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Elogio de la cordura: El precio de la libertad

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Sábado, 13 de noviembre
EL INMORTAL

“Morían mis abuelos, mis tíos, fallecieron mis padres y hasta algunos amigos, pero yo seguía siendo inmortal”.

            En la revista Licencia poética, Carlos Ortega, que fue director de la Biblioteca Nacional y ahora dirige el Cervantes de Hamburgo, inteligente ensayista y poeta sin demasiado interés, publica “Veinte versos sueltos”, que no son tales, sino aforismos, greguerías y ocurrencias varias, una de las cuales coincide exactamente  con lo que yo siento: sé que también, como todo el mundo, he de morir, pero no acabo de creérmelo.

            Supongo que algo así nos pasa a todos hasta que la edad o la enfermedad hacen sonar la campana que anuncia la última estación. Pero hay quien llega a ella sin ningún aviso previo. Esos son inmortales durante toda su vida.

Domingo, 14 de noviembre
UN PUÑETAZO

Voy al cine como el niño que se sentaba junto al fuego para que le contaran un cuento. El que cuenta Way Down es entretenido, sin mayor trascendencia, y acaba con un tonto chiste final, pero para mí encierra tres regalos: un héroe, una caverna y un puñetazo.

            El héroe es Thom Johnson, un joven de aspecto anodino, que viste de cualquier manera, pero capaz de resolver el más intrincado problema con su prodigiosa inteligencia. Así me gustaría a mí haber sido de joven, así me gustaría ser de viejo. Desde que se apagan hasta que se encienden las luces, sueño despierto, me identifico con él, mis fantasías se hacen realidad.

            La caverna, la gruta del tesoro de los cuentos, es la cámara acorazada del Banco de España. Está sepultada a muchos metros bajo tierra. Tiene primero una gran portón de quince toneladas de peso. Dos veces al año hay que frotarla minuciosamente con gasolina para que no se oxide. Cualquier descuido en la conservación puede hacer que no se abra y que los tesoros que guarda se pierdan para siempre. Tras esa primera puerta, hay un foso y dos ascensores que bajan hasta 36 metros de profundidad. Luego hay que cruzar un puente. Más tarde, otra puerta acorazada y, tras abrirla, a seis metros nos encontramos con otra más. Nunca se abre la segunda sin cerrar antes la primera. Las puertas fueron fabricadas por la casa York en Estados Unidos. Se instalaron en los años treinta para proteger unos lingotes de oro que pronto comenzarían a volar hacia Moscú. La gran cámara final está cubierta de espejos, basta asomarse a ella para contemplar cualquier silueta, nadie puede esconderse allí. Pero es que además hay una trampa mortal que parece invención de los guionistas de la película, pero que se le ocurrió a una mente perversa en los años de la República. Dos arroyos, que fueron canalizados a un aljibe durante la construcción de la cámara, la inundarían al detectarse la menor irregularidad. Ningún intruso escaparía con vida. ¿Es legal semejante mecanismo? ¿Es constitucional? Es como de cuento de terror. Y aún hay más. Ese espacio lo recorrían guardias civiles. Habitaban bajo tierra con sus familias. Sus hijos salían diariamente para ir a la escuela, pero ellos no veían el sol en largos meses. Esto último quizá sea leyenda, no lo sé. Pero siempre que paso por Cibeles (el agua de la fuente viene de uno de los dos arroyos, el Oropesa, que inundarían la cámara acorazada) sueño con descender y explorar esa misteriosa caverna. Yo no me llevaría ni una moneda, me bastaría con estar allá abajo y volver para contarlo. Way Down me permite hacer realidad ese sueño.

            El puñetazo es el que el estreñido jefe de seguridad –inspirado quizá en Grande Marlaska cuando azuzaba a las fuerzas del orden contra los irresponsables que se atrevían a pasear solos-- le propina inesperadamente al gobernador del Banco. Me dieron ganas de aplaudir. Algún día contaré por qué. Solo diré que al tontorrón del gobernador lo interpreta Emilio Gutiérrez-Caba, con quien coincidí durante un curso de verano en la Menéndez Pelayo.

Lunes, 15 de noviembre
NO SIMPLIFIQUEMOS

Nadie es de una pieza. Y sin embargo, cómo nos gusta simplificar. Releo Europa, que reúne las glosas de Eugenio d’Ors publicadas en los últimos meses de 1920, y me encuentro con un emocionante homenaje a Francesc Layret, fundador del Partit Republicà Català, elegido en 1919 diputado a Cortes por Sabadell y poco después, cuando salía de su casa para interesarse por los sindicalistas y republicanos que Martínez Anido había detenido en una de sus redadas, muerto a tiros por pistoleros del Sindicato Libre.

Eugenio d’Ors, defenestrado el año antes de sus cargos políticos en Cataluña, asistió a la gran manifestación de protesta que constituyó el entierro: “En el crepúsculo color de sangre avanzaba el ataúd, en hombros de los obreros, que con agria veneración se disputaban el honor de llevarle. ‘Ahora me toca a mí’, ‘Tú ya lo has sostenido una vez’. Otros grupos de obreros transportaban ostentosamente las grandes coronas y las cintas de esas coronas eran como estandartes desplegados. Seguíamos luego, en inmensa multitud, a pie, por haberse declarado en huelga los coches, a través del amplio suburbio, a paso de carga, porque los caballos de la Guardia Civil, que ya había cargado frente a la Universidad, pisaban nuestra retaguardia inquieta…”

            Europa se publicó en 1922, ya comenzada la derechización del escritor. Cuando un cuarto de siglo después, en 1947, se volvió a editar en el primer tomo del Nuevo glosario, el fascista d’Ors, el ideólogo y escenógrafo del franquismo, no cambió ni una línea de ese homenaje a quien había sido considerado “paladín del anarco-sindicalismo en el Parlamento”. Y la censura lo dejó pasar, quizá sin enterarse..

Martes, 18 de noviembre
NO PINTO NADA

La libertad y la independencia tienen su precio. A mí nunca me ha importado pagarlo, incluso me ha sido fácil porque jamás me ha interesado escalar ningún escalafón y mi vanidad ha ido por otro camino que el de los premios y homenajes.

Tarde me he dado cuenta de que eso no era todo, de que había otro impuesto más gravoso: el de la inoperancia. Yo puedo decir lo que quiera, pero lejos, cada vez más lejos del altavoz. Para combatir a un partido has de apoyarte en otro. Las mentiras de un medio se desmienten desde la competencia. Pero la tribuna nunca es tuya, solo te la prestan si te vuelves ciego para los tejemanejes de quienes te sostienen.

Puedo desgañitarme todo lo que quiera, voz que clama en el desierto, que ni pinto ni pintaré nunca nada.

            Con la razón sola no se llega a ninguna parte. Siempre acaba teniendo razón el que cuenta con fuerza suficiente para imponer sus razones.

Miércoles, 17 de noviembre
ACUSICA

Durante varios veranos, di una clase sobre poesía en el curso que dirigía Rosa Navarro Durán en la Universidad Menéndez Pelayo. Era un curso de iniciación a la universidad al que asistían becados los alumnos que habían  terminado el bachillerato con las mejores notas. Intervenía gente de diversas especialidades, recuerdo coincidir varios años con Encarnación Roca, actual vicepresidenta del Constitucional.

Nunca disfrute tanto dando clases. Ningún alumno iba a estudiar letras, pero escuchaban con gran atención y siempre hacían preguntas inteligentes. Al final de la tarde, tenían actividades complementarias. Un vez vino un conocido actor a explicarles cómo había que leer poesía: la palabra “brisa”, por ejemplo, había que pronunciarla como un susurro y la palabra “huracán” ahuecando la voz; “tortuga” debía pronunciarse muy lentamente, mientras que “gacela” a toda velocidad, casi como si constara solo de una sílaba. Al final, en el turno de preguntas, me permití indicarle que quizá eso serviría en una lectura escenificada para niños, pero no para la lectura habitual de poemas, en voz alta o baja. Se tomó muy a mal la observación, tan a mal, que al final fue a quejarse no sé si al presidente de la Comunidad, al rector o solo al director de los cursos. El caso es que, por el cauce reglamentario, me llegó una velada amonestación. “Ni siquiera ha cobrado por venir”, me dijeron para justificar el malestar de la estrella. Más se habría molestado si se enterara de lo que nos reímos luego, en privado, algunos alumnos y yo, de sus consejos: si se leía a Bécquer, convenía suspirar de vez en cuando entre palabra y palabra.

            Ese actor tan sensible a la crítica era Emilio Gutiérrez-Caba. Cuando en Wait Dawn le dan un puñetazo, el único acto de violencia de la película, por tontorrón, a mí me dieron ganas de gritar: “¡Y por acusica!”

Jueves, 18 de noviembre
COSAS QUE NUNCA HE HECHO

Nunca me he emborrachado. Nunca me he casado. Nunca digo Diego donde dije digo.

 


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