Quantcast
Viewing all articles
Browse latest Browse all 712

Elogio de la cordura: La piedra negra

 

Domingo, 12 de septiembre
PIERDO LA PACIENCIA

No es frecuente. Soy la persona más tranquila y comprensiva del mundo, pero a veces yo también pierdo la paciencia.

            En un comentario en la Red, escribe José Luis Piquero: “Yo, al vacunarme, cumplo con mi deber de ciudadano, cosa que tú no cumples. ¿No hace falta? Tampoco hace falta votar (¿qué es un voto entre millones?) y votas con orgullo. Lo que algún día estudiaremos los que te conocemos es cómo has llegado a las posturas que tienes ahora. Espero que todas tus filípicas se conserven con ese fin”.

            Y fue entonces cuando, quizá por primera vez, perdí la paciencia.

            “No me vengas con bobadas, Piquero. ¿Desde cuándo protegerse de una enfermedad (que es lo que, supuestamente, hacen Pfizer y Moderna en los países ricos y AstraZeneca en los pobres) es un deber ciudadano y no un derecho? Tú no me proteges a mí vacunándote: te proteges, si es que te proteges, a ti. A mí me protejo yo (y hasta el momento bastante bien, cruzo los dedos), tomando todas las precauciones para evitar contagios: mucho aire libre, evitar aglomeraciones, sobre todo en lugares cerrados, utilizar la mascarilla en los contactos interpersonales en que no se puede mantener la distancia de seguridad (y nunca, jamás, cuando se pasea a solas por el campo o a la orilla del mar), etc. Quienes no protegen la salud de los ciudadanos son esas autoridades político-sanitarias cuyas recomendaciones tú sigues con los ojos cerrados y de las que yo a menudo me cachondeo.  Imponen el aforo limitado en los teatros y bibliotecas, pero no en los transportes públicos. Los autocares que hacen el trayecto entre Oviedo y Madrid (entre cinco y seis horas de encierro) van siempre llenos, los viajeros codo con codo. Y lo más risible es que te permiten que el asiendo de al lado vaya vacío si pagas el adecuado suplemento. Si la limitación de aforo es necesaria en un aula o en una sala de estudios (con todas las ventanas abiertas), ¿cómo es que no resulta obligatoria en un autobús, en un tren o en un avión? ¿Y de verdad tienes tú tan mala opinión de estas vacunas que no te las pones porque te ayuden a conservar la salud sino por un deber ciudadano? ¡Dios mío, Dios mío, a qué extremos ha llegado la tontemia! Superas incluso a Enrique Bueres y a Adrián Barbón, que yo creía insuperables. ¿Mi deber de ciudadano es contribuir a que los políticos saquen pecho (y ellos creen que votos) al presumir en los medios de que han vacunado más que nadie? ¡Menudo mérito! Pagan las vacunas, mediante leoninos contratos que no hacen públicos, con el dinero que hace falta en sanidad y educación, y cuentan con la ciudadanía más dócil. La mayoría es como tú, no como yo: traga lo que le echen.

Lunes, 13 de septiembre
ATARDECE EN LA PLAZA
 

Soy tan rutinario que hasta he convertido en rutina las alteraciones de la rutina. “¿Por qué no te vienes a pasar unos días a Sahagún? -- me sugiere mi amigo José Luna Borge-- Yo estará hasta principios de noviembre y mi casa es grande y tienes sitio de sobra, puedes dedicarte a escribir y leer sin que te molesten y además te enseñaría maravillas como un palacio renacentista, con una fabulosa loggia sobre una plaza que parece italiana  y que seguro que no conoces?”.

Esto me lo dijo hace dos o tres días y ya estoy apuntando estas notas en una terraza de la Plaza Mayor, después de haber saludado la torre de San Lorenzo, esa especie de palomar de arcángeles, de la que enamoré nada mas verla la primera vez.

            Si acepté la invitación tan rápido fue porque hace unas semanas, cuando pasé por aquí, quedé intrigado con un recuerdo de Venecia que me encontraron en la Casona de San Benito, construida sobre las ruinas del monasterio benedictino y convertida por sus dueños –herederos directos de quienes compraron el monasterio cuando la desamortización de Mendizábal-- en un pintoresco museo que algo tiene de gabinete de curiosidades.  Allí me mostraron una foto de Valle-Inclán, que desconocía, y una piedra negra sobre la que hay un diseño floral, dos pequeños leones y las palabras “Ricordi” y Venezia”, todo elaborado con brillantes teselas.

