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Elogio de la cordura: ¡Vacúnate, ho!

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Sábado, 28 de agosto
PIDO UN MILAGRO

Con la música me pasa lo mismo que con el éxito y el chocolate (y añadiría que con el sexo, si uno no fuera un caballero y un caballero no habla de esas cosas), que me gustan, pero que no los necesito.

            Porque escucho tan poca música, porque no es en mí una costumbre, la escucho siempre con la emoción y el asombro de la primera vez. Un venturoso azar –en el que intervienen Steven Wright, que toca la viola en la Ospa, la poeta Dalia Alonso y, por supuesto, Javier Almuzara-- me lleva esta tarde de sábado hasta la catedral. La Misa de la Coronación de Mozart sonó por primera vez en la coronación de un emperador. Así me siento yo desde que suenan las primeras notas, como si el mundo entero girara en torno mío y el propio Dios viniera a sentarse a mi lado (respetando la distancia de seguridad, por supuesto) para escuchar agradecido.

            Agnus Dei, cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, canta la soprano, Beatriz Díaz, desde el púlpito.

            “Cordero de Dios, devuelve la cordura al mundo”, susurro yo a mi acompañante. “Difícil me lo pones, pero se hará lo que se pueda”, me responde mesándose la larga barba –se parece a Walt Whitman-- y guiñándome un ojo.

            Dios no existe, ya lo sé, pero existe en la música. Unos compases más y otra vez solos, como en el poema de Ángel González.

Domingo, 29 de agosto
YO, MERCACHIFLE

Salvo a la estupidez, soy alérgico a pocas cosas. Una de ellas, el regateo. Hasta hace unos días en León, solo había regateado dos veces en mi vida y las dos involuntariamente. En un puesto del Fontán encontré una primera edición de El Hotel del Cisne, una de esas  epigonales novelas barojianas llenas de destartalado encanto. “Dos mil pesetas,” me dijo el vendedor cuando pregunté el precio, Como llevaba la otra mano ocupada con libros, dejé la novela de Baroja para sacar la cartera. Al vendedor creyó que me parecía cara. “Mil quinientas”, dijo entonces.

En el otro regateo, el vendedor fui yo. El bibliófilo José Manuel Fuentes García, el mejor coleccionista de poesía española contemporánea, me preguntó si yo tenía un raro folleto de Miguel d’Ors, Canciones, oraciones, panfletos…, lo único que le faltaba para completar la bibliografía de ese poeta. Me pagaría por él doscientos euros. Le dije que lo tenía y que no tenía especial interés en conservarlo, pero que me parecía mal venderlo estando firmado y siendo un regalo del autor. “Pues si algún día cambia de opinión, le doy cuatrocientos euros”. Y se lo envié de inmediato, no por el dinero, que también, sino porque demostraba un interés mucho mayor que el mío.

            Dos éxitos involuntarios en el regateo y un sonoro fracaso. Pasé el otro día por el mercadillo de los sábados en León. Muchos menos vendedores de lo habitual y ningún libro de interés. Cuando ya estoy a punto de marcharme –no le dediqué ni cinco minutos--, veo en un puesto de quincallería dos tomos, uno de ellos algo deteriorado, de lo que me parece una novela por entregas de principios del siglo XX. Me atrae el título, La “Estrella Polar” en el Mar Ártico, que parece de Julio Verne, y el autor, Luis Amadeo de Saboya. Pregunto el precio. “Setenta y cinco euros”. “Veinticinco”, “Sesenta”. Dudo un momento. Me acuerdo entonces de mi amigo Daniel Rodríguez Rodero, que suele alardear en la tertulia de haber comprado aquí muchas primeras ediciones, algunas de ellas dedicadas, y de no haber pagado por ellas nunca más de diez euros. Como sé que va a pasar algo más tarde, le encargo por teléfono el regateo. “Seguro que me lo iba a dejar por cincuenta euros, a ver si consigues un precio menor”. No lo consigue.

            Cuando tengo los dos volúmenes en las manos, ya he indagado en Internet y ya sé que se trata de una rara maravilla y que el autor nació en el Palacio Real de Madrid y murió, desengañado de todo, en una cabaña africana abrazado a su último amor, una joven somalí.

            Hace unos días no había oído hablar de Su Alteza Real Luis Amadeo de Saboya, duque de los Abruzos, hoy podría dar conferencias sobre él. Uno es así de obsesivo.

