que el conflicto se arregle demasiado pronto y le fastidie las elecciones.
—Ya estás otra vez haciéndote el listo. Lo que ocurre, y esto es lo que dicen los expertos en diarios y telediarios, es que Putin se volvió loco, se creyó Napoleón y decidió conquistar Ucrania como primer paso para luego invadir Polonia, Rumanía y el resto de Europa.
—En fin, dejemos eso. Reconozco que el no dejar de pensar cuando todos dejan de hacerlo y se ponen a bailar al son que tocan me vuelve antipático, pero qué le vamos a hacer. Habrá que resignarse.
Martes, 15 de marzo
GRACIAS, AMIGOS
No sé quién lo dijo, Wilde o Nietzsche, pero me parece muy verdadero: “La soledad, la esencial soledad del ser humano, solo se hace llevadera en buena compañía”.
Jueves, 17 de marzo
TIEMPO DE AVERÍAS
Últimamente se multiplican las averías. Hoy no funciona un grifo, mañana pierde agua la cisterna, pasado se funden los plomos. Todos los días llamando al Seguro o recurriendo a la ayuda de un vecino mañoso. Llevo viviendo en este piso de la calle Murillo —sin hacer reforma alguna— desde hace casi cuarenta años y eso comienza a notarse. Llevo viviendo en este mundo desde hace exactamente 71 años, 9 meses y 8 horas. Y eso comienza a notarse.
Viernes, 18 de marzo
VOTÉ QUE SÍ
Me envían, anónimamente y por correo ordinario, fotocopia de un artículo que publiqué allá por 1986 en defensa del voto afirmativo en el referéndum sobre la OTAN. “¿Pero tú has escrito esto?”, me dicen en la tertulia cuando lo enseño. “¿O sea que para ti la OTAN es un invento belicista de Estados Unidos en el que los países europeos actúan como comparsas, culpable de la situación bélica en que vivimos, quien arma y financia y anima a Zelenski para que resista cuanto pueda, aún a sabiendas de que tendrá que acabar pactando, solo para debilitar a Rusia y hacer caer a Putin, sin importarles los muertos y la ruina de Europa que eso conlleve, y luego resulta que tú animaste a que nos metieran en ella? ¡No me lo puedo creer!”
—Eran otros tiempos —digo en mi defensa—. Aún existía el pacto de Varsovia y en ese referéndum el “no” era más contra Felipe González que contra la OTAN.
—Las hemerotecas no perdonan. Debería caérsete la cara de vergüenza.
—Pues no se me cae. Cambian los tiempos, cambian las circunstancias y yo cambio con ellos. En lo que no cambio es en el pensar que, antes de tomar partido en un conflicto, hay que escuchar a las dos partes. Y aquí a una se la silencia con el pretexto de que no dice más que mentiras.