“Dicen que esta piedra negra es un trozo de la adoran los musulmanes en la Meca”, indicó, medio en broma, medio en serio, el dueño de la casa al mostrárnosla. Parecía, efectivamente, proceder de un meteorito. ¿Y quién utilizaría un meteorito para fabricar con él un recuerdo de Venecia? No se podían fotografiar los objetos y yo no pude averiguar nada más. Por eso aproveché de inmediato la invitación de mi amigo, a quien conozco desde que estudiamos juntos en la vieja Facultad de Filosofía y Letras, junto a la estatua de Feijoo. Lo primero que hice  al legar s Sahagún –soy así de impaciente-- fue ir hasta la Casona de San Benito, al lado mismo del gran arco triunfal por el que pasa la carretera, pero estaba cerrada.

Tengo entre manos un misterio que resolver, ¿qué más puedo pedir? A veces tengo la impresión de que la vida me trata mejor de lo que merezco.  Quizá pronto empiece a cobrármelo todo con intereses usurarios.  Pero de momento, mientras se pone el sol, procuro no pensar en ello. “La tarde se puso íntima / como una pequeña plaza”.. escribió Lorca. Una plaza soportalada y asimétrica, unamuniana y machadiana, con un rústico kiosco de madera, con tiendas de hace más de un siglo, con una fuente y niños que juegan, con vecinos que se reúnen para charlar de sus cosas. A esta hora, en este lugar, hay que darle la razón a Guillén: el mundo está bien hecho.

Martes, 14 de septiembre
DONNAFUGATA

Entro en el palacio de Grajal, mandado construir por Hernando de Vega a comienzos del siglo XVI. Está en restauración, tiene una parte visitable –el claustro, la escalera monumental, la loggia sobre la gran plaza-- y otra en reconstrucción. Me cuelo por una puerta secreta y recorro tenebrosos pasadizos, inmensos salones desconchados, con el suelo lleno de excrementos de palomas y las vigas del techo al descubierto. Temo que el suelo se hunda, temo no ser capaz de salir del laberinto. Recuerdo aquel paseo por los rincones secretos de Donnafugata, en la película de Visconti, y me parece que de pronto, en cualquier oscuro recodo, voy a encontrarme con Tancredi y Angelica entretenidos en sus escarceos eróticos.

Jueves, 16 de septiembre
MISTERIOS SIN RESOLVER

Siempre he sido un poco vanidoso, ¿para qué negarlo?, y sospecho que ese defecto se va acentuando con la edad. Me gusta resolver misterios solo con la información periodística, como una especie de Auguste Dupin. La misteriosa muerte del fiscal argentino Alberto Nisman fue uno de ellos. Siguen todavía mareando la perdiz con la tesis de un asesinato orquestado nada menos que por Cristina Fernández. Desde el principio estaba claro que se trataba de un suicidio. Del caso de Amanda Knox prefiero no decir nada, por motivos obvios. Estos días se ha hablado mucho de la falsa denuncia de la agresión homófoba a un chaval de Malasaña. Es raro que nadie haya visto que la denuncia puede ser falsa y la agresión verdadera. No le agredieron unos desconocidos, sino unos conocidos a los que no se atreve a denunciar. ¿Se imagina alguien que una mujer denunciara que, cerca de su casa, unos desconocidos le habían grabado la palabra “puta” en una de las nalgas y que luego las cámaras descubrieran que no había habido tal agresión y que ella dijera que había sido una denuncia falsa? Se investigaría quien le había tatuado con una navaja el insulto, quizá su marido, y no se aceptaría la tesis del consentimiento. Pues aunque no sea una mujer, ese chico merece el mismo trato, y no las burlas –Boris Izaguirre escribió que la palabra que debían haberle tatuado en el glúteo era “imbécil”--  a causa del daño que ha causado a la comunidad LGTB,

Viernes, 17 de septiembre
PARA UN CUMPLEAÑOS

Esta tarde, en el parque, me di cuenta. ¿Qué ha sido del recién nacido con sus ojos enormes? Era el bebé más guapo de la Tierra. Me han asegurado que es el mismo que unos meses más tarde devoraba los libros. El mismo que habló en lenguas de aves y de ángeles, el que dijo mamá y dijo gracias. El que ahora corre hacia la fuente y sabe encontrar la hierba buena y es amigo de la araña cruz. El que tiene ya un gesto tan mayor y de pronto se enfada y no sabe por qué.

Esta tarde, en el parque, me di cuenta. Le decimos adiós todos los días. Pero él no hace caso, entretenido en saludar al mundo con las manos abiertas, inconsciente y ruidoso como un río de incontenibles aguas. Como un río de fotos y de vídeos y ropa ya pequeña a cuya orilla nos sentamos a maldecir y a bendecir al tiempo, mientras él se hace cada día más joven y nosotros más viejos.


Viewing all articles
Browse latest Browse all 712

Trending Articles