Lunes, 30 de agosto
LUIS AMADEO DE SABOYA

No he encontrado referencia de La “Estrella polar” en el Mar Ártico en su original versión italiana. La traducción española, de Eduardo Tedeschi, se publicó en 1903, en la editorial Maucci, donde aparecieron muchas de las grandes novelas de principios de siglo. El libro cuenta con 243 ilustraciones, casi todas ellas fotografías, dos panoramas (fotografías desplegables de casi un metro de extensión), tres mapas y un plano. Se lee como una novela de aventuras llena de datos exactos y precisiones científicas. Me imagino a Julio Verne, ya al final de su vida, devorando la versión francesa, que apareció en 1904, y exclamando: “Este es el libro que me habría gustado escribir, esta es la aventura que me habría gustado vivir”.

            Cuando en 1899, el duque de los Abruzos organizó una expedición para alcanzar el Polo Norte, tenía solo veintiséis años, pero ya había dado dos veces la vuelta al mundo y realizado la primera ascensión al monte San Elías, en Alaska, de más de cinco mil metros.

            No fue él quien llegó lo más cerca del Polo que se había llegado hasta entonces, sino el comandante Cagni. La congelación de una de las manos y la amputación de dos dedos, le obligó a quedarse en el campamento base. Pero esa amputación no le impediría, pocos años después, la ascensión al K-2, en el Karakórum, ni lograr en el Chogolisa la mayor altura que ningún ser humano había logrado hasta la fecha.

            Fue uno de los mayores exploradores que haya existido nunca, pero no fue capaz de enfrentarse a su primo, el rey de Italia, que le prohibió casarse con la joven norteamericana de la que se había enamorado, Katherine Elkins, por ser una plebeya.

            Me gustan los regalos del azar. En un mercadillo de León descubrí, imprevistamente, a uno de mis héroes, nacido pocos días antes de que su padre, rey de España, abdicara hastiado de sus ingobernables súbditos..

Martes, 31 de agosto
YA LO DIJO MAQUIAVELO

Mete el miedo en el cuerpo de la gente y harás con ella lo que te dé la gana.

Miércoles, 1 de septiembre
RULETA RUSA

“Eres un irresponsable, Martín, te comportas como si tuvieras un revólver cargado con una bala en el cajón de la mesa en que escribes y, cada vez que te aburres, lo sacaras y te dedicaras a jugar a la ruleta rusa”.

            Tertulia virtual de los miércoles (la presencial es los viernes). Hemos leído con atención algunos de los poemas del último número de Anáfora –los de Sabina, Juaristi, Manuel García-- y apenas si les hemos dejado un hueso sano. Llegamos a la conclusión de que pocos poemas resisten una lectura atenta y la conversación, no sé cómo, recayó en los estrenos cinematográficos. Comenté que el domingo había visto Annette, el disparatado e hipnótico musical de Leos Carax, y que, una vez más, estuve solo en la sala. Enrique Bueres, uno de los contertulios habituales, el más dañado de todos por la tontemia de estos últimos tiempos, intervino entonces: “Seguro que aprovechaste para quitarte la mascarilla. Eres un irresponsable, Martín, te comportas como si tuvieras un revólver…”

            Yo me acogí a la quinta enmienda y me cuidé mucho de decir si en las dos horas y media que dura la película, solo en una sala de techos altos y de más de doscientas butacas, me había quitado algún instante la mascarilla. Sé en qué país vivo y no quiero darle la más mínima excusa a las autoridades sanitarias del Principado para que cierren de una vez por todas las salas de cine.  

Jueves, 2 de septiembre
YO, CONSPIRANOICO

Cada día me vuelvo más conspiranoico. Ahora no se me va de la cabeza la idea de que Joe Biden, ese abuelito torpón que manda drones vengativos contra vehículos cargados de niños, es una marioneta que alguien maneja a su antojo. A veces pienso que el candidato de Putin era él y no Trump.

Viernes, 3 de septiembre
CUALQUIER COSA

Estaba leyendo la correspondencia de Philip Larkin con Monica Jones, cuando de pronto suena el teléfono.

            ---Vacúnate, ho… Que ya solo me quedas tú para que Asturias alcance el ciento por ciento de vacunados. Figúrate qué éxito para nuestra comunidad. Daremos ejemplo al mundo. Vacúnate, por fa. Qué éxito para mí, un chico de Laviana superando a todos los líderes mundiales. Pedro no podría negarme nada, me haría ministro. ¡Vacúnate, ho!

            Confieso que al principio creí que era el propio Presiente del Principado quien me llamaba, como uno más de los ilustres asturianos –Sonia Fidalgo, Pablo Texón, no sé si Xuan Bello--  que participan en la exitosa campaña del “vacúnate, ho” o “vacúnate, ne”. Pero una súbita carcajada me hizo comprender que se trataba de una broma

            ----No te lo habrás creído, ¿verdad?

            ----Yo, a estas alturas de la película, ya me creo cualquier cosa.